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L a ciudad de Enoc se erguía en medio del mar Negro. Cuando Caín mató a

su hermano Abel fue desterrado por Dios y maldecido por toda la eternidad. Entonces
caminó y caminó desamparado por las peligrosas tierras infestadas de demonios, pero
ninguno le atacó. Estaba protegido por la marca de Dios. Allí conoció a Lilith y tuvieron
su primer hijo. Para celebrarlo, fundó una ciudad sobre las tierras deshabitadas de Nod,
y la llamó igual que su retoño. Así surgió Enoc.

Las afueras de esta ciudad estaban compuestas por lo que se denominaba “El bosque
maldito”. Una terrible ciénega cuya vegetación se alimentaba de la sangre y energía
vital de quien ambulase por ellas. Gabriel recordaba como cuando era más joven se
escapaba a aquel lugar a entrenar y matar diablos. Ahora no tenía tiempo ni ganas de
entretenerse con las molestas plantas. Un enorme arco de mármol negro se alzaba ante
él mostrándole que si lo cruzaba se hallaba en Enoc. Enormes torres desafiaban el cielo,
amenazantes. Estaba completamente seguro de que allí se encontraba Selene. No tenía
muy claro por qué lo sabía, pero sentía la necesidad de volver al último lugar en que la
había visto.

No le costó ningún esfuerzo encontrar el lugar. En cuanto vio una estatua decapitada
sabía que era ahí donde había ocurrido todo. Se trataba de un estrecho callejón que al
final daba lugar a un ensanchamiento, donde se erguía la estatua del arcángel Uriel
decapitado. Incluso pudo distinguir el punto exacto. La piedra del edificio estaba
arañada, las marcas de las manos de su hermana en un intento de resistirse seguían allí.
Alguien se había molestado en limpiar la sangre, pero no su sufrimiento. Se apoyó
contra la pared intentando reprimir sus sentimientos. Ahora entendía por qué nunca se
había atrevido a regresar. Algo afilado cortó su cuello. Sintió un aliento frío sobre la
nuca y al girar la cabeza como pudo, se topó con dos ojos grises.
—Bienvenido a mi ciudad, señor Leirbag. ¿O debería decir Gabriel?
El ángel intentó materializar su guadaña, pero algo le estaba oprimiendo.
—No…—seguía hablando Caín— Definitivamente el nombre más adecuado para ti es
Lucifer.
—¿Dónde está Selene?
—Donde nadie pueda ponerle sus manos encima— le siseó, oprimiéndole con más
fuerza aún. Enroscó su reptiliana cola alrededor de su cuello y comenzó a estrujarle los
huesos.
Aquel demonio era bastante fuerte y sabía demasiadas cosas. No estaba la cosa como
para escatimar así que no le importó a Gabriel desatar su poder más de los límites que se
había autoimpuesto. Comenzó a emitir una suave luz blanco-azulada y Caín tuvo que
apartarse repentinamente al sentir un calambrazo. Las partes de su cuerpo que habían
estado en contacto con el ángel le dolían intensamente además de que algo no iba bien,
no parecían responderle a su voluntad.
—He alterado las corrientes nerviosas de tu cuerpo—le explicó Gabriel mientras se
colocaba en su sitio los huesos del cuello.
Efectivamente, el diablo había perdido el control de sus manos y de su cola. Ésta última
se enrolló esta vez alrededor de su propia garganta mientras intentaba reprimir que sus
propias manos agarrasen su sable sin su permiso. Podía sentir la impasible mirada de su
adversario clavada sobre él. Intentó pronunciar unas palabras en una lengua que Gabriel
no entendió y unos caracteres rojos se iluminaron sobre la hoja de su arma. El sable se
elevó y cortó la extremidad que le estaba oprimiendo a su amo. Una vez liberado,
descargó su propia energía oscura sobre sí mismo, para volver a ajustar su sistema
nervioso. Gabriel seguía traspasándole con la mirada. Caín se incorporó como pudo y
extendiendo el ala hacia atrás, hizo que surgiesen del suelo seis clones suyos. Sin
embargo, ni siquiera habían terminado de salir y comenzaron a deshacerse.
—He venido hasta aquí de noche por algo—el ángel señaló con la cabeza hacia el cielo
—. Hoy hay luna llena.
Caín sabía que Ireth se encontraba más animada las noches de luna llena, ¿sería que su
hermano también?
—La luna me da ventaja, así que ninguna de tus ilusiones podrá engañarme. De hecho,
puedo verte tal y como eres en realidad…
Caín no pudo evitar mirar hacia la luna. Había algo en ella extraño, como si le estuviera
drenando la energía poco a poco. Horrorizado, decidió que tenía que acabar ese combate
lo antes posible. Su contrincante resplandecía en medio de la oscuridad de la noche,
impasible, con su enorme guadaña apoyada en su hombro y su larga melena agitada por
el viento. Sus ojos y la luna iban tornándose cada vez más rojos a medida que ésta iba
absorbiendo energía. Sobre las dos grandes alas blancas aparecieron cuatro alas más, tan
negras como la noche. Gabriel, el ángel de la Muerte, o Lucifer, el Lucero del Alba,
ahora entendía por qué le llamaban así.

<< Seis alas. Yo sólo tengo una… >>—Así que mis sospechas eran ciertas.
Acababa de presenciar el resurgimiento de Lucifer. En otra situación se podía
considerar afortunado, pero ahora no estaban las cosas como para celebraciones. Había
llegado el momento de probar su nuevo poder, aunque prefería que ese momento se
hubiese demorado algo más. Todavía no estaba muy acostumbrado y le costaba
controlarlo.
—Un ángel que tiene poder sobre la noche, oculta su verdadero poder y se gana
fácilmente la confianza de los demás—siguió hablando el actual Satanás—. La verdad
es que resultaba bastante evidente. Me sorprende que no te hayan descubierto.
—¿Dónde está Selene?
—…Lástima que hayas vuelto demasiado tarde. Me temo que ya no eres nadie, Lucifer
—Caín había comenzado a liberar también su poder. Debido a la gran cantidad de
energía que emanaba, las rocas y piedra de los edificios se estaban comenzando a
desprender, formando un remolino entorno al diablo—.
¿Te sorprende que te llame por tu verdadero nombre? —exclamó el cainita mientras se
abalanzaba con su sable contra Gabriel—. Dicen que la primera vez es especial— se
burló, socarrón.

El choque entre ambas armas producía ondas expansivas que arrasaban con los edificios
más cercanos. Si seguían así la ciudad iba a quedar destruida y eso a Caín no le hacía
ninguna gracia. Le estaba costando bastante concentrar sus ataques en un solo punto, de
hecho, estaban siendo bastante descontrolados.
—Todavía no sabes controlar bien tu nuevo poder. ¿Y tú eres el que me ha sustituido?
—su voz sonaba completamente diferente. Mucho más profunda y fría, aunque todavía
podía percibir un atisbo de la personalidad del ángel.
—¿Para qué quieres a Selene? Ella está a salvo conmigo, tú no pudiste salvarla.
Caín aprovechó el momento de dudas que había creado para desaparecer y reaparecer
rápidamente detrás de él. Consiguió darle en el brazo.
—¿Qué para qué la quiero? —la herida se cerró lentamente.
—Si la llevas al cielo la utilizarán y explotarán.
—Es que yo no quiero llevarla al cielo —se detuvo un momento en el aire y comenzó
a soltar una larga carcajada. Caín no entendía qué le hacía tanta gracia—. Precisamente
porque sé que la están buscando. Por eso mismo quiero acabar con ella. Sería una buena
forma de estropear sus planes…
Aquella posibilidad no se le había ocurrido al diablo y le aterrorizó la idea. Eso le
enfureció mucho más.
—Entonces no tendré remordimientos en acabar contigo.
—¿Remordimientos? ¿El Rey de los infiernos?—volvió a reír— Eres patético.

Gabriel tensó sus plumas y cayeron como una lluvia de afiladas estacas sobre Caín, que
logró esquivarlas.
—¿Te has divertido robando mi vida? Lilith, el trono, Selene…
Nunca se lo había planteado así. Tenía que haber un modo de bloquear el poder lunar.
—¿Pensabas que me iba a quedar sin hacer nada? Tan solo esperaba el momento
oportuno —seguía con su discurso Lucifer.

Si hubiese alguna forma de llevarlo a una zona donde los rayos lunares no alcanzasen…
Echó a volar hacia los escombros de uno de los edificios que habían derribado durante
la pelea. Su intención era que lo persiguiera hasta allí, pero su rival no parecía seguirle.
Se encontraba cansado, muy débil. Ya casi no le quedaban fuerzas. Tenía que ponerse a
salvo como fuese. Si fallaba, Ireth…no quería pensar en aquello. Sacó fuerzas de donde
ya no le quedaban, pero la meta parecía estar cada vez más lejana. Con cada paso que
daba, tenía la sensación de que se alejaba dos más. Estaba tan concentrado en no caer
desmayado, que no le vio venir. Dos espadas se abalanzaron contra él como saetas y una
de ellas atravesó limpiamente en su ala, clavándose en el suelo. Le tenía sobre él, con la
guadaña alzada que en cualquier momento se hundiría entre sus entrañas.

De pronto, dejó de sentir esa fuerza invisible que le debilitaba. Sintió el olor a sangre
sobre su cuerpo y el frío líquido salpicándolo. Lucifer ya no se alzaba ante él
amenazante, sino de rodillas sobre el frío suelo. Una flor carmesí adornaba su pecho. Se
había atravesado con su propia arma, como si fuese una espada, y parecía estar teniendo
una lucha interna. La viscosidad de la sangre de su enemigo sobre él le hizo reaccionar
y logró extraer la espada que le inmovilizaba. Se quedó contemplando al ángel en
silencio. Se abrazaba así mismo mientras tiritaba. Su pelo caía lacio sobre su rostro y
encogía las alas.
—Rápido, ¡mátame! —su voz ya no sonaba fría ni amenazante, sino más bien le estaba
rogando—. Yo…Solo quería ayudar…hacer todo lo posible por los demás…
Caín, confuso, se acercó más hacia él.
—¿Lucifer?
—No...Soy Gabriel…¡El ángel Gabriel! El ángel blanco…

Caín contemplaba la escena seriamente. A pesar de que había torturado a muchos


ángeles para que cayesen en la oscuridad, ver a un ser así en esas condiciones era
desolador incluso para alguien como él. Estaba luchando con toda su alma contra su
parte oscura. Aquello no tenía mucho sentido si él era en realidad Lucifer reencarnado,
pero los restos de la personalidad del ángel parecían estar interfiriendo.
—Tienes que salvar a Selene…¡Sálvala! —le suplicaba, desesperado.

Aquella desesperación no era propia del ser que había estado a punto de acabar con él.
Ahora era algo patético, frágil, acabado. Y seguía luciendo hermoso. Aquellas eran las
criaturas perfectas de Dios, por dentro completamente rotas, pero por fuera siempre
aparentando perfección.
—Creo que podría ayudarte…Tu poder me será útil.
Gabriel pareció comprender sus intenciones.
—Todavía no has asimilado tu nuevo poder. Es muy peligroso que absorbas más—la
voz le temblaba mientras intentaba hablar con la de Gabriel.
—Lo hago por Selene, nada más. Mi vida no me importa.

Caín le empujó sobre la pared. Se encontraba muy cerca de sus ojos almendrados, de su
nariz perfilada y de sus esculpidos labios de mármol. Le acarició con sus dedos malditos
su sudoroso rostro y los bajó hasta untárselos con la sangre de la herida de su pecho.
Con esa sangre le dibujó una cruz invertida en todo su semblante y acercó sus labios a
su boca, mordiéndole el labio inferior. La habilidad original de Caín consistía en
absorber la energía de los demás a través de su aliento. Quizás de allí había
evolucionado la habilidad de los vampiros. Gabriel permaneció todo el tiempo con los
ojos muy abiertos, a pesar de que lo único que conseguía ver era el oscuro cabello del
diablo.

Bebió de su poder oscuro que le abrasaba la garganta como si bebiese nitrógeno líquido
y le embriagaba como el más fuerte de los licores. No soportó demasiado. Aquella
oscuridad era mucho más venenosa de lo que se había imaginado. Le costaba creer que
ese ángel conseguía resistírsele. Se separó de él con los labios doliéndole agudamente.
Al soltarle, el ángel cayó de nuevo sobre el suelo.
—He conseguido extraerte algo, pero si hubiese seguido habría sido peligroso para
ambos.
Se alejó de él unos pasos dándole la espalda. Podía sentirle aún temblando. Se volvió
una vez más y le arrojó a sus pies una pequeña llave de cobre. Gabriel se le quedó
mirando, interrogante.
—Es una copia de la llave del depósito de los cazadores. Allí están encerrados los
ángeles que están a punto de caer en la oscuridad. Ya no tienen salvación así que en el
fondo les harás un favor. Date un festín en honor al nuevo señor infernal.

El satán se disipó entre la niebla dejando a Gabriel temblando, mientras contemplaba la


llave y lo que eso implicaba.

()
En cuanto regresé de nuevo a mi castillo ella salió a recibirme inmediatamente.
—¡Caín! ¿Qué ha pasado en la ciudad? ¿Estás bien? Se te ve herido, déjame curarte
Elevó con sus ágiles manos mi brazo y mientras lo acariciaba sutilmente, emanaban de
sus yemas chispas azuladas. El mismo brazo con el que instantes después la abofeteé.
La expresión de sorpresa, terror, rabia, odio y todo entremezclado, dando lugar a
lágrimas que empañaban sus anhelantes ojos, me atormentaría de ahora en adelante
durante mis pesadillas. ¿Por qué tenían que ser así las cosas? Todo sería mucho más
fácil si ella se comportase de forma obediente y pensara con la cabeza antes de actuar.
¿Cómo la explicaba el miedo que había sentido al descubrir que ese ángel la había
encontrado? ¿Cómo hacerla entender que no puede pasarla nada malo porque entonces
yo me derrumbaría? Del golpe se había caído sobre la cama mientras me seguía
desquebrajando por dentro con esa mirada. No, eso no es lo que quería. Lo único que
importa es esa sonrisa suya que tanto me reconfortaba. Si para que sonriese tendría que
dejarla partir entonces lo haría, aunque eso significase perderla. Yo no quería hacerla
llorar, ni lastimarla. Sólo protegerla. Hacerla mía, susurrarle todo lo que siento mientras
me entrego a ella, mientras nos entregamos. Me senté sobre el colchón tendiéndome
sobre ella. Seguía temblando.
—Ireth, no temas. Yo te protegeré, te haré mi reina oscura. Así nadie se atreverá a
acercarse a ti —le susurré mientras la oprimía entre mis brazos. Sus lágrimas sabían a
anís. Bajé mi cabeza para buscar sus labios, pero me recibieron formando las palabras
que siempre temí escuchar de ellos.
—Eres un monstruo.
Sí, lo era, siempre lo supe y por eso siempre intenté contenerme con ella, pero ¿lo decía
en serio o sólo porque estaba dolida?
—Ireth, ahora tengo el poder suficiente para poder hacerte un demonio completo.
—¿Y si ya no quiero serlo?
—Pensé que estabas cansada de la pintura y de ser despreciada…
—Sí, estoy harta de que me despreciéis tú y todos los demás. Y estoy harta de fingir.
Aléjate de mí, Caín, no me hagas más daño.
Sus palabras se ahogaban antes de concluir. Sé que estaba intentando contener el llanto
delante de mí. Si me iba ahora la perdería para siempre. Ignoré sus protestas e hice lo
que siempre quise hacer. Ella me golpeaba pero no me importaba, el roce de su piel con
la mía era muy placentero y su boca me sabía a gloria. Hasta que sentí el frío metal
dentro de mí. Al principio estaba tan entregado que no lo percibí, pero después vi la
sangre sobre su piel, mi sangre. Me había clavado el puñal que una vez la regalé. La
hoja era especial ya que las heridas que habría difícilmente podían ser curadas.
Recordaba perfectamente cómo había tenido que infiltrarme en la habitación de Brella
para conseguir los ingredientes. Todo el fuego que sentía en mí se disipó. Ahora todo
era frío, sobretodo su aliento sobre mi cara.
—Por favor, déjame—me suplicaba.

()
Belcebú miraba sus cartas con poco entusiasmo. Había apostado con Astaroth a que
Nosferatus iba a ser castigado y parecía que había ganado. El perdedor, que en ese
momento llevaba el cabello verde oscuro, ahora intentaba presionarlo para que
aumentase la apuesta y pudiese recuperar lo que había perdido, pero no parecía muy
interesado en las cartas.
—Ya te advertí de que no deberías haberle enfurecido —le recordó El Señor de las
Moscas.
Nosferatus estaba bastante enfurecido. Había devorado a todo su harem de vampiresas
excepto a Zadquiel y a otra más, y seguía de mal humor. Las heridas ya se le habían
curado, pero le quedaba el recuerdo y la humillación. Era un ser bastante orgulloso.
—Te avisé de que no le hicieras nada a la chica —le recordó el príncipe —. Sabías que
iba a ser coronado.
—Esta noche pienso devorar a Zadquiel. Ya me cansé de esperar.
—Sabes que eso no sería bueno para ti —intervino Samael—. La sangre de un ángel
acabaría contigo.
—Lleva demasiado tiempo aquí comiendo de nuestra comida y respirando de nuestro
aire maldito. No creo que su sangre me sienta mal.
—¿Y cuando hayas hecho eso qué pasará?
—Pues buscaré una nueva víctima. Podría ser la puta de tu hijo. Ya que he sido
castigado por tomar un poco de su sangre, debería tomarla entera.
—Deberías respetar a tu señor. Ahora es rey.
—Que arda en el Infierno. ¿Por qué no acabamos con él? No necesitamos un rey por
mucho que el valquirio ese insista. Al fin y al cabo los que en verdad mandamos somos
nosotros.
—Es más divertido hacerle pensar que tiene poder. Además, tengo planes para él.
—¿Por qué es tan importante para ti ése chico? —preguntó Belcebú revelando sus
cartas.
—Porque él es la prueba de que esa noche existió —respondió tras meditarlo,
hundiendo su rostro entre sus largos dedos.
—Qué estupidez. Sigues siendo un maldito ángel —le espetó Belcebú.
Samael hizo caso omiso a aquellas palabras. Llevaba demasiado tiempo siendo
cuidadoso y esforzándose, no tenía por qué tirarlo todo por la borda ahora.
—Di que sí Samael. Pronto estaremos de nuevo en el cielo recuperando los que nos
arrebataron esas sabandijas —exclamó Astaroth mientras mostraba sus cartas. El duque
enarcó una amplia sonrisa al ver el resultado—. ¡Ja! Te ha salido la muerte invertida,
por lo tanto he ganado yo.
—Toma todo el maldito dinero, a mí no me sirve para nada —le decía mientras le
arrojaba los papeles manchados de sangre. Astaroth siempre se inventaba las reglas en
cada partida así que no tenía sentido discutirlo. Si se le quería ganar tenía que ser con
sus propias reglas.
—No es tu dinero lo que tienes que darme —le susurró con gélidas palabras.
—Lo que he apostado. No soy tan imbécil como para devolverte aquello.
El duque frunció los labios y no le quedó más remedio que resignarse. La culpa era del
alcohol. Se encargaría de arrancarle la lengua al que le sirvió la bebida. Aún así no
permitió que eso le bajara el estado de ánimo. Había tenido sus dudas con lo del castigo
del vampiro, pero con lo que veía en las cartas lo veía más nítido.
—Pues yo lo tengo claro. Voy a vengarme de ese maldito ángel —les dijo Astaroth
firmemente.
—¿Cuál de todos ellos? —preguntó Nosferatus sarcástico.
—De la mocosa entrometida que se metió en la sala V.I.P. Si no llega a ser por Samael
me habría quemado hasta el tercer ojo.
—Pero la vieron con Caín, te recuerdo —le advirtió Belcebú.
—Les vieron juntos una noche, ¿y qué? Eso no significa nada. Cada noche se le puede
ver con varias.
—Será mejor que no te entrometas con esto —le reprochó Samael—. Ese ángel es un
asunto de nuestro Señor Oscuro. No creo que le haga mucha gracia que interfieras en
sus planes.
—Las cartas nunca mienten —insistía—. Mirad: ¡el as de espadas y el rey de oros! Y
más oros y más espadas —les decía señalando los naipes—. ¡Venganza y éxito!
—Y también te ha salido el loco1.

1
Carta del tarot que no suele ser portadora de buenos augurios. (The fool en inglés)
—A estas alturas ya deberías saber que siempre me sale esa carta —canturreó en una
carcajada sonora.
—Eso mismo dijiste la noche antes de la boda de Zadquiel —seguía insistiendo el
ángel renegado. La expresión en el semblante del duque se ensombreció—. Sobreviviste
a la explosión de Metatrón pero te molesta una muchacha.
—Por eso mismo. No pienso tolerar una más —y dicho aquello, se levantó mientras se
colocaba su sombrero de copa sobre su larga y llamativa melena y desapareció como si
de un truco de magia se tratara. Samael parecía intranquilo.
—Déjale —le dijo Nosferatus—. Uno menos para disputarnos el poder —sus astutos
ojos resplandecían sedientos.

()
Desde el incidente del día anterior los arcángeles habían acudido a vigilar la situación.
Raphael se encargó de curar a Ancel y éste ya estaba de vuelta con sus amigos. Le había
dado muchas vueltas a lo que Amara le había dicho el día anterior. No comprendía por
qué todavía no la había delatado. Todavía no era demasiado tarde, podría salvarla si la
ayudaban a tiempo. Y comprendía menos aún por qué no lo había hecho cuando
Raphael le había llamado. Él no era el único que estaba preocupado por la chica. El
Gran Médico también lo estaba y le había pedido que la vigilase. Lo que le faltaba. Pero
aún así, lo único que hizo fue asegurarle de que lo haría. Le había mentido a un
arcángel. ¿Hasta qué punto sería capaz de llegar por ella?

—¿Pero de verdad que no recuerdas nada? —insistía Yael a su amigo.


—Os estoy diciendo lo que pasó: me pilló una ola y me ahogué, y cuando creí que no
iba a aguantar más, noté algo desgarrándome el hombro y Gabriel aparece en imágenes
confusas…—les volvió a relatar mientras se llevaba inconsciente la mano a la herida del
hombro.
—Pero te han dicho que se trata de un mordisco, ¿no? —le preguntó Nathan. Su amigo
asintió con la cabeza.
—¡Ya está! ¡Vampiros! —exclamó Yael.
—¿Vampiros? ¿En el mar? —al elemental no le convencía demasiado esa teoría.
—¡Vampiros acuáticos! Se ocultan de los rayos del sol en las oscuras profundidades y
de vez en cuando se acercan a la costa a por víctimas —explicó Yael mientras ponía voz
misteriosa.
—Lo que os quiero decir es que siempre que estoy con Gabriel a solas me atacan —
intentaba hacerles entender.
—Te recuerdo que podríamos estar suspensos sino fuese por él…
—Ya, pero es inevitable que me mosquee.

Se callaron en cuanto llegaron al campamento, donde Gabriel los esperaba sentado junto
a fuego de una hoguera. Tenía la mirada perdida entre las llamas y no reaccionó hasta
que le saludaron.
—¡Ancel! Me alegro de que ya estés bien. Sentaros, los demás estarán a punto de
llegar.
Ellos accedieron aunque Ancel parecía bastante incómodo.
—Hemos perdido un día de clase —protestó Nathan.
—Lo sé. Los de La Inquisición lo han complicado todo llamando a los arcángeles,
pero al fin y al cabo vuestra seguridad es más importante. Mañana lo recuperaremos
trabajando el doble de duro —les dijo añadiendo una sonrisa al final.

Cuando todos estaban reunidos frente al fuego, su profesor les enseñó un ánfora de plata
con diferentes piedras preciosas incrustadas en torno a ella.
—Os he traído la ambrosía2 —se formó un pequeño revuelo de entusiasmo—. No se os
deja tomarla hasta el banquete de graduación, pero yo considero que ya podéis.

La bebida de los inmortales. Quien la bebiese su sangre se volvería incolora y mortífera


para los mortales que se pusieran en contacto con ella. Muchas armas de los ángeles
estaban cubiertas por esta sangre, denominada icor.3 Era útil contra los cainitas. Nathan
saboreó lentamente el líquido ambarino. Era cierto que sabía siete veces más dulce que
la miel y el aroma de las flores con las que estaba elaborado le embriagó.
—Una bebida así debería de tomarse en un cáliz de oro y marfil, pero sigue sabiendo
igual de bien —les decía Gabriel tras pegar un largo trago. Nathan observó de reojo
como Ancel se llevaba su odre a la boca. Se había mantenido escéptico de probarlo a
pesar de que no podía disimular las ganas que tenía de hacerlo, hasta que vio a su
profesor servirse de la misma ánfora que les había ofrecido a ellos.
—Beberé hasta que mi sangre se vuelva incolora y con ella teñiré la punta de mi lanza.
¡Los cainitas temblarán al verme! —le escuchó decir a Haziel. Para que eso pasara tenía
que beber demasiado. Por unos tragos no se le iba a volver la sangre incolora.

Pasaron la velada bebiendo, charlando y bromeando. Gabriel les contó varias anécdotas,
historias sobre batallas que había librado. Nathanael cada vez sentía más admiración por
su maestro. Sabía ser una persona amable y agradable entre los suyos, pero infalible
contra sus enemigos.
—¿Cómo se enamoró de Iraiel? —le preguntó un animado Yael.
Gabriel suspiró mientras alzaba la vista al cielo estrellado. De vez en cuando el volcán,
todavía activo, arrojaba al espacio pequeños fragmentos de lava.
—Eso es una bonita historia —suspiró sonriéndose a sí mismo—. La conocí en la
primera misión en que me pusieron al mando. Yo era el más joven de todo el equipo y
estaba muy nervioso. Todos ellos habían participado en más misiones que yo. Ella era la
segunda al mando y chocábamos constantemente. Yo era bastante impulsivo, además de
que estaba acostumbrado a ir en solitario, sin tener que preocuparme de los demás. En
cambio, ella es muy estratégica, siempre le gusta analizarlo todo y preparar trampas
para el enemigo. En una de nuestras discusiones me cansé de ella y la dije que
estuvieran quietos, que les iba a demostrar que no los necesitaba, y partí a enfrentarme
al líder de los demonios, un conde infernal. Ella no me obedeció y ordenó preparar una
emboscada para atrapar a todos los demonios. Conseguí derrotar al conde, pero cuando
regresé me encontré con que los habían hecho rehenes a todos. La rescaté a punto de ser

2
En la mitología griega, la ambrosía (en griego ἀμβροσία) es unas veces la comida y otras la bebida de
los dioses. La palabra ha sido generalmente derivada del griego ἀ- (a-, ‘no’) y μβροτος (mbrotos,
‘mortal’), por tanto comida o bebida de los inmortales.
3
En la mitología griega, el icor (en griego ἰχώρ ikhôr) era el mineral presente en la enrarecida e incolora
sangre de los dioses, o la propia sangre. Esta sustancia mítica, de la que se decía a veces que también
estaba presente en la ambrosía o el néctar que los dioses comían en sus banquetes, era lo que los hacía
inmortales. Cuando un dios era herido y sangraba, el icor hacía su sangre venenosa para los mortales,
matando inmediatamente a todos los que entraban en contacto con ella.
En esta historia, para que la sangre se vuelva incolora, hay que pasar muchos años bebiendo esta bebida,
por lo que no todos los ángeles tienen la sangre incolora.
violada por el que había sustituido a su amo. Recuerdo perfectamente cómo la miraba
ese desgraciado —masculló apretando fuertemente su puño—. Bueno, el caso es que
cuando la rescaté me la encontré temblando, con los ojos cerrados sin atreverse a mirar.
Ni siquiera se había dado cuenta de que había sido salvada. Y bueno, me salió solo...
Quería consolarla y lo único que se me ocurrió fue besarla —en sus mejillas había
aparecido un pequeño rubor al recordarlo todo.
—Así surgió todo —concluyó Nathan que se había imaginado a Amara en el papel de
Iraia todo el tiempo. Era una historia que sólo parecía pasar en los cuentos.
—No, ¡qué va! Me abofeteó. Decía que con qué derecho hacía yo eso. Por lo que
decidí que lo mejor sería ignorarla; hiciese lo que hiciese no la iba a gustar…Pero
cuanto más pasaba de ella, más detrás de mí iba. Hasta que un día la pregunté qué era lo
que quería de mí.
—¿Y qué quería? —preguntó Yael que ya se imaginaba la respuesta.
—Mujeres…—volvió a suspirar—Pues que la besase de nuevo como había hecho la
otra vez. Me empujó contra la pared y me puso una espada de materia oscura que habría
robado a algún demonio, sobre mi cuello amenazándome con que si no lo hacía como la
otra vez me cortaría la cabeza.
—Se nota que sí que la dejaste satisfecha —rieron los jóvenes ángeles.
—Mucho más que satisfecha. Ella sólo me había pedido que la besara como aquella
vez, pero yo soy muy generoso y la di mucho más —les contó con una sonrisa pícara.
Todavía podía recordar lo que sintió en aquellos momentos, mientras se hundía en sus
espesos bucles y el sudor bañaba sus cuerpos—. Lo que hagáis más adelante es cosa
vuestra, pero de momento concentraros en aprobar y en cumplir las normas.
—¿Y lo de guiar a los muertos cómo funciona? —le siguió preguntando Yael.
—¡Qué cambio de tema! De amor hemos pasado a hablar de muerte. Yo sólo me
encargo de conducir a las almas al Purgatorio, —les seguía contando— lo que después
les pase no es cosa mía, para ello tienen a sus ángeles guardianes y al juez Raguel.
Cuando siento que alguien me necesita, acudo. Pero no puedo encargarme de todos los
que me necesitan a la vez así que tengo a Azrael y a sus moiras4 que trabajan para mí.
—Los humanos dibujan a la muerte como un ser encapuchado y de negro —dijo
Haziel.
—No siempre. En algunos sitios el blanco representa muerte. Los humanos sólo
pueden ver el nivel físico por lo que para ellos somos invisibles al no ser que nos
queramos mostrar, pero existe gente que sí que puede ver más allá. Son esas personas
las que hablan de un ángel radiante vestido de blanco. Algunas veces incluso me
confunden con una mujer.

El fuego se consumió y los ángeles se retiraron a descansar, mañana les había dicho que
iba a ser un día muy duro. Gabriel se fue a su cueva terminándose lo que quedaba de la
bebida divina.

4
Las Moiras, el equivalente griego de las Parcas romanas (Nona, Décima y Morta) y de las Nornas
nórdicas (Urd, Verthandi y Skuld), eran tres: Cloto, Láquesis y Atropos. Personifican el Destino que rige
con igual inflexibilidad tanto la existencia de los hombres como la de los dioses.
Se las suele representar bajo la forma de tres pálidas ancianas que hilan en silencio a la tenue luz de una
lámpara de aceite.

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