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El hijo de Josef Stalin y la Metafísica

Por Nicolás González Varela

(fliegecojonera@gmail.com)

En ninguna de sus biografías, Stalin vino al


mundo. Hecho extraño, incluso en las oficiales o
semioficiales, como la de los apparatchikis
Iaroslavski, Beria o el luego ejecutado Abel
Enukidzé (burócratas que disfrutaron de su
dictadura y que se divertían con él) o de miopes al
estilo Barbusse, las coloquiales como Ludwig,
incluso las objetivas y críticas de Boris Souvarine
o francamente hostiles y agresivas, como la de
Trotsky y la de los mencheviques georgianos que
fueron sus compañeros de militancia. En todas
ellas Iosif Vissarionovich Dzhugashvili tiene
un carácter humoso, opaco e inconsistente. Su
ascenso al poder fue tan natural y silencioso que
da la sensación de ser un hombre sin atributos y
que no atraía la atención de sus contemporáneos.
No sabemos nada de su padre (Vissarion, un oscuro y violento zapatero
alcohólico que murió cuando tenía once años), del cual ha hablado poco (y con
reticencia). No hay una acumulación de recuerdos de hermanos (tenía tres, que
fueron muriendo durante la infancia, quedando como hijo único), vecinos,
maestros, amigos de la infancia, como en el caso del superculto a Lenin. Nada
de colecciones de cartas personales y políticas íntimas y reveladoras, ni diarios o
notebooks de densa escritura que trasluzcan su élan vital; ninguna autobiografía
de vuelo literario al estilo Trotsky. Ni de la profesión elegida para él por su
madre: ser sacerdote, y es que en Georgia los ambiciosos elegían casi siempre
esta carrera porque era la única que permitía a un plebeyo no ruso elevarse
socialmente y llegar a ser funcionario del estado. Todo en Stalin es secreto, salvo
acciones públicas perfectamente planificadas y documentos purgados. Cuando
cumplió cincuenta años, en 1928, incluso el patético Pravda hizo esta misma
afirmación: “Stalin, el enigma”. Su vida era cuestión de estado y viceversa: en
1935 Lavrentii Beria, jefe de la policía política (GPU) pronunció un discurso que
duró dos días acerca de la ejecución de unas instrucciones perentorias cuyo
título eran “Los primeros escritos y las primeras actividades de Stalin”. La
“ratio” de la policía política decidía en esos tiempos la falsedad o verdad
histórica de los documentos o datos biográficos de Stalin. Estamos tratando con
uno de los ejemplos más sorprendentes (sólo comparable a Octavio Augusto a
algún populista latinoamericano) de un hombre que ha conseguido inventarse a
sí mismo. Todo el mecanismo de agitprop del centralizado estado soviético
(prensa, radio, cine, libros de texto, manuales académicos, publicaciones
partidistas) han sido consagrados a la tarea de moldear ex novo el pasado del
Vzhed (Líder) de acuerdo a sus deseos caprichosos. Todo cuestionamiento a la
ortodoxia documental es traición y los críticos son suprimidos (junto con las
pruebas). El biógrafo se encuentra con Stalin, como reconoce Laqueur, frente a
la tarea sin precedentes de convertir espejos y sombras en realidad.
Koba, “el indomable”, no vivía sólo de la política clandestina en la penosa Rusia
zarista. A pesar de ser un revolucionario profesional se casa el 22 de junio de
1904 en Gori, su montañoso pueblo natal, una zona industrial de Georgia. Un
antiguo alumno del seminario del cual era alumno Koba celebra la boda en la
iglesia de San David de Tiflis. En la Rusia zarista no existe el matrimonio civil y
solamente puede registrarse y es legal el matrimonio religioso. Por este motivo
no sólo Stalin, sino Lenin, que consideraba inconveniente la existencia de la idea
de Dios, se había casado por la Iglesia; Trotsky mismo había recibido en la
cárcel, junto con su esposa, la bendición de un rabino durante su traslado a
Moscú. El pueblo natal de Stalin, Gori es el más importante de aquellos
“mundos de bolsillo”, microcosmos enclavados por todo el antiguo reino de
Georgia, que sigue siendo, como entonces, un verdadero museo de la historia.
No fue sino la política bolchevique de las nacionalidades la que dividió esta zona
en 16 provincias-naciones ridículas. Durante su infancia “Soso”, como le
llamaba su madre a Stalin, se codeó con una verdadera Babel de pueblos sin
historia: judíos azkhenazíes, tártaros, moldavios, kurdos, estonios, polacos,
checos, avars, kuniks, laks, ucranianos y por supuesto rusos blancos que
dominaban los centros administrativos y la incipiente burguesía de la industria.
Cuando Soso elevaba su mirada sobre los tejados de Gori veía al Kazbek que
yergue su cima a más de 5.000 metros en el cielo. Los días de fiesta y de
mercado, los miembros de las tribus de las altas montañas bajaban a Gori,
resplandecientes de bordados de plata y oro, con sus cinturones de cuero
lustrado llenos de cartuchos de balas, con sus puñales de largo puño con vainas
aceitadas. Pendencieros, desconfiados, batalladores, estos montañeses se
entregaban con facilidad a las luchas locales sangrientas en las cuales parientes
y amigos estaban sujetos a la vendetta más cruel. Ocultos en los agrestes
desfiladeros se encontraban pueblos-museo: los svanéthianos, iberios (si, hay
una zona que se denomina ¡Iberia!) o los khevsurs (khevi es en georgiano
desfiladero) que en las festividades se ponían cascos, cotas de malla medievales,
grebas, escudos y toda la panoplia imaginable de los cruzados de la Edad Media
que dejaron en la zona luego del periplo por la Tierra Santa. Un laboratorio
extraordinario para un joven que en el futuro será designado Comisario de las
Nacionalidades de la joven república soviética.

Todavía no se apoda “Stalin” (acero en ruso, сталь), eso será diez años más
tarde. Se puso el apodo de “Koba” por un héroe nacionalista, medio Robin
Hood, que luchó con tácticas de guerrilla por la independencia de Georgia. Se
había hecho popular gracias a una novela histórica de Alexander Kazbegi
titulada “El Patricida” (1883). Como a cualquier humano, los apodos que eligió
para despistar a la policía son reveladores del alma: Guerrillero-Bandido y
Hombre-de-Acero. En el cenit de su poder, se hacía llamar todavía Koba por su
círculo más íntimo, y su única obra teórica de importancia, “El Marxismo y la
cuestión nacional” de 1913, estaba firmada como K.(oba) Stalin. Su casi púber
esposa se llama Ekaterina Svanidzé, “Kato”, una joven de origen campesino de
15 años de edad. Existe una única fotografía, donde da una excelente impresión
en su postura elegante. Trabaja como costurera en el Ejercito Imperial del Zar.
Ha nacido en una aldea diminuta, Didi-Lilo y es hermana de un militante
bolchevique, su camarada y amigo Alexandr Svanidzé. En 1939 no será un
obstáculo para que Koba diezme a toda la familia de su primera mujer: la NKVD
lo detendrá junto con su mujer, María, quién será ejecutada en 1942. El mismo
día Stalin hace fusilar a otra hermana de su mujer, también de nombre María.
Parece que los Svanidzé se habían permitido ciertas críticas superficiales hacia
su dictadura personal. Ekaterina es una joven piadosa, saca adelante el
matrimonio proletario como costurera y ojaladora. Venera a su marido como a
un semi-dios y, durante las reuniones nocturnas clandestinas, ruega
incesantemente al Señor para que Koba renuncie a sus ideas heréticas y
violentas y sea un ejemplar padre de familia. Esta boda con una joven ajena a
toda actividad política es curiosa en un militante ruso de inicio del siglo XX. La
hermosa, dulce pero inculta Ekaterina, once años menor que él, le infunde
autoestima y seguridad. Todo confirma su devoción por él y el amor tosco de
Koba por la mujer-niña, de cabellos azabaches y grandes ojos negros que, según
la leyenda bolchevique, se metió debajo de una mesa la primera vez que
militantes socialistas aparecieron en su hogar. Stalin recordará, en 1910, los
hermosos trajes que le confeccionaba…

El 19 de marzo de 1907 Ekaterina da a luz un varón: Yakov. Según las fuentes, la


madre muere el 25 de noviembre de tifus, neumonía o tuberculosis. Koba no
soporta el dolor. Deja que la familia organice los funerales. Existe una fotografía
tomada en el cementerio: Koba aparece con el cabello revuelto y en punta, los
rasgos duros y tensos, un rostro macilento y enflaquecido. Yakov afirmará haber
nacido en 1908. Indudablemente su abuela lo inscribió con picardía campesina
en marzo de 1908 para retardar el terrible servicio militar zarista. En todo caso
el niño huérfano representa una terrible carga para un militante clandestino y
Koba le confía el niño a su cuñada. Olvida su existencia. En un cuestionario que
rellena para la policía en 1912 ante la pregunta de si tiene hijos, Koba no duda
en la respuesta, a pesar de que su Yakov ya tiene cuatro años: “No”. En el mismo
fichero el instructor policial anotará como seña particular del futuro "Padrecito
de los Pueblos" las marcas de viruela en el rostro, que tiene dos dedos de un pie
unidos y el brazo izquierdo ligeramente atrofiado. Se re-encontrará con su
primogénito Yakov cuando tenga catorce años, recién en 1921. La revolución
bolchevique ha triunfado y se establece el monopolio del partido único. Su padre
es un burócrata importante, aunque sin domicilio fijo. Se ve obligado a recibirlo
y vivirá con él en su nuevo apartamento. Este muchacho indolente y parco
provocará en Stalin una antipatía inmediata que no se desvanecerá jamás. En
noviembre de 1921 Stalin sigue esperando un piso cómodo en el nuevo centro de
gobierno en Moscú, Lenin se hace cargo del asunto personalmente y pide a
Enukizdé “que se acelere la liberación del apartamento destinado al compañero
Stalin”. Obstáculos, negligencia y burocracia: nada se produce. Lenin se irrita en
insiste: “¿Y el apartamento de Stalin? ¿Cuándo, entonces? ¡Como siempre esta
lentitud burocrática!”. Al día siguiente se toma la decisión y Stalin se muda con
Yakov.

Stalin no es sólo brutal en política. Yakov, y sus otros hijos, sabrán algo de ella.
Su hija mujer Svetlana describe su laconismo y frialdad glacial, su actitud
despótica con respecto a él: “Ante su padre, Yakov se sentía como un paria”.
Yakov desea independizarse: lo excomulga sin contemplaciones. Yakov se casa
con la mujer que quiere, la joven Zoia: se niega a recibirla o conocerla. Stalin,
con amplios poderes discrecionales, corta el suministro de víveres a su hijo en
pleno racionamiento. El 9 de abril de 1928 le escribe a su segunda mujer:
“Transmite de mi parte a Iacha [Yakov] que se ha comportado como un
hooligan y un delirante con el que no puedo tener nada en común. Que viva
donde quiera y con quien quiera”. Yakov intenta suicidarse (no será la primera
vez). La bala le roza el corazón. Tardará en recuperarse de la gravedad de la
herida. Stalin está más furioso que antes, lanza sarcasmos e ironías sobre su
suicidio: "¡No sabe hacer ni eso!". Después de graduarse en la escuela, Yakov se
traslada a Leningrado para trabajar como obrero en una usina eléctrica, según
los deseos de Stalin de que viva una verdadera existencia proletaria. Se inscribe
en una universidad para obreros, contrariando al Vzhed. Se vuelve a trasladar a
Moscú donde intenta obtener el diploma de ingeniero. El verano de 1935 es la
estación de los disgustos familiares para Stalin: el año anterior Yakov
abandonaba a su primer mujer (a la que dejaba con un hijo) y se aparecía en
Moscú en un coche último modelo acompañado por Iulia Meltser (a la que
detendrá en un campo hasta 1943), una antigua cantante de cabaret de Odessa,
judía, recién divorciada de su marido y mayor que Yakov. Poco después una
amante ocasional de Yakov, Olga Mijailina, daba luz a un niño al que inscribió
con el nombre del padre y al que su abuelo Stalin no vio jamás. El pequeño
Evgueni llegaría a ser el más fiel defensor de la memoria política del dictador y
abuelo invisible: en las elecciones legislativas rusas de 1999, ya coronel de
reserva, sería uno de los líderes de la lista con el nombre insólito de “Un Bloque
Stalinista para la URSS”. Stalin dirige a la familia como al partido y los asuntos
de estado: decisión autoritaria y sin ruegos ni preguntas. A Yakov lo obliga a
inscribirse en la Academia de Artillería del Ejército Rojo en 1937, graduándose
de teniente de reserva en 1940. Según los documentos de la Academia, Yakov no
era un alumno brillante, pero era un estudiante silencioso y aplicado; intervenía
activamente en cuestiones políticas; en marxismo-leninismo sus notas eran más
bajas que en las otras disciplinas. Coherencia: Yakov conocía a fondo la falsedad
ontológica del DiaMat. Finalmente Stalin lo obliga a afiliarse al Partido
Comunista al año siguiente, justo cuando las tornas de la guerra se desatan
sobre Rusia.

Cuando Hitler decide atacar a la URSS el 22 de junio de 1941 Yakov


Dzhugashvili se presenta como voluntario. Es teniente de una batería de
artillería, howitzers de 152 mm., en la 14º División Blindada. Su división es
rodeada cerca de Borissov, en el gigantesco cerco alemán de Smolensk, en el eje
de la autobahn Minsk-Moscú. Su brigada es rodeada, Yakov pelea con valor
pero queda aturdido por una explosión y se desvanece. Cuando despierta se
encuentra que sus soldados lo han abandonado. Se une entonces a una columna
de fugitivos que tiraban sus uniformes y se vestían con ropas campesinas y los
imitó. Es capturado disfrazado de mujik por soldados de la 17.Panzer Division,
dos oficiales de la Luftwaffe lo interrogan in extenso, sin reconocerle. El
momento de su captura es registrado por los PK, los corresponsales de guerra
incrustados. Es enviado a la retaguardia hacia un campo de prisioneros en
Borissov, campo a cargo de uno de los temibles SS-Einsatzgruppe, el “B”,
dirigido por el SS-Brigadeführer de cuarenta y seis años Arthur Nebe. Nebe
liquidó en el corto tiempo en el que estuvo a cargo (no más de cinco meses), más
de 45.000 civiles desarmados (la mayoría judíos, gitanos y comunistas). Los
Comandos Einsatz eran una fuerza especial encuadrados en el
Reichssicherheitshauptamt (RSHA), la Oficina Central de Seguridad del Reich,
dirigida por Reinhard Heydrich, que ya habían seguido al ejército alemán por
Austria, Checoslovaquia, Polonia y los Balcanes. Su tarea era “asegurar” los
territorios ocupados marchando inmediatamente detrás de las tropas y delante
de la administración civil. Confiscaban armas y reunían documentación
incriminatoria, seguían y arrestaban a aquellas personas que según los archivos
de las SS no eran confiables y asesinaban sistemáticamente a los líderes
religiosos y políticos, a los cuadros intelectuales y educativos de los países
invadidos. En el primer recuento de prisioneros, un oficial da la orden que los
judíos y comunistas den un paso el frente; al no entender la orden el oficial
emprende la tarea preguntando prisionero por prisionero. Cuando llega frente a
Yakov en un pésimo ruso le grita: “¡Por qué no ha dado un paso al frente, si eres
un judío!” (Yakov tenía ojos negros, pelo negro azabache y todo el aspecto de un
gitano). Yakov no responde. Pero un anónimo desde las filas le contesta: “Él no
es judío. Es georgiano. Es el hijo de Stalin…”. Los alemanes quedan
conmocionados. Examinan los papeles de Yakov y le envían inmediatamente
con una escolta a un hospedaje confortable. Allí lo interrogan dos oficiales de las
SS, primero Wilfred von Strickstrickfeldt, luego el mayor Walter Holters. En
1946 el jefe de la NKVD, Merkulov, le entrega a Stalin el acta de interrogación
que fue encontrada intacta por el Ejército Rojo en las ruinas del Ministerio de la
Aviación nazi en Berlin. El documento es abrumador: su hijo estaba
desmoralizado, no creía en la Patria del Socialismo en un solo país, despotricaba
contra la burocracia y el terror: “Yo no llevaba mapas… generalmente en el
Ejército Rojo no hay mapas… Entre nosotros todo se hace a lo loco, en medio del
desorden… la organización es caótica en general… reina una confusión general…
los mandos eran absolutamente incapaces, porque tenían miedo de los años
pasados en los campos de trabajo forzado… nuestras tropas están bien
equipadas pero no saben usar el armamento…” También estaba convencido que
la URSS no está derrotada, que los alemanes no tomarían Moscú y que
consideraba una vergüenza haber caído prisionero. Los alemanes le piden que
explique el odio general de los comisarios políticos, sobre todo a los judíos, a los
que la gente considera como una desgracia nacional. Yakov, a pesar de estar
casado con una judía, expone todos los tópicos del antisemitismo: “Los judíos y
los gitanos se parecen, no quieren trabajar. Desde su punto de vista, el comercio
es lo más importante.”. Además señaló que había hablado por última vez con su
padre por teléfono el 23 de junio, y que Stalin le dijo: “¡Ve y lucha!”. Pese a las
declaraciones críticas, Yakov se niega a colaborar y se mantiene sereno. Le
proponen escribir una carta abierta a su padre. Se niega. Los nazis lo alojan en
una suite de la GeStaPo en un hotel de Berlin, el Adlon. Goebbels pretende
hacer un buen uso propagandístico de él, incluso que sea el Quisling ruso, pero
no lo logra. Yakov se mantienen firme en su negativa. Stalin reacciona: manda
detener a su mujer, y abrir una investigación sobre su responsabilidad sobre la
rendición de su marido. La Luftwaffe deja caer sobre las tropas soviéticas unos
panfletos en los que aparece una foto de Yakov conversando con dos oficiales
alemanes, además de una llamada a la deserción: “Los alemanes no matan a sus
prisioneros. El propio hijo de Stalin os demuestra con su ejemplo que es falso”.
En diciembre es trasladado a un Oflag (Offizierslager campo para oficiales) de
Hamburgo y después a otro campo de oficiales polacos, cerca de Lübeck. Se
hace de buenos amigos. Allí planearán una fuga conjunta, que fracasará. Es
enviado como castigo al campo de concentración KL Sachsenhausen. Allí sufre
una severa depresión, se rehúsa a comer y se pelea continuamente con los
aristocráticos oficiales británicos que lo tratan con desdén. Al otro día de su
captura oficial, Stalin refuerza las medidas represivas en el frente de combate
para evitar deserciones y rendiciones masivas y declara que no hay prisioneros
de guerra soviéticos, sino “traidores a la madre patria”. El 13 de abril de 1943,
Radio Berlín transmite un descubrimiento sensacional: la brutal matanza
colectiva del bosque de Katyn, donde yacen los cadáveres de miles de oficiales
polacos asesinados por la NKVD en 1940, al ocupar el Ejército Rojo la parte de
Polonia. Los propios Einsatzgruppe pero stalinistas. En extraña coincidencia,
Yakov el 14 de abril, en un curioso suicidio, se arroja voluntariamente sobre las
cercas electrificadas del campo. Los guardias disparan sobre él, pero es tarde:
yace muerto. Una foto de su cuerpo es enviada al Reichsführer Heinrich
Himmler, quién ordena realizar un informe donde se afirma que fue muerto
mientras intentaba escapar. Su cadáver es incinerado en un crematorio. Cuando
la noticia llega a Moscú, Stalin manda liberar a la viuda, descargándola de toda
responsabilidad en la traición de su marido. El intento de fuga y el asesinato de
Yakov son inexplicables, hasta el punto de que un periodista ruso ha visto en
ellos un montaje para disimular el canje de Yakov por oficiales de alto rango
alemanes: ¡Stalin lo habría recibido de noche en el Kremlin y lo había matado!
Según la españolísima Dolores Ibarruri, La Pasionaria, Stalin había encargado
a un español infiltrado en la franquista Blaue Division, la División Azul (un tal
José Parra Moya) la misión de organizar un comando para liberar a Yakov. El
resultado de todo fue un decreto que creaba un nuevo organismo represivo, el
“Presidio” (Katorjnye Raboty), un campo de trabajos forzados especial
destinado a culpables de alta traición a la patria (colaboración activa y pasiva
con el enemigo, es decir: la mayoría de los soldados prisioneros de guerra), reos
que serán obligados a extraer carbón, oro y estaño en el Vorkutlag, con
condenas de diez, quince o veinte años en condiciones inhumanas extremas.
Stalin aparte obligó a su otro hijo, Vasilli, que era piloto, a no realizar salidas de
combate. No deseaba otro caso Yakov. Stalin llegó a ofrecer 250.000 dólares de
la época en la Alemania del Este por cualquier información acerca de cómo
había sido muerto su hijo. Yakov fue rehabilitado en 1977, concediéndosele
póstumamente la Orden de la Guerra Patriótica de 1ª clase. Yakov tuvo un papel
de antihéroe durante el glásnost de Gorbachov en los años ’80. En una novela
de un tal V. Uspenski titulada “El consejero secreto del jefe”, donde Trotsky
sigue siendo el genio maligno de la historia, Yakov juega un papel secundario y
se convierte en amante de su madrastra, Nadezhda. Empezaba una leyenda…

En su alabada y quizá sobreestimada novela “La insoportable levedad del ser”,


Milán Kundera sorprende a los lectores con este párrafo, mitad ficción literaria,
mitad filosofía política, que nos relata la muerte del primer hijo de Stalin. Según
Kundera la muerte de Yakov fue la única metafísica de toda la Segunda Guerra
Mundial: “Fue en 1980 cuando pudimos leer por primera vez, en el "Sunday
Times", cómo murió Yakov, el hijo de Stalin. Preso en un campo de
concentración alemán durante la Segunda Guerra Mundial, compartía su
alojamiento con oficiales británicos. Tenían el retrete común. El hijo de Stalin lo
dejaba sucio. A los británicos no les gustaba ver el retrete embadurnado de
mierda, aunque fuera mierda del hijo de quien era entonces hombre más
poderoso del mundo. Se lo echaron en cara. Se ofendió. Volvieron a
reprochárselo una y otra vez, le obligaron a que limpiase el retrete. Se enfadó,
discutió con ellos, se puso a pelear. Finalmente solicitó una audiencia al
comandante del campo. Quería que hiciese de juez. Pero aquel engreído alemán
se negó a hablar de mierda. El hijo de Stalin fue incapaz de soportar la
humillación. Clamando al cielo terribles insultos rusos, echó a correr hacia las
alambradas electrificadas que cerraban el campo. Cayó sobre ellas. Su cuerpo,
que ya nunca volvería a ensuciar el retrete de los ingleses, quedó colgado de las
alambradas. El hijo de Stalin no tenía una vida fácil. Su padre lo había
concebido con una mujer a la que, después, según todos los indicios, asesinó. El
joven Stalin era por tanto hijo de Dios (porque su padre era venerado como un
Dios) y, al mismo tiempo, réprobo. La gente lo temía por partida doble: podía
hacerles daño con su poder (al fin y al cabo era hijo de Stalin) y con su favor (el
padre podía castigar a sus amigos en lugar de hacerlo con el hijo réprobo). (...)
Nada más empezar la guerra lo capturaron los alemanes, y otros prisioneros,
que pertenecían a una nación que siempre le había sido profundamente
antipática por su incomprensible introversión, lo acusaron de ser sucio. ¿Él, que
debía soportar el peso del mayor drama imaginable (ser al mismo tiempo hijo
de Dios y ángel réprobo), debía ser ahora sometido a juicio, no por cuestiones
elevadas (referidas a Dios y a los ángeles), sino por asuntos de mierda? ¿Está
entonces el más elevado drama tan vertiginosamente próximo al más bajo? (...)
Si la reprobación y el privilegio son lo mismo, si no hay diferencia entre la
elevación y la bajeza, si el hijo de Dios puede ser juzgado por cuestiones de
mierda, la existencia humana pierde sus dimensiones y se vuelve
insoportablemente leve. En ese momento el hijo de Stalin echa a correr hacia los
alambres electrificados para lanzar sobre ellos su cuerpo como sobre el platillo
de una balanza que cuelga lamentablemente en lo alto, elevado por la infinita
levedad de un mundo que ha perdido sus dimensiones. El hijo de Stalin dio su
vida por la mierda. Pero morir por la mierda no es una muerte sin sentido. Los
alemanes, que sacrificaban sus vidas por extender el imperio hacia oriente, los
rusos, que morían para que el poder de su patria llegase más lejos hacia
occidente, ésos sí, ésos morían por una tontería y su muerte carece de sentido y
de validez en general. Por el contrario, la muerte del hijo de Stalin fue, en medio
de la estupidez generalizada de la guerra, la única muerte metafísica”. El pathos
antistalinista del checo Kundera aunque caricaturiza la muerte de Yakov miente
o se equivoca en lo esencial. Hoy sabemos porqué Yakov se suicidó, gracias a
investigaciones realizadas en los archivos abiertos de la exUrss. El historiador
británico John Erickson, que ha escrito la mejor historia de la guerra entre la
Alemania nazi y la URSS de Stalin, ha podido comprobar que Yakov vivó su
último año prisionero en la más absoluta y devastadora de las depresiones. Una
depresión moral y ética, porqué no: profundamente metafísica, por lo que le
contaban sus propios compañeros soviéticos y polacos de las purgas y
ejecuciones en la URSS, sobre la prepotencia de la Nomenkaltura, y que todo
llegó a un punto de crisis sin retorno al enterarse (al leer un diario alemán) de
las masacres de personalidades polacas de la cultura, maestros y militares
realizadas por Stalin durante la ocupación de Polonia entre 1939 y 1941. Yakov
no murió por la mierda, sino por la vergüenza de 15.oo0 inocentes asesinados en
las fosas de Katyn por orden de su padre. Y esa fue su más grande virtud
metafísica.

*(Foto de Iakov Dzhugashvili, el hijo de Stalin, con su hijo en brazos)

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