Вы находитесь на странице: 1из 3

Era el día, el momento, todas aquellas pesadillas, todos aquellos pensamientos

que habían mendigado por su mente clavándole agujas sin compasión, toda

esa avalancha de presión; se acercaba hacia él. Estaba convencido de que

acechaba peligro y debía hacer algo. Las primeras gotas de lluvia le obligaron a

hacer el paso que no quería, pero lo hizo, puesto que no había más remedio.

Así que se fue corriendo, le gustaba hacer ruido con sus botas al pisar los

pequeños charcos que se habían depositado a lo largo del callejón por el cual

iba. No se detuvo ni siquiera a ver aquel escaparate de la bombonería que

siempre se detenía a mirar, de una manera tal, que parecía que iba a atravesar

el cristal. Pero de repente, paró, miró al suelo, se tocó el bolsillo; cogió la

cartera, la abrió y sacó una de las fotografías, era un muchacho con el pelo

corto, castaño y ojos verdes selváticos, su hijo; sostenía la imagen en su mano,

con la mirada fija, y una lágrima le recorrió todo su rostro hasta caer

ligeramente sobre la fotografía, y en un arrebato de locura la arrugó

descargando su rabia, y la lanzó con indignación en aquel callejón,

seguidamente se puso a correr mientras se alejaba cada vez más de aquella

fotografía.

Le costó, pero al fin llegó, su cuerpo ya no estaba para estas carreras, pero en

este caso, era totalmente urgente actuar. Cogió las llaves y las puso en la

cerradura con sigilo, como si no quisiese que nadie supiera que se adentraba

en aquella su casa durante más de 70 años. La casa era la más grande de la

villa, ocupaba una manzana entera, y aunque estaba situada en medio de un


barrio no muy agraciado, seguía siendo la envidia de la mayoría de los

habitantes de aquella pequeña ciudad. Abrió la robusta puerta principal pintada

de aquel blanco marfil y una capa de barniz que reflejaba los días de buen

tiempo. Entró, todas las luces apagadas, dando pasos suaves fue a los cuatro

habitáculos que había en la planta baja, para comprobar que en esa casa solo

vagaba su débil alma.

Al estar seguro, subió por las anchas escaleras que había hacia la segunda

planta, y volvió a comprobar por las múltiples habitaciones que se extendían

por la planta, si alguien se había colado en lo que era su morada. Las paredes

verde oscuro de las habitaciones de la segunda planta, así como esas

lámparas góticas que colgaban del techo, daban un aspecto verdaderamente

inquietante, que en aquella situación puso aún más nervioso a Tomás.

Entró en su habitación desesperado, se secó las gotas de sudor que le

empapaban la frente, miró a un lado y al otro, corrió las cortinas y miró a través

de la ventana y dentro del armario. Una vez inspeccionados todos y cada uno

de los lugares y recovecos de la habitación, se sentó en la butaca que había al

frente de la cama y cerró los ojos durante unos instantes. Después se levantó,

medio mareado y sacando la fuerza del último rincón de su alma, empujo la

cama hacia uno de los extremos de la habitación, aquella cama que quedó

vacía desde el extraño fallecimiento de su mujer, ya que nunca más se atrevió

a tocarla. Y entonces en el suelo apareció un símbolo de lo más extraño, las

pulsaciones del anciano se multiplicaban por segundos, el sudor le recorría


todo su cuerpo de la cabeza a los pies, y sin pensárselo dos veces, se agachó,

y levantó la trampilla que se escondía y vio las dos cajas, cogió esa que él

conocía, la más grande, la sacó, seguidamente derramó una lágrima encima de

la otra caja y la despidió con un beso, cerró la trampilla, y colocó la cama en su

lugar.

Pasaron unos segundos, se mareó y cayó al suelo. Rápidamente hizo un

intento fallido por levantarse y quedó arrodillado ante la cama con la caja

encima de ésta; estaba de espaldas a la puerta y de frente a la cama. Abrió la

caja, arrodillado aún, la miró de reojo como si fuese insano mirarla fijamente, y

un escalofrío le recorrió el cuerpo. Sentía que ya era el final. El sudor se le hizo

frío, las pulsaciones aumentaron, y sus respiraciones eran cada vez más

acentuadas. Se levantó, temblando, cogió la perla y la apretó con toda su alma.

Todo se quedó en silencio, entró alguien por la puerta, tenía un objeto en la

mano. Se oyó un disparó, que atravesó el pulmón de Tomás, éste cayó en la

cama, justo donde dormía su mujer. Aquel que le había matado, le arrebató la

joya de la mano, y le dejó allí, después dio media vuelta, y cuando estaba a

punto de salir de la habitación, se giró instintivamente, y se quedó petrificado

mirando el ya cadáver de Tomás, en aquel mismo instante entró un rayo de luz

a través de la ventana durante menos de un segundo, que me fue suficiente

para ver desde mi casa aquel verde selvático que inundaba los ojos del que

había puesto fin a la vida de Tomás.

Вам также может понравиться