Al terminar la jornada de universidad, llena de luces y ruido innecesario, salgo a las calles en la mitad de la noche. Ellas me reciben con su oscura y fra inmensidad, y su fresca brisa acelerada calma mi mente y me permite, como premio por haber superado un da ms, desplazarme con el espritu. Una jornada de ese breve camino a casa, gratificante al final del da, es lo que ahora paso a describir. Es exactamente la media noche. La carretera por donde camino diariamente est completamente vaca, ausente de individuos, de ruido innecesario, limpia de luces histricas y conductores enajenados, pero no de paisajes, no del sonido del silencio intervenido por el ritmo de mis pasos y el canto de todo aquello que se vuelve inaudible durante la agitacin del da. Mi entorno se siente amplio, la brisa fra en mi rostro acompaa armnicamente esa sensacin, camino por el bandejn central y sorteo pimientos aosos, y mientras camino escucho. El viento lleva un canto casi imperceptible, se comporta como una vibracin de fondo para dar soporte a los sonidos que eventualmente solicitarn protagonismo. A lo lejos, quizs unas cuatro o cinco cuadras, ladra un perro, queriendo confirmar su existencia dirigindose al vaco, varias cuadras ms lejos otro perro lo consuela con lejanas contestaciones, el primero cambia la frecuencia de sus ladridos pues ya otro ha respondido a su seal de soledad. Ellos dormirn contentos esta noche. Sigo caminando y sonro. Una tenue silueta se dibuja bajo los postes de luz, es la ma que se hace parte del paisaje.