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190 _Historia de la literatura hispanoamericana. 1 rescataron y reunieron cl dinero para comprar su libertad, sino que lo ven- garon formando un pequefio ejército que derrot6 a sus captores, en el «Mo tete» aiadido como conclusién del poema y que se cant6 en la iglesia tras su liberacidn, se exalta el feliz desenlace: «Dichosa la isla de Cuba/ que goza de tal Prelado». Balboa habia venido de las islas Canarias y se establecié en Cuba, residiendo principalmente en lo que hoy es Camagiiey; por es0, por el tema local de su poema y sobre todo por los pasajes (0 catilogos) descripti vos de la fauna y flora caribefia, es considerado el texto fundador de la lite ratura cubana. Sus verdaderos méritos literarios, sin embargo, han sido materia de discu- siones y diserepanci i Tor y hasta dudan de la autenticidad que puede ser una supercheria del erudito cubano José Antoni «que publics fragmentos del poema en 1838, Habria que aclarar algunas cosas la primera es que, al revés de México, Lima y Santo Domingo, Cuba (y mis ‘Camagiiey) era por entonces un lugar con limitada tradicién literaria. Luego, 1ediana y sobre todo resultado de su esfuerzo in- a quien cita en su pr6logo al lector) y alos poe- Castellanos [3.3.4.1. y. s de Luis Barahona de Soto, autor del poe- al que se refiee en la primera octava del llanto/ De Angélica y el Orco enamo- Espejo... Celebren otros la prisién y rado>). Lo interesante es qu boa, imperfecto y sim 4 por su aislamiento cultural, el estilo de Bal jentales y culteranos de la épo cologia clasi- ca se meacla con toques de color local; esa sim} bastaria para hacerlo singular en s de aventuras, la interpolacién de elementos fantésticos y el omnipresente itas. Tampoco eran frecuentes poemas épicos con las mo- estas proporciones fisicas de éste (aunque lo preceden seis sonetos lauda- torios), que tiene apenas dos cantos y 145 octavas reales: el primero n: penurias del obispo como cautivo del pirata francés y su gundo, la sangrienta batalla conta el y la celebraci del prelado, fruto de su «paciencia» cristiana, El obispo debe ser el primer héroe religioso ctiollo cantado por la épica hispanoamericana. El lenguaje del texto, con frecuencia desmafiado y desabrido —més de crénica, que de poema—, se anima con algunos otros personajes criollos, como el valiente negro apropiadamente llamado Salvador, o cuando pinta un festin de colo: res y sabores tropicales en honor de su protagonista. Lo cierto es que este breve y ristico poema se ha convertido, a partir del siglo pasado, en el ori gen de la literatura de Ia isa Del clasicismo al manierismo 191 Texto y critica Batnoa, Silvestre de, Espejo de paciencia. Ed. facs. y crit. de Cintio Vitier. La Habana: ComisiGn Cubana de la UnEsCo, 1962. GonzAtez Ecuuevanaia, Roberto, «Reflections on the Espejo de paciencia: En Celestina’s Brood", pp. 128-148. Sanvz, Enrique. Silvestre de Balboa y la literatura cubana, La Habana; Letras ‘Cubanas, 1982, pp. 139-151. REGION ANDINA 4.3. Esplendor de la crénica del xv La crénica de estos afios es ya un género robusto, estéticamente ‘maduro ¢ intelectualmente elevado a una dignidad impensable cuan- do nacié en las manos humildes de soldados y aventureros, que se im- provisaron como cronistas ¢ historiaron simplemente lo que vieron 0 supieron. Se ha sefialado que hay un giro que va de la crénica esencial- mente descriptiva a la que intenta interpretar el sentido hist6rico de la conquista. Ese giro comienza con el nombramiento de Juan Lépez de Velasco como Cronista Mayor de Indias, pero como su enorme croni- a, Geografia y descripcién universal de las Indias, no fue conocida sino a fines del siglo xrx, el cambio se define en verdad con la presencia y la obra de Antonio de Herrera y Tordesillas (1549-1625), quien en 1597 recibi6 el mismo nombramiento. Aparte de su monumental crénica Historia general de los hechos de los castellanos en las islasy tierra firme del mar océano (1601-1615) —conocida también como Décadas, por sud én un preceptista del género con dos obras que circularon en su tiempo s6lo en forma manuscrita: Discurso sobre los provechos de la historia y Discurso y tratado de la historia e historiadores espaiioles La cténica se vuelve un género de estudio y reflexidn, cuya preten sién es ofrecer abarcadoras visiones de conjunto y compendios eruditos dela empresa conquistadora, contemplada ya con la perspectiva de mas de un siglo, La intencién es exhaustiva, tratando de cubrir el proceso entero 0 sus porciones més significativas. Lo que la nueva crénica pier- deen presencialidad y animacion aventurera, lo gana en amplitud, hon- dura y serenidad de la vision histérica. No siempre tan serena, en ver- 192 _Historia de la literatura hispanoamericana. 1 dad, porque las pasiones no desaparecen del todo; sencillamente cam- bian de naturaleza: el afin de enmendar, ampliar y completar lo que los cronistas de la primera hora dijeron de modo parcial o sucinto, o de cexaltar las intenciones del proceso colonizador y lamentar los concretos resultados, predominan en este periodo y aucorizan a decir que, en bue- na medida, la crénica se escribe como una relectura de la anterior, ha ciendo de ellas ambiciosos lop en sélo de una region o virreinato—, que a veces las sacan del campo literario propiamente dicho y las llevan al de la historia como disciplina auténoma, cuando no al de la filosofia o la teologia. Un fenémeno inte- resante ¢s el surgimiento de la crOnica eclesiéstica 0 conventual, cuya fi- ad es ex istoriay a contbucin expr de wna partic lar congregacién, que a veces pueden ofrecer datos valiosos sobre asun- Rane pe UI ten ese Re Cire crea (Barcelona, 1639-1653) del padre Antonio de la Calancha (1584-1654), escrita en una tepujada prosa barroca, que brinda informacién sobre la orden de los agustinos en el Peri, entre muchas otras cosas. Pero cabe decir que, cuanto mas se especializa la crénica 0 se hace més erudita, iis se aleja del foco del interés de una historia literaria, Hay un factor social que interviene y altera la funcién piblica del sgénero: existe ya una sociedad criolla establecida —con una ya larga experiencia del medio—, que se entremezcla con la espafiola indiana y constituye un piblico lector que, sin ser del todo consciente de ello, es una realidad distinta, ambivalente ante la versién «oficial» que la crénica habia dado de la conquista. Era el momento propicio para la la rectificacion, de lo que se encargaran, al lado de espaio- 105 ¢ indios que habian permanecido relativa- mente silenciosos, Es una etapa de gran esplendor del género, que goza también, a su modo, de una «Edad de Oro». Dos nombres fun- damentales vienen de inmediato a la mente como encarnacién de este Madrid: Gredos, 1982. Del clasicismo al manierismo 193 mn a maniorism 193 43.1. El Inca Garcilaso y el arte de la memoria No cabe duda de que tanto la personalidad como la obra del Inca Garcilaso de la Vega (1539-1616) son la expresién mds intensa del di- lema y el drama que era, en esa época, ser un mestizo criollo. Porras Barrenechea lo ha llamado, siguiendo a Maridtegui, «el primer perua- no», por la fina sensibilidad de su condicién biologica ¢ histérica. Esa ilidad es premonitoria de la que defi no exi anhelos. mandose en on vocacién universal, como queria ser el hombre del Renacimiento. EI Inca nacié en el Cuzco apenas siete afios después de haber sido detrotado el Inca Atahualpa y conquistado el Peri por Pizarro, Suna- cimiento es una consecuencia del encuentro de dos razas a partir de esa derrota; tiene un aspecto comiin a toda conquista —es el fruto de una unién natural, impuesta por el vencedor sobre los vencidos— y otro excepcional —Ias sangres que se funden son ambas nobles—. El padre del Inca era el capitan espafiol Garcilaso de la Vega, un extre- mefio que protagonizé la conquista peruana y que descendia de fami- lias ilustres, entre cuyos antepasados se contaban los poetas Jorge Manrique, el Marqués de Santillana y Garcilaso de la Vega. La madre era Isabel Chimpu-Oello, una fusta («princes») ‘Yupanqui, antepeniiltimo gobemante de la dis dres nunca se casaron, aunque nios con terceras personas; el origen ilegitimo del cronista, que tendra largas consecuencias en su vida y se reflejard en su obra, explica por qué el nifio levara primero el nombre de Suatez de Figueroa, que pro- venia de a familia paterna, La infancia del cronista transcurre en el ho- gar matemno del Cuzco, pero su crianza responde a las dos vertientes de su sangre: por un lado, educacién formal con gramética, latin y jue. 0s ecuestres como buen hijo de espafol; por otto, aprendizaje del guechua como lengua materna y acopio de la tradicién viva entre los parientes de esa rama, a través de relatos, fabulas y anécdotas conser vados en la memoria y reelaborados como un tesoro por la fantasia in- fantil Estos afios cuzquefios son decisivos porque configuran el mundo esencial que cobraré vida en una obra que, precisamente por ser tan tardia, tiene un profundo carécter retrospectivo: el de salvar del olvido 194 Historia dela teratura hispanoamericana. 1 el bien perdido en el tiempo o distante en el espacio. Rodeado alli de otros hijos naturales de conquistadores, conoci6 a varios de éstos ilti- mos: Gonzalo Pizarro y Francisco de Carvajal, el temible «Demonio de los Andes»; los escuché hablar y presencié algunas de sus aventu- ras, incluyendo las de su propio padre. Todo eso, que recordaré mu- cho después, forma parte de su formacién como historiador: la con- quista estaba todavia viva entonces y el Inca podia casi «tocarla» como una presencia que desfilaba ante sus ojos. La etapa cuzquefia se cierra en 1560; el afio anterior el padre habia muerto y, usando el dinero que Je dejé en herencia para que estudiara en Espaia, el Inca decide reali- zar poco después el largo viaje que lo lleva del Cuzco a la peninsula, La etapa espafiola (que transcurre en Sevilla, Montilla y finalmen- teen Cérdoba) tiene dos fases: una, ajena al mundo de las letras, en la que ltiga (con poco éxito) para reclamar bienes paternos y se dedica a Ia carrera de las armas (peleard contra los moros en las Alpujarras); otra, de estudio y cautelosa preparacién como escritor, en la que ab- sorbe la cultura humanista y culmina el proyecto cronistico que habia acariciado largamente. La lentitud de este proceso, lleno de demoras y vacilaciones, ha sido explicado no sélo como una prucba del rigor y paciente cuidado con que encaraba su tarea, sino como el reflejo de tuna personalidad timida e insegura en un medio ajeno y por completo distinto del Cuzco natal. La obra del Inca corresponde realmente a sus tres dltimas décadas de vida, pues comienza discretamente hacia 1590, ‘osea cuando ya tenfa 51 afios, y culmina con la publicacién, al afio si- guiente de su muerte, de la Historia general del Peri (Cérdoba, 1617). ‘La lejania fisica, la distancia temporal y la actitud reflexiva que dan los afios crepusculares, tienden sobre su visién hist6rica un velo de nostal- gia y melancolfa, que algunos han identificado como rasgos propios del temperamento indigena. Es significativo que en ambas fases de su Vida espafiola haya un af de reconocimiento: el hijo del capitan Gar- cilaso de la Vega luchara primero por ganar el derecho a usar ese nom- bre ilustre y luego, como cronista, le afiadira el apelativo de Inca, que subraya su condicién de indio noble. Asi llegard a ser, finalmente, él mismo, una afirmacién voluntariosa del hecho de ser un mestizo (lo proclama «a boca llena, y me honro con él»), que hay que considerar el fandamento de su obra y uno de sus aspectos més creadores: el Inca es el sutil narrador del proceso de su propia historia dentro de la His- toria, como fenémenos contiguos. ‘Comienza su obra como mero traductor: en 1590, aparece en Ma- drid su versién castellana de los Didlogos de amor de Leén el Hebreo, Del casicisme al manierismo_198 obra escrita en italiano, lengua que el Inca habia aprendido y legado a dominar. Los Diélogos gozaban de popularidad en esa época por sus delicados razonamientos neoplat6nicos sobre el tema amoroso; no s6lo Por eso atrajo al Inca sino por el orden, las simetria y las rigurosasje- rarquias filos6ficas de su tejido, que luego adoptard para estructurar su obra de cronista. El trabajo sirve, sobre todo, pata probar la elegancia de su prsa yu inmersn en a cultura humanistic, Su primera er nica no tiene ninguna relacién con el Pert: es la que aparece con el ti tulo de La Florida del Inca (Lisboa, 1605), cuyo tema es la conquista de esa peninsula por Hernando de Soto. Siendo admirable, esta crénik cra, para él, slo una preparacién o acercamiento a su verdadero obj tivo como autor: escribir sobre el Peri, La Florida es una tipica croni- ca ade ofdas» (su informante fue Gonzalo Silvestre, uno de los hom- bres que acompafiaron a de Soto), que le permitis probar sus fuerzas como cronista sin comprometerse como testigo directo. Es una obra cuyas cualidades puramente lterarias y artisticas tienen una autonomia interna atin mayor que en los Comentarios reales: siendo una er6nica, argos pasajes pueden ser lefdos como una narracién de aventuras, con ecos de la novela de caballerias y la épica renacentista; compararla con la versién que da Cabeza de Vaca en los Nawfragios (2.3.5. sobre la ex- ploracién espafiola en esa misma region, o con la exaltacién épica de La Araucana de Excilla (3.3.4.1,), ofrecera intetesantes paralelos. Pero elarte de contar del Inca es enormemente superior al del primero. El estilo de La Florida es un primoroso compendio de las técnicas narrativas de su tiempo: cuidadosa composicién de escenas, riqueza de detalles descriptivos, gusto por lo fabuloso, retratos morales y psi- coldgicos, sugerencias y contrastes, atmésfera de tensién creada por revelaciones demoradas y anécdotas laterales, constante poetizacién ¢ idealizacién ejemplarizante de la realidad, ete. Hoy muy pocos leen este libro como crénica, para enterarse de lo que pasé en La Florida, sino para gozar del estilo evocativo y depurado con el que su narradot reinventa la historia. Téngase presente, ademés, que los pardmetros con los cuales su obra tenia que medirse no podian ser mas altos: La Florida aparece el mismo afio que el primer Quijote. La intencidn que tenia el Inca en mente cuando prepara los Co- mentarios reales (Lisboa, 1609) —proyecto que ya anunciaba hacia 1586—, era muy distinta: tenia que escribir sobre recuerdos persona- les, complementados con gran acopio de fuentes escritas y orales,ys0- bre las primeras experiencias hist6ricas de su tierra natal; es decir, era tun tema que haba guardado largo tiempo en la memoria y que habia 196 Historia dela iteratura hispanoamericana. 1 convertido en una segunda naturaleza mientras vivia en Espaiia. Si ser mestizo significaba plantearse la cuestién de ser a la vez dos cosas ‘opuestas (indio y espafol) y tratar de resolver esa ambivalencia en una vision integradora y equilibrada, entonces el Inca es un ejemplo cabal die esa hibridacién racial, histérica y cultural. Su formacién como es- critor es esencialmente espafiola 0, mejor atin, europea, pues incorpo- taba lo mejor de la cultura renacentista: pero el tema y la carga emo- Cional son clertamente americanos. De hecho, puede decirse que, dile- maticamente, e! autor se sentia mas espafiol en América y més americano en Espafia, inaugurando asi el motivo del desgarramiento cultural que ha inquietado a tantos escritores hispanoamericanos des: de entonces, como ilustra bien el caso eminente de Carpentier El Inca eseribia con un énimo reivindicatorio, aunque apacible y equilibrado, como sila sangre de Ja herida que !o provocaba hubiese ‘cesado de manat, pero no el amor por los suyos y el dolor por los atro- pellos cometidos; por todo ello, escribfa esperando una restauracién, fe la verdad y la justicia. Lo caracteristico de su visi6n es el esfuerzo por someter al filtro de la reflexién serena las pasiones desatadas por Eltrauma de la conquista. Ese era un rasgo de su caticter, pero lo rea- firmé y refin6 con sus lecturas de fl6sofos, historiadores humanistas y escritores clasicos que descubrié en Montilla y Cordoba; la biblioteca ue el Inca formé en el primer lugar, da un claro indicio de la austeri dad casi monacal (en Cérdoba habia tomado los habitos, lo que subra- ya su adaptacién a las costumbres del con la que cultivé su es- piritu, Se ha observado que lo que asimilé mejor fueron las obras y la Fumésfera que reflejaban cierta tendencia arcaizante que dominaba Dor e508 afos en los circulos de eruditos, humanistas y poetas de Cér- Toba, con los que estuvo asocinds y entre los cuales conocié nada me- nos que a Géngora. Ese regusto arcaizante, esa aura dulcemente retrospectiva son no- torios en los Comentarios reales. La obra estaba concebida en dos par- tes: la primera —cuyo titulo exacto es Primera parte de los Comenta- rios reales dedicada a contar el origen de los incas y describir y valo- rar sus instituciones; la segunda, titulada Historia general del Peni, narra el descubrimiento, la conquista y las guerras civiles de los espa- oles en tierras peruanas. El titulo mismo de los Comentarios reales es revelador del cuidado y modestia con que encaraba su tarea de histo- tiador. El «comentario» es una de las formas o subgéneros més humil- des de la histotia, pues supone la glosa de una obra anterior con el propésito de rectificazla 0 ampliarla. Garcilaso no se llama, pues, «cto- Del clasicismo al manierismo_197 como un eco de los Comentarios de sat; sélo después, habiéndose afirmado como tal, se animari a ar Historia general... a segunda parte de la obra. El adjetivo reales arse de dos modos: en el sentido de «verdaderos» y les a los hechos que trata; y también en el sentido de propios de la realeza incaica, de la que se presenta como heredero di- recto. En el famoso «Proemio al lector», el autor deja bien en claro sus propésitos: aunque no es el primer cronista que escribe sobre las cosas del Peni, es el primero que intenta dar «la relacién entera» de ellas;al- gunos las escribieron «tan cortamente» que a veces «las entiendo mal»; con el dnimo de corregir esos defectos, confusiones y falsedades, «forzado del amor natural ala patria», promete escribir «clara y distin- tamente» sobre lo que sabe; y lo sabe mejor que otros porque el que- chua fue su lengua matema y puede sefialar cudndo los cronistas la interpretaron fuera de la propiedad de ella». La idea clave aqui es la de ser un intérprete y serlo en varios nive- les: lingiistico, hist6rico, intelectual, espiritwal. No cabe duda de que el Inca tiene un conocimiento intimo y extenso (segiin el estado de la toriografia en su época) del pasado incaico; lo que se ha discutido a lo largo del tiempo es la cuestion de la veracidad hist6rica del Inca y el grado en que podemos creer lo que nos dice. Como historiador, el Inca era todo lo acucioso y metédico que se podfa ser: lefa atentamen- te sus fuentes, las anotaba, las cotejaba con otras, solicitaba testimo- nios orales o escritos cuando exa pasible (por ejemplo, a sus condisci- pulos del Cuzco), era fiel al detalle y a la visién de conjunto, y final- ‘mente sopesaba todo eso con el caudal de lo guardado en el recuerdo (el hilo que lo guia por «este gran laberinto» de la historia) y reproce- sado por la imaginacidn, Después de «haber dado muchas trazas y to- mado muchos caminos» para contar la historia de los Incas, le parecié que el camino més facil y Ilano era contar lo que en mis nifieces of muchas veces a mi madre y a sus hermanos y tios ¥ a otros sus mayores acerca de este origen y XV). No es exacto decir que el Inca peca contra la verdad o desfigura Jos hechos para servir a su causa; pero es cierto que los idealiza y em- bellece evpcdndolos como una edad dorada y un bien perdido para siempre. El nos diré que conservar algo «en el corazdn» es frase de los indios por decir «en la memoria». No falsifica: exagera en los vuelos 198 Historia dela iteratura hispanaamericana, 1 poéticos de su prosa. Muchos de sus errores eran comunes en la épo- cca, cuyos criterios de verdad no son los nuestros. Y en algunas cosas se adelanta a los historiadores de su época; por ejemplo, en el uso mets- dico de las «fabulas historiales», elementos miticos a los que hoy se concede alto valor antropologico. A la doble idealizacién, producto del tiempo y del arte, se suma otra, que tiene que ver con el origen mo de la experiencia historica del autor: su versi6n es la oficial del in- cario, tal como le llegé por voces o tradiciones familiares en su infan- cia y juventud; esa ver a que sobrevivis la conquista. El Inca cree firmemente que la a quechua es un estado de civilizacién superior y que su capital, el Cuzco, fue otra Roma en aquel imperio». Esa historia cuzquefia cera dulica y edificante, depurada de gobernantes y hechos nefastos. En el pasado, algunos comentaristas no entendieron lo que apare- cia como una notoria contradiccién: un autor que reivindicaba su con- in de nativo, pero que exaltaba la conquista y la evangelizacién ‘ristiana, y que hasta simpatizaba con personajes como Gonzalo Piza- 110, notoriamente insensible ante la situacién de los indios. Pero no hay tal contradiccidn, sino una coherencia con la visién hist6rica pro- videncialista a la que es fil el Inca, seguramente como reflejo de sus lecturas de interpretaciones utdpicas sobre el proceso hist6rico: segiin clas, odo ocurria de acuerdo con un designio de constante ascenso en aescala de la civilizacién, que llevaba de la oscuridad y barbarie de los tiempos primitivos al orden superior de los hombres y los pueblos guiados por Dios y su Iglesia. En la mente del Inca hay una clara jerarquia de edades historicas: de la época preincaica, en la que los hombres adoraban una multitud de idolos inferiotes, hacian sacrificios humanos y «se juntaban al coi ‘como bestias, sin conocer mujer propia, sino como acertaban a topar- se» (I, el Peri pasé al sistema incaico, que establecié el cul monoteista al Sol y organiz6 la vida social mediante instituciones esta- bles y patemnales. Luego, cuando el imperio incaico decay6 y se des- moralizé (de modo no muy distinto a los dias finales del imperio roma- no), llegaron los espaiioles, que impusieron la vocacién universal de su imperio, con una nueva cultura, una nueva lengua y sobre todo la ver- dadera teligibn. Los sufrimientos y el derramamiento de sangre que trajo la conquista espatiola bien pueden compararse al trance de la re- dencién cristiana: son dolorosos pero cumplen un alto destino. Esta concepcién se basaba en el error —frecuente entonces, debido alla fal- ta de conocimientos sobre las culturas preincaicas— de considerar esa Del clasicismo al manierismo_199 etapa como barbara y atrasada, pero reiteraba también el prejuicio im- perial incaico que habia absorbido el Inca en su nifiez. Todo eso lo conjugé armoniosamente con el riguroso esquema que la historia tenia dentro de la perspectiva europea: un orbe perfectamente jerarquizado de etapas y avances progresivos, que se parecian tanto al rigor de las rbitas y categorias del amor segiin Leon el Hebreo, quien recomen- daba hermosear para «sacar fuera las esenciasm de las cosas. El disefio triangular del Inca —barbarie, imperio incaico, imperio espafelsostiene todo cleifcio conceptual de su historia, ys efle- ja en el sistema de exposicidn que sigue en las dos partes de su obra. Gon Manco Capac, el fundador del incario,comienza para el on Segunda Edad», de la que se precia en decir que, aunque todavia id lateas, «rastrearon los Incas al verdadero Dios, nuestro Sefior» (II, Hace luego la descripcién puntual de sus instituciones, creaciones cul- turales y grandezas materiales, y simultineamente traza su historia has- ta dl iltimo Inca, Atahualpa, @ quien denigra como cruel ¢ ilegitimo heredero de la dinastia cuzquetia. Asi, justifica como providencial la llegada de los espafioles y nos prepara para el relato de la conquista misma y los episodios (que se consideran entre los més animados y re- veladores de la obra) de la Historia general... El lector descubriré que cl orden que sigue el Inca no es ni cronologico (el aspecto débil de su reconstruccién) ni estrictamente lineal, sino mas bien el de un tapiz ccuyos hilos, colores y texturas se entrecruzan continuamente, para agregar animacién y aliviar el relato con el contrapunto de lo ameno y lo informativo: le gustaba «variar los cuentos, porque no sean todos de un prop EI Inca es minucioso y exhaustivo con el cotejo de fuentes; largos pasajes de su texto son glosas de otros cronistas, para apoyar sus pro- pios dichos o contrastarlas con su propia versién. Su obra absorbe y valora una gran cantidad de fuentes de informacién, sobre todo las que brindan los cronistas del Peri, sus testigos y protagonistas. Cita a muchos de ellos —Cieza, Acosta, Zarate (3.2.6,), Gémara (3.22)—, pero a ninguno tanto como al jesuita Blas Valera (1551-1597). En ver- dad, las copiosas transcripciones de su Historia de los Incas, escrita en latin, que aparecen en los Comentarios... son pticticamente todo lo que queda de una obra perdida. Pero también es imaginativo y crea- dor en la uilizacién de sus memorias personales, los aspectos noveles- cos de algin episodio o las sugerencias de una anécdota o creencia an- tigua. La forma como el Inca se incorpora a si mismo en el cauce de la historia —para dar credibilidad a su argumentacin— y hace acota- 200 _Historia de fa Iteratura hispanoamericane. 1 __ ciones autobiograficas —-que animan la marcha del texto—es admira- ble. No menos admirable es la clésica elegancia y nitidez expresiva de su prosa. Escribiendo sobre un asunto que ha sido sometido a larga consideraci6n en su espititu, el Inca es capaz de resumir en férmulas sentenciosas e imborrables la esencia de lo que quiere decimnos. La fra- ce «Trocésenos el reinar en vasallaje>, que atribuye a un Inca, sintetiza en pocas palabras el drama de la conquista vista desde la perspectiva de los vencidos. En otra parte declara: «Protesto decit lanamente la relacidn que mamé en la leche», lo que subraya la intimidad de su co- nocimiento como fundamento desu veracidad. Historia y autobiografia estan indisolublemente unidas en los Co- mentarios, y el nexo es la lengua quechua, cuyo dominio le permite es- clarecer, corregit y restaurar lo que los cronistas espafioles confundie- ron o dejaron sin decir, Escrita a unos 40 afios de distancia de los he- chos que vio y escuché, la crénica tiene un tono nostlgico, idealizado, elegiaco: el de quien contempla una realidad «antes destruida que co- nocida». Su autor crefa que el embellecimiento de la historia contti- buia a hacer irradiar la verdad, y no desaprovech6 ocasién para pre sentar los hechos como elementos de una rigurosa compo caen la que lo grande y lo pequefo, lo glorioso y lo tragico, a violencia ya ternura, tenfan un lugar muy preciso. El Inca elabora sus cuadros hist6ricos artisticamiente, conciliando las exigencias de la historia con las de la narraci6n misma, Por eso da tanta importancia al testimonio oral, a los aspectos miticos y a las ela- boraciones mégicas del espititu popular, para alcanzar cl sentido pro- fundo de acontecer humano; debido a ello y pese a las limitaciones de su vision imperial, atada a la tradicién oficial cuzquefia (el incario como un arquetipo de organizacién paternalista), nos parece hoy un historiador mas moderno que muchos de sus contemporaneos. Mas disfrutable también, por las altas calidades de la forma, la auténti emocién que impregna sus paginas, el sentimiento del paisaje y la ca- bal comprensién del mundo indigena. Hay en este clisico, cuya prosa es uno de los mas grandes ejemplos de su tiempo, una vera que delica- damente adelanta la del romanticismo; un romanticismo sin arrebatos, ya que su temperamento tendia siempre al equilibrio y la mesura. Su obra se presta a un andlisis de psicologia profunda, pues esta elabora- do con recuerdos y experiencias traumaticas de la ninez, interiorizadas por alguien que se llama a si mismo Inca pero usando la lengua del pa- dre espafiol, lo primero en memoria de las glorias pasadas y lo segun- doen homenaje a la grandeza de una cultura y una religién que adop- Del clasicismo al manierismo_201 ta como propias. Su influjo ha sido decisivo en varias etapas de la vida literaria peruana: en los tiempos de la rebelién indigena de Tapac ‘Amaru (tras la cual fue prohibida), en la época de los prolegémenos de la emancipacién, en el indianismo decimonénico, en lo mejor de la expresion indigenista de un novelista contemporneo, como la de José Maria Arguedas. Centrado en la historia peruana, los Comentarios. es, sin embargo, un libro universal porque su gran motivo recurrente Fitlebrar as granlzaspretrtasylamentar so desapricion—‘am- Joes. ‘Textos y erica Avatte-Arce, Juan Bat ed. El Inca Garcilaso en sus «Comentarios». An- Sredos, 1964, Vics, Inca Garcilaso de la. La Florida del Inca, Pro, de Aurelio Miré Quesa da, estudio de José Durand y ed. de Susana Sperati Pifero, México: Fon: do a ‘Econémica, 1956. Jomentarios reales de los Incas. Ed., indice litico y glosario de Car- los Arantbar, 2 vols. México: Fondo de Cultura ar Historia general del Per, ed. de José Durand, 4 vols. Lima: Universi dad Nacional Mayor de San Marcos, 1962. Dvranp, José. El Inca Garcilaso, clisico de América. Méxi General de Difusién, 1976. ‘Menexez Pioat, Ramén. «La moral en la conquista del Peri y el Inca Gari: aso de la Vega». En Seis temas peruanos. Madrid: Espasa-Calpe, 1960. Mino Quesapa, Aurelio. El Inca Garcilaso y otros estudios garcilacistas. Ma drid: Ediciones Cultura Hispanica, 1971. Porras BarreNecHEA, Ratil. «El Inca Garcilaso de la Vega». En Los cronistas del Peri", pp. 391-424, Puro: WALKER. Enrique. Histor cilaso de la Vega. Madrid Vernex, John Grier. El Inca. T! tin: Texas University Press, 1968. sep, Direccién creacién y profecta en los textos del Inca Gar- yranzas, 1982. nes of Garcilaso de la Vega. Aus 43.2. El ardor verbal e iconogrifico de Guamén Poma _ May distinto es el caso del cronista indio Felipe Guamén (o Hua- man) Poma de Ayala (1534?-1615?), autor de una Nueva corénica y buen gobierno (Paris, 1936) que, después de haber permanecido igno- 202 _Historia de la literatura hispanoamericana, 1 ada por varios siglos, se ha convertido hoy en una de las mis estudia- das y debatidas entre ciertos sectores de la critica. La razén principal para ello es, por un lado, el radicalismo de su visién (una feroz conde- insdlito en cianto es el tinico caso de cronista que es al mismo tiempo ilustrador; la crénica de Mura (3.2.6.), que puede considerarse en. esto un raro antecedente, es un caso distinto porque las ilustraciones no son desu mano. Todo ello ha servido a antropélogos ¢ investigado- res para reconstruir la dialéctica amo-siervo en la colonia. Hoy es una crOnica rodeada de leyenda y de polémicas ideolégicas, que quizé piden juzgar con objetividad una obra que se niega a ser ecudnime. EI silencio sobre la existencia del libro fue total hasta 1908, cuan- do el manuscrito de més de mil paginas de dibujos y apretada escritu- ra, fue hallado en la Biblioteca de Copenhague. Aunque su concep cién 0 redaccién pudo comenzar hacia 1585, el manuscrito mismo resulta ser mas tardio, pues debié ser terminado hacia 1614 0 1615, aiios probables de la muerte de su autor. De éste apenas se sabe algo is de lo que él mismo incluye en su obra, lo que no es mucho ni muy iro. Guamén se presenta como descendiente de la noble dinastia de los Yarovilcas (su propio nombre evoca dos dioses tutelares: haleén y puma), pueblo de la regién oriental de! Perii que fue dominado por Jos Incas. Teniendo su familia buenos lazos —como caciques— con la administracién colonial, no es extrafio que el cronista desempefiase di- vversos cargos menores en ella hasta llegar a ser teniente corregidor él mismo; asi no sdlo aprendié el trabajoso castellano que usaria en su obra, sino que conoceria de cerca a los hombres y el mundo que lue- go denigraria implacablemente. La rebeldia de Guamén se alimenta de lo que vio en esos afios, pero realmente se desata cuando, al volver a su pueblo de Lucanas, descubre los abusos, despojos y miserias a los que las autoridades —coludidas con otros indios advenedizos— han sometido a los suyos. Viejo, empobrecido, convertido en un vagabun- do, decide enviar al Rey Felipe IIT su memorial de protestas y quejas para hacer justicia en estas tierras. El resultado de ese proyecto es la Nueva corénica Hay que tener muy en cuenta, para juzgar el valor de la visién que nos propone, que Guamén pertenecia a un pueblo indigena enemigo de los Incas y que él guardaba todavia el resentimiento de su raza con- tra éstos; su experiencia hist6rica indigena no tiene nada que ver con la del Inca Garcilaso (supra): sus visiones son antag6nicas. Por eso su in- Del clasicismo al manierismo _208 terés en tratar de los tiempos de «mis padres y sefiores que fueron an- tes del inga», precisamente la porcién soslayada en los Comentarios: De ello se ocupa en la primera parte, que lleva el titulo de Nueva cor6- nica; la segunda, mas extensa, se titula Buen gobierno y se refierea la ex- plotacién de los indios a manos de corregidores, curas y caciques, y de Jos remedios que propone para evitar esos males. Es esta parte la que tiene més valor historiografico y la que lleva el peso de la denuncia. La primera es una presentacion de la etapa preincaica como un mundo ar- cédico y paradisiaco (en un grado mayor que laidiica visin incaica de Garcilaso), pues no habia en él mal alguno, ni sequias ni adulterios, ni temblores ni envidia. En cambio, los Incas son vistos con poca simpa- tia, casi tan crueles, opresores ¢ intrusos como los espafioles. Los Incas son, para él, «gente bajan, «pecheros»; el propio Manco Capac, funda- dor del imperio, es considerado el hijo bastardo de una bi Asi, este cronista indio se suma, involuntariamente, ala visién anti- incaica de cronistas toledanos como Ondegardo 0 Sarmiento de Gam- boa (3.2.6.), cuyo objetivo principal era justificar la conquista como una reaccién contra la tirania cuzqueiia; pese a esto, los datos acerca de mitos y creencias cosmog6nicas que aporta sobre esta etapa son de considerable importancia, sobre todo por ser un testimonio directo de la tradicién oral. Ese odio se transfiere, en la segunda parte, a la domi- nacién colonial, que él considera un sistema esencialmente barbaro e inhumano, cuya meta es la destruccién de los ultimos vestigios de la vida comunal indigena. Sin negar el interés que tiene la obra para el folklore, la etnologia y otros estudios culturales, ni el més permanente de su violenta protesta contra las injusticias sufridas por los indios, la obra es de ardua, casi penosa, lectura, salvo en una transcripeién que borre sus accidentes y oscuridades. Hay que reconocer los defectos del texto escrito de Gua- mén (aunque esto haya irritado a los indigenistas) y sefialar que se de- ben probablemente al uso simultaneo de diversos niveles de comu- nicacién (el lenguaje escrito de la vieja cronica castellana, la oralidad de la tradicién historiografica indigena, el sermén evangelizador, la epistola, etc.), pero sin llegar a asimilarlos 0 armonizarlos del todo: hay una fractura entre ellos que no se resuelve del todo. Es, a la vez, un texto congestionado y leno de grandes vacios, que las ilustraciones subsanan. El autor usa la lengua castellana sabiendo que no la domina bien y que no siempre le permite decir lo que quiere; incurre en reite- raciones, confusiones y constantes contradicciones que no ayudan precisamente a su propésito. Sus formulas son elementales (series enu- 204 Historia de xatura hispanoamericana, 1 merativas y cadenas de palabras simplemente yuxtapuestas que se re- piten como letanias) y lucen como un esfuerzo desesperado por tradu- ir a nuestra lengua los sentimientos, los moldes sintécticos y los rit- mos orales de otra, u otras, porque incluye el quechua, el aymara y va- ros dialectos. (Los paledlogos, por cierto, han visto en esa tronchadura expresiva un documento inapreciable para estudiar el proceso de asi- milacién lingiistica y los problemas propios de una cultura bilingiie e histéricamente escindida.) En realidad, el texto no sigue coherentemente las reglas del relato histérico, tal como lo practican los otros eronistas: es una suma algo babélica de pequefios textos descriptivos de personajes, hechos 0 si- tuaciones especificos a los que se refieren los inapreciables 450 dibu- jos que el autor afortunadamente incorporé a su obra para ser mejor na un sistema an- entendido. Esas vifietas (verbales y visuales) re cestral de concepcién del mundo que poco o nad: del Occidente europeo, pero que usa como un medio estrdtegico para integrar la suya en una grandiosa visién utopica. La idea es restaurar el mundo indigena bajo la autoridad directa del Rey de Espafia, volver al pasado sacando experiencias del presente. La Nueva cordnica... no es tanto un fexto ilustrado por imagenes, sino, mas bien una serie de ejemplos o anotaciones escritas como comentario a los dibujos. Estos imos elementos constituyen el verdadero eje de la obra y no es po- sible encarecer més su valor, su eficacia, su encanto y su terrible men- saje acusador. Se ha observado que hay un simbolismo cifrado, de raiz indigena, en la estructura de esos dibujos, lo que aumenta su impacto dramético y su poder persuasorio; también que la integracién de pala- bra hablada y dibujo dentro de las estampas, sigue una técnica compa- rable a la del actualisimo comic. Pero su estudio pertenece (como ocu- rre también con los cédices y pictografias prehispdnicos) al campo de Ia iconografia y los estudios semiticos de los signos visuales, no al de Jaestricta historia literaria; no cabe duda, sin embargo, de que presen- ta un caso apasionante. Guaman es una anomalia en su época: se suma a la vertiente de la crénica, cuyos modelos ya estaban bien establecidos, pero profunda- mente apegado a las tradiciones del relato oral-popular de la cultura aborigen; es una voz indigena solitaria, un patético clamor en defensa dela masa anénima y silenciada, un gesto de pura e irreductible rebel- dia que frecuentemente se expresa con el estribillo «|No hay reme- dio!». Sélo puede compararsele, en cierto nivel, con el de Las Casas (3.2.1), con quien comparte la misma santa ira ante la explotacién del Del clasicismo al manierismo 208 indigena. Guamén continia y agudiza la linea del radicalismo antihis- pénico que distingue a cierta crénica americana. Como Las Casas, la exageracién slo subraya y dramatiza lo que es esencialmente verdad: ambos asistian al fenémeno del holocausto de la poblacién indigena y querian impedirlo; no cabe objetivo més alto para un cronista. Pero las ideas de Guaman estan expresadas de modo confuso y pasan de una formula o imagen admirable a otra peregrina; la suya ¢s una propues. ta con ciertas notas sugestivas, pero cuyos fundamentos a veces pue- den ser gaseosos 0 endebles. Defendia una suerte de purismo cultural: aceptar el mestizaje era, para él, una forma de aceptacién del corrupto sistema colonial. Estaba convencido de que la nueva sociedad sélo podia construirse sobre el modelo indigena, inasimilable a ningtin otro; su mesianismo reafirma- baasila dificultad para fusionar e integrar la masa indigena al resto de la realidad nacional (lo que —hay que admitirlo— ha probado ser un problema real). Pero en la vcheme ato, el autor se ciega ¢ incurre, no de la civilizacién incaica, sino en un hirsuto orgullo de casta relegada y en un racismo ultraindigenista que le inspira las crueles burlas del mestizo y el mulato, a los que escarne- ce como razas degeneradas. Llega incluso a defender un odioso revan- chismo contra los indios plebeyos y los negros: entre sus reformas, esta Ia de que étos paguen tributo. Todo esto parece haber sido ignorado por la critica reciente o explicada con una benevolencia que no se jus- tifica. La utopfa andina del cronista anunciaba la caida inevitable del sistema impuesto por los espafioles en el Pert, pero proponia una in quietante inversin de la injusta pirdmide social presente; mas una res. tauracién del viejo sistema de castas que una utopia liberadora del in- dio cristianizado, como hoy algunos creen. En el dialogo imaginario que en su libro sostiene con Felipe I, el autor deja en claro que la gran reforma solo sera posible si el monarca lo nombre a él «segunda persona» del reino y le otorga un salario digno: el utopista se descubre aqui como funcionario con ciertas pretensiones dentro de un sistema igualmente rigido. La erdnica no importa realmente por el presunto peso de su tesis, sino por la fuerza visceral del reclamo, el grito herido de una raza de- rrotada que se mueve en un mundo caético y violento: transmite muy fielmente la sensacién de vivir un cataclismo cultural. Precisamente para subrayarla, Guamén quiso caricaturizar, burlar y parodi son algunas de las cualidades literarias mas notorias de su cronica ‘Ante la tragedia que contempla y vive, Guaman no tiene mejor recur: 206 Historia de la iteratura hispanoamericana. 1 so que el grotesco. Gustaba usar las tintas gruesas; clasificar los indivi- duos por tipos; remedar y ridiculizar rostros, gestos, lenguajes; tendia alo patético y lo tragicémico. En cuanto comparten ese rasgo, texto y dibujos se conjugan perfectamente. El propio Guamén sefial6 las reac- ciones que su libro produciria en los ectores de su tiempo: «A algunos arrancara lagrimas, a otros dard risa, a otros hara prorrumpir en mal- diciones». Eso es precisamente lo que ha ocurrido con los de nuestro tiempo. Textos y critica: Guaman Poxa De Avata, Felipe. Nueva corénica y buen gobierno. Ed, de Franklin Pease. 2 vols, Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1980. Primer nueva crénica y buen gobiemo. Ed. crit. de John V.Murra y Rolena Adomo, 3 vols. México: Siglo XI, 1980. ‘ADORNO, Rolena, Guamdn Poma. Literatura de resistencia en el Peni colonial. México. Siglo XI, 1991 Lopez Baxat, Mercedes. Icono y conguista. Guamén Poma de Ayala. Madtid: 188. Ponnas BARRENECHEA, Rail, «El cronista indio Felipe Huaman Poma de Aya la». En Los cronistas del Perii*, pp. 615-671 43.3. Otros cronistas del xvi La Historia del Nuevo Mundo del sabio jesuita Bemnabé Cobo (1580-1657) ces una obra monumental, una verdadera enciclopedia americana de cuyas tes partes sdlo se conoce la primera, publicada en Sevilla en 1890-1893; el simple sumario completo del libro es ya abrumador. Cobo llegé a América a fos 16 fi oda su vida en ella, principalmente en el Peni y México. su obra revelan una devocién profunda por estas tirras, sin espiritual con su paisaje, sus hombres, su cultura, con los que estuvo en contacto directo. Comenz6 a escribir su obra magna hacia 1613 y la culminé 40 afios después. Su descripcién de la fauna y flora amezicanas es de una de- vocién casi artistica, sin dejar de tener exactitud cientifca. Ese rigor naturais: talo aplica también al campo de la etnologia y ala antropologta, cuando regis- tra la insttuciones de las culturas prehispanicas, Lo curioso es que, a pesar de su interés de estudioso, su juicio de historiador es bastante negativo sobre la raza indigena, ala que crefa poco capaz de entendimiento y razén. ‘Otto erudito, de obra caudalosa y variadisima, es Antonio de Leén Pinelo Del clasiisma al manierismo _207 (1596-1660), nacido en ia pero cuya pasién americana lo coloca dentro de la licerarura colonial Nuevo Munde hacia 1604, donde se consa. 216 al estudio de su realidad fisica, su historis antigua y reciente. La notorie- io y los importantes cargos que desempeis en el Consejo de Indias, no impidieron que, por ser de familia judi, tuviese roces y dificultades con la Inquisicién. De su produccién merecen mencionarse dos obras: el Epitome de la Biblioteca Oriental y Occidental y Geogrifica (Ma ue es una fuente de informacién enciclopédica de libros escritos sobre las tierras conquistadas por los espafioles; y sobre todo El Paraiso en el Nuevo Mundo (escrito entre 1645 y 1650), vasta crénic: laque exhibe su erudicién, su prosa sobrecargada, su imaginacién y su gusto por lo fabuloso. Su propésito es nada menos que defender la nocién de un Edén americano, idea que ya estaba en los primeros descubridores, comenzando con Colén (2.3.1). Para el autor no cabe duda alguna de la ubicacién precisa std en las margenes del rio Marafion, en la Amazonia peruana, Uno no puede leer esta obra como una erénica, sino como una fantasta inspi rada por la escolistica y como ian ejemplo de los candorosos extremos a los -que podia llegar la especulacién erudita. La tesis de que los cuatro rios ameri- ccanos, el Plata, el Magdalena, el Orinoco y el Marafién, se comunican subte- rrineamente con el Nilo, Ganges, Tigris y Eufrates, no es sino una de tantas, formulaciones delirantes del libro, que a veces le dan el tono febril de la poe- sfa, Pese a la admiracién que todo lo americano le produce, Leén Pinelo com. partia la vision negativa de Cobo sobre el indio, que para él era un ser destina- do ala dominacién por el hombre blanco. De proporciones también colosales de Juan de Solérzano y Pereira (1575. «que habia publicado en latin bajo el Su autor era un eminente juristay oidor en la Audiencia de L en el Peri fue un diligente funcionario humanitars ta. Escrita en un estilo reseco y doctrinal, atiborrada de detalles legales y admi nistrativos poco legibles e interesantes hoy, su Politica... tiene muy poco de cxénica y més de erudito catélogo de todo lo que un buen gobiemo de las In- Ia Politica Indiana (Madrid, 1648) del mejor trato de los natu indigena; mis que aa histori de Iteratura pertenece ala historia dels ideas. Otro cronistaindio, vaioso por su recopilacién del legado tradicional tivo, es Juan de Santa Cruz Pachacuti Yamqui Salcamaygua, cuyos datos _rificos son escastsimos y vagos. Se sabe que nacié en el Cuzco y que su jeerael de los collaguas. Su Relacin de antigiiedades deste reyno del Pini caita hacia 1615 y publicada en Madrid en 1879, tiene el mérito de contenet —pese ala rudeza de su estilo— una iel transcripcién de los cantares hist6ri- cos quechuas sobre la tan discutidas dinastias incaicas, Nacido en Quito, el agustino Gaspar de Villarroel (1587-1665), vivid en 208 Historia de la literatura hispanoamericana. 1 ese iltimo lugar y se distinguié como orador sagrado y cronista de temas eclesisticos, Pese alas densidades teol6gicas de su prosa, sabe adere con amenos episodios, recuerdos y anécdotas, un poco como Rodriguez Freyle (infra). De sus numerosas obras, a de mayor interés es Gobierno ecle sidstico pacifico y unién de los dos cucbllos pontificio y regio (1656-1657), dis- usin sobre los derechos y los poderes eclesistico y temporal en América ‘Alonso de Ovalle (1601-1651) tiene atin mayores virtudes vas yliterarias que el anterior. Su Historica relacién del reino de Je (1646) vale sobre todo por su emocion descriptiva los momentos en que su fervor de enamorado de su patria, lo hacen olvidar que es un cronista y se convierte casi en un puro narrador. La raz6n que lo movia era, en verdad, practica: queria traer mas misioneros a Chile. Textos y critica: ovo, Bemabé. Obras. Ed, de Francisco Mateos. Madrid: Ediciones Atlas, joteca de Autores Espafoles, vols. 91-92.) , Antonio de, El Paraiso en el Nuevo Mundo, Pral. de Rail Porras Barrenechea. Lima: Imp. Torres Aguirre, 1943. vate, Alonso de. Hi lacion del reino de Chile. Ed, de Walter Hanish. Santiago: Edi iversitaria, 1974. Santa Cruz Pacnacurt Yasqut SaLcaMayGua, Juan de. Relacién de las ant: y transeripeién de Pierre Duviols y César Itier. Lima: Institut Frangais d'Etudes Andines, 1993. Esreve Bansa, F. Historiografia indiana. Madrid: 1964. ZONA INTERMEDIA: COLOMBIA 43.4. El extrario caso de «El carnero» Que la evolucién de la cr6nica indiana la habia transformado, en tun plazo relativamente corto, en algo muy distinto de las formas que le dieron origen, queda demostrado con la singular obra del bogotano Juan Rodriguez Freyle (1566-1642), autor de la obra conocida como El carnero (Bogota, 1859). De su vida se sabe relativamente poco y so- bre todo por lo que dice él mismo en su obra. Tuvo una juventud algo aventurera, que lo llevo probablemente a combatir indios rebeldes en su tierra y a Cadiz y Sevilla (1587), ciudades en cuya defensa contra los ataques del pirata Drake se alisté; luego regresa a su patria y alli se de- Del clasicismo al manierismo 208 dica a la agricultura en la regin de Guatavita. Eso no le impidié estar atento a los grandes y menudos acontecimientos del mundillo virrei- nal, con sus llegadas de virreyes, muertes de obispos, luchas por el po- der, intrigas de corte, etc. Rodriguez Freyle ser sobre todo un obser- vador y un testigo, més que un protagonista y menos atin un hombre de imaginacién. Veia la historia como una serie de anécdotas o peque- fias escenas, por lo que puede compararsele con Ricardo Palma. Ama ba los detalles curiosos, minuciosamente registrados, a veces con indi- cacién de fecha y hora. Solo al final (entre sus 70 y 72 afios) de una vida marcada por la os- curidad y la rutina, decide dedicarse a la literatura, tal vez con el deseo de alcanzar la fama que hasta entonces le habia sido esquiva. Esa obra revela interesantes rasgos de su psicologia, sobre todo el de su misogi- 0, més bien, su vivo prejuicio contra la belleza femenina, a la que lera el origen de todos los males. La cuestién del titulo del Car- El titulo comple- to debe ser uno de los més largos que existan; comienza asi: El carne- 70. Conquista y descubrimiento del Nuevo Reino de Granada de las In- dias Occidentales del Mar Océano y fundacién de la ciudad de Bogotd, primera de este Reino... y sigue por diez lineas més. Lo primero que in- triga es el significado de la palabra «carnero» (que bien pudo no ser del autor) y su relacién con la obra. De las numerosas posibles acep- ciones de la palabra, las que més relacién con el texto parecen tener son tres: la que sefiala que la voz proviene del latin carnarius, o sea lu- gar donde se depositan los muertos, fosa comiin; la de depésito en el que se guardan papeles anénimos y pergaminos viejos; y la piel de ani- mal (por analogia con la de «becerto») que servia para forrar libros. Aiin incierto, el sentido de la palabra apunta a la modestia con la que el libro se presenta: una simple miscelinea de cosas reunidas para que no todo «quede sepultado en el olvido», como dice en su prélogo al «Amigo lector», en lo que quiz4 haya una justificacién del titulo de Camero. Es una referencia menos desorientadora que e! largo titulo descriptivo, que parece anunciar simplemente una crénica, un relato histérico carente de «ficiones». No todos estén de acuerdo en que lo sea. Se la ha llamado erénica, historia y, con una evidente exageracién, novela. En realidad, es un hibrido de crénica y costumbrismo —antes S és, Su tema es ‘ranada; pero su actitud es la del escritor de costumbres, que busca lo legendario, lo con: nero ba dado origen a varias discusiones ¢ hipétes 210 Historia de la literatura hispanoamericana. 1 pintotesco, lo curioso y ameno, con una intencién moralizante o di- dactica. Tenemos, asi, relatos sobre fabulosos tesoros ocultos (un mo- tivo frecuente en el libro), sobre «cémo un clérigo engaiié al demo- nio», sobre «cémo un indio puso fuego a la Caja Real por roballa», etc. No hay, por cierto, composicién de novela, pero si conatos novelescos 0, més bien, cuentisticos, pues la historia se hace anécdota y es tratada como tal. Ese desmenuzamiento de lo historico en «historietas» (un cri- tico las ha llamado ¢historielas») sefiala un momento critico en la evolu- cin del género cronistico, que ya aparece aqui invadido por otros mol- des 0 propésitos, muy distintos de los originales. Y algo mis: si el estilo del autor es sencillo, animado, eficaz para mantener el interés del lector y sin mayores complicaciones formales, una corriente subterrinea lo atraviesa y revela que ya corrian los tiempos de barroquismo: la ligereza de las anécdotas esta continuamente mitigada por el pensamiento grave de la muerte, la severidad moral y el temor al abismo del més alla. El car nero es, sin duda, un caso singular en las letras coloniales de su época. Textos y critica: Ropaicuty, Frevte, Juan. El carnero. Ed. de Darfo Achury Valenzuela, Cara cas: Biblioteca Ayacucho, 1979. Conquista y descubrimiento del Nuevo Reino de Granada. Ed. de Jai- ‘me Delgado. Madrid: Historia 16, 1986. uel. «Las mascaras de El Carnero». En Violencia y sub- Rawos, Oscar Gerardo, «Bl carnero, libro tinico de la colonia». Prél. en la 9 ed. de El cemero, Bogota: Bedout, 1968, 4.4, La cuestion de la «novela colonial» ‘Ante el hecho generalmente aceptado de que no hubo novela du- rante la colonia, un sector de la eritica ha debatido las razones de esa ausencia, mientras otros se niegan a creerlo y periédicamente exhu- man documentos para probar que si existieron novelas, pero que han sido soslayadas por los historiadores. Es conveniente esclarecer un poco la cuestién. A partir de 1531, hubo una serie de decretos reales que establecieron y ampliaron la prohibicion relativa a la circulacién, Del clasicismo al manierismo_211 impresi6n y lectura de novelas (2.8.). Se creia que las ficciones fabulo- sas o las historias «vanas o de profanidad», constituian un material de- leznable que debia alejarse de las manos de los lectores, pues podfa in- troducir en las mentes —sobre todo entre jévenes, mujeres e indige- nas— ideas refidas con la moral, el orden social y el respeto a la autoridad. El derecho a la imaginacién y la libre fantasia fueron asi se- veramente restringidos, siguiendo criterios segiin los cuales lo que era bueno o tolerable para la metrépoli, no lo era para sus posesiones de ultramar. Este es un claro indice de la desigualdad del trato que la co- rona dispensaba, tanto en materia mercantil como cultural, a sus stib- ditos indianos pese a sus declaraciones oficiales: todo sistema colonial consiste precisamente en eso. Y demuestra también el enorme poder de la Iglesia sobre las conciencias privadas y la moral publica: todo lo que no cabfa dentro de su interpretacion del canon escolistico podia ser fécilmente suprimido. Naturalmente, esto tenia un peso decisivo sobre escritores y hombres de pensamiento: muchos de ellos, bajo el riesgo de crearse problemas con el poder clerical o politico, sencilla- mente se abstuvieron y practicaron la autocensura. Pero también es cierto que en América, como se decia entonces, «la ley se acata, pero no se cumple». La distancia geografica, la dife- rencia de ambiente social, la inoperancia o negligencia de la autoridad colonial, la convertian muchas veces en letra muerta. La prohibicién peto fue violada sisteméticamente, tal vez porque hizo de lo jo algo todavia més tentador (y mas rentable), tal vez por la simple necesidad humana de buscar esparcimiento en fantasias y fic ciones. Recuérdese que esto ocurria en América mientras en Espafa se produefa un auge novelistico, que va de El Lazarillo de Tormes (1556) a El Buscén (1626) pasando por el Oudjote (1606 y 1615). Los ecos de ese esplendor narrativo legaron de todos modos al nuevo continente y resulté dificil contener la demanda de libros como éstos. Pero su Circulacién fue clandestina, limitada y azarosa, poco aparente para creat un gran publico lector y, menos, autores ¢ impresores dispuestos a satisfacerlos, En el siglo xv1, el impresor Cromberger goz6, por dis- posicién de Carlos V, del monopolio para comerciar libros en México y facilitar el control y la censura; pero por los inventarios que él y su hijo dejaron al morit, podemos saber que los libros prohibidos lega- ron a América precisamente por esa via, y cudles eran los més solicita- dos: los libros de caballerias como el Amadis, las Dianas (como se so- Ifan llamar a toda clase de novelas pastoriles), la Celestina... El hambre por obras de pura fantasfa era evidente y da una idea del carécter sub-

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