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Fractal 02
Mis ojos, otros ojos
Mayo 2008
Mis ojos, otros ojos
"Hace años y años que llevo la vida del rico, esto es, de víctima sin
libertad. Me causan molestia las mesas ricamente puestas, las reverencias
de los parásitos, la acogida de la curiosidad que despiertan los demasiado
conocidos. Siento nostalgia de la vida miserable y desastrosa que hice hasta
los veintiséis años. Después de haberme visto asaltado por millares de
pedigüeños y maniáticos, he querido, al menos por una semana, volver a
saborear la vida del pobre, del abandonado.
Tengo ahora el aspecto de un mendigo sucio y haraposo.
Para quien ha gustado todos los poderes no hay otro refugio que la
impotencia. Para quien ha poseído todo lo que se puede comprar en el
mundo, no hay más refugio que la miseria. Es una comedia -tal vez una
ridícula comedia- que no tiene, por fortuna, espectadores.
No sé el italiano y no he llevado conmigo ni mapas ni guías. He ido al azar.
Estos países no son ricos, pero sí bellos. Ríos que en esta estación son
zanjas blancas y secas; montañas peladas rocosas, donde la gente siembra
un grano que germina raras veces y pobremente, junto con los cardos y los
ciruelos. Allí, en la altura, algún prado todavía florido, algún torrente que
lleva más guijarros que agua, algún pedazo de bosque, salvado, no se sabe
cómo, de la hachuela de esos montañeses enemigos de los árboles. De vez
en cuando, las ruinas de un castillo, una torre medieval restaurada, una casa
negra en la que se esconden bandadas de chiquillos maravillados, un gran
convento oculto entre los abetos, una iglesia sin campanario y con la puerta
cerrada. Por todas partes vacas blancas, ovejas sucias, cerdos que hozan y
gruñen, y raras veces una pastora con los cabellos ocultos bajo un pañuelo
amarillo y que procura que no la vean.
No he entrado en ninguna hostería.
He comprado, al pasar, un poco de pan en las tiendas de las aldeas, he
bebido el agua de las fuentes, he robado alguna fruta verde en los campos,
he dormido bajo las encinas y a la sombra de los pajares.
Los habitantes son brutos, pero buena gente. Aunque no sea más que en
cinco o seis palabras de italiano, han demostrado siempre que me
comprendían, y me han ofrecido lo que tenían, incluso antes de que se lo
pidiese. Un día comí, en medio de un campo, con algunos segadores que
descansaban. Me preguntaron de dónde era y de dónde venía -según pude
comprender-, pero no supe contestarles.
Me dieron un poco de menestra, ensalada y un tomate crudo. Las mujeres
hablaban entre sí, y a lo que me pareció, me compadecían.
Otro día encontré un viejo que cortaba ramas de un árbol, solo, en un
bosque. Estuvimos juntos algunas horas. Había estado, cuando era joven,
en América, y recordaba algunas palabras de inglés.
Me dijo que había mucha miseria en este país, pero que todos preferían
vivir o al menos morir aquí entre sus montañas. Se extrañó mucho de que,
viniendo de un país tan rico, pareciese tan pobre.
He comprendido que sospechaba que tenía delante a un malhechor
escapado de América y, no obstante, se ha mostrado cortés y cordial.
Pero el encuentro que me quedó más grabado fue el de la muchacha.
Durante todo el día anterior no encontré a nadie; había terminado el pan y
no me atreví, por un ridículo pudor, a ir a pedirlo a las casas de los
campesinos. Me hallaba cansado y hambriento.
Al caer de la tarde llegué a una selva de castaños y me di cuenta de que en
el límite de la selva había un prado pedregoso y una fuente.
Cerca de la fuente se hallaba sentada en el suelo una muchacha. Cuando me
vio tuvo miedo y se puso de pie. Debía de tener de doce a trece años: la
más bella criatura que nunca había visto. En el rostro, dorado por el sol,
brillaban dos ojos verdes, encantados.
Y sobre la cabeza desnuda, ondas y ricitos de cabellos negros. Entre los
labios, frescos y rojos como un fruto entreabierto, una sonrisa involuntaria,
blanca.
Una maravilla. Para no asustarla me senté en una piedra un poco distante.
La muchacha se tranquilizó: no hablaba y no me quitaba los ojos de
encima. Cuatro vacas enormes pacían allí cerca. Yo me secaba el sudor.
Tan mal vestido y jadeante, debía parecer ciertamente un desgraciado
vagabundo.
Después de un cuarto de hora, no sé cómo, la muchacha sacó de su hatillo
un pedazo de pan moreno, se acercó a mí y me lo ofreció con una sonrisa
tímida murmurando algunas palabras. Había comprendido que yo tenía
hambre. Le di las gracias como supe y mordí el pan con voluptuosidad. No
he sentido jamás un sabor tan bueno y rico.
¿Será éste el verdadero alimento del hombre y ésta la verdadera vida?"
De Giovanni Papini_
Ghandi
Fragmento
Narración de la isla
De Giovanni Papini-Gog
"VISITA A FORD
Giovanni Papini-Gog
Juicio
Libertad
Vincenzo Giobertí
Cosa nostra
"La mafia es como un banco: paga al contado. Quien deba tener tendrá,
quien ha tenido, ha tenido. Las deudas se pagan. Quien nació redondo no
morirá cuadrado. Quien no ha nacido nunca ha vivido”.
102 años
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