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F. HOLDERLIN
SonUnos impostores! gritaban todas las paredes
a mi sensibilidad. Me senta como alguien a punto de
ahogarse en medio del humo, que derriba puertas y
ventanas para lograr salir afuera; tal era mi sed de aire
y de libertad.
Tambin ellos se dieron pronto cuenta del desagra-
do de mi nimo y se retiraron. El da despuntaba ya
cuando sal del kan donde habamos estado juntos. Yo
senta el soplo del aire maanero como blsamo en una
llaga ardiente.
El tono burln de Alabanda me haba irritado ya
demasiado para que sus misteriosos amigos no me
hicieran dudar por completo de l.
Es malo, exclam; s, es malo. Finge una confian-
za ilimitada y vive con tales gentes... y te lo oculta.
Senta lo mismo que una novia cuando se entera de
que su amado hace vida comn con una ramera.
Ah, no era imo de esos dolores que se pueden cobi-
jar, que se llevan en el corazn como aun hijo y que en
la penumbra cantan con tonos de jilguero!
Como ima serpiente furiosa que trepa inexorable
por rodillas y caderas, enlaza todos los miembros del
cuerpo y luego hunde sus dientes venenosos en el
pecho y luego en la nuca, as era mi dolor, as me aho-
gaba con su terrible abrazo. Peda ayuda a lo ms ele-
vado de mi corazn, invoqu grandes pensamientos
para seguir todava tranquilo, lo consegu durante
algunos instantes, pero en seguida mi clera era mayor;
en seguida mat, como se apaga un incendio, toda chis-
pa de amor en m.
As tiene que ser, pensaba; esas son sus gentes,
tiene que estar confabulado con ellos contra ti! Y qu
quiere de ti? Qu puede buscar en ti, en un exaltado?
Ojal hubiera seguido su camino! Pero a esta gente le

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