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permite a esta neoyorquina recordar todo lo que le ocurrió desde los ocho
años
NUEVA YORK.- Imagine lo que sería vivir sin poder olvidar. Despertar por
la mañana, asomarse a la ventana y ver reflejado en el cristal lo que
hizo ayer, anteayer y todos los días de su vida. Oler el café y sentirse
transportado a 100 lugares y fechas distintas. Quedar atrapado en el
laberinto de los recuerdos. Vivir con un pie eternamente en el pasado.
«Sé muy bien lo tirana que puede ser la memoria», escribe Jill Price en
La mujer que no puede olvidar, el libro que nos invita viajar al fondo
inextricable de su cerebro. «Mi vida discurre como en una doble
pantalla... y en una de ellas estoy viendo, como si fueran vídeos
caseros, las escenas de todos y cada uno de los días de mi vida».
«Digamos que no puedo escapar del ayer, que vivo en una constante e
imparable sucesión de ayeres desfilando furiosamente por mi memoria».
Sus padres la recuerdan como una niña difícil, sobre todo después del
traslado a Los Angeles con ocho años, el momento traumático de su
infancia. Su facultad para recordarlo todo se fue agudizando hasta los
14: «No sé por qué, pero a partir del 5 de febrero de 1980 lo recuerdo
exactamente todo».
LO DICHO Y HECHO
«Mi memoria funciona como escenas de vídeos caseros donde veo cada
día de mi vida»