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El año en que descubrimos a Gavin Menzies (I)

GABRIELA GUERRA

Esta historia cuenta otra historia, para muchos inverosímil. Un ex marino chino, se dedica a
renavegar los grandes viajes de conquistadores europeos del siglo XV, las estelas de "vida" y
ocupación que dejaron Colón, Días, Cabral, Vasco de Gama, Cook, Magallanes. El único objetivo
consiste en demostrar que fueron chinos, y no otros, los primeros descubridores.

Antiguo oficial de la Royal Navy y nacido en China en el año 1937, Gavin Menzies visitó 120
países, 900 museos y bibliotecas y los más importantes puertos de la Edad Media con el propósito de
escribir el imperante best seller: 1421: El año en que los chinos descubrieron América.

El ex comandante de submarinos británicos, devenido historiador aficionado, navegó el mundo


infatigablemente a bordo de un submarino nuclear para exponer sus tentativas y conclusiones sobre
una bien novedosa conjetura o hipótesis: entre 1421 y 1423, los chinos rodearon el continente negro,
atravesaron el Atlántico, descubrieron América, cruzaron el Estrecho de Magallanes y fueron, sin
duda, los primeros en circunnavegar el planeta.

Menzies pasó alrededor de 15 años investigando para llegar a escribir tan brioso ejemplar. Pocas
teorías en la historia provocaron la polémica que tiene actualmente este argumento a nivel
internacional.

"Los hallazgos casuales no sirven como prueba", plantean unos. Otros piensan que Menzies es digno
de escuchar y discutir, a causa del valor descomunal con que expone sus teorías. Al fin y al cabo se
preguntan: "¿Cuántos locos no han hecho maravillas? A Colón también lo tildaron de loco, al igual
que a Galileo Galilei e incluso a Leonardo Da Vinci".

Resulta que el mundo permanece en constante cambio, y no creo que se trate de hallazgos casuales,
ni de locos valientes. 1421: El año en que los chinos descubrieron América, es un tanto más
complejo: compendio de pruebas, algunas incuestionables, otras no tanto, a las que solo el tiempo y
los nuevos estudios darán o quitarán razón. Las actuales generaciones y quizás alguna venidera, ya
no existirán cuando las noticias comprobatorias adquieran la autenticidad que exige la historia.

De cualquier forma, hay cosas que no deben pasar inadvertidas; verdades, incluso impresas, que no
se comentan ni imparten a ningún nivel escolar; criterios diversos, un mundo que gira, rota y cambia
y nuevas teorías. Aquí les va esta, con un poco de historia incluida.

Zhu Di fue el cuarto hijo de Zhu Yuanzhang, primer emperador Ming. En plena sublevación en
1352, Yuanzhang venció a los conquistadores mongoles que habían gobernado China desde 1279,
dirigidos por Qubilay Jan, nieto del ilustrísimo Gengis Jan, y se proclamó primer emperador de la
dinastía Ming. En esta guerra Zhu Di acompañó a su padre y sobresalió como valiente oficial.

Zhu Di era la descendencia del emperador con una princesa mongola a la que desposara,
aparentemente ya embarazada. Por esta razón, el emperador desconfiaba de la estirpe y de su hijo,
quien agrupó en secreto fuerzas contra sus opositores y consiguió la victoria frente al poderío
paterno. Desde entonces entrenó a un ejército con el cual se apoderó del Trono del Dragón y se
proclamó emperador.

A partir de ese momento, resolvió trasladar la capital al antiguo reducto de Pekín. Demolió el recinto
real y lo reemplazó por un clásico complejo imperial: La Ciudad Prohibida, amurallada y construida
a escala impresionante. Debía ser la mayor del mundo, que deslumbrara al pueblo e intimidara a sus
enemigos. La proeza incluiría la reparación de la majestuosa Muralla China.

Zhu Di demostraba que los dioses legitimaban su reinado en el Trono del Dragón, pero debió
enfrentar severos problemas debido a la escala de sus proyectos, así como a los costos financieros y
de vidas que reclamaban, propósitos que le valieron la oposición despiadada de los mandarines.

En 1421 se celebró la inauguración del complejo palaciego de la Ciudad Prohibida de Pekín. Para el
acontecimiento fueron invitados embajadores de todos los países con los que el imperio mantenía
relaciones diplomáticas y comerciales.

Solemne y extraordinario, el emperador decretó que una gran flota de 107 majestuosos juncos y otras
tantas embarcaciones más pequeñas, los llevaran a todos rumbo a sus hogares, por el camino
recaudarían impuestos en los países bárbaros y finalmente emprenderían un viaje de dos años con
Zheng He comandando a bordo del barco del tesoro.

Zheng He, nacido en el seno de una familia humilde y musulmana, fue víctima de una guerra
dinástica, castrado y llevado al palacio imperial. Como tantos otros eunucos, fue escalando
posiciones hasta llegar a tener la confianza del Trono. Conoció por primera vez el océano cuando el
emperador le confió, en el año 1405, la primera de las siete flotas que llegó a gobernar. Este que
cuento ahora, sería su sexto viaje.

Sin embargo Zheng He no fue el único almirante eunuco. Otros como Zhou Man, Hong Bac, Zhou
Wen y Yang Ping, protagonizaron travesías que permitirían explorar el nuevo mundo y otros tantos
territorios casi siglo antes que, según cuenta la tradición, fueran descubiertos "oficialmente".

Según Menzies, cuando los descubridores europeos iniciaron sus viajes disponían de un mapa del
mundo de 1428, cuyo único posible origen de información debían ser los cartógrafos que viajaron
con las flotas chinas de 1421 a 1423.

El libro plantea que cuando en 1518 Magallanes fue nombrado Capitán General de una expedición
española destinada a buscar una ruta occidental hacia Las Islas de las Especias a través del Océano
Pacífico, ya estaba al corriente de la existencia del estrecho que llevaría su nombre, una vez que él lo
atravesara con su flota de cinco barcos, 241 hombres y en infrahumanas condiciones.

Magallanes transportaba consigo un mapa del tesoro de Portugal y nunca afirmó ser el primer
hombre que circunnavegara el globo. De igual forma Bartolomé Días, Da Gama y Cabral, aunque
guías náuticos y marinos de gran destreza, no descubrieron nuevos territorios, porque llevaban
consigo el mapa de marras, que mostraba ya los lugares hacia los que marchaban.

Tampoco Colón descubrió América. Tenía conocimientos previos de estas tierras, que se verifican,
según el autor del libro, en los estratos de sus diarios de a bordo, redactados en medio del Atlántico,
antes de llegar a los territorios que aguardaban.

En sus historias separadas, Gavin Menzies explica las razones de sus afirmaciones con respecto a los
descubrimientos y conquistas de los colonizadores europeos:

Es de suponer que cuando Cristóbal Colón inició sus viajes, conocía ya el Atlántico, sabía cómo
llegar a China y a las Islas de las Especias navegando hacia el este, una vez doblado el Cabo de
Buena Esperanza.
El Almirante codiciaba gloria y notoriedad, al mismo tiempo que sus planes para viajar hacia el Este
se veían frustrados debido a que los portugueses estaban a punto de abrir la ruta hacia la India
doblando el ya conocido cabo del Sur de África.

La única alternativa que le quedaba eran los Reyes Católicos, quienes desconocían el mapa de 1428,
e ignoraban la ruta más corta para llegar a China y Las Especias. De esta manera, Colón los
persuadió con habilidad de que la vía rápida era en dirección hacia el Oeste.

Así se llevó a cabo el hurto y falsificación de los hermanos Colón. Bartolomé Colón robó una
propiedad intelectual del gobierno portugués, falsificó un mapa, que al igual que Cristóbal, sabía que
era falaz, y juntos lo utilizaron para obtener, a través de artimañas bien razonadas, dinero y respaldo
del Banco de Génova y los monarcas españoles.

Bartolomé Días, en 1487, dobló por primera vez el Cabo de Buena Esperanza y llegó al Océano
Índico. James Cook, en 1768, navegó hasta el Pacífico, descubrió Nueva Zelanda, exploró la costa
oriental de Australia y regresó a su patria por Nueva Guinea y el Cabo.

En 1772, en su segundo viaje, llegó a los límites de la Antártida. En el tercero, debía encontrar un
paso septentrional entre los océanos Pacífico y Atlántico, fue a Norteamérica y murió asesinado en
su viaje de regreso.

Gavin plantea rotundamente: "Todos los exploradores europeos tenían mapas que les mostraban sus
caminos", por lo cual se los debían a los primeros exploradores chinos de la dinastía Ming.

Los mapas auténticos de esos años contenían información proveniente de cartógrafos de las pioneras
flotas chinas y sus épicos viajes.

Menzies afirma categórico: "Vasco Da Gama no fue el primero que navegó hasta la India tras doblar
el Cabo de Buena Esperanza… Cristóbal Colón no descubrió América… Magallanes no fue el
primero que circunnavegó el globo… "Australia fue cartografiada tres siglos antes que James Cook,
y la Antártida, cuatro siglos antes de las primeras tentativas europeas…"

En la página web llamada 1421…, elaborada desde 1999, uno de los sitios más detallados que revisé
respecto a esta materia, contiene un resumen de los puntos discordantes del libro con la historia que
conocíamos y de los detalles que, según sus creadores y colaboradores, Gavin Menzies olvidó, con o
sin intención.

Plantean que "el trabajo del señor Menzies recuerda al de Von Daniken: para él todo lo que
encontraba era obra de los dioses, para Menzies todo es obra de los chinos."

¿Se refieren al suizo Erich Von Daniken, investigador, escritor, creador de fábulas, descubridor de
polémicos hallazgos, revelador de misterios, aunque, para algunos, de poca veracidad y dudosa
procedencia? No entiendo, sin embargo: ¿tienen que ver otras historias con esta historia y valen
semejantes comparaciones?

Los historiadores plantean lo injusto de que la hipótesis de Gavin Menzies tenga más éxito que la
totalidad de los libros escritos hasta hoy. ¿Habría, entonces que rescribir la historia? La cuestión, en
verdad, resulta amplia y controversial. No está en manos solo de algunos, aunque sí del tiempo. Pero,
¿qué tal si tuviera razón y rechazáramos a quien pone a nuestra disposición pruebas que un sinfín de
historiadores o científicos impugnan, aunque nunca se molestaron en comprobar?
Nuevo cuento chino (II)
GABRIELA GUERRA

Un cuento chino no está siempre exento de autenticidad, y en este caso puede ser, incluso, parte de la
historia de enigmáticas civilizaciones. Entonces, por qué negar categóricamente lo que el intrépido
Gavin Menzies pone en nuestras manos, sin daños ni costos. Dejemos que el tiempo nos legue o
quite la razón.

Al retomar nuevamente el libro de este denodado marino e historiador aficionado, nos nutrimos de
teorías que atribuyen al año de 1421 el inicio de una regia expedición china que habría de recorrer el
mundo, llegando a rincones del planeta a los que muchos años más tarde llegarían los ¿primeros?
colonizadores europeos.

Cierto es que la ciencia y tecnología chinas de esa época, llevaban ventajas de siglos a las restantes.
Igual ocurría con los conocimientos de ingeniería civil y militar, demostrado en la construcción de la
Gran Muralla China y que le permitió al país sobrevivir por encima de las grandes civilizaciones
antiguas.

Antes de 1421, el Emperador había logrado un proceso de sometimiento al sistema tributario chino,
que incluía el Sudeste asiático, junto a Manchuria, Corea y Japón. Toda el Asia Central se sometía al
poder chino, cuyos barcos dominaban el océano Índico, abriendo al paso la ruta de la seda desde su
país de origen hasta Persia.

Hay hechos incuestionables, y las condiciones chinas saltaban, con creces, por encima del resto de
las civilizaciones que emergían. Desde una más antigua y rica tradición marítima, con seis siglos de
exploración oceánica y navegación astronómica, hasta una potencia económica que les permitía la
creación de vistosas flotas, que vendrían a ratificar su dominio en los mares. Los juncos chinos eran
más grandes y resistentes que cualquier embarcación europea y contaban con avances desconocidos
en Occidente.

Las evidencias del marino Menzies son tenaces, de alto valor y exponen detalladamente cómo
encontró objetos y artesanías chinas de ese período a lo largo de sus viajes, durante muchos años de
investigación. También demostró cuáles plantas y animales chinos correspondientes a esa época
llegaron a los nuevos territorios, al igual que las especies endémicas de las descubiertas tierras,
fueron llevadas de regreso a China.

Es así que cuando los europeos llegaron al llamado Nuevo Mundo, ya crecían allí los más
importantes cultivos, de los que habrían de alimentarse al llegar a estas tierras, lo que ocurrió
también en la Polinesia y el resto de las regiones.

Íntegramente, estas teorías nos transfieren miles de evidencias por demostrar o ya explicadas. Las
flotas chinas habían explorado prácticamente todos los continentes, navegado 62 archipiélagos con
más de 17 000 islas, cartografiado el mundo, determinado la longitud por medio de los eclipses
lunares, pues ya se conocía como calcular la latitud, pero los europeos mostraron en esos años
problemas en el cálculo longitudinal.

Atravesaron, además, el Océano Índico hasta el África occidental, doblaron el Cabo de Buena
Esperanza hasta las islas de Cabo Verde, navegaron el Mar Caribe hasta Norteamérica y el Ártico,
descendieron hasta el Cabo de Hornos y la Antártica, Australia y Nueva Zelanda y atravesaron el
Océano Pacífico. Fue así que se completó el primer mapa del mundo tal, como hoy lo conocemos.
Estos viajes permitieron el aumento del imperio comercial, la creación de colonias permanentes en la
costa pacífica de Norteamérica y por el sur, desde California hasta el Perú, el establecimiento de
asentamientos en Australia y en otros recodos del Océano Índico hasta el África oriental.

No fue, lógicamente, un paseo color de rosa, como en cualquier historia con posibilidades de ser real.
Solamente cuatro barcos del almirante Hong Bao y uno de Zhou Man regresaron a China. Con la
pérdida de por lo menos 50 embarcaciones, quedaron atrás miles de vidas. En 1423, de los nueve mil
hombres que acompañaban a Zhou Man, solo estaban de regreso 900: el resto murió o debió quedar
desperdigado por el planeta.

Estos grandes sacrificios, consecuencias de efectuar la más quijotesca obra posible en tan remota
época, llevaron al autor del libro a afirmar que "fue una hazaña histórica sin comparación en los
anales de la humanidad". Y acompañó este criterio con otra importante aseveración: "los
descubrimientos europeos no habrían sido posibles si China no hubiera abierto el camino".

Pero el tiempo en China no se detenía y la existencia del Emperador estaba plagada de


acontecimientos impredecibles. Doce meses después de que partiera la armada de Zheng He, estalló
una violenta tormenta sobre la Ciudad Prohibida. Era el comienzo del fin. A causa de un fulminante
rayo se produjo un devastador incendio que destruyó palacios, tronos e, incluso, arrancó la vida de la
concubina favorita del Emperador.

Era la destrucción total de Zhu Di: los dioses exigían cambios y el Emperador cedió el poder
temporalmente a su hijo Zhu Gaozhi. Humillado, enfermo, trastornado y abandonado por los dioses,
Zhu Di enfrentó problemas políticos y grandes insurrecciones que dieron al traste con sus
majestuosos proyectos, tanto presentes como futuros.

Una crisis diplomática aceleró la desintegración de su gobierno. El 12 de agosto de 1424, murió a los
64 años de edad. En septiembre su hijo accedió definitivamente al trono e impartió la orden de
interrumpir los viajes de los barcos del tesoro.

En el momento del regreso de las flotas, los mandarines desmantelaban el aparato del imperio
mundial que Zhu Di había estado tan próximo a constituir.

China se incomunicaría por siglos del mundo exterior, con la destitución de los almirantes, la
destrucción tanto de los barcos como de los mapas, cartas náuticas y cualquier documento que
registrara las hazañas. Los logros de este reinado fueron repudiados, ignorados y olvidados con los
años.

Todo el legado de Zhu Di y las gallardas flotas fue borrado: no solo se destruyeron diarios y
registros, sino que el recuerdo de estos viajes fue borrado de forma que parece que nunca ocurrieron
en los anales de la historia. China se impuso su propio e inmenso aislamiento del resto del mundo,
quizás el aislamiento más acatado de la historia humana.

A pesar del éxito editorial de este ejemplar en los Estados Unidos, los historiadores norteamericanos
se han limitado a plegarse en sus puestos y amonestar las teorías del ex marino británico, a las cuales
catalogan de "especulaciones sin fundamento, donde las evidencias que se presentan no solo no son
insuficientes, sino que la teoría de Menzies no se sostiene".
El hecho de que no se relaten estas odiseas en ninguna de las crónicas chinas es lo que más alarma,
unido a los razonamientos actuales de que las dos cartografías, la oriental y la occidental,
evolucionaron de forma independiente y se ignoraban entre sí.

Se plantean severas interrogantes: ¿Por qué no llegaron a Europa, si pretendían llevar la dinastía
Ming al resto del mundo? ¿Por qué a pesar de la destrucción de los registros, no existe en el país
ninguna tradición oral, ni base técnica anterior, ni constancia alguna? ¿Cómo llegaron a Europa con
tanta facilidad y rapidez los mapas que constituían secretos militares?

Creo que no debe haber respuestas apresuradas. Hay que espulgar la historia y por supuesto este
imprescindible volumen, y dejar que el tiempo decida. No es posible, mientras, negar ciegamente las
evidencias que el autor nos expone de forma exhaustiva y sin preámbulos.

La Junta de Turismo de Singapur, que opera con fondos gubernamentales, fue uno de los principales
grupos en apoyar una valiosa exposición que tuvo lugar entre el 10 de junio y el 11 de septiembre del
2005 en el Paseo de la Marina, donde se revelaron nuevas informaciones y evidencias sobre estas
teorías.

La exposición fue organizada en parte por el propio Menzies, e incluyó detalles sobre una base naval
que se cree Zheng He estableció en un punto geográfico canadiense conocido como Nova Cataia.

Sin embargo, mientras unos apoyan, hay otros que desacreditan o contradicen. Tal es el caso de un
historiador chino, quien desde una universidad de Singapur afirma que le "encantaría que esta teoría
fuera cierta, pero el trabajo de Menzies no tiene nada que ver con la academia. No hay metodología
en su investigación ni evidencia que sustente sus declaraciones. Hace conjeturas que de repente se
convierten en hechos".

Cierto es que miles de científicos a lo largo de la historia, repitieron los argumentos ya escritos,
mientras que Gavin Menzies se lanzó al mar, navegó e investigó durante 15 años, y este solo hecho
le vale reconocimiento y derecho de ser escuchado además de cuestionado, pero no denostado.

En definitiva, las probabilidades de que la historia sea cierta, de manera parcial o total, pudieran ser
holgadamente amplias. Algunos aspectos de la Prehistoria y la Historia, por no decir muchos, no
están dilucidados aún, y el tiempo y las investigaciones deberán aclararlos como el agua vital que
tenemos derecho a beber.

El conocimiento se hace de tesis y antitesis.

Demos un paso adelante y pongamos nuestras cabezas en el futuro, aunque para ello debamos
replantearnos el pasado, pues la verdad es algo que debemos afinar constantemente, como a un
piano.

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