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Íntegra: Obra poética completa
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Íntegra: Obra poética completa

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Volumen que reúne la obra completa del poeta chileno, ampliamente reconocido en el ámbito hispánico y considerado heredero de las Vanguardias Literarias del siglo XX. Se incluyen, entre otros, textos de la La miseria del hombre (1948), Contra la muerte (1964), Oscuro (1977), Transtierro (1979), Del relámpago (1981), 50 poemas (1982), El alumbrado (1986), Antología personal (1988), Materia de testamento (1988), Antología de aire (1991), Desocupado lector (1990), Las hermosas (1991), Zumbido (1991), Río turbio (1996) y América es la casa y otros poemas (1998).
LanguageEspañol
Release dateDec 5, 2013
ISBN9786071616654
Íntegra: Obra poética completa

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    Íntegra - Gonzalo Rojas

    TIERRA FIRME

    ÍNTEGRA

    GONZALO ROJAS

    Íntegra

    Obra poética completa

    Edición de

    FABIENNE BRADU

    Primera edición, 2012

    Primera edición electrónica, 2013

    En la portada: Listen to Living (1941), de Roberto Matta

    D. R. © 2012, Fondo de Cultura Económica

    Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F.

    Empresa certificada ISO 9001:2008

    Comentarios:

    editorial@fondodeculturaeconomica.com

    Tel. (55) 5227-4672

    Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc. son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicana e internacionales del copyright o derecho de autor.

    ISBN 978-607-16-1665-4

    Hecho en México - Made in Mexico

    Sumario

    Obra: instrucciones de uso

    Agradecimientos

    Íntegra

    Poemas inéditos y no recogidos en libros

    Breve cronología de Gonzalo Rojas

    Obra de Gonzalo Rojas

    Mapa general de la obra

    Índice de primeros versos

    Índice de poemas (por orden alfabético)

    Índice de poemas (por orden de aparición)

    Obra: instrucciones de uso

    Y nada de obras completas, exclamó más de una vez Gonzalo Rojas en su poesía y en numerosas entrevistas. Los verdaderos poetas son de repente: nacen / y desnacen en cuatro líneas, rezan los versos de 80 veces nadie. En cambio, siempre sostuvo que escribiría un solo libro en su vida: éste, que es la suma de todos sus poemas y, al mismo tiempo, el único de su autoría que él no conoció. Pues de veras yo mismo soy mi libro inconcluso, levemente camuflado debajo de otros veinte volúmenes veloces que son máscaras de lo mismo, personas de la misma persona, que ya de suyo quiere decir máscara en latín clásico, afirmaba Gonzalo Rojas hacia la mitad de su viaje poético. No concebía su obra como una casa hecha de ladrillos que fueran acumulándose, uno tras otro, uno encima de otro. Su casa de Chillán, equiparable a un tren en marcha, daba la ilusión de fugarse hacia adelante –y hacia atrás– como si no existiese un muro al fondo del jardín de rosas. Por lo tanto, este libro único, titulado Íntegra, es algo más que una confluencia, algo más que una simple recopilación y una rigurosa ordenación de poemas escritos a lo largo de noventa y cinco años de vida y medio siglo de publicaciones: es un libro nuevo que sin duda sorprenderá a los lectores más próvidos del poeta nacido en el viento de Lebu.

    La presente edición era una tarea pendiente porque, si bien Gonzalo Rojas volvió a publicar un sinnúmero de poemas a lo largo de su medio centenar de títulos, varios capítulos de esta longeva existencia editorial hoy están agotados o extraviados en la accidentada historia de Iberoamérica. Muy escasos son los lectores que tienen en su biblioteca la totalidad de los libros del chileno, y cantidad de sus poemas habían caído en desgracia o en la sombra del olvido. Así, se imponía reunir en un solo volumen lo que el tiempo, los exilios y los caprichos del gusto habían dispersado en el aire del mundo. Ahora bien, quisiera desdramatizar esta empresa puntualizando que su concepción no fue consecuencia de la muerte del poeta, el 25 de abril de 2011, sino que había sido considerada por el propio Gonzalo Rojas en sus meses finales. En este sentido, Íntegra es un libro vivo y no un ataúd poético donde suelen terminar algunas compilaciones póstumas. Pero si él estaba de acuerdo en el principio y la necesidad, ya no pudo enterarse del detalle de los criterios de edición, cuya responsabilidad asumo cabalmente. Cuando le anuncié el título que quería darle a la obra reunida, la voz Íntegra no le disgustó. La escogí sobre todo por ser una palabra esdrújula y porque, a mi juicio, su bisemia encierra las connotaciones apropiadas para sellar la obra de Gonzalo Rojas: una poesía honrada, recta, proba, que no transige con ningún otro ámbito ni compromiso ajeno a ella misma. Asimismo, se antoja la palabra que mejor se ciñe al temple del poeta.

    No es mi propósito hacer aquí una presentación del poeta ni una defensa de su obra que, por lo demás, ya no la necesita porque la poesía se defiende sola cuando vuela a estas alturas, sino tan sólo una breve exposición de mis criterios de edición. Quise ofrecer al lector los poemas anotados de la manera más clara y depurada posible, es decir, sin estorbar su intimidad con una poesía que habla simultáneamente al ojo y al oído, y sin orientar su comprensión con juicios críticos que tal vez sólo lo hubiesen prejuiciado en su lectura. Sin embargo, consideré provechoso proporcionarle algunos datos aledaños para situar las composiciones en el tiempo y enfatizar otras facetas de esta poesía sin par. En la pesquisa de las fechas de composición de los poemas, resultó de invaluable ayuda el registro que levantara Hilda R. May, la segunda esposa del poeta, al reverso de los originales con su puño y letra, y la frescura del testimonio inmediato. Si bien los sucesivos y sugerentes títulos de los volúmenes ya no figuran en esta edición, conservé entre corchetes, al pie de cada poema, la fecha de su primera publicación en libro. Luego anoté las variantes que en su caso Gonzalo Rojas introducía en los poemas cuando volvía a ponerlos a la orden del día, sobre todo gracias a un ejercicio de poda cada vez más radical a medida que iba ganando mayor dominio en el arte de la contención y del rigor expresivo. Más de una vez, Gonzalo Rojas enfatizó la forma circular bajo la cual le gustaba imaginar su obra:

    Mi obra entera es un solo todo girante sobre sí mismo […] La gente cree que escribir poesía es como escribir unos libros de relatos o de ensayos en los que hay primer volumen, segundo, tercero, cuarto, quinto: mi visión responde a esa concentricidad y también a esa excentricidad, es decir, se va hacia el centro, se retira del centro hacia fuera y se vuelve hacia el centro. Es un ejercicio de diástole y de sístole imaginativas. De ahí mi preocupación por la dispositio.

    Sin embargo, también se observa en él una obsesión por precisar las fechas de composición de determinados poemas, sobre todo los más tempranos, y hacia el final de su vida, la preocupación por inscribir al pie de cada página nueva, el día, el mes y el año en que la había escrito. Una actitud paradójica como muchas otras en su vida, que hacen de la contradicción la columna vertebral de su existencia. Por lo demás, él sostenía que no había progresado nada desde su primer libro, pero habría que entender esta afirmación como una fidelidad fundamental a una concepción de la poesía que nunca abandonó y que constituye precisamente la probidad de su obra. Pero sí hubo una gradual y constante afinación de la expresión poética que lo convirtió en uno de los poetas más prestigiados de la lengua española. Confío en que la traición a su concepto de la obra circular que yo cometí y a la que me obligó la ordenación cronológica de la obra, resalte esta conquista de una expresión cada día más segura de su sonoridad, de su sintaxis descalabrada y de su ritmo único.

    Una novedad que la línea cronológica hace aparecer en Íntegra es la recurrencia temática, cuyos núcleos no eran tan compactos en los libros compuestos por el poeta. Por ejemplo, a raíz del golpe militar en Chile y del exilio, se multiplican los poemas de sesgo político; la muerte o su propia muerte de pronto lo obnubilan; o bien, al azar de los encandilamientos amorosos, se acumulan en un lapso las celebraciones de la Beatrice del momento. En corto, se me ocurre que las obsesiones del poeta se vuelven así más grávidas y palpables.

    Por otro lado, la composición de este volumen que nunca leyó Gonzalo Rojas implicó la descomposición de los libros cuya dispositio él había cuidado con su acostumbrado desvelo. Por esta razón, juzgué necesario proporcionar en un apéndice un Mapa general de la obra que permitiera saber en qué libro y cuántas veces fue publicado un poema. Es un mapa cuyo paisaje resulta algo árido de leer, pero sin duda útil para comprender este otro arte de la dispositio que cultivaba Gonzalo Rojas con singular maestría. No sé si podría decirse con absoluta certeza que los poemas más reproducidos eran los predilectos del poeta y si los menos recurrentes corresponden a arrepentimientos poéticos o vitales. Esto ameritaría una mayor ponderación que no viene al caso hacer aquí.

    Otra compensación viene a resarcir la linealidad a la que obligó la edición de Íntegra. Me refiero a los comentarios que agregué al pie de los poemas y que traen de regreso la voz inconfundible de Gonzalo Rojas. Como sus oyentes lo recordarán, en sus recitales poéticos le gustaba aderezar sus poemas con digresiones que tenían que ver con la factura de los versos o las circunstancias que les dieron nacimiento. Quise rescatar algo de esta dinámica discursiva. Ciertos comentarios arrojan luz sobre el momento y las circunstancias en que fue compuesto determinado poema. Gonzalo Rojas no ocultaba las circunstancias que envolvían su poesía ni regateaba las vislumbres que se encuentran en el origen de sus versos, pues sostenía con Goethe que toda poesía es de circunstancia. Sin embargo, también tengo la impresión de que no las escondía para mejor evidenciar la alquimia poética que impide confundir un poema con una mera anécdota biográfica. Lo cierto es que su humor y su perspicacia hacían de estos comentarios una suerte de regalo inesperado para el público. Este don, sumado al talento poético, es el que aspiré a restituir como si todavía pudiéramos oír a Gonzalo Rojas hablar en los márgenes de su palabra poética. De hecho, un buen número de precisiones acerca de las circunstancias en que fueron escritos los poemas proviene literalmente de los márgenes de los poemas que, en forma manuscrita o transcritos a máquina, el poeta enviaba a una cofradía de corresponsales disgregados en el mundo, entre los cuales el más constante y confiable para él era su hijo mayor Rodrigo Tomás.

    Ahora bien, estos comentarios no llevan fecha ni ficha de procedencia, porque emanan de declaraciones del poeta a lo largo de su vida. Los extraje de textos suyos, la mayoría de entrevistas, o bien de grabaciones hechas durante sus lecturas públicas. Configuran una suerte de poética, a menudo en una forma aforística que Gonzalo Rojas apreciaba sobremanera en otros autores; también son líneas de conducta porque la palabra era, para él, un destino que se escribe en la palma de la poesía. Algunos comentarios son incluso la suma de aseveraciones que datan de épocas distintas y atestiguan la continuidad en el pensamiento del poeta. Otros no aluden directamente al poema que acompañan, sino que son más bien una llamada vicaria e irónica a otros poemas o a otros episodios en la vida de Gonzalo Rojas. Y, como se verá, no todos los poemas se conjugan con un comentario porque los juegos pierden su naturaleza lúdica cuando se vuelven sistemáticos o artificiosos. Entonces, al tiempo que traen una poética dicha al estilo de Gonzalo Rojas, los comentarios iluminan los poemas con otras variaciones sobre lo mismo, creando así otra circularidad, compensatoria de la escamoteada en la presentación de los poemas. Esto es algo que puede sorprender al lector: desde los inicios de su escritura, Gonzalo Rojas fue enunciando y defendiendo los mismos valores poéticos y éticos y, sobre todo, fue persiguiendo las mismas obsesiones.

    La intromisión de la palabra hablada, bastante inaudita en una edición anotada con rigor, no pretende parodiar el espíritu lúdico de Gonzalo Rojas, que nutría una imaginación ajena a los falsos originalismos. Tampoco pretendí innovar por innovar el género filológico. Más bien, la idea surgió de las dudas que el poeta se planteaba acerca de los comentarios con los que san Juan de la Cruz, o Juan de Yépez como él prefería nombrarlo, acompañó el Cántico espiritual. A propósito de este poeta que reverenciaba, Gonzalo Rojas puntualizó: San Juan de la Cruz es el más loco. Pero fray Juan de Yepes, que tampoco es tan él porque es sufí y seguramente se los había leído, es un mago. Lo sorpresivo está en su contención expresiva. ¿Cómo escribió algo así ese hombre, minúsculo de aspecto según dice la tradición? La poesía de él no se puede traducir. Y con unos cuantos poemas le basta. ¿Retrato o autorretrato vicario? Lo cierto es que en más de una ocasión conversamos sobre el asunto de los comentarios, y el sentir de Gonzalo Rojas variaba según los días. A veces sostenía que los comentarios eran prescindibles para apreciar esta cumbre de la poesía mística, y otras, reconocía que, a su manera, iluminaban la oscuridad de determinados pasajes. Siempre y cuando se guarden la proporción y la prudencia del caso, habría que leer los comentarios de esta edición con el mismo espíritu… o no leerlos para nada.

    Opté por separar claramente los poemas inéditos o no recogidos en libros, de los que Gonzalo Rojas había escogido para conformar el rostro de su obra. Son, diríamos, curiosidades para estudiosos o sofisticados fisgones. Que no se espere encontrar en este apartado sorpresas que hubiesen escapado al ojo y, sobre todo, al oído del alumbrado. Sólo se seguirán así los primeros pasos del poeta o sus pasos perdidos en las riberas fangosas del Mapocho, y se descubrirá uno que otro poema inexplicablemente olvidado en las páginas de una revista remota o entre los papeles privados del poeta, que nunca llegaron a ser archivos en forma. Es poco probable que en el futuro aparezcan otros poemas no recogidos por el poeta o esta editora, y los escasos borradores que deseché, no harían justicia a un poeta de la talla de Gonzalo Rojas. La práctica póstuma de rascar cajones y de publicar hasta las notas de lavandería nunca me ha parecido una muestra de amor y de respeto por una obra literaria.

    La suma de experiencias, las décadas que han pasado, permiten que uno se convierta en el inconsciente que debió haber sido siempre, arriesgó el poeta hacia el final de su vida. Íntegra es el recuento de esta conversión; es el testimonio de este inconsciente que parece hablar tan libremente que no se advierte el oficio del poeta para domeñar las palabras y el ritmo. Es la mano de Dios, decía Gonzalo Rojas de la mano que no se ve y produce una obra tan asombrosa, bella y cruel como el mundo. Pero la que opera aquí y firma este volumen con el fervor de su relámpago, es la mano de un verdadero mago de la poesía. La mano de un poeta íntegro. Es la mano magistral de Gonzalo Rojas.

    FABIENNE BRADU

    Febrero de 2012

    Agradecimientos

    Sería una injusticia y una mezquindad pasar por alto el apoyo que recibí para realizar esta edición. En primer lugar, quiero agradecer la confianza que en mí depositaron los hijos del poeta, Rodrigo Tomás Rojas McKenzie y Gonzalo Rojas-May, así como las facilidades que me brindaron para consultar sus archivos e interrogar sus recuerdos. En particular, le agradezco a Rodrigo Tomás la relectura del manuscrito. Doy las gracias al Fondo de Cultura Económica por refrendar la responsabilidad que los herederos del poeta me otorgaron para esta empresa. Le agradezco al joven Jorge Martínez Palafox, mi asistente en el Instituto de Investigaciones Filológicas de la Universidad Nacional Autónoma de México, la relectura que hicimos conjuntamente de los poemas y del mapa general de la obra. En fin, le agradezco a Algo o Alguien, como aventuraba el poeta desde su domicilio en el Báltico, la suerte que me deparó el destino de haber conocido a Gonzalo Rojas y de haber tenido el privilegio de trabajar a diario su obra, de vivir duraderamente con su poesía.

    ÍNTEGRA

    El sol y la muerte

    Como el ciego que llora contra un sol implacable,

    me obstino en ver la luz por mis ojos vacíos,

    quemados para siempre.

    ¿De qué me sirve el rayo

    que escribe por mi mano? ¿De qué el fuego,

    si he perdido mis ojos?

    ¿De qué me sirve el mundo?

    ¿De qué me sirve el cuerpo que me obliga a comer,

    y a dormir, y a gozar, si todo se reduce

    a palpar los placeres en la sombra,

    a morder en los pechos y en los labios

    las formas de la muerte?

    Me parieron dos vientres distintos, fui arrojado

    al mundo por dos madres, y en dos fui concebido,

    y fue doble el misterio, pero uno solo el fruto

    de aquel monstruoso parto.

    Hay dos lenguas adentro de mi boca,

    hay dos cabezas dentro de mi cráneo:

    dos hombres en mi cuerpo sin cesar se devoran,

    dos esqueletos luchan por ser una columna.

    No tengo otra palabra que mi boca

    para hablar de mí mismo,

    mi lengua tartamuda

    que nombra la mitad de mis visiones

    bajo la lucidez

    de mi propia tortura, como el ciego que llora

    contra un sol implacable.

    [1948]

    El poema vuelve a publicarse con variantes y podas bajo el título El sol, el sol, la muerte en Oscuro (1977), donde aparece fechado en 1940. Para conocer sus sucesivas publicaciones, véase el mapa general de la obra en el apéndice.

    Comentario: "Cuando publiqué La miseria del hombre, que sin duda era un libro no extravagante, pero sí arrebatado, un libro escrito desde el caos, desde la torrencialidad de una adolescencia sombría y muy larga como había sido la mía, con una apetencia de ser y de ser y de más ser, entonces, claro, mi palabra salió vehemente, desajustada con respecto a las pautas o las normas más características hasta entonces. Incluso apartado del modo vanguardista que se estaba usando en Chile".

    La eternidad

    Sin tener qué decir, pero profundamente

    destrozado, mi espíritu vacío

    llora su desventura

    de ser un soplo negro para las rosas blancas,

    de ser un agujero por donde se destruye

    la risa del amor, cuyos dos labios

    son la mujer y el hombre.

    Me duele verlos fuertes y felices

    jurarse un paraíso en el pantano

    de la noche terrestre,

    extasiados de olerse y acecharse

    como los muertos, solos.

    "Oh amantes: no durmáis hasta la aurora,

    hasta que el sol reemplace vuestra furia

    y entre por las cortinas a besaros los ojos.

    No durmáis, Juventud, que la Vejez

    os espía detrás de la ventana

    con su cara invisible."

    "No durmáis, proseguid

    vuestra lucha, templad

    sin cesar vuestras armas seductoras

    con el tacto insaciable, con la sed

    del primer huracán, a sangre y fuego.

    No durmáis. Que el furor

    os libre de mis manos asesinas."

    "Soy vuestra peste. Soy

    el que os sopla al oído la verdad de la tierra,

    los designios aciagos:

    he perdido mi cuerpo, porque yo soy la voz

    de los cuerpos perdidos."

    "No durmáis, hasta el sol.

    No durmáis, mis hermosos amantes. No escuchéis

    las olas del abismo."

    Todos me ven y me oyen,

    todos me temen, todos los que sufren el tiempo

    como una pesadilla indescifrable,

    y todos me preguntan quién soy, pero es inútil:

    mi máscara es la noche.

    [1948]

    El poema se recoge a partir de Oscuro (1977) en una versión abreviada y fechada en 1943.

    Comentario: Lo encandila a uno la Eternidad, como si la Eternidad no fuera esto mismo.

    La poesía es mi lengua

    Abro mis labios, y deposito en la atmósfera un torrente de sol,

    como un suicida que pone su semilla en el aire

    cuando hace estallar sus sesos en el resplandor del laberinto.

    Ya sé que el sol de la muerte me está haciendo girar en un eterno proceso

    de rotación y traslación llamado falsamente poesía.

    A veces, como hoy, esta aparente confusión me hace reír a carcajadas.

    Este torbellino de palabras volcánicas como una erupción,

    que son una amenaza para los sacerdotes del soneto y el número.

    Pero es un sol innumerable lo que me sale por la boca,

    como un vómito de encendido carbón que me abrasara las ideas y las vísceras.

    Estoy perdido para el mundo,

    aunque mi reino sean todos los mundos posibles,

    porque yo soy el testigo de mi propia creación.

    Mi creación es mi pasión. Por eso hago soplar los vientos

    para que den testimonio de mis llamas.

    Yo estoy en el medio de las pasiones que imitan la ululación de mi cólera,

    porque de los apasionados es mi reino.

    Cada lágrima derramada con pasión es un grano de arena robado al desierto del vacío.

    Cada beso es una llama para el resplandor de los muertos.

    Que el tiempo de los encantos es un baile de máscaras,

    y nada vale rehuir su hechizo.

    Las personas son máscaras, y las acciones juegos de enmascarados.

    Los deseos contribuyen al desarrollo normal de la farsa.

    Los hombres denominan toda esta multiplicidad de seres y fenómenos,

    y consumen el tesoro de sus días disfrazándose de muertos.

    Yo vi el principio de esta especie de reptil y de nube.

    Se reunían por la noche en las cavernas.

    Dormían juntos para reproducirse.

    Todos estaban solos con sus cuerpos desnudos.

    En sus sueños volaban como todos los niños,

    pero estaban seguros de su vuelo.

    He nacido para conducirlos por el paso terrestre.

    Soy la luz orgullosa del hombre encadenado.

    Soy el torrente que echa a volar la moda y la costumbre,

    y me encarno en los hombres de mil naturalezas

    porque gusto mostrarme como un monstruo,

    para que el hombre entienda cuándo soplan mis vientos.

    Yo canto por la lengua de los arrebatados,

    los que me identifican con su sangre y su rostro.

    Todo hombre vuelve a mí cuando sube a buscar

    el origen de su soledad que tanto lo alucina.

    Cuando niños, los hombres me dan su corazón.

    Después empiezan a podrirse,

    y pierden el contacto con su animal sagrado.

    El hombre que quería ser Dios, se está muriendo desde el comienzo de sus días.

    El guerrero que quiso toda la superficie del planeta,

    se está muriendo.

    El hombre que soñaba

    la conquista del sol, se está cada mañana obscureciendo.

    Todo, y todo,

    y todo

    se está muriendo de sí mismo.

    Pero yo soy el viento que sopla sobre el mar del tormento y del gozo.

    El que arranca a los moribundos su más bella palabra.

    El que ilumina la respiración de los vivientes.

    El que aviva el fuego fragmentario de los pasajeros sonámbulos.

    Yo soy el viento de su origen

    que sopla donde quiere.

    Mis alas invisibles

    están grabadas en su esqueleto.

    En este instante,

    todos los hombres están oyendo mi golpe y mi palabra,

    pero los dejo en libertad.

    [1948]

    En el ejemplar personal de La miseria del hombre de Gonzalo Rojas, éste consignó al margen del poema la fecha de 1943. Del poema se derivan los siguientes: Oh pureza, pureza; Remando en el ritmo; Algo, alguien a partir de Oscuro (1977) y Las personas son máscaras a partir de Metamorfosis de lo mismo (2000).

    Comentario: No queremos ser únicamente poetas. Queremos vivir como poetas. Somos la levadura del demonio.

    El caos

    Víctima del desorden que impide el desarrollo de mi mundo en el mundo,

    no me lamento de esto ni lo otro.

    Sufro, velo y trabajo

    como si cada noche tuviera que morirme,

    porque debo ganarme la vida para siempre.

    En vano me quisiera pasar entre los pechos y las blancas rodillas

    descubriendo un tesoro,

    sepultado en el blando sopor del desenfreno,

    y en vano me aturdiera en el festín

    de tanta carne humana.

    En vano fuera rey, y en vano fuera Dios,

    porque siempre hallaría debajo de mi almohada,

    como un aviso de que ya estoy muerto,

    un gran charco de sangre.

    Ese charco es la sangre de mi madre, mi origen,

    que me dice: –¿Qué has hecho con mi sangre?

    ¿Por qué la has enterrado debajo del placer?

    ¿Por qué no te la bebes para que te conviertas

    a la fiel realidad? ¿Por qué no eres un hombre

    tanto en el entusiasmo como en el sacrificio?

    –Oh sangre

    que me acosas

    hasta en mi propio sueño:

    tú sola me despiertas

    con tu aullido.

    Tú sola me revelas el abismo en que apoyo

    mi cabeza. Tú sola me libras de caer

    víctima del desorden que impide el desarrollo de mi mundo en el mundo.

    El desorden empieza donde termina el fuego,

    y donde empieza el humo,

    más allá de las negras cortinas que preservan el inmundo espectáculo,

    bajo la ceremonia que agacha la cabeza, bajo el viento litúrgico

    del órgano que sopla convirtiendo en arcángeles los vapores espesos;

    donde empieza el disfraz, la peste, la piedad

    de las leyes humanas y divinas,

    en el comercio, en la traición, allí

    donde la muerte mete su mano corruptora.

    [1948]

    Este poema nunca fue reproducido en libros posteriores a La miseria del hombre (1948).

    Comentario: Para la visión del poeta de estirpe romántica –como en mi caso–, podría darse esta frase: ‘todo puede llegar a ser un hombre’, una frase que no es mía, sino de los románticos. Entonces, no se me ofrece tan distante o tan por venir el porvenir. También, me parece que uno estuviera nadando en el ‘ya’.

    La libertad

    Todos los que se mueren en este instante no hacen un número siquiera,

    no hacen una palabra,

    pues toda su agonía, dentro de unos minutos, reventará en estiércol,

    y toda su ilusión estallará en un sueño putrefacto.

    Así mi pensamiento es una sucesión

    de estallidos sin causa y sin efecto

    como ese coro eterno de murientes llorosos

    que luchan por pasar desde el atardecer hasta la aurora,

    que muerden en las rocas los restos del placer

    con su boca sangrienta. Pobre reino animal

    que va a parar al reino mineral de la muerte.

    No discuto

    cuántas son las estrellas inventadas por Dios.

    No discuto las partes de las flores.

    Pero veo el color de la hermosura,

    la pasión de los cuerpos que han perdido sus alas

    en el vuelo del vicio.

    Entonces se me sube la sangre a la cabeza,

    y me digo: –¿Por qué

    Dios y no yo? –¿Por qué yo no he creado el mundo?

    ¿Por qué he de verlo todo como esclavo?

    Yo no quiero dormir. Yo quiero estar despierto

    adentro de los ojos de las desesperadas criaturas,

    aullando tras las rejas de cada pensamiento,

    más allá de las cuales reina la libertad totalmente desnuda,

    como una estrella helada para siempre.

    No sé para qué sirve toda esa libertad

    que se canta y se baila vestido de cadenas.

    Me acuerdo de esas blancas prostitutas con quienes he partido la cama

    de mi primera juventud.

    Todas ellas olían a jardines.

    Oh belleza rugiente. Todas ellas

    no eran sino una inmensa telaraña.

    Por mis venas discurre la sangre presurosa del animal inútil

    que come cuatro veces al día como un puerco,

    que me tutea y me deprime

    con su palabra ufana,

    testimonio evidente de esa parte de mí

    que se muere al nacer, como una nube:

    lo blando, lo confuso, lo que siempre está fuera

    del peligro, el adorno y el encanto.

    No beberé. No comeré otra carne

    que la luz del peligro.

    No morderé otra boca que la boca del fuego.

    No saldré de mi cuerpo sino para morirme.

    Ya no respiraré para otra cosa

    que para estar despierto noche y día.

    [1948]

    En el ejemplar de La miseria del hombre perteneciente al poeta, Gonzalo Rojas destacó las tres últimas estrofas con la fecha de 1940 y les añadió el título de Monólogo del fanático, mientras la parte anterior del poema está fechada en 1941, lo cual indica dos etapas en la composición del poema. De este poema se derivan los siguientes: Monólogo del fanático y Elohím a partir de Oscuro (1977).

    Comentario: "Poeta a la intemperie y desinstalado en el mejor sentido, siempre fui un movedizo y hasta un errante, y sólo amé la libertad con todos sus riesgos. Más que geómetra equidistante fui un anarca conforme al término esclarecedor del viejo Ernst Jünger. Por eso no fui el hombre de la adhesión total y estuve lejos del sectario. No me instalé con negocio alguno en cuanto a ortodoxia. Así y todo luché contra la injusticia y creo haber sido un testigo de mi pueblo y de mi tiempo".

    Retrato de la niebla

    I

    No hay un viento tan orgulloso de su vuelo

    como esta neblina volátil

    que ahora está cerrando las piedras de la costa,

    para que ni las piedras oigan latir su lágrima encerrada.

    Oh garganta: libérate en goteantes estrellas:

    echa a correr tus llaves a través de los huesos.

    Que ruede un sol salado por la costa del día,

    por las mejillas de las rocas.

    Aparezcan las hebras del sollozo afilado en la espuma.

    Niebla: posa tus plumas en la visión vacía

    hasta donde las alas físicas de la muerte

    abran la tempestad.

    Sonámbula, apacienta tus ovejas sin ojos.

    Famélica, devora la esencia y la presencia.

    Oh peste blanca recostada en la marea.

    Oh ánima del suicidio: ¿quién no ama tus cabellos

    perezosos y, al verte, quién no mira su origen?

    Neblina de lo idéntico: yo soy eso que soy,

    y estoy como un carbón condenado a dormir en mi roca.

    Me desvela el espectro de la revelación

    debajo de esta blanca telaraña marítima

    tejida por la historia de la luz cenicienta:

    espina que me impide respirar

    debajo de mi lengua.

    II

    Oh llaga, no sabía

    dónde empezaba yo, dónde la tierra.

    Me entregaba a mis cielos de niño.

    Respiraba en los libros los rosales del mundo.

    Me moría de estar con el sol de mi madre en el huerto divino.

    Oh lengua,

    no sabía

    que las rosas son formas del orgullo,

    y son sangre viciosa.

    Que yo era un animal puro como un cuchillo,

    y rajé mi ilusión de un hondo tajo,

    y me extasió la hondura

    de los cuerpos del vicio.

    Oh lengua, navegué bajo de la neblina.

    Lo vi todo, bajé las escaleras

    del crimen. Liberé fiera cautiva

    –la imagen misma de mi fría cólera–,

    y la senté al festín de los sacrificados,

    y me encerré en la niebla

    para verlo

    todo.

    Oh lengua:

    te diría

    lo que mis ojos vieron en el éxtasis,

    en lo más alto de ese viento frío,

    tan lejos de la niebla como próximo al fuego.

    Oh lengua: te diría

    toda mi vida allí con el sol en mi cuerpo,

    en lo más puro de la roca helada,

    con un desierto al pie de mi castillo,

    con una simple línea bajo mi alma,

    como tú, con un número detrás de tu apariencia,

    inscrito por el filo del misterio.

    Oh lengua: estoy aquí para decirte

    –después de mucho ver y errar a solas

    por el país lejano del castigo–,

    que hoy piso ya mi línea muy amada,

    que he tocado las costas de esta línea

    nublada por la niebla,

    y estoy tocando tierra, y sangre, y esqueleto,

    y el vientre de esta línea donde has llorado tú,

    con una espina adentro de tu llanto.

    [1948]

    Se reproduce el poema en una versión abreviada a partir de Oscuro (1977).

    Comentario: El suicidio es una apuesta mayor no descartable y tiene una cosa airosa. En un poema mío que escribí cuando viví en Valparaíso está la niebla y a ésa la llamo ‘ánima del suicidio’, a la niebla encima del mar, a la niebla que no es la niebla nebulosa no más, sino la niebla de todo: mental, moral, conceptual y que no es agua ni mero aire, pero que sin embargo está ahí, en una opacidad con resplandor.

    Himno a la noche

    Eres la solución del sistema solar,

    la incógnita resuelta de las ondulaciones

    que establece en la tierra y el mar el equilibrio,

    la madre de los sueños, donde empieza

    toda sabiduría.

    Tu cuerpo es el principio y el fin de la belleza,

    pues su espiga renace de otra espiga quemada,

    y el encanto supremo de la gran posesión

    hace sangrar de gozo frenético el vaivén

    de tus entrañas convulsivas.

    Engañada por todos, y por tu corazón,

    tú partiste las sábanas y el pan de tu belleza

    con los abominables mercaderes viciosos,

    en la ciudad moderna donde el sol es hollín

    y un horno la existencia.

    Diste la vuelta al mundo por un sol varonil

    que te besara duro en la boca y las venas.

    Por las plazas de todos los placeres inútiles,

    nunca viste la carne y el hueso de los hombres

    sino el miedo y la paja.

    ¿Quién mordió tu pasión? ¿Quién cogió tu cintura?

    ¿Quién te tumbó en la arena? ¿Qué varón primitivo?

    ¿Quién te habló con la lengua común del bien y el mal?

    ¿Quién te sació la sed? ¿Quién te dio la visión

    de la ráfaga eterna?

    Oh mujer combustible. Ya el tiempo se ha cumplido.

    Tú eres la hija del fuego y yo soy tu salvaje.

    Tú y yo somos el aura de la videncia. Tú

    virgen materia, y yo lucero necesario

    para engendrar la poesía.

    Duerma pegado a mí tu cuerpo estremecido:

    mujer única y múltiple, tocada por la mano

    de la sublimidad, oh rústica hermosura.

    Semillas somos de la salud de los hombres,

    oh memoria perdida.

    El viento se aproxima. ¿Pero qué puede el viento

    que descifra la consistencia de las rocas

    contra ti, contra mí, ciclón del vaticinio?

    –Nada. Porque ese viento no es sino el gran fantasma

    de lo que el hombre ignora.

    [1948]

    De este poema se deriva: Noche a partir de Oscuro (1977).

    Comentario: "Nada de derramado, pese a los cruces de vientos de surrealismo y Valéry, onirismo y pureza, pero con fuerte proclividad al obstinato rigore. Ése es aún mi proyecto, y lo fue siempre".

    La cordillera está viva

    I

    Por fin te has ido al fondo de mi visión. Por fin

    palpita el cataclismo de tu piedra en mi boca

    y ya puedo decir la verdad hacia todos los vientos.

    Hiciste claro el aire para mis ojos fijos,

    cegados por el cráter de la nada.

    Hoy miro como tú

    de espaldas contra el sol. Lo veo todo adentro de su llama

    concreto y puro. Todo lo contemplo

    como recién nacido a la verdad del día.

    Todo es festín bajo la luz quemada

    del hueco que el sol deja por la noche.

    Que el mar me pase entero por encima,

    como cuando se pisa un insecto extraviado.

    Que la muerte se ría de mi fiel juramento.

    Nada me importa el mar ni el sacrificio.

    Juro que soy el ventarrón de piedra

    que limpia el mundo de alto a bajo,

    y juro por la cólera del trueno

    que tú pariste al hombre para vivir en él,

    porque tuyo es el aire que sopla el pensamiento

    del hombre. El aire irrespirado y puro.

    II

    Tanto buscar mujeres por el mundo

    para dormir, y perpetuar mi fuego.

    Tanto leer la cara de la sabiduría

    en la ceniza de los pensamientos.

    Tanto correr para quedar inmóvil

    como el viento en su estatua primitiva.

    Tanto vestirme para estar desnudo

    con mi animal, y solo con mi muerte.

    Tanto olvidar la leche de mi madre.

    Tanto gustar los velos y las brisas.

    Tanto amar las cadenas. Tanto odiarlas.

    Tanto error. Tanto vicio disfrutado.

    Tanto usar la razón, para perderla.

    III

    Hasta que hoy día –día de mi muerte–,

    me volví para ver toda mi vida;

    y vi que el sol salía del metal de tu vientre,

    y oí que el mar rompía por tu corriente dura,

    y advertí que tus rocas eran reales hembras.

    Y me sentí nacer de tu lava, de nuevo.

    Y vi que el sol tenía siete años como mi alma perdida frente al Golfo.

    Toda la eternidad tenía apenas siete años para mí.

    Los vidrios de la lluvia

    en su ronco responso

    parecían llorar con gotas de mi sangre el "Dies Irae".

    Yo cantaba en su coro

    ante el gran día negro

    de mi niñez salvada de las aguas.

    El huracán me abría, como entonces,

    boca de lobo hambriento.

    Tú peleabas a muerte con el sol

    para volverme al aire.

    Era como si me engendraran en la hora

    de mi muerte, a otra vida, sueño a sueño ganada,

    y me crecieran alas para hendir la tormenta,

    y mi alma fuera un rayo que vive en libertad.

    Porque mi cuerpo estaba tan liviano y seguro

    como el león erguido en la pradera de la aurora.

    IV

    Estoy parado en ti. Siento que en ti he perdido

    mi sombra para siempre. En ti he recuperado

    lo que me pertenece a cambio de mi sombra.

    Hoy me explico el furor aprendido de ti

    antes de conocerte, cuando mi corazón

    latía con el pulso de tu veta sanguínea,

    con la velocidad magnética que me hace

    saltar los sesos, siempre que soy víctima

    de la puna: la pérdida o el exceso del aire.

    Mi pensamiento, como en ti, es herida,

    y es grieta, y es sepulcro, oh cordillera,

    y mi palabra –boca de tu abismo–

    un órgano parece, acordado y pulsado

    por los dedos del sol estremecido.

    Si el sol mancha tu piel en esa altura,

    un íntimo arcoíris es tu brasa.

    Toda eres labio. Toda eres deseo

    como una poseída. Y eres sangre gozosa

    donde mejor te besa y te ametralla.

    Después que te embaraza al mediodía,

    el sol pierde su trono. Como mi alma

    después de poseer a los objetos.

    ¿Cómo no amarte, madre, si me enseñaste a hablar

    tu lengua? ¿Si soy viento nacido de tu roca?

    ¿Si me cegaste para hacerme libre

    como tus manantiales errabundos?

    ¿Si me pusiste tu rayo en la frente,

    madre mía, lo mismo que mi madre?

    V

    Pasé un invierno arriba de tu nieve. ¿Recuerdas?

    Mi mujer era blanca como tú,

    preñada por su príncipe. La nieve

    bloqueaba nuestro mísero castillo.

    A ahuyentarla subíame, una pala

    en la mano. ¿Recuerdas que al alba relumbraba

    el humo de la niebla: el nudo ciego

    del horizonte, todo cerrado para mí?

    Los mineros pasaban silbando. Ella dormía

    bajo la inundación, como una mariposa

    que se hace larva y sueño para tejer la túnica

    del príncipe esperado. Y se hace mar profundo

    para guardar en él al monstruo del destino.

    Tú me lo diste todo. Vino la primavera.

    La primera verdad dejó de ser incógnita.

    Me alejé de la nieve. Emigré como un pájaro.

    Caí sobre las plazas de ciudades mezquinas.

    Me olvidé de tu arruga maternal. Te perdí

    de vista. Te insulté

    por habérmelo dado todo, como a mi madre.

    Pero me perseguiste día y noche,

    como el semblante de mi madre moribunda.

    VI

    En los días más lúgubres, cuando estamos más muertos

    que los difuntos, sopla

    tu caricia en el aire

    de la conversación. Y parece que un golpe

    nos para en pie por dentro. Pero nadie

    sabe que tú has venido a ponerle el oxígeno

    a la razón perdida.

    Si el hombre se pudiera despertar de improviso

    como tú, y no durmiera hasta su muerte,

    ya nunca más hubiera

    vanidad ni doblez vestidas de personas.

    No habría tanto muerto arando en el vacío.

    Es ese roce obligatorio,

    ese contagio sobre el pavimento,

    esa moda perpetua de comer carne humana,

    la verdadera causa de tanta iniquidad.

    Tú debieras reinar entre nosotros

    como en las cumbres, desde donde he visto

    al mar, desesperado por besarte.

    Te he descubierto en medio del fastidio

    y de la confusión, todo en la bruma,

    porque me puse a recordar tu rostro,

    y tu vientre preñado de tesoro perpetuo,

    y me has traído el beso del río y de su escoria.

    Y me has traído tierra que comí cuando niño

    como una fierecilla entre las hojas húmedas.

    Y me has traído el Golfo que perdí a los siete años,

    cuando el andarivel pasaba media legua por el cielo

    tiñendo de carbón todas las nubes.

    Me has devuelto el amor,

    porque tú vives de él. Y nadie puede

    llorar su desventura sin sufrir tu granizo,

    con que atormentas al cobarde

    que ha perdido el contacto con la tierra.

    Oh enigma de la fuerza. Tú me diste la luz

    de la imaginación. De ti aprendí.

    De tu idioma que muerde la eternidad del día.

    [1948]

    En el ejemplar de La miseria del hombre perteneciente al poeta, Gonzalo Rojas consignó con su puño y letra: 1942, Sierra de Domeyko al final del poema; de éste se derivan: Madre yacente y madre que anda a partir de Oscuro (1977) y Libre libérrimo a partir de Del relámpago (1981).

    Comentario: La poesía se me da siempre en el ámbito de lo sagrado, aunque la motivación provenga muchas veces de lo accidental, y ello me ha llevado a un proceso de acendramiento que poco o nada tiene que ver con la cronología.

    La materia es mi madre

    La mano del demonio

    me hace hablar, me acaricia, me estrangula,

    me arranca la comida de la boca, me obliga,

    se aprovecha de mí. Me pasea en su palma

    como en un trono errante por un libre desierto.

    Ay, mi alma poseída

    en las afueras del paisaje llora,

    como virgen violada que se traga su lengua.

    Ahogado en el clamor de su estridencia muda,

    con el trastorno de la sed y el hambre

    –ya sin color ni sabor mis sentidos–

    subo a pedir aire a gritos a las cumbres.

    Ay, cuando estoy a punto de volarme y perderme,

    la mano de mi madre

    me sostiene, me sacia, me oprime, me perdona,

    me redime, me saca las espinas. Me mece

    en su regazo, porque yo soy el hijo ciego

    que pone en pie su sangre.

    Yo sé por dónde nace, de qué grietas exhala su destello.

    Cómo empieza a romperse. Con qué dulzura anunciase su gracia.

    Cuánto es el gran latido de su prudencia. Qué congoja

    la estremece al tocarme por adentro.

    A ese golpe, ya nada es imposible. Las piedras se levantan.

    Descorren sus visiones las cortinas terrestres.

    Del sepulcro, la cara de mi alma se incorpora.

    De todos los objetos mana un éter distinto,

    como si en esa atmósfera mi madre me pariera

    desde el sol de su entraña, donde roe un cangrejo:

    oh gran cáncer que pudres

    la vertiente y el vino de mis actos.

    Yo me como a mi madre en el pan y en el vino.

    Oh materia materna.

    Tú estás escrita en todas las letras de los árboles.

    Tu memoria está escrita en la corteza.

    Labrada en roca hermética, en la arena y la playa.

    En la ciudad está tu viudez y tu brío.

    Tu mano está conmigo en todas partes.

    De la abundancia de tu corazón

    habla mi boca.

    Ahora eres mi hija

    ya vuelta inspiración como una nube.

    Tú trabajas en mí. Riegas mis árboles. Atiendes

    tu labor sin fatiga, ordenándolo todo.

    Callada, pero múltiple, preparando mi viaje.

    Siempre despierta en un insomnio fúlgido.

    Segadora del trigo que sembraste llorando.

    Ahora libre en toda tu riqueza.

    Mirando el tiempo mío en un día sin tiempo,

    tú bebes en mi copa.

    La mano del demonio

    me llama desde el árbol de la ciencia.

    Me llama por mi número.

    Me regala su reino

    por un verso de orgullo contra el polvo

    del que nací, y al cual retornaré

    como mi madre.

    Ella está en mí. Yo, en ella. Ambos estamos

    dentro de un mismo vientre, reunidos

    adentro de las cosas que existen y se mueren

    de su existencia, adentro de los árboles,

    donde despunta el sol en sus raíces.

    Porque si soy el día, ella es la aurora,

    ella es la identidad, y yo su idea fija.

    Ambos desembocamos en el vientre

    de la madre común, estremecida

    en su virginidad preñada por el fuego.

    Estoy creado en fósforo. La luz está conmigo.

    La materia es mi madre.

    Soy el pájaro ardiente de negra mordedura

    que hace su nido en el pezón de la virgen,

    por donde sale la materia

    como una vía láctea,

    a iluminarme el movimiento de la obscura

    mancha solar del solo pensamiento.

    A esas ubres estériles, hoy vive amamantado

    lo ilusorio de mi naturaleza,

    que busca en el carbón la veta de su sangre,

    que pide a la tiniebla su ciega dinamita

    en el proceso del alumbramiento

    de la palabra.

    De ese musgo gastado de apariencia difunta,

    me nutro como un puerco.

    De esos pechos jugados, como naipes marcados,

    y vueltos a jugar hasta el delirio

    me alimento, me harto, y en ellos me conozco

    cómo era antes de ser, cómo era mi agonía

    antes de perecer en el diluvio.

    [1948]

    La fecha de composición es 1945. De este poema se deriva una versión abreviada con el mismo título y Espacio a partir de Oscuro (1977).

    Comentario: "Veo aún esa poesía [de La miseria del hombre ] –mira lo que son los libros, lo que esos animales monstruosos pueden esconder– como algo amenazante".

    Salmo real

    Realidad: líbrame

    de los pájaros declamados en tu nombre.

    Bástame con mis órganos

    para poseerte desnuda

    en tu esencia de lodo quemante.

    Dormía mi volcán

    copiado por el lago del olvido

    cuando la tempestad

    rompió mi cráter con su arado,

    y estalló la semilla de la acción en mi estrella.

    Antaño me doblaba

    en labrador y trigo, y tenía dos manos

    enemigas, y dos ojos feroces.

    Hoy duermo y velo, al mismo

    tiempo que tú eres, Realidad, mi sangre.

    Tú repartes tu rostro, Realidad,

    para que todos se vean en él.

    Oh si todos los hombres te supieran mirar

    sin malicia y temor

    tú estarías en ellos como hoy estás en mí.

    Te nombro, oh Realidad,

    y renace en tu nombre lo profundo

    del abismo del Génesis,

    como un pájaro

    de la corteza de mis secos labios.

    Realidad: líbrame

    de la entraña roída de mi madre,

    y de su espíritu,

    pues mataré a mis hijas

    para hallar el origen de su pérdida.

    Seré bueno. Diré

    la verdad sustancial a la justicia.

    Me bañaré en el mar,

    y seré puro

    árbol que da su sombra a los pastores.

    Quiero poner

    en orden este fuego en que he nacido.

    Oh Realidad:

    dame tu sal

    para enfriarme en ti cual hondo río.

    [1948]

    Del poema se deriva Si de mi baxa lira, a partir de Oscuro (1977).

    Comentario: "Ese libro [La miseria del hombre] es la parte más secreta de lo mío, el que todavía me preocupa más. Y es el que por secreto, más trabajo me cuesta entregar […] Me asusta el que de allí siga saliendo un pensamiento engendrador, germinador".

    Coro de los ahorcados

    Si habéis visto una alcoba,

    y en ella un lienzo frígido, y a vuestra novia en él,

    envejecida y seca por el mórbido estío,

    y el vidrio del terror os corta la mirada;

    oh ciegas criaturas

    ved nuestra cabellera

    morada por el nudo. Tocad nuestra garganta

    besada por el nudo.

    Arrancadnos la lengua.

    Si habéis sido testigos

    de ese vaho que todo lo suaviza y lo pudre

    en alcobas de negro terciopelo,

    cuando ante vuestros ojos se os escapa el origen,

    y vosotros estáis inclinados y mudos

    oliendo alcohol divino, que es esencia materna,

    de facciones hundidas, como él evaporadas;

    oh sordas criaturas,

    gustad, más que esa espuma, nuestra seca agonía

    mordida por el nudo. Bebed de nuestra arteria

    hinchada por el nudo.

    Sufrid su lenta gota.

    Si habéis tragado el vidrio

    del estertor –la uña de lo blando y profundo–,

    y madre y podredumbre son un mismo veneno,

    y vosotros lloráis de haber nacido:

    malditas criaturas,

    miradnos suspendidos

    entre el cielo y la tierra,

    llenos de espasmo y semen para engendrar el odio

    –hijo del nudo–: vednos coronados de asco.

    Doblados a la nada por el nudo.

    Si el huracán hambriento de vuestra dentadura

    ha roído los huesos de la muerte sembrada.

    Si habéis partido y vuelto

    desde el vientre al sepulcro.

    Y si ya el sobresalto vela vuestros sentidos

    helados por la sátira de la risa postrera:

    pérfidas criaturas,

    despertad con nosotros

    para reinar mil años por un instante frío

    bajo el ojo infernal, que es el ojo del nudo.

    Vivid de pie en el trono.

    Si no habéis perdonado

    al Cadáver Supremo –el ladrón de la noche–,

    su robo y su codicia.

    Si os habéis rebelado contra su mano augusta.

    Si viene vuestra hora;

    ved cómo os crece un nudo

    alrededor del cuello, cada sol, corredizo.

    La trampa bajo el trono,

    el horizonte en ruinas;

    arrugados, famélicos hasta la eternidad,

    tocad dónde comienza vuestro nudo.

    Oíd crecer las flores debajo del patíbulo

    regadas por el semen de la muerte.

    Aventad sus semillas para que nadie sepa

    dónde comienza el nudo.

    Deshojad sus cenizas.

    Oh ciegas criaturas.

    El sol está morado.

    La aurora es una farsa. Desconfiad

    del nudo: centinela del gusano.

    [1948]

    En el ejemplar de La miseria del hombre perteneciente al poeta, éste fechó el poema en 1945, enmarcó las tres estrofas finales y apuntó el título de Nürenberg. Pero nunca publicó la versión abreviada y rebautizada. Tampoco recogió el poema en los libros posteriores. No hay que confundirlo con otro poema también titulado Coro de los ahorcados, publicado en Del relámpago (1981).

    Comentario: Mucho de lo mío y de la palabra que hago así, hay que leerla gesticulando; no muy alto, no moviendo las manos muy lejos ni irguiéndose como quien va a volar, pero hay un lenguaje gesticulante, hay una gesticulación también en lo mío.

    El principio y el

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