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Cortinas En La Radio 2
Cortinas En La Radio 2
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Cortinas En La Radio 2

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About this ebook

Cortinas en la radio fue un programa de podcasting que se emitió desde mediados de 2012 hasta fines de 2016 desde las plataformas de Spreaker e Ivoox. El ciclo fue producido, realizado y conducido por Maximiliano Rivera. Este libro es una compilación de muchos textos que fueron escritos especialmente para esas emisiones. Esta segunda y definitiva edición abarca desde la mitad de la segunda temporada en el año 2013 hasta la finalización del ciclo en diciembre de 2016. Los textos fueron corregidos y adaptados a un formato literario para hacer más disfrutable su lectura.

LanguageEspañol
Release dateJun 25, 2018
Cortinas En La Radio 2
Author

Maximiliano Rivera

Soy músico, escritor, productor. Conduzco el ciclo de podcasting llamado CORTINAS EN LA RADIO y además soy cantante y guitarrista de la banda MADREAVENOCHE.

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    Cortinas En La Radio 2 - Maximiliano Rivera

    CORTINAS EN LA RADIO

    Cortinas en la radio. El ciclo se llama así. Hay gente que piensa que es un programa en el que se exhibe una colección de cortinas musicales que con frecuencia se usan en las radios. Pero bueno, cuando digo Cortinas en la radio, ¿qué suponés? ¿Te imaginás a un tipo hablándole a un micrófono dentro de un estudio rodeado de cortinas de tela? Y si hay un cortinado… ¿de qué color sería? (Lo imagino un tanto rojizo, pero no un rojo furioso, sino algo mezclado con un poco de amarillo, un rojo mezclado con sol). ¿De qué color te lo imaginás? ¿De qué color te lo imaginaste antes de esto?

    Y es como que el tipo está ahí, rodeado de cortinas que le impiden tener contacto visual con el operador. La iluminación corre por cuenta de una lámpara de cuarenta vatios contenida dentro de un velador de mesa. Nada más. Y papeles, muchos papeles, y una pila de libros, y mucho calor. ¿Y por qué las cortinas? ¿Qué significado tiene eso? Supongo que cuando las ponemos es para que no te miren desde afuera, y también para poder abrirlas y que corra aire, aire a través de las cortinas, esas que cuando corre el viento bailan y por momentos parecen mujeres embarazadas meciéndose en un columpio invisible. Cuando ponemos una cortina ponemos un límite, le decimos al otro hasta acá podés mirar, después ya es cosa mía. A veces las ponemos negras para vivir en una noche continua, o color maíz, o verde manzana con dibujos, o estampadas con flores u hojas de algún árbol o lo que sea. O las ponemos blancas para que además de aire entre luz, mucha luz. Cuando ponemos cortinas vemos en el ojo del que está afuera una amenaza a nuestra intimidad, pero son un límite frágil, un límite que se puede romper con tan sólo tomar la tela y correrla.

    Hay cortinas de plástico, de agua, y hasta cortinas improvisadas con arpillera. Hay visillos y cortinas de humo, cortinas de aire y muros-cortinas. También cortinas de hierro, cortinas de baño, cortinas anti hongos, cortinas de fuego. A veces se desenrollan desde arriba y otras se pliegan a los costados.

    Una cortina busca que no veas, pero no te impide invadir.

    Poner cortinas puede ser una forma de coqueteo, o de histeria, o producto de alguna fobia o paranoia o miedo. Si no me ves no te tiento, no llamo tu atención, salvo que te guste mirar donde alguien no quiere que mires. Salvo que te guste hurgar en los intersticios o descubrir a quienes se camuflan en el paisaje.

    Hay cortinas que embellecen y otras que afean la casa. Hay algunas que renuevan y otras que la vuelven más antigua. Hay de todo tipo, son parte de la vida, de la civilización en sí. Pero ¿cómo es eso mismo aplicado a un programa de radio que tampoco lo es? Porque esto no está en directo, es la grabación de algo que ya ocurrió hace un tiempo y que puede que en este momento no me represente. ¿Cómo es? Los programas tienen cortinas musicales, cortinas que están ahí de fondo mientras alguien te habla. Como para que no escuches el vacío. El sonido del vacío. Un sonido que preocupa y da miedo porque no es nada más que silencio, un abismo infinito, una nube que bajó a la tierra como un plato volador.

    Escuchá el vacío…

    ¿Viste? Da miedo. Y claro, entre el vacío y vos hay alguien que habla. Alguien que habla y deja huecos en el medio, para que escuches, para que entiendas que no hay cortinas que te impidan ver nada. Porque en sí no hay nada. Lo que no te sé decir es si este vacío que hay a mis espaldas es oscuro, tampoco sé si el vacío y la oscuridad son lo mismo. Las cortinas con las que me rodeo son imaginarias, no tienen bordados ni estampados. Las cortinas que imagino rojizas no tienen color ni pueden palparse. Las cortinas en la radio son apenas un juego como los que juegan los chicos cuando inventan superhéroes.

    Cortinas en la radio. ¿Qué te imaginabas? ¿Qué creías? ¿Qué seguirás creyendo? ¿Qué seguirás pensando? ¿Qué seguirás escuchando a partir de ahora? Cortinas en la radio, o en todo caso, otro desesperado intento de llenar el vacío con palabras.

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    ¿Y AHORA QUÉ?

    Cada vez que termino de grabar un programa me hago la misma pregunta: ¿y ahora qué? ¿De qué te voy a hablar la próxima semana? ¿Encontraré algo lo bastante interesante como para que salga una buena emisión? ¿Por dónde empiezo? ¿Llegaré a tiempo? A veces me meto en lugares inhóspitos y extraños, lugares que de afuera se ven prometedores pero que después se quedan en el intento. Incluso me digo que listo, ya está, hasta acá llegamos, no debe haber más nada, mala suerte. Pero no, algo cruza mi cabeza como un rayo, se activa el mecanismo y ahí estamos de nuevo en camino. A veces es mucho menos de lo que aparenta pero algo ayuda, por lo menos para empezar.

    A todos los que andamos en esto nos pasan estas cosas. No es como ir a comprar cigarrillos al kiosco, es decir, necesitás algo y sabés muy bien dónde conseguirlo. Pero esto es más bien como buscar una ferretería abierta los domingos a la tarde, o encontrar una farmacia de turno que quede cerca de tu casa cuando la necesitás en la madrugada. Puede que encuentres lo que buscás, o que encuentres algo parecido, o que no encuentres nada de eso. Y a su vez es bastante choto depender de que aparezca algo. Podés hacer algún tipo de invocación, o apostar a una cábala, o revisar tu biblioteca de punta a punta buscando algún indicio en los libros, lo que sea, pero nada te garantiza un buen resultado.

    No sé pero cuando a la semana termino de grabar el programa estoy fluctuando entre la satisfacción y la nueva incertidumbre por venir, y como bien sabemos, la satisfacción dura demasiado poco. Y si ponemos a la satisfacción y a la incertidumbre en una balanza vamos a comprobar que una pesa lo mismo que un caramelo y la otra lo mismo que un elefante. Cuesta entender por qué es así, pero lo cierto es que es así. Es más excitante viajar que llegar al puerto, uno es más entusiasta cuando empieza algo nuevo que cuando lo termina. A veces, como dice la canción de Los Redonditos de Ricota, vamos como un ciego en la bodega al toc, toc, toc. Y en el fondo sé muy bien que podría evitarme estos momentos de incertidumbre, podría dejar de hacer este programa y preocuparme por cosas que nos preocupan a todos y que tienen una resolución más práctica: qué voy cenar esta noche, de qué color puedo pintar la pared del living o ver si se secaron los calzoncillos que lavé esta mañana. Es decir, preocuparme por eso y no por lo otro; de qué te voy a hablar, cómo lo voy a encarar, cómo voy a hacer para no parecer uno de esos tantos idiotas que a través de un auricular o a través de un parlante susurran en tu oído. Pero uno no puede negar lo que es. Así como hay personas que se preguntan cuál será el próximo bar o el próximo prostíbulo por conocer, otros nos preguntamos de qué te vamos a hablar mañana. Como si para vos fuera necesario escuchar lo que digo habiendo tantas bocas que hablan mejor sin decir nada.

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    LLUVIA

    Lluvia. Cortina de agua a setenta y cinco grados. Gotas con forma de guión ortográfico inclinadas por el viento. Al fondo una luz de lámpara de ahorro. Luz blanca en una calle donde llueve y las nubes tienen forma de pared descascarada. Enfrente un edificio. Pared gris, pared de presidio, pared de cemento sin pintar, pared antigua. Gris, gris, gris. Feo como este día en el cual llueve agua que se juntó en el cielo de algún lado. Hay biombos invisibles a la vista pero no a la imaginación. También hay personas esperando. Algunas bajo un alero, otras bajo un paraguas grande, de esos que se volvieron a usar porque cae mucha agua y no sólo se mojan los pies sino que el agua choca contra el piso y salpica las rodillas. Paraguas grandes como aspas de molino, paraguas incómodos pero eficientes, sobre todo cuando llueve de la manera en que llueve, paraguas grandes desplazando a los chiquitos, los de bolsillo, los que hicieron furor por su practicidad pero ahora apenas sirven para que no te mojes la cabeza.

    Vaya uno a saber qué esperan aunque eso no sea lo importante, sino los biombos invisibles que colocan en la calle, ahí, entre el asfalto y las paredes sin pintar, paredes que entristecen porque parecen presidios cuando llueve.

    Y el agua se acumula ante una bocacalle saciada, y avanza dando miedo aunque sólo sea un gran charco o un apocalipsis tamaño hormiga. Los autos ya casi ni pasan, aunque parezca que hayan dejado de pasar para siempre. Y el presidio que no es presidio pero que a la vez lo parece, está ahí, sólo porque las paredes son grises y se erigen como los restos de un pasado oscuro.

    Además llueve y se reflejan las luces amarillas de la calle. Y el presidio se siente como una mujer con la cual nadie quiere bailar. Una mujer a la cual le gustaría tener sandalias rojas y los pies mojados. Una mujer deseando ser perseguida por hombres con paraguas que de tan grandes parecen románticos porque debajo hay lugar para dos personas.

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    LA MODERNIDAD

    La soledad es la ecuación de la vida moderna

    La vida moderna-Joaquín Sabina y Fito Páez

    Marx decía que ser modernos forma parte de un universo en el que todo lo sólido se desvanece en el aire. Para Baudelaire, moderna era la persona que hace de su vida una verdadera obra de arte. Augusto Monterroso escribió que la modernidad es ese espejismo de dos caras que sólo se hace realidad cuando ha quedado atrás y siendo antiguo permanece.

    Y está buena esa idea: la modernidad no es algo sólido, algo que puedas tocar por completo. Es una sensación, algo que sentís cuando te movés. Incluso podríamos decir que si te sentís bien con el mundo, te sentís moderno. Y hasta se me ocurre un slogan: somos actuales, somos modernos.

    ¿Y de qué manera somos modernos? ¿Cómo pensaba Baudelaire, es decir, haciendo de nuestra vida una obra de arte? ¿O como pensaba Marx, siendo parte de un universo en lo que lo sólido se desvanece en el aire? ¿Ser moderno es estar al día? ¿Nos llena? ¿Qué nos pasa hoy con la modernidad? ¿Cómo es la vida dentro de ella?

    En la vida moderna usamos pantallas solares en vez de bronceadores. Si tenemos auto nos agarra pánico cada vez que el servicio meteorológico anuncia probabilidad de granizo. Nos acostumbramos a que llueva mucho en poco tiempo y a que se inunden las calles. No sabemos de dónde tomar agua a no ser que salga de una botella que tenga una etiqueta que nos informe que está mineralizada o al menos potabilizada. Nos preocupa la inseguridad y suponemos que poner cámaras por todos lados nos protegerá de los peligros, incluso de la muerte.

    Somos modernos y entendemos que cada vez hace más calor y que hay menos lluvias románticas, de esas que llueven despacio y nos invitan a caminar debajo para mojarnos el pelo. Ya no usamos pañuelos de tela porque no tenemos tiempo ni estómago para lavarlos. Somos cultores de lo descartable a morir. Nos sentimos desnudos si nos olvidamos el celular en casa, o si lo perdemos, o si se nos queda sin batería. Es más, las baterías duran tan poco que además del teléfono, también tenemos que salir con el cargador encima. No soportamos por nada del mundo que una computadora tarde más de lo debido. Compramos lo que nos venden aún sabiendo que lo que estamos comprando no es lo que parece. Sacamos los trapitos al sol de Facebook y les vendemos a los demás que tenemos una vida grandiosa. Exponemos nuestros vicios, nuestras ideas y nos prestamos a ciertos ritos autodestructivos. Somos fans de las marcas, leemos biografías y tenemos un listado de claves personales. Tenemos casilla de mail, subimos videos a You Tube y seguimos a los famosos en Twitter.

    No nos gusta la prosa complicada y queremos que nos hablen sin códigos ni metáforas, que nos digan las cosas de un modo simple y directo. Somos la frase "queremos el mundo y lo queremos ahora" hecha carne. No nos gustan los huecos ni el vacío. Entendemos que todo espacio debe ser llenado. Que el amor duele pero que tampoco es para tanto. Si nos enamoramos bien, y si no viviremos queriendo demasiado.

    Somos morbosos, tenemos una moral adaptable y una ética que se vende a buen precio. Somos modernos porque entendemos la importancia del dinero, porque adoramos consumir (más allá de que nos etiqueten como materialistas) y porque además asumimos que nada de lo que compremos será nuestro para siempre. Somos modernos porque no tenemos tiempo para nada, porque entendemos que a la larga el capitalismo siempre gana y que de algún que otra manera se sale con la suya. Entonces nos relajamos, consumimos y gozamos.

    Eso sí, por momentos dejamos de ser modernos y entendemos que no somos tan buenos como creíamos que éramos cuando no teníamos la posibilidad de hacer lo que anhelábamos hacer. De a poco empezamos a tenerle miedo al planeta y sabemos que en cualquier momento nos puede tocar eso que vemos en las películas. Pero dura sólo un rato, por lo general cuando estamos hartos y nos tomamos un descanso de ese espejismo llamado modernidad.

    La soledad es la ecuación de la vida moderna. Y sí, en la modernidad también hay espacio para sentirnos solos, y esa soledad duele porque no podemos entender el hecho de sentirnos solos dentro de una vida tan llena de artefactos, edificios y personas.

    Retorna a lo antiguo y serás moderno

    Giuseppe Verdi

    Ser moderno es estar al día, es prepararte para lo que viene, es tener personalidad y buen vestuario. Es estar abierto al cambio y a las críticas de los que no son o no quieren ser modernos. Es aceptar la propia individualidad, hacer terapia y actualizar los aparatos electrónicos. Es ser parte de la vanguardia, viajar por el mundo globalizado, tatuarse, ponerse un piercing y usar esos raros peinados nuevos. Es salir a correr, es cuidarse, comprar el libro del gurú de moda, separar la basura y cuidar el medio ambiente. Tomar activia todas las mañanas, freezar alimentos y comer frutas y verduras. Pero ser moderno a veces cansa. Porque para ser moderno hay que estar atento siempre. Y además hay que estar en movimiento constante.

    El término moderno de alguna manera expresa la ruptura con las épocas anteriores. Y eso es algo biológicamente necesario: romper con lo que nos ata para ir en busca de otras cosas. Somos modernos cuando prendemos la tele y conectamos con lo que pasa, cuando compramos lo que sale y estamos al tanto de lo que se habla. Cuando usamos lo que se usa y escuchamos lo que se escucha. Somos modernos al sumergirnos en las tendencias, al entender que esto que es hoy mañana será algo que ya fue.

    Somos modernos si somos individualistas, egoístas harto sensibles, sibaritas, solidarios, ambientalistas de cuarta, militantes apolíticos, revolucionarios 2.0. Somos modernos si usamos pantallas táctiles y all in one. Si miramos HD o 3D. Si tenemos un Ipad o un ebook reader. Si compramos algún semanario de actualidad o si nos rehusamos a consumir y alimentar al monstruo capitalista.

    Somos modernos cuando nos miramos en fotos en las que vestíamos a la moda, cuando nos sacamos fotos sepia con la cámara digital, o cuando nos metemos de todo y nos cagamos en la muerte. También cuando nos lavamos las manos antes y después de todo. Cuando llevamos el pomito de alcohol en gel en el bolsillo o cuando desinfectamos la casa con Lisoform.

    Somos modernos cuando apuntamos a llevar una vida como la de las telecomedias de Adrián Suar o cuando no soportamos hacer fila y tener que esperar. Cuando estar detenidos treinta segundos en un semáforo nos parece demasiado.

    Somos modernos cuando somos irónicos, cínicos y simpáticos. Cuando nos filmamos cogiendo, cuando desayunamos con cereales o tomamos café descafeinado. Somos modernos cuando anhelamos acceder a un abono premium o a una tarjeta platinum, cuando usamos cajeros automáticos y pagamos las cuentas por internet.

    Ser moderno es vivir en donde están las luces del centro, en donde parece que todo ocurre; una ciudad conglomerada que no nos deja espacio para correr porque tenemos que andar a los codazos.

    Soy moderno, no fumo, cantaba Federico Moura en la Argentina de la democracia recién llegada. Mientras tanto afuera todos fumaban como locos: los padres, los hijos y los abuelos. Fumaban las embarazadas, se fumaba en lugares cerrados y delante de los chicos. Fumaban en la tele y en las películas. Fumaban porque era cool, y porque ser cool es ser moderno. Pero hoy se prohíbe fumar en ambientes cerrados porque ser moderno es no fumar donde no se puede fumar. Hoy, ser moderno es fumar en la calle. Si fumás en un ambiente cerrado, sos más bien un transgresor.

    En la modernidad del siglo XXI las cosas cambian antes de que nos acostumbremos a ellas. Todo va rápido y nosotros empezamos a hacer eso también. Como en esas películas en donde hablan tan rápido que no llegamos a leer los subtítulos. Cuarenta cámaras, cuarenta planos distintos, cuarenta variantes, todo el tiempo. Click, click, click.

    En estos tiempos modernos yo clickeo y tú clickeas. Hacemos copy and paste. Linkeamos. Decimos. Compartimos. La modernidad es tan veloz que nos hace sentir que en cualquier momento podemos quedar afuera de ella. Es tan atractiva que nos hace sentir efímeros e idiotas. Vivimos a tanta velocidad que la percepción que tenemos del amor es muy distinta a la de la época de Shakespeare. Incluso me pregunto si el hombre moderno, hoy en día, podría tolerar sentarse a leer Rayuela de Cortázar o el Ulises de Joyce.

    La modernidad es volátil y si te llegás a quedar sin ingresos te da una buena patada en el culo. Algunos le llaman ser expulsados del sistema, cuando lo que en realidad están haciendo es expulsarte de la modernidad. Porque es como esa putita de la canción de Babasónicos: sos tan espectacular que no podés ser mía nada más. Por momentos es una mujer demasiado hermosa y otras una rubia tarada, bronceada, aburrida. A veces sus novedades no nos llenan, no nos provocan nada y nos sentimos defraudados. Y si somos un poco autocríticos, entendemos que cometimos la pelotudez de volver a caer en la trampa.

    La modernidad es bolsitas de shoppings, es smart phone, smart Tv, es banda ancha, es wi-fi, es diseño, es viagra, es energizantes mezclados con alcohol, es jarra loca, es drogas sintéticas, rivotril, estrés, ataques de pánico y ACV. Están los cultores de lo insano versus los que aman lo natural. Los que compran y fuman, pero también los que cultivan para fumar.

    Ser moderno es decir que lo pasado es retro. Es esperar con ansias eso que tanto querías vivir... y cuando llega lo vivís, y después te queda un recuerdo y entendés que el suceso del momento, ese del que todos hablan, ya pasó, dejo de ser moderno, para pasar a ser un recuerdo.

    Y cada vez que te lastima volvés a lo natural y entendés que la modernidad es algo que inventamos y que todavía no sabemos bien para qué sirve.

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    DÍA DE LA AMISTAD

    Cada vez que llega el día del amigo pienso en algo que leí en un libro llamado Héroes, escrito por el español Ray Loriga:

    Antes tenía amigos, me refiero a mucho antes, cuando era un niño. Ahora no sabría decir si eran los mejores amigos del mundo pero estaban siempre alrededor. La primera gran pérdida de la vida adulta son los amigos. Puede que consigas un amigo con quien hablar, pero no vuelves a dar con uno que se deje abrazar. El periodo de tiempo que transcurre entre que pierdes los abrazos de tus amigos y encuentras los abrazos de las mujeres puede alargarse tanto que a veces parece eterno.

    Nunca me voy a cansar de repetir esa frase, incluso aunque en ciertas etapas de mi vida carezca de sentido: la primera gran pérdida de la vida adulta son los amigos. Es algo que se ha pegado a mi piel y me ha acompañado desde mi adolescencia.

    Siempre.

    Lo loco es que cuando la leí me sentía muy solo, aún teniendo amigos. Porque hay un tema con eso de las amistades cuando se pasa de la adolescencia a la vida adulta: hay que salir a buscar laburo para empezar a encaminar la vida, van cambiando las preferencias y los gustos, aparece el amor de un modo más comprometido... Y ahí es cuando tiene sentido lo escrito por Loriga, que es cuando se pasa de estar todos los días con un montón de gente de tu misma edad, a un lugar en donde hay gente de todas las edades, con preferencias distintas y en movidas distintas. Entrás a un mundo nuevo; y de ser el más grande de los pibes de la secundaria pasás a ser el más pendejo e inexperto en un lugar en el que puede que te reciban bien o se rían de vos y te tomen el pelo. Y uno pasa a saludarse con gente que con el tiempo se vuelve conocida, sí, pero la confianza no es tanta como para andar a los abrazos. Es una etapa de transición con altibajos emocionales importantes.

    Pero lo bueno es que hoy ya no me pasa eso, no siento que los amigos hayan sido una pérdida de la vida adulta. Los tengo a todos acurrucaditos en mi muro de Facebook y puedo saber qué es de sus vidas, conversar y hasta planear algún encuentro cuando el tiempo lo disponga. Aún hoy, cuando a pesar de todo sigo haciendo nuevos amigos. Y como te dije antes, en la vida adulta los amigos ya no tienen las tardes libres para salir a hacer correrías o jugar al fútbol. En la vida adulta la característica de las amistades muchas veces es encontrarse o llamarse de vez en cuando, hacer un favor si hace falta, o prestar los oídos para los problemas. Se pierde el roce cotidiano y la amistad se convierte en otra cosa, algo que muchas veces ayuda a preservarla en el tiempo.

    Incluso pasa que cuesta mucho coincidir para encontrarse a tomar algo y conversar un poco, y luego uno la pasa tan bien que dice cosas del estilo "Che, tenemos que hacer esto más seguido". Y entonces todos asienten con la cabeza y le dan la razón al que tiró la idea. Pero lo cierto es que ninguno sabe a ciencia cierta cuándo volverá a ocurrir, y si en verdad ocurre puede que no tenga el encanto de la vez en la que todos decidieron que ese tipo de cosas habría que hacerlas más seguido y ahí estamos, dándonos cuenta de lo costoso que es sostener una amistad a través del tiempo.

    La amistad es como la mayonesa: cuesta un huevo y hay que procurar que no se corte.

    Woody Allen

    Alguien me dijo alguna vez que hay amigos actuales y amigos históricos, amigos que fueron importantes en algún momento de nuestra vida pero que hoy cumplen un rol más pasivo. Están ahí, tienen su prestigio ganado y tal vez en algún momento se vuelva a conectar con ellos. Pero hoy en día eso no ocurre y no tiene por qué molestar. Y después están los actuales, los que comparten cosas con uno todos los días o al menos bastante seguido y que por ahí son aquellos con los que te juntarás a celebrar.

    Además gracias a la tecnología tenemos nuevas maneras de poder saludar a esos amigos que de otra manera uno no tendría posibilidad de saludar, esos que se encuentran en puntos lejanos del país y del planeta. Incluso amigos con los que uno jamás ha llegado a verse. Virtuales, creo que le dicen. Catarata de Twitteos, mensajes en los muros de Facebook, tráfico infernal de postales virtuales, mensajes de texto, llamadas telefónicas, Whatsapp y demás maneras de comunicarse.

    Así y todo, creo que lo importante es tener

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