Ventanas a la Gestalt: Óptica, estética, ética y erótica de la psicoterapia
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Ventanas a la Gestalt - Francisco Fernández
Ventanas a la Gestalt
Óptica, estética, ética y erótica de la psicoterapia
Francisco Fernández Romero
Ventanas a la Gestalt
Portada: Julieta Bracho-estudio Jamaica
Primera edición: noviembre 2022
© 2022, Francisco Fernández Romero
© 2022, Editorial Terracota bajo el sello Pax
ISBN: 978-607-713-546-3
Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento.
DR © 2022, Editorial Terracota, SA de CV
Av. Cuauhtémoc 1430
Col. Santa Cruz Atoyac
03310 Ciudad de México Tel. +52 55 5335 0090
www.terradelibros.com
Impreso en México / Printed in Mexico
2026 2025 2024 2023 2022
5 4 3 2 1
Índice
Agradecimientos
Introducción
1. Una óptica. Modos de mirar
La mirada del comienzo
La mirada crepuscular
La mirada atenta
Ser mirados
Narrar lo mirado
2. Una estética. Modos de sentir
La estética de lo herido
La estética del silencio
La estética de la palabra
Estética de la lentitud, la espera y la demora
La estética de lo pequeño, lo frágil, lo invisible
La estética de lo incierto y del claroscuro
3. Una poética. Modos de crear
4. Una ética. Modos de responder
Experiencia
El otro como acontecimiento ético
Intemperie y amparo
5. Una erótica. Modos de ir al encuentro
Lo erótico como sed
Lo erótico como apertura a la vida
Los gestos y la caricia
El alma en los bordes
Bibliografía
Acerca del autor
A Mónica y a Lía, por nacerme el alma cada día
Agradecimientos
Gracias, en primer lugar, a Pilar Montes de Oca, cómplice y cocreadora de esta extraña propuesta que poco a poco ha echado a andar.
Gracias a cada uno de los y las colegas que desde México, y también desde Francia, Portugal y Venezuela, han sido parte de esta experiencia, y que con sus palabras, preguntas, miradas y presencias la hicieron posible: Alida, Jessica M., Claudia, Mary Carmen, Mónica, Leny, Silvia, María Elena, Aleida, Eloisa, Gaby, Érika, Ana, Jessica N., Gabriela D., Peik, Franka, Lydia, Carmen, Bibi, Lupita, Karime, Adriana, Verónica, Dylan, Eréndira, Isabel, Lis, Paco, Nancy, Miktlán, Yana, Alina, Jalisco,Francisco V., Gabriel, Kristel, Wen, Yola, Gaby P., Belinda, Paula, Maru, Sofía, Fran, Ángeles, Paulina, Pilar C., Elda, Maribel, Karina, Vika.
Introducción
Este texto nace de un intento extraño, de un descubrimiento compartido y de las ganas de seguirlo compartiendo. Desde hace poco más de veinte años me dedico a la terapia y a la docencia de la misma. Mi modelo es la terapia Gestalt relacional. En los últimos años, he leído a muchos de los principales autores de este modelo, siempre aprendiendo, siempre asombrándome. Pero desde hace algún tiempo apareció una nueva posibilidad: una y otra vez, leyendo textos y autores que no son terapeutas ni escriben sobre terapia encuentro cuestionamientos y reflexiones que tocan profundamente mi ejercicio terapéutico. Miradas que desde la novela, la poesía, las artes plásticas, la educación, el cine, la música y la filosofía enriquecen y amplían mis modos de mirar lo que sucede entre los pacientes y yo en el consultorio.
Junto con Pilar Montes de Oca, amiga y colega, nos hicimos algunas preguntas: ¿Cómo sería profundizar en nuestro modelo terapéutico sin revisar libros de terapia ni leer, una vez más, a los autores básicos de nuestro modelo? ¿Podemos ampliar nuestra mirada terapéutica encaminándola hacia lugares y temas diferentes a la terapia? Estas preguntas nos llevaron a crear diferentes grupos de reflexión en donde la consigna fue (sigue siendo) justamente esa: ampliar nuestro quehacer hacia otros discursos y expresiones que arrojan luz sobre el ser humano. La experiencia ha sido enriquecedora: llevar nuestra atención a otros lugares nos permite pensar de formas nuevas y, a veces, ver lo que hasta entonces no habíamos visto o verlo de manera diferente.
De esos grupos de reflexión surge este libro. En él, las miradas y las voces que servirán de guía no son las de terapeutas gestálticos, aunque de algún modo, todos ellos (Perls, Goodman, Spagnuolo, Francesetti, Robine, Delacroix, Vázquez, Jacobs, Philippson, Vincent-Miller, Wollants) estén presentes. Elegimos otras miradas y otras voces. De filósofos (Lévinas, Derrida, Arendt, Joan-Carles Mèlich, Josep María Esquirol, Marina Garcés, Byung-Chul Han), educadores (Carlos Skliar, Jorge Larrosa, Fernando Bárcena, Mercedes Calvo, Maxine Greene), escritores (Alessandro Baricco, J.M. Coetzee, Siri Hustvedt, Julio Llamazares, Mario Benedetti, Julio Cortázar), poetas (Hugo Mujica, Chantal Maillard, Juan Gelman, Mary Oliver, Roberto Juarroz, Octavio Paz), cineastas (Denis Villeneuve, David Lowery, Lars von Trier, Chloé Zhao, Win Wenders) y artistas (Pina Bausch, Sebastião Salgado, Keri Smith, Marina Abramović).
Se trata, entonces, de pensar-sentir la terapia Gestalt relacional desde lugares nuevos, desde miradas, ideas, propuestas y palabras que no suelen ser las nuestras. Salir del lenguaje conocido para internarnos en otras lenguas. Asomarnos por otras ventanas para contemplar el jardín de siempre desde ángulos distintos. Dejarnos llevar por la curiosidad, por el asombro, por la ternura, por el juego. Perdernos también, porque no habíamos caminado por estas calles, confiados en que perderse puede ser una forma de encontrarse.
Propongo acercarnos a la terapia Gestalt relacional desde cuatro lugares, desde cuatro ventanas: como un modo de mirar, es decir, una óptica; como un modo de sentir, es decir, una estética; como un modo de responder, es decir, una ética y como un modo de ir al encuentro, es decir, una erótica.
Una figura en movimiento, que palpita, se contrae y se expande. No es un cuadrado pero veo cuatro lados, cuatro ángulos. Hecha de miradas, de palabras, de gestos, de silencios, de esperas, de emociones, de historias, de cuerpos. Una figura que cambia, que danza o que vuela. Su vuelo no es el vuelo sorprendente del águila o el sobrenatural del ángel. No, volvamos a la tierra. Su vuelo es más el de aquella bolsa de plástico en American Beauty, la película de Sam Mendes (1999); o quizá el de la hoja seca llevada por el viento; acaso es el vuelo de un papalote de papel manejado por un niño o una niña. Vuelo frágil, torpe a veces, titubeante siempre. Se eleva sí, y luego cae. Vuelve a elevarse un poco sucio de polvo y vuelve a caer, así, una y otra vez. Como todas las cosas humanas.
Cada vida desborda su grieta, su temblor
con el que aletea.
Hugo Mujica
1. Una óptica
Modos de mirar
Instrucciones para vivir una vida:
Prestar atención.
Asombrarse.
Contarlo.
Mary Oliver
El ojo no es inocente nunca.
Chantal Maillard
A través de la mirada el mundo entra en mí, pero también yo entro en el mundo, me sitúo en él, me reconozco parte. El mundo me llama a través de los ojos, por eso tiene formas y colores y luces y sombras. Ven, le dice el mundo a mis ojos. Ven. Abro los ojos y al abrirlos voy y llego y soy en el mundo.
¿El mundo estaba antes de que yo abriera los ojos? La respuesta fácil es decir que sí: el mundo estuvo antes y estará después. Pero ¿estaba para mí? ¿Y si no estaba para mí, estaba? Quizá cuando abro los ojos, el mundo se crea con mi mirada. Surge. Mirar entonces es un acto de creación. Creo el mundo al mirarlo. Dicen que Dios dijo Hágase la luz
. Quizá es que Dios abrió los ojos. Quizá cada vez que abro los ojos soy un poco dios, no el de las barbas sino uno con minúsculas, frágil, de bolsillo. Hágase la luz
, dicen mis ojos. Y la luz se hace. Y el mundo. Y yo en el mundo.
Mirar es también elegir cómo se mira, y desde dónde; es ubicarse, saber que miro desde aquí y no desde allá, desde mí y no desde otro (nunca sabemos con certeza cómo mira el otro). Es saber que miro solo una parte pequeñísima: esto, aquí, ahora, pues cuando miro esto no puedo mirar lo otro, cuando miro aquí no puedo mirar allá. Mirar es tener muchas miradas. Cada cosa del mundo, cada otro u otra hacen nacer cierta mirada. No es lo mismo mirar por primera vez que mirar por última. Hay la mirada del comienzo y la mirada crepuscular. Hay la mirada del espectador, la del consumidor, la del juez, y hay la mirada que deja que el mundo entre y llame. Cada otredad hace surgir una mirada. Lo dice el poeta mexicano Raúl Bañuelos (1996):
En ti es todo lo que miras.
Con la mirada cosemos el mundo
o lo deshilamos.
Deshilamos la cascada.
Tejemos el horizonte.
Un árbol necesita un ojo sostenido.
La nube: una ojeada lentamente rápida.
Para un bosque hace falta un día completo
o un instante de contemplación absoluta.
Para un pájaro la oreja ve.
Y una parvada desaparece en el parpadeo.
Es de ti todo lo que mires.
Pero entonces Raúl, ¿es de mí o es en mí todo lo que miro? No quiero que sea de mí. No quiero apropiarme de lo que miro. Ya son tantas las miradas que se apropian o intentan hacerlo, que colonizan, que atrapan, que acumulan. Mío el pájaro que veo, mía la nube, mío el rostro que me ve a lo lejos. Al final, mi cuerpo se doblará de tantas cosas que he hecho mías al mirarlas. ¿Dónde voy a guardar tanto pájaro, tanta nube, tanto rostro? No los quiero míos. No quiero la mirada acaparadora que llena los bolsillos de los ojos hasta que se rompan sus costuras. Una vez que uno empieza a acumular no se detiene nunca. Y entonces viene el miedo a perder lo propio, a que me lo quiten, a que me lo roben, a que se lo lleven. ¿Qué haces tú con mi pájaro? ¿A dónde vas con esa nube mía? ¡Devuélveme ese rostro!
Prefiero, Raúl, que sea en mí todo lo que miro, es decir, hacerle un lugar y que me habite, sabiendo que así como llegó un día se irá. Pájaro en mí, nube, rostro en mí, y luego ya no en mí sino allá lejos. Así habrá un espacio siempre disponible, en mí, para ese u otro pájaro, esa u otra nube, ese rostro y aquel otro. Yo no soy dueño del rostro de mi hija ante su primer arcoíris. ¿Cómo podría serlo? Pero en mí vive ese rostro.
Digo en mí y me expando, hago sitio, abro la puerta, entra el aire. Cabe en mí, pero no pesa ni siento miedo de perderlo. ¿Cómo podría perder lo que nunca fue mío, lo que me niego a poseer?
En mí entonces, no de mí. En mí, Matilda la gata bañándose con su lengua, en mí el cuerpo de mi hija que se escapa de la infancia, en mí el color jacaranda de las jacarandas, en mí la primera vez que vi el mar que se parece tanto a todas las otras veces, en mí la lagartija que se cuela por entre las piedras, en mí el destello de la semilla del colorín, en mí los ojos de mi Otra, en mí el patio de la casa de mi abuela, en mí el fuego de la chimenea. ¿Qué hay en ti porque lo miraste? ¿Cómo te amplió y te habita?
Mirar es crear lo que miro, es ser habitado y hacer sitio a lo que no soy yo y entonces ser lo que no he sido.
Goran Petrović es un escritor serbio capaz de crear a través de sus palabras una belleza extraña y tenue. Es enorme y tiene cara de gigante bueno. En la presentación de uno de sus libros alguien le pregunta: ¿Cómo haces para crear magia en lo que escribes?
. Y él responde: "Cada vez vamos perdiendo más partes de lo que somos, cada vez hay más cosas que no nos importan, que nos son indiferentes. Dejamos de ver los detalles. Y yo, estoy obsesionado con los detalles. El momento en que algunas motas de polvo vuelan despacio y son iluminadas por el sol. Eso es la magia. Para mí, la magia es ver".
¿Qué imagen del mundo te tocó hoy? ¿Qué imagen te conmovió o te invitó a quedarte? ¿Puedes evocarla ahora mismo? ¿Volverla palabras?
A veces ocurre que no miro. Perdido en mi cabeza salgo a la calle, atravieso el parque, llego al mercado, vuelvo, y luego me doy cuenta de que no vi nada. Vi sin ver. La mirada convertida en un mero instrumento de navegación. Fui al mundo y volví sin él. Quiero hacerlo de otra manera: ir al mundo a mirar. Entonces, disminuyo la velocidad porque no puedo mirar de verdad desde la prisa. Entonces, hago silencio en mi cabeza porque no puedo mirar si estoy lleno de palabras. Entonces dejo que las cosas vengan a mis ojos. Mirar es una lentitud, un silencio, una apertura. Me propongo no ir al mundo sin mirarlo. Te propongo lo mismo, ahora, allí donde estás, haz una pausa: ¿Qué invita a tu mirada? ¿Habías mirado con detalle eso que miras? ¿Cuántas veces aquello ha estado ante tus ojos sin mirarlo? Luego sal, no hace falta ir lejos. Sal y mira. Y trae del mundo una imagen, no para que sea tuya sino para que se guarde en ti.
Santiago Alba dice que nos relacionamos con (y miramos) las cosas y el mundo de tres formas: desde el hambre, desde la utilidad y desde la maravilla (cfr. 2007, pp. 168-172). Miro para consumir y devorar lo que miro. Vivimos con esa hambre inagotable. Miro buscando la utilidad de lo que miro, para usarlo. Más que mirar algo, miro el modo en que me sirve. Ir a un centro comercial es una especie de moderno ritual para entrenar la mirada a volverse siempre consumidora:
En el amontonamiento de riquezas de unos grandes almacenes hay exceso de todo y ese exceso resulta aplastante. La mirada enloquecida y guiada por una iluminación fastuosa que mana a raudales de todas partes no puede abarcar el conjunto de los manjares ofrecidos a la codicia. Antes de elegir tal o cual objeto, de dejarse embriagar por la sinfonía de colores y de marcas –pues todo en este despliegue está clasificado, ordenado, dispuesto según una estrategia de la visibilidad absoluta–, uno se embriaga de los bienes que no adquirirá y que se limita a acariciar con la mirada. Ser consumidor significa saber que en los escaparates y en las tiendas siempre habrá más de lo que uno pueda llevarse (Bruckner, 1996, p. 48).
Mirar para poseer o al menos para desear poseer. La mirada del consumidor nos aleja del mundo que miramos, nos pone al otro lado de la vitrina, calculando costos y ganancias. Hay otra mirada que nos separa: la del espectador.
Hoy, como nunca antes, tenemos acceso a todo lo que sucede en el mundo, casi en el mismo momento en que ocurre, a través de esa ventana múltiple que es la pantalla. Desde allí podemos observar y ser testigos –espectadores– de todo. Podemos llevar esa ventana a donde vayamos. No salimos sin nuestra ventana portátil. Podemos olvidarlo todo menos a ella, y si no la llevamos o si se descargó su batería, o si no hay conexión, nos encontramos de pronto en una especie de limbo, de no-lugar, ajenos a lo que sucede sin nuestra mirada. Pero ser espectador del mundo no es igual que ser parte de él, que implicarse en él, que habitarlo. Jorge Larrosa (2006) me recuerda que aunque casi todo pasa ante nuestros ojos, casi nada nos pasa, casi nada se vuelve experiencia, casi nada nos toca de verdad, casi nada deja en nosotros una marca, una herida, una huella. Casi nada nos convoca o nos transforma.
Acostumbrados a ver el mundo y a los otros a través de una pantalla, convertidos en imágenes y en pixeles, su realidad, su encarnación, ya no nos es accesible. Los otros y otras que pasan a nuestro lado no son