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¿Tras el no irlandés a Europa?

Una asamblea constituyente

La democracia. Después del ‘no’ del referéndum irlandés al Tratado de Lisboa,


volvemos a lo de siempre: los problemas de Europa para crear una democracia europea.

OPINIÓN

por Adriano Farano Traducción: Pedro Picón

Constitución europea de 2005, los dirigentes de la Unión esperaban un nuevo gobierno


en el Elíseo, que llegó con la victoria de Sarkozy en 2007, para ponerse de acuerdo
sobre las nuevas reglas para la UE de los 27: el famoso Tratado de Lisboa.

Por supuesto, en Lisboa, el café debía ser delicioso –los portugueses son los mejores,
tras los italianos- pero el Tratado se escribió, negoció y aprobó a puerta cerrada, entre
los dirigentes: como si se tratase de un acuerdo diplomático.

Los irlandeses han dicho no a una Europa que parece estar


ávida de poder

Pues no lo era. Se trataba sobre todo de definir las reglas de la realidad política más
innovadora de los últimos años, la Unión Europea, justamente. Una entidad que, sin
poder llamarse ‘Estado’, ostenta muchos de los poderes que corresponden al mismo:
defender la moneda (el euro), ocuparse de las fronteras (Schengen) y ser una fuente de
legislación (puede que demasiado). Hoy, los irlandeses han dicho no. No a una Europa
que se presenta lejana, burocrática y cada vez con más ganas de poder. Sin embargo, en
un mundo globalizado, necesitamos la UE.

Ahora es el momento de fijar las miras en una verdadera democracia transnacional

Pero hay que explicar a los ciudadanos, discutir y fijar una serie de reglas de forma
democrática. Por esta razón, tras la enésima debacle democrática, nosotros, los
europeos, debemos apostar por la democracia. Y elegir –con una consulta popular, el
mismo día, en todos los países- una Asamblea constituyente cuyo fin sea redactar una
verdadera constitución: un texto conciso, de un máximo de quince páginas, que defina
las reglas del juego. Y no las 380 incomprensibles páginas de lo que llamaron “Tratado
para una Constitución Europea” que, hasta el 13 de junio de 2008 (viernes 13, por
cierto) se llamó –ya en pasado- Tratado de Lisboa. A ese al que los irlandeses dijeron
no.

Quizá debamos estar agradecidos. Siempre y cuando nuestros dirigentes muestren el


valor suficiente para entrar de lleno en una democracia propia del siglo XXI.

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