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PLAN B Nº 35, Jueves 2 de Dciiembre de 2004

ALEJANDRA MATUS
cartas@plan-b.cl

“La Armada me torturó hasta hacerme perder a mi hijo”

Haydeé Oberreuter hacía fila en un pequeño supermercado de playa hace unos


años, cuando le ocurrió algo perturbador. El aroma del hombre que la precedía en la
fila, una mezcla de piel y perfume, despertó en ella pesadillas que la mayoría de las
personas no se atreven siquiera a soñar. Fuera de sí, se le abalanzó por la espalda:
"¡Criminal!, ¡Mírame ahora, mírame!", le gritaba mientras lo zarandeaba y reconocía
el cuerpo, el tamaño, la presencia de su torturador.

El hombre estaba con su esposa y la miraba en silencio, aterrado. Haydeé sintió el


reproche de los demás clientes del minimarket y titubeó. El Hombre aprovechó ese
momento para salir y subirse a su auto. Haydeé lo siguió. En el parabrisas vio una
placa: "Armada de Chile". En vano rasguñó la tierra solidificada para lanzársela
sobre el auto. Cuando el vehículo partía, vio que desde el vidrio trasero la miraban
dos niñitas. Entonces se arrepintió.
Esta mujer de 51 años entregó su testimonio ante la Comisión Valech, pero incluso
ahí prefirió no hablar sobre él hijo que perdió mientras la torturaban en una cárcel
naval. Pero ahora siente que ha llegado la hora de contarlo, y de decir también que
su madre y su hija, de entonces poco más de un año, también fueron secuestradas
y vejadas por los oficiales de la Marina.

UNA REINA

En septiembre de 1973, Haydeé Oberreuter tenía 19 años y vivía en Viña del Mar.
Su madre, Haydeé Umazabal, dependienta en una tienda, se había esforzado por
darle lo mejor y por eso Haydeé estudió con las monjas inglesas y francesas y
después entró a la universidad a estudiar Historia. Como una joven de clase media

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de su época, Haydeé tenía muchos amigos oficiales de la armada: Se vestía a la
moda y hasta fue elegida reina de belleza.

Pero Haydeé también quería cambiar el mundo. Era militante y dirigente


Universitaria. En 1973, se fue a vivir al campamento Camilo Torres, en contra de la
voluntad de su madre que, aunque Allendista, no creía que ese era un lugar para su
niña. Haydeé, sin embargo, era feliz. El día del golpe estaba a punto de dar a luz a
su primera hija, Ewa.

Inmediatamente, Haydeé se dio a la tarea de mantener articuladas a las


organizaciones sociales, de esconder a los dirigentes "más viejos", que apenas
sobrepasaban los 30 años. "Yo pensaba, ingenuamente, que el embarazo me
protegía. No estaba muy consciente de la magnitud de lo que pasaba. Pensaba que
esto era sólo una asonada y creía en esas fantasías que corrían entre nosotros, eso
de que el Ejército se mantenía leal, que venían hombres marchando por el sur, que
Allende estaba vivo esperando retomar sus funciones".

En cuanto lo permitía el toque de queda, Haydeé se paseaba por Viña y Valparaíso


visitando gente, tratando de ayudar a sacar dirigentes al extranjero, sin imaginar
los riesgos a los que se exponía. Su primera hija nació a comienzos de 1974,
mientras uno a uno caían sus amigos y camaradas. Pronto Haydeé se convirtió en
una peligrosa extremista buscada por toda la ciudad. El Mapu la trajo a Santiago y
la escondió por un tiempo. Su madre, se quedó en Valparaíso con Ewa. Pero los
oficiales de la inteligencia naval la encontraron y a golpes y culatazos la sacaron de
la casa en que se escondía en Quinta Normal. Su "compañero" era un dirigente
regional y también había caído. Era noviembre de 1975 y Haydeé estaba en el
cuarto mes de su segundo embarazo.

PESADILLA BLANCA

Cuatro hombres armados le vendaron los ojos y la arrastraron a un vehículo blanco,


elegante, toda una joya para una época en que las mejores familias se contentaban
con un Peugeot 404. Ella gritó pidiendo auxilio, pidió que le avisaran a su familia.
Los vecinos cerraron las cortinas.
Mientras viajaban a Viña, sus captores la golpearon, la apuntaron con bala pasada y
la insultaron. "¡Cómo era posible que una mujer como ella se metiera con los sucios
upelientos"! "¡Puta!".

Su única arma de defensa era gritarles que estaba embarazada, que se "iba a hacer
pipí” en el auto si no la dejaban pasar a un baño. Sirvió. Dos veces la dejaron entrar
en boliches en los que se detuvieron para comer y comprar cigarros. En el baño
encontró un palito quemado y en un pedazo de papel escribió su nombre y
dirección. Se lo entregó a un aterrado cliente que lo único que quería era que ella se
alejara. Con gestos, intentaba decirles a los hombres armados que él no tenía nada
que ver, que no la conocía.

Los oficiales de inteligencia naval la llevaron al cuartel Silva Palma que la Armada
tiene hasta hoy en la subida Torquemada, en Valparaíso. Al llegar, la dejaron

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enterarse de que también estaban allí su compañero, su madre y su hijita. "Si no
hablas, te vamos a traer el dedo de tu hija... ¿Ves este mechón de pelos? Se lo
sacamos a tu madre".

RATONERA

Sólo cuando decidió entregar su testimonio ante la Comisión Valech, Haydeé logró
reconstruir con el testimonio de una vecina lo que había sucedido a su madre y a su
hija en esos días. Haydeé Umazabal murió hace unos años y nunca quiso contarle
demasiados detalles, pues le parecía que suficientes sufrimientos había tenido su
hija como para sobrecargarla con los suyos.

En los mismos días en que la inteligencia naval buscaba a Haydeé en Santiago, un


grupo de marinos se instaló a vivir en la casa de su madre a esperar que ella
apareciera. "Mi hija era algo alta para el año y medio que tenía. Intentaron
interrogarla sobre mi paradero, pero mi hija sólo podía decir: ‘Mamá no tá’. Uno de
ellos, enfurecido, le pegó un culatazo en la cara".

Los hostiles moradores mantuvieron secuestradas a la niña y su abuela durante


unos 15 días. "Había una colección de lujo con las obras de Lenin, pero no la
tocaron. En cambio, se llevaron una colección de discos que mi mamá tenía de
Lucho Gatica, los adornitos que ponía sobre los muebles, y los aritos de recién
nacida de mi hija".

Qué vejámenes sufrió su madre, Haydeé no la sabrá nunca, porque ella se llevó el
secreto a la tumba. Sin embargo, sí conocía el inmenso dolor que le provocó que
esos marinos a los que tanto admiraba atacaran tan salvajemente a sus personas
más queridas.

"Yo pertenezco a la generación de porteños que hinchaba el pecho de orgullo cuan-


do cada 18 de septiembre veíamos desfilara nuestros marinos, con los zapatos
nuevos y las casas recién pintadas. Sólo el timbalero del Regimiento Coraceros, en
su bello caballo blanco, competía con ellos", recuerda.
Haydeé afirma que para su madre no había una fiesta en el año más importante que
el día d elas elecciones.

"Ella era una mujer trabajadora, decente, honesta Por eso le dolió mucho que la
llegada de la democracia no trajera para personas como ella un reconocimiento de
su ciudadanía. Toda su vida cargó con el dolor de haber sido prontuariada, fichada
como delincuente. Se murio esperando ese reconocimiento. Por eso era para mí tan
importante que la Comisión la reconociera como una víctima, separada de mi caso.
Y lo conseguí. Hoy voy a ir a visitarla en su tumba para decírselo”, cuenta.

EL MARINERITO QUE CANTABA

Lo primero que le hicieron a Haydeé en el cuartel Silva Palma fue somerterla a un


supuesto examen médico, que consistió en desnudarla frente a una decena de
marinos, que hicieron sus propios “chequeos” toqueteando su cuerpo.

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"Para mi desgracia, me había quedado una cicatriz muy rebelde de la cesárea por
mi primera hija. Con lo que me hicieron, la cicatriz se abrió y sangraba. Entonces,
después de hacerme un falso fusilamiento, alguien tuvo la brillante idea de hacerme
una ‘autopsia'. Agarraron un corvo y me hicieron un enorme tajo, mientras hacían
una declamación: `Esto es para que, en adelante, ninguno de estos hijos de puta
pueda tirarte sin saber que nosotros estuvimos aquí”.

Haydeé cuenta que por esa herida entraron después cables con electricidad "y toda
clase de cosas".

"Cuando empecé con síntomas de pérdida, eso era una fiesta. Gritaban que le
estaban haciendo un servicio a la Patria eliminando a un terrorista... Mi Sebastián,
convertido en terrorista antes de venir al mundo, se quedó en el cuartel Silva
Palma. Haydeé se detiene. Llora. Pero se sobrepone al recordar a dos personas que
“antepusieron su humanidad a la obediencia ciega de las órdenes”.

El primero era un muchacho, "un marinerito" de Talcahuano, quien se metía al


calabozo de Haydeé con la excusa de barrer. El le soltaba los alambres con que
estaba atada a un catre. "Me cantaba la única canción que parece que se sabía. Una
que decía: `Vamos subiendo la cuesta, vamos llegando al final, cuando estemos en
la cumbre ya podremos descansar'. No sé su nombre y nunca he podido
agradecerte. El no sabe que me mantuvo viva".

Haydeé también recuerda los gestos de un suboficial que un día se arriesgó a


sacarla del calabozo para que se diera una ducha "Era un hombre mayor, Mientras
me ayudaba a caminar, decía: Qué vergüenza, qué verguenza. Me sacó la venda,
me arregló el pelo y me dijo: Usted es una señorita Yo la ví muchas veces tan
bonita con su uniforme de las monjas y mire cómo la han deajdo. Bañese. Trate de
seguir adelante”.

Haydeé estuvo ahí unos 10 ó 20 días, no lo sabe, porque perdió la noción del
tiempo. "No me dejaban dormir. El único momento en que descansaba es cuando
me desmayaba de dolor". Sufrió todos los métodos de tortura descritos en el
Informe Valech. Incluso tuvo que presenciar las torturas a su compañero, el padre
del hijo que esperaba.

UN GESTO DE BRAVURA

Haydeé Oberreteur pasó del cuartel Silva Palma a Cuatro y Tres Alamos y sufrió, en
manos de nuevos organismos de seguridad, nuevas sesiones de tortura e
interrogatorios absurdos. Por su origen alemán y vasco le preguntaban si era
miembro de la ETA o del Mossad. Fue liberada el 11 de septiembre de 1976. "Yo
caminaba por Alameda hacia la estación de buses, mientras en dirección contraria,
cientos, miles de chilenos, marchaban hacia el Edificio Diego Portales para celebrar
con Pinochet".

Para Haydeé, decir que fue violada es poco. "Transgredieron algo que es sagrado y
a lo cual se accede a través de un ritual también sagrado. Esa huella física que

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dejaron en mi cuerpo fue para obligarme a dar explicaciones por el resto de mis
días. Esa era la demostración de su triunfo".

No obstante, Haydeé dice que el suyo ha sido evitar que el "virus del odio" con que
quisieron contaminarla la domine. "Mi triunfo ha sido no permitirles adueñarse de
mi alma". Por eso sintió vergüenza y pena por haber perdido las casillas el día que
se encontró con su torturador.

Haydeé, quien nunca aceptó irse de Chile, está decepcionada de que el Presidente
haya dado a conocer el Informe Valech a la rápida, sin solemnidad ninguna. "Más
cuidado ponen a las celebraciones del 21 de mayo", se lamenta.

Sin embargo, alaba la labor "delicada y amorosa" de quienes recogieron los


testimonios. Su mayor orgullo es que en el Informe se haya reconocido a su madre
y a su hija también como víctimas, pero espera más "Espero un gesto de bravura y
honor de parte de la Armada de Chile, que tengan la hombría de reconocer su
participación institucional en estos hechos".

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