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"Mártir de Jesús del Río", es un cuento que se ubica a fines de la colonia, con su marco social restrictivo, en una ciudad de altura de los Andes ecuatoriales, con lazos fluidos hacia la navegación costera del Pacífico y la explotación aurífera mediante esclavos. Los espacios fuera del orden colonial, son aquí los propicios para buscar alguna libertad de la rigidez, pero la esencia de búsqueda de los personajes es la libertad mediante su ascenso en la consideración de la sociedad establecida, lo cual se prueba muy difícil.
"Mártir de Jesús del Río", es un cuento que se ubica a fines de la colonia, con su marco social restrictivo, en una ciudad de altura de los Andes ecuatoriales, con lazos fluidos hacia la navegación costera del Pacífico y la explotación aurífera mediante esclavos. Los espacios fuera del orden colonial, son aquí los propicios para buscar alguna libertad de la rigidez, pero la esencia de búsqueda de los personajes es la libertad mediante su ascenso en la consideración de la sociedad establecida, lo cual se prueba muy difícil.
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"Mártir de Jesús del Río", es un cuento que se ubica a fines de la colonia, con su marco social restrictivo, en una ciudad de altura de los Andes ecuatoriales, con lazos fluidos hacia la navegación costera del Pacífico y la explotación aurífera mediante esclavos. Los espacios fuera del orden colonial, son aquí los propicios para buscar alguna libertad de la rigidez, pero la esencia de búsqueda de los personajes es la libertad mediante su ascenso en la consideración de la sociedad establecida, lo cual se prueba muy difícil.
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Programa de Residencias Artísticas para Creadores de Iberoamérica y de Haití en México
Mártir de Jesús del Río
Giovanny Castro Colombia
Parecer que está uno ahí sin intenciones de hablar
y tratar al fin de reunir de atrás del mundo las orejas que perdí en el habla diaria oyendo pócimas del hastío por no atreverse a más, nunca sabré detener el pensar sino es con duermevela de hamaca y de un lado a otro balancearla hasta el ahogar del sueño, aun en éste afloraciones de material verde pálido se prodigan al amanecer. Escupo ceniza de las guerras que en mí se inflaman…
Termino el día de limpieza más sucio que el calabozo
orinado, manchas arrugan la piel muerta bajo escamas 5 volando. Es puro latín lo que hablo.
Más sucio que ir al nido de la perra y volver mojado,
fue por haber sido mártir del retiro de Jesús del Río cuando el temblor del año pasado, donde murieron dos personas debajo del muro de tejas quebradas junto al río menguante del madrigal. No se entiende por qué los únicos en ciudad bien poblada como fue ésta, tan bien construida que a cada temblor la hacemos de nuevo. Empieza con una falta de teja, y pronto la montaña más cercana al sur es picada a cincel, y el más pobre vuelve a cimentar el pedestal de su casa, los solares apilan macetas alrededor con hojas toscas que darán florescencia si Dios quiere. Es al fin deseo de preservarse y creer en la serenidad del tiempo, que es infinito a la obra del piadoso.
El último temblor no fue por eructo de la montaña
como se dijo, sea esta la ocasión en que pueda probarlo como lo haré con la paciencia del que recuerda. No era de creer en los días o la paz del alma porque se la ve en sosiego, sino temer el gran hastío que viene de haraganear la calle, algunos marsopas vivían recogiendo Giovanny Castro • Colombia
trapo y como siga encareciendo el papel de Castilla, el
de aquí es bueno. A ellos se les pagará en aguardiente, o agua de puerco si les apetece.
Dejar entonces la esquina de Regadíos donde atalaya
uno a la chiquilla deseada, sonriente aireadora de ropa blanca, dejar esa esquina para tomar oficio cualquiera que fuese, buscarlo primero y al ver a los vecinos salir a granjerías, ir detrás, esquivar perros con silbidos, volver de tarde deseando nunca más desbaratar terrones que a otros pertenecen, la ruana —entiendo— carga nuestro hedor para que incluso el venado se aparte si a lo lejos sestea, así los hombres de la plaza de armas, así las doñas; mejor salir de aquí por el reino y hacerse un nombre, “cuando un soldado va por el mundo ya es de Castilla”, es lo que desea quien algo escribe y no es ajeno a la inquietud del alma, su valor el de la raza espada de fe. Volver ahíto de andanzas al terruño y fundar en él la estirpe, bajo una laja del solar conocido enterrar en cofre de guayacán el anillo indisoluble del 6 amor junto al alma mía en arcilla, sentada en el poyo junto al fuego como en vida. Es lo que deseo.
Amar y ensanchar el alma parroquia del muro pensante
o lo que tenga bajo manto de mollera, prometer junto al roble foral no el orgullo, la paciencia; no lealtad, fervor. Por gracia sólo libertad para el pensamiento y el caminar. Es lo que deseo.
Así fue la salida mía por la tierra acomodando petacas
de granada espiga sobre mulas, fui a Quito, fui a Lambayeque, a salmueras en Babahoyo, seguí la carrera llevado por la cruz del sur y cuando en Paita se me dijo de tripular una barca de ajos, que no llevaba más, acepté gustoso y en el río de las barbacoas sintió mi carne lo que una mujer es capaz de hacer a cambio de una ristra del dentado diablo, el ajo.
Se ha desbocado la primavera la noche entera cosiendo
aparte calcetas la aguja cayendo y saliendo, la tripulación perulera gorgoteaba en las hamacas por fin gozando no deberle pensamiento al balanceo; olas más abajo, habían dormido en quietud semejante con la aridez del viento ecuatorial, la respiración, último vestigio del viento, se Programa de Residencias Artísticas para Creadores de Iberoamérica y de Haití en México
sudaba húmeda y no alzaba al cielo. Conocí el medio
que ellos tienen para bajar las ristras sin que una sola se pierda: como vienen trenzadas para cuidarlas del sacudir del viaje, se confía mejor en que grandes esclavas las bajen con cuidado como si fueran cabelleras, con sus muslos así rodeados temblequea la pasarela, cuando vuelven por la paga de cariño que les dan, calderilla para sus cosas, les da cada uno un buen apretón y con ello satisfacen las ristras que han mandado por la borda a chiquillos del río. Sigue la folía en tierra donde el marino sin ser de casta conocida puede arrimar junto al fuego de tambores o junto al fuego de guitarras, igual lo abrigan. Siempre que el hervor prometa, caderas son tan buenas como pasitos arrastrados, una damajuana en la orilla anidada entre arena, de aguardiente bueno es tanto como otra en mesa basta de pulpería, se dice: las rocas de salitre que a veces traen los de Paita se preñan de oro al mandarlas al río, y no falta quien lo haya querido probar ya tan borracho, nos pide las tales piedras, se le dan por no parecer avaros, y abajo vieron pasar al atrevido manoteando avemarías. Ah qué 7 grandes carcajadas.
Los indios mis hermanos a cada insolencia de un
negro, mejor no responden, no tienen para qué si lejos asientan sus toldas y allá se quedan, pero le ganan siempre pues si a la espalda trajeron cecina, maíz, o mejor aguardiente, con tan grande esfuerzo, a latigazos lo paga el negro cada día, si alma en boca maldiciente y costal de huesos de marrano, más lo paga. Dándome cuenta del gran provecho que sacaba la frágil barca de los ajos, fue mi empeño seguir ahí en otro viaje y así se lo hice saber al patrón, un viejo cholo de entrecejo desconfiado que decíase contrabandista y polvorero, pensaba dejarme varado tan pronto hiciera por mi intermedio ciertos contactos en el resguardo de rentas, que yo dilataba con disculpas, le dije: el factor avisa que sólo hace esos negocios de noche junto al hoyo mingitorio del quilombo más porquerizo de la ciudad, por ello menos frecuentado, déme un rato para afilar el cuchillo de monte y vamos, allá tras el mercado se puede necesitar —señalaba el sitio donde el río empantanaba la tierra baja y presagiaba efluvios malignos que por el momento alimentaban gordos Giovanny Castro • Colombia
gallinazos enseñados a flotar sobre la escoria, patos de
ocasión—. Vaya entonces en buena hora, respondía, y me alejaba con la bolsa de aceitar aduanas. Regresaba con falta de unos cuartos que ocupaba en presagiar riquezas en posteriores viajes a los ayudantes del factor, viendo muy pronto que a éste no se le entraba con el poco estipendio que el patrón destinaba, torcía los números del registro el aprendiz de cuentas con goma que yo le conseguía de los cargueros —sudores de árbol al otro lado en la selva, que el factor creía poseer a solas—, la barca sólo se despojaba en tierra de su mercancía toda en la noche callada, los libros asentaban mitades, tercios a ser pagados en aduana, la trama al fin requería el cuidado que yo buscaba para hacerme tripulante necesario en cosas de puertos, iba de vuelta a Paita por más ajos o conforme a la ganancia traída, vinos de Valdivia, gamuzas, pólvora inglesa, raspadura de quina, azogue de Guancavelica. Asemejaba los viajes a la miseria de quien vendiera morcillas portal a portal el día empezando, con la poca venta se comprara 8 unas gallinas que engordara bien, luego al mercado por balas de lana que hilara y vendiera luego, sacando buen provecho, así hasta que en breve telas de Cambrai se vieran convertidas en sonoros patacones de oro. Así o más fueron los viajes de la barca, hasta que de tan comido el maderamen —nadie reparaba, todos transaban—, se dejó abandonada en el primer bajo que se halló propicio, ya los hábiles carpinteros de Paita nos tenían una nueva donde cabía el mundo si queríamos transar con él.
Volver, los cielos parecían de arena, en la vastedad
del informe abismo caía siendo águila, caía bulto o piedra, concierto de ánimas se abrazan, se gozan, creo han picado en su pozo el seso, alzan el pico hombres cóndor; qué lento parir y luego el ser, dormir, sobre la vida en los sueños no saber si se usan monedas o no para llevarlas y al volver una quede en el bolsillo, tirarla luego porque en la vida no sirve como sí la chiquilla a lo lejos amor de primavera, no sabes cómo pues en la cintura del mundo el sol cae sin desvíos de fe la nuestra insignia; lento partir del alma alivio de acosados por tentar la pasión de mujer acunado guagua dejar calor y parte en otra, perderse ahí arrebozado de dos montes Programa de Residencias Artísticas para Creadores de Iberoamérica y de Haití en México
la verga cocido madrileño dale pues que coman todas
quien te ha herido quien te amó y a la que mentiste para dejarla, débil lastre, o serás el siempre burlado Cornelio del sainete o la verruga vergonzosa, no cierra, siempre supura caldo y sobre ella emplastos de herbajes rosa verde la mezcla y una herida aquí en el costado, hereje serás por decirlo, cómo de nuevo si de arrecho nadie ya te da el perdón, padre dame, nadie te lo dará invicta la petaca de maldades todas vas recogiendo por ahí alguna que ha tirado el beato y el justo, si te acomodan se usan si no se venden, desidia barata crueldad va más cara, no es fácil conseguir una sin jardines mugre de compasión, le encima el dómine rosarios misas cantadas que ofrecer, mas fuera por mi bien sacarme del lago que abraza con candela desnudos.
Nada se tramita mientras no se cuenten los escupos
que limpio en cada celda, es decir que alcanzo una indulgencia completa por día y eso me hace no el mejor, pero sí uno de los mejores mártires de esta semana santa, todavía debo mucho pues de Barbacoas hube 9 tanta ganancia que la descuento al triple, es decir que ni este año ni el otro alcanzo a estar libre. Volver de allá fue cosa de unas semanas vadeando monte algunos caños también, Hipólito Narváez es buen peón dirige rápido, pero volver al orden con tu alma inmortal tardará más. Invitaron a venir a un extranjero que según supe era amigo del obispo de Popayán, recusó asistir porque es bámbaro, aquí cuando más se sufre por dentro es gozando los azotes dados por una mujer sin saber quién es, pagándola maldito, luego toca el turno de uno pero todo caballero sabe que no es de excederse, de trámite la cuerda se comba.
¿Quién de ustedes va a preguntar cómo llegué aquí,
aparte de las contingencias del camino? Cierto es que de sierpes me desenredo, de avenidas me salvo, niguas cosecho, pero qué es eso comparado con entrar, ánima en vilo, a la ciudad de tu sangre San Juan de Pasto viscosa de creerse azul las damas entre esclavas resguardadas mirando tu piel cobriza, buen atuendo, sin oro colgado —sería afrenta— pero mucho guardado que dejaste con el dómine al tres, más si se presta a ricos, que es siempre. Volver, los cielos parecían de arena… Giovanny Castro • Colombia
Al que preguntó le respondo como así merece: soy del
deseo de mujeres débil, me llevan las tetas, me llevan nalgas, soy de piernas amante, hube treinta negras antes de querer a una, pero la quise bien y la traje conmigo, maldito sea el amor.
Aquí tan pronto verla entrar de gamuza con que se
mudó en la posta última se corrió voz de alarma, chiquillos encantados con su belleza hicieron algazara del Colorado abajo, me le dedicaban coplas truncas, sacó la guitarrilla alguno y las compusieron caldeados con las monedas que a la mejor yo lanzaba, divertido quién dirá que no, ella diosa sonriente jarrón de aromas era toda suya y al oír en voz mía su nombre mía. Ah belleza diablo.
No me atreviera a entrarla si no fuera de tez blanca nieta
del capitán de dragones Diego del Valle, pacificador de Sindaguas, y sin embargo tan negra en largos rizos 10 que le dan a la cadera ancha, labios delineados fruto de chontaduro, nada del pudor que anémicas letanías mueven, la nariz delicada en su mestizaje como si fuera hija de morisca, cuerpo indecente naufragio de olas firme, y un ombligo al medio por el que doy la vida si me la pidiera. Así con orgullo viril la desfilé por la ciudad y vara en alto dos filas de hombres la recibieron.
Por no haber más lugar entre tanto que la casa de
pensión orillada al río, ahí fueron los primeros días antes de procurarle buena cama y techo conforme a su belleza, que no fue fácil: vuelto a la calle de crianza, la del Calvario, los amigos me recibían con la extrañeza y desconfianza que se demuestra al que se daba por devorado en el monte por las fieras, o descalabrado en los abismos; ganado un corto lugar al franqueo, me dejaban saber que no iba a encontrar casa ni a ruegos si pretendía compartirla en pecado, las parroquias censaban su rebaño con celo, ahí mismo el cojo Mena había sido sacado a punta de anatemas de su cama, llevado de la oreja a casarse con la mujeruca aquella que le lavaba los calzones, y que un buen día se quedó también para quitárselos; fueron llevados, digo, y quién dirá que ella no iba contenta. Ese era un gran problema, Programa de Residencias Artísticas para Creadores de Iberoamérica y de Haití en México
y no me atrevía a explicarles por qué. Uno de los que al
partir era niño y me seguía por los sembrados haciendo novillos de la casa, que ahora ya estaba crecido y con mandados en el mercado reunía sus monedas, me dijo por lo bajo al partir que podía buscarme algo, nadie como él para saber quién encargaba pezuñas y rabos mientras la casa se le desmoronaba y los apellidos eran toda viga y sostén. Juan de los mandados, como era su nombre, al poco tiempo vino a cargar al anochecer las prendas, las alhajas, los tocados de mi señora, y los cuatro trajes de paño inglés que por toda posesión yo tenía. Envié a los dueños de casa a los bajos y ya que siempre eludieron poner ahí una tienda, les dije que era la ocasión, si no querían acabar por venderme todo, y ellos fuera. Era la calle del Colegio y mientras fuera discreto, mis caseros se portaran a la altura manteniendo a raya curas y habladurías, podía tener un breve tiempo de maniobra para asentar mis reales.
Porque era el motivo de mi discreción en este punto
el tener prevenido que ya se habían librado autos de 11 aprehensión en Barbacoas para las ciudades inmediatas, un propio del teniente de gobernador fue enviado con celeridad a Quito atajando mi presunta retirada por ese lado, poco se sospechaba de esta breve campiña de hidalguía a donde vine, cuya maternidad me había cuidado de mencionar en los enredos de aduana, y mientras las noticias de Quito venían fluidas, la llegada del correo barbacoano tardaba y luego, poco caso hacían los alguaciles locales por comprender garabatos sobre esclava fugada en brazos de mestizo sin nombre. O sí, nombre lo tiene como todos y no es más ni menos por sonar a ríos quebrándose un rumor resbaloso en la lengua como silbido, Viriato Ruales, su querida y muy pronto esposa —como las circunstancias permitan—, Antonia Alomía:
¿Cariño, manojo de dientes, ya asoma Juan de los
mandados por la esquina? —le preguntaba a Antonia, que no podía con las ganas de divisar por el balcón, bajo el velo sus ojos vivos.
Rualito, al chiquillo no veo, pero en la tienda de los
señores se amontona la gente pidiendo bizcochos Giovanny Castro • Colombia
dulces, qué envidia.
Salía entonces y gritaba al primero que veía: ¡Eh muchacho, súbeme una docena, pronto!
Era un placer verla saborear, y cuando Juan llegaba
éramos dos en sendos taburetes, callados y como si fuera misa esto de azabache sembrando de migajas el viento, luego el mandado, naranjas y su jugo exprimido a una orden suya, moras que no conocía, y por ello no sabía entre risas si comerlas o pintarnos la cara con su tinte, y al fondo del canasto hallaba algo que le hacía decir muy seria: Estos que nadie los toque, son para la cena. Eran grandes chontaduros, brillantes y carnosos, a los que era muy aficionada. En verdad que no parecía esclava huída, ni cimarrona pues no se había enmontado, ni palenquera pues no se había ido a una empalizada, era más bien la reina del gran Yolofo, y nosotros su corte.
12 Nieta del capitán Diego del Valle, capitán de dragones,
de donde viene por su lado arrebatado y cabrón una estirpe dilatada de gente africana, mulatos libres unos y temibles capataces de cuadrilla, esclavos orgullosos de casa señorial otros y los más, remisos del orden, pesadilla de caravanas, cuatreros sin disimulo en las vegadas del Patía y reyezuelos de El Castigo.
Sacada con malas artes de la casa misma del teniente de
gobernador Arsenio del Valle y Díaz, hombre degenerado que poco correspondía el honor de sostener el blasón de su bravo antepasado, soldado de a pie que fuera en las dos Sicilias. Sacada por mí, digo, que entre dos males elegí el menor: acuchillar a ese puerco que la pretendía su esclava de aposentos —cierto que sin muchos trabajos de aluvión y hasta consentida con vanos presentes—, o llevármela, ya que me correspondía el amor que le demostrara mediante visitas furtivas en las barracas de los negros, navegante yo en botes de remo cuando se ofrecía y los llevaban lejos, me introducía sobornando o emborrachando capataces, o bien con sigilo, y mandando recados cómplices. Fue una vez un fray misionero a recoger limosnas, al que ofrecí mi bote y brazos para ir donde cada cuadrilla, después de Programa de Residencias Artísticas para Creadores de Iberoamérica y de Haití en México
la prédica, con el descuido de alabaos y palmas, nos
reuníamos en la espesura y era primero un gran infierno el que debía sacar de su cabeza, para meter el diablo entonces, nos amábamos, y con su recato, iba luego al padre a pagarle indulgencias: como eran piadosos en su simpleza todos, y fray Juan al que más y al que menos algo le curaba con sus hierbas, emplastos y resinas, los granitos de oro del trabajo de domingo con agrado le entregaban; no así de pagador eran don Arsenio del Valle, que prometió echar todo un corte para limosna, un tajo lindo que por entonces laboraban, y al final de la semana después de pasar el azogue nada se vio de eso.
Volviendo. Si alguien se ha fijado que el empedrado
andén que corre a lo largo de esta calle del Colegio está hollado en medio como haber sido esas piedras morteros para majar ají, curioso holgazán es el lector, y arriesgará explicaciones dándole al agua cantera de montañas el crédito del suceso, pero quien así las ha labrado en verdad es la belleza diablo de Antonia 13 al provocar un desfile constante de muchachos que después de clases, o antes, o con cualquier pretexto, repasaban camino frente a nuestro balcón por verla, y supe entonces que no tendría descanso nuestra huida ¡a discreta calle me acogía! Uno de esos mocosos se esforzaba un día por hacer llegar a Antonia una bola de papel, quien así como llegaba a sus manos la devolvía más lejos, divertida con esa especie de cachorro travieso, percatándome entonces arrebato el juego y despido a ese con una mirada putañera, leo en el papel unos versos no faltos de sazón y sin mirar a dónde, los tiro de nuevo por la ventana con la mala certeza de caer en toda la frente del jesuita Ibarra, quien ya venía tras el pillo para darle un buen reglaje, a éste se la guardó para la siguiente clase y doblada en cólera al leer lo escrito, miró al balcón con desprecio y en seguida entró a la tienda de los caseros dando grandes gritos que desde aquí no llegaba a entender, ni falta que hacía.
Así fue el tiempo y conforme entendía que las voces del
escándalo iban como saltando tapias, más me cubría por medio del dómine que colocaba con discreción sumas en préstamo a caballeros distinguidos, dejando saber a Giovanny Castro • Colombia
algunos de quién provenían, pronto el círculo sedicioso
de notables quiso disponer de mi condescendencia y dando coba a los desvaríos de mi atribulada - fingida- historia personal hacían como que me halagaban, sólo para dar el sablazo. Al fin eran honorables con sus deudas, ya que se valían de asociados que ponían la facha y lograban con el oro comprar géneros que convertidos en plata, y aun al fiado, les redituaban buena ganancia. Ninguno aquí arriesgaba el nombre, aunque el mío ya la fama lo llevara lejos. En el silencio murmurante de rosarios y novenas, la voz apaciguante de estos caballeros no lograba sofocar la doctrina de los prelados, ensañados en el ejemplo del cobrizo y la mulata como demostración última del pecado. Todo ello no pesó mucho en la decisión que tomaría el disoluto don Francisco de Ahumada de invitar a esta pareja a la serenata que por último día de carnestolendas podía darse, para resarcir el gasto de los pasados nos convidaba. En su casa de heredad, con patio al medio cubierto de ladrillo y rodeado por la balaustrada en 14 madera del segundo piso, haciendo crujir la tablazón de ese corredor un conjuro de damas salieron a mirarnos, y los hombres detenían su plática para saludar con discreción; por el momento y en atención a las señoras, todos bebían hervidos de maracuyá y lulo, el ligero aguardiente subía evaporado al olfato. La serenata consistía en un cuarteto de cuerdas —guitarras y charango— que por toda música de cámara sabía un rasgar agudo, finos acordes melancólicos y a la vez alegres por lo continuo y repetido de sus estrofas, que hacían del baile leve de pies alzados, mariposa de flecos, el mimo más parejo.
Al vestir, las mujeres serranas prefieren, contrario a las
del valle del Magdalena y otros pagos, hacer gala no de su pecho, cuello y brazos, donde éstas lucen sus joyas y mejores telas, hasta la cabeza donde cuelgan la crisneja, sino que cifran su belleza de la cintura hacia abajo, las virtuosas dejando ver apenas algo a media caña, las sabrosas midiendo faldellines arriba que todo mal entretenido les celebra. Antonia Alomía, poca obligación que tiene con unas y otras, viste la falda serrana bordada de listas y descubre la pantorrilla, pero en lugar de los cotones o mantillas de bayeta frisada que Programa de Residencias Artísticas para Creadores de Iberoamérica y de Haití en México
todas usan por ser invierno, algunas con doble embozo,
ella va con una blusa suelta de algodón blanco, al escote un collar de piedrecillas, en fondo negro, negro, perturbador.
Era así Alomía el alma del bambuco sureño, pero
viéndole un negro del servicio los pasos más bien desacompasados, como faltos de una nota, fue por la tambora: darle al pellejo y alzar la fiesta fue todo uno, con risas las mujeres disculpaban no alcanzar el ritmo nuevo, gritos de puta amancebada, de puta esclava de mina arremetieron por la puerta adentro... ¿oí bien eso? una masa de follones sobre enaguas venía de la calle agrediendo la reunión con estos insultos y otros, dedicados a nuestras alegres damas, la música paró al instante, casi todas corrieron avergonzadas a las habitaciones, Antonia se estuvo de pie al medio del patio como sorda a la escoria que recibía, y por salvación creo fue esto, más que mi menguada presencia, lo que detuvo a la sarta de cuervos, asombradas quizá de su atrevimiento. Don Francisco de Ahumada se levantó 15 como pudo de la borrachera para hacer respetar su casa con palabras peores, y pronto nuestras brinconas acometieron con toda clase de cosa arrojadiza, espantándolas al fin, salieron botando pluma las infames. El fandango había pasado de las doce y la cuaresma entraba con rigor. Tomaba nota de todo ello el asistente de alguacil Jurado Basante, deudor de cuantía menor en los cuadernos del dómine, y recordaba, o quería dejar de olvidar, cierta orden de aprehensión llegada tiempo atrás de Barbacoas... en su torpe cabeza una malicia se formaba.
Luego se vio que algunas urracas eran las criadas de
familias con hijos en el colegio, empezaron a esperar a éstos en la salida para taparles los ojos o llevarlos arriados si alzaban la vista, cosa fea para ellos y para todos, por eso no tardó en llamarme a conferenciar el jesuita Ibarra, bajé a la huerta de remolachas de la casa esperando el infierno que anunciaba su cara congestionada, algo de ese fuego recibí callado mientras consumía las brasas el padre, quien dijo al fin con sosiego: aquí no pueden vivir, pero tampoco se pueden casar como si nada sólo Giovanny Castro • Colombia
por agraciarnos, se precisa la expiación de sus culpas,
luego sí en paz. Al retiro de Jesús del Río a que os coman los piojos, Viriato, allá vas a tener tu purgatorio, vos y la negra. ¡Era muy práctico en hallar soluciones!, aceptado el trato sin réplica, sólo me preguntaba luego cómo iba a desposar a Antonia, comprarla no podía, pagando cárcel por robarla la perdía y muerto era, de tristeza, conseguirle una carta de libertad era imposible, y otro delito si porfiaba en ello por atajos, ¡coño! qué iba a hacer Virgen Santa.
Jurado Basante veía sus límites para actuar solo, los
cabildantes lo tenían bajo sospecha de cuanto alboroto de gallera y desaguisado ocurriera en la ciudad, y sólo faltaba que los volviera a todos a la miseria —jodiéndome—, para acariciarle en el garrote con cualquier disculpa. El auto de captura era papel liviano. Dio entonces en dirigir correos a Barbacoas, y el tiempo que perdió en ofrecerle a Don Arsenio sólo indicios mientras negociaba sus ventajas, fue el tiempo que nos 16 dio la vida como si la agonía de cuarenta días que lleva al sacrificio fuera esta vez sólo para salvación nuestra.
En la bóveda de la carne que sufre sin serlo, brazos se
alzan de las llamas en la alberca de descanso mientras el tormento de plomo derretido se pinta en el cadalso central rugientes los demonios y uno pregunta cómo lo permites Señor pero no es ahí su voz sólo gritos de dolor se oyen y vienen de adentro pasando el vestíbulo donde sufren las almas y ahora aquí los cuerpos mal vestidos sudorosos la fealdad del pueblo llano grita azotados los hombres por las mujeres muestran a la bóveda celestial de la iglesia las bocas abiertas con hoyos de dientes que les faltan y piojos compartidos en celdas o arrumes de gente separados los machos de las hembras para dormir pero todos aquí juntos regañándose a zurriagazos, esto es el retiro de Jesús del Río.
Una cadena se oía chocar y arrastrarse tras los muros que
nos encerraban, penitentes, rodeaba la capilla y volvía maltratando la puerta claveteada, se abría paso al fin y eran cuatro demonios que en ella venían, se soltaban los grilletes para esgrimir mejor los eslabones, así a los golpes en la pared costras de cal venían al suelo como Programa de Residencias Artísticas para Creadores de Iberoamérica y de Haití en México
rosquetes de azúcar, rugidos de las bestias y horror de
hombres confundidos llamas parecía que alzaban, hasta que tanto revolcar dieron con las muñecas y tobillos del alma apetecida, asegurada te llevaron Alomía a rastras y empujones, mientras otro diablo buscaba, daga en mano, un cuello que conocía del retrato de sus odios, el mío, y al darme alcance en la estampida hunde sin tino, encojo el cuerpo, tira un revés alto, me inclino, y al buscarme la tripa puedo al fin tomarle el brazo, desarmarle a puño cerrado, quito la capucha cerril para verle la cara al maldito diablo de Jurado Basante, en un ave María se la cruzo con la afilada. Ahí empezó el temblor que reventando durmientes amenazaba el sostén de la bóveda, pedazos de ladrillo chocaban en el suelo entre los pies que agitados buscaban salida al descampado por el puente que cruza el río, saltando cabezas sin perdón, desvío hacia las sombras solas que van a través del huerto eludiendo el gentío del puente, ¿y cómo pasarán el río? ¿Y cómo el alto muro con tejas quebradas? Me detiene la sorpresa, el horror de lo que veo: un negro ágil escala el muro y pasa, del otro 17 lado hala de su cadena a Antonia, que se resiste y es empujada por Arsenio del Valle y otro de sus diablos, izada con trabajo al filo del muro, donde se levanta y en equilibrio abre los brazos como para saltar al foso del río, el temblor muere sacudiendo más en despedida, tanto que el muro de tierra pisada y sangre de animal se viene limpio sobre el par de diablos que de este lado alzan los brazos como si algo pudieran contra él, despojos de ánima. Antonia dio el salto que creía del sacrificio a la vida, y aunque estropeada, lavada entre las piedras rodadas del río la saco puñado de perlas mía.
Esa misma madrugada arreglo su partida silenciosa al
palenque de El Castigo, donde será bien recibida, Juan de los mandados ya se dice mulero y siete suelas, la acompaña. Entre tanto aquí arrepiento mi falta, lavo celdas, compongo el muro, ¿cuándo volveré a verla si de tan grande alboroto me dan culpa? Fondo Nacional para la Cultura y las Artes Se terminó de imprimir en noviembre de 2009 en los talleres de Gráfica, Creatividad y Diseño, S.A. de C.V., Plutarco Elías Calles 1321, Col. Miravalle, 03580, México D.F. Se tiraron 1000 ejemplares. Para su composición se utilizó la familia tipográfica Presidencia en versiones fina, base, firme y fuerte.