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1
Así por ejemplo, Alborg lo incluye en el capítulo “La huella de Góngora: seguidores y adversarios”, En
el tomo II de su Historia de la literatura española, Madrid, Gredos, 1975, págs. 561-569.
2
José Jordán de Urríes, Biografía y estudio crítico de Jáuregui, Madrid, 1899. Todas las ediciones
modernas de Jáuregui tienen que echar mano de esta erudita obra decimonónica, ya muy envejecida en
cuanto a sus planteamientos críticos.
8
Melchora Romanos, “Introducción” a su edición de Juan de Jáuregui, Discurso poético, Madrid, Editora
Nacional, 1978, pág. 29.
9
M. Menéndez Pelayo, Historia de las ideas estéticas, cap. X, vol. II, pág. 336, CSIC, Santander, 1940.
❁
La breve producción poética de Jáuregui, integrada por las 68 Rimas, se abre con
este soneto que describe la dura posición de Marco Antonio en Accio. Se trata de
un episodio de la historia romana muy recreado por artistas de toda época. Aquí
Jáuregui muestra a un Antonio apasionado que en sus manos tiene triunfar sobre
Octavio y escapar de las redes amorosas de Cleopatra. El desastre viene porque
trueca los remedios. No ataca a su rival, sino que huye. No escapa de Cleopatra, va
a su encuentro.
Frenzel dice que «El Renacimiento y el Barroco convirtieron a la figura [de Cleopatra]
en la encarnación de la hembra diabólica, que tiene a sus pies a todos los hombres,
representados generalmente por un Antonio blando y falto de carácter11». En el
último verso, Amor y Marte son alusiones mitológicas plenamente lexicalizadas.
Un alto valor ejemplarizante tiene para los antiguos el episodio del héroe romano
Mucio Escévola. El sentimiento patriótico probablemente llevó a los historiadores
romanos a falsear los acontecimientos que tuvieron lugar cuando la República daba sus
primeros pasos tras la expulsión de los reyes. Los actos de heroísmo de Horacio Cocles,
Gayo Mucio y la joven Clelia no harían sino embellecer la dura realidad de la conquista
de Roma por las tropas de Pórsena. Las versiones de Tito Livio (II, 12-13) 12 y de
Dionisio de Halicarnaso (V, 28-29)13 difieren precisamente en la anécdota que inspira a
Jáuregui: Dionisio no recoge la tradición según la cual Mucio pone su brazo derecho en
un brasero preparado para un sacrificio y aguanta sin inmutarse los terribles dolores,
consiguiendo la admiración y el perdón de Pórsena. Por otra parte, el origen de esta
leyenda parece que tendría su origen en el castigo infligido a Mucio por perjurio y en su
entereza para soportarlo.
Mucio Escévola interesa a Jaúregui como ejemplo universal de abnegación y amor a
la patria. Otros coetáneos se interesaron por esta figura, como Juan de Arguijo y el
propio Quevedo (Túmulo a Scévola)14.
A MUCIO CÉVOLA
[II]
12
Tito Livio: Historia de Roma desde su fundación, libros I-III. Gredos, Barcelona 2000.
13
Dionisio de Halicarnaso: Historia Antigua de Roma, vol. II (libros IV-VI), Gredos, Barcelona 2002.
14
«Tú que, hasta en las desgracias invidiado, /con brazo, Mucio, en ascuas encendido, / más miedo diste a
Júpiter temido / que el osado Jayán con ciento armado; // tú, cuya diestra con imperio ha estado / reinando
entre las llamas; tú, que has sido / el que con sólo un brazo que has perdido / las alas de la fama has
conquistado; // tú, cuya diestra fuerte, si no errara, / hiciera menos, porque no venciera / un ejército solo
cara a cara, // de esas cenizas, fénix nueva espera, / y de ese fuego, luz de gloria clara, / y de esa luz, un
sol que nunca muera». Francisco de Quevedo, Poesía original completa, ed. de José Manuel Blecua,
Planeta, Barcelona 1990, pág.248.
15
La misma idea que en el poema de Quevedo: «tú, cuya diestra fuerte, si no errara, / hiciera menos,...»
16
Véase Emilio Orozco, «Ruinas y jardines: Su significación y valor en la temática del Barroco» en
Temas del Barroco. De poesía y pintura, Granada, Universidad, 1947, págs. 118-176. Existe edición
facsímil, Granada 1989, con introducción de A. Sánchez Trigueros. Algunas de estas páginas aparecen
también en Luis Rosales y Emilio Orozco Díaz, Temas y tópicos en Francisco Rico, Historia y crítica de
la Literatura Española. Vol. 3, Siglo de Oro, a cargo de Bruce Wardropper, págs. 669-676.
17
«Buscas en Roma a Roma, ¡oh peregrino!, / Y en Roma misma a Roma no la hallas: / Cadáver son las
que ostentó murallas, / Y Tumba de sí propio el Aventino. // Yace donde Reinaba el Palatino, / Y limadas
del tiempo las medallas, / Más se muestran destrozo a las batallas / De las edades que Blasón Latino. //
Sólo el Tibre quedó, cuya corriente, / Si Ciudad la regó, ya sepultura / La llora con funesto son doliente. //
¡Oh Roma, en tu grandeza, en tu hermosura / Huyó lo que era firme, y solamente / Lo fugitivo permanece
y dura». Francisco de Quevedo, Poesía varia, ed. de James O. Crosby, Cátedra, Madrid, 1994, pág. 135.
18
E. Orozco, en Temas del Barroco... cit. pág. 126.
19
Ibídem, págs. 122-123
Pocas obras de la pintura occidental plasman con tanta contundencia la vanidad del
hombre, la muerte y el carácter efímero de la vida como la que se puede admirar en el
Louvre, titulada Vanitas, de autor francés anónimo (entre 1630-1640), contemporáneo
de Jáuregui. Sobre una mesa aparecen una calavera que se refleja en un espejo, un laúd
con una cuerda rota, una espada, libros, un tintero, flores ajadas, naipes y dados, una
naranja cortada que ha perdido su frescura, un tablero de ajedrez y una bolsa de dinero.
Todo en esta naturaleza muerta nos acerca al memento mori. Las pasiones humanas, la
entrega a la ciencia y la literatura, la música (la más efímera de las artes), completan su
ciclo y se enfrentan, como la calavera ante el espejo, a la tremenda realidad de la
muerte. Si bien la representación de objetos inanimados y de instrumentos de la vida
cotidiana se encuentra ya en la pintura roman (por ejemplo en Pompeya) y en la de los
siglos XV y XVI, la naturaleza muerta como género aparece en el siglo XVII. La
representación de las edades del hombre es un motivo frecuente en la pintura
renacentista (por ejemplo Las tres edades de la vida, de Giorgione, en el Palacio Pitti).
En el Museo del Prado encontramos, Las tres edades de la mujer y la muerte (h. 1540),
de Hans Baldung, en fuerte contraste con otra tabla del mismo autor, La tres Gracias.
En ambas obras el motivo principal es el desnudo femenino, sólo que lo que en esta es
la plenitud de la belleza, en aquella la representa nos habla con crudeza del carácter
efímero de la naturaleza, del ser humano y de sus obras. A las tres edades representadas
por el bebé, la mujer joven y la anciana de pechos flácidos, se une la figura descarnada
de la muerte sosteniendo en la mano un reloj de arena.
En el soneto A la edad del año Jáuregui expresa la impotencia del hombre ante la
capacidad destructora del tiempo asimilando el ciclo vital del hombre a la cíclica
sucesión de las estaciones del año. Sin duda que el poeta tiene en mente Las
Metamorfosis de Ovidio20, que pone en boca de Pitágoras la siguiente explicación: «¿Y
qué? ¿No ves cómo el año pasa por cuatro fases realizando en ellas la imitación de
nuestra vida? Porque al llegar la primavera está tierno y lactante y en todo semejante a
la edad de un niño: entonces, la hierba, brillante y desprovista de vigor, se va hinchando
y no tiene solidez y regocija con su esperanza a los campesinos; todo florece entonces, y
el campo productivo juega con los colores de las flores, y todavía no hay fuerza alguna
20
Ovidio, Metamorfosis, traducción de A. Ruiz de Elvira; texto, notas e índice de nombres por B. Segura
Ramos, CSIC, Madrid, 1983, vol. III, pág. 173.
El siguiente soneto pasa por ser uno de los mejores de Jáuregui. Nuevamente está
inspirado en un motivo clásico, el del barco roto y abandonado luego de surcar los
mares haciendo frente a mil adversidades. La nave simboliza la ambición del mercader
que se arriesga a despecho de los muchos peligros del mar (neque horret iratum mare 29).
En el poema de Jáuregui la nave es un trasunto de la vida humana que se deja arrastrar
por la codicia y el ansia de riquezas, y acaba destrozada. Horacio 30, en la oda I, 14, que
sería profusamente imitada por nuestros clásicos, tomó también la nave como metáfora
del estado y de los vaivenes a que se ve sujeto. Seguía una tradición que ya aparece en
Alceo31 y Teognis. Jáuregui reproduce otro lugar común de la poesía antigua: el
recuerdo de la nave cuanto todavía era un soberbio pino que en la cima del monte
desafiaba a los vientos con su tupido ramaje. Es el estado natural, no contaminado por la
24
Horacio, Odas, II, 10 (vv. 9-12).
25
Horacio, Odas, II, 18 (vv. 29-33).
26
“cedes, et exstructis in altum
divitiis potietur heres”.
Horacio, Odas, II, 3 (vv. 19-20).
27
Tenaro, monte de Laconia.
28
Tonante, epíteto de Júpiter.
29
Horacio, Epodos,II, v. 6.
30
«O navis, referent in mare te novi / fluctus! o quid agis? fortiter occupa / portum! nonne vides ut /
nudum remigio latus, / et malus celeri saucius Africo...».
31
Alceo, frs. V 208: «No entiendo la querella de los vientos, puesto que de un lado viene una ola rodando
y de otro otra, en tanto que nosotros en el medio nos vemos arrastrados con la negra nave en la gran
tempestad sufriendo malamente: pues el agua llega hasta el pie del mástil y las velas todas están
destrozadas, grandes girones cuelgan de ellas...». En Lírica griega arcaica, Introducciones, traducción y
notas de F. Rodríguez Adrados, ed. Gredos, Madrid, 2001, pág.232.
El soneto a la estatua ecuestre de Felipe III es una composición laudatoria que sigue
las convenciones del género. El artificio consiste en emparejar por un lado a Alejandro
Magno (macedonio Marte) y Lisipo y, por otro, a Felipe III (Marte ibero) y el artífice de
su estatua. El monarca español aventaja al macedonio, pues al mundo antiguo se añade
el nuevo. También el artista que ha conseguido representar a un modelo superior, ha de
ser, él mismo, superior.
EN UNA ESTATUA DEL REY FILIPO III, ESCULPIDA POR INSIGNE ARTÍFICE
TOSCANO35
SONETO
32
Catulo, Carmina, IV. También en Horacio: «Aunque puedas jactarte, pino del Ponto, / hijo de un
bosque noble, / de un linaje y de un nombre inútil, / ningún timorato navegante confía en tu pintada
popa». Horacio, Odas y Epodos, Introducción, traducción y notas de Alfonso Cuatrecasas, ed. cit., pág.
30.
33
Cfr. el principio de un soneto de Villamediana: «miro el inquieto mar como el piloto / que corriendo
fortuna el golfo incierto / a pesar de las ondas toma puerto, debido a los efectos de su voto». Conde de
Villamediana, Poesía, edic. de Mª Teresa Ruestes, Planeta, Barcelona, 1992, pág. 248.
34
El último terceto introduce la lección moral del poema, a la manera de una fábula.
35
El escultor Pietro Tacca (Carrara, 1580-Florencia, 1640) realizó esta obra que había sido comenzada
por su maestro Giambologna y que se encuentra actualmente en la Plaza Mayor de Madrid. Por encargo
de la Gran Duquesa de Toscana, Dª Cristina de Lorena, fundiría también la estatua ecuestre de Felipe IV.
Para este proyecto el escultor requirió la ayuda de Velázquez, pidiéndole un retrato del rey, que le sirviera
de modelo. El artista sevillano le envió una tela, acompañada de un busto en barro del monarca hecho por
Martínez Montañés. Velázquez sugirió al escultor que representara al monarca sobre un caballo en
corveta. La dificultad técnica para el vaciado era tan grande que Tacca se dirigió a Galileo Galilei
solicitando su ayuda para los cálculos matemáticos. El sabio aceptó el reto. En 1640 llegaba la obra a
Madrid. Cuatro hombres extraordinarios colaboraron, pues, en esta estatua que pasa hoy casi inadvertida
en la Plaza de Oriente.
UN AUSENTE, NAVEGANDO
SONETO
[XIV]
36
De las más de mil quinientas obras en bronce que le atribuye Plinio, sólo conservamos una copia fiable
del gran retratista áulico de Alejandro: el Apoxiomenos, que puede admirarse en los Museos Vaticanos.
37
«En cuanto a los genitales, desde el preciso instante en que los cercenó con el acero y los arrojó lejos
del continente en el tempestuoso ponto, fueron luego llevados por el piélago durante mucho tiempo. A su
alrededor surgía del miembro inmortal una blanca espuma y en medio de ella nació una doncella. Primero
navegó hacia la divina Citera y desde allí se dirigió después a Chipre rodeada de corrientes. Salió del mar
la augusta y bella diosa, y bajo sus delicados pies crecía la hierba en torno. Afrodita la llaman los dioses y
hombres, porque nació en medio de la espuma...». Hesíodo, Obras y Fragmentos. Intr. de A. Pérez
Jiménez, trad. y notas de A. Pérez Jiménez y A. Martínez Díez, editorial Gredos, Madrid, 2000, pág. 19.
La otra tradición hace a Afrodita hija de Zeus y de Dione. Grimal explica la interpretación
filosófica tardía que comienza con Platón, que imagina la existencia de dos Afroditas distintas: la urania,
diosa del amor puro, y la hija de Dione, diosa del amor vulgar. Grimal, Mitología... cit. pág. 11. Véase
también: Ruiz de Elvira, Mitología Clásica, Gredos, Madrid, 1984, págs. 50-51. Giovanni Boccaccio,
Genealogía de los Dioses Paganos, ed. de Mª Consuelo Álvarez y Rosa Mª Iglesias, Editora Nacional,
Madrid1983, págs. 205-216.
[XV]
SONETO
manzanos de espléndidas pomas, higueras y verdes olivos—, y cuando el viejo levantaba los brazos para
cogerlas, el viento se las llevaba a las sombrías nubes». Odisea, XI, 582-592. Trad. de Segalá y Estalella.
Vid. también Grimal, op. cit. págs. 491-492; Boccaccio, op. cit. págs. 680-683; Apolodoro, Biblioteca,
III, 5, 6; Luciano, Diálogo de los muertos, 17; etc.
43
«Prometeo modeló a los hombres con agua y tierra y les dio además el fuego, oculto en una férula, sin
conocimiento de Zeus. Pero cuando éste lo supo, ordenó a Hefesto que sujetara su cuerpo con clavos en el
Cáucaso; este es un monte de Escitia. Prometeo estuvo allí encadenado muchos años; cada día un águila
abatiéndose sobre él devoraba los lóbulos de su hígado, que se rehacía durante la noche. Prometeo sufrió
este castigo por robar el fuego, hasta que más tarde Heracles lo liberó...». (Apolodoro, Biblioteca, I, 7.
Trad. de M. Rodríguez de Sepúlveda, Madrid, Gredos, 2002, pág. 20). Para una interpretación de los
castigos de Prometeo, vid. A. Pérez Jiménez y A. Martínez Díez, notas a su edición de Hesíodo, Obras y
fragmentos, Gredos, Madrid, 2000, págs. 37-38.
44
«Ixión, enamorado de Hera, intentó forzarla. Cuando Hera lo denunció, Zeus deseoso de conocer la
verdad formó una nube semejante a Hera y la colocó cerca de Ixión. Éste, por ufanarse de haber gozado
de Hera, fue atado por Zeus a una rueda en la que llevado por los vientos paga su culpa. La nube
fecundada por Ixión parió a Centauro». (Apolodoro, Epítome, I, 20. Trad. de M. Rodríguez de Sepúlveda,
Madrid, Gredos, 2002, pág. 168).
45
Lexicalizado por fuego.
Con la canción Al oro retoma Jáuregui el tema estoico del desprecio de la riqueza,
tan común en el pensamiento moral del Siglo de Oro. Comienza con una alabanza de la
Naturaleza, que escondió previsoramente sus tesoros. Pero la codicia humana llegará
hasta los remotos escondrijos del vil metal y, una vez conseguido, el oro será fuente de
desdichas infinitas, de corrupción y de guerras. Jáuregui recurre ahora al tópico clásico
de la auri sacra fames47, apoyándose en ejemplos de la tradición mitológica grecolatina.
Comienza con el episodio de la manzana de la discordia, desencadenante a la postre de
la guerra de Troya. Otras manzanas de oro vencieron a la indómita Atalanta y la
condujeron a la desdicha. Por el vellocino de oro arriesgaron sus vidas en el mar Jasón y
los argonautas. Gracias al oro burló Júpiter las cautelas de Acrisio y sedujo a Dánae.
Sigue una referencia al episodio virgiliano del asesinato de Siqueo y alusiones a la
historia ejemplarizante de Midas. El triste final de los ricos Craso y Creso pone fin a los
ejemplos antiguos. Conseguir el oro, mantenerlo o haberlo perdido pervierten o
entristecen al hombre, que sólo puede estar tranquilo si es capaz de evitar la codicia.
El recuerdo de Horacio está presente en el poema, como ya señalara Menéndez
Pelayo. Se advierte claramente al leer el principio de la oda XVI del libro III: «A
Dánae, en torre broncínea presa / las puertas robustas y fiera presencia / de canes
habrían bastado a guardar / de los nocturnos amantes / Si Venus y Júpiter no hubieran
burlado / a Acrisio, aterrado custodio de oculta / doncella: seguro paso se abrió al dios /
transformado en un tesoro»48.
AL ORO
CANCIÓN
[XVII]
46
«La leyenda del Fénix concierne sobre todo a la muerte y el renacer del ave. Es la única en su especie,
y, por tanto, no puede reproducirse como los demás animales. Cuando el fénix siente aproximarse el fin
de su existencia, acumula plantas aromáticas, incienso, cardamomo, y fabrica con todo ello una especie
de nido. Al llegar a este punto, las tradiciones de los mitógrafos toman dos direcciones distintas: unos
afirmam que el ave prende fuego a esta olorosa pira y que de sus cenizas surge un nuevo fénix; según
otros, el ave se acuesta en el nido así formado y muere impregnándolo de su semen. Entonces nace el
nuevo fénix y, recogiendo el cadáver de su padre, lo encierra en un tronco de mirra hueco, que transporta
luego hasta la ciudad de Heliópolis, en el Egipto septentrional, y lo deposita en el altar del sol, donde los
sacerdotes del dios cuidarán de incinerarlo. Es el único momento en que el féniz aparece en Egipto».
Pierre Grimal, Diccionario de Mitología Griega y Romana, ed. Paidos, Barcelona, 1984, págs. 196-197.
Heródoto (II, 73) dice haberlo visto en pintura, y lo describe, pero no hace referencia a su nacimiento,
aunque sí al viaje a Heliópolis trasportando el cadáver del padre. Ovidio (Metamorphoseon liber XV, 392
y ss.) nos dice, en boca de Pitágoras: «Hay un pájaro que se rehace y reengendra a sí mismo: los asirios lo
llaman fénix; no vive de granos ni de hierbas, sino de lágrimas de incienso y de jugo de amomo...».
( Ovidio, Metamorphoseon, Vol. III, trad. A. Ruiz de Elvira, Madrid, a983, pág. 182-183.Y a
continuación describe el nacimiento del nuevo fénix y el transporte a Heliópolis del cadáver del anterior.
y Plinio (Naturalis Historia, X, 5), tras describir el animal, cuenta que en tiempos de Claudio se trajo a de
Egipto a Roma, para ser expuesta, una de estas aves, sin que la gente la tomara en serio.
Desde luego, la versión que triunfó, y a la que se refiere Jáuregui, es aquella en la que el fénix
renace de sus cenizas, sea prendiendo fuego al nido, sea inmolándose en el altar de Heliópolis. Es lo que
encontramos en De ave phoenice (atribuido a Lactancio) y en Idylium phoenixde Claudiano. Para los
Padres de la Iglesia el ave fénix simbolizará la inmortalidad del alma.
47
«quid non mortalia pectora cogis,
auri sacra fames!», Eneida, III, 56-57.
48
Trad. de M. Fernández-Galiano.
56
Marco Licinio Craso, el influyente político, dueño de una de las fortunas más grandes de Roma, murió
luchando contra los partos. Se cuenta que, al ser capturado, los enemigos derramaron en su boca oro
fundido. El opulento rey lidio Creso, que se consideraba a sí mismo el más feliz de los mortales, es otra
figura ejemplarizante. Fue vencido por Ciro el Grande, perdiendo un gran imperio. Así nos lo cuenta
Heródoto en el libro I de sus Historias. Una de las ideas características del pensamiento de Heródoto es el
“resentimiento” que los dioses profesan hacia aquel mortal que haya alcanzado demasiado poder y
riqueza. Se infiere de esto la exhortación a la justa medida y el exacto equilibrio.
57
J. Matas Caballero, edición de Juan de Jaúregui Poesía, cit. pág. 204 n.
Jáuregui incluye entre sus rimas una serie de traducciones e imitaciones de autores
clásicos: Ausonio, Marcial, Horacio. En las traducciones, como era normal en el Siglo
de Oro, se toma bastantes libertades. Incluimos tan sólo algunos versos de estas obras,
excepto el epigrama VIII, 73 de Marcial, que reproducimos entero.
[XXI]
TRADUCCIÓN DEL EPIGRAMA CXI DE AUSONIO, EN LA ESTATUA DE DIDO
Illa ego sum Dido, vultu quam conspicis, hospes, etc.65
Güésped que mi semblante
miras en esculpido
trasunto y semejante,
cuya labor, cuya belleza espanta,
yo soy aquella memorable Dido
a quien la Fama canta.
[...]
dicen, están las grutas de las ninfas que bailan junto al Aqueloo; y aunque convertida en piedra, devora
aún los dolores que las deidades le causaron.» Ilíada, XXIV, 599 y ss. Trad. de L. Segalá y Estalella.
64
Garcilaso se refiere así a la Muerte: «No contenta con esto, la enemiga / del humano linaje, que
envidiosa / coge sin tiempo el grano de la espiga / nos ha querido ser tan rigurosa / que ni a tu juventud,
don Bernaldino, / ni ha sido a nuestra pérdida piadosa» (Elegía I, vv. 97-103).
65
Este epigrama no aparece con la numeración CXI en la edición de Ausonio. Tal número corresponde al
dístico “Nemo bonus Brito est. Si simplex Silvius esse / incipiat, simplex desinat esse bonus”. El
epigrama sobre Dido aparece incluido en una edición de Ausonio del humanista del S. XV Bartolomeo
Merula. En todo caso, esa visión de Dido, quejándose del trato dado por Virgilio en la Eneida y
asegurando su fidelidad al difunto Siqueo, tuvo enorme influencia en siglos posteriores.
No Menfis generosa
sus bárbaras pirámides ostente,
labor maravillosa;
ni ensalce vanamente
sus muros Babilonia entronizados,
con sumo afán y brevedad formados.
[...]
[XXIII]
TRADUCCIÓN DEL EPIGRAMA XXVI DE MARCIAL, EN QUE CELEBRA LOS ESPECTÁCULOS DEL
67
EMPERADOR TITO
[XXIV]
TRADUCCIÓN DEL EPIGR. 73, LIB. 8, DE MARCIAL, A SU AMIGO INSTANCIO. AFIRMA QUE EL AMOR HACE
68
ILUSTRES LOS POETAS
[XXV]
TRADUCCIÓN DE LA III ODA DE HORACIO, EN QUE CONDENA EL SOBRADO OSAR DE LOS HOMBRES,
DÁNDOLE MOTIVO LA NAVEGACIÓN QUE VIRGILIO HIZO A ATENAS
Más interés que las traducciones, por muy libres que sean, tienen las imitaciones.
Jáuregui se amolda perfectamente al espíritu del modelo, en cuanto que sus
planteamientos morales coinciden plenamente con los de aquel. Si los autores de la
época traducen como el que hace obra original, con cierta infidelidad sistemática, es
lógico que sintieran el estímulo de la imitación. Por otra parte, el género permite una
mayor libertad creativa. Proximidad y admiración hacia los clásicos y un cierto
componente de emulación y deseo de superación hacen que proliferen estas imitaciones
en nuestras letras ya desde el Marqués de Santillana, Herrera, y Fray Luis de León.
La primera de las imitaciones se hace sobre un poema de Claudiano (307-404),
poeta oficial de la corte de Honorio, un encendido elogio de la hazaña de dos hermanos
que, con ocasión de una erupción del Etna, salvaron a sus ancianos padres de las llamas
De piis fratribus et de statuis eorum quae sunt A las estatuas de dos hermanos de Sicilia, que
libraron a sus padres del mayor incendio del
apud Catinam
Etna. Imítase a Claudiano en lo último de sus
obras.
hic propior matri fit tamen, ille patri. aquí, en el bronce inmoble, ejecutada
dissimiles annos sollertia temperat artis: ves la solicitud y el movimiento,
con el temblor de la vejez cansada.
alter in alterius redditur ore parens,
et nova germanis paribus discrimina praebens Muestran mezclar el animoso aliento
los dos varones con igual cuidado,
divisit vultus cum pietate faber. por conseguir su diferido intento,
O bene naturae memores, documenta supernae
Ya ves el diligente
fervor del que regala, tresna y limpia
el andaluz caballo, a cuya planta
ninguna se adelanta
de las que abrieron la carrera olimpia,
y cuya frente se sujeta al freno,
y no al gran toro de arrogancia lleno.
En bandos dividido
ves el concurso de la docta escuela,
que al repartir sus cátedras contiende,
y trae desvanecido
al estudioso que subir anhela
al propio honor que el émulo pretende.
[...] (vv. 1-19)
70
Jáuregui había empezado ya la traducción de la Farsalia.
71
Lucano, La Farsalia, texto revisado y traducido por Víctor-José Herrero Llorente, Barcelona, edic.
Alma Mater, 1967, págs. LI-LIII de la Introducción. Puede verse también V. Herrero Llorente, Jáuregui,
intérprete de Lucano¸ en Helmántica XV (1964).
LA BATALLA NAVAL DE LOS DE CÉSAR Y DÉCIMO BRUTO, SU GENERAL, CONTRA LOS GRIEGOS
HABITADORES DE MARSELLA, DESCRITA POR LUCANO EN EL III LIBRO DE SU FARSALIA Y TRANSFERIDA
A NUESTRA LENGUA.
[XXIX]
Hasta este apartado soto ha seguido el enamorado a su “ninfa” mientras ella, sin
sospechar que es observada, se desnuda, se baña en el río y pasea por la orilla. Jáuregui
se detiene en esta escena, que poco a poco nos va recordando la de Acteón
sorprendiendo a Diana en su baño.
Esta misma escena, aunque a la luz de la luna y acompañada por otras muchachas,
fue recrada por Bécquer en La corza blanca. La voluptuosa visión del furtivo amante se
rompe cuando el ruido que provoca en unas ramas alerta a la muchacha.
Jáuregui echa mano de una nueva alusión mitológica. Eco es a la vez el fenómeno
físico que devuelve las últimas sílabas de las palabras del amante y una ilustración de su
estado: Narciso desdeñó a Eco como ahora él es desdeñado. Por eso las peñas (Eco se
transformó en una) pueden sentir su dolor75.
75
Cfr. en Góngora:
»Ejemplos mil al vivo
de ninfas te pondría
(si ya la antigüedad no nos engaña)
por cuyo trato esquivo
nuevos conoce hoy día
troncos el bosque y piedras la montaña;
La canción alirada A una dama antigua, flaca y fea sigue una fecunda tradición
clásica. Son, por ejemplo, muchos los epigramas que Marcial81 dedica al mismo tema.
Pero la canción de Jáuregui está desprovista de la crudeza y de las referencias sexuales
frecuentes en el bilbilitano. Esta sátira está en la línea de las compuestas por Quevedo82
y no puede negársele ingenio a Jáuregui, que consigue algunas estrofas chispeantes:
En el Enigma extraordinario sobre esta palabra, Maroma, y sus letras, rima número
39, el poeta presenta una serie de adivinanzas, cuya solución, que aparece al margen, es
una palabra formada por la reorganización de las letras presentes en maroma. La
segunda redondilla dice:
No presumo de discreta,
ni soy de las muy letradas;
mas tengo letras sobradas
para ser grande poeta. Maro
La última de las rimas “humanas” es una divertida canción en la que Jáuregui trata
de satirizar las oscuridades gongorinas, abusando de todos los recursos culteranos,
acumulando imágenes y alusiones mitológicas disparatadas por las que el lector transita
sin entender nada. Los dos últimos versos son la clave del poema: «y que el lenguaje
culto /muchos no le distinguen del oculto».
EL ORFEO
Casi tanta polémica y tan enconadas reacciones como provocaron las Soledades y el
Polifemo gongorinos, se desataron tras la publicación del Orfeo de Juan de Jáuregui.
Nuestro autor había atacado con saña al cordobés en su Antídoto contra las Soledades,
que circuló en copias manuscritas, «no tanto por la utilización de cultismos, u otros
85
Inmaculada Ferrer, Introducción a Juan de Jáuregui, Orfeo, Ocnos, Barcelona, 1970, pág. 10.
86
Inmaculada Ferrer, Prólogo a Juan de Jáuregui, Obras II. Orfeo. Aminta, Espasa-Calpe, Madrid, 1973,
pág. XI.
87
José Mª de Cossío, Fábulas mitológicas en España I, Madrid, Itsmo, 1998, pág. 429.
El canto quinto narra como Orfeo sufre la ira de las bacantes, irritadas por el desdén
con que Orfeo contesta a sus requerimientos. Lanzan contra él sus instrumentos, que se
detienen en pleno vuelo y, finalmente recurren a las manos. Destrozan el cuerpo del
músico y arrojan su cabeza al río. Las Musas reúnen los restos esparcidos de Orfeo y
celebran sus exequias. La lira es colocada en el cielo, como la constelación que lleva su
nombre. Baco transforma en árboles a sus furiosas ninfas. Por fin, desciende de nuevo
Orfeo a los infiernos, esta vez para no separarse más de Eurídice.
BIBLIOGRAFÍA: