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Bultmann- Jaspers “Jestis- La desmitologizacién del Nuevo Testamento ‘TirULo DE LOS ORIGINALES EN ALEMAN: “Jesus” “Die FRAGE DER ENTMYTHOLOGISIERUNG” . RUDOLF BULTMANN JESUS Traduccién de PaBLO SIMON PRINTED IN ARGENTINA IMPRESO EN LA ARGENTINA i Queda hecho el depésito que previene 1a Ley N° 11,723 © 1968 Editorial SUR S.A. - Buenos Aires INTRODUCCIO) PUNTO DE MIRA Y METODO No debicra yo, en vigor, hablar de punto de “mira”, pues el presente libro se asienta en la premisa bisica de que quien se propone captar la esencia de la historia no puede “mirarla” como uno mira su contorno, la naturaleza, y mirdndola ilega a ovientarse sobre ella, La relacién del hombre con la historia es distinta de su relacién con la naturaleza. De ésta se dife- rencia él cuando se aprehende a si mismo en su ser especifico; mirando la naturaleza, no comprueba en ella mds que cosas que él no es. En cambio, cuando fija su atencidn en la historia, no puede por menos de decirse que es parte integrante de ella '; por lo tanto, esté ante una conexién con la que se halla eniretejido, De manera, pues, que no puede mirar esta cone- xidn simplemente como algo que existe, que es como mira a la naturaleza; con cada palabra sobre la historia, en cierto mo- do dice al mismo tiempo algo sobre si mismo. Quiere decir que no puede haber un enfoque objetivo de la historia en el sentido en que hay un enfoque objetivo de la naturaleza. Por consiguiente, si el presente libro ha de ser mds que una resefia de cosas interesantes del pasado, mds que una recorrida por un museo de antigiiedades; si ha de conducir al lector a ver a Jesiis como pedazo de la historia dentro de la cual nosotros mismos tenemos nuestra existencia o nos la ganamos a través de un planteo critico, debe ser un constante didlogo con la historia. Pero entiéndase bien: el didlogo no es posterior, no tiene lugar, como “apreciacién” acaso, una vex tomado cono- cimiento de los hechos objetivos de la historia; el encuentro verdadero con ella desde un principio se realiza solamente en el didlogo, Hay que saberse a si mismo accionado por las fuer- 10 RUDOLF BULTMANN zas histdricas, no observador neutral, y estar pronto a escuchar la demanda de la historia, para comprender siquiera de qué se trata en la historia. Asi, pues, el didlogo no es ingenioso juego de la subjetividad del observador, sino un verdadero in- terrogar @ la historia, en el cual el historiador, precisamente, pone en tela de juicio su objetividad yy estd pronto a escuchar a la historia como autoridad, Asi, tal interrogar no desem- boca en un total relativismo, como si la imagen de la historia dependiese en un todo del punto de mira subjetivo del obser. vador; pues precisamente en esta empresa lo relativo del ob- servador —todos los supuestos que trae de su época, de su edu- cacién y de su postura personal en ellas— ha de ser dejado de lado y la historia debe hablar de veras. Mas ella no habla al que se tapa los oidos, esto es, al que pretende neutralidad ante ella, sino a quien se le acerca acuciado por interrogantes y quiere aprender de ella, Sélo con esta actitud ante la histo- ria puede, y debe, quedar establecido si ella encierra de ve- vas algo “objetivo”, alguna ensefianza para nosotros. Cabe frente a la historia otro punto de mira, que procura lograr su objelividad por su método. Este punto de mira, en el mejor de los casos, alcanza a llegar mds alld de la subjeti- vidad del método, enfocando la historia en la perspectiva de- terminada por la época o la escuela a que pertenece el obser- vador, esto es, de manera en extremo relativa. Tal enfoque de la historia, ciertamente, logra captar lo que en ella puede captarse en forma metodoldgicamente objetiva, vale decir, en- terarse del acontccer pretérito susceptible de determinacién cronoldgica; y en este sentido es siempre imprescindible. Pero si se limita a eso, deja de captar la esencia propiamente dicha de la historia, puesto que interroga siempre la historia sobre la base de determinadas premisas —el método, precisamente— y, ast, extrae de ella muchos conocimientos, si, pero, en de- finitiva, ningtin dato nuevo sobre el hombre y su trayectoria histdrica. Ve en la historia, del hombre y de la humanidad, siempre solo tanto cuanto ya sabe explicita o implicitamente — siendo, por ende, su visidn exacta 0 falsa segtin que sea exacto o falso el respectivo saber. Esto se ve claramente, por ejemplo, cuando un historiador se propone facilitar la “interpretacidn psicoldgica” de un de- terminado hecho o personaje histérico. El mismo término “in- terpretacién psicoldgica” demuestra que el tal historiador do- yests ll mina y pone en juego los factores de la vida psiquica, como que procura reductr a dichos factores lo tocante al hecho o personaje en cuestidn. Facilitar la interpretacién de algo sig- nifica, precisamente, reducirlo a lo que uno sabe. Consiste esta faena en tomar todo lo individual como casos de leyes generales que wno cree conocer, y pasar a considerar los datos de la tradicidn criticamente, en la medida en que se declara ahistorico lo que de esa manera no se deja comprender. Tal método es, desde luego, correcto si el enfoque se refiere a hechos psicolégicos del pasado. Pero, gsemejante enfoque, y por ende semejante método, capta la esencia de la historia, llega realmente hasta ella? Asi, pues, el que cree que sdlo la historia puede arrojar luz sobre las posibilidades de su pro- pia existencia rechazard el enfoque psicoldgico, por mds que Se justifique su empleo dentro de su esfera especifica, cuando se trata de captar la esencia de la historia. Y de esa creencia es también el presente libro, en el que, por lo tanto, no se intenta en absoluto facilitar la interpretacién psicoldgica del fend- meno histérico que es Jestis; razén por la cual en él se pres- cinde de lo propiamente biogréfico, excepcién hecha de un breve capitulo inserto con miras a orientar al lector, De manera, pues, que mi propdsito es, en definitiva, llevar al lector, no a un “enfoque” de la historia, sino a un perso- nalisimo encuentro con la historia, Ahora bien, dado que el presente libro naturalmente no puede, de entrada, ser para el lector un encuentro con la historia, sino tan sdlo, y en el me- jor de los casos, una orientacién sobre el encuentro mio con la historia, por lo pronto toda la exposicién se le aparecerd, a pesar de todo, como un enfoque, sobre cuya indole lo debo ilustrar. Luego, allé él si se queda en el enfoque. Si bien el presente libro no puede pretender objetividad en el sentido corriente, es tanto mds objetivo en un sentido di- ferente: se abstiene de calificar. Frecuentemente se da el caso de historiadores “objetivos” que prodigan los adjetivos cali- ficativos, introduciendo asi en la exposicién un elemento sub- jetivo que yo considero ilegitimo, por cuanto esté basado en un punto de vista que el respectivo autor aplica a la historia y de acuerdo con el cual juzga el acontecer histdrico, a menos que se trate de apreciaciones puramente formales de la signifi- cacién de un hecho o personaje para la conexidn histdrica. Tales apreciaciones formalés son desde luego necésarias. En 12 RUDOLF BULTMANN cambio las notas, buenas o malas, en que se complacen algunos historiadores, son dadas desde un punto de mira situado mds alld de la historia. Yo me preocupo por evitar todo mds alld de la historia y situarme dentro de ella. Es asi como también evito las apreciaciones basadas en una distincidén entre lo his- térico y lo suprahistérico en la historia. Claro estd que si por acontecer histdrico se entiende tan sdlo lo que puede ser de- terminado cronoldgicamente (“lo que pasdé”), cabe por cierto preguntar por algo suprahistérico en la historia que motive el interés en ella. Pero entonces es, precisamente, cuando mds se impone la sospecha de que no esté captada la esencia de la historia, pues ésta no es nada suprahistdrico, sino acaecer en el plano temporal. Falta, pues, en el presente libro toda exaltacién de Jestis como gran hombre, genio o héroe; no es presentado ni como una figura demoniaca ni como una per- sonalidad fascinanie; ni sus palabras son calificadas de pro- fundas, ni su fe de ardiente, ni su ser de cdndido. Tampoco se hace referencia a los valoves eternos de su mensaje, ni a su descubrimiento de las profundidades intemporales del alma humana, ni a nada por el estilo. La atencidn se concentra es- trictamente en lo que Jests quiso y que, por lo tanto, como busqueda de su existencia histdrica, puede hacerse presente. También por esa razdn queda excluido et interés en la “per- sonalidad” de Jesiis; y no porque yo quiera hacer de la nece- sidad una virtud. Es cierto que, en mi opinion, ya no podemos saber nada, casi, de la vida y la personalidad de Jestis, dado que las fuentes cristianas no se interesaron en ellas, que ade- mds son muy fragmentarias ¢ invadidas por la leyenda, y que no existen otras fuentes relativas a Jesus. Lo que en los ulti- mos ciento cincuenta afios, aproximadamente, ha sido escrito sobre la vida, la persona, la evolucién interior, etcétera, de Jesus es —dejando aparte las investigaciones criticas— fantds- tico y novelesco, Muy claro se ve esto leyendo la Historia de las Investigaciones sobre la vida de Jesus brillantemente es- crita por Albert Schweitzer (2% edicién, 1913) 0 cotejando los juicios diversos de los investigadores sobre la conciencia me- sidnica de Jestis. Teniendo presente la divergencia de opinio- nes acerca de si Jess se creyd 0 no el Mestas, y en caso afirma- tivo, en qué sentido, desde cudndo, etcétera, y considerando, ademds, que eso de creerse el Mesias ciertamente no es cosa de poca monta y que, si Jestis se creyd tal, esta creencia debia JEsts 13 condicionar todo su ser, fuerza es reconocer que si no existe claridad sobre este punto, quiere decir que sabemos poco me- nos que nada sobre su personalidad. Personalmente, opino que Jestis no se creyé el Mesias, pero no por eso pretendo tener una idea mds clara de su personalidad. De cualquie forma, en el presente libro no he tocado para nada esta cues- tidn, en iiltimo andlisis no porque nada de cierto se sepa al respecto, sino porque a mi juicio la cuestién realmente no tie ne importancia, Ocurre que, aun habiendo fundadas razones para intere- sarse en la personalidad de eminentes personajes histdricos, ya se trate de Platén o de Jesus, de Dante o de Lutero, de Napo- len o de Goethe, este interés de todos modos no va dirigido a lo que para ellos mismos fue lo verdaderamente importante; pues a ellos no les interesé su personalidad, sino su obra, y no su obra en cuanto “comprensible” como expresién de su personalidad, ni en cuanto aquello en que su personalidad tomé “forma” sino en cuanto la causa por ellos abrazada. De manera, pues, que la “obra” tampoco es entendida aqui como resultado, como suma de los efectos histéricos, ya que esto no pudo ser el objetivo de sus autores; es entendida aqui desde el punto de mira de ellos, como lo que, en definitiva, quisieron. Y en este sentido si que son ellos el objeto propiamente dicho de la investigacién histérica; si es que el interrogar la historia no es asimilacién neutra de hechos pretéritos objetivamente ve- rificables, sino afan de averiguay cémo nosotros mismos, integra- dos como estamos en los procesos del acontecer histérico, po- demos Uegar a aprehender nuestra propia existencia, esto es, a lograr una clara visidn de las posibilidades y necesidades de nuestro propio querer. Pues bien en el caso de quienes, como Jestis, actuaron por medio de la palabra, su intencién sdlo puede reproducirse co- mo cuerpo de manifestaciones, de pensamientos, como doctri- na. Pero si en consonancia con la concepcién moderna se pre- tendiese penetrar a través de la doctrina hasta la contextura psiquica o personalidad de Jesus, por las causas anteriormente upuntadas se dejaria de captar su intencidn. Esta, por de pron- lo, slo puede ser captada como doctrina suya. Ahora bien, pudiera facilmente caerse en el error de creer que tal doctrina vs un sistema de verdades generales, de enunciados que tienen validez con independencia de las circunstancias concretas de 14 RUDOLF BULTMANN la vida de quien los formula. Lo cual llevaria a inferir que la verdad de tal doctrina debe juzgarse sobre la base de un sistema ideal de verdades, doctrinas, de validez absoluta y eter- na. Y en la medida en que los pensamientos de Jestis respon- dieran a tal sistema ideal, cabria hablar de lo suprahistorico en la prédica de Jests. Pero con ello se pondria de manifiesto, una vez mds, que se ha renunciado a lo esencial de la historia, que no se ha encontrado en ella nada propiamente nuevo; pues ese sistema ideal no seria algo extraido de la historia, por cuanto representaria, por el contrario, un mds alld de la histo- via, sirviendo de pauta para juzgar los hechos histéricos par- liculares. Entonces, enfocar la historia seria, en el mejor de los casos, cobrar conciencia de aquel sistema ideal preexistente, a través del enfoque de “casos” concretos; la investigacién histé- rica seria “rememoracién” en el sentido platénico, esclareci- miento de lo que, en definitiva, ya se tiene. Seria ese, en tlti- mo anilisis, un enfoque racionalista de la historia, eliminando la historia como acontecer en el plano temporal. De manera, pues, que en el presente libro no se hace referen- cia a la doctrina de Jests o a los pensamientos de Jesus a la luz del concepto de sistema ideal de ideas de validez general que se puede hacer inteligibles para todo el mundo, Sus pensa- mientos son entendidos aqui como lo que son en la situacidn concreta de un hombre encuadrado en su época: como inter- pretacién de la propia existencia en medio de cambio, contingen- cia y decisién; como expresién de una posibilidad de aprehen- der esta existencia; como intento de formarse una idea de las posibilidades y necesidades de la propia vida. Ast, pues, las manifestaciones que encontramos en la historia de Jesus no deben juzgarse sobre la base de algin sistema filosdfico en cuanto a su validez racional; nos enfrentan como interrogacio- nes acerca de cémo nosotros queremos concebir nuestra exis- tencia. Lo cual presupone, desde luego, que en nuestro propio ser se plantee el interrogante de nuestra existencia. Entonces, el interrogar a la historia no conducird a la adquisicion de sa- ber intemporal, sino al encuentro con la historia, el que sera, a sw vez, un acaecer en el plano temporal — he aqui un didlogo con la historia, Poco mds cabe decir a propdsito del presente libro. No tra- ta, pues, éste de la vida o persona de Jests, sino de su “doc- trina”, su prédica. Si es poco lo que sabemos de su vida o jestis 15 persona, de su prédica si que sabemos lo suficiente para for- marnos una idea coherente. Mas aqui también corresponde extremar la cautela, dado el cardcter de nuestras fuentes. Lo que nos ofrecen éstas es, por de pronto, la doctrina de la co- munidad. Es verdad que ésta la atribuye en su mayor parte a Jesits, pero esto no prueba, por supuesto, que él efectivamen- te dijo todo cuanto es presentado como suyo. Puede demos- trarse que muchas frases llegadas hasta nosotros en realidad se originaron en la comunidad y que otras fueron modificadas por ella, La investigacién critica ha llevado a la comproba- cidén de que toda la tradicién relativa a Jess contenida en los tres Evangelios sindpticos segiin Mateo, Marcos y Lucas se compone de un nimero de estratos, que en un plano general pueden distinguirse unos de otros con bastante precision, si bien en algunos puntos la diferenciacién es dificil y dudosa. El Evangelio segiin Juan no entra en consideracién como fuen- te para la prédica de Jestis, razén por la cual no ha sido to- mado en cuenta en el presente libro, En la diferenciacién de los distintos estratos de los Evangelios sindpticos se parte, por lo pronto, del hecho de que dichos Evangelios fueron redac- tados en lengua griega en el dmbito del cristianismo helenistico, mientras que Jestis y la comunidad mds antigua estuvieron en Palestina y hablaron arameo, de manera que todo cuanto por razones de indole lingitistica o prdctica puede haberse originado en el cristianismo helenistico queda descartado como fuente para las ensefianzas de Jesiis. Del andlisis critico se des- prende, empero, que lo esencial de esos tres Evangelios pro- viene de la tradicién aramea de la comunidad palestinense, la mds antigua. Dentro de esta parte esencial se distinguen, a su vez, diversos estratos, debiéndose desechar como cosa secun- daria lo que evidencia intereses especificos de la comunidad o acusa los rasgos de una ulterior evolucidn. Ast, mediante el andlisis critico, se penetra hasta el estrato mds antiguo, si bien su delimitacién presenta cierta dificultad, Desde luego es aun mds dificil determinar si las palabras que encontramos en él provienen efectivamente de Jesiis. No puede descartarse la po- sibilidad de que incluso el origen del estrato mds antiguo se remonte a un complejo proceso histérico que ya no es posible rastrear. No se puede, ciertamente, negar la historicidad de Jestis; seria ocioso entrar en una polémica al respecto, No hay duda de que él fue el iniciador del movimiento histérico cuya 16 RUDOLF BULTMANN primera etapa tangible es la comunidad mds antigua de Pales- tina, Otra cosa es la cuestion de hasta qué punto la comuni- dad preservd con fidelidad objetiva la imagen de él y de su prédica, Esta situacién es harto penosa, y aun catastrofica, pa- ra quienes concentran su interés en la personalidad de Jesus; para nuestros fines no reviste esencial importancia, toda vex que de lo que se trata en el presente libro cs del complejo de pensamientos contenido en aquel estrato mds antiguo de la tradicion., Se nos ofrece éste, por lo pronto, como una parte de la tradicién que nos llega desde el pasado e interrogdndola buscamos el encuentro con la historia. Como fuente de esos pensamientos la tradicién nos sefiala a Jests; y lo mas pro- bable es que en él se hayan oviginado efectivamente. Si no fuera asi, no por eso cambiaria para nada el contenido de esta tradicién. Es asi como yo no veo por qué no habria de poner al presente libro el titulo de Prédica de Jestis. Que el lector, si quiere, ponga siempre “Jestis”, asi entre comillas, y lo ad- mita sélo como abreviatura del fendmeno histérico de que se trata. Réstame agregar que sara vex he consignado consideraciones critico-analiticas; en forma conexa he presentado un andlisis critica de los Evangelios sindpticos en mi libro titulado La historia de la tradicién sindptica. La exposicién de la prédica de Jess se desenvuelve, tras una introduccién destinada a fijar el marco histdrico, en tres circulos concéntricos. Dentro de cada circulo se trata, en defi- nitiva, de lo mismo y del todo. Es verdad que esto sélo se pone de manifiesto en el tercer circulo, el mds interior, cuya com- prensién requiere haber atravesado antes los dos circulos ex- leriores, En conclusion, deseo sefialar que no se trata aqui de cosas particularmente complejas y dificiles. La materia es, por el contrario, en extremo simple — en lo que respecta a la aprehen- sidn tedrica, Debe admitirse, es verdad, que aun la aprehensién de cosas simples pucde presentar dificultades, mas no por cau- sa de las cosas, sino porque hemos perdido la capacidad para la visién simple y estamos sobrecargados de supuestos. He aqui, en efecto, lo que caracteriza nuestra propia época; y es posible que por su esfuerzo, tendiente a ganar tanto para el autor como para los lectores la visién justa, el presente li- byo parezca dificil a algunos, Si me equivocara, tanto mejor. yestis 17 Si no me equivocara, téngase presente que de nada sirve hacer la cosa mds fécil de lo que realmente es en vista de nuestra disposicién espivitual. La dificultad propiamente dicha no es- td en la aprehension tedrica, en la captacién del presente li- bro como “enfoque”, sino en el encuentro efectivo con la ma- teria, Ahora bien, el logro de un objetivo grande bien vale un esfuerz0; y prefiero ahuyentar, antes que atraer, al lector que no esté dispuesto a realizarlo. i EL FONDO HISTORICO DE LA ACTUACION DE JESUS 1. La RELIGION JuDia Cuadro singularisimo el del pueblo judio que a comienzos de nuestra era vive en Palestina, teniendo como su centro a Jevusalén, Ja Ciudad Santa, He aqui un pueblo que de resul- tas de su historia prodiga en experiencias tanto externas como internas se halla muy alejado de la vida primitiva, condicio- nada por la naturaleza, en que aun se hallan detenidos los pueblos orientales vecinos. Un pueblo cuya vida politica ha sido destruida definitivamente por la dominacién romana y cuyo régimen econdmico no comporta problemas de esos que deter- minan desarrollos socioldgicos de durable perfil histérico. Un pueblo que carece de vida espiritual en el sentido de desa- rrollarse en sus circulos formas culturales, tales como ciencia, arte y derecho, regidas por su propia ley. Un pueblo, pues, dotado de maxima fuerza vital, de formidables instintos natu- rales, de una suprema energia moral y magnificas dotes espi- rituales, pero que se desenvuelve al margen de todo cuanto de ordinario Mena la existencia de los pueblos. La de este pueblo es una vida condicionada por la ley y la promesa; la obediencia y la esperanza gobiernan su sentir y su pensar. La ley — pero no un derecho originado en las circunstancias con- cretas de la vida y basado y estructurado sobre nociones ra- cionales, sino una ley derivada de antiguas condiciones sociales y de motives de culto caducados mucho ha y en gran parte ya ni siquiera entendidos, que se preserva artificialmente y es objeto de desarrollo ulterior e interpretacion casufstica; que si bien contiene una fuerte dosis de conceptos éticos, no es pre- 20 RUDOLF BULTMANN cisamente una Jey moral; que no se basa en una concepcién ética del hombre y de la humanidad sino que se caracteriza por Ja amalgama de puntos de vista éticos y juridicos; cuya finali- dad es, en definitiva, desprender al hombre del mundo, apar- tarlo del interés en una auténoma cultura espiritual y Hevarlo a someterse décilmente al poder extramundano de Dios. Un dios cuya imagen en ningun sentido esta determinada por la idea que tiene el hombre de su propia mas elevada vida espiritual. Un dios que si puede ser comparado con algo, es con la imagen de] soberano oriental que seiiorea absoluto, al margen de todo derecho racional; pero cuya imagen es, sin embargo, radical- mente distinta de la del soberano oriental, por cuanto todo rasgo de sensualidad, toda aspiracién tirdnica est4 ausente en ella. Un dios que exige el imperio del derecho y la justicia y castiga el pecado; que ama a su pueblo como el padre a su hijo primogénito; al que se dirige el creyente como a su padre y en cuya ayuda conffa en todas las situaciones de la vida. Esa ley y la obediencia incondicional del creyente hacen del pueblo judio el pueblo elegido. ¥ el sentido primario de este titulo —sean cuales fueren las pretensiones arrogantes o inge- nuamente materiales asociadas a él— es que este cs un pueblo santo, vale decir, un pueblo que estd apartado de este mundo, de los interescs y los ideales terrenos, y tiene el centro de su existencia en el mas alla. Idéntico sentido tienen la promesa y Ja esperanza, Pues esta ultima no tiene por contenido ningtin ideal politico, juridico ni econdmico. No se espera el adve- nimiento de un orden mundial (tomando esta palabra con absoluta seriedad), sino el fin de las cosas terrenas y el es- plendor de Dios y su pueblo. Y aun cuando la imaginacién ingenua sdlo concibe este esplendor en imagenes que expresan deleite de la pompa material y de los placeres sensuales, esto no es lo decisivo. En el fondo, tales representaciones sélo tienen el sentido negativo de expresar que entonces se acabarin to- das Jas miserias de la vida, la pobreza y Jas enfermedades, y terminara la dominacién extranjera de los paganos. Mas de lo que sera entonces no se tiene una idea clara; sdlo se sabe que el santo Dios moraré en medio de su santo pueblo. Esta esperanza se basa en el vaticinio de los profetas, cuya relacién con pretéritas situaciones histéricas concretas es pasada por alto. Asi como las palabras de los profetas mismos habian ya estado saturadas de la tematica de la mitologia oriental, la jests 21 mitologia de escatologias orientales de origen iranio o babi- Iénico influyé ampliamente sobre el cardcter de la esperanza del judaismo, originando un género literario nuevo y peculiar, Ja literatura apocaliptica, que trata de desentrafiar los misterios del plan divino, los presagios del fin, la fecha en que éste se ptoducira y elaborar visiones de inefable esplendor celestial. La esperanza se combina de modo singular con la obediencia, sustentandola y siendo sustentada por ella. En el judafsmo de los escribas de comienzos de nuestra era la esperanza pau- latinamente pasé a segundo plano, no en principio pero si en punto de intensidad y como actitud practica; y por ultimo el judaismo de los escribas expelié el elemento apocaliptico, aban- dondndolo al cristianismo y concentrandose enteramente en la Ley. Seria dificil decir hasta qué punto era asi ya en la época de Jestis. De cualquier forma, en tiempo de Jesus el pueblo judio estaba intensamente sacudido por esperanzas mesidnicas. Estas esperanzas variaban grandemente, segtin que las inspi- rara la tradicién del antiguo esplendor del rey David o una fantastica cosmologia y mitologia oriental, gobernaran el pen- samiento ideales politicos 0 predominara un anhelo puramen- te religioso, Dada Ia estrecha vinculacién de la esperanza con la obediencia, se explica que en muchos alentara sobre todo la esperanza de que Dios acabaria con la dominacién de los paganos y haria otra vez de su pais, en un todo, una tierra santa donde rigiera exclusivamente la ley de los antepasados. Es verdad que la capa oficial del pueblo judio aprobaba la dominacién romana, bajo la cual el pais disfrutaba de paz, y que precisamente al quitarle al pueblo las funciones de su existencia estatal ofrecia al creyente la posibilidad de Mevar una vida dedicada al ejercicio pacifico de algun oficio y a la observancia de la Ley. También en el Templo de Jerusalén se ofrendaba y rezaba regularmente al emperador; esa capa oficial se daba por satisfecha con que los romanos respetaran hasta cierto punto Ia santidad de Jerusalén. En cambio en las masas del pueblo, y precisamente también entre los fariseos ortodoxos, la esperanza mesidnica se trocaba en muchos en un ardiente activismo que comprometia la accién personal en la obra de liberacién del yugo de los paganos. A partir de la época de Herodes se sucedieron los movimientos mesidnicos, los cuales Ievaron finalmente a Ia destruccién de Jerusalén y la ruina total del Estado judio en Palestina. 22 RUDOLF BULTMANN 2, Los MOVIMIENTOs MESIANICOS Ya Herodes habia tenido que aplastar una conspiracién, provocada por la colocacién en el teatro de Jerusalén de tro- feos que hirieron los sentimientos religiosos de los judfos. Cuando estaba postrado en su lecho de muerte, jévenes judfos arrancaron y destrozaron el aguila de oro con que hab{a man- dado adornar el exterior del Templo. Para vengar a los que fueron ejecutados con tal motivo, al ocupar el trono Arquelao, en la festividad de Pascua, estalla un levantamiento que mo- tiva una represién sangrienta. Asimismo, luego de la muerte de Herodes, se registra en Galilea un movimiento insurreccio- nal, encabezado por un tal Judas, que no es sino la continua- cién de revueltas anteriores a que Herodes habia tenido que hacer frente. En Perea, un tal Simén se proclama “rey”; y en Judea un pastor dotado de gran fuerza fisica se cifie la frente con la diadema y libra guerra a los romanos y los he- rodianos. El historiador judio Josefo califica de bandidos a los insurrectos; pero Ia ulterior marcha de los acontecimientos demuestra que se trataria en un todo de movimientos mesia- nicos. Cuando en el afio 6 antes de J.C. el gobernador sirio Quirinio dispone un censo en Palestina, Galilca se rebela y aquel Judas antes citado funda junto con el fariseo Sadok el partido de los celadores, los que en el terreno religioso mar- chan del brazo de los fariseos, pero traducen su esperanza me- sidnica en un programa politico, declarando oprobioso el pagar tributos a los romanos y el reconocer como amos a hombres mortales, siendo asi que Dios es el unico sefior y rey. Asi como personalmente afrontan la mucrte, en cualquiera de sus formas, no vacilan en dar muerte a familiares y amigos con tal de no tener que someterse al yugo de ningun ser humano. Hasta la caida de Jerusalén hostigaron los celadores a los ro- manos; y junto a ellos los sicarios, de idénticas tendencias, quienes Ilegaron hasta a matar al sumo sacerdote. En Judea, Pilato tuvo que sofocar dos pequefios levantamientos que es- tallaron por haberse herido los sentimientos religiosos del pueblo; y en Samaria hubo que ahogar en sangre una suble- vacién mesidnica. Después del afio 40 de nuestra era se mul- tiplican Ios movimientos insurreccionales. En Jerusalén y cn JESUS 23 las zonas rurales se producen levantamientos. Aqui y alld “aparecen profetas mesianicos, y hasta reyes: bajo Cuspio Fado, el “profeta” Teudas; bajo Ventidio Cumano, el “bandido” Eleazar; bajo Félix, un “profeta” procedente de Egipto, que conduce a sus seguidores al Monte de los Olivos y quiere en- trar con ellos en Jerusalén, vaticinando que a una orden suya se desmoronarin las murallas de la ciudad; bajo Festo, un profeta que augura la gloria y la liberacién de todos los males. En fin, una serie de profetas que, segun las palabras de Josefo, “haciéndose pasar por iluminados por Dios, fomentaban la rebeldia y la sedicién y con sus discursos trastornaban al pue- blo, atrayéndolo al desierto, como si alli Dios produjese para ellos el milagro de Ja liberacién”. Todos esos movimientos mesidnicos eran objeto de represién sangrienta por parte de los romanos, quienes crucificaban a los agitadores que caian en su poder o les daban muerte en alguna otra forma. Es de se- fialar que un ntimero de dichos movimientos al parecer no tenian cardcter propiamente politico; que en muchos casos las multitudes presas de exaltacién mesidnica no recurrian a la violencia, sino cifraban en un milagro de Dios sus espe- ranzas de que terminaria la dominacién romana y se estable- ceria el reino de Dios. Los romanos, empero, no hacian dis- tingos, ni podian hacerlos, seguramente; ellos a todos esos movimientos les sospechaban tendencias subversivas. 8. JUAN Bautista y JEsUs En aquella época apareciéd también en el valle del Jordan un profeta, Juan Bautista. Su actuacién debe catalogarse entre los movimientos mesidnicos de ese entonces; no tenia cardcter politico, mas la inspiraba la certidumbre de que el fin estaba proximo. Impulsado por esta conviccién, exhortaba él a hacer penitencia. “Oh, raza de viboras! Quin os ha ensefiado a huir de Ja ira veni- dera? Haced, pues, frutos dignos de penitencia. Y dejaos de decir inte- riormente: Tenemos por padre a Abrahan, Porque yo os digo: Dios pue- de hacer que nazcan de estas mismas piedras hijos de Abrahén. Mirad que ya el hacha est4 aplicada a Ja raiz de los arboles; pues, todo Arbol que no produce buen fruto, sera cortado y echado al fuego” (Mat. 3, 7-10). 24 RUDOLF BULTMANN Actuaba como asceta y el ayuno era la caracteristica de su secta (Marcos 2, 18; Mat. 11,18). Ademds, bautizaba. Al igual que otras religiones de Oriente, el judaismo desde hacia mu- cho conocia las abluciones, para fines de purificacién ritual y de culto, Mas en la época en que se originé el cristianismo, surgieron en aquella regién un numero de sectas baptistas, los esenios sefaladamente, que atribuian al bautismo un signi- ficado especial, relacionado al parecer con especulaciones esca- toldgicas. Cabe, pues, definir también el bautismo predicado por Juan como un sacramento escatolégico. Quien se hacia bautizar, aceptando al mismo tiempo la obligacién de hacer penitencia que iba ligada al bautismo, se purificaba con mi- ras al reino de Dios cuyo advenimiento era inminente y pa- saba a integrar el circulo de los que escaparian al venidero juicio de Dios. Influirfan en ese movimiento baptista nocio- nes oricntales no-judias, acaso antigua mitologia oriental de origen iranio y babilénico también en Ia prédica de Juan Bau- tista referente al venidero j juicio de Dios. Mas es poco lo que informan al respecto las fuentes inmediatas: los Evangelios y Josefo. En Ia literatura de la posterior secta gndstica de los mandeos se han preservado algunos fragmentos de una tradi- cién_ que se remonta a las sectas baptistas, dentro de cuyo mar- co tiene también Juan Bautista su lugar histérico. Cosa curio- sa, los mandeos se Hamaban nazoreos, término este con que en Ja tradicién cristiana primitiva se designa repetidas veccs a ‘stis, Como el término no puede derivarse de Nazaret, la aldea natal de Jestis, y considerando que la tradicién cristiana pri- mitiva preservaba el recuerdo de que éste se hizo bautizar por Juan, cabe deducir que Jests originariamente pertenecié a la secta del Bautista y que ia secta de Jestis se formé por escision de la de Juan. De ello se encuentran adicionales vestigios en la tradicién evangélica: palabras que ora subrayan la unién entre Jestis y Juan Bautista, ora hacen hincapié en la preemi- nencia de Jestis sobre Juan; palabras que ora sugieren la soli- daridad de las dos sectas frente al judaismo ortodoxo, ora la tivalidad existente entre las dos sectas, Mas aqui no hemos de detenernos en este punto. El hecho importante es que entre los numerosos movimientos mesia~ nicos de comienzos de nuestra era se desarrollé al lado de la , secta baptista el movimiento nacido de la prédica de Jests, "Ja secta que consideraba a Jestis como el Mesias y después de su JEsts . 25 ejecucion quedé esperando su retorno. Noticia parecida tene- mos, por lo demas, de una secta samaritana. Tanto el de Juan como el de Jestis fueron movimientos mesidnicos. Su conexién entre si y con otros movimientos mesidnicos se desprende tam- a del hecho de que partidarios de Juan se pasaron a Jesus y que entre los seguidores de este ultimo hasta figuré un celador. El cardcter singularmente apolitico de la actuacién de uno y otro debiéd escapar al observador extrafio, tanto mas cuanto que ambos gencraron un considerable movimiento popular. Es asi como, por lo pronto, ambos movimientos fueron repri- midos mediante la ejecucién de sus dirigentes, Juan Bautista fue decapitado por orden de Herodes Antipas. El relato de Marcos 6,17-29 al respecto es pura leyenda; segtin Josefo, He- rodes, viendo las multitudes que atraia Juan Bautista, temfa que éste incitara al pueblo a sublevarse, y para prevenirlo, lo mando ejecutar. En cuanto a Jestis, fue crucificado por orden del gobernador romano Poncio Pilato. Ya no puede determi- narse con exactitud el papel que cupo en ello a las autorida- des judias, sefialadas por Ja tradicién cristiana como los prin- cipales culpables. Es probable que, como en general, en el in- terés de la tranquilidad politica colaboraran con los romanos. De lo que no cabe duda es de que Jesus, al igual que otros agitadores, murié en la cruz como profeta mesidnico. Bef LA PREDICA DE JESUS: EL ADVENIMJENTO DEL REINO DE DIOS 1. AUGURIO DE SALVAGION Y EXHORTACION A PENITENCIA Es el de Jesus un evangelio escatoldgico, esto €s, el mensaje de que el vaticinio esta por cumplirse, de que cl advenimiento del reino de Dios es inminente: “Bienaventurados los ojos que ven Io que vosotros veis. Pues os asc- guro que muchos profetas y reyes descaron ver lo que vosotros veis. y no lo vieron; como también oir las cosas que vosotros ofs, y no las oyeron” (Lucas 10, 23 y 24). Y suena el augurio de salvacién: Bicnaventurados vosotros los pobres, porque vuestro cs el reino de Dios. Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque seréis sa- ciados. Bienaventurados los que ahora Mordis, porque reiréis” (Lucas 6, 20 y 21). El advenimiento del reino de Dios significa que terminard el imperio de Satands que con sus malos espiritus ejerce su poder sobre la tierra. Y ya se ve huir a los demonios; su causa esta perdida. Conscientes de su misién, Jess y sus discipulos exorcizan demonios y sanan enfermos. Refiere la tradicién es- tas palabras singulares dirigidas por Jesus a sus discipulos: “Yo estaba viendo a Satands caer del cielo a manera de relampago. Vosotros veis que os he dado potestad de hollar serpientes y escorpiones y todo el poder del enemigo, de suerte que nada podra haceros dafio” (Lucas 10, 18 y 19). JESUS: A los que dudan les sefiala él: “Pero si yo lanzo los demonios con el dedo de Dios, es evidente que ha Hegado ya el reino de Dios a vosotros” (Lucas 11,20). jCémo el que tiene ojos no va a advertir que Dios, el mas fuerte, ha cafdo sobre Satanas y quebrado su poder!, por cuanto: “Nadie puede entrar en Ia casa del valiente para robarle sus alhajas, si primero no ata bien al valiente” (Marcos 3,27). iEs, pues, cierto! Cumplese el vaticinio del profeta. “Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, sc anuncia el Evangelio a los po- bres” (Mat. 11,5). Llega el dia de regocijo; se acabaron la afliccién y el ayuno. La hora es de fiesta y, ¢quién va a ayunar en época de bodas? (Marcos 2, 19). Con ser poco lo que sabemos de la vida de Jestis, si se tiene presente que terminé por ser crucificado como agitador me- sidnico cabe, sin duda, interpretar a la luz de este mensaje escatolégico los relatos, fragmentarios y coloreados por la leyenda, del final de su actuacidn. Parece ser que entrd en Jerusalén con un grupo de seguidores entusiastas, todos ellos jubilosamente convencidos de que cra inminente el reino de Dios — como aquel grupo que un profeta egipcio quiso con- ducir a Jerusalén. A este wtltimo se le adelanté el gobernador Félix, despachando un destacamento de tropas que dispersd a sus adeptos. Jesus entré en Jerusalén, y, al parecer, ocupd con los suyos el Templo con objeto de limpiar el recinto sa- grado de toda la impureza con miras al inminente reino de Dios. En el relato mds antiguo de la ultima cena de Jesus y sus discipulos figuran estas palabras singulares (Lucas 22, 15-18): “Ardientemente he deseado comer este cordero pascual con vosotros, antes de mi pasion. Porque yo 0s digo que ya no lo comeré otra vez, hasta que tenga su cumplimiento en el reino de Dios. Y tomando el cé- liz dio gracias, y dijo: Tomad, y distribuidlo entre vosotros; porque os aseguro que ya no beberé el zumo de la vid, hasta que Ilegue el reino de Dios.” ‘También este relato ha sido coloreado por la leyenda; mas posiblemente recoja palabras con que expresara Jesus la certi- 28 RUDOLF BULTMANN dumbre de que la préxima comida (gpascual?) la celebraria con los suyos en el reino de Dios. De todos modos, su mensaje esta inspirado en esta certeza: jEl reino de Dios llega, esté Hegando ahora! Y su actuacién, de palabra y de hecho, es para él y los suyos la seiial de que el reino de Dios esta cerca, Es absurdo e impertinente pedirle que se acreditara por algun prodigio (Marcos 8, II y 12). jSu mensaje es su credencial! Es ridicula la listeza de los hombres de este mundo, que cuan- do Ja higuera echa brotes saben que esté proximo el verano y que saben interpretar las sefiales del cielo, las nubes y el viento, y pronosticar el tiempo, pero que no entienden de las sefiales de la época y no ven que ha Ilegado la ultima hora (Marcos 13, 28 y 29; Lucas 12, 54-56), En esta hora postrera, decisiva, él es enviado con la ultima, decisiva, pala- bra, Bienaventurado aquel que la entienda, que no tome oca- sién de esctndalo (Mat. 11, 6). Pues el hombre debe decidirse, en favor o en contra de ¢l: “El que no esta por mi, contra mi estd; y el que conmigo no recoge, desparrama” (Mat. 12, 30). Mas tino tuvo la “reina del Mediodia”, que vino a escu- char Ja sabiduria de Salomén, Mas tino tuvieron los habitan- tes de Ninive, que hicieron penitencia al haber sido exhorta- dos por Jonas. Ms tino tuvieron ellos que los necios de esta generacién que no entienden de lo que se trata ahora (Lucas 11, 81 y 32). Pero pronto, cuando Iegue el reino de Dios, cuan- do venga el juez del mundo, el “Hijo del hombre”, Jestis que- dara justificado, y: “Cualquicra que me confesare delante de los hombres, también el Hijo del hombre Je confesara delante de los angeles de Dios. Al contrario, quien me negare ante los hombres, seré negado ante los angeles de Dios” (Lucas, 12, 8 y 9). Ha Ilegado la hora de la decisién: “Sigueme tu, y deja que los muertos entierren a sus muertos” (Mat. 8, 22); “Ninguno que después de haber puesto su mano en cl arado vuelve los ojos atrds, es apto para el reino de Dios” (Lucas 9, 62). Ante tal decisién sittan acaso también las palabras alegéricas, de interpretacién dudosa, sobre el retazo de pafio nuevo que no se cose en un vestido viejo y sobre el vino nuevo que no se echa en odres viejos (Marcos 2, 21 y s.): lo viejo y lo nuevo no se avienen. . En aras del reino de Dios corresponde renunciar a todo. El JESUS 99 hombre est enfrentado con la magna decisién; debe decidir si opta o no por el reino de Dios, y en caso afirmativo, si esta dispuesto a sacrificarse todo: “El reino de Jos cielos es semejante a un tesore escondido en el campo, que si lo halla un hombre, lo encubre, y gozoso del hallazgo va, ven- de todo cuanto tiene y compra aquel campo.” El reino de los cielos es asimismo semejante a un mercader que busca perlas finas, Y habiendo hallado una de gran valor, va, vende todo cuanto tiene y Ia compra” (Mat. 13, 44-46). “Sit ojo derecho es para ti una ocasién de pecar, sicalo y arréjalo fuera de ti; pues mis te vale perder uno de tus miembros que no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno. Y si es tu mano derecha Ia que te sirve de escindalo, cértala, y tirala lejos de ti; pues mas te vale que perezca uno de tus miembros, que no el que vaya todo tu cuerpo al infierno” (Mat. 5,29 y 30). Hay, dice Jestis (Mat. 19, 12), quienes en aras del reino de Dios se han hecho eunucos. Sélo por la puerta angosta pasa la senda que conduce a la vida; los muchos que entran por el camino espacioso, se encaminan a la perdicién (Mat. 7, 18-14 Este HNamado a la decisién es exhortacién a la penitencia, Pues la generalidad de Jas personas sienten apego por este mundo y no alcanzan a movilizar la energia necesaria para decidirse enteramente por Dios. Quieren el reino de Dios, si, pero lo quieren al lado de otras cosas, al lado de riqueza y de prestigio entre los hombres; no estin prontos para la peniten- cia. Cuando son Iamados al reino de Dios, los reclaman in- tereses de toda indole: “Un hombre dispuso una gran cena y convidé a mucha gente. A la hora de cenar envié un criado a decir a los convidados que viniesen, pues ya todo estaba dispuesto. Mas empezaron todos, como de concierto, a excusarse. El primero le dijo: He comprado una granja y necesito sa- lir a verla: ruégote que me des por excusado. El segundo dijo: He com- prado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlas: dame, te ruego, por excusado. Otro dijo: Acabo de casarme y asi no puedo ir allé. Habiendo vuelto el criado, refirié todo esto a su amo, Drritado entonces el padre de ja, dijo a su criado: Sal luego a las plazas y barrios de la ciudad y trteme aci a cuantos pobres y lisiados y ciegos y cojos hallares. Dijo después el criado: Seftor, se ha hecho lo que mandaste, y aun sobra lugar. Respondidle el amo: Sal a los caminos y cetcados y fuérzalos a entrar para que se Hene mi casa. Pues 0s protesto que ningun de tos que antes fueron convidados ha de probar mi cena” (Lucas 14, 16-24). 30 RUDOLF BULTMANN De manera, pues, que el llamado al reino de Dios es, como lo demuestra la pardbola que antecede, una invitacién que comporta una demanda, la demanda de que el hombre real- mente quiera el reino de Dios por sobre todas las cosas; quie- re decir, una demanda que no se dirige a la frivola apetencia de placer del hombre, sino a su voluntad. Evangelio, a la vez, que invita, advierte: “Quien de vosotros, queriendo edificar una torre, uo hace primero des- pacio sus cuentas, para ver si tiene el caudal necesario con que acabarla; no le suceda que después de haber echado los cimientos, y no pudiendo concluirla, todos los que lo vean comiencen a burlarse de él, diciendo: Ved ahi un hombre que comenzé a edificar, pero no pudo rematar. O cuél es el rey que habiendo de hacer guerra contra otro rey, no considere pri- mero despacio si podra con dicz mil hombres hacer frente al que con veinte mil viene contra él? Y si no puede, despacha una embajada cuando esta el otro todavia lejos, y le pide la paz” (Lucas 14, 28-82). Uno debe, pues, pensarlo antes de aceptar la invitacion. Las prestas palabras de aceptacién no sirven; la voluntad es lo que realmente importa: “Por qué me Hamdis Sefior, Seiior y no hacéis lo que yo digo? Quiero mostraros a quién cs semejante el que viene a mi y escucha mis palabras, y Jas practica: Es semejante a un hombre que fabricando una casa cavé muy hondo y puso los cimientos sobre roca viva; venida después una inundacién, el rio descargé todo cl golpe sobre la casa, y no pudo de- rribarla, porque estaba fundada sobre roca. Pero aquel que escucha mis palabras y no las practica, es semejante a un hombre que fabric su casa sobre tierra, sin poner cimiento, contra la cual descargé su impetu el rio, y luego cayé: y fue grande Ia ruina de aquella casa” (Lucas, 6, 46-49) . éHasta dénde debe Hevarse la devocién y la prontitud para el autosacrificio? “Si alguno de los que me siguen no aborrece a su padre y madre, a la mujer, a jos huijos, y a Jos hermanos y hermanas, y aun a su vida mis- ma, no puede ser mi discipulo” (Lucas 14,26) . En dos breves relatos, la comunidad ha expresado grdfica- mente cémo esta magna decisién es la nota dominante de la prédica de Jesus; cémo el cardcter absoluto de Ja demanda de Dios borra cualquier otro interés: “Estando diciendo Jestis estas cosas, he aqui que una mujer, levantando la voz de en medio del pueblo, exclamé: Bienaventurado el seno que te JESUS: 31 Ievé, y los pechos que te alimentaron. Pero Jess respondié: Mas aun son bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la guardan” (Lucas 11,27 y 28). “Entretanto Megan su madre y hermanos, y quedandose fuera, envia- ron a Mamarle. Estaba mucha gente sentada alrededor de él cuando le dicen: Mira que tu madre y tus hermanos ahi fuera te buscan, A lo que respondié, diciendo: ¢Quién es mi madre y mis hermanos? Y dirigiendo una mirada a los que estaban sentados alrededor de él, dijo: Ved aqui a mi madre y a mis hermanos. Porque cualquiera que hiciere Ia volun- tad de Dios, ese es mi hermano, y mi hermana, y mi madre” (Marcos 3, 81-35). 2. Ex REINO DE Dios ¢Qué significa el “reino de Dios’? ¢Qué sentido debe dar- sele? Por lo pronto, la respuesta es simple: el reino de Dios es Ja salvacién del hombre, esto es, la salvacién escatoldgica que acaba con todo lo terreno. Esta salvacién es la unica de Ja que puede hablarse; por eso mismo, lejos de ser algo que uno pueda poseer al lado de otros bienes, que uno pueda perseguir al lado de otros intereses, sittta al hombre ante la decisién. Esta salvacién esta ante el hombre como algo que lo emplaza a elegir entre ella y todo lo demas. De aqui que no tenga sentido calificar el reino de Dios de “sumo bien”, si se toma este término como broche de oro de cuanto bien concibe el hombre. Y aun se equivocaria sobre ja distancia que media entre el reino de Dios y todos los bie- nes el que creyera que aqucl, como “sumo bien”, naturalmente degrada todos estos a la condicién de bienes relativos y bienes en extremo relativos, Un “sumo bien” jamas se sale de Ja co- nexién con lo relativo. El reino de Dios, como salvacién es- catolégica, extramundana, es Ja antitesis de todos los bienes relativos intramundanos —siempre que el concepto de lo es- catolégico realmente esté tomado en términos radicales, lo que queda por ver. De cualquier modo, es ya evidente que el reino de Dios no es un “sumo bien” en el sentido de la ética. No es un bien al que apuntan el querer y el obrar humanos, algo que en algtin sentido sea realizado a través del comportamiento hu- mano, en algun sentido necesite del hombre para Iegar a existir, De su cardcter escatolégico se sigue un cardcter extra- 32 RUDOLF BULTMANN mundano. Frente a toda impacicncia por traer el reino de Dios, se consigna la parabola: “El reino de Dios viene a ser semejante a un hombre que siembra la tierra, y ya duerma, ya vele noche y dia, el grano va brotando y cre- ciendo sin que el hombre lo advierta, Porque la tierra de suyo produce primero el trigo en hierba, Juego la espiga, y por ultimo, el grano Heno en Ia espiga. Y cuando fuere producido el fruto, inmediatamente se le echa la hoz, porque legé ya el tiempo de Ia siega” (Marcos, 4, 26-29). Debe tenerse cuidado solamente de no aplicar a esta pard- bola las nociones modernas de la “naturaleza” y el “desarro- Ilo”. Presupone ella, precisamente, que el crecer y madurar de ja simiente no €s una cosa “natural”, algo que esta al alcance del hombre, sino que es un prodigio: tan prodigioso como el que sin Ja intervencién ni el entendimiento del hombre crez- ca y madure la simiente es el advenimiento del reino de Dios. Para darse cuenta de que para entender tal texto en el sentido cristiano primitivo, uno debe dejar de lado la manera mo- derna de ver las cosas, considérese una alegoria andloga de la tradicién cristiana primitiva, contenida, junto con su inter- pretacién, en Ja primera carta de Clemente (de fines del si- glo 1). La finalidad de la alegoria en cuestién es demostrar que el Juicio de Dios Hegard inexorablemente. “;Comparaos, necios, con un arbol, con la vid por ejemplo! Primero pierde las hojas marchitas, después echa nuevos brotes, a continuacién hojas, Ivego flores; a éstas les siguen las uvas verdes, y finalmente he aqui las uvas maduras, Ya veis con qué rapidez madura el frato del Arbol. En verdad, con fulminante rapidez madurard el designio de Dios, como lo atestigua también la Sagrada Escritura: Negara £1 ripidamente 1, repentinamente Megaré el Sefor a su ‘Templo y el Santo que estiis esperando.” El veino de Dios es, pues, algo prodigioso; es lo prodigioso por antonomasia, lo contrario de todo aqui y ahora, lo “radical- mente distinto”, lo celestial (R. Otto). Quien lo anhela, ha de saber que se divorcia del mundo, o si no, es de los que no son aptos para el reino de Dios, que después de haber puesto su mano en el arado vuelven los ojos atras, Los relatos refe- rentes a las circunstancias de la vocacién de los primeros dit cipulos son pura leyenda (Marc. 1, 16-20; 2, 14), y no los in- terpreta con justeza quien busque en ellos un niicleo histé- rico, intentando wna interpretacién psicologica de la actitud jesus 33 de los lamados. Pero tales leyendas son testimonios histéricos del sentido que encierra el mensaje de Jesus del reino de Dios, que arranca radicalmente al hombre de su profesién, de su situacién social, y hace a los muertos sus muertos. No tarda la comunidad de los discipulos de Jesus en denominarse “los santos”, los que estan apartados de este mundo y tienen su existencia en el mds alla. Aun cuando el lenguaje grafico hace frecuente referencia a la “entrada” en el reino de Dios, no por eso debe tomarse éste como algo que pueda estar, o llegar a ser, realizado en una comunidad terreno-histérica. Por cierto la palabra grie- ga o respectivamente la aramea que la sustenta pueden tradu- cirse como “reino de Dios”, no obstante ser esto peligroso. Pues todas las ideas modernas sobre los ciudadanos y miem- bros del reino, sobre “stibditos del reino” y similares son com- pletamente falsas. El “reino de Dios’ no es algo susceptible de materializarse en la historia de los hombres; no se habla, no puede hablarse, de su fundacion, su edificacién, su consuma- cién, sino sdlo de que “esta cerca”, de que viene. Es de ca- racter sobrenatural, supramundano; si pueden los hombres “re- cibir” su salvacién, “entrar” en él, no es la comunidad y la actuacién suyas lo que constituye el reino, sino unica y exclu- sivamente el obrar de Dios. Si las parabolas del grano de mos- taza y de la levadura en efecto se refirieron originalmente al reino de Dios, de cualquier modo su sentido no era sefialar el desarrollo “natural” del reino de Dios, sino, acaso, suge- rir la manera pasmosamente arrolladora en que vendra, en comparacién con los presagios de su advenimiento que se dan en la actuacién de Jestis. Siempre la premisa es el caracter prodigioso, supramundano del reino de Dios. Mas

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