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Entonces, uno de los monjes sacó una espada, miró al Gran Maestro y a todos sus
compañeros, se dirigió al centro de la sala y... ¡zas! : blandiendo la espada,
destruyó todo de un solo golpe. La escena fue impresionante. Tan pronto el
discípulo retornó a su lugar, el Gran Maestro dijo con voz contundente: - Usted será
el nuevo Guardián del monasterio.