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La mariposa de la noche merodea con aterrador silencio sobre mi cabeza.

Le observo en el reflejo
de la ya empaada ventana pues temo que, al mover mi cabeza para contemplarle pura, sin la
dilucin de su silueta en la vieja ventana, le ahuyente de mi presencia. No me he enamorado de la
incertidumbre que alberga mi mente sobre sus motivos, tampoco estoy maravillado por las
formas que sus alas sostienen con el esfuerzo que cuesta llevar el peso de la belleza. Es solo que,
en una noche como esta, sin nostalgia, sin msica de alas, sin recuerdos ni melancola; la duda de
la existencia y el ensueo en que se convierte el quedo latido de mi corazn, me envuelven en
nveo vapor que arrebata mi conciencia, que me arrastra lentamente al sepulcral silencio.
Negra mariposa que con aires fnebres sobre mi cabeza revolotea, eterna mariposa que eres
tanto vida como muerte, librame de tu hechizo, tenme compasin, no quiero ser esclavo de la
danza de tus alas, ni de la maldicin de tus ojos; no quiero tampoco despertarme de esta pesadilla,
porque, tanto como puedo ser siervo de la letana de tus alas a la eterna ausencia; puedo ser
caminante que dirija sus pasos haca el eterno valle, fruto de su necedad.

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