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Argentina 12, colonia Centro, c.p. 06010, México, D.F.
© Textos e ilustración: propiedad del autor
Ilustración: Producto demiúrgico 1, de Erick Miraval
Edición y corrección: María Álvarez
Diseño: Edna Cuéllar

Impreso en México, 2009


Programa de Residencias Artísticas para Creadores de Iberoamérica y de Haití en México

Mártir
de Jesús del Río

Giovanny Castro
Colombia

Parecer que está uno ahí sin intenciones de hablar


y tratar al fin de reunir de atrás del mundo las orejas
que perdí en el habla diaria oyendo pócimas del hastío
por no atreverse a más, nunca sabré detener el pensar
sino es con duermevela de hamaca y de un lado a otro
balancearla hasta el ahogar del sueño, aun en éste
afloraciones de material verde pálido se prodigan al
amanecer. Escupo ceniza de las guerras que en mí se
inflaman…

Termino el día de limpieza más sucio que el calabozo


orinado, manchas arrugan la piel muerta bajo escamas 5
volando. Es puro latín lo que hablo.

Más sucio que ir al nido de la perra y volver mojado,


fue por haber sido mártir del retiro de Jesús del Río
cuando el temblor del año pasado, donde murieron dos
personas debajo del muro de tejas quebradas junto al
río menguante del madrigal. No se entiende por qué
los únicos en ciudad bien poblada como fue ésta,
tan bien construida que a cada temblor la hacemos
de nuevo. Empieza con una falta de teja, y pronto la
montaña más cercana al sur es picada a cincel, y el
más pobre vuelve a cimentar el pedestal de su casa, los
solares apilan macetas alrededor con hojas toscas que
darán florescencia si Dios quiere. Es al fin deseo de
preservarse y creer en la serenidad del tiempo, que es
infinito a la obra del piadoso.

El último temblor no fue por eructo de la montaña


como se dijo, sea esta la ocasión en que pueda probarlo
como lo haré con la paciencia del que recuerda.
No era de creer en los días o la paz del alma porque se
la ve en sosiego, sino temer el gran hastío que viene de
haraganear la calle, algunos marsopas vivían recogiendo
Giovanny Castro • Colombia

trapo y como siga encareciendo el papel de Castilla, el


de aquí es bueno. A ellos se les pagará en aguardiente,
o agua de puerco si les apetece.

Dejar entonces la esquina de Regadíos donde atalaya


uno a la chiquilla deseada, sonriente aireadora de ropa
blanca, dejar esa esquina para tomar oficio cualquiera
que fuese, buscarlo primero y al ver a los vecinos salir a
granjerías, ir detrás, esquivar perros con silbidos, volver
de tarde deseando nunca más desbaratar terrones
que a otros pertenecen, la ruana —entiendo— carga
nuestro hedor para que incluso el venado se aparte si
a lo lejos sestea, así los hombres de la plaza de armas,
así las doñas; mejor salir de aquí por el reino y hacerse
un nombre, “cuando un soldado va por el mundo ya
es de Castilla”, es lo que desea quien algo escribe y no
es ajeno a la inquietud del alma, su valor el de la raza
espada de fe. Volver ahíto de andanzas al terruño y
fundar en él la estirpe, bajo una laja del solar conocido
enterrar en cofre de guayacán el anillo indisoluble del
6 amor junto al alma mía en arcilla, sentada en el poyo
junto al fuego como en vida. Es lo que deseo.

Amar y ensanchar el alma parroquia del muro pensante


o lo que tenga bajo manto de mollera, prometer junto
al roble foral no el orgullo, la paciencia; no lealtad,
fervor. Por gracia sólo libertad para el pensamiento y el
caminar. Es lo que deseo.

Así fue la salida mía por la tierra acomodando petacas


de granada espiga sobre mulas, fui a Quito, fui a
Lambayeque, a salmueras en Babahoyo, seguí la carrera
llevado por la cruz del sur y cuando en Paita se me dijo
de tripular una barca de ajos, que no llevaba más, acepté
gustoso y en el río de las barbacoas sintió mi carne lo
que una mujer es capaz de hacer a cambio de una ristra
del dentado diablo, el ajo.

Se ha desbocado la primavera la noche entera cosiendo


aparte calcetas la aguja cayendo y saliendo, la tripulación
perulera gorgoteaba en las hamacas por fin gozando no
deberle pensamiento al balanceo; olas más abajo, habían
dormido en quietud semejante con la aridez del viento
ecuatorial, la respiración, último vestigio del viento, se
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sudaba húmeda y no alzaba al cielo. Conocí el medio


que ellos tienen para bajar las ristras sin que una sola se
pierda: como vienen trenzadas para cuidarlas del sacudir
del viaje, se confía mejor en que grandes esclavas las
bajen con cuidado como si fueran cabelleras, con sus
muslos así rodeados temblequea la pasarela, cuando
vuelven por la paga de cariño que les dan, calderilla
para sus cosas, les da cada uno un buen apretón y
con ello satisfacen las ristras que han mandado por la
borda a chiquillos del río. Sigue la folía en tierra donde
el marino sin ser de casta conocida puede arrimar junto
al fuego de tambores o junto al fuego de guitarras, igual
lo abrigan. Siempre que el hervor prometa, caderas son
tan buenas como pasitos arrastrados, una damajuana
en la orilla anidada entre arena, de aguardiente bueno
es tanto como otra en mesa basta de pulpería, se dice:
las rocas de salitre que a veces traen los de Paita se
preñan de oro al mandarlas al río, y no falta quien lo
haya querido probar ya tan borracho, nos pide las
tales piedras, se le dan por no parecer avaros, y abajo
vieron pasar al atrevido manoteando avemarías. Ah qué 7
grandes carcajadas.

Los indios mis hermanos a cada insolencia de un


negro, mejor no responden, no tienen para qué si
lejos asientan sus toldas y allá se quedan, pero le
ganan siempre pues si a la espalda trajeron cecina,
maíz, o mejor aguardiente, con tan grande esfuerzo,
a latigazos lo paga el negro cada día, si alma en boca
maldiciente y costal de huesos de marrano, más lo
paga. Dándome cuenta del gran provecho que sacaba
la frágil barca de los ajos, fue mi empeño seguir ahí en
otro viaje y así se lo hice saber al patrón, un viejo cholo
de entrecejo desconfiado que decíase contrabandista y
polvorero, pensaba dejarme varado tan pronto hiciera
por mi intermedio ciertos contactos en el resguardo de
rentas, que yo dilataba con disculpas, le dije: el factor
avisa que sólo hace esos negocios de noche junto al
hoyo mingitorio del quilombo más porquerizo de la
ciudad, por ello menos frecuentado, déme un rato
para afilar el cuchillo de monte y vamos, allá tras el
mercado se puede necesitar —señalaba el sitio donde
el río empantanaba la tierra baja y presagiaba efluvios
malignos que por el momento alimentaban gordos
Giovanny Castro • Colombia

gallinazos enseñados a flotar sobre la escoria, patos de


ocasión—. Vaya entonces en buena hora, respondía, y
me alejaba con la bolsa de aceitar aduanas. Regresaba
con falta de unos cuartos que ocupaba en presagiar
riquezas en posteriores viajes a los ayudantes del factor,
viendo muy pronto que a éste no se le entraba con el
poco estipendio que el patrón destinaba, torcía los
números del registro el aprendiz de cuentas con goma
que yo le conseguía de los cargueros —sudores de
árbol al otro lado en la selva, que el factor creía poseer
a solas—, la barca sólo se despojaba en tierra de su
mercancía toda en la noche callada, los libros asentaban
mitades, tercios a ser pagados en aduana, la trama al
fin requería el cuidado que yo buscaba para hacerme
tripulante necesario en cosas de puertos, iba de vuelta
a Paita por más ajos o conforme a la ganancia traída,
vinos de Valdivia, gamuzas, pólvora inglesa, raspadura
de quina, azogue de Guancavelica. Asemejaba los
viajes a la miseria de quien vendiera morcillas portal a
portal el día empezando, con la poca venta se comprara
8 unas gallinas que engordara bien, luego al mercado
por balas de lana que hilara y vendiera luego, sacando
buen provecho, así hasta que en breve telas de Cambrai
se vieran convertidas en sonoros patacones de oro.
Así o más fueron los viajes de la barca, hasta que de
tan comido el maderamen —nadie reparaba, todos
transaban—, se dejó abandonada en el primer bajo que
se halló propicio, ya los hábiles carpinteros de Paita nos
tenían una nueva donde cabía el mundo si queríamos
transar con él.

Volver, los cielos parecían de arena, en la vastedad


del informe abismo caía siendo águila, caía bulto o
piedra, concierto de ánimas se abrazan, se gozan, creo
han picado en su pozo el seso, alzan el pico hombres
cóndor; qué lento parir y luego el ser, dormir, sobre la
vida en los sueños no saber si se usan monedas o no
para llevarlas y al volver una quede en el bolsillo, tirarla
luego porque en la vida no sirve como sí la chiquilla a
lo lejos amor de primavera, no sabes cómo pues en la
cintura del mundo el sol cae sin desvíos de fe la nuestra
insignia; lento partir del alma alivio de acosados por
tentar la pasión de mujer acunado guagua dejar calor
y parte en otra, perderse ahí arrebozado de dos montes
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la verga cocido madrileño dale pues que coman todas


quien te ha herido quien te amó y a la que mentiste para
dejarla, débil lastre, o serás el siempre burlado Cornelio
del sainete o la verruga vergonzosa, no cierra, siempre
supura caldo y sobre ella emplastos de herbajes rosa
verde la mezcla y una herida aquí en el costado, hereje
serás por decirlo, cómo de nuevo si de arrecho nadie
ya te da el perdón, padre dame, nadie te lo dará invicta
la petaca de maldades todas vas recogiendo por ahí
alguna que ha tirado el beato y el justo, si te acomodan
se usan si no se venden, desidia barata crueldad va más
cara, no es fácil conseguir una sin jardines mugre de
compasión, le encima el dómine rosarios misas cantadas
que ofrecer, mas fuera por mi bien sacarme del lago que
abraza con candela desnudos.

Nada se tramita mientras no se cuenten los escupos


que limpio en cada celda, es decir que alcanzo una
indulgencia completa por día y eso me hace no el mejor,
pero sí uno de los mejores mártires de esta semana
santa, todavía debo mucho pues de Barbacoas hube 9
tanta ganancia que la descuento al triple, es decir que
ni este año ni el otro alcanzo a estar libre. Volver de allá
fue cosa de unas semanas vadeando monte algunos
caños también, Hipólito Narváez es buen peón dirige
rápido, pero volver al orden con tu alma inmortal tardará
más. Invitaron a venir a un extranjero que según supe
era amigo del obispo de Popayán, recusó asistir porque
es bámbaro, aquí cuando más se sufre por dentro es
gozando los azotes dados por una mujer sin saber quién
es, pagándola maldito, luego toca el turno de uno pero
todo caballero sabe que no es de excederse, de trámite
la cuerda se comba.

¿Quién de ustedes va a preguntar cómo llegué aquí,


aparte de las contingencias del camino? Cierto es que
de sierpes me desenredo, de avenidas me salvo, niguas
cosecho, pero qué es eso comparado con entrar, ánima
en vilo, a la ciudad de tu sangre San Juan de Pasto viscosa
de creerse azul las damas entre esclavas resguardadas
mirando tu piel cobriza, buen atuendo, sin oro colgado
—sería afrenta— pero mucho guardado que dejaste
con el dómine al tres, más si se presta a ricos, que es
siempre. Volver, los cielos parecían de arena…
Giovanny Castro • Colombia

Al que preguntó le respondo como así merece: soy del


deseo de mujeres débil, me llevan las tetas, me llevan
nalgas, soy de piernas amante, hube treinta negras antes
de querer a una, pero la quise bien y la traje conmigo,
maldito sea el amor.

Aquí tan pronto verla entrar de gamuza con que se


mudó en la posta última se corrió voz de alarma,
chiquillos encantados con su belleza hicieron algazara
del Colorado abajo, me le dedicaban coplas truncas,
sacó la guitarrilla alguno y las compusieron caldeados
con las monedas que a la mejor yo lanzaba, divertido
quién dirá que no, ella diosa sonriente jarrón de aromas
era toda suya y al oír en voz mía su nombre mía. Ah
belleza diablo.

No me atreviera a entrarla si no fuera de tez blanca nieta


del capitán de dragones Diego del Valle, pacificador
de Sindaguas, y sin embargo tan negra en largos rizos
10 que le dan a la cadera ancha, labios delineados fruto
de chontaduro, nada del pudor que anémicas letanías
mueven, la nariz delicada en su mestizaje como si fuera
hija de morisca, cuerpo indecente naufragio de olas
firme, y un ombligo al medio por el que doy la vida si
me la pidiera. Así con orgullo viril la desfilé por la ciudad
y vara en alto dos filas de hombres la recibieron.

Por no haber más lugar entre tanto que la casa de


pensión orillada al río, ahí fueron los primeros días
antes de procurarle buena cama y techo conforme a
su belleza, que no fue fácil: vuelto a la calle de crianza,
la del Calvario, los amigos me recibían con la extrañeza
y desconfianza que se demuestra al que se daba por
devorado en el monte por las fieras, o descalabrado
en los abismos; ganado un corto lugar al franqueo, me
dejaban saber que no iba a encontrar casa ni a ruegos
si pretendía compartirla en pecado, las parroquias
censaban su rebaño con celo, ahí mismo el cojo Mena
había sido sacado a punta de anatemas de su cama,
llevado de la oreja a casarse con la mujeruca aquella
que le lavaba los calzones, y que un buen día se quedó
también para quitárselos; fueron llevados, digo, y quién
dirá que ella no iba contenta. Ese era un gran problema,
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y no me atrevía a explicarles por qué. Uno de los que al


partir era niño y me seguía por los sembrados haciendo
novillos de la casa, que ahora ya estaba crecido y con
mandados en el mercado reunía sus monedas, me dijo
por lo bajo al partir que podía buscarme algo, nadie
como él para saber quién encargaba pezuñas y rabos
mientras la casa se le desmoronaba y los apellidos eran
toda viga y sostén. Juan de los mandados, como era
su nombre, al poco tiempo vino a cargar al anochecer
las prendas, las alhajas, los tocados de mi señora, y los
cuatro trajes de paño inglés que por toda posesión yo
tenía. Envié a los dueños de casa a los bajos y ya que
siempre eludieron poner ahí una tienda, les dije que era
la ocasión, si no querían acabar por venderme todo,
y ellos fuera. Era la calle del Colegio y mientras fuera
discreto, mis caseros se portaran a la altura manteniendo
a raya curas y habladurías, podía tener un breve tiempo
de maniobra para asentar mis reales.

Porque era el motivo de mi discreción en este punto


el tener prevenido que ya se habían librado autos de 11
aprehensión en Barbacoas para las ciudades inmediatas,
un propio del teniente de gobernador fue enviado con
celeridad a Quito atajando mi presunta retirada por
ese lado, poco se sospechaba de esta breve campiña
de hidalguía a donde vine, cuya maternidad me había
cuidado de mencionar en los enredos de aduana, y
mientras las noticias de Quito venían fluidas, la llegada
del correo barbacoano tardaba y luego, poco caso
hacían los alguaciles locales por comprender garabatos
sobre esclava fugada en brazos de mestizo sin nombre.
O sí, nombre lo tiene como todos y no es más ni menos
por sonar a ríos quebrándose un rumor resbaloso en la
lengua como silbido, Viriato Ruales, su querida y muy
pronto esposa —como las circunstancias permitan—,
Antonia Alomía:

¿Cariño, manojo de dientes, ya asoma Juan de los


mandados por la esquina? —le preguntaba a Antonia,
que no podía con las ganas de divisar por el balcón, bajo
el velo sus ojos vivos.

Rualito, al chiquillo no veo, pero en la tienda de los


señores se amontona la gente pidiendo bizcochos
Giovanny Castro • Colombia

dulces, qué envidia.


Salía entonces y gritaba al primero que veía:
¡Eh muchacho, súbeme una docena, pronto!

Era un placer verla saborear, y cuando Juan llegaba


éramos dos en sendos taburetes, callados y como si
fuera misa esto de azabache sembrando de migajas el
viento, luego el mandado, naranjas y su jugo exprimido
a una orden suya, moras que no conocía, y por ello no
sabía entre risas si comerlas o pintarnos la cara con su
tinte, y al fondo del canasto hallaba algo que le hacía
decir muy seria:
Estos que nadie los toque, son para la cena.
Eran grandes chontaduros, brillantes y carnosos,
a los que era muy aficionada. En verdad que no
parecía esclava huída, ni cimarrona pues no se había
enmontado, ni palenquera pues no se había ido a una
empalizada, era más bien la reina del gran Yolofo, y
nosotros su corte.

12 Nieta del capitán Diego del Valle, capitán de dragones,


de donde viene por su lado arrebatado y cabrón una
estirpe dilatada de gente africana, mulatos libres unos
y temibles capataces de cuadrilla, esclavos orgullosos
de casa señorial otros y los más, remisos del orden,
pesadilla de caravanas, cuatreros sin disimulo en las
vegadas del Patía y reyezuelos de El Castigo.

Sacada con malas artes de la casa misma del teniente de


gobernador Arsenio del Valle y Díaz, hombre degenerado
que poco correspondía el honor de sostener el blasón de
su bravo antepasado, soldado de a pie que fuera en las
dos Sicilias. Sacada por mí, digo, que entre dos males
elegí el menor: acuchillar a ese puerco que la pretendía
su esclava de aposentos —cierto que sin muchos
trabajos de aluvión y hasta consentida con vanos
presentes—, o llevármela, ya que me correspondía el
amor que le demostrara mediante visitas furtivas en las
barracas de los negros, navegante yo en botes de remo
cuando se ofrecía y los llevaban lejos, me introducía
sobornando o emborrachando capataces, o bien con
sigilo, y mandando recados cómplices. Fue una vez
un fray misionero a recoger limosnas, al que ofrecí mi
bote y brazos para ir donde cada cuadrilla, después de
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la prédica, con el descuido de alabaos y palmas, nos


reuníamos en la espesura y era primero un gran infierno
el que debía sacar de su cabeza, para meter el diablo
entonces, nos amábamos, y con su recato, iba luego al
padre a pagarle indulgencias: como eran piadosos en su
simpleza todos, y fray Juan al que más y al que menos
algo le curaba con sus hierbas, emplastos y resinas, los
granitos de oro del trabajo de domingo con agrado le
entregaban; no así de pagador eran don Arsenio del
Valle, que prometió echar todo un corte para limosna,
un tajo lindo que por entonces laboraban, y al final de
la semana después de pasar el azogue nada se vio de
eso.

Volviendo. Si alguien se ha fijado que el empedrado


andén que corre a lo largo de esta calle del Colegio
está hollado en medio como haber sido esas piedras
morteros para majar ají, curioso holgazán es el lector,
y arriesgará explicaciones dándole al agua cantera
de montañas el crédito del suceso, pero quien así las
ha labrado en verdad es la belleza diablo de Antonia 13
al provocar un desfile constante de muchachos que
después de clases, o antes, o con cualquier pretexto,
repasaban camino frente a nuestro balcón por verla, y
supe entonces que no tendría descanso nuestra huida
¡a discreta calle me acogía! Uno de esos mocosos se
esforzaba un día por hacer llegar a Antonia una bola de
papel, quien así como llegaba a sus manos la devolvía
más lejos, divertida con esa especie de cachorro
travieso, percatándome entonces arrebato el juego y
despido a ese con una mirada putañera, leo en el papel
unos versos no faltos de sazón y sin mirar a dónde, los
tiro de nuevo por la ventana con la mala certeza de caer
en toda la frente del jesuita Ibarra, quien ya venía tras el
pillo para darle un buen reglaje, a éste se la guardó para
la siguiente clase y doblada en cólera al leer lo escrito,
miró al balcón con desprecio y en seguida entró a la
tienda de los caseros dando grandes gritos que desde
aquí no llegaba a entender, ni falta que hacía.

Así fue el tiempo y conforme entendía que las voces del


escándalo iban como saltando tapias, más me cubría por
medio del dómine que colocaba con discreción sumas
en préstamo a caballeros distinguidos, dejando saber a
Giovanny Castro • Colombia

algunos de quién provenían, pronto el círculo sedicioso


de notables quiso disponer de mi condescendencia y
dando coba a los desvaríos de mi atribulada - fingida-
historia personal hacían como que me halagaban,
sólo para dar el sablazo. Al fin eran honorables con
sus deudas, ya que se valían de asociados que ponían
la facha y lograban con el oro comprar géneros que
convertidos en plata, y aun al fiado, les redituaban
buena ganancia. Ninguno aquí arriesgaba el nombre,
aunque el mío ya la fama lo llevara lejos. En el silencio
murmurante de rosarios y novenas, la voz apaciguante
de estos caballeros no lograba sofocar la doctrina de
los prelados, ensañados en el ejemplo del cobrizo y la
mulata como demostración última del pecado. Todo ello
no pesó mucho en la decisión que tomaría el disoluto
don Francisco de Ahumada de invitar a esta pareja
a la serenata que por último día de carnestolendas
podía darse, para resarcir el gasto de los pasados nos
convidaba. En su casa de heredad, con patio al medio
cubierto de ladrillo y rodeado por la balaustrada en
14 madera del segundo piso, haciendo crujir la tablazón de
ese corredor un conjuro de damas salieron a mirarnos,
y los hombres detenían su plática para saludar con
discreción; por el momento y en atención a las señoras,
todos bebían hervidos de maracuyá y lulo, el ligero
aguardiente subía evaporado al olfato. La serenata
consistía en un cuarteto de cuerdas —guitarras y
charango— que por toda música de cámara sabía un
rasgar agudo, finos acordes melancólicos y a la vez
alegres por lo continuo y repetido de sus estrofas, que
hacían del baile leve de pies alzados, mariposa de flecos,
el mimo más parejo.

Al vestir, las mujeres serranas prefieren, contrario a las


del valle del Magdalena y otros pagos, hacer gala no
de su pecho, cuello y brazos, donde éstas lucen sus
joyas y mejores telas, hasta la cabeza donde cuelgan
la crisneja, sino que cifran su belleza de la cintura hacia
abajo, las virtuosas dejando ver apenas algo a media
caña, las sabrosas midiendo faldellines arriba que todo
mal entretenido les celebra. Antonia Alomía, poca
obligación que tiene con unas y otras, viste la falda
serrana bordada de listas y descubre la pantorrilla, pero
en lugar de los cotones o mantillas de bayeta frisada que
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todas usan por ser invierno, algunas con doble embozo,


ella va con una blusa suelta de algodón blanco, al
escote un collar de piedrecillas, en fondo negro, negro,
perturbador.

Era así Alomía el alma del bambuco sureño, pero


viéndole un negro del servicio los pasos más bien
desacompasados, como faltos de una nota, fue por la
tambora: darle al pellejo y alzar la fiesta fue todo uno,
con risas las mujeres disculpaban no alcanzar el ritmo
nuevo, gritos de puta amancebada, de puta esclava
de mina arremetieron por la puerta adentro... ¿oí bien
eso? una masa de follones sobre enaguas venía de la
calle agrediendo la reunión con estos insultos y otros,
dedicados a nuestras alegres damas, la música paró
al instante, casi todas corrieron avergonzadas a las
habitaciones, Antonia se estuvo de pie al medio del
patio como sorda a la escoria que recibía, y por salvación
creo fue esto, más que mi menguada presencia, lo que
detuvo a la sarta de cuervos, asombradas quizá de su
atrevimiento. Don Francisco de Ahumada se levantó 15
como pudo de la borrachera para hacer respetar su
casa con palabras peores, y pronto nuestras brinconas
acometieron con toda clase de cosa arrojadiza,
espantándolas al fin, salieron botando pluma las
infames. El fandango había pasado de las doce y la
cuaresma entraba con rigor.
Tomaba nota de todo ello el asistente de alguacil
Jurado Basante, deudor de cuantía menor en los
cuadernos del dómine, y recordaba, o quería dejar de
olvidar, cierta orden de aprehensión llegada tiempo
atrás de Barbacoas... en su torpe cabeza una malicia se
formaba.

Luego se vio que algunas urracas eran las criadas de


familias con hijos en el colegio, empezaron a esperar a
éstos en la salida para taparles los ojos o llevarlos arriados
si alzaban la vista, cosa fea para ellos y para todos, por
eso no tardó en llamarme a conferenciar el jesuita Ibarra,
bajé a la huerta de remolachas de la casa esperando el
infierno que anunciaba su cara congestionada, algo de
ese fuego recibí callado mientras consumía las brasas
el padre, quien dijo al fin con sosiego: aquí no pueden
vivir, pero tampoco se pueden casar como si nada sólo
Giovanny Castro • Colombia

por agraciarnos, se precisa la expiación de sus culpas,


luego sí en paz. Al retiro de Jesús del Río a que os
coman los piojos, Viriato, allá vas a tener tu purgatorio,
vos y la negra. ¡Era muy práctico en hallar soluciones!,
aceptado el trato sin réplica, sólo me preguntaba luego
cómo iba a desposar a Antonia, comprarla no podía,
pagando cárcel por robarla la perdía y muerto era, de
tristeza, conseguirle una carta de libertad era imposible,
y otro delito si porfiaba en ello por atajos, ¡coño! qué iba
a hacer Virgen Santa.

Jurado Basante veía sus límites para actuar solo, los


cabildantes lo tenían bajo sospecha de cuanto alboroto
de gallera y desaguisado ocurriera en la ciudad, y
sólo faltaba que los volviera a todos a la miseria
—jodiéndome—, para acariciarle en el garrote con
cualquier disculpa. El auto de captura era papel liviano.
Dio entonces en dirigir correos a Barbacoas, y el tiempo
que perdió en ofrecerle a Don Arsenio sólo indicios
mientras negociaba sus ventajas, fue el tiempo que nos
16 dio la vida como si la agonía de cuarenta días que lleva
al sacrificio fuera esta vez sólo para salvación nuestra.

En la bóveda de la carne que sufre sin serlo, brazos se


alzan de las llamas en la alberca de descanso mientras
el tormento de plomo derretido se pinta en el cadalso
central rugientes los demonios y uno pregunta cómo lo
permites Señor pero no es ahí su voz sólo gritos de dolor
se oyen y vienen de adentro pasando el vestíbulo donde
sufren las almas y ahora aquí los cuerpos mal vestidos
sudorosos la fealdad del pueblo llano grita azotados los
hombres por las mujeres muestran a la bóveda celestial
de la iglesia las bocas abiertas con hoyos de dientes que
les faltan y piojos compartidos en celdas o arrumes de
gente separados los machos de las hembras para dormir
pero todos aquí juntos regañándose a zurriagazos, esto
es el retiro de Jesús del Río.

Una cadena se oía chocar y arrastrarse tras los muros que


nos encerraban, penitentes, rodeaba la capilla y volvía
maltratando la puerta claveteada, se abría paso al fin y
eran cuatro demonios que en ella venían, se soltaban
los grilletes para esgrimir mejor los eslabones, así a los
golpes en la pared costras de cal venían al suelo como
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rosquetes de azúcar, rugidos de las bestias y horror de


hombres confundidos llamas parecía que alzaban, hasta
que tanto revolcar dieron con las muñecas y tobillos del
alma apetecida, asegurada te llevaron Alomía a rastras
y empujones, mientras otro diablo buscaba, daga en
mano, un cuello que conocía del retrato de sus odios,
el mío, y al darme alcance en la estampida hunde sin
tino, encojo el cuerpo, tira un revés alto, me inclino,
y al buscarme la tripa puedo al fin tomarle el brazo,
desarmarle a puño cerrado, quito la capucha cerril para
verle la cara al maldito diablo de Jurado Basante, en
un ave María se la cruzo con la afilada. Ahí empezó
el temblor que reventando durmientes amenazaba el
sostén de la bóveda, pedazos de ladrillo chocaban en
el suelo entre los pies que agitados buscaban salida al
descampado por el puente que cruza el río, saltando
cabezas sin perdón, desvío hacia las sombras solas que
van a través del huerto eludiendo el gentío del puente,
¿y cómo pasarán el río? ¿Y cómo el alto muro con tejas
quebradas? Me detiene la sorpresa, el horror de lo
que veo: un negro ágil escala el muro y pasa, del otro 17
lado hala de su cadena a Antonia, que se resiste y es
empujada por Arsenio del Valle y otro de sus diablos,
izada con trabajo al filo del muro, donde se levanta y en
equilibrio abre los brazos como para saltar al foso del río,
el temblor muere sacudiendo más en despedida, tanto
que el muro de tierra pisada y sangre de animal se viene
limpio sobre el par de diablos que de este lado alzan
los brazos como si algo pudieran contra él, despojos
de ánima. Antonia dio el salto que creía del sacrificio
a la vida, y aunque estropeada, lavada entre las piedras
rodadas del río la saco puñado de perlas mía.

Esa misma madrugada arreglo su partida silenciosa al


palenque de El Castigo, donde será bien recibida, Juan
de los mandados ya se dice mulero y siete suelas, la
acompaña. Entre tanto aquí arrepiento mi falta, lavo
celdas, compongo el muro, ¿cuándo volveré a verla si
de tan grande alboroto me dan culpa?
Fondo Nacional para la Cultura y las Artes
Se terminó de imprimir en noviembre de 2009 en los talleres
de Gráfica, Creatividad y Diseño, S.A. de C.V.,
Plutarco Elías Calles 1321, Col. Miravalle, 03580, México D.F.
Se tiraron 1000 ejemplares.
Para su composición se utilizó la familia tipográfica Presidencia en
versiones fina, base, firme y fuerte.

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