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DANIEL-ROPS DANIEL-ROPS, hijo de un coronel de artilleria, nacié en 1901, murié en 1965. Hizo sus estudios en Grenoble y después en Lyén. Fue el profesor de Universidad mas joven de Fran- cia. Desde 1925 empieza su produc- cién literaria con un ensayo Nues- tra inquietud, al que siguieron va- rias novelas, como El alma oscura, (1929), Muerte, ¢dénde esta tu vic- toria? (1934), En 1940 empieza a trabajar en EL PUEBLO DE LA BIBLIA. Emprende el ingente trabajo de su Historia de la Iglesia, uno de cuyos tomos es JESUS EN SU TIEMPO, su obra mas conocida, de la cual, solo en lengua francesa se han hecho mas de 500 ediciones y ha sido traducida a 14 idiomas. Su actividad intelectual era pro- digiosa: fundacion de revistas, di- seccién de colecciones enciclopé- dicas, colaboraciones en numero- sas revistas y diarios, conferencias en Francia y en el extranjero. En 1955 fue elegido miembro de la Academia Francesa. © by Librairie Arthéme Fayard e ie Ediciones Palabra, S.A. Castellana, 210 - 28046 Madrid La versién original de este libro aparecié con el titulo JESUS EN SON TEMPS Traduccién Luis Horno Liria Disefo Portada: José Luis Saura Con licencia eclesiastica Printed in Spain 1.S.B.N.: 84-7118-690-X Depésito legal: M. 20.169-1990 Anzos, S. A. - Fuenlabrada (Madrid) DANIEL-ROPS JESUS EN SU TIEMPO EDICIONES PALABRA Madrid Introducci6n ~COMO CONOCEMOS A JESUS? EL MISTERIO DE JESUS La existencia de aquel hombre es un hecho indiscutible. Vivid en una €época perfectamente determinada, bajo los rei- nados de Augusto y de Tiberio. Le conocieron trabajando manualmente como carpintero, llevando en la oreja ig pe- culiar viruta, signo del oficio, empujando la garlopa y ma- nejando el martillo. Le vieron caminar por tal o cual sende- ro que todavia pueden ensefiarnos; le miraron comer pan, aceitunas y, a veces, esos pescados que son la golosina de su pusbles y, por la noche, pudieron contemplarle tendido so- re una estera de juncos o en una hamaca de cuerdas; lo ha- llaron dormido, muerto de cansancio, como un hombre en- tre los demas hombres, del todo semejante a cualquiera de nosotros. Y, sin embargo, dijo las mas sorprendentes palabras que puedan oirse; dijo que El era el Mesias, el testigo providen- cial que habia de promover al Pueblo Elegido a su gloria y su culminacion; y, lo que es mas asombroso atin, dijo que El era el hijo de Dios. Y lo creyeron. Hubo gente capaz de es- coltarle por aquellos caminos de Palestina por los cuales pe- regrinaba sin cesar. Los prodigios salian de sus manos con facilidad desconcertante. Fueron muchos quienes esperaron de El la liberacién politica de Israel. ¢Acaso no tiene sus fa- naticos todo iluminado? Pero para que este escandalo del es- piritu llegara al colmo, aquel hombre se desplomé de un gol- pe, sin oponer resistencia. Ahora bien; lejos de dejarse desa- nimar ee semejante quiebra, sus seguidores se extendieron por todo el mundo para sellar con sangre el testimonio de 7 JESUS EN SU TIEMPO su Divinidad; y, desde entonces, la Humanidad ha converti- do aquella derrota en prueba de victoria y se prosterna ante una cruz patibularia, lo que es exactamente igual que si, ma- fiana, otra iglesia propusiera que las muchedumbres vene- rasen la abyeccién del cadalso. EI misterio de Jestis no es nada mas, ni nada menos, que el Misterio de la Encarnacién. ¢Qué importan esos pequenos enigmas sobre los cuales se escriben voltmenes de glosas? Que no se sepa con precision ni el afio de su nacimiento ni el de su muerte, que se identifique mal su villorrio de ori- gen, todo on lo demas tiene sélo una importancia secun- daria y referida a estrechas perspectivas. Lo esencial reside en el enigma que nos plantea este hombre tan semejante a nosotros, pero cuyas palabras y cuyos gestos sujetaron, en cualquier instante, fuerzas desconocidas, y en cuyo rostro, crispado por la agonia, se transparenta la faz de Dios. Jests pertenece a la Historia, pero excede de la Historia. Si consideramos el nimero y la convergencia de los docu- mentos que le atafien, y la abundancia de los manuscritos que nee tar transmitido del Evangelio, tenemos que decir que no pay ningun personaje de su tiempo sobre quien es- temos tan bien informados. Pero a fuer de «signo de contra- diccién», como ya lo anuncié El mismo, sigue dando ocasién a una disputa milenaria que cada generacién cree util rea- nudar a costa de las otras. Que aquel hombre vulgar, incul- to, renovara de pronto las bases de la filosofia y abriese al mundo futuro un desconocido campo de pensamiento; que aquel humilde hijo de una nacién decaida, nacido en un obs- curo rincén de una pequefia provincia romana, aquel judio innominado, igual a tantos otros de aquellos a quienes des- preciaban los Procuradores de César, hablase con una voz tan potente que cubriera las de los mismos Emperadores, son sorpresas que todavia puede admitir la Historia. Pero es que su vida, tal como nos la cuentan, est tejida de milagros y todo refulge en ella con sobrenatural eviden- cia. Y esos sorprendentes hechos son tan inseparables de la trama de su existencia que, para suprimirlos, es menester desgarrar su misma urdimbre, negar su existencia entera, dudar de la palabra de todos sus testigos. Y, en fin, atin hay algo mas asombroso; y es que aquella vida, concluida en el suplicio, se reanuda en una perspectiva que pasma. Aquel muerto renace; habla, obra, se muestra a quienes le cono- cieron vivo; y este supremo desafio a la légica, dicen sus dis- cipulos que es para ellos el testimonio mas objetivo, el mas 8 ¢COMO CONOCEMOS A JESUS? irrefragable. «Si Cristo no resucit6, grita San Pablo, nuestra predicacién es vana y vana también vuestra fe!» (Primera Epistola a los Corintios, 15, 1). La Historia debe, pues, recha- zar el Cristianismo o aceptar la Resurrecci6n. ¢Explican estas solas dificultades la violencia y la aspe- reza que acompaiian a las discusiones referentes a Jesus? Parece como si no se pudiera hablar de su persona sin ha- cerlo con una pasién en la que no fueran los intereses del conocimiento los Gnicos que jugasen. Pues también es «sig- no de contradiccién» en otro terreno. Su mirada penetra en lo mas profundo de cada uno y juzga; sondea los corazones; estamos con El o contra El. Y El es Aquel cuya voz obliga a todo hombre digno de este nombre a repetirse: «Y ta ¢quién eres?». La moral cambié de sentido desde que, en aquella co- lina sobre el lago de Tiberiades, El pronuncié las frases de las Bienaventuranzas. Y desde entonces todo acontecimien- to no tiene trascendencia sino por El. Episodio historico que supera a la Historia, la vida te Cristo hace algo mas que arrinconar la razon a no sabemos qué tragica humildad: es la suprema explicaci6n y el patr6n por el que todo se mide; y la Historia adquiere por ello su sentido y su justificacion. LO QUE SUPIERON SUS CONTEMPORANEOS Si, en cualquier instante, la vida de Cristo presenta a uien la estudia el enigma de la naturaleza divina que trans- igura el caracter humano, no por eso deja de estar permi- tido considerarla como se haria con la de cualquier otro per- sonaje historico, puesto que el hecho mismo de esta vida es el primer testimonio de la Revelacién. Se plantea entonces el problema que el historiador encuentra en el umbral de toda investigacién: ¢C6mo conocemos a Jestis? Las dificul- tades que las diversas fuentes oponen a nuestra documen- tacién se han agrandado mucho; e incluso demasiados cris- tianos, embaucados por las afirmaciones de una critica que retende ser «ibre», no miden hoy lo bastante la solidez de Be bases sobre las cuales se levanta su fe. El cuadro en que vivid Jestis es eminentemente histéri- co; los textos no lo sittan en un tiempo legendario, en los ho- rizontes de un pasado nebuloso, como hacen las tradiciones referentes a Orfeo, Osiris 0 Mitra. El Imperio romano del si- glo primero nos es conocido con notable precision. Grandes a) JESUS EN SU TIEMPO autores como Tito Livio y Séneca, cuya obra poseemos, la escribieron cuando vivia Jestis; si Virgilio no hubiera muer- toa los cincueta y un afios, hubiera podido verle nifio. Otros, como Plutarco y Tacito, son de la generacion siguiente a la suya. Mas todavia; un grandisimo nimero de personajes aparecen en los relatos referentes a Jestis, son iluminados por otros documentos histéricos; por ejemplo, los que cita San Lucas en el capitulo III de su Evangelio: Tiberio César, Poncio Pilato, Herodes, Filipo, los Sumos Sacerdotes Anas y Caifas y Juan el Bautista, cuyo apostolado y cuya muerte re- fiere Flavio Josefo'. Y no es eso todo: las costumbres, los ha- bitos, todo ese conjunto de rutinas que tan bien data en el tiempo una existencia humana, fueron, por lo que a El res- pecta, exactamente semejantes a los que podemos observar estudiando a sus contemporaneos palestinos. Estamos, pues, ante un hombre cuya accion se situa en un medio politico y social perfectamente estudiado. ¢Seria posible que todas es tradiciones que a El se refieren, caso de ser miticas, fuesen exactas en cuanto al ambiente? Seria preciso suponer que los Evangelistas y los Apéstoles fueron todos especialistas en novela histérica y que, partiendo de documentos, por otra parte diferentes, lograran reconstituir una figura que, a través de todas sus obras, conserva per- fecta Rica Sin embargo, aqui aparece un escollo. ¢Hablaron de Je- sts sus grandes contemporaneos? No. La cosa no tiene nada de sorprendente si volvemos a situar en sus justas perspec- tivas un acontecimiento que hoy nos parece inmenso por las consecuencias que tuvo. Nos cuesta trabajo admitir que la vida, la ensefanza y la muerte de Cristo no tuvieran una re- sonancia tal que las bases del mundo se conmoviesen por ella en aquel mismo instante. Pero de hecho, para el ciuda- dano de Roma que vivia bajo Tiberio, esta historia no tuvo mas importancia que la que tendria para nosotros la apari- cién de algan obscuro profeta en Madagascar o en Reunion. ¢Guardan huella de su existencia los documentos oficia- les de la administracion romana? En Roma se conservaban dos clases de archivos: las Acta Senatus, resefas de las se- siones senatoriales, y los Commentarii principis donde se T Sélo conocemos mal a uno de los citados por San Lucas, a Lysanias, tetrarca de Abilene, aunque dos inscripciones recientemente descubiertas cerca de Abil, confirman su existencia. 10 ¢COMO CONOCEMOS A JESUS? reunia toda la correspondencia enviada al «principe», al Em- perador. No hay ningtin resumen de una deliberacién del Se- nado referente al Cristianismo. ¢Hubo un informe sobre Cristo dirigido a Tiberio por Poncio Pilato? Es muy posible, incluso es probable; pero, desgraciadamente, no lo posee- mos. San Justino, el martir, al escribir hacia 150 su Apologia del Cristianismo, dedicada al Emperador Antonino Pio y a su hijo Marco Aurelio, aludié a esas «Actas de Pilato», sin que, segun su texto, pueda comprenderse si las conocié o si, mas bien, las dio por supuestas. Esta segunda hipétesis parece mas carouicall TAcito nos dice que los archivos imperiales eran secretos y que a nadie se admitia a consultarlos. Cin- cuenta afios después, Tertuliano, el gran polemista africano, consideré que la frase de Justino equivalia a una afirmacion y declaré que el proceso y el acta de ejecucién de Jestis fue- ron remitidos por Pilato a Tiberio. En el siglo tv, unos piado- sos falsificadores, como hubo muchisimos, inventaron este documento, pero se equivocaron y pusieron el nombre del emperador Claudio en lugar del de Tiberio?. cEs total el silencio de los documentos oficiales? En oto- fio del afio 111 llegé con el titulo de legado imperial, a las provincias de Bitini del Ponto, situadas en el litoral del Mar Negro, un gran literato: Plinio el Joven. Como una gran parte de su obra literaria residia precisamente en su corres- pondencia, guardé cuidadosamente copia de los informes que dirigio a su Emperador, Trajano; y asi, el secreto de los archivos imperiales qued6é descubierto en este punto a la osteridad. Plinio era hombre serio e¢ inteligente; un escritor irme, pintoresco, un poco preciosista a veces, y un minucio- so administrador. Durante el afio 112, envid a Trajano una detallada carta a propésito de los cristianos. Habia recibido 2 L Histoire de la ville de Vienne, de M. Mermet (Didot, 1829), contiene «una historia inédita de la Ciudad de Viena bajo los doce Césares, que he traducido y anotado» (p. 9). Esta historia dirigida a C. Plinio Coecilio Secun- do por su autor «Trebonius Rufinus, senador y antiguo ministro de la cita- da ciudad», dataria de 109 0 110. En el libro VI, capitulo VII (p. 281) lee- mos: «Sin embargo se afirma que Tiberio propuso al Senado la admision de Cristo en el rango de los dioses; pero, habiendo sido examinada la cues- tion con todo cuidado, se concluy6 que seria peligroso admitir un culto cuya base consistia en Ia igualdad absoluta entre los hombres. Por otra par- te, parecia inconveniente deificar a un individuo que habia sido condenado al suplicio de los esclavos, con la autorizacion de un procurador romano», Siguen algunas lineas sobre la persecucién de Nerén. En un pasaje bastan- te ambiguo, Eusebio (hacia 325) indica claramente que Tiberio se intereso por las creencias cristinas. JESUS EN SU TIEMPO. unas denuncias y hecho detener a algunos miembros de aquella secta. El sumario, llevado hasta la tortura, en par- ticular en el caso de dos «diaconisas», no revelé nada culpa- ble: aquella gente se reunia, cantaba himnos a Cristo y se comprometian por juramento a no ser ladrones, ni mentiro- sos, ni adtilteros. No habia nada malo en eso. Pero los sacer- dotes de los dioses se quejaban, los templos estaban desier- tos; los vendedores de carne para los sacrificios ya no ha- cian negocio. ¢Qué conducta debia observar el magistrado romano? Lo que resulta de esta carta (y de la respuesta de Trajano) es que, en aquel tiempo, el Cristianismo existia ya sdlidamente instalado en el Asia Menor, que los Cristianos de entonces sabian todos que descendian de Cristo y que lo tenian por Dios*. Poco después, un rescripto del Emperador Adriano, diri- gido en el afio 125 al proconsul de Asia, Minucio Fundano, confirmé el testimonio de Plinio. El predecesor de Minucio habia sefialado ciertos abusos cometidos con ocasi6n de di- versos procesos anticristianos; acusaciones provocadoras de disturbios y denuncias bajamente interesadas. Adriano, Em- perador prudente, decidié que los acusadores deberian pre- sentarse ellos mismos y, que si habian acusado calumniosa- mente, se les castigase. Pero 112 y 125 son dos fechas bastante tardias, posterio- res en ochenta y noventa afios a la muerte de Jests. No ha- bré ningiin texto que dé detalles referentes a 6poca mas cer- cana al acontecimiento? El mas importante proviene de Ta- cito, es decir, del historiador latino sin duda mas sdlido, en quien la sensibilidad y la imaginacién, no obstante ser vivas, no ponen trabas a una voluntad critica rara en su tiempo y a una gran honradez en la busqueda de documentos. Pues TAcito, que escribe sus Anales hacia 116, nos habla de los Cristianos a propésito del incendio de Roma, en 64: «Un ru- mor infamante, dice, atribuy6 a Ner6n la orden del incen- dio. Para cortarlo de raiz, fingié él unos culpables y entreg6 a las mas refinadas torturas a unos hombres, detestados por sus fechorias, a quienes el pueblo Ilamaba Cristianos. Este 3A veces se ha preguntado por qué Plinio, que habia sido pretor en Roma, es decir, justicia mayor, sintié la necesidad de hacer tantas pregun- tas a propésito de los Cristianos. ‘Tuvo que haber visto muchos en Roma! Y parece que su carta significa sobre todo que, por haberlos estudiado me- jor en Asia Menor, ya no compartia las odiosas ideas que con respecto a la ‘secta cristiana corrian por la Ciudad Eterna. 12

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