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jun El nuevo imperialismo recupera a Kipling cien anos después Paul Sweezy, Harry Magdoff, John B. Foster y Robert W. McChesney ivimos una época en que la ret6rica del imperio no conoce barreras. Ve agosto de 2003, en un informe especial sobre «Norteamérica y el imperio», la revista The Economist, con sede en Londres, preguntaba si los Estados Unidos, en el caso de un «cambio de régimen (...) producido de forma pacifica» en Iran y Siria, «estarian realmente preparados para echar- se al hombro la carga del hombre blanco en todo Oriente Medio». La res- puesta era que la cosa resultaba «improbable»: el emperio estadounidense por construir un imperio no llegaba tan lejos. Lo que resulta significativo, sin embargo, es precisamente que se formule una pregunta asi. Las actuales guerras de Afganistan e Irak han Ilevado a los observadores a preguntarse si no habra similitudes y vinculos historicos entre el «nuevo» imperialismo del siglo x01 y el imperialismo del siglo xix e inicios del xx. Tal y como comentaba Jonathan Marcus, corresponsal de defensa de la BBC, hace pocos meses: Deberia recordarse que, hace mas de cien afios, el poeta briténico Rudyard Kipling escribia su famoso poema sobre lo que calificaba como «la carga del hombre blanco»: un aviso sobre las responsabilidades que comporta el imperio que iba dirigido no a Londres, sino a Washington y a las responsabilidades imperiales que habia adquirido recientemente en las Filipinas. No esta claro que el presi- dente George W. Bush sea un lector de la poesia de Kipling, Pero el sentir de * Articulo publicado en MR, vol. 55, n° 6, noviembre de 2003, pp. 1-11. Traduccién de Joan Quesada 98° CAPITULO 5 Kipling es tan relevante hoy como lo era en el momento en que se escribié el poema, en las secuelas de la Guerra Hispano-Americana. (17 de julio de 2003.) Un cierto mimero de proponentes del imperialismo en la era moderna también ha establecido conexiones con el poema de Kipling, que comien- za con estos versos: Asume la carga del hombre blanco envia a lo mejor que has criado* Antes de discutir las razones de este renovado y repentino interés por «la carga del hombre blanco» de Kipling, es necesario contar con una cier- ta perspectiva de historia del imperialismo estadounidense para enmarcar el poema en su contexto. ino-Americana De la Guerra Hispano-Americana a la Guerra En la Guerra Hispano-Americana de 1898, los Estados Unidos se hicieron con las colonias espaftolas del Caribe y del Pacifico, con lo que se presentaban por primera vez como potencia mundial.’ [gual que en Cuba, el gobierno colo- nial espafiol en las Filipinas habia dado lugar a una lucha de liberacién nacio- nal. Inmediatamente después del bombardeo naval estadounidense de Manila el 1 de mayo de 1898, en que la flota espariola quedo destruida, el almi- rante Dewey envio una lancha carionera en busca del lider revolucionario filipino Emilio Aguinaldo, exiliado en Hong Kong. Los Estados Unidos que- rian que Aguinaldo liderara una renovada revuelta contra Espafia que alar- gara la guerra hasta la llegada de las tropas estadounidenses. La victoria de los filipinos fue tal que, en menos de dos meses, habian derrotado a los espa- holes en todas partes excepto en la isla principal de Luzon, donde tenian acorraladas a las tropas espafiolas en la capital, Manila, mientras que la casi totalidad del resto del archipiélago habia caido en manos filipinas. En junio, los lideres filipinos proclamaron su propia Declaracion de Independencia, basada en el modelo norteamericano. Cuando finalmente Ilegaron las tro- pas estadounidenses, a finales de junio, los 15.000 soldados espafioles sitia- dos en Manila estaban rodeados por el ejército filipino atrincherado en torno a la ciudad, de modo que las fuerzas estadounidenses tuvieron que pedir permiso para cruzar las lineas filipinas en vistas a combatir con las tropas espanolas que atin quedaban. El ejército espatiol se rindié a las fuerzas esta- dounidenses después de pocas horas de batalla el 13 de agosto de 1898. En * Take up the white Man’s burden / Send forth the best ye breed. P. SWEEZY, H. MAGDOFF, J. B. FOSTER, R. MCCHESNEY 299 el acuerdo firmado entre los Estados Unidos y Esparia, las fuerzas filipinas eran obligadas a mantenerse fuera de la ciudad y no se les permitia participar en la rendicion. Esa fue la ultima batalla de la guerra. John Hay, embajador de Estados Unidos en Gran Bretafia, captaba perfectamente el espiritu impe- ialista de la época cuando escribia que la Guerra Hispano-Americana en su conjunto habia sido «una espléndida guerrita». Sin embargo, al finalizar la guerra con Esparia, los Estados Unidos se nega- ton a reconocer la existencia de la nueva Republica Filipina. En octubre de 1898, la Administracion McKinley revelaba puiblicamente por primera vez su intencién de anexionarse la totalidad de las Filipinas. Al llegar a tal deci- sion, se dice que el presidente McKinley mencion6 que «Dios Todopoderoso» le habia ordenado que convirtiera las Filipinas en una colonia estadouni- dense. Pocos dias después de esa revelacion, se creaba en Boston la Liga Antiimperialista de Nueva Inglaterra. Entre sus miembros se contaban per- sonas tan sobresalientes como Mark Twain, William James, Charles Francis Adams y Andrew Carnegie. A pesar de todo, la Administracion seguia ade- lante y ratificaba en diciembre el Tratado de Paris, por el cual Espafia accedia a ceder las Filipinas a la nueva potencia imperial junto a las demas posesio- nes que le habian sido arrebatadas por los Estados Unidos durante la guerra. Siguio un enconado debate en el Senado sobre la ratificacion del trata- do, centrado en el estatus de las Filipinas que, a excepcidn de la ciudad de Manila, estaban bajo control de la recién proclamada Republica Filipina. El 4 de febrero de 1899, tropas estadounidenses, con érdenes de provocar un conflicto con las fuerzas filipinas que rodeaban Manila, se desplazaban al territorio en litigio situado entre las lineas estadounidenses y las filipi- nas en las afueras de la ciudad. Cuando toparon con soldados filipinos, los soldados estadounidenses les dieron el alto y, a continuacién, abrieron fuego y mataron a tres personas. Las fuerzas estadounidenses iniciaron ensegui- da una ofensiva general con toda la artilleria, equivalente a un ataque por sorpresa (los altos oficiales filipinos se encontraban lejos, asistiendo a un ‘lujoso baile de celebracién), e infligieron gran ntimero de bajas a las tro- pas filipinas. El San Francisco Call informaba el 5 de febrero de que, en cuanto las noticias llegaron a Washington, McKinley le dijo «a un amigo intimo (...) que, en su opinion, la batalla de Manila aseguraria la ratificacion del tratado mafiana» Sus calculos resultaron ser correctos y, al dia siguiente, el Senado ratifi- caba el Tratado de Paris y ponia fin oficialmente a la Guerra Hispano- Americana, con la cesion de Guam, Puerto Rico y las Filipinas a los Estados Unidos y la puesta de Cuba bajo control estadounidense. El tratado estipu- laba que los Estados Unidos pagarian a Espatia 20 millones de délares por 100 ¢ CAPITULO 5S los territorios adquiridos durante la guerra. Pero eso no logro disimular el hecho de que la Guerra Hispano-Americana habia supuesto la apropiacion directa de un imperio colonial de ultramar por parte de los Estados Unidos en respuesta a la percepcion de la necesidad de nuevos mercados globales de las empresas estadounidenses, que se estaban recuperando de una depre- sién economica. Inmediatamente, los Estados Unidos siguieron adelante con la Guerra Filipino-Americana que habjan iniciado dos dias antes en lo que acabaria siendo una de las guerras de conquista imperial mas atroces de la historia. El objetivo de los Estados Unidos en ese periodo era extenderse no sélo hacia el Caribe, sino también hacia las lejanias del Pacifico y, con la colo- nizacion de las islas Filipinas, lograr una puerta de entrada al enorme mer- cado chino. (En 1900, los Estados Unidos enviaron tropas a China desde las Filipinas para unirse a las demas potencias imperiales en la represion de la Rebelion Boxer.) El poema «La carga del hombre blanco» de Kipling, que lleva por sub- titulo «Los Estados Unidos y las islas Filipinas», se publico en la revista McClure’s en febrero de 1899.? Fue escrito mientras el debate sobre la ratifi- cacion del Tratado de Paris estaba todavia en curso y mientras el movimiento antiimperialista de los Estados Unidos censuraba a gritos el plan de anexion de las Filipinas. Kipling urgia a los Estados Unidos, en especial referencia a las Filipinas, a sumarse a Gran Bretatia en la persecucién de las responsabi- lidades raciales del imperio: Las lagubres gentes que acabas de atrapar, Medio demonios y medio nitios.* Muchas personas en los Estados Unidos, incluidos el presidente McKinley y Theodore Roosevelt, dieron la bienvenida a la provocadora exhortacién de Kipling a enfrascarse en «guerras salvajes», empezando por las Filipinas. El senador Albert J. Beveridge, de Indiana, declaraba: «Dios no lleva mil afios preparando a los pueblos angloparlantes y teuténicos para la mera autocontemplacion banal y ociosa (...) Nos ha hecho expertos en el gobier- no, y debemos administrar el gobierno a los pueblos salvajes y seniles». Al final, se acab6 enviando més de 126.000 oficiales y soldados a las Filipinas para reprimir la resistencia en una guerra que duré oficialmente de 1899 a 1902 pero que, en realidad, se prolong6 durante mucho mis tiempo, con actos esporadicos de resistencia a lo largo de casi toda la década. Las tropas * Your new caught sullen peoples, / Half devil and half Child. P. SWEEZY, H. MAGDOFF, J. B. FOSTER, R. MCCHESNEY 2101 estadounidenses libraron 2.800 batallas con la resistencia filipina. Murieron al menos 250.000 filipinos, la mayoria de ellos civiles, y 4.200 soldados estadounidenses (mas de diez veces el numero de bajas de Estados Unidos en la Guerra Hispano-Americana).” Estaba claro desde el principio que las fuerzas filipinas no podian com- petir con las de los Estados Unidos en una guerra convencional. Por lo tanto, pronto se pasaron a la guerra de guerrillas. Las tropas estadouni- denses en guerra con los filipinos se regodeaban cantando una popular marcha segan la cual iban a «civilizarlos con el Krag» (en referencia al arma de disefo noruego con las que iban equipadas las fuerzas estadouniden- ses). Sin embargo, se encontraron afrontando una serie interminable de pequetios ataques y emboscadas de unas fuerzas filipinas que a menudo portaban unos cuchillos largos llamados bolos. Los ataques guerrilleros pro- ducian la muerte regular en combate de pequefios ntimeros de soldados estadounidenses. Como en toda guerra de guerrillas prolongada, la fuerza de la resistencia filipina se debia al hecho de contar con el apoyo de la poblacion en general. Tal y como confiaba el general Arthur MacArthur (padre de Douglas MacArthur), nombrado gobernador militar de las Filipinas en 1900, a un reportero en 1899: Cuando empecé a luchar contra estos rebeldes creia que las tropas de Aguinaldo representaban tinicamente una faccion, No queria creer que la totalidad de la poblacin de Luzon —es decir, la poblacion nativa— era opuesta a nosotros y a nuestras ofertas de ayuda y de buen gobierno. Pero, después de haber ido tan lejos, despues de la ocupacién sucesiva de varias poblaciones y de varias ciuda- des (...), me he visto forzado a creer, a regafiadientes, que las masas filipinas son leales a Aguinaldo y al gobierno que él encabeza Enfrentados a una guerrilla que contaba con el apoyo de la gran mayo- ria de la poblacion, los militares norteamericanos respondieron con reasen- tamientos de poblacién en campos de concentracion, quema de pueblos (en ocasiones, se obligaba a los filipinos a cargar el petréleo que se usaria para quemar sus propias casas), ejecuciones masivas en la horca y con bayone- tas, violaciones sistematicas de mujeres y nifias y torturas. La técnica mas infame de tortura, repetidamente utilizada en la guerra, era la llamada «cura de agua». Se embutian enormes cantidades de agua por la garganta de los reos. Después se les pisaba el estomago para que el agua saliera expelida al aire hasta casi un metro de distancia, «como un pozo artesiano». La mayo- ria de las victimas morian no mucho después. El general Frederick Funston no dudaba en anunciar que él, personalmente, habia ahorcado a un grupo 102 ¢ CAPITULO 5 de treinta y cinco civiles sospechosos de apoyar a los revolucionarios filipi- nos. E] mayor Edwin Glenn no veia razon alguna para negar la acusacion de que habia forzado a un grupo de cuarenta y siete prisioneros a arrodi- llarse y arrepentirse de sus pecados antes de ensartarlos con la bayoneta y golpearlos hasta la muerte. El general Jacob Smith ordenaba a sus tropas «matar y quemar», disparar a «cualquier grupo de mas de diez personas» y reducir la isla de Samar a un «desierto plagado de aullidos». El general William Shafter declaraba en California que era posible que fuera necesario matar a la mitad de la poblacién filipina para llevar la «justicia perfecta» a la otra mitad. Durante la Guerra de las Filipinas, los Estados Unidos invirtie- ron las estadisticas habituales de victimas de guerra (normalmente son muchos ms los heridos que los muertos). Segtin las estadisticas oficiales (discutidas en las audiencias del Congreso acerca de la guerra) las tropas estadounidenses mataron quince veces mis filipinos de los que hirieron. Eso encaja bien con los frecuentes informes de los soldados segun los cua- les los combatientes filipinos heridos y capturados eran ejecutados suma- riamente en el lugar. La guerra continuo después de la captura de Aguinaldo en marzo de 1901, pero el presidente Theodore Roosevelt la declaro oficialmente finali- zada el 4 de julio de 1902, en un intento de mitigar las criticas a las atroci- dades estadounidenses. En ese momento, las islas del norte ya habian sido «pacificadas» en su mayoria, pero la conquista proseguia en las islas del sur, y la guerra seguiria en pie durante afios —aunque, a partir de ese momen- to, los Estados Unidos calificarfan a los rebeldes de meros bandidos En el sur de las Filipinas, el ejército colonial estadounidense estaba en guerra con los filipinos musulmanes, los Ilamados moros. En 1906, las tro- pas estadounidenses perpetraron lo que dio en Ilamarse la Masacre del Moro, en la que al menos novecientos filipinos, incluidos mujeres y nifios, se vie- ron atrapados en un crater volcanico de la isla de Jol6 y fueron acribillados a tiros y bombardeados durante varios dias. Todos los filipinos murieron, mientras que las tropas estadounidenses solo sufrieron un puniado de bajas. Mark Twain respondia a las primeras informaciones (que indicaban que los masacrados sumaban seiscientas personas, en lugar de los novecientos hom- bres, mujeres y nifios que después se determinaron) con amarga ironfa: “con. seiscientas personas por cada bando, nosotros hemos perdido quince hom- bres en total, y hemos tenido treinta y dos heridos —contando la nariz de aquel y el codo de aquel otro. El enemigo sumaba seiscientas personas, incluidos mujeres y nifios, y las hemos eliminado completamente, sin dejar con vida siquiera a un bebé para que llore por su madre muerta. Esta es, sin comparacion, la victoria militar mas grande nunca lograda por los soldados cris- P. SWEEZY, H. MAGDOFF, J. B. FOSTER, R. MCCHESNEY *103 tianos de los Estados Unidos». Después de contemplar una foto ampliamente distribuida que mostraba a los soldados de los Estados Unidos observando desde lo alto las pilas de filipinos muertos en el crater, W. E. B. Du Bois declaraba en una carta a Moorfield Storey, presidente de la Liga Antiimperialista (y, mas tarde, primer presidente de la NAACP), que era «la cosa més iluminadora que he visto jamas. Quiero enmarcarla especialmen- te y colgarla en la pared de mi sala de recitacion para imprimir en mis alum- nos el verdadero significado de la guerra y, sobre todo, de las guerras de conquista.»* El presidente Theodore Roosevelt felicité inmediatamente a su buen amigo el general Leonard Wood, quien habia llevado a cabo la Masacre del Moro, escribiéndole las siguientes palabras: «Los felicito a usted y a los oficiales y hombres a su mando por el brillante hecho de armas con el que usted y ellos han mantenido tan alto el honor de la bandera america- na.» Igual que Kipling, Roosevelt raras veces dudaba a la hora de promo- ver la causa imperialista o de patrocinar doctrinas de superioridad racial No obstante, las novelas, las historias y los versos de Kipling se distin- guian por el hecho de que a muchos individuos del mundo blanco pare- cian evocarles una causa noble y trascendente. Al mismo tiempo, no dejaban. de tender una mano y reconocer el odio que los colonizados sentian por los colonizadores. Al concederle el Premio Nobel de literatura a Kipling en 1907, el Comité Nobel proclamaba que «su imperialismo no es del tipo no comprometido que no presta atencion alguna a los sentimientos de los demas».°Era precisamente esa caracteristica lo que hacia que «La carga del hombre blanco» y algunos otros de los escritos vertidos por la pluma de Kipling resultaran tan efectivos como velo ideolégico de una barbarica realidad. El afo en que aparecio el poema de Kipling, 1899, no sélo marcaba el final de la Guerra Hispano-Americana (con la ratificacion del Tratado de Paris) y el inicio de la Guerra Filipino-Americana, sino también el inicio de la Guerra de los Boer en Sudafrica. Se trata de clasicas guerras imperialistas que dieron origen, en respuesta, a movimientos antiimperialistas y criticas radicales. Fue la Guerra de los Boer la que dio lugar a la obra de John A. Hobson Estudio del imperialismo,* de 1902, que sostenia que «en ningtin lugar en el que estén presentes tales condiciones» —en referencia especifi- ca al imperialismo britanico en Sudafrica— «resulta valida la teoria del gobierno blanco como garantia de ci za el trabajo de Lenin El imperialismo, estadio superior del capitalismo, escrito ilizacion». La frase con que comien- * J.A. Hobson, Estudio del imperialismo, Alianza Ed., Madrid, 1981. [T.] 104° capituLo 5 en 1915, afirma que «especialmente desde la Guerra Hispano-Americana (1898) y la Guerra Anglo-Boer (1899-1902), la literatura economica, y tam- bien politica, de los dos hemisferios ha adoptado cada vez con mayor fre- cuencia el término “imperialismo” para definir la era presente» El mensaje de Kipling a los imperialistas cien afios después Aunque el imperialismo ha seguido siendo una realidad a lo largo del ulti- mo siglo, dentro de los circulos bien considerados del establishment el tér- mino en si mismo estuvo vedado por su caracter abusivo durante la mayor parte del siglo xx: asi de fuerte fue la indignacion antiimperialista que pro- vocaron la Guerra Filipino-Americana y la Guerra de los Boer, y asi de efec- tiva fue la teoria marxista del imperialismo a la hora de levantar el velo que cubria las relaciones globales capitalistas. Sin embargo, en los tltimos pocos afios, la voz «imperialismo» ha vuelto a convertirse en grito de guerra tanto de los neoconservadores como de los neoliberales. Tal y como reconocia recientemente Alan Murray, jefe del Gabinete de la CNBC de Washington, en una declaracién dirigida principalmente a las élites: «segtin parece, ahora todos somos imperialistas» (Wall Street Journal, 15 de julio de 2003). Si alguien hubiera de dudar por un momento de que la actual expan- sion del imperio estadounidense no es sino la continuacion de un siglo de his- toria de imperialismo ultramarino de los Estados Unidos, Michael Ignatieff (catedratico de Politica de Derechos Humanos en la Kennedy School of Government de Harvard) lo ha dejado tan claro como el dia: La operacién llevada a cabo en Irak se parece muchisimo a la conquista de las Filipinas entre 1898 y 1902. Ambas han sido guerras de conquista, ambas urgi- das por una élite ideol6gica en un pais dividido y ambas con un coste mucho mayor de cuanto nadie habria apostado antes (...) Mas de 120.000 soldados norteamericanos se enviaron a las Filipinas para reprimir la resistencia de la gue- rrilla, y 4.000 de ellos nunca volvieron a casa, Queda por ver si Irak costara miles de vidas norteamericanas —y si el ptiblico norteamericano aceptara una carga tan pesada como precio para el éxito en Irak. (New York Times Magazine, 7 de septiembre de 2003.) Con unos representantes del establishment que abrazan abiertamente ambiciones imperialistas, no deberia sorprendernos los reiterados intentos de recuperar el argumento de “la carga del hombre blanco” en una u otra de sus formas. En las ultimas paginas de la premiada obra The Savage Wars of Peace, Max Boot cita el poema de Kipling: P. SWEEZY, H. MAGDOFF, J. B. FOSTER, R. MCCHESNEY °105 Asume la carga del hombre blanco Y obtén su vieja recompensa: La culpa de aquellos a quienes mejoras, El odio de aquellos a quienes guardas.* Boot insiste en que Kipling tenfa razon, que «a los colonialistas de todas partes solian escatimarseles después los agradecimientos». Sin embargo, dice, deberia animarnos el hecho de que «el grueso de la gente no opuso resistencia a la ocupacion norteamericana, cosa que habrian hecho si ésta hubiera sido malévola y brutal. Muchos cubanos, haitianos, dominicanos y demis es posible que, en secreto, dieran la bienvenida al gobierno estadou- nidense.» La obra de Boot, publicada en el afio 2002, acaba sosteniendo que los Estados Unidos deberian haber depuesto a Saddam Hussein y ocupado Irak en la Guerra del Golfo de 1991. Segtin daba a entender, la tarea que- daba pendiente Boot fue anteriormente director editorial de The Wall Street Journal, y en Ja actualidad es beneficiario de las ayudas de la John M. Olin Foundation para estudios de seguridad nacional en el Consejo de Relaciones Exteriores. El titulo The Savage Wars of Peace [Las salvajes guerras de la pag] lo tom6 direc- tamente de uno de los versos de «La carga del hombre blanco» de Kipling. La glorificacion de 428 paginas que hace Boot de las guerras imperialistas de los Estados Unidos recibi6 el premio al mejor libro de 2002 del Washington Post, el Christian Science Monitor y el Los Angeles Times, asi como el Premio General Wallace M. Greene Jr. a la mejor obra de no-ficcion de tematica relacionada con la historia del cuerpo de marines. Boot defiende que la Guerra de Filipinas fue «una de las contrainsurgencias mas exitosas libradas por un ejército occi- dental en tiempos modernos», y declara que, «medida en términos de los valores de la época, la conducta de los soldados estadounidenses fue mejor que la media de las guerras coloniales». Asi pues, la labor imperial de los Estados Unidos en Filipinas, tema de «La carga del hombre blanco» de Kipling, se presenta como modelo del tipo de labor imperial que Boot y otros neocon- servadores estan incitando a los Estados Unidos a emprender en la actuali- dad. Inchuso antes de la Guerra de Irak, Ignatieff senialaba: «el imperialismo solia ser la carga del hombre blanco. Eso le confirié mala fama. Pero el impe- rialismo no deja de ser necesario porque sea politicamente incorrecton — una opinion que bien podria leerse como extensiva a la propia «carga del hombre blanco» (New York Times Magazine, 28 de julio de 2002). * Take up the White Man's burden / And reap his old reward: / The blame of those ye better, / The hate of those ye guard. 106 © capitulo 5 La Guerra Filipino-Americana se esta redescubriendo ahora como la aproximacién més cercana en la historia de los Estados Unidos a los pro- blemas que se estén encontrando en Irak. Ademas, los Estados Unidos han aprovechado los ataques del 11 de septiembre de 2001 para intervenir mili- tarmente no solo en Oriente Medio, sino por todo el planeta —incluidas las Filipinas, donde han desplegado miles de soldados para ayudar al ejército filipino a luchar contra los moros insurgentes de las islas del sur. En este nuevo clima imperialista, Niall Ferguson, profesor de la catedra Herzog de Historia en la Stern School of Business de la Universidad de Nueva York, y uno de los principales defensores del nuevo imperialismo, se ha ocupado del poema de Kipling «La carga del hombre blanco» en su libro Empire (2002). Dice Ferguson: Nadie se atreveria a usar un lenguaje tan politicamente incorrecto hoy en dia. La realidad es, sin embargo, que los Estados Unidos, lo admitan o no, han asu- mido cierta carga global, tal y como pedia Kipling. Se consideran responsables, no sélo de librar la guerra contra el terrorismo y los estados discolos, sino tam- bién de extender a ultramar los beneficios del capitalismo y de la democracia Y, al igual que antes el Imperio britanico, el imperio norteamericano acttia ince- santemente en nombre de la libertad, aun cuando sus propios intereses sean manifiestamente prioritarios. A pesar de la afirmacion de Ferguson de que «nadie se atreveria» a llamar a eso «la carga del hombre blanco» hoy en dia porque resulta «politicamente incorrecto», siguen apareciendo referencias que simpatizan con el término (y aparecen en los circulos mas privilegiados). Boot, que no es en absoluto una figura marginal, dada su pertenencia al influyente Consejo de Relaciones Exteriores, es un buen ejemplo. Igual que el propio Ferguson, intenta incor- porar la idea de «carga del hombre blanco» a una larga historia de inter- vencién idealista y menosprecia las realidades del racismo y el imperialismo: «a principios del siglo xx», escribe en el capitulo final de su libro (capitulo titulado «En defensa de la Pax Americana»), «los norteamericanos hablaban de extender la civilizacion anglosajona y asumir la “carga del hombre blan- co”; hoy en dia hablan de extender la democracia y defender los derechos humanos. Se llame como se llame, ello supone un impulso idealista que siempre ha sido una parte importante del impetu norteamericano para ir a la guerra» Los imperialistas actuales ven el poema de Kipling principalmente como un intento de enderezar a la clase dominante estadounidense de su época y prepararla para lo que él denominaba «las salvajes guerras de paz». Y es jus- P. SWEEZY, H. MAGDOFF, J. B. FOSTER, R. MCCHESNEY °107 tamente asi como se alude ahora a la «carga del hombre blanco» con relacién al siglo xx. De este modo, para la revista The Economist, la cuestién es sim- plemente si los Estados Unidos estan «preparados para echarse al hombro la carga del hombre blanco en todo Oriente Medio» Como analista y portavoz del imperialismo, Kipling estaba un tanto por encima de todo eso, en el sentido de que él percibia con claridad las inquie- tantes contradicciones de su propia época. Sabia que la extensién del Imperio britanico era excesiva y que éste estaba condenado, aunque él luchara por redimirlo y por inspirar a los nacientes Estados Unidos a entrar en la esce- na imperial junto a los britanicos. Solo dos afios antes de escribir «La carga del hombre blanco», escribia este celebrado poema, «Himno de fin de oficio»: Llamadas desde tierras lejanas, nuestras flotas se desvanecen; Sobre las dunas y promontorios, el fuego se hunde: jHe aqui que nuestra pompa de ayer Es como la de Ninive y Tiro! jJuez de Naciones, libranos atin de nuestro destino, Para que no lo olvidemos, para que no lo olvidemos!* Los Estados Unidos lideran actualmente el paso a una nueva fase del imperialismo. Esta vendra marcada no solo por crecientes conflictos entre centro y periferia —racionalizados en Occidente con un velado, y no tan velado, racismo—, sino también por una creciente rivalidad intercapitalista. Es probable que todo ello acelere el declive a largo plazo del imperio nor- teamericano, mas que al contrario. Y en tal situacién, es probable que la llamada a cerrar filas entre las personas de extraccién europea (el argu- mento del «choque de civilizaciones» de Samuel Huntington o cualquier sustituto de éste) resulte cada vez mas atractiva a las élites norteamerica- nas y britanicas. Deberia recordarse que «La carga del hombre blanco» de Kipling era una exhortacion a la explotacion conjunta del planeta por parte de aquellos a quienes mas tarde Du Bois denominaria «los amos blancos del mundo», en vista del deterioro de la fortuna de los britani- cos.* Asi pues, no deberfamos subestimar ni por un instante la triple ame- naza que representan el militarismo, el imperialismo y el racismo, ni tampoco olvidar que, historicamente, las sociedades capitalistas se han identificado con los tres. * Far-called, our navies melt away; / On dune and headland sinks the fire; / Lo, all our pomp of yesterday / Is one with Nineveh and Tyre! / Judge of Nations, spare us yet, / Lest we forget lest we forget! 108 ¢ CAPITULO 5 Notas 1. La breve explicacion historica que sigue a continuacién esta basada principalmente en los siguientes trabajos: Henry F Graff, ed., American Imperialism and the Philippine Insurrection: Testimony Taken from the Hearings on Affairs in the Philippine Islands before the Senate Committee on the Philippines —1902 (Boston: Little, Brown, 1969), Angel Velasco Shaw y Luis H. Francia, Vestiges of War: The Philippine-American War and the Aftermath of an Imperial Dream, 1899- 1999 (Nueva York: New York University Press, 2002); Daniel B. Schirmer, Republic or Empire: American Resistance to the Philippine War (Cambridge, Mass.: Schenkman, 1972) y «How the Philippine-U.S. War Began» (Monthly Review, septiembre de 1999); Stuart Creighton Miller, «Benevolent Assimilation»: The American Conquest ofthe Philippines, 1899-1903 (New Haven: Yale University Press, 1990); y Daniel B. Schirmer y Stephen Rosskamm Shalom, The Philippines Reader (Boston: South End Press, 1987) 2. El poema suele reproducirse sin el subtitulo. Para consultar una version correcta, vease Kipling’s Verse: Definitive Edition (Nueva York: Doubleday, 1940) 3. Aunque la cifra de 250,000 es la «consensuada» por los historiadores, existen estimaciones de hasta un mill6n de muertos filipinos en la guerra, lo que habria significado la despobla- cidn de las islas en una sexta parte aproximadamente. 4. jim Zwick, ed., Mark Twain’s Weapons of Satire (Syracuse, Nueva York: Syracuse University Press, 1992), p. 172, Para mas informacién sobre la Masacte del Moro y la cita de W. E. B. Du Bois, vease www:boondocksnet.com/ai/ail/moro.html, La pagina web de Jim Zwick, boon- docksnet.com, es una fuente crucial de materiales sobre la Guerra Filipino-Americana, sobre las respuestas contemporaneas al poema «La carga del hombre blanco» de Kipling y sobre los escritos antiimperialistas de Mark Twain. 5. El Comité Nobel, no obstante, se sentia principalmente impresionado por la simpatia de Kipling por los Boers de Sudafrica, otra poblacion de colonizadores blancos 6. La exhortacion a las élites para que se dividieran el mundo obtuvo respuesta mas alla de Gran Bretana y los Estados Unidos. La admiracion por Kipling de las clases dirigentes del centro del mundo capitalista era mas general. Como relata Hobsbawm: «Cuando se pensaba que el escritor Rudyard Kipling, bardo del Imperio de la India, se estaba muriendo de neu- monfa, en 1899, no sdlo los britanicos y los norteamericanos se mostraron afligidos Kipling acababa de dedicar un poema sobre «La carga del hombre blanco» a los Estados Unidos y sus responsabilidades en las Filipinas—, sino que el emperador de Alemania tambien le envio un. telegramay (Eric Hobsbawm, The Age of Empire, Nueva York, Vintage, 1987: p. 82; traduc- cin castellana en Ed. Critica, La era del Imperio, Barcelona).

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