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los padres de aquellos chicos le haban pedido que cuidara de sus hijos. Y l
haca lo que poda. Lo habamos sentido, ms que visto, pasar la noche yendo
de unos a otros para hablarles en voz baja y tranquila mientras comprobaba
sus equipos y sus armas. Ahora, con aquella luz color ceniza, lo veamos
comprobar que todos tenan las armas listas y con el seguro puesto. Y luego,
con un rotulador de trazo grueso que yo le prest, ir entre ellos preguntndoles
el grupo sanguneo para pintrselo en el dorso de las manos, en la frente, en el
pecho del uniforme.
Lleg la orden de avanzar. Y en esa claridad fantasmal, docenas de hombres y
muchachos se pusieron en marcha hacia el combate. Haba que cruzar una
carretera elevada sobre un talud, muy expuesta al fuego de las posiciones
serbias, que estaban prximas. Los soldados la cruzaban al descubierto, a la
carrera, agachada la cabeza. No haba disparos, y slo escuchbamos el ruido
de las botas de los hombres que corran. Y cuando lleg el momento de que
cruzara el pelotn de chicos con su maestro, ste los hizo detenerse al pie del
talud, les dio unas instrucciones en su lengua, y luego, avanzando solo hasta
alzarse por completo, erguido, de pie e inmvil en mitad de la carretera, encar
su fusil, que llevaba acoplada una mira telescpica de francotirador. Con ella,
sereno, expuesto all arriba, estudi durante un interminable minuto las
posiciones serbias. Despus, cuando crey estar seguro, fue pronunciando uno
por uno los nombres de los chicos, por orden alfabtico, como si pasara lista en
clase. Y a cada nombre, el interpelado apretaba los dientes, suba por el talud
agachada la cabeza y cruzaba la carretera pasando junto al maestro; que, sin
moverse, impasible, segua vigilando las lneas enemigas. As se fueron
agrupando al otro lado, y as grab Paco Custodio con su Betacam al joven del
fusil: solo e inmvil en el centro de la carretera, recortado en el cielo gris, el
visor del arma pegado a la cara y el can apuntando a las lneas serbias,
llamando uno por uno a sus alumnos y cuidando de ellos mientras cruzaban. Y
despus, cuando trescientos pasos ms all empez todo y cada uno hubo de
cuidar de s mismo, Custodio volvi a grabar al maestro, esta vez llevado por
sus alumnos a la retaguardia mientras dejaba un rastro de sangre en la hierba.
Ninguno de los padres de aquellos chicos poda haberlo hecho mejor.