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La CULEBRITA Estera y esterita para secar peritas, estera y esterones para secar orejones, éste era un viudo que tenia dos hijas, una se lamaba Maria y otra Rosita. Por las vecindades moraba una viuda con una hija muy fea y muy envidiosa, llamada Juana. —Hijita ~dijo la viuda a Juana-, aqui estamos pasando muy mala vida y conviene que seas ca- riflosa con las vecinas a ver si me caso con el viudo. =No me gustan esas muchachas. Todos dicen que son tan lindas y han de ser orgullosas ~dijo Juana, —Déjalas que sean lindas y orgullosas; ya ve- rs cOmo me las arreglo yo cuando me case con su padre dijo la viuda con tono amenazador. Esto basté para alegrar a Juana, y al momento “4 Biaxca Santa-Cruz Ossa fue a invitar a las vecinas a comer cerezas de su hhuerta, Maria y Rosita, que eran muy bondado- sas, contaron a su padre lo carifiosa que era la vecina y la mama tan buena que tenia. Poco a poco fue creciendo la intimidad entre Jas tres nifias, y la viuda se deshacia en atencio- nes para con las hijas del viudo. Un dia se acereé Rosita a su padre y, muy mimosa, le dijo: —Mire, taitta, tan solitas que estamos aqui. Si usted se casara con la vecina, tendria una duefia de casa espléndida y nosotras una buena mami i, taitita —aprobé la mayor. Todos los dias nos dan sopitas en miel, y ;qué ricas son las so- pitas en mi Ahora les dan sopitas en miel, no sea que después les den sopitas en hiel -respondio el viudo. Pero tanto empefio pusieron las hijas, que al fin obtuvieron el consentimiento del padre, y los dos viudos se casaron; la viuda con su hija se fue a vivir a la casa del viudo, que era mas es- paciosa y tenia grandes arboledas y hortalizas Pasaron los dias en aparente tranquilidad, Delante del padre, Ia madrastra era todo almibar con las hijastras; pero apenas él se alejaba, Rosa y Maria pasaban a ser las sirvientas y estaban Cursos Cinsnos 15 obligadas a hacer todo el trabajo de la casa, del huerto y hortalizas, Las hermanas lloraban en secreto, sin atreverse a decir nada a su padre, porque la madrastra las amenazaba con conver- tirlas en sabandijas. ~Yo no soporio mas —dijo un dia Maria~, Se lo diré a mi taitita. =El tenia raz6n cuando nos decia: “Ahora Jes dan sopitas en miel, después se las daréin en hiel”. Pero acuérdate, Mariquita, de que la madrastra es bruja -dijo Rosa. ~$i, ella amenaza convertirnos en sabandijas si hablamos... ;Qué haremos, Rosita? ~pregun- t6 Maria, Tengo pensado que un buen dia nos escape- mos de la casa y salgamos a rodar tierra... Slo asi nos libraremos de la pérfida madrastra. ~iConque asi! ;Mamita, venga! ;Oiga a estas facinerosas! ~grité una voz La que asi gritaba era Juana que, oculta deba- jo del catre, habia ofdo toda la conversacién de ‘sus hermanastras. A los gritos acu una tranca. Mamita, dicen que tt eres mala... que pien- san escaparse, que te acusardn a su padre...; pi gales, mamita! ~acus6 la Juana. la madrastra armada de 16 Buanca Sanma-Cauz Oss Curntos Cimeaos a Y la mamita, que con una tranea en la mano era como un trompo con cuerda, iba de una a otra de sus hijastras dndoles trancazos por donde caia, Maria, la mas débil, cayé desmayada al primer trancazo, y Rosita, creyendo que su hermana esta- ba muerta, se fue encima de la vieja y la araiié. —{Malvada bruja! {Mataste a mi hermanita! -sollozé la hermana de Maria, i, bruja soy, y por virtud de mi brujeria te has de convertir en culebra. Con estas palabras, la madrastra tird unos polvos a la cabeza de Rosita y en su lugar apa- recié una culebrita verde con manchas rosadas. —jAhora me acusarés a tu padre! —rugié la bruja y, con las manos callosas, cogié al pe- quetio reptil y lo fue a arrojar al zanjén-. Ahi viviris ahora, hasta que te cace un gavildn 0 te aplaste algin caminante. Cuando el padre de las nifias regresé del tra- bajo, encontré a su hija Maria en la cama. La madrastra le colocaba unos parches de papa en las sienes y Juana le daba mate en leche. ~ {Qué ha pasado? ~pregunt6, inquieto, el padre Qué ha de pasar! Estas chiquillas son tan lo- cas. Mariquita se cayé del cerezo y Rosita salié en la mafiana y no ha vuelto ~dijo la vieja em- bustera, iAy, que me quemas, Juana! Juana empujé la bombilla dentro de la boca de su hermanastra a fin de impedirle que habla ra, y la vieja Ie tiraba los cabellos. Toda quema- da y adolorida, la pobrecita hubo de callar. La bruja se Ilevé a su marido, después de dejar a Maria encerrada. ‘Al dia siguiente, la madrastra amenazé a la hija del viudo, =Si dices una palabra a tu padre de los palos que te di, te quemo la lengua... -le dijo. =No diré nada, pero digame donde esta Rosi ta—contesté Maria. {Como si yo supiera! Esa chiquilla engrei- da se ha marchado...; algdin dia Hlegara, porque en ninguna parte lo pasard tan bien como aqui —grufié la bruja. Maria nada dijo. “La bruja miente —pens6-. Ha de saber dén- de se encuentra mi hermana, pero nunca me Jo dird. La he de buscar aunque me cueste Ia vida...” ‘Todos los dias y todas las horas en que po- dia escapar de la vigilancia de la madrastra y de Juana, Mariquita salia por los campos llamando “jRosita!” 18 BiaNeca Sawta-Cruz Ossa Una tarde lavaba la ropa junto al zanjén, cuando escuché una voz que decia: ~jHermanita, hermanita! ~jRosita, Rosita! Eres ti? {Donde ests? Maria miraba a todos lados sin ver a nadie. De pronto vio una culebrita que se arrastraba con la cabeza erguida y mirandola de frente, Temerosa, la nifia retrocedié, pero el reptil la seguia, Yo soy, hermanita, no temas ~dijo la culebrita, Como has de ser mi hermana? ;Té eres una culebral... ~dijo Maria. -Si. La madrastra me convirtié en culebra, pero no me ha cambiado el corazén. Soy siem- pre tu hermana y te quiero mas que ni el mundo, Témame en tus manos, hermanita -rogé la culebrita Mariquita sintié una horrible repugnancia. {Cémo iba a tomar en sus manos ese bicho he- lado y baboso? {No me quieres, hermanita? —insistié Rosita. -jOh! jSi, te quiero tanto, hermanita, que aunque fueras todavia mas repugnante te estre- charia en mis brazos! ie en Maria cogié el reptil en sus manos, Io estre- ché contra su pecho y lo besé. Custos CHILENOS: 9 ~;Si yo supiera cémo romper tu encanto, Ro- sita! -murmuré, bailando con sus lagrimas el cuerpo de la culebrita. -Sigue siendo buena, Mariquita. Yo vivo en el mundo de los encantados y sé muchas cosas queno puedo revelarte. Vete a la casa a hacer tu tratajo. -No, Rosita, no quiero abandonarte. ‘Te lle- varé conmigo -solloz6 Maria, —Imposible. Seria mucho peor. Ven a ver- me cuando puedas y, sobre todo, cuando te en- cuentres en algin aprieto. Vete, antes que te descubran —insistié 1a culebrita encantada-. Cuando Hlegues a la casa, lavate las manos en la batea, La hermana mayor obedeci6. Eché a la ca- beza la gamella lena de ropa limpia. Tendié la ropa en el cordel, Hlené la batea de agua y se lav las manos. Un grito se escapé de sus labios. La batea se Menaba de monedas de oro. {Qué te pasa? {Por qué gritas de ese modo? ~dijo la madrastra, que habia escuchado el grito y el tintineo de las monedas. Con los ojos desmesuradamente abiertos por la codicia, la vieja recogia las monedas y las iba echando a un baal: 20 Banca Santa-Cruz Oss -iAh, bruja! jTi eres bruja y haces oro! {Como no lo decias? ,Dénde lo escondes? =No soy bruja ~protesté Marfa; es primera vez...; yO no sé. {No sabes? Juana, trae la tranca... ~grité la bruja. ~Llévese todo el oro, pero no me pegue -s plicé Maria~; yo no lo necesito. En ese instante Hegaba el padre de la nifia y Ja madrastra comenzé a acariciar a la hijastra y Ie decia: ~;Pobrecita! Te daré una agilita de paico, mi palomita. Ya veris cémo se te pasa el dolor de estmago. Y asi, el padre se quedé sin saber el encanto de su hija Rosita y el don de su hija Maria. Pero era tanto lo que le afligia la ausencia de su hija menor y la pena que descubria en el rostro de la mayor, que a él mismo le entré melancolia y al poco tiempo murié. El desenfreno de la bruja ya no tuvo lim tes, Rica con el oro que brotaba de las man de Maria cada vez que se las lavaba, vivia en fiestas y saraos en compajiia de su hija, en tanto que Maria compartia la vida de la servi- dumbre numerosa de la gran casa donde aho- ra moraban. mn Se 2 Buance Santa-Cruz Oss Naturalmente corrié 1a voz, de casa en casa y de pueblo en pueblo, de que una de las hijas, de la viuda se lavaba las manos y lenaba las palanganas de oro, hasta que el rumor Ilegé al palacio del rey. Un dia, detivose ante la casa de la viuda una carroza real, Mensajeros del rey llevaban la or- den de descubrir a la doncella del don maravi- Iloso y Hevarla al palacio, ~Todas las mujeres de esta casa deben lavar- se las manos en la palangana de oro que para el efecto hemos traido —dijo el heraldo. Y una por una fueron pasando todas las ha- bitantes de la casa hasta Hegar a Mariquita. La gamella se llend de oro como han de suponerlo, y el heraldo dijo que tenfa orden de levarsela a la corte, =Nos vamos ahora mismo -dijo la madras- tra. Mi hijita no puede ir sola. ; Eres tt la madre de esta hermosa nifia? Na- die lo creeria ~dijo el mensajero. La bruja se mordié los labios, pero nada dijo. Por el contrario, sonreia. {No podriamos aguardar hasta mafiana? —suplicé Mariquita. Por nada del mundo hubiera querido irse sin ver a Rosita por diltima vez. Cuerros CrILENOs 23 No podemos tardar. Vamos pronto -ordené el mensajero del rey. Al momento -dijo la bruja. Ven acd, chi- quilla. Tirando de la mano a Maria, entré a la casa, —Artéglate, Juana, Tit también iris. Nadie sabe lo que puede suceder ~decia la bruja. A los pocos minutos, salia la viuda acompa- ia de dos jovenes, muy cubiertas con tupidos velos. —{Y a que Ilevas a ese esperpento? -pregunté el heraldo del rey. -Fs la sirvienta de mi hijita y la levo para que la atienda durante el viaje —declaré la ma- drastra, —{Suban pronto! ~grité el mensajero. jHabia que ver como se arrellané la vieja bruja en los blandos cojines de la carroza del rey! No cabia en si de contenta, Maquinaba en su cerebro planes siniestros para la hijastra y se prometia sacar partido para ella y para su ea la corte duraria dos dias y habia tiem- po para desarrollar sus malignos propésitos. —Mientras més pronto, mejor ~dijo la prime- ra noche, Cruzaban un bosque muy tupido y obscu- ro. En el silencio de la noche se escuchaba el rugido de algunos pumas y el graznido de los cuervos. Nada més apropiado para las malvadas intenciones de la bruja, —Haga detener el carruaje ~dijo de pronto a uno de los palafreneros que galopaban al lado de la portezuela-; mi hija se ha mareado y es menester sacarla a respirar aire puro, El mensajero que iba en el pescante del ca- muaje se vio obligado a obedecer. El lacayo abrié la portezuela y las tres damas bajaron a tierra Agudrdenos aqui. Daremos una vuelta y luego regresaremos -dijo la vieja, Internéronse corriendo a lo mas tupido del bosque. La bruja arrastraba consigo a Maria, que temblaba de pavor. Cuando se encontraron demasiado lejos para que pudieran los lacayos escuchar gritos, la bruja se abalanz6 sobre su hi- jastra y, con sus uffas largas y afiladas, Ie arran- 6 los ojos. La pobre nifia dio un grito agudo y cayé sin sentido. La vieja malvada, sin corazén, despojé a su hijastra de sus vestidos y la vistié con los de Juana; luego eché a correr, Hlevando a su hija, vestida con el traje de Mariquita. ~aY qué se hizo la otra viajera? ~pregunté el heraldo al ver Hegar a dos en vez de tres. -La criada no ha querido seguir ~dijo la madrastra. [Pero se la pueden comer las fieras! ~dijo el mensajero. No hay cuidado. Se ha quedado con una comadre que vive por ahi cerca -mintié la vieja. =Y a mi poco me importa —dijo el mensaje- ro-. Nosotros veniamos a buscar a la nifia que ‘echa oro por las manos y no a tu criada. Sin preocuparse mis de las viajeras, continué el viaje hasta llegar al palacio del rey. =Pongo por condicién —dijo la bruja al mi- la~ que mi hija no se ha de dejar ver de nadie hasta el dia de su boda con el hijo del rey. Si no es asi, me la Hevaré en el acto. Accedié el rey a aquella peticién que encon- {ro muy justa. —Debe ser una joven muy modesta ~dijo-, que no quiere ser objeto de la curiosidad. La bruja y su hija fueron conducidas a un re~ gio departamento, donde Juana oculté su feal- dad a todo el mundo, Su madre, entretanto, en- sayaba brujerias a ver si conseguia para su hija el don de su hijastra Por decreto real se habian fijado las bodas a 26 Bianca Santa-Cruz Oss un mes de plazo y se invitaba a ellas a todos los principes, altezas, duques y nobleza del pais. {Qué habia acontecido en tanto a la desgra- ciada Mariquita? Sumida en la obscuridad eterna de su cegue- ra, vagaba por el bosque. Rosita, Rosita. {Qué te has hecho, hermani- ta mia? ~gritaba-. Ciega y sola, no sé a dinde dirigir mis pasos. Después de mucho eaminar, tropezando y ca- yendo, escuché el ladrido de un perro. El animal daba la alarma a su duefio, —{Quién anda por ahi? ~dijo una voz ronca, ~Yo, una pobre ciega -respondié Maria. —ZY qué buscas en esta soledad? Busco un asilo donde cobijarme, mamita. Aqui somos pobres, pero puedes habitar junto con el perro y compartir su comida, Mas no tengo que oftecerte. Gracias, mamita. Mucho peor es andar por el bosque. Me da mucho miedo. Tal vez yo pue- da pagarle lo que como con mis servicios —dijo, humildemente, Maria, La vieja mujer del lefiador no era mata, pero si muy rezongona. —Anda, anda, sin tanto parlotear, No sé qué podris hacer sin vista -le dijo. CunTos Cratos 7 El perro ya habia hecho amistad con su nueva compatiera y le lamia las manos. Dejése guiar la pobre ciega y se sent6 junto a la casucha del animal. Habia alli una palangana con agua y metié en ella Jas manos, restregdndolas hasta sacar tanto ‘ro que el agua se derram6 por el suelo Adentro hablaban Ia vieja y el viejo. Una boca mas ~deeia el viejo~ y el trabajo anda tan malo. iQué le hemos de hacer, viejo! La pobre chiquilla es ciega y esta resuelta a compartir la eomida con el perro. ntonces que se quede ~dijo el vicjo-. Po- df ayudarte en los quehaceres de la casa. Los viejos salieron al patio y, jcudl no seria su asombro al ver cémo rebasaban las mone- das de oro en Ja palangana del perro! La c ua les explicé la causa del prodigio y les dijo gue todo ese oro era para ellos, en pago de su hospitalidad. {Hijita, dormirs en mi cama! —dijo el vie~ jo-; iyo puedo dormir en un cuero de vaca! ‘Comers en mi plato-agregé la mujer Aho- ‘nt mismo me voy a comprar lo que nos falta, cabaron los malos tiempos! —aitadié el leador-. Ahora podré descansar. 28 BLavca Sanra-Cruz Ossa CumTos Cuneo 29 Asi discurrian los viejos, y Mariquita les es- cuchaba satisfecha de haberles ayudado, “Si pudiera volver a hablar con mi hermani- (a, serfa feliz”, decia, Acompaiiada del perro, salia todos los dias a vagar por las quebradas, llamando a Rosita. Un dia estaba sentada junto a una vertiente cuando escuché la voz querida: —jHermanita, hermanita! ~decia Rosita, Rosita, ven a mis manos exclamé la ciega, extendiendo sus brazos. La culebrita se deslizé rapidamente y se en- roscé en el brazo de su hermanita, Por qué te ausentaste sin advertirmelo? reproché. No me dieron tiempo, Rosita. jS cuiinto he suftido! iY yo que te buscaba por campos y montes! No sabes cémo me ha costado arrastrarme hasta aqui siguiendo tus rastros ~dijo Rosita. Ambas hermanitas se contaron sus padeci- mientos. —Vuelve mafiana a esta misma hora y te diré Jo que has de hacer ~dijo la culebrita. A\ dia siguiente reunigronse las hermanas a orillas de la vertiente. —Escucha atentamente lo que tengo que decirte supieras ———— —— ~comenz6 la culebrita~. La madrastra vive con su hija en el palacio del rey y se hacen gran- des preparativos para las bodas del principe con Juana, a quien nadie ha visto la cara. Cuando la bruja te arrancé los ojos, los guards en la suela de sus zapatos y alli estan todavia. Tenemos que recuperarlos a toda cost —{Y cémo podremos recuperarlos, hermani- ta? -pregunté la ciega. —Escucha: Aqui tengo dos ojos de diaman- te que valen una fortuna. Llévaselos a la buena viejecita que te ha dado asilo y le cuentas toda tu historia, sin ocultarle nada. Luego le ruegas que vaya al palacio del rey y ofrezca cambiar ojos de brillantes por ojos de gato... —De gato? ,Cémo ha de ser eso? ~preguntd la ciega, -Si dice de gente, la bruja no los entrega por temor de que descubran su crimen —explicé la culebrita~. Cuando haga el cambio, me traeras los ojos y yo te los pegaré tan bien como esta- ban antes. Hizo Mariquita todo como se lo recomend6 su hermana, ~Pobrecita, mi hijita! -exclamé la vieja, cuan- do escuché la historia. Por bien o por mal le he de sacar tus ojos a esa bruja endemoniada. 30 Biavea Santa-Cauz Ossa Al otro dia, antes de aclarar, se encaminé a la ciudad Hevando los ojos de diamante ence- rrados en un calabazo. Cuando Ileg6 al palac real, comenzé a vocear: {Quien cambia ojos de brillantes por ojos de gato? Esta ha de ser loca! ~decfan los guardias. Pero la mujer del leitador seguia infatigable. {Quién cambia ojos de diamante por ojos de gato? Abriése una ventana del pabellén ocupado por la viuda y su hija, y asomé Juana, ~iA ver esos ojos de diamante! {Quieres su- bir, buena mujer? Voy al momento, princesa ~dijo la anciana. ~{Qué haces, desgraciada? ~pregunté la viu- daa su hija. —{No ves que si en verdad son ojos de dia- mante los que trae, se los cambiamos por los de Maria? —dijo Juana. La madre se indigné: Vera que no son de gato y nos denuneia; no seas tonta. Mira que ya viene, Dame las zapatillas. Es una vieja campesina...No maliciaré nada ~dijo Juana. Sacé las zapatillas de debajo de la cama y cogié los ojos. : Cusntas Cianeos ar Ya era tiempo, porque la mensajera de Maria entraba al aposento, Madre hija examinaron los ojos que eran una maravilla. —Me haré un par de dormilonas para el dia de la boda ~decia Juana~. Dale, mamita, los ojos del gato. ;Para qué los quieres? Ay dolor! ;Tener que desprenderme del iini- co recuerdo de mi cuchito! Lléveselos, sin que yo los vuelva a ver ~gimié la hipéecrita vieja. Contentisima Hleg6 la anciana a su choza y entregé los ojos a Maria. La nita se fue en el acto a la quebrada donde moraba la culebrita, Aqui estén mis ojos, Rosita -le dijo. -Signtate a mi lado. Yo te los pegaré con mi saliva Y asi lo hizo Rosita con mucho cuidado y destreza, sin lastimar a su hermanita, que al mo- mento recuperé la vista. “Hermana mia. ;Qué felicidad poderte ver! Pero ahora quiero que vuelvas a tu ver~ dadera figura. ;Qué podré hacer para romper el encanto? =jAy, hermanita! Tendrias que caminar por monies y pefias, pasar muchos peligros, sdlo asi se perderia el encanto, =jLa muerte que fuera, Rosita! Todo antes que verte convertida en culebra. 32 Bianca Santa-Cruz Ossa ~Si es asi, tendrs que ir por tal y tal camino y no arredrarte por nada, Seguiris adelante, siem- pre adelante, hasta que me encuentres a mi, Asi hablé la culebrita y le dio todas las indi- caciones del camino. Maria salié inmediatamente a rodar tierras La buena anciana le dio unas alforjas con co viy su bendicién, ~Anda, hijita, que te ha de ir bien porque eres buena hermana —le dijo. A poco andar, Mariquita llegé ante un cerco de espinas; buscé por todas partes un hueco por donde pasar, pero no lo encontré, Entonees traté de abrirse paso con las manos, sin lograr que- brar una rama, Por fin se decidi a trepar por las espinas, clavindose las manos, los pies y hasta la cara, desgarrandose el vestido y el calzado. Sangrando, llegé al otro lado y cayé en un pantano. Tardé todo el dia en cruzar aquel in- menso lodazal, donde se enterraba hasta la ro- dilla. Por fin, en la tarde Hegé a orillas de un estero; se lavé y comié un pedazo de tortilla. “jAdelante, hermanita, si al final he de encon- trarte!”, se dijo, apenas descans6 un momento. Cruzé el estero y se encontré en un potrero solitario. Tenia que atravesarlo para llegar des- pués al pie de un monte muy escarpado, Cuenos Cratenos 3B Habria caminado un par de leguas cuando se encontré en un callején muy angosto y en la puer~ ta peleaban dos toros bravos. Ambos animales ru- tgian, echando chispas por los ojos. Maria trataba de pasar por un lado y otro, pero era initil: una coz 0 una cornada la echaban a rodar. “[Hermanita, si he de encontrarte al final, apartaré los toros!”, se dijo Y diciendo esto, ella, que era chica y débil, se abalanzé y se aferré de un asta con cada mano. Los toros dieron un rugido feroz.y corrieron uno por cada lado, dejando el paso libre. El callején daba a un campo pedregoso. A cada paso Maria sentia un dolor agudo, muchas veces tropezaba y caia, lastiméndose entera, {No importa, hermanita, si al fin he de en- contrarte!”, se decfa, levantandose. Agotada, legé al pie de la montafia, término del viaje. “Rosita me dijo que cuando se abriera la montafia pasara corriendo, porque a los pocos minutos se cerraba y podia quedar apretada dentro”, records, Iba a sentarse a descansar, cuando sintié un terremoto y el monte se partié en dos. Temblan- do, Mariquita no se atrevid a moverse. Pero lue- go records la recomendacién de su hermana, 4 Bianca Santa-Cruz Oss —iHermanita, si he de hallarte al final, cruza- ré! dijo en vozalta, Ni el cerco de espinas, ni el pantano, ni los toros peleando le habfan ocasionado una emo- cién tan violenta como la que experiment6 la pobre nifia al verse entre dos montafias que se iban juntando poco a poco. Corria, respirando apenas; tropezaba, caia y volvia a levantarse. Poco a poco se estre- chaba el pasaje y ya las piernas no podian sostenerla, ~jHermanita, hermanita, ayddame! ~grit6. El cuerpo de Mariquita iba quedando apre- tado entre las rocas y todavia le faltaban unos cuantos pasos para llegar afuera. —iHermanita! -suspiré y llegé afuera, cayen- do sin sentido. Unos brazos la sostuvieron y la sacaron a tiempo de entre las montafias. Sin eso, habria quedado adentro. Cuando Maria abrié los ojos, vio a su lado una joven de hermosura deslumbrante, En el primer instante no la reconocié, pero luego la estreché entre sus brazos, ~iRosita..., mi hermanital... ;Eres td, en euer- poy alma? Yo, hermanita, y tii me has salvado. jEres Cupxt0s CHLeN0s 3 tan valiente! Ahora nos vamos al palacio. Ahi est mi carroza y traigo un lindo traje para ti. Maria vio una hermosa carroza con cuatro parejas de caballos, que aguardaba a la entrada de un bosque. ‘Allos pocos minutos las dos hermanas viaja- ban en el carruaje y se contaban sus aventuras. Rosita sabia todo lo que acontecia en el palacio donde habitaban la madrastra y su hija Juana, —Hoy es el dia fijado para el banquete de la boda —dijo-. Nadie ha visto la cara de Juana, y hoy, durante el banquete, el rey hard circu- lar en la mesa una palangana de oro donde se lavaran las manos todas las damas. Asi quiere mostrar el rey el valor de la novia que ha esco- gido para su hijo. Habré en el palacio principes y princesas, duques y duquesas, nobles de todo el reino, Inin también todos los campesinos y campesinas y el viejo leflador que te dio asilo, con su mujer. Lo que Rosita contaba era la verdad. Cien cocineros circulaban en las cocinas del palacio real, asando faisanes, ciervos y pavos reales. Los pasteleros fabricaban tortas y mazapanes. Los lacayos preparaban una mesa tan’ grande, que los que estaban en una cabecera tenjan que usar vidrios de aumento para ver a los de la otra. 36 Bianca Santa-Cruz Ossi La reina y las princesas se ataviaban con todas las joyas que poseian, y el rey y los principes vestian sus trajes de terciopelo escarlata. ~ {Qué tal me sientan las dormilonas, mami- ta? —preguntaba Juana que estaba mas fea que un sapo. —Pareces una reina, Juanita. Pero escucha: no me digas mamita, mira que las reinas no ha blan asi, y tt serds reina mafiana -dijo la bruja, orgullosa Y como he de decirte, entonces? ~pregun- t6 Juana. —Dime su sacarreal majesté, mi madre. —Bueno, su sacarreal majesti, mi madre, ma- mita dijo Juana, ‘A la hora precisa comenzaron a llegar los ca- muajes trayendo a los invitados. Todos ansiaban conocer a la novia del principe cuya fama habia Iegado a los paises vecinos. Cuando ya estaban reunidos todos los invit dos, se abricron las puertas de la gran sala para dar paso a dos doncellas tan bellas que se oyé un murmullo de admiracién, Sus trajes eran so- berbios y sus joyas maravillosas. El principe se acercé a saludarlas y las cor dujo al trono del rey. Pero nadie conocia a aque- llas princesas, Cusnros Cuesos v7 La madrastra y Juana no se imaginaron que fuesen las mismas a quienes ellas habian mar- tirizado, Juana conservaba el velo puesto, segin fue su convenio con el rey. ;Cémo iba atreverse a levantarlo delante de tanta belleza! ;Tan sélo de pensarlo temblaba! {Quiénes seran ésas, sacarreal majesté: mi madre, mamita? ~pregunté al oido de la bruja. -No lo sé, pero les hallo un parecido con tus hermanastras... -murmurd la vieja. —iQué han de parecerse, mamital La Rosa esta convertida en culebra y la Maria ha de ha- ber muerto en el bosque... ~dijo Juana, ~iTodo puede suceder! ~dijo la vieja, comen- zando a temblar. iRazén tenia de temblar la vieja bruja, mal corazén! Llegé la hora de los postres y, al terminar, el rey ordené que pasaran la palangana de oro para que las damas se lavaran las manos. —Quiero que todos presencien un prodigio -declard su majestad. Comenzé a circular la palangana Mevada por dos lacayos. Un tercero presentaba toallas de seda y oro. Una por una sumergian las da- mas sus preciosas manos en el agua sin que se 38 Brana Sanra-Ceuz Oss operara ningin prodigio. Ya no quedaban més que tres doncellas: Juana y sus hermanastras. Tocé su turno a Rosita que hundié sus mane- citas blaneas y delicadas en la palangana, res- fregindolas suavemente, Al instante brotaron perlas y mas perlas, hasta que el agua rebas6. —{Maravilloso! jMaravilloso! —gritaron to- dos-. ;Esta sera la novia? ~Aguardad un instante dijo el rey-. Todavia faltan cuatro blancas manos. Blancas eran las dos manos de Maria que, al ser restregadas dentro de la palangana, echaron monedas de oro en gran cantidad. —{Maravilla, maravilla! jEsta es la novia! Tocé el tumo a Juana y sus dos manos negras entraron al agua que al punto se tind, tomando el color del barro, EI rey, disgustado, le arrancé el velo de la cara, dejando al descubierto toda la negrura del alma ruin. —jEstas son unas impostoras! —declar6 el rey-. ;Venid, guardias, y Hevadlas al calabozo! Rosita conté entonces su historia y la de su herman, Todos los prineipes se disputaron la mano de las dos aldeanas que eran buenas y ademas tenian un precioso don, premio de sus buenas cualidades, CurvTas Cuteos 9 EL hijo del rey se cas6 con Maria y un prinei- pe vecino con Rosita. Terminé la fiesta con gran regocijo, y, junto con ella, se acabé el cuento, y ya era tiempo, porque salié muy largo y los nifios que me es- cuchan de suefio no pueden mas.

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