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Hola mi Rami!!

Hace unas horas que llegué. El tren venía al punto que no sabíamos si
tendríamos que permanecer unas horas más en Córdoba pero tuvimos el momento
oportuno para acomodarnos con las bicicletas alforjeras. Han sido cuatro días intensos
con todas sus variables. Nuestro objetivo era seguir la Ruta del Califato, antiguo
camino que se abre desde la vega de Granada hasta la del río Guadalquivir con
término en Córdoba. Un paso natural que sirvió para comunicar las dos ciudades en el
trasiego de mercancías, así como enlace para los asuntos de Estado cuando únicamente
existía la mensajería a caballo, correo de excelencia para los gobernantes de estas
tierras.

De Granada contarte que sus montañas estaban nevadas y claro no puedes dejar
de imaginar que la decisión de construir un palacio tan hermoso como la Alhambra, allí
dónde la contemplábamos, se tomaría con una imagen similar a la que teníamos ante
nuestros ojos. Mientras esperábamos para entrar en los Palacios Nazaríes imaginaba
que allí, en otro tiempo, frecuentarían mercaderes, embajadores, mercenarios y todo un
surtido variopinto de tipos populares. Con el telón de fondo de la muralla, iba
repasando rostros frente a mí y es así que les adjudicaba un merecido papel de nuestra
lejana historia. ¿Cómo serían los moradores y habituales de tan insigne palacio? ¡Y allí
estaban nuestros muchachos! Tenemos uno grandón, con pinta de líder que muy bien
podría haber sido un Minaya Alvar Fáñez con cota de malla, celada y un espadón
similar a la Tizona del Campeador, porque para manejar aquellos aceros tenías que estar
bien dotado, aunque tampoco me casa bien con los reducidos vanos de las puertas de
los castillos de los condados cristianos para corpulencias de metro y medio. ¿Qué
podrían estar haciendo por aquí sino negociar la paz de fronteras con sus “toma y
daca”? Al noble Minaya le acompaña un palafrenero de las tierras del norte… Su
silencio o sus pocas palabras marcan las formas recias y ásperas de las montañas, y no
hay más qué decir. Unos rizos, unos ojos chispeantes, una tez pálida propia de los
hombres de la juglaría nos amenizaba la espera con romanzas del “adiós al alba”… ¡Se
acercaba el séquito del Al Gazal! ¡Oh “Gacela”! ¡Por allí atravesaba las puertas de la
ciudad con poderío de hombre sin fronteras! ¡Y más allá sorpresa deslumbrante! Tenía
ante mí al califa, al emir, o al sultán, según correspondiera, pues el atuendo delataba
que no podía ser otro sino un personaje de alto rango…! ¡Y lo que no te puedes ni
imaginar es que me pellizcara en nobles partes innombrables amén de preguntarme si
quería ser su preferid@! No sabía qué responder y no creas que no sonrojé y mucho,
pero la posibilidad de tener lances en ese palacete con los previos de aguas
perfumadas, frotes de aceites aromáticos, degustación de delicias de almendras o
turrones de pistachos iraníes no dejaban de embargarme. ¡De pronto! Alguien me dio un
audífono para que siguiera el guión del recorrido por tan emblemático recinto, pero las
referencias históricas con timbres poéticos y música del medioevo no alcanzaba ni por
asomo la tramoya infinita de la imaginación.

No sé porque te cuento estas cosas… Mi voluntad es la de transmitirte


entusiasmo por la aventura al aire libre, lejos de la ebriedad noctámbula y de la
cíbermanía; vivir la experiencia enriquecedora de la camaradería; el fortalecimiento de
la voluntad con la superación de las dificultades; la generosidad en todos sus
elementos…, valores que nos han llegado al presente de la mano de muchos hombres,
como aquellos que poblaron las tierras del califato, las mismas que han recorrido
nuestras bicicletas. No te cuento mi aventura de alforjas porque desde tu perspectiva
resultaría inapropiada para adultos. Tus aficiones también me resultan inapropiadas.
Nos negamos la comunicación. Aunque espero algún día mis cartas y mis historias te
inspiren una aventura real, con la fuerza y energía de los hombres que hollaron este
espacio histórico. Con cariño siempre.

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