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La Escuela de la vida
Por Juan José Almagro. Sáb, 27 de Feb, 2010 7:22 pm (PST). Director
general de Comunicación y Responsabilidad Social de
Mapfre. Enviado por: "francisco morales" arquitectofmorales@hotmail.com

Juan, mi quiosquero de cabecera, me dice que todos nos estamos volviendo


viejos, sea cual fuere nuestra edad; y que eso es culpa de esta crisis de nunca
acabar, que nos constriñe, nos maltrata y nos desespera; que ha hecho crecer
la economía sumergida y aflorar los billetes de 200 y 500 euros, antes
guardados no se sabe dónde, siempre a buen recaudo y a la espera de tiempos
mejores, de urgencias familiares, imprevistos o de vaya usted a saber.
La verdad es que no estoy muy de acuerdo con Juan; sí en lo que se refiere a
algunos aspectos de la crisis, pero la vejez no es sólo una cuestión de sumar
años, sino más bien de inquietud intelectual.

Don Santiago Ramón y Cajal, en un delicioso libro, El mundo visto a los


ochenta años (Librería Beltrán, 1942), se pregunta por cuándo comienza la
vejez y escribe que no deben preocuparnos las arrugas del
rostro, sino las del cerebro, que no las refleja el espejo.
"Tales arrugas metafóricas, precoces en el ignorante, tardan en presentarse en
el viejo activo, acuciado por la curiosidad y el ansia de renovación.

En suma, se es verdaderamente anciano, psicológica y


físicamente, cuando se pierde la curiosidad intelectual, y
cuando, con la torpeza de las piernas, coincide la torpeza
y premiosidad de la palabra y del pensamiento" , concluye
nuestro Premio Nobel.
Siempre he pensado que el deseo de adquirir conocimientos y habilidades, y
también el deseo de transmitirlos, es -debiera ser- una constante en la
condición humana. El magisterio y el aprendizaje, la instrucción y su
adquisición tienen que continuar mientras existan personas y sociedades.

La vida tal como la conocemos no podría seguir adelante sin que la alquimia
del saber pase de generación en generación. Dice Sábato (y yo lo creo) que el
hombre sólo cabe en la utopía y que sólo quienes sean capaces de encarar la
utopía serán aptos para el combate decisivo, "el de recuperar cuanto de
humanidad hayamos perdido".
Cuento esto porque, con ilusión, leo que en Londres se inauguró hace ahora
dos años The School of Life, la Escuela de la Vida, un centro orientado a
mejorar la calidad de vida de sus alumnos, la mayoría profesionales urbanos
menores de cuarenta años, ayudándoles a buscar un enfoque más
constructivo de su existencia. Y, según una alumna, a "consumir
experiencias" .

Patricia Tubella, que firma la información en El País, cuenta que "la antigua
escuela londinense propone encarar nuestra vida de una forma
diferente y a buscar la verdadera sustancia, en una
sociedad obsesionada con la cultura del famoseo y con el
placer efímero de, por ejemplo, adquirir el último objeto de moda que
cotiza a precios astronómicos". .

La iniciativa de esa exitosa School of Life, que en el fondo es la escuela de


siempre (¿de verdad lo es?), nos confirma que no podemos esperar a que la
economía mejore a fin de que la educación mejore. La educación no puede ser
un instrumento para que los ciudadanos encajen a la fuerza en una sociedad
diseñada desde el poder, sino para que sean libres en la sociedad.

Es la educación -la continuidad educativa a lo largo de toda nuestra vida,


profesional o no- la que debe mejorar a fin de que la economía cuente con más
y más activos productivos y, por tanto, mejore también y nos devuelva la
esperanza. Entre todos (también las empresas) hemos construido
consciente/inconscientemente una sociedad competitiva y
narcisista, en la que los protagonistas son la fama y el dinero, y en
la que cualquier procedimiento, aunque sea deshonroso, parece
válido, y hemos dejado en el camino eso que se llama cultura de
empresa, que debería tener y retener su papel como factor
determinante en el mundo de los negocios, vinculándose a valores y
personas para hacerse universal.
Los valores son la infraestructura moral indispensable de
toda sociedad justa, y de cualquier organización que quiera
obtener y conservar el preciado título de empresa ciudadana:
aquella que, además de cumplir con su deber y comportarse
éticamente, preserva y desarrolla el Buen Gobierno, trabaja por su
reputación, desarrolla relaciones de equidad con todos sus grupos
de interés y se compromete social, solidaria y activamente con la
sociedad, integrando -como sostiene Adela Cortina- el respeto por
todos los derechos humanos en el núcleo duro de la empresa y
promoviendo su protección dentro de su área de influencia.

Una empresa ética debe ser y percibirse como una institución de


servicio público, como un bien público en palabras de Sen. Como uno es
biempensante, tiene la impresión de que todavía estamos a tiempo de hacerlo
posible. Tenemos una deuda social que debemos pagar entre todos, y
ésa es nuestra responsabilidad. No podemos dejar escapar el futuro
porque, como escribe Caballero Bonald, "quien que no tú vendrá a advertirme
/ que el pasado / no ha terminado de pasar".

Madrid, 22-02-2010

Juan José Almagro.

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