Nombres del Goce
Fragmentos de goces en la historia de un hombre artista*
Alberto Grimau
“Bl que ama quiere crear porque desprecia Qué sabe
del amor el que no ha debido despreciar precisamente
lo que amaba?
Vete a tu soledad, hermano, con tu amor y tu creaci6n;
y tarde irds tras de ti cofeando la justicia.
Vete a tu soledad, hermano, con mis lagrimas. Amo al
que quiere crear algo superior a él y por ello sucumbe”.
F. Nietzsche, “Ast hablaba Zaratustra”
@ Por qué podria interesarnos a los analistas la vida de un hombre-
artista? El hecho de ser hombre ya seria un buen motivo. Pero
ademis, el artista ,no es pariente cercano al analista? Podemos
moderar esta fatua pretensién haciendo extensivo el arte-a la artesania,
cierto “saber hacer” con el sufrimiento esclavizante del sintoma. Do-
minio de un oficio que con Heidegger llamarfamos “artesanos en la
desocultaci6n del ente”. Revelaci6n de una verdad que yace oculta en
el adormecer de la neurosis. Ya sea en el organigrama del sentido, en
el sufrimiento de la sexualidad amputada de placeres, o en la automa-
tizada obediencia a los mandatos anénimos del Otro gozador.
* Este trabajo fue presentado en las Segundas Jomadas de la Sociedad Portefa de
Psicoandlisis, noviembre de 1993.
89Nombro asi a los tres goces que ordena el nudo borromeo:
sentido, goce falico y goce del Otro. El objeto a que anida en su
nticleo es la causa que guia nuestra accién, suscitando pestes, an-
helos 0 ternuras. Nombres posibles para acotar su compleja po-
lisemia, ¢ indicar que goce, deseo y amor constituyen la trinidad
psicoanalitica minima en que se sostiene una existencia. De allf,
que nuestra causa no resulta facilmente encorsetable en formu-
laciones univocas, 0 cerradas escrituras. Su idioma es laberinti-
co porque el hombre es laberinto. Para recorrerlo, intentando ho-
radar la verdad que enferma, nos valemos de nuestro instrumen-
tal: divan, teoria y experiencia. Desde alli, podemos admitir co-
mo acci6n analitica todo aquello que procure transformar los go-
ces que perturban al sujeto del deseo. Remedio necesariamente
apalabrado que propicie una pérdida de goce para la consuma-
cién de otros,
Consecuentemente con el ordenamiento borromeo propuesto,
podemos ficcionar el vaciamiento del plus que conserva el cora-
z6n del nudo (+a) -puntos de fijacién en el decir freudiano- en-
cauzando los goces en los rieles del deseo. Si el remedio es la pa-
labra, el obligado carril que encauza al goce con el transforma-
dor deseo precisa del operador félico. De tal modo, es en el nom-
bre del padre -asf también comienza la “oracién” del analista-
que se abre la posibilidad de amar, desear y gozar, ain en sus
més alld suplementarios.
Prosiguiendo esta ficcién, engendremos con la inversién de
signos (de +a a -a), posibles transformaciones: del sufrimiento
del sintoma, a la saludable sustitucién del duelo. Del sentido
abrumador, al sublime goce estético propio del efecto de sentido
en lo real' O bien, del petrificante goce del Otro, al acto -tam-
bién sublime- del gesto heroico creador -J (A)-?
Pues bien, lo que no es aliviante descompresién de enferman-
tes goces es que ese objeto a persevere inalterable, impidiendo al
sujeto explorar los recovecos de goces que su nudo le Ppropone,
preanuncio de probables pestes trdgicas. Es lo que sucede en la
vida de nuestro hombre-artista. Intentaremos resefiarla a partir de
un encadenamiento de fragmentos epistolares escogidos para la
ocasién que nos convoca.
1 J. Lacan, Seminario “R.S.1”. Clase 11-2-75, Inédito.
2 Me permito utilizar la graffa del goce del Otro -J(A)- barrando al
iro, para indicar su vaciamiento sublimatorio.El 30 de marzo de 1852 nace, en Zundert -Holanda- Vincent
Van Gogh, primer hijo del matrimonio formado por Ana Corne-
lia Carbentus y Theodorus Van Gogh, humilde pastor protestan-
te de ese pueblito holandés. Modesto pastor de “apenas cien al-
mas”. El primogénito Vincent Willem morird poco después de
legar al mundo, pero el mismo dia, el afio siguiente, nacer4 su
sucesor. Vincent, el holandés, como aspiraba a ser llamado este
hombre-artista, naceré cuando ya su nombre estaba inscripto en
una tumba y un cuerpo la ocupaba. {Seria arriesgado suponer
que nuestro Vincent nace de algtin modo sepultado?
Tendra cuatro hermanos, dos mujeres y dos varones, pero con
quien se anudard en una relacién de entrafiable dependencia sera
con Theo, quien -paraddjicamente- al ser cuatro afios menor, se
erigird en un sostén decisivo que lo ampararé durante su doloro-
sa vida.
Vincent era un chico hosco y solitario. Solfa recorrer el cam-
po, investigando la naturaleza. Amante de plantas y animales, e
incansable coleccionista de insectos. A ios ocho afios comienza a
desgranar sus dotes, haciendo algunos dibujos y acuarelas. A los
doce, es separado de su familia, y de la naturaleza, para ser inter-
nado en el colegio donde permanecera hasta los quince, cuando
ya el padre no pueda costearle los estudios. Se decide luego que
comience a trabajar como aprendiz de marchand en una galerfa
de arte, cuyo duefio era un tfo paterno, también liamado Vincent.
Alli se asomard al mundo del arte, frecuentando museos y admi-
rando sus pinturas. En esta época comenzar4 su correspondencia
con Theo. Transcurren cuatro magnificos afios, hasta que, pre-
miado por sus méritos laborales, lo envian a Londres, donde con-
tintia su avidez por visitar museos y devorar literatura. Le escri-
be a Theo:
“Yo estoy bien, tengo una casa magnifica y me alegra mucho
observar Londres...¥ ademds tengo la naturaleza, el arte y la
poesta. Si eso no basta, ;qué es entonces lo que se necesita?”
Se necesita algo més, querido Vincent. El amor al arte no
basta, por mas goce estético que depare. Ademés, se necesita de
otros goces. Por eso; la sexualidad -goce félico por excelencia-
irrumpe. Porque también es hombre. Entonces sufrird su prime-
ray brutal decepcién amorosa con la hija de la duefia de la pen-
si6n, hija de un pastor ya fallecido. Este revés -cuando Vincent
tenia 20 afios- cambiaré bruscamente su vida; haciéndolo regre-
sar a la casa de sus padres, profundamente abatido. Luego re-
atornaré a Londres, pero ya no es el mismo Londres, precipit
dose su final como marchand. Lo envian a la sucursal de Paris,
en un desesperado intento por alejarlo de la geografia de su
amor frustrado, pero allf maltrata a los clientes hasta hacerse
echar. Entonces, se sumerge en un perfodo de fuerte misticis-
mo, Absorbido por un tremendo fanatismo religioso, permane-
ce noches enteras sin dormir para leer el Evangelio, olvidéndo-
se hasta de comer. Simulténeamente, se escucha en sus cartas
un intenso brote de idealizacién paterna. Le escribe a Theo:
“Sé que su corazén anhela que ocurra algo que me permita
seguir su profesin. Papa siempre lo esperé de mi. jOh, que es-
to ocurra y que Dios lo quiera ast!”
Y agrega:
“No puedo decirte hasta qué punto tengo a veces necesidad
de la Biblia. La leo diariamente, pero lo que me gustaria real-
mente es saberla de memoria y ver la vida a la luz de aquella
frase que dice: Antorcha de mis pies es tu palabra y luz para
mi senda”.
El pecado lo inunda todo de tal modo, que lo que hasta hace
poco eran sus lecturas predilectas, ahora se transforman en blas-
femias. Dice:
“Theo, quiero decirte algo que quizds te sorprenda: deja de
leer a Michelet, o cualquier otro libro (excepto la Biblia) hasta
que nos volvamos a ver en Navidad”.
Pasarn casi seis afios dedicados a que Dios-Padre lo quiera
y goce con él, para lo cual juega varias cartas, fracasando siem-
pre. Entonces, decide por las suyas nombrarse evangelizador de
una comarca minera extremadamente pobre del sur de Bélgica.
Alli, en la “comarca negra”, se despoja de ropa, reloj, y de todo
confort posible. Renuncia a su cama y duerme en un montén de.
paja. Desciende con los mineros a los peligrosos agujeros de
600 metros en las profundidades de la tierra. Vive sucio y hara-
piento. Se transforma sin mds, en un despojo. Las autoridades
de la iglesia oficializan su tarea, hasta que, alarmados por la
desmedida practica de sus acciones cristianas, no le renuevan el
contrato. All queda nuestro Vincent, despreciado una vez mas,
empobrecido hasta de pobres. Vagard sin rumbo algunos meses,
hundido en esa “comarca negra” y en su tormento existencial.
Ante reproches de su familia, que lo tildan de vago, replica:
“Involuntariamente me he convertido en la familia en mas 0
menos una especie de personaje imposible y sospechoso, o decualquier manera en alguien a quien no se le tiene confianza.
¢De qué manera y en qué entonces podria ser titil a quienquiera
que fuese?”
Pero poco a poco va cambiando el rumbo de la idealizacién
paterna, y consecuentemente, de su goce:
“Debes saber que con los evangelistas pasa lo mismo que con
los artistas. Hay una vieja escuela académica a menudo execra-
ble, tirdnica, la abominacién de la desolacién en fin, hombres
que tienen como una coraza, una armadura de acero de prejui-
cios y de convenciones”.
Y sigue buceando en su solitaria desesperacién:
“Pero en el camino en que estoy debo continuar: Sino hago
nada, sino estudio, sino busco mds, entonces estoy perdido. En-
tonces, jay de mi! Ast es como considero la cosa, continuar, con-
tinuar, eso es lo necesario”.
En este proceso de duelo, sustituird -sin prisa pero sin pausa-
sus pasiones religiosas por un lépiz de dibujo, Y dibujando se
eleva de su goce mistico. Y escribe esta carta memorable:
“fue en esta fuerte miseria que senti volver mi energia, y
que me dije: pase lo que pase seguiré recobréndome, retomaré
mi ldpiz que abandoné en mi gran descorazonamiento, y volveré
a ponerme a dibujar, y desde entonces, seguin me parece, todo ha
cambiado para mi, y ahora estoy encaminado y mi lapiz se ha
vuelto un poco mds décil, y parece tornarse mds décil a medida
que pasan los dias”.
Entonces inicia el camino de regreso, a pie por falta de dine-
To, viviendo a la intemperie durante varios dias, y cambiando di-
bujos por pedazos de pan. Dice reconfortado:
“No sabria decirte lo feliz que me siento de haber retomado
el dibujo...recuperé mi tranquilidad y la energia vuelve a mi de
dia en dia”.
Vincent comienza a vincularse al mundo de la pintura ini-
ciando sus primeros estudios. Pero, justo ahora que un nuevo
goce lo reinstala en Ja cultura, desplazando al anterior -abismo
mistico de la desposesién- justo ahora, irrumpe otra mujer y
otra tormenta se avecina. Tal mujer resulta ser una prima, Ka-
te, también ella -;qué casualidad!- hija de un pastor, tfo de Vin-
cent. Una vez mas, serd drasticamente rechazado. Pero é1 insis-
te enardecido, a lo “Van Gogh”. Su exasperacién remata en una
patética escena familiar en la que reclama la presencia de su
amada poniendo Ja mano sobre una limpara encendida. Ante la94
negativa de su tfo, cae desmayado por el dolor.
Coincidentemente, se agigantan las diferencias con el padre,
las que culminan en una hist6rica pelea porque Viicent se nie-
ga a concurrir a misa, como imponia la ley paterna. Violenta
discusién que concluye cuando el padre lo echa de la casa por
semejante agravio (!). El resentimiento de Vincent es feroz, ha-
ciéndolo responsable de su fracaso con su prima Kate. Enton-
ces escribe:
“La causa de la pelea fue que yo no iba al templo, y dije que
si era una obligaci6n ir, no iria, ni siquiera por cortesta, como
lo habia hecho regularmente desde mi regreso a Etten. La verda-
dera raz6n no era sino lo que pasé este verano entre Kate y y
Tanto como lo recuerde jamds me encolericé de ese modo. Dij
sin rodeos que esa religion me parecia horrible, y que no querta
preocuparme mds por ella, justamente porque me habia hundido
enella en la época mds miserable de mi vida, y que por lo tanto
debia desconfiar como de una fatalidad”.
Y en otra carta:
“Ese muro de iglesia imaginario me valid un enfriamiento
persistente de los huesos y la médula... de mi alma... No soy si-
no un hombre, y encima un hombre lleno de pasiones; necesito
una mujer, sino me congelaré, me petrificaré y me dejaré con-
fundir... En pocas palabras, legué a esta conclusién: voy a ver
sino hay algiin medio de ericontrar una mujer”
Y la encuentra montando una escena mostrativa de su hom-
bria -elocuente acting out- Recogeré una prostituta de la calle,
con un hijo a cuestas y otro a punto de parir. Con ella comparti-
r4cama y pan durante un tiempo, armando, en este frdgil escena-
tio, lo que més se parecfa a una familia. He aqui a nuestro Vin-
cent gozando félicamente con su endeble sexuacién. Como po-
dia, él se hacia cargo de ser hombre, aunque su economfa la sos-
tuviera Theo. A él le escribe:
“Christine dio a luz la noche pasada; su alumbramiento fue
laborioso pero jgracias a Dios! salié muy bien librada dando a
luz un lindo muchachito...;Diablos! soy feliz. Por supuesto una
sombra negra nos amenaza siempre. El maestro Alberto Durero
sabia lo que hacia cuando ponia la Muerte detrés de la joven pa-
reja, en el grabado que conoces”.
Y Vincent sabia lo que decia, porque, como era de esperar, tal
escena produce sus efectos. No sdlo se ganaré la reprobacién ge-
neral de su familia, incluida la de Theo, sino que el padre ame-naza con hacerle un juicio de insanfa, “tierno” intento de sepa-
rarlo del demonio, Christine, su amada Prostituta. Entonces Vin-
cent responde al desafio:
" idy, stl Papa es capaz de esto, pero te aseguro que si se
atreve a intentar algo parecide, aguantaré hasta el final. Le
aconsejo que lo piense dos veces antes de atacarme..,”
Pero sin necesidad de que el padre cumpliera su amenaza,
Vincent cede en su deseo de casarse con Christine y la abando.
na. Y alega razones, aunque dudemos de su autenticidad, dada
esta confesa revelacién de su nostalgia:
“..me ha invadido una gran inquietud, una tristeza, un no se
qué desalentador y desesperante, que no sabria explicarte... Me
desgarra el coraz6n pensar en la suerte de la mujer, en la suer-
te de mi pobre pequefio y de la nifia”.
Asi es que debe procesar el duelo por ese goce falico con-
quistado, y volver a los goces conocidos, suplemento al falo:
el dibujo y la pintura. ¥ esa Muerte que golpeaba por Durero,
avanza bajo el modo de una tragica y falaz opcién de goces,
Dice:
“~~-hay circunstancias en que uno esté obligado a elegir entre
dos cosas: trabajar y no comer, 0 bien: comer y abandonar el
trabajo en desorden... Y bien, en ciertos casos elijo lo primero...
Jo importante es dar la vida por algo. Prefiero tener algunos
aitos de esta existencia que muchos aftos sonando CON es0 y pos-
tergdndolo siempre... hay verdad en la misteriosa frase: Quien
trate de salvar su vida lo perderd, pero quien la pierda por algo
elevado, ése la encontrara”
‘Van Gogh juega su acto heroico en la pintura, pero no es hé-
Toe quien quiere, sino quien puede. Quien puede tantear los Iimi-
tes de la humanidad. Quien puede arriesgar un paso més alld del
Iimite de la belleza. Quien puede rozar Jo sobrehumano. Quien
puede desafiar la finitud. La ética del deseo es heroica. Pero la
ética del héroe precisa limites que protejan del abismo fundador.
Bl herofsmo descarnado patentiza la tragedia en su realizacién de
maxima pureza, conduciendo al sujeto a fatales desenlaces, De-
sestabilizador del equilibrio entre los goces, congruente con la
aspiracin de homogeneidad de los registros que plantea el nudo
borromeo. Recordemos que a esta altura, el reinado del signifi-
cante habia fallecido.
Por eso -en el género trégico- los héroes de S6focles -por to-
mar un cldsico de rostro familiar- nos muestran que sus trégicos96
destinos, no sdlo nos purgan por catarsis, alivianéndonos nues-
tras propias tragedias fantasmaticas, sino que ilustran, en ese ex-
tremismo heroico, el limite extraterritorial de la existencia huma-
na, horizonte de indispensable funcién ética, pero, por lo mismo,
de abordaje inalcanzable, ya que, el coraz6n de nuestro oficio la-
te més por intenciones, que por tangibles conclusiones. Ademés,
la realizaci6n de la tragedia, deberfa su moderacién y transfor-
maci6n en drama -que implica movimiento gestador de accion
deseante- gracias a que la intimidad de sus semejantes borro-
meos -Simbdlico e Imaginario en este caso- ofician de tope a
cualquier pretensién de hegemon{a de alguno de su prdjimos. De
allf que el Falo y sus goces derivados -en el nombre del padre-
deberfan cercar los riesgos de aquel heroico goce.
No hay duda de que Vincent , que amaba la tragedia, no pier-
de ocasién de hacer su elogio. Por ejemplo, dice de Rembrandt,
admirado:
“Es necesario haber muerto muchas veces para pintar asi”.
Vincent sabfa de la segunda muerte:
“Los pintores -para no hablar mds que de ellos- que estén
muertos y enterrados, hablan a una generacién siguiente 0 a va-
rias generaciones siguientes con sus obras... En la vida de un
pintor quizd la muerte no es lo mas dificil que le toca.”
Y Vincent contintia peligrosamente absorbido por su obra:
“Siento que se me van las ganas de casarme y tener hijos y en
algunos momentos estoy bastante melancélico por estar asi a los
treinta y cinco afios cuando deberia sentirme de otra manera...El
amor al arte hace perder el amor verdadero”
Y agrega con terrible lucidez:
“Mi querido hermano, si yo no estuviera perdido y chiflado
por esta maldita pintura... Pero es asi, estoy perdido”.
Después de haber pasado por Paris, y haber sido conmovido
por los impresionistas, llega a Arlés, donde convoca a Gauguin,
su paternal amigo idealizado. Poco antes de su llegada y durante
su breve y traumdtica estadia, Vincent pinta varias figuras de
enamorados para decorar la pieza de su amigo. ,Afioranzas qui-
z4s de una mujer?
Y alli, en Arlés, la amenza de la soledad le va a tender una
trampa doblemente fatal: Theo, su apoyo insustituible, esta pr6-
ximo a casarse. Y Gauguin, su amigo predilecto, lo abandona.
Entonces, sobreviene el derrambre previsible desencadenado
en la hist6rica automutilacién del corte de su oreja. Crucial pa-saje al acto, que sucede a la previa amenaza -y retroceso- ante
la severa mirada de Gauguin. Navaja en mano, vuelve a su pie-
zay se mutila. Ese pedacito de carne lo envolverd prolijamen-
te en un trapo y se lo enviard “gentilmente” a una prostituta
amiga. Por lo que sigue -eclosién clinica de la psicosis y renun-
cia definitiva a su sexualidad- podemos intuir su significado
como una autocastracién. Como si Van Gogh dijera: “Ya no
puedo sostenerme hombre. Sélo puedo ser artista”. Era tragica-
mente cierto que estaba perdido en la pintura. Por eso cae jun-
to a ese I5bulo extirpado, emblema y sostén félico de su hom-
bria fracasada. Lo que sigue son dos aiios de crisis repetidas,
internaciones en hospicios, y desesperados intentos de afirmar-
se en el goce de pintar, ya que produce frenéticamente més de
400 cuadros, casi la mitad de su obra. Asi lucha por su vida:
“_.mi triste enfermedad me hace trabajar con un furor sordo,
probablemente alli esta el secreto, trabajar mucho tiempo y len-
tamente”.
Entremedio, dos crisis se destacan més agudas. La primera
coincidiré con la noticia del embarazo de su cufiada. La segunda,
con el nacimiento de su sobrino, al que Ilamarén Vincent. Dema-
siado para Van Gogh, que intenta responder al llamado de la pa-
ternidad como él podia, es decir, pintando. Y pinta una tela para
decorar la pieza del sobrino, “grandes ramas de almendro blanco
en flor sobre un fondo de cielo azul”. Poco después escribe:
“.,.Mi trabajo iba bien, la tiltima parte de las ramas en flor,
ya verds, era quizds la que habia hecho mejor y mds paciente-
mente, pintaba con tranquilidad y mayor seguridad de pincela-
da. Y al dia siguiente, abatido como una bestia”.
Simulténeamente, un critico de arte escribe un articulo muy
elogioso sobre su pintura. Su efecto es nefast
“Ten la bondad de rogarle al Sr. Aurier que no escriba mds
articulos acerca de mi pintura, dicelo insistentemente, que en
primer lugar se equivoca respecto a mi, y que ademds... me sien-
to demasiado abrumado por la tristeza para poder hacer frente
a la publicidad. Hacer cuadros me distrae, pero si escucho ha-
blar de ellos, eso me produce mds pena de lo que él se imagina”.
Freud en la ocasi6n diria: “he aqui alguien que fracasa en la
hora del triunfo”. Lo cierto es que el andamiaje simbélico de
nuestro Vincent fue incapaz de resistir por lo menos, dos goces
necesarios para estabilizar su subjetividad: su ambicién de man-
tener una familia -sostenible s6lo a través de una responsabilidad98
ante su sexuaci6n, de la que evidentemente no disponfa- y el la~
zo social que su pintura promovia. Hacerse un nombre en el re-
conocimiento cultural, y gozar de ese re-nombre, aun bajo las
formas imaginarias de la gloria. Como el goce del tragico herofs-
mo no le alcanza, dice en una de sus tiltimas cartas:
“Me siento fracasado. Eso én lo que a mi respecta, siento
que eso es el destino que acepto y que ya no cambiard”’.
EI goce de la mirada era insuficientemente tragico. A los 37
afios, sale a pintar al campo y se pega un tiro en el pecho. Regre-
sa a su habitacién herido de muerte, y pasa sus tiltimas horas en
compaiifa de Theo, a quien intenta consolar:
“Es imttil, la tristeza serd eterna”.
Después de dos dias de apacible agonfa muere, pocos minutos
después de haber expresado su deseo de morir en ese instante. La
Ultima carta -encontrada en un bolsillo- decia:
“Pues bien, en mi propio trabajo arriesgo mi vida, y mi razon
se ha disuelto a medias”.
La vida de Van Gogh encierra una condensacién de enig-
mas. Encierra el misterio del padecimiento humano, el de la
locura, el de la creacién, el del amor. Tanta condensacién de
“humanidad” se juega en esa corta existencia, que atraviesa el
Ambito del arte, erigiéndose en figura inspiradora de infatiga-
bles exploraciones, y escritura inagotable para criticos de arte,
artistas, filésofos, psiquiatras, psicoanalistas. Esto significa
que Van Gogh nos representa -al menos- a todos los que nos
hemos arrimado a é! y hecho sus amigos, alcanzados por su
misterio. El aspiraba al cosmos, al infinito, aun cuando advir-
tiera la imposibilidad de sus anhelos. Si algo lo hace digno, he-
roico, capaz de “honrar fa vida”, y no acomodarse al mundo de
os bienes, es su eternizada busqueda, porque finalmente mor-
disque6 un pedazo de infinito. Su vida no concluy6 cuando
una bala le perforé el corazn, porque su obra nos alcanza, no
s6lo en sus cuadros, sino en sus “Cartas a Theo”, contrapunto
literario donde nos hace participar del infinito. Del suyo, y
{por qué no? también del nuestro. Ahi es donde podemos re-
conocernos sus amigos.
Si los analistas adeudamos algo a los artistas es porque
ellos nos ensefian a aliviar la habitualidad de la existencia: ya
se juegue en el sentido abrumador, en la sexualidad coartada
de placer, o en el automatismo obediente a los mandatos del
Otro gozador. El riesgo de cruzar el Rubicén es conocido.Como dice Sabato:
“Las potencias de la noche no perdonan a los que tratan de
arrancarle sus secretos”.
‘Van Gogh, artista-hombre nos ensefia que es preciso respetar
a la noche y sus potencias para hacer de la existencia, drama, y
no tragedia consumada. La razén falica, en la ocasién que nos
ocupa, denuncia su crucial ausencia como fundamento estabili-
zador, limite apolineo de su cruzada artistica.
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H. Nagera. Van Gogh. Un estudio psicoldgico. bb.
L. Pierard: Van Gogh. Shapire.
F Sabater: La tarea del héroe.
A. Sonis: Van Gogh y el Dr. Gachet. Ayllt.
V. Van Gogh: Cartas a Theo. Gouncourt.
I. Vegh: Sublimacién del objeto, exhaustacién del Otro. Cuadernos Sigmund
Freud 16. EFB.A.