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2009
VOCACIÓN E IDENTIDAD DEL
SACERDOTE DEL TERCER
MILENIO
INTRODUCCIÓN
Para afrontar los desafíos actuales, el sacerdote necesita una comprensión
clara de su propia identidad, pero ¿qué es una identidad sacerdotal auténtica?
Se puede comenzar recordando brevemente lo que no es: no es ser un
trabajador social, un maestro, un investigador, un consejero o cualquier otro
tipo de profesional.
Al contrario, esta identidad puede ser comprendida de manera adecuada
sólo según sus dimensiones cristológicas y trinitarias. Aunque los papeles
desempeñados por el sacerdote puedan cambiar según los desafíos de los
nuevos tiempos, «existe un aspecto esencial del sacerdote que no cambia: el
sacerdote de mañana, no menos que el sacerdote de hoy, debe semejar a
Cristo. Cuando vivía en esta tierra, Jesús manifestó en su misma persona el
papel definitivo del sacerdocio (...) el sacerdote del tercer milenio (...) seguirá
siendo el llamado a vivir el sacerdocio único y permanente de Cristo»1.
Además, la dimensión «relacional» fundamental de la identidad sacerdotal
«surge de las profundidades del misterio inefable de Dios, es decir, por el
amor del Padre, la gracia de Jesucristo y el don de la unidad del Espíritu
Santo, el sacerdote entra de manera sacramental en la comunión con el obispo
y con los demás sacerdotes para servir al Pueblo de Dios que es la Iglesia y
llevar a toda la humanidad a Cristo»2.
Por ello, la identidad sacerdotal es lo más característico y esencial que
posee el sacerdote, ya en cuanto a lo que pudiéramos llamar dimensión
metafísica y dimensión personal, pero en una consideración real y concreta
como es la existencia de esta persona participando del sacerdocio de Cristo,
consagrando totalmente su vida a su perfecto ejercicio, bajo la acción del
Espíritu Santo para gloria del Padre y la salvación de las almas.
Todo esto, no únicamente supone sino que de hecho exige una perfecta
configuración con Cristo Sumo y Eterno Sacerdote, de quien se prolonga su
misión sacerdotal a través de los tiempos y en las circunstancias concretas de
cada hombre, según su época y su historia. Y por eso, hablar de identidad
sacerdotal, será consecuentemente hablar de identificación con Cristo en lo
que tiene de más significativo: en cuanto sacerdote, su función de mediador
entre Dios y los hombres. Esto requiere en la existencia del sacerdote una
1
JUAN PABLO II, Exhortación apostólica post-sinodal Pastores Dabo Vobis (=PDV) (25
marzo 1992), 5: AAS 84 (1992) 664.
2
PDV 12.
comunicación preclara con Dios, a tal punto que lo identifique con Cristo
Sumo y Eterno Sacerdote, capaz de entregarle a los hombres la plenitud de la
riqueza de Dios, pero también exige una identificación del sacerdote con los
hombres que encaminan sus pasos a la casa del Padre, para que no los
defraude en su ascensión y alcance cabalmente la felicidad cumplida: la
bienaventuranza eterna.
Cristo se presenta como el perfecto Sacerdote que realiza la cabal unión
entre Dios y el hombre. Este hecho singular se efectúa en su propia existencia.
Cristo es perfecto Dios y perfecto Hombre. En Cristo habita la plenitud de la
Santidad (cf. Col 2,9) y por lo mismo puede comunicarla a todos los hombres.
Cristo posee una naturaleza humana cabal que la ofrece a Dios como
expresión perfecta de amorosa oblación (cf. Hb 9,14). En Cristo se realiza en
forma admirable, perfecta, irrepetible esta indisoluble comunión: Dios y el
hombre.
La meta suprema de todo sacerdote será, pues, intentar lograr una
identificación, en cuanto sea posible, con Cristo Sumo y Eterno Sacerdote. Es
decir, poseer en una plenitud de actuación tanto la naturaleza humana, que le
corresponde por su condición de hombre, como la naturaleza divina, que Dios
le ha entregado por participación, por adopción, mediante la efusión de su
Espíritu (cf. Gál 4,6; Rm 5,5). Estos principios tan simples conducen a
consecuencias trascendentales, pues nos presentan al sacerdote en su justa y
verdadera dimensión, en su correcta identidad: Un hombre pleno de la Vida de
Dios que es conocimiento del Misterio Divino (cf. Jn 17,3), que es
participación de la Divina Caridad (cf . 1Jn 4,7-21). Un hombre preocupado
de hacer eficaces los deseos de sus hermanos por disfrutar más
abundantemente de la vida de Dios. Verdadero puente de unión entre Dios y
los hombres.
Afianzado en un concepto adecuado de su identidad, el sacerdote está
preparado a confrontarse con los desafíos de hoy, algunos de los cuales son
positivos y otros negativos. En lo positivo, hay un gran deseo de paz y justicia,
de protección de la dignidad humana, de cooperación y solidaridad
internacional; a ello se agrega un desarrollo rápido y continuo de la ciencia y
la tecnología, en particular de la tecnología de la información, que lleva a una
interacción positiva entre las culturas. Además, a medida que se debilitan las
ideologías, aparecen nuevas oportunidades de evangelizar o volver a
evangelizar3.
Junto con estos elementos positivos de la cultura actual que desafían al
sacerdote en el ejercicio de su identidad como alter Christus, se observan
desafíos negativos muy poderosos. Se enumera los siguientes: el racionalismo,
que embota la sensibilidad ante la revelación divina; un individualismo
solitario, que conduce al hedonismo y al consumismo y, además, a una
capacidad cada vez menor para relacionar lo humano con lo divino; el temor
hacia los compromisos de por vida; una prosperidad material y un sentido de
3
Cf. PDV 6.
autosuficiencia que hacen que muchos no sientan la necesidad de Dios; la
ruptura cada vez más acentuada de los valores familiares tradicionales, a
través de la contracepción, el aborto y el sexo extramatrimonial.
¿De qué manera podrá obrar el sacerdote ante los desafíos que se acaba de
enumerar? Es imposible prever cómo, en la fidelidad a su identidad, cada
sacerdote ha de responder a su situación concreta e individual; pero se puede
afirmar, en cambio, que toda solución requiere la cooperación plena de la
comunidad como sostén en la fe.
Finalmente, los Padres sinodales que elaboraron la exhortación apostólica
Pastores Dabo Vobis han resumido, en pocas pero muy ricas palabras, la
verdad, más aún el misterio y el don del sacerdocio ministerial, diciendo:
“Nuestra identidad tiene su fuente última en la caridad del Padre. Con el
sacerdocio ministerial, por la acción del Espíritu Santo, estamos unidos
sacramentalmente al Hijo, enviado por el Padre como Sumo Sacerdote y buen
Pastor. La vida y el ministerio del sacerdote son continuación de la vida y de la
acción del mismo Cristo. Esta es nuestra identidad, nuestra verdadera dignidad,
la fuente de nuestra alegría, la certeza de nuestra vida”4.
4
Mensaje de los Padres sinodales al Pueblo de Dios (28 octubre 1990), III, en: L
´Osservatorio Romano, 29-30 octubre de 1990.
CAPÍTULO I
23
JUAN PABLO II, Exhortación apostólica post-sinodal Pastores dabo vobis (=PDV) 17:
AAS 84 (1992) 684.
24
Cf. LG 7; 1 Cor 12,1-11.
25
CEC 1547.
26
CEC 1592.
27
PDV 74.
28
CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, Instrucción interdicasterial Ecclesiae de Mysterio sobre
algunas cuestiones acerca de la colaboración de los fieles laicos en el sagrado ministerio
de los sacerdotes (15 agosto 1997), Libreria Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano 1997,
11-12: AAS 89 (1997) 850-852.
a) el sacerdocio ministerial tiene su raíz en la sucesión apostólica y esta
dotado de una potestad sagrada29, la cual consiste en la facultad y
responsabilidad de obrar en persona de Cristo Cabeza y Pastor30;
b) esto es lo que hace de los sagrados ministros servidores de Cristo y de la
Iglesia, por medio de la proclamación autorizada de la Palabra de Dios,
de la celebración de los Sacramentos y de la guía pastoral de los fieles31.
Poner el fundamento del ministerio ordenado en la sucesión apostólica, en
cuanto tal ministerio continúa la misión recibida de los Apóstoles de parte de
Cristo, es punto esencial de la doctrina eclesiológica católica32.
El ministerio ordenado, por tanto, es constituido sobre el fundamento de
los Apóstoles para la edificación de la Iglesia33: “está totalmente al servicio de
la Iglesia misma”34. “A la naturaleza sacramental del ministerio eclesial está
intrínsecamente ligado el carácter de servicio. Los ministros en efecto, en
cuanto dependen totalmente de Cristo, quien les confiere la misión y
autoridad, son verdaderamente ‘esclavos de Cristo’ (cf. Rm 11), a imagen de
El que, libremente ha tomado por nosotros ‘la forma de siervo’ (Flp 2,7).
Como la palabra y la gracia de la cual son ministros no son de ellos, sino de
Cristo que se las ha confiado para los otros, ellos se harán libremente esclavos
de todos”35.
Finalmente, Juan Pablo II, resume diciendo:
“El sacerdocio del que participamos por medio del sacramento del Orden, que
ha sido “impreso” para siempre en nuestras almas mediante un signo especial
de Dios, es decir, el “carácter”, está relacionado explícitamente con el
sacerdocio común de los fieles, esto es, de todos los bautizados y, al mismo
tiempo se diferencia de éste, “esencialmente y no sólo en grado”36. De este modo
cobran pleno significado las palabras del autor de la Carta a los Hebreos, sobre
el sacerdote, “tomado de entre los hombres, es instituido en favor de los
hombres” (Hb 5,1)”37.
29
LG 10, 18, 27, 28; CONCILIO VATICANO II, Decreto sobre el ministerio y la vida de los
presbíteros Presbyterorum Ordinis (=PO) 2. 6; CEC 1538. 1576.
30
PDV 15; CEC 875.
31
PDV 16; CEC 1592.
32
PDV 14-16; CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Carta Sacerdotium ministeriale
(6 agosto 1983), III, 2-3: AAS 75 (1983), 1004-1005.
33
Cf. Ef 2,20; Ap 21,14.
34
PDV 16.
35
CEC 876.
36
LG 10.
37
JUAN PABLO II, Carta del Santo Padre a los sacerdotes con ocasión del Jueves Santo, 8
de abril de 1979, 3: AAS 71 (1979) 395.
CAPÍTULO II
VOCACIÓN CRISTIANA
Cada cristiano recibe una llamada para una misión especial dentro de la
Iglesia.
Así, vocación es llamada a la misión y servicio eclesial que Cristo
encomienda a cada uno. Cada persona es llamada porque es amada; cada uno
recibe una llamada irrepetible.
“La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a
la comunión con Dios. El hombre es invitado al diálogo con Dios desde su
nacimiento; pues no existe sino porque, creado por Dios por amor, es
conservado siempre por amor; y no vive plenamente según la verdad si no
reconoce libremente aquel amor y se entrega a su Creador”39.
La vocación es un don e iniciativa de Dios que expresa la predestinación de
cada uno para los planes salvíficos, personales y comunitarios40. Este don de
Dios se comunica con la cooperación de la familia, de la comunidad eclesial y,
especialmente, de la persona llamada, que debe responder libremente.
38
JUAN PABLO II, Angelus del 3 de diciembre de 1989, 2, citado en: DIEGO COLETTI, El
sacerdocio. Don de Dios, Conferencia Episcopal Peruana, Lima 1992, 50.
39
Concilio Vaticano II, constitución dogmática sobre la iglesia en el mundo actual,
Gaudium et Spes (=GS) 19,1.
40
El CIC describe estas ‘llamadas personales’ en estados o condiciones de vida
específicos dentro de la Iglesia: “Por institución divina, entre los fieles hay en la Iglesia
ministros sagrados, que en el derecho se denominan clérigos; los demás se llaman laicos.
Hay, por otra parte, fieles que perteneciendo a uno de ambos grupos, por la profesión de los
consejos evangélicos, se consagran a Dios (religiosos) y sirven así a la misión de la
Iglesia”, CIC 207.
Teniendo presente que la vocación última del hombre es realmente una sola,
es decir, la vocación divina41.
Por esta llamada especialísima de Dios a la vida divina, el ‘elegido’ está
invitado a seguirlo en una vocación específica dentro de las realidades
eclesiales42. Así, unos son llamados al matrimonio, otros a la vida religiosa,
otros al ministerio sacerdotal43.
“La vocación al matrimonio se inscribe en la naturaleza misma del hombre y de
la mujer, según salieron de la mano del Creador”44.
“La vida consagrada a Dios se caracteriza por la profesión pública de los
consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia en un estado de vida
estable reconocido por la Iglesia”45.
Pero este llamado ha de realizarse en la comunidad donde se vive de amor
en la dimensión de la cruz. Comunidad que vive la fe como experiencia
existencial de la presencia de Dios. En ella, el fiel redescubre su vocación
cristiana: la llamada, que Dios dirige a cada ‘elegido’ al manifestarle el
misterio de la salvación y, a la vez, el puesto, que debe ocupar con referencia
al mismo misterio, como hijo adoptivo en el Hijo46.
VOCACIÓN SACERDOTAL
La vocación sacerdotal es una concreción de la vocación cristiana, para
participar, de modo peculiar, en la unción y misión de Cristo sacerdote.
La iniciativa de la llamada la tiene siempre Dios, que ha elegido a cada uno
en Cristo desde la eternidad; pero se vale de medios humanos eclesiales para
hacer ver esta llamada. Por ello, nadie puede atribuirse a sí mismo el ‘carisma’
de la vocación sacerdotal.
La vocación sacerdotal es la llamada a participar en la misión que Cristo
confió a los Apóstoles y que ahora se transmite por la imposición de manos en
la ordenación sacerdotal. Esta vocación se complementa con las otras
vocaciones dentro del Pueblo de Dios, es decir, con la vocación laical y la de
vida consagrada.
Las señales de vocación sacerdotal se manifiestan en el mismo llamado y
en la comunidad en que vive. Estas señales son: recta intención, idoneidad o
cualidades, decisión libre, llamada de la Iglesia.
41
Cf. GS 22; LG 16; AG 7.
42
El Catecismo señala que los sacramentos de iniciación cristiana “fundamentan la
vocación común de todos los discípulos de Cristo, que es vocación a la santidad y a la
misión de evangelizar el mundo”, (CEC 1533). Cf. LG 41.
43
“Las tres vocaciones, con su diversidad y relación mutua, tienden a la construcción
armónica de la Iglesia como Pueblo de Dios y Cuerpo de Cristo”, J. EZQUERDA BIFET, El
sacerdocio hoy. Documentos del magisterio eclesiástico, BAC, Madrid 21985, 551.
44
CEC 1603.
45
CEC 944.
46
Cf. CONCILIO VATICANO II, Constitución dogmática sobre la divina revelación, Dei
Verbum, 5; CEC 1-2, 142.
Esta llamada suscita una respuesta de decisión, donación y gozo:
«Se sientan ayudados a consolidar su decisión de abrazar la vocación con
entrega personal y alegría de espíritu»47.
El sacerdote está llamado, en sus propias circunstancias, allí donde Dios le
ha colocado, a encontrar, conocer y amar a Cristo en el ejercicio de su
ministerio y a identificarse cada vez más con Él48.
Por ello, la vocación sacerdotal es «esencialmente una llamada a la
santidad, que nace del sacramento del Orden»49.
2.1 Existencia
2.1.1 Origen y razón de ser de la vocación sacerdotal
La Pastores dabo vobis reconoce la raíz y el origen de la vocación
sacerdotal en el diálogo entre Jesús y Pedro:
“Formarse para el sacerdocio es aprender a dar una respuesta personal a la
pregunta fundamental de Cristo: ‘¿Me amas?’ Para el futuro sacerdote, la
respuesta no puede ser sino el don total de su vida”50.
La vocación sacerdotal es, por lo tanto, un acontecimiento sobrenatural de
gracia, una intervención libre y soberana del Señor que “llamó a los que él
quiso y se reunieron con él” (Mc 3,13)51.
“El Señor Jesús, después de haber hecho oración al Padre, llamando a sí a los
que El quiso, eligió a los doce para vivir con El y enviarlos después a predicar el
Reino de Dios (cf. Mc 3,13-19; Mt 10,1-42); a estos Apóstoles (cf. Lc 6,13) los
fundó a modo de colegio, es decir, de grupo estable, y puso al frente de ellos,
sacándolo de en medio de ellos, a Pedro (cf. Jn 21,15-17). Los envió Cristo,
primero a los hijos de Israel, luego a todas las gentes (cf. Rm 1,16) para que, con
la potestad que les entregaba, hiciesen discípulos suyos a todos los pueblos, los
santificasen y gobernasen (cf. Mt 28,16-20; Mc 16,15; Lc 24,45-48; Jn 20,21-23)
y así dilatasen la Iglesia y la apacentasen, sirviéndola, bajo la dirección del
Señor, todos los días hasta la consumación de los siglos (cf. Mt 28,20). En esta
misión fueron confirmados plenamente el día de Pentecostés (cf. Hch 2,1-26),
según la promesa del Señor: ‘Recibiréis la virtud del Espíritu Santo, que vendrá
sobre vosotros, y seréis mis testigos así en Jerusalén como en toda la Judea y
Samaria y hasta el último confín de la tierra’ (Hch 1,8). Los Apóstoles, pues,
predicando en todas partes el Evangelio (cf. Mc 16,20), que los oyentes recibían
por influjo del Espíritu Santo, reúnen la Iglesia universal que el Señor fundó
sobre los Apóstoles y edificó sobre el bienaventurado Pedro, su cabeza, poniendo
47
CONCILIO VATICANO II, Decreto sobre la formación sacerdotal Optatam Totius (=OT)
14.
48
D. CASTRILLÓN HOYOS, Carta con motivo de la Jornada mundial por la santificación de
los sacerdotes, 18 de junio 2004.
49
PDV 33.
50
PDV 42; cf. Jn 21.
51
Cf. PDV 65.
como piedra angular del edificio a Cristo Jesús (cf. Ap 21,14; Mt 16,18; Ef
2,20)”52.
Esta vocación tiene su razón de ser en una llamada exclusiva del Señor
para una misión de servicio:
“El sacerdocio ministerial encuentra su razón de ser en esta perspectiva de la
unión vital y operativa de la Iglesia con Cristo. En efecto, mediante tal
ministerio, el Señor continúa ejercitando, en medio de su Pueblo, aquella
actividad que sólo a Él pertenece en cuanto Cabeza de su Cuerpo”53.
“Para apacentar el Pueblo de Dios y acrecentarlo siempre, Cristo Señor
instituye en su Iglesia diversos ministerios ordenados al bien de todo el Cuerpo.
Porque los ministros que poseen la sagrada potestad están al servicio de sus
hermanos, a fin de que todos cuantos son miembros del Pueblo de Dios y gozan,
por tanto, de la dignidad cristiana, tiendan libre y ordenadamente a un mismo fin
y lleguen a la salvación”54.
2.1.2 Fundamento de esta vocación
La vocación al ministerio sacerdotal, lo recordamos con palabras de Pablo
VI, «no es una profesión o un servicio cualquiera ejercido a favor de la
comunidad eclesial, sino un servicio que participa de manera absolutamente
especial y con un carácter indeleble en la potencia del sacerdocio de Cristo»55.
Por ello, en el fundamento de la vocación sacerdotal, existe la relación de
amor intenso, apasionado, ardiente, exclusivo y totalizador entre Cristo Señor
y el llamado. Sin esta experiencia “arrasadora”, que cambia, y en cierto
sentido desconcierta la vida, no existe una auténtica vocación, una verdadera
comprensión del actuar poderoso de Dios, en el acontecimiento histórico de
cada uno.
Este amor, que obviamente tiene origen divino, realmente envuelve el
corazón humano, la inteligencia, la libertad, la voluntad y la afectividad del
llamado, ya que, en razón de la profunda unidad del hombre, todas sus
52
LG 19. Cf. CONCILIO VATICANO I, Const. Dogmática sobre la Iglesia de Cristo Pastor
aeternus: DH 3050s; SAN GREGORIO, Liber sacramentorum. Praefacio in Cathedra S. Petri,
in natali S. Mathiae et S. Thomae: PL 78, 50, 51 y 152; SAN HILARIO, In Ps., 67,10: PL
9,450; SAN JERÓNIMO, Adv. Iovin, 1,26: PL 23,247a; SAN AGUSTÍN, In Ps., 86,4: PL 37,1103;
SAN GREGORIO MAGNO, Mor. in Iob., XXVIII V: PL 76,455-456; PRIMASIO, Comm. in Apoc.,
V: PL 68,924c; PASCASIO, In Mt., L. VIII, capítulo 16: PL 120,561c; LEÓN XIII, Epist. Et
sane, 17 dic. 1888: AAS 21 (1888) 321.
53
CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros
(31 enero 1994), Libreria Editrice Vaticana, Vaticano 1994, 1.
54
LG 18. La Iglesia constituida mediante el don del Espíritu con una trabazón orgánica,
participa de diversos modos en las funciones de Cristo Sacerdote, Profeta y Rey, para que
en nombre suyo y con su poder pueda llevar a cabo, como pueblo sacerdotal, la misión de
la salvación. Cf. SAN CLEMENTE ROMANO, 1 Ad Cor. 44,2-3.
55
PABLO VI, «Mensaje a los sacerdotes», 30 de junio de 1968, al clausurar el Año de la
Fe, 5: AAS 60 (1968) 468; cf. LG 10 y 28. “La vocación sacerdotal continuará siendo la
llamada a vivir el único y permanente sacerdocio de Cristo”, JUAN PABLO II, Angelus (14
enero 1990), 2, en: L'Osservatore Romano, 15-16 enero 1990.
dimensiones son como “arrebatadas” e intensamente plasmadas por la llamada
del Señor56.
“Con la caridad pastoral, que caracteriza el ejercicio del ministerio sacerdotal
como ‘amoris officium’57, ‘el sacerdote, que recibe la vocación al ministerio, es
capaz de hacer de éste una elección de amor, para el cual la Iglesia y las almas
constituyen su principal interés y, con esta espiritualidad concreta, se hace capaz
de amar a la Iglesia universal y a aquella porción de Iglesia que le ha sido
confiada, con toda la entrega de un esposo hacia su esposa’58”59.
2.2 Naturaleza
La fuente principal de la vocación sacerdotal es Dios mismo, en su libre y
misericordiosa voluntad60. He aquí por qué decía a sus apóstoles:
“Ustedes no me escogieron a mí, pero yo he escogido, y han nombrado a usted
para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca”61.
Y San Pablo, al mismo tiempo que exalta el sacerdocio de Jesucristo por
encima de la Antigua Alianza, señaló que cada sacerdote legítimo, siendo por
naturaleza un mediador entre Dios y los hombres, depende principalmente de
la benevolencia divina:
“Porque todo sumo sacerdote tomado de entre los hombres está establecido para
los hombres en las cosas que pertenecen a Dios... Y nadie se arroga tal dignidad,
sino el llamado por Dios, lo mismo que Aarón”62.
Por ello, muy excelsa y gratuita es la vocación de participar en el
sacerdocio de Jesucristo, del que el mismo Apóstol escribe:
“Cristo no se apropió la gloria del sumo sacerdocio... y cuando perfeccionado,
se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen,
proclamado por Dios Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec”63.
56
La vocación nace, crece, se desarrolla, se mantiene fiel y fecunda, sólo en la intensa
relación con Cristo.
57
Cf. SAN AGUSTÍN, In Iohannis Evangelium Tractatus 123,5: CCL 36,678.
58
A los sacerdotes participantes en un encuentro convocado por la Conf. Episcopal
Italiana (4 noviembre 1980): Insegnamenti, III/2 (1980), 1055.
59
PDV 23.
60
Cf. PABLO VI, Carta apostólica Summi Dei Verbum, 10: AAS 55 (1963) 983.
61
Jn 15,16.
62
Hb 5,1.4. “Consagrado, como por una divina vocación, a este agustísimo misterio,
está constituido en lugar de los hombres en las cosas que tocan a Dios, para ofrecer dones y
sacrificios por los pecados”, PÍO XII, Exhortación apostólica sobre el fomento de la
santidad sacerdotal Menti Nostrae 5: AAS 42 (1950) 659.
63
Hb 5,5.9-10. Ratzinger comentando la definición introductoria que hace la PO 1 del
sacerdocio dice ‘que por la consagración los presbíteros son ordenados al servicio de Cristo
Maestro, Sacerdote y Profeta y participan de su ministerio por medio de las cuales la Iglesia
aquí en la tierra es incesantemente edificada como Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo y
Templo del Espíritu Santo’, J. RATZINGER, «La doctrina del Concilio Vaticano II sobre el
sacerdocio», en: VE 49 (2001) 18.
Por lo tanto, con razón San Juan Crisóstomo escribe en su valioso tratado
De Sacerdotio:
“El sacerdocio se ejerce en la tierra pero tiene el rango de las órdenes
celestiales, y ciertamente con justicia. Porque no fue el hombre, ni los ángeles, ni
los arcángeles, ni ningún poder creado, sino que el mismo Espíritu Santo quien
instituyó este oficio: y él hizo que los hombres pudieran realizar un ministerio de
los ángeles”64.
Asimismo, el decreto sobre el ministerio y la vida de los presbíteros
Presbyterorum Ordinis dice:
“Mas el mismo Señor, para que los fieles se fundieran en un solo cuerpo, en que
‘no todos los miembros tienen la misma función’65, entre ellos constituyó a
algunos ministros que, ostentando la potestad sagrada en la sociedad de los
fieles, tuvieran el poder sagrado del Orden, para ofrecer el sacrificio y perdonar
los pecados66, y desempeñar públicamente, en nombre de Cristo, la función
sacerdotal en favor de los hombres. Así, pues, enviados los apóstoles, como El
había sido enviado por el Padre67, Cristo hizo partícipes de su consagración y de
su misión, por medio de los mismos apóstoles, a los sucesores de éstos, los
obispos68, cuya función ministerial fue confiada a los presbíteros69, en grado
subordinado, con el fin de que, constituidos en el Orden del presbiterado, fueran
cooperadores del Orden episcopal, para el puntual cumplimiento de la misión
apostólica que Cristo les confió70.
El ministerio de los presbíteros, por estar unido al Orden episcopal, participa de
la autoridad con que Cristo mismo forma, santifica y rige su Cuerpo. Por lo cual,
el sacerdocio de los presbíteros supone, ciertamente, los sacramentos de la
iniciación cristiana, pero se confiere por un sacramento peculiar por el que los
presbíteros, por la unción del Espíritu Santo, quedan marcados con un carácter
especial que los configura con Cristo Sacerdote, de tal forma, que pueden obrar
en nombre de Cristo Cabeza”71.
64
SAN JUAN CRISÓSTOMO, De Sacerdotio, Lib. III, 4: PG 48,642.
65
Rm 12,4.
66
Cf. Concilio de Trento, Ses. 23, cap. 1 y can. 1: DH 1764 y 1771.
67
Cf. LG 18.
68
Cf. LG 28.
69
IBÍD.
70
Cf. PONTIFICAL ROMANO, De la ordenación del presbítero, prefacio. Estas palabras se
encuentran ya en el SACRAMENTARIO VERONENSI, ed. L.C. Mohlberg, Roma 1957, 9; también
en el Libro SACRAMENTORUM ROMANAE ECCLESIAE, ed. L.C. Mohlberg, Roma 1960, 25; en el
MISSALE FRANCORUM, ed. L.C. Mohlberg, Roma 1957, 9; en el PONTIFICAL ROMANO GERMÁNICO,
ed. Vogel-Elze, Citta del Vaticano 1963, vol. I, 34.
71
PO 2. “En el n. 2 se habla de la potestad de ofrecer el sacrificio y perdonar los
pecados. Pero esta tarea peculiar del sacerdote está insertada, en forma muy explícita, en
una visión histórico-dinámica de la Iglesia, en la que todos tienen ‘parte en la misión’ de
todo el Cuerpo, pero ‘no todos tienen la misma función’”, J. RATZINGER, «La doctrina del
Concilio Vaticano II sobre el sacerdocio», 18.
El ministerio sacerdotal del NT, que continúa el ministerio de Cristo
mediador, hace perenne la obra esencial de los apóstoles:
“El sacerdocio es, ciertamente, el gran don del Divino redentor: pues éste, a fin
de perpetuar hasta el final de los siglos, la obra de la redención, por él
consumada en su sacrificio de la Cruz, confió su potestad a la Iglesia, a la que
quiso hacer partícipe de su único y eterno sacerdocio. El sacerdote es como otro
Cristo (alter Christus), porque está sellado con un carácter indeleble, por el que
se convierte casi en imagen viva de nuestro Salvador; el sacerdote representa a
Cristo, el cual dijo: ‘Como el Padre me envió, así yo os envío a vosotros’ (Jn
20,21), ‘el que a vosotros os escucha a mi me escucha’ (Lc 10,16)”72.
En efecto, proclamando eficazmente el Evangelio73, reuniendo y guiando la
comunidad, perdonando los pecados74, viviendo santamente75 y, sobre todo,
celebrando la Eucaristía76, hace presente a Cristo, cabeza de la Iglesia, en el
ejercicio de su obra de redención humana y de perfecta glorificación a Dios.
“El fin que buscan los presbíteros con su ministerio y con su vida es el procurar
la gloria de Dios Padre en Cristo. Esta gloria consiste en que los hombres
reciben consciente, libremente y con gratitud la obra divina realizada en Cristo,
y la manifiestan en toda su vida. En consecuencia, los presbíteros, ya se
entreguen a la oración y a la adoración, ya prediquen la palabra, ya ofrezcan el
72
PÍO XII, Exhortación apostólica sobre el fomento de la santidad sacerdotal Menti
Nostrae 5: AAS 42 (1950) 659. “El sacerdocio es un ministerio instituido por Cristo para
servicio de su Cuerpo místico, que es la Iglesia”, PABLO VI, Encíclica sobre el celibato
sacerdotal Sacerdotalis Caelibatus 62.
73
“Dios concede a los presbíteros la gracia de ser entre las gentes ministros de
Jesucristo, desempeñando el sagrado ministerio del Evangelio, para que sea grata la
oblación de los pueblos, santificada por el Espíritu Santo (cf. Rm 15,16). Pues por el
mensaje apostólico del Evangelio se convoca y congrega el Pueblo de Dios, de forma que,
santificados por el Espíritu Santo todos los que pertenecen a este Pueblo, se ofrecen a sí
mismos ‘como hostia viva, santa; agradable a Dios’ (Rm 12,1)”, PO 2.
74
Cf. CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, El presbítero, maestro de la palabra, ministro de los
sacramentos y guía de la comunidad, ante el tercer milenio cristiano, Paulinas, Buenos
Aires 1999, 38-44.
75
“La vocación sacerdotal es esencialmente una llamada a la santidad, que nace del
sacramento del Orden. La santidad es intimidad con Dios, es imitación de Cristo, pobre,
casto, humilde; es amor sin reservas a las almas y donación a su verdadero bien; es amor a
la Iglesia que es santa y nos quiere santos, porque ésta es la misión que Cristo le ha
encomendado. Cada uno de vosotros debe ser santo, también para ayudar a los hermanos a
seguir su vocación a la santidad”,, PDV 33.
76
“Por el ministerio de los presbíteros se consuma el sacrificio espiritual de los fieles en
unión del sacrificio de Cristo, Mediador único, que se ofrece por sus manos, en nombre de
toda la Iglesia, incruenta y sacramentalmente en la Eucaristía, hasta que venga el mismo
Señor (cf. 1 Cor 11,26). A este sacrificio se ordena y en él culmina el ministerio de los
presbíteros. Porque su servicio, que surge del mensaje evangélico, toma su naturaleza y
eficacia del sacrificio de Cristo y pretende que "todo el pueblo redimido, es decir, la
congregación y sociedad de los santos ofrezca a Dios un sacrificio universal por medio del
Gran Sacerdote, que se ofreció a sí mismo por nosotros en la pasión, para que fuéramos el
cuerpo de tan sublime cabeza" (SAN AGUSTÍN, De civitate Dei, 10, 6: PL 41,284)”. PO 2.
sacrificio eucarístico, ya administren los demás sacramentos, ya se dediquen a
otros ministerios para el bien de los hombres, contribuyen a un tiempo al
incremento de la gloria de Dios y a la dirección de los hombres en la vida divina.
Todo ello, procediendo de la Pascua de Cristo, se consumará en la venida
gloriosa del mismo Señor, cuando El haya entregado el Reino a Dios Padre (cf. 1
Cor 15,24)”77.
77
PO 2.
CAPÍTULO III
LA IDENTIDAD SACERDOTAL78
82
Cf. PDV 15. El Concilio Vaticano II estableció el sacerdocio ministerial al servicio
del sacerdocio común de los fieles, y cada uno, aunque de manera cualitativamente distinta,
participa del único sacerdocio de Cristo. Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, nos ha redimido
y nos ha participado su vida divina. En Él, somos todos hijos del mismo Padre y hermanos
entre nosotros. El sacerdote no puede caer en la tentación de considerarse solamente un
mero delegado o sólo un representante de la comunidad, sino un don para ella por la unción
del Espíritu y por su especial unión con Cristo cabeza. “Todo Sumo Sacerdote es tomado de
entre los hombres y puesto para intervenir a favor de los hombres en todo aquello que se
refiere al servicio de Dios” (Hb 5,1).
83
JUAN PABLO II, Catequesis sobre los sacerdotes, en la Audiencia General del 31 de
marzo de 1993, 8.
84
PDV 12.
85
PDV 18; Mensaje de los Padres sinodales al Pueblo de Dios (28 octubre 1990), III,
en: L'Osservatore Romano, 29-30 de octubre de 1990.
La identidad, el ministerio y la existencia del presbítero están, por lo tanto,
relacionadas esencialmente con las Tres Personas Divinas, en orden al servicio
sacerdotal de la Iglesia.
1.2 En el dinamismo trinitario de la salvación
El sacerdote, como prolongación visible y signo sacramental de Cristo,
estando como está frente a la Iglesia y al mundo como origen permanente y
siempre nuevo de salvación, se encuentra insertado en el dinamismo trinitario
con una particular responsabilidad.
“Por medio del sacerdocio ministerial la Iglesia toma conciencia en la fe de que
no proviene de sí misma, sino de la gracia de Cristo en el Espíritu Santo. Los
apóstoles, y sus sucesores, revestidos de una autoridad que reciben de Cristo
Cabeza y Pastor, han sido puestos -con su ministerio- al frente de la Iglesia,
como prolongación visible y signo sacramental de Cristo, que también está al
frente de la Iglesia y del mundo, como origen permanente y siempre nuevo de la
salvación, El, que es ‘el salvador del Cuerpo’ (Ef 5,23)” 86.
Su identidad mana del «ministerium Verbi et sacramentorum », el cual está
en relación esencial con el misterio del amor salvífico del Padre87, y con el ser
sacerdotal de Cristo, que elige y llama personalmente a su ministro a estar con
Él, así como con el Don del Espíritu88, que comunica al sacerdote la fuerza
necesaria para dar vida a una multitud de hijos de Dios, convocados en el
único cuerpo eclesial y encaminados hacia el Reino del Padre.
1.3 Relación intima con la Trinidad.
De aquí se percibe la característica esencialmente relacional de la identidad
del sacerdote:
“Se puede entender así el aspecto esencialmente relacional de la identidad del
presbítero. Mediante el sacerdocio que nace de la profundidad del inefable
misterio de Dios, o sea, del amor del Padre, de la gracia de Jesucristo y del don
de la unidad del Espíritu Santo, el presbítero está inserto sacramentalmente en la
comunión con el Obispo y con los otros presbíteros89, para servir al Pueblo de
Dios que es la Iglesia y atraer a todos a Cristo, según la oración del Señor:
‘Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno
86
PDV 16.
87
Cf. Jn 17,6-9: “He manifestado tu Nombre a los hombres que tú me has dado
tomándolos del mundo. Tuyos eran y tú me los has dado; y han guardado tu Palabra. Ahora
ya saben que todo lo que me has dado viene de ti; porque las palabras que tú me diste se las
he dado a ellos, y ellos las han aceptado y han reconocido verdaderamente que vengo de ti,
y han creído que tú me has enviado. Por ellos ruego; no ruego por el mundo, sino por los
que tú me has dado, porque son tuyos”; 1 Cor 1,1: “Pablo, llamado a ser apóstol de Cristo
Jesús por la voluntad de Dios”.
88
Cf. Jn 20,21: “Jesús les dijo otra vez: « La paz con vosotros. Como el Padre me
envió, también yo os envío”.
89
Cf. PO 7-8.
como nosotros... Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en
nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado’ (Jn 17,11.21)” 90.
La gracia y el carácter indeleble conferidos con la unción sacramental del
Espíritu Santo91 ponen al sacerdote en una relación personal con la Trinidad,
ya que constituye la fuente del ser y del obrar sacerdotal; tal relación, por
tanto, debe ser necesariamente vivida por el sacerdote de modo íntimo y
personal, en un diálogo de adoración y de amor con las Tres Personas divinas,
sabiendo que el don recibido le fue otorgado para el servicio de todos:
“También los presbíteros llevan en sí mismos ‘la imagen de Cristo, sumo y
eterno sacerdote’92. Por tanto, participan de la autoridad pastoral de Cristo: y
ésta es la característica específica de su ministerio, fundada en el sacramento del
orden, que se les ha conferido. Como leemos en el decreto Presbyterorum
ordinis, ‘el sacerdocio de los presbíteros supone, desde luego, los sacramentos
de la iniciación cristiana; sin embargo, se confiere por aquel especial
sacramento con el que los presbíteros, por la unción del Espíritu Santo, quedan
sellados con un carácter particular, y así se configuran con Cristo sacerdote, de
suerte que puedan obrar como en persona de Cristo cabeza’93”94.
DIMENSIÓN CRISTOLÓGICA
2.1 Identidad específica
La dimensión cristológica -al igual que la trinitaria- surge directamente del
sacramento, que configura ontológicamente con Cristo Sacerdote, Maestro,
Santificador y Pastor de su Pueblo:
“Mediante el sacramento del orden, por institución divina, algunos de entre los
fieles quedan constituidos ministros sagrados, al ser marcados con un carácter
indeleble95, y así son consagrados y destinados a apacentar el pueblo de Dios
90
PDV 12.
91
Cf. CONCILIO DE TRENTO, Sesión XXIII, De sacramento Ordinis: DH 1763-1778; PDV
11-18. “El carácter es también signo y vehículo, en el alma del presbítero, de las gracias
especiales que necesita para el ejercicio del ministerio, vinculadas a la gracia santificante
que el orden comporta como sacramento, tanto en el momento de ser conferido como a lo
largo de todo su ejercicio y desarrollo en el ministerio”, JUAN PABLO II, Catequesis sobre los
sacerdotes, en la Audiencia general del 31 marzo 1993, 7, en: L'Osservatore Romano, 1
abril 1993.
92
LG 28.
93
PO 2; cf. CEC 1563.
94
JUAN PABLO II, Catequesis sobre los sacerdotes, en la Audiencia general del 31 marzo
1993, 6, en: L'Osservatore Romano, 1 abril 1993.
95
Con respecto al ‘carácter’, el Papa Benedicto XVI, escribía: “La palabra ‘character’
describe el carácter ontológico del servicio de Cristo, que encontramos en el sacerdocio y,
al mismo tiempo, esclarece lo que se intenta decir con su sacramentalidad”, J. RATZINGER,
«La doctrina del Concilio Vaticano II sobre el sacerdocio», 23. Cf. CEC 876; PDV 16.
según el grado de cada uno, desempeñando en la persona de Cristo Cabeza las
funciones de enseñar, santificar y regir”96.
A aquellos fieles, que -permaneciendo injertados en el sacerdocio común-
son elegidos y constituidos en el sacerdocio ministerial, les es dada una
participación indeleble al mismo y único sacerdocio de Cristo, en la dimensión
pública de la mediación y de la autoridad, en lo que se refiere a la
santificación, a la enseñanza y a la guía de todo el Pueblo de Dios97. De este
modo, si por un lado, el sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio
ministerial o jerárquico están ordenados necesariamente el uno al otro -pues
uno y otro, cada uno a su modo, participan del único sacerdocio de Cristo-,
por otra parte, ambos difieren esencialmente entre sí98.
“El sacerdocio ministerial difiere esencialmente del sacerdocio común de los
fieles porque confiere un poder sagrado para el servicio de los fieles. Los
ministros ordenados ejercen su servicio en el pueblo de Dios mediante la
enseñanza (munus docendi), el culto divino (munus liturgicum) y por el gobierno
pastoral (munus regendi)”99.
En este sentido, la identidad del sacerdote es nueva respecto a la de todos
los cristianos que, mediante el Bautismo, participan, en conjunto, del único
sacerdocio de Cristo y están llamados a darle testimonio en toda la tierra:
“Los cristianos seglares obtienen el derecho y la obligación del apostolado por
su unión con Cristo Cabeza. Ya que insertos en el bautismo en el Cuerpo Místico
de Cristo, robustecidos por la Confirmación en la fortaleza del Espíritu Santo,
son destinados al apostolado por el mismo Señor. Son consagrados como
sacerdocio real y gente santa (cf. 1 P 2,4-10) para ofrecer hostias espirituales
por medio de todas sus obras, y para dar testimonio de Cristo en todas las partes
del mundo”100.
La especificidad del sacerdocio ministerial se sitúa frente a la necesidad,
que tienen todos los fieles de adherir a la mediación y al señorío de Cristo,
visibles por el ejercicio del sacerdocio ministerial.
En su peculiar identidad cristológica, el sacerdote ha de tener conciencia de
que su vida es un misterio insertado totalmente en el misterio de Cristo de un
modo nuevo y específico, y esto lo compromete totalmente en la actividad
pastoral y lo gratifica:
96
CIC 1008; cf. LG 18-31; PO 2.
97
Cf. LG 10; PO 2.
98
Cf. CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, Instrucción interdicasterial Ecclesiae de Mysterio
sobre algunas cuestiones acerca de la colaboración de los fieles laicos en el sagrado
ministerio de los sacerdotes (15 agosto 1997), Libreria Editrice Vaticana, Ciudad del
Vaticano 1997, 10-12.
99
CEC 1592.
100
CONCILIO VATICANO II, Decreto sobre el apostolado de los laicos Apostolicam
Actuositatem 3; cf. JUAN PABLO II, Exhortación apostólica post-sinodal Christifideles laici
(30 diciembre 1988), 14: AAS 81 (1989) 409-413.
“El presbítero es ontológicamente partícipe del sacerdocio de Cristo,
verdaderamente consagrado, hombre de lo sagrado, entregado como Cristo al
culto que se eleva hacia el Padre y a la misión evangelizadora con que difunde y
distribuye las cosas sagradas la verdad, la gracia de Dios, a sus hermanos, ésta
es su verdadera identidad sacerdotal”101.
101
JUAN PABLO II, Catequesis sobre los sacerdotes, en la Audiencia general del 31 marzo
1993, 8, en: L'Osservatore Romano, 1 abril 1993.
102
Jn 20,21.
103
Benedicto XVI, El sacerdocio ministerial es indispensable para la Iglesia, en la
audiencia a los participantes en la Plenaria de la Congregación para el Clero, 16 de marzo
de 2009.
104
Cf. Col 1,20.
consagrado y enviado para que se vea la actualidad de Cristo, de quien se
convierte en auténtico representante y mensajero105.
Se puede decir, entonces, que la configuración con Cristo, obrada por la
consagración sacramental, define al sacerdote en el seno del Pueblo de Dios,
haciéndolo participar, en un modo suyo propio, en la potestad santificadora,
magisterial y pastoral del mismo Cristo Jesús, Cabeza y Pastor de la Iglesia:
“El presbítero participa de la consagración y misión de Cristo de un modo
específico y auténtico, o sea, mediante el sacramento del Orden, en virtud del
cual está configurado en su ser con Cristo Cabeza y Pastor, y comparte la misión
de "anunciar a los pobres la Buena Noticia", en el nombre y en la persona del
mismo Cristo”106.
Actuando in persona Christi Capitis, el presbítero llega a ser el ministro de
las acciones salvíficas esenciales, transmite las verdades necesarias para la
salvación y apacienta al Pueblo de Dios, conduciéndolo hacia la santidad:
“Los presbíteros existen y actúan para el anuncio del Evangelio al mundo y para
la edificación de la Iglesia, personificando a Cristo, Cabeza y Pastor, y en su
nombre. Este es el modo típico y propio con que los ministros ordenados
participan en el único sacerdocio de Cristo. El Espíritu Santo, mediante la
unción sacramental del Orden, los configura con un título nuevo y específico a
Jesucristo Cabeza y Pastor, los conforma y anima con su caridad pastoral y los
pone en la Iglesia como servidores autorizados del anuncio del Evangelio a toda
criatura y como servidores de la plenitud de la vida cristiana de todos los
bautizados”107.
DIMENSIÓN PNEUMATOLÓGICA
3.1 Carácter sacramental.
En la ordenación presbiteral, el sacerdote ha recibido el sello del Espíritu
Santo, que ha hecho de él un hombre signado por el carácter sacramental para
ser, para siempre, ministro de Cristo y de la Iglesia. Asegurado por la promesa
de que el Consolador permanecerá ‘con él para siempre’108, el sacerdote sabe
que nunca perderá la presencia ni el poder eficaz del Espíritu Santo, para
poder ejercitar su ministerio y vivir la caridad pastoral como don total de sí
mismo para la salvación de los propios hermanos.
105
Cf. CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, Directorio para el ministerio y la vida de los
presbíteros, 7.
106
PDV 18.
107
PDV 15.
108
Cf. Jn 14,16-17.
Es también el Espíritu Santo, quien en la Ordenación confiere al sacerdote
la misión profética de anunciar y explicar, con autoridad, la Palabra de Dios.
Insertado en la comunión de la Iglesia con todo el orden sacerdotal, el
presbítero será guiado por el Espíritu de Verdad, que el Padre ha enviado por
medio de Cristo, y que le enseña todas las cosas recordando todo aquello, que
Jesús ha dicho a los Apóstoles. Por tanto, el presbítero -con la ayuda del
Espíritu Santo y con el estudio de la Palabra de Dios en las Escrituras-, a la luz
de la Tradición y del Magisterio, descubre la riqueza de la Palabra, que ha de
anunciar a la comunidad, que le ha sido confiada109.
“Los presbíteros, como cooperadores de los obispos, tienen como obligación
principal el anunciar a todos el Evangelio de Cristo110, para constituir e
incrementar el Pueblo de Dios, cumpliendo el mandato del Señor: ‘Id por todo el
mundo y predicar el Evangelio a toda criatura’ (Mc 16,15)111. Porque con la
palabra de salvación se suscita la fe en el corazón de los no creyentes y se
robustece en el de los creyentes, y con la fe empieza y se desarrolla la
congregación de los fieles, según la sentencia del Apóstol: ‘La fe viene por la
predicación, y la predicación por la palabra de Cristo’ (Rm 10,17). Los
presbíteros, pues, se deben a todos, en cuanto a todos deben comunicar la verdad
del Evangelio112 que poseen en el Señor. Por tanto, ya lleven a las gentes a
glorificar a Dios, observando entre ellos una conducta ejemplar113, ya anuncien a
los no creyentes el misterio de Cristo, predicándoles abiertamente, ya enseñen el
catecismo cristiano o expongan la doctrina de la Iglesia, ya procuren tratar los
problemas actuales a la luz de Cristo, es siempre su deber enseñar, no su propia
sabiduría, sino la palabra de Dios, e invitar indistintamente a todos a la
conversión y a la santidad”114.
109
DV 10.
110
Cf. 2 Cor., 11, 7. Lo que se dice de los obispos puede aplicarse también a los
presbíteros, por ser sus cooperadores; cf. STATUTA ECCLESIAE ANTIQUA, c. 3: ed. Ch. Munier,
París, 1960, 79; DECRETUM GRATIANI, C. 6, D, 88: ed. Friedberg, 1, 307; CONCILIO DE TRENTO,
Decreto sobre el sacramento del Orden, Sess. XXIII, c. 4: DH 1767-1770 (p. 739); LG 25.
111
Cf. CONSTITUTIONES APOSTOLORUM, II, 26, 7 (ed. F.X. Funk, Didascalia et
Constitutiones Apostolorum, I, Paderborn 1905, 105): “Sean (los presbíteros) maestros de
la ciencia divina, puesto que el Señor nos envió con estas palabras: Id y enseñad, etc.”. El
SACRAMENTARIUM LEONIANUM y los demás sacramentarios hasta el Pontifical Romano,
Prefacio en la ordenación del presbítero: “Con esta providencia, Señor, diste a los apóstoles
de tu Hijo maestros de la fe como compañeros, y llenaron el mundo con predicaciones
acertadas”. LIBER ORDINUM LITURGIAE MOZARABICAE, Prefacio para la ordenación del
presbítero: “Maestro de las muchedumbres y gobernante de los súbditos, mantenga en
orden la fe católica y anuncie a todos la verdadera salvación” (Ed. M. Férotin, París 1904,
col. 55).
112
Cf. Gál 2,5.
113
Cf. 1 P 2,12.
114
PO 4.
Mediante el carácter sacramental e identificando su intención con la de la
Iglesia, el sacerdote está siempre en comunión con el Espíritu Santo en la
celebración de la liturgia, sobre todo de la Eucaristía y de los demás
sacramentos.
En cada sacramento, es Cristo, en efecto, quien actúa en favor de la Iglesia,
por medio del Espíritu Santo, que ha sido invocado con el poder eficaz del
sacerdote, que celebra in persona Christi.
“El ministerio ordenado o sacerdocio ministerial está al servicio del sacerdocio
bautismal. Garantiza que, en los sacramentos, sea Cristo quien actúa por el
Espíritu Santo en favor de la Iglesia. La misión de salvación confiada por el
Padre a su Hijo encarnado es confiada a los Apóstoles y por ellos a sus
sucesores: reciben el Espíritu de Jesús para actuar en su nombre y en su
persona115. Así, el ministro ordenado es el vínculo sacramental que une la acción
litúrgica a lo que dijeron y realizaron los Apóstoles, y por ellos a lo que dijo y
realizó Cristo, fuente y fundamento de los sacramentos”116.
La celebración sacramental, por tanto, recibe su eficacia de la palabra de
Cristo -que es quien la ha instituido- y del poder del Espíritu, que con
frecuencia la Iglesia invoca mediante la epíclesis. Esto es particularmente
evidente en la Plegaria eucarística, en la que el sacerdote -invocando el poder
del Espíritu Santo sobre el pan y sobre el vino- pronuncia las palabras de
Jesús, y actualiza el misterio del Cuerpo y la Sangre de Cristo realmente
presente, la transubstanciación.
121
Cf. Didascalia, II, 34, 2-3; II, 46, 6; II, 47, 1; Constitutiones Apostolorum, II, 47, 1
(ed. F. X. Funk, Didascalia et Constitutiones, I, 116, 142 y 143).
122
Cf. Gal 4,3; 5,1.13.
123
PO 6.
124
Cf. Jn 17.
125
PDV 16.
126
cf. PO 10.
127
Cf. 2 Cor 5,20.
128
PDV 16.
4.2 Partícipe en cierto modo, de la esponsalidad de Cristo
El sacramento del Orden, en efecto, no sólo hace partícipe al sacerdote del
misterio de Cristo a Sacerdote, Maestro, Cabeza y Pastor, sino -en cierto
modo- también de Cristo “Siervo y Esposo de la Iglesia”129. Ésta es el
“Cuerpo” de Cristo, que Él ha amado y la ama hasta el extremo de entregarse
a Sí mismo por Ella130; Cristo regenera y purifica continuamente a su Iglesia
por medio de la palabra de Dios y de los sacramentos131; se ocupa el Señor de
hacer siempre más bella a su Esposa y, finalmente, la nutre y la cuida con
solicitud132.
Los presbíteros -colaboradores del Orden Episcopal-, que constituyen con
su Obispo un único presbiterio133 y participan, en grado subordinado, del único
sacerdocio de Cristo, también participan, en cierto modo, -a semejanza del
Obispo- de aquella dimensión esponsal con respecto a la Iglesia, que está bien
significada en el rito de la ordenación episcopal con la entrega del anillo134.
“Los presbíteros, ejercitando, en la medida de su autoridad, el oficio de Cristo,
Pastor y Cabeza, reúnen la familia de Dios como una fraternidad, animada y
dirigida hacia la unidad y por Cristo en el Espíritu, la conducen hasta Dios
Padre. En medio de la grey le adoran en espíritu y en verdad 135. Se afanan
finalmente en la palabra y en la enseñanza136, creyendo en aquello que leen
cuando meditan en la ley del Señor, enseñando aquello en que creen, imitando
aquello que enseñan”137.
Los presbíteros, que “de alguna manera hacen presente -por así decir- al
Obispo, a quien están unidos con confianza y grandeza de ánimo, en cada una
de las comunidades locales”138 deberán ser fieles a la Esposa y, como viva
imagen que son de Cristo Esposo, han de hacer operativa la multiforme
donación de Cristo a su Iglesia.
Por esta comunión con Cristo Esposo, también el sacerdocio ministerial es
constituido -como Cristo, con Cristo y en Cristo- en ese misterio de amor
salvífico trascendente, del que es figura y participación el matrimonio entre
cristianos.
Llamado por un acto de amor sobrenatural absolutamente gratuito, el
sacerdote debe amar a la Iglesia como Cristo la ha amado, consagrando a ella
129
PDV 3.
130
Cf. Ef 5,25.
131
Cf. Ibíd., 5,26.
132
Cf. Ibíd., 5,29.
133
Cf. LG 28; PO 7; AG 19; CD 28; PDV 17.
134
Cf. PONTIFICALE ROMANUM, Ordinatio Episcoporum, Presbyterorum et diaconorum,
cap. I, 51, Ed. typica altera, 31990, 26.
135
Cf. Jn 4,24.
136
Cf. 1 Tim 5,17.
137
LG 28.
138
Ibíd., 28.
todas sus energías y donándose con caridad pastoral hasta dar cotidianamente
la propia vida.
4.3 Universalidad del sacerdocio
El mandamiento del Señor de ir a todas las gentes (Mt 28,18-20) constituye
otra modalidad del estar el sacerdote ante la Iglesia.
“Los presbíteros, aunque no tienen la cumbre del pontificado y en el ejercicio de
su potestad dependen de los Obispos, con todo están unidos con ellos en el honor
del sacerdocio y, en virtud del sacramento del orden, han sido consagrados como
verdaderos sacerdotes del Nuevo Testamento, según la imagen de Cristo, Sumo y
Eterno Sacerdote139, para predicar el Evangelio y apacentar a los fieles y para
celebrar el culto divino”140.
Enviado –missus- por el Padre por medio de Cristo, el sacerdote pertenece
“de modo inmediato” a la Iglesia universal141, que tiene la misión de anunciar
la Buena Noticia hasta los “extremos confines de la tierra” (Hch 1,8).
“Las diversas formas del “mandato misionero” tienen puntos comunes y también
acentuaciones características. Dos elementos, sin embargo, se hallan en todas
las versiones. Ante todo, la dimensión universal de la tarea confiada a los
Apóstoles: “A todas las gentes” (Mt 28,19); “por todo el mundo... a toda la
creación” (Mc 16,15); “a todas las naciones” (Hch 1,8). En segundo lugar, la
certeza dada por el Señor de que en esa tarea ellos no estarán solos, sino que
recibirán la fuerza y los medios para desarrollar su misión. En esto está la
presencia y el poder del Espíritu, y la asistencia de Jesús: “Ellos salieron a
predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos” (Mc 16,20)”142.
“El don espiritual, que los presbíteros han recibido en la ordenación, los
prepara a una vastísima y universal misión de salvación”143. En efecto, por el
Orden y el ministerio recibidos, todos los sacerdotes han sido asociados al
Cuerpo Episcopal y -en comunión jerárquica con él según la propia vocación y
gracia-, sirven al bien de toda la Iglesia:
“Los presbíteros, como próvidos colaboradores del orden episcopal, como ayuda
e instrumento suyo llamados para servir al Pueblo de Dios, forman, junto con su
Obispo, un presbiterio dedicado a diversas ocupaciones. En cada una de las
congregaciones de fieles, ellos representan al Obispo con quien están confiada y
animosamente unidos, y toman sobre sí una parte de la carga y solicitud pastoral
y la ejercitan en el diario trabajo. Ellos, bajo la autoridad del Obispo, santifican
y rigen la porción de la grey del Señor a ellos confiada, hacen visible en cada
lugar a la Iglesia universal y prestan eficaz ayuda a la edificación del Cuerpo
139
Cf. Hch 5,1-10; 7,24; 9,11-28.
140
LG 28.
141
Cf. CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE , Carta sobre la Iglesia como comunión
Communiones notio (28 mayo 1992), 10: AAS 85 (1993) 844.
142
JUAN PABLO II, Encíclica Redemptoris Missio, 23a: AAS 83 (1991) 269.
143
PO 10; PDV 32.
total de Cristo144. Preocupados siempre por el bien de los hijos de Dios, procuran
cooperar en el trabajo pastoral de toda la diócesis y aun de toda la Iglesia”145.
Por lo tanto, la pertenencia -mediante la incardinación- a una concreta
Iglesia particular146, no debe encerrar al sacerdote en una mentalidad estrecha
y particularista sino abrirlo también al servicio de otras Iglesias, puesto que
cada Iglesia es la realización particular de la única Iglesia de Jesucristo, de
forma que la Iglesia universal vive y cumple su misión en y desde las Iglesias
particulares en comunión efectiva con ella. Por lo tanto, todos los sacerdotes
deben tener corazón y mentalidad misioneros, estando abiertos a las
necesidades de la Iglesia y del mundo147.
“El cuidado de anunciar el Evangelio en todo el mundo pertenece al cuerpo de
los pastores, ya que a todos ellos en común dio Cristo el mandato imponiéndoles
un oficio común, según explicó ya el Papa Celestino a los padres del Concilio de
Efeso. Por tanto, todos los Obispos, en cuanto se lo permite el desempeño de su
propio oficio, deben colaborar entre sí y con el sucesor de Pedro, a quien
particularmente se le ha encomendado el oficio excelso de propagar la religión
cristiana. Deben, pues, con todas sus fuerzas proveer no sólo de operarios para
la mies, sino también de socorros espirituales y materiales, ya sea directamente
por sí, ya sea excitando la ardiente cooperación de los fieles. Procuren
finalmente los Obispos, según el venerable ejemplo de la antigüedad, prestar una
fraternal ayuda a las otras Iglesias, sobre todo a las Iglesias vecinas y más
pobres, dentro de esta universal sociedad de la caridad”148.
155
Cf. PDV 12.