Вы находитесь на странице: 1из 8
| Umberk co. a sepsies, 1 otres entag ap okra, ! 4 fh LA ABDUCCION EN UQBAR 1. Si nos atenemos a los escritos de los tedricos de la novela policfaca (por ejemplo a las reglas dictadas por S.S. Van Dine), los Seis problemas para don Isidro Parodi de Borges y Bioy Ca- sares parecen totalmente «heréticos». Se ha dicho que constitu- yyen una parodia de Chesterton, quien, a su vez, hacia una paro- dia de la novela policfaca clésica de Poe en adelante. Reciente- mente, el Ouvroir de Littérature Potentielle de Paris ha com- puesto una matriz de las situaciones policfacas ya inventadas (el sesino es el mayordomo, el asesino es el narrador, el asesino es el policfa, etcétera) y ha descubierto que ain esté por escribir tun libro en que el asesino sea el lector. Me pregunto si eso (hacer descubrir al lector que el culpable es él, 0 nosotros) no seré la , Solucién que realiza todo gran libro, desde Edipo Rey a los cuen- tos de Borges. Pero es cierto que Borges y Bioy Casares, en 1942, habjan descubierto una casilla vacfa en la tabla de Mende- leiev de las situaciones policfacas: el detective es un encarcelado. En lugar de la solucién (desde fuera) de un delito cometido en tuna cdmara cerrada, aqui tenemos Ja solucién, desde una cmara ' cerrada, de una serie de delitos cometidos en el exterior. El ideal de un detective que resuelve el caso en su mente, a partir de pocos datos aportados por otro, esté siempre presente én la tradicién policfaca: piénsese en el Nero Wolfe de Rex ‘ Stout, a quien Archie Goodwin trae noticias, pero que no se mueve nunca de su casa y se desplaza perezosamente de su estu- dio al invernadero de las orquideas. Pero un detective como Isi- dro Parodi, que no puede salir de su celda y a quien siempre traen las noticias unos imbéciles incapaces de comprender la se | rie de acontecimientos a que han asistido, es, desde luego, resul- tado de una notable hazafia narrativa. ‘Los lectores tienen la impresién de que, asf como don Isidro 173 se burla de sus clientes, asf también Biorges (como se ha llamado al excepcional tandem Bioy-Jorge) se burla de sus lectores y que ‘en es0, y s6lo en eso, radica el interés de estos relatos. Como nacieron ya es cr6nica (0 historia) conocida y mejor que nadie nos lo cuenta el propio Borges, en su «Esbozo de autobiografia», recogido en la monumental biograffa de Emir Rodriguez Mone- gal! Se da siempre por sentado en estos casos que el hombre mayor es el maestro y que el menor es su disefpulo. Esto pudo ser cierto en un ‘comienzo, pero pocos ails después, cuando empezamos a trabajar jun- tos, Bioy fue real y secretamente el maestro. El y yo intentamos muchas ‘empresas distntas. Recopilamos antologfas de la poesia argentina, de uentos fantsticos, de cuentos policfacos —hemos escrito articulos y prélogos— hemos hecho ficciones anotadas de sir Thomas Browne y 4 Gracin —hemos traducido cuentos cortos de escritores como Beer- bohm, Kipling, Wells y lord Dunsany— hemos escrito guiones para el cine, que fueron invariablemente rechazados, Bioy me hizo sentir que la calma y la contencién eran més deseables, Si se me permite una ge- neralizaci6n, Bioy me Hev6 gradualmente hacia el clasicismo. Fue en cierto momento, al comienzo de la década de 1940, que co- ‘menzamos a escribir en colaboracién: una hazafia que hasta ese mo- ‘me dijo que deberfamos hacer una prueba. Accedi, sin mucho entusi mo, y poco después, en esa misma mafiana, la cosa se habia produci Un tercer hombre, Honorio Bustos Domecq. Habfa aparecido y hal tomado el mando. ‘A la larga, nos manejé con vara de hierro, y para nuestra diversign yy después para nuestra consternacin llegé a ser muy diferente a noso- ‘tos, con sus propios caprichos, sus propios chistes, su propia y muy claborada manera de escribir... el primer libro de Bustos Domecq fue “Seis problemas para don Isidro Parodi” (1942) y durante la escritura de ese Volumen nunca se desbord6. Max Carrados habfa intentado un detective ciego —Bioy y yo fuimos un paso més allé y encerramos a nuestro detective en una celda. El libro fue al mismo tiempo una sétira sobre los argentinos. Durante muchos afi, la identidad doble de Bustos Domecq no fe revelada. Cuando finalmente lo fue. la gente pens6 que, ‘como Bustos, era una broma. Su escritura no podia ser tomada en serio. ___ Por otra parte, el pablico argentino tenfa otras razones para invitarse 0, al menos, para quedar perplejo. El libro lleva también 174 el prefacio de uno de sus personajes, Gervasio Montenegro. ‘Ahora bien, un personaje no deberfa escribir el prefacio al libro {que lo alumbraré. Pero —lo que es peor— cada vez que aparece en un relato del libro Montenegro aparece como un necio. {Cémo darle crédito, entonces, cuando elogia con tanto fervor, y con bella y pomposa ret6rica académica, a sus autores? Esta- ‘mos en la paradoja de Epiménides de Creta. Todos los cretenses son mentirosos, dice Epiménides, pero, {cémo darle crédito, dado que también 6 es cretense y, por tanto, mentiroso? (A. pro- pésito, un personaje que en esta ocasién parece inventado por Borges, un tal Pablo de Tarso, en su carta a Tito, cita el dicho de Epiménides como fuente autorizada sobre la naturaleza men- daz de los cretenses, porque (apostilla), si lo dice él, que es cre- tense y conoce a los cretenses, debemos creerle...) 2. Pero las razones por las que Seis problemas debia descon- certar a los argentinos no acaban ahf. En estos relatos nos encon- ‘ramos ante otro juego, destinado a perder fuerza en Ja traduc- ccién, por bueno que sea el traductor. Es que los discursos de los personajes que van a visitar a dor Isidro en su celda son un fuego artificial de lugares comunes, tics culturales, despropésitos y vi- ccios kitsch de la intelligentsia argentina de la época. Y, por mu- cho que el traductor se esmere (pero no lo lograria tampoco si debiera traducir este espafiol a otra lengua espafiola que no sea la hablada entre Lavalle, Corrientes y la Boca), las diversas re~ ferencias irdnicas estin destinadas a perderse, porque, en cual- quier caso, cambia el lector, que no s6lo habla otra lengua, sino que, ademés, no es el lector argentino de 1942. El lector debe, pues, hacer un esfuerzo para imaginarse el Buenos Aires de en- tonces y la virulencia parédica que podia cobrar un libro, como éste, en que (dice Rodr{guez Monegal) «la solemnidad de! argen- tino hablado con todas sus variantes (Ia jerga proletaria, las ex- presiones afrancesadas de los pseudointelectuales, el espafiol ddenso y anticuado de los espafioles, la jerga italianizante) resulta destruida mediante personajes que més que figuras narrativas son figuras lingiifsticas. Era Ia primera vez en Argentina que tenia Gxito un intento deliberado de crear una nurraciGn mediante la parodia de la forma y del lenguaje de la narrativan. Pero se me ocurre un juego etimolégico, que ofrezco sin ga- rantias al lector amante de Isidoro (j[sidro?) de Sevilla, de Hei- 175 degger y de los ejercicios de derive al estilo de Derrida: que don Isidro se lame Parodi no puede sorprender, porque Parodi es un nombre italiano (ligur) muy comtin y en Argentina nada hay més comin que un nombre italiano (se cuenta la historia de ese argen- tino que viene a Italia y se asombra porque todos Jos italianos tienen apellidos argentinos). Pero, entre «parodi» y «parodia» hay muy poca distancia. ;Seré casualidad? Dicho esto, parece, sin embargo, que existen muy pocas ra- zones para releer hoy estos relatos. Resulta dificil captar sus re- ferencias jergales y también contentarse con historias policfacas que simplemente remedan las auténticas historias de detectio JEntonces? No es mejor leer directamente las espléndidas histo- rias de detection (0 de detection simulada) de Ficciones, como La muerte y la brijula? En efecto, la primera impresién del lector que se acerca a las historias de don Isidro es que, aparte de las incomprensibles alusiones jergales y de costumbres, el parloteo de los diversos personajes es del todo insulso. Se siente la tentacién de recorrer ‘muy deprisa sus interminables monélogos, toméndolos como si fueran un fondo musical, para legar en seguida al final y disfru- tar con la soluci6n (injustificable) de don Isidro. Sentimos, pues, la sospecha de que estas historias son la solucién divertida de {falsas edivinanzas, como sucede en la conocida historieta: Problema: el barco tiene treinta metros de largo, el palo mayor diez de alto y los marineros son cuatro. ;Cudntos afios tiene el capitén? Solucién: cuarenta, (Explicacién de la solucién: lo sé porque me lo hha dicho él.) Pues no. Los seis relatos observan una regla fundamental de Ia narrativa polic{aca: todos los datos que el detective utiliza para resolver el caso han estado a disposiciGn de! lector. El parloteo de los personajes est cargado de noticias importantes. La diferencia con las historias de detection clisicas es que, cuando relees éstas desde el principio, tras haber conocido la so- lucién, te dices: «Es cierto, ,6mo es que no he notado ese de- talle?» En cambio, con las historias de don Isidro el lector rele y se pregunta turbado: «Pero, ,por qué habfa de notar este detalle ‘en lugar de otros? {Por qué se ha detenido don Isidro en este suceso 0 noticia y ha considerado los demés insignificantes?» 176 Reléase, por ejemplo, y con atenci6n, la cuarta historia, «Las previsiones de Sangiécomo». El Commendatore, una noche des- pués de cenar, afirma tener en el tercer caj6n de su escribanfa lun pumita de terracota. Pumita, una muchacha, se asombra. No habrfa raz6n para resaltar ese hecho como un indicio. Es natural que una muchacha que se llama Pumita reaccione con curiosidad ante la mencién de un pumita. Més adelante don Isidro se entera (y el lector también) por otro informador de que el Commenda- tore tenia en el cajén una serpierte de terracota. {Qué nos auto- riza (qué autoriza a don Isidro) 2 pensar que la serpiente estaba en lugar del pumita? ,Por qué no podia tener el Commendatore dos estatuas de terracota? Pero admitamos que ese indicio auto- rice a don Isidro a pensar que el Commendatore mintié esa noche {y dijo que tenfa un pumita, cuando, en realidad, tenfa una ser- piente). ;Qué induce a don Isidro a pensar que el Commendatore mentia para descubrir si Pumita habfa hurgado en su cajén? Las historias de don Isidro estén llenas de indicios de esa clase. Lo que nos demuestra dos cosas: a) que el parloteo de los personajes no es insignificante y no tiene s6lo una funcién de parodia lingU{stica: es estructuralmente importante; b) que para saber «leer» en el parloteo de los personajes don Isidro debe dis- poner de una «clave» o de una hipétesis muy poderosa. De qué clave se trata? ‘Como se ve por las razones que he dicho, la lectura de las historias de don Isidro se presenta muy enrevesada y divertida Bastaria la diversién para justificar la fatiga de la lectura: me excuso por la tosquedad estética de mi afirmacién, soy de los que consideran ain (0 de nuevo) que la diversién es una raz6n suficiente para leer una historia. Pero aqu{ el problema es otro. El mecanismo de las historias de don Isidro anticipa el meca- nismo fundamental de muchas otras historias (posteriores) de Borges, tal vez de todas. Llamaré a ese mecanismo (y lo expli- ccaré en el pérrafo siguiente) e! mecanismo de la conjetura en un universo spinoziano enfermo. 3. Borges parece haber lefdo todo (y més atin, ya que ha resefiado libros inexistentes). No obstante, supongo que no debe de haber le{do nunca los Collected Papers de Charles Sanders Peirce, uno de los padres de la semiética moderna,’ Podrfa equi- vocarme, pero me ffo de Rodrfguez Monegal y no encuentro el 17 nombre de Peirce en el indice onoméstico de su biografia de Bor- ges. Si me equivoco, estoy bien acompafiado. En cualquier caso, haya lefdo Borges a Peirce o no, no me importa. Me parece un buen procedimiento borgiano suponer que los libros se hablan entre si y no es necesario que los autores (a quienes los libros utilizan para hablar: una gallina es el artificio que un huevo utiliza para producir otro huevo) se conozcan. El caso es que muchos de los relatos de Borges parecen ejemplit caciones de ese arte de la inferencia que Peirce lamaba abduc- cidn o hipétesis y que no es sino la conjetura. Razonamos, decia Peirce, de tres modos: por Deduccién, por Induccién y por Abducci6n. Intentemos entender cudles son estos tres modos citando un ejemplo de Peirce, que recojo sin aburrir demasiado al lector con tecnicismos I6gicos y semisticos. Supongamos que tengo sobre esta mesa una bolsita con ju- dias blancas. Sé que esté lena de judias blancas (supongamos {que la he comprado en una tienda donde venden bolsitas de ju- dias blancas y que me fio del comerciante): por tanto, puedo admitir como Ley que «todas las judfas de esta bolsita son blan- cas». Una vez que conozco la Ley, produzco un Caso: cojo a ciegas un pufiado de judias de la bolsita (a ciegas: no es necesa~ rio que las mire) y puedo predecir el Resultado: «las judfas que tengo en la mano son blancas». La Deduccién de una Ley (ver- dadera), mediante un Caso, predice con absoluta certeza un Re- sultado. Por desgracia, salvo en algunos sistemas axiomiéticos, no po- demos hacer muchas deducciones seguras. Pasemos ahora a la Induccién. Tengo una bolsita y no sé qué contiene. Meto la ‘mano, saco un pufiado de judias y observo que son todas blan- cas. Meto la mano otra vez y son también judfas blancas. Con- ‘timéo durante un ntimero x de veces (cudntas veces depende del tiempo que tenga o del dinero que haya recibido de la Ford Foun- dation para establecer una ley cientifica sobre las judfas de la bolsita). Después de un nimero suficiente de pruebas hago el siguiente razonamiento: todos los Resultados de mis pruebas dan tun pufiado de judfas blancas. Puedo hacer la inferencia razonable de que todos estos resultados son Casos de la misma Ley, es decir, que todas las judias de la bolsita son blancas. A partir de tuna serie de Resultados, infiriendo que se trata de Casos de una misma Ley, llego a la formulaci6n inductiva de esta Ley (proba- 178 ble). Como sabemos, basta con que en una prueba posterior re- sulte que una sola de las judias blancas que saco de la bolsita sea negra para que todo mi esfuerzo inductivo se esfume en la nada, Por esa razén los epistemélogos recelan tanto de la Induc- cién En verdad, como no sabemos cudntas pruebas hay que hacer para que una Induccién pueda considerarse aceptable, no sabe- mos qué es una Induccién vélida. {Bastan diez pruebas? ;Y por ‘qué no nueve? ,Y por qué no ocho? ¢Y por qué no una, enton- ces? En este punto la Induccién ha desaparecido y cede el puesto ala Abducci6n. En la Abduccién me encuentro ante un Resul- tado curioso ¢ inexplicable. Pare atenemnos a nuestro ejemplo, hay una bolsita sobre la mesa y junto a ella, también en la mesa, hay un grupo de judfas blancas. No sé cémo han llegado ahi, ni quién las ha puesto, ni de dénde han salido. Consideramos ese Resultado un caso curioso. Ahora deberia encontrar una Ley tal, que, si fuese verdadera y si el Resultado pudiese considerarse tun Caso de dicha Ley, dicho Resultado ya no serfa curioso, sino perfectamente I6gico. En este punto hago una conjetura: fraguo por hipétesis la Ley por la cual esa bolsita contiene judfas y todas las judfas de esa bolsita son blancas e intento considerar el Resultado que tengo ante los ojos un caso de dicha Ley. Si todas las judias de la bolsita son blancas y estas judfas proceden de esa bolsita, es na- tural que las judfas de la mesa sean blancas. Peirce observa que el razonamiento por Abduccién es t de todos los descubrimientos cientfficos «revolucionarios». Ke- pler sabe por quienes lo precedieron que las érbitas de los plane- tas son circulares. Después observa dos posiciones de Marte y advierte que tocan dos puntos (xe y) que no pueden ser los dos puntos de un circulo. El caso es curioso. Dejarfa de serlo, si se admitiese que los planetas describen una érbita que puede repre- sentarse con otro tipo de curva y se pudiera verificar que x © y son dos puntos de este tipo de curva (no circular). Kepler debe, pues, encontrar una ley diferente. Podria imaginar que las érbitas de los planetas son parabélicas o sinusoidales... No nos interesa (aqui) saber por qué piensa en Iz elipse (sus buenas razones tie- ne). Asf, pues, hace su Abduccién: si las Grbitas de los planetas fueran elipticas y las dos posiciones advertidas (x e y) de Marte 179 fueran un Caso de esa Ley, el Resultado ya no seria sorprenden- te. Naturalmente, en ese punto debe verificar su Abduccién fin- giendo una nueva Deduccién. Si las érbitas son el{pticas (si al menos la 6rbita de Marte es eliptica), se debe esperar a Marte fen un punto z, que es otro punto de Ia elipse. Kepler lo espera y lo encuentra. En principio, la Abduccién est4 demostrada. ‘Ahora s6lo falta hacer muchas otras verificaciones y probar si se puede refutar la hip6tesis. Naturalmente, he abreviado y resu- mido las fases del descubrimiento.. El caso es que el cientifico no necesita diez mil pruebas inductivas. Lanza una hipétesis, acaso aventurada, muy semejante a una apuesta, y la pone prueba. Mientras la prueba dé resultados positivos, ha vencido. ‘Ahora bien, un detective no actiia de otro modo. Al releer las declaraciones de Sherlock Holmes sobre su método, descubri- ‘mos que, cuando él (y con él Conan Doyle) habla de Deduccién y Observaci6n, esté pensando en realidad en una inferencia se- mejante a la Abduccién de Peirce.” : Es curioso que Peirce use un término como «abduccién». Lo formulé en analogia con Deduction e Induction (y refiriéndose también a términos aristotélicos). Pero no podemos olvidar que en inglés abduction significa «rapto, robo» (El rapto del serrallo de Mozart en inglés se traduce por «The Abduction from the Se- raglio»). Si tengo un resultado curioso en un émbito de fenéme- nos atin no estudiado, no puedo buscar una Ley de dicho émbito (si existiese y la conociera, el fenémeno no seria curioso). Debo ir a «raptar» 0 «tomar prestada» una ley en otro dmbito. Si se quiere, debo razonar por analogfa. Examinemos otra vez la abduccién sobre las judias blancas. Encuentro un pufiado de judfas sobre Ia mesa. Sobre la mesa hay una bolsita. {De dénde saco que debo poner en relacién las Judias sobre la mesa con la bolsita? Podria preguntarme si las jjudias proceden de un caj6n, si las ha trafdo alguien que después haa salido. Si centro mi atencién en la bolsita (zy por qué preci- samente sobre esa bolsita?), es porque en mi cabeza se dibuja una especie de l6gica del tipo de «es de suponer que las judias procedan de bolsitas». Pero nada me garantiza que mi hipétesis sea Ia correcta. No obstante, muchos de los descubrimientos cientificos pro- ceden de ese modo, pero también muchos de los descubrimientos policfacos y muchas de las hip6tesis de un médico para compren- 180 der la naturaleza y el origen de una enfermedad (y muchas de las hipétesis de un fil6logo para comprender qué podfa haber en tun texto allf donde el manuscrito original es confuso o presenta lagunas). Reléase (0 Iéase) la segunda historia de don Isidro, Todo lo que sucede a Gervasio Montenegro en el tren Paname- ricano es curioso, asombroso, carente de l6gica... Don Isidro re- suelve el problema (los datos que conoce constituyen un Resul- tado) infiriendo que puede ser el Caso de una Ley muy distinta, la Ley de la puesta en escena. Si todo lo que ha sucedido en el tren hubiese sido una representaci6n teatral en la que nadie era de verdad lo que parecia, la secuencia de los acontecimientos no habria parecido misteriosa. Todo habria estado clarfsimo, ele- mental (querido Watson). Y de hecho lo estaba. Montenegro es un bufén y se apropia de la solucién de don Isidro con la frase: «La rezagada inteligencia confirma la intuicién genial del artis- ta». Pese a ser mentiroso y tramposo, dice una gran verdad: no hay diferencia (en el nivel més alto) entre la rezagada inteligen- cia y la intuicién del artista. Hay algo artistico en el descubri- miento cientifico y algo cientffico en lo que los ingenuos Haman «. Los movimientos de nuestra mente que indaga siguen las mismas leyes de la realidad. Si pensamos «bien», estamos obligados a pensar de acuerdo con las reglas que conectan las cosas entre sf. Si un detective se ensimisma en la mente del ase- sino ha de llegar por fuerza al punto al que el asesino llega. En ese universo spinoziano el detective no es s6lo quien comprende lo que el asesino ha hecho (porque no podia no hacerlo, si hay tuna l6gica de la mente y de las cosas). En ese universo spino- iano el detective sabré también qué hard el asesino mafiana. E iré a esperarlo al lugar de su pr6ximo delito. Pero si asf razona el detective, asf puede razonar también el asesino: puede actuar de modo que el detective vaya a esperarlo 182 al lugar de su pr6ximo delito, s6i0 que la victima de su préximo delito seré el propio detective. Y eso es lo que ocurre en respecto a Spinoza, no respecto a Borges. Res- pecto a Borges, ese universo en que detective y asesino se encon- trarén siempre en el punto final, porque los dos han razonado segtin la misma ilégica fantdstica, es el universo més sano y més verdadero de todos. 183 Si estamos convencidos de eso, el modo de razonar de don Isidro Parodi ya no nos pareceré paradéjico. Don Isidro es un perfecto habitante del mundo (por venir) de Borges. Y es normal que pueda resolver todos los casos desde el fondo de una celda. El desorden y la desconexién de las ideas es el mismo que el desorden y Ia desconexiGn del mundo, 0 bien, de las cosas. Carece de importancia que se lo piense en el mundo, te- niendo en cuenta los hechos, 0 en el fondo de una prisién, te- niendo en cuenta las inconscientes falsificaciones de observado- res necios. Una prisi6n es mejor incluso que el mundo: la mente puede funcionar sin demasiados «rumores» exteriores. La mente, tranquila, pasa a ser una con las cosas. Pero, ,qué son las cosas en este punto? ,Y qué es la literatura respecto a las cosas? ‘Ah, amable lector, me ests preguntando demasiado. Yo s6lo queria decirte que el don Isidro de Biorges es un personaje de Borges y que por eso vale la pena reflexionar sobre su método. Biorges no bromea. Habla «en serio», es decir, mediante la Pa- rodi-a. Por lo demés, creo que Borges acogerfa con una sonrisa la pregunta de si sucede «realmente» asf en el mundo. Parafra- seando a Villiers de I'Isle Adam, qué fastidio es la realidad. De- jemos que nuestros siervos la vivan por nosotros. * aAn Autobiographical Essay», The New Yorker (19-9-1970). Ineluido por E. R. Monegal en Borges. Una biografia lierarla, México, Fondo de Cultura Econémica, 1970. Ch. S. Peirce, Collected Papers, Cambridge, Harvard University Press, 1931-1958. 2 "Véase una serie de estudios sobre las relaciones entre Ia abduccién de Peit- ce, el método de Sherlock Holmes, el método cientifico y la hermenéutica lit raria en U, Eco y T. A. Sebeck, eds, Il segno dei tre, Milén, Bompiani, 1983. (rad. esp.: El signo de los tres, Barcelona, Lumen, 1988.) * Chr. U. Eco, «Guessing: from Aristotle to Sherlock Holmes», Versus 30, 1981, pgs. 3-19, asf como M. Bonfanti y G. P. Proni, «To Guess or not 0 Guess?e, en Il segno dei tre, ct 184 LOS MUNDOS DE LA CIENCIA-FICCION ‘A menudo se siente la tentacién de adscribir out court a la ciencia-ficcién géneros literarios diversos, con tal de que hablen de mundos futuros, ut6picos, en una palabra, de algin espacio ultraterrestre. En ese sentido la ciencia-ficcién no serfa sino una forma mo- dema de los libros de aventuras 0 de caballeria, salvo que las, astronaves y los monstruos de otros mundos substituyen a los, castillos encantados y a los dragones. Pero, zpodemos ampliar hhasta tal punto nuestra definicién del género sin hablar —dema- siado en general— de la esencia de la épica, del mito, de la pi- caresca? Es cierto que desde tiempos antiqu{simos se ha ido constitu- yendo, frente a una narrativa llamada realista, otra que construye mundos estructuralmente posibles. Digo «mundos estructural- mente posibles» porque, naturalmente, toda obra narrativa — hasta la més realista— traza un mundo posible en cuanto que presenta una poblacién de individuos y una secuencia de estados de hecho que no corresponden a los del mundo de nuestra expe- riencia. En adelante llamaremos «mundo real» 0 «mundo nor- mab» al mundo en que vivimos o suponemos vivir, tal como lo define el sentido comin o la enciclopedia cultural de nuestra épo- ca, aun cuando no se pueda decir (como ensefia Berkeley) que este mundo sea real y muchas veces consideremos que responde muy poco a norma alguna. Ahora bien, un relato realista esté construido siempre sobre una serie de condicionales contrafac- tuales (qué habria sucedido, si en el mundo real del siglo xix hhubiera existido también un individuo de tales y tales sefias lla- mado Rastignac o si un posible individuo Mamado conde de Montecristo hubiera alterado efectivamente el curso de la Bolsa de Paris manipulando las transmisiones de noticias mediante el 185, ‘Titulo original: ‘Suglispecchi e altri sagt Publicado por Editorial Lumen, S.A.. Ramén Miquel i Planas, 10 - 08034 Barcelona. Reservados los derechos de edicién para todos los pases de lengua castellan, Primera edicién: 1988 ‘© Gruppo Editoriale Fabbri, Bompiani, Sonzogno, Eas $.p.A., Milén, 1985. Depéisito Legal: B-15980-1988. ISBN: 84-264-1173-8 Printed in Spain DE LOS ESPEJOS Y OTROS ENSAYOS

Вам также может понравиться