El que espera
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About this ebook
Coincidiendo con el décimo quinto aniversario de este debut y del nacimiento de Páginas de Espuma "a modo de cumpleaños unísono", ofrecemos al fin una nueva edición de El que espera, minuciosamente revisada y con siete nuevos textos de la misma época. En sus páginas brillan el precoz talento del autor y los múltiples vínculos con sus obras posteriores. De este modo los lectores que han esperado junto a su escritura verán, ahora sí, un deseo cumplido.
"Ningún buen lector dejará de percibir en sus páginas algo que sólo es dable encontrar en la alta literatura, aquella que escriben los poetas verdaderos"
Roberto Bolaño
"Un escritor muy inteligente y dueño de un idioma preciso, centelleante"
M. García Posada, ABC
"Renueva la expectativa dichosa del próximo libro. Un autor en su plenitud"
M. J. Eyras, Revista Ñ
"Una escritura de una calidad pocas veces encontrada"
J. Housham, The Guardian
"Aborda grandes ideas con tal agudeza que las eleva al nivel de la gran literatura"
M. P. Brady, Boston Globe
"Neuman multiplica el lenguaje y va camino de convertirse en un clásico"
D. Galateria, La Repubblica
Andrés Neuman
Andrés Neuman was born in 1977 in Buenos Aires, Argentina, and grew up in Spain. He has a degree in Spanish philology from the University of Granada. Neuman was selected as one of Granta’s Best of Young Spanish-Language Novelists and was elected to the Bogotá-39 list. Traveler of the Century was the winner of the Alfaguara Prize and the National Critics Prize, Spain’s two most prestigious literary awards.
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Book preview
El que espera - Andrés Neuman
Andrés Neuman
El que espera
Andrés Neuman, El que espera
Primera edición digital: mayo de 2016
ISBN epub: 978-84-8393-508-8
© Andrés Neuman, 2015
c/o Guillermo Schavelzon & Asoc., Agencia Literaria
www.schavelzon.com
© De la ilustración de cubierta: Eva Vázquez, 2015
© De esta portada, maqueta y edición: Editorial Páginas de Espuma, S. L., 2016
Voces / Literatura 215
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Para mi abuela Dorita, que lee cuentos
Miniaturas
Vivir es devorar tiempo: esperar; y por muy trascendente que quiera ser nuestra espera, siempre será espera de seguir esperando.
Juan de Mairena
Artists are waiters
Martin Amis
La convocatoria
Esta mañana, muy temprano, he conocido a mi futuro hijo. Tenía los ojos pardos e incomprensiblemente vigilantes. No estoy seguro de que su mirada fuera alegre, además de sabia. Él parecía comprender su papel en aquella habitación: comprobaba nuestros movimientos con toda serenidad, recién nacido. Pero no había venido al mundo, sino que regresaba a él.
Era una vieja semilla prometida desde los años que no había visto.
Resbaló por la camilla hasta mis manos, con los miembros untados de un enigma blanquecino. Por un momento quedó suspendido en el aire, sus pequeñas axilas humedeciéndome los dedos. Fue entonces cuando me sonrió a mí, a su padre sorprendido por aquella paternidad repentina. Supe de algún modo que me hablaba y que aceptaba mi lenguaje. Lo abracé y le dije mi primera frase, esa que pronunciaré dentro de algunos años cuando haya concebido al hijo que ya tuve y aún no tengo. Conservo un tenue jirón de caricia en mi mentón barbado.
Poco antes de la luz, al despertar, vi cómo el día iba a posarse sobre la ciudad con calma y respeto por los tiempos.
El amante aparente
El calor se retuerce. Doy vueltas en la cama al compás de las agujas del despertador. Pero no pienso en nada en particular. Aunque no lo parezca, estoy durmiendo. Y, mientras se supone que duermo, espero a Laura.
Laura está por llegar de la fiesta. Yo preferí quedarme. Le dije que fuera sola, que no me molestaba. Y, aunque no lo parezca, sigue sin molestarme.
El dormitorio se curva de silencio. Mi pensamiento flota. Las sábanas lo envuelven, placentarias. Laura me dijo que volvería temprano para que hiciéramos el amor, y yo estuve de acuerdo. No tengo ninguna prisa. Prefiero pasar el máximo tiempo posible así, arrullado por la espera. Me gusta que las cosas que me gustan estén por ocurrir.
Siento un agua con gas en los músculos. Al fondo se disuelve, palabra por palabra, el discurso que bebo mientras caigo dormido. A veces durmiendo, aunque no lo parezca, se disfruta más que fornicando. El deseo puede ser una responsabilidad agotadora. No porque uno deba cumplir con nada: el deseo, de hecho, nunca puede cumplirse. Sino porque desear a alguien en serio, como yo deseo a Laura, absorbe la totalidad de nuestras fuerzas. Dormir es lo contrario. Cuando estoy por quedarme dormido, igual que ella está a punto de volver, mis músculos tienden a hacer el amor entre sí. Se reconocen, se reordenan. Por eso no me urge que Laura llegue ahora mismo de la fiesta, mientras las puntas de mis pies se frotan, ávidas.
Minuto a minuto, una segunda espera más profunda que el sueño se va alzando. Como un reloj que me escalara por la piel. Como ese reloj que a Laura tanto le gusta llevar suelto en mitad del antebrazo. Su antebrazo nervioso, de vello oscilante.
Cada segundo que transcurre entre las sábanas, que paso aquí, durmiendo el pensamiento, es una fina prórroga que aumenta mi deleite. El deleite de saber que mi amor todavía no está y está viniendo. De saber que este hueco que su cuerpo ha dejado es un tesoro doble: el de mi actual descanso y el del placer inminente.
Me encuentro en la frontera entre la paz y el ansia, el pulmón y la ingle. Podría mantenerme así toda la vida. Me da cierta pereza saber que la puerta del dormitorio está a punto de abrirse y sin embargo, aunque no lo parezca, la certeza de que Laura va a abrirla me aguijonea el sueño y esparce por mi piel un temblor rojo, una jalea de expectación.
Dulce, dulce verano.
Amanece.
Imposibilidad del escenario
Le propusieron interpretar al personaje protagonista, el despistado señor Juárez, y le pidieron que improvisara al máximo. Treinta años de fracasos y paciencia en el teatro cobraron de pronto sentido. Como sensacional actor que era, se le ocurrió faltar al estreno. Ningún escenario volvió a saber de él.
Il maestro
Para mi madre violinista
Cuentan que ya era tarde cuando emergió de su camerino, que la orquesta había estado ensayando con desganada obediencia hasta que el director dio la orden. Entonces una mano dio dos pequeños golpes en la puerta, una voz pronunció temerosamente un nombre, y un leve movimiento al otro lado presagió su salida.
Cuentan que cesaron las toses y los murmullos, que la disciplina era tensa, demasiado concentrada. Los brazos del director dibujaban en el aire sin conseguir dejar huella. Il maestro soportó, paciente, las torpezas de la trompa solista. Acariciando su instrumento, lo mantenía inmóvil. Volvió a contraer los párpados cuando el