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Se infiere que los docentes emiten un concepto valorativo; intención loable, sin
duda, haber trascendido el número (del 1 al 5 o del uno al 10) como calificación
(de carácter tan taxativo y unilateral) y promover la enunciación verbal apuntando
hacia el diálogo con los estudiantes y la familia; pero cabe preguntarse por las
característica de los conceptos escritos que introduce un profesor cuando ha
evaluado a cien y le esperan otros cien estudiantes por calificar.
El proyecto pedagógico es una actividad dentro del plan de estudios que de manera
planificada ejercita al educando en la solución de problemas cotidianos,
seleccionados por tener relación directa con el entorno social, cultural, científico y
tecnológico del alumno. Cumple la función de correlacionar, integrar y hacer activos
los conocimientos, habilidades, destrezas, actitudes y valores logrados en el
desarrollo de diversas áreas, así como de la experiencia acumulada. La enseñanza
prevista en el artículo 14 de la Ley 115 de 1994, se cumplirá bajo la modalidad de
proyectos pedagógicos.
(Decreto 1860, 1994; web. MEN)
Y se dice asimismo que
Parece entonces que el Decreto 230 surge como una preocupación frente a la
“eficiencia interna” del sistema. Pero la solución es formal (una norma), no de
fondo. La formación permanente de los docentes, por ejemplo, nunca se orientó
hacia la reflexión sobre la evaluación y tampoco las instituciones educativas se
interesaron por profundizar en el tema, pues lo más común era eludir el “problema”
de la evaluación. Desde que fuera emitida la norma, la evaluación en la escuela
sigue siendo artificial y no procesual: se concentra más en contenidos que en los
análisis y la solución de problemas auténticos, como se sugiere en los
lineamientos curriculares.
En el discurso del 230 hay una separación entre la constitución específica del
decreto y la sustentación pedagógica que puede explorarse desde el fondo de sus
planteamientos. Puede decirse que algunas voces del 1860 permanecen
implícitamente en el 230 y en esto radica su contradicción: evaluación abierta,
integral y flexible, pero tiene que aprobar como mínimo el 95 % de los estudiantes;
a esto se adiciona la escala de valoraciones que se propone, que resulta ahora
más agresiva y más compleja:
Excelente
Sobresaliente
Aceptable
Insuficiente
Deficiente.
Habría dos aspectos generadores del choque entre el 230 y los docentes: de un
lado, la concepción de poder (ahora debilitado) en el uso de la evaluación que a su
vez ejerce presión de tipo institucional y, de otro lado, la invocación a la promoción
(como una obligación) a través del porcentaje señalado. Se siente que desde
afuera de la institución educativa alguien señala lo que la escuela tendría que
hacer y se responsabiliza al docente como el sujeto protagónico que garantiza la
“buena educación”. Un decreto que ha entrado de manera tan abrupta a la escuela
sin seguir un proceso de participación, de diálogo y debate obviamente genera un
rechazo inmediato por parte de la comunidad educativa. La formulación del
decreto no estuvo antecedida de los estudios e investigaciones requeridas para
una decisión tan delicada como es el tema de la evaluación en la escuela. Su
aplicación se convirtió en un mero hecho burocrático: se acata la regla sin
pensarla.