No hago problemas si mi esposa me trae una sopa fra o si caigo en la cuenta
de que me engaa con un bombero; no levanto la voz si la encuentro sustrayendo de los cajones mis pomitos de insulina, si la descubro colocando en mi caf una considerable cantidad de cido clorhdrico; no inicio una discusin si de pronto decide hacer una fogata casera con las fotografas de nuestro matrimonio o con mi dientes postizos: lo que s no puedo aceptar bajo ningn punto de vista es que no nos pongamos de acuerdo sobre el nombre de nuestro rollizo primognito. Cuando se toca ese tema las ollas se convierten en naves espaciales y la vajilla en vctima sonora de la necedad. Yo afirmo, mientras pretendo sacarle la nariz como una estaca, que el nombre apropiado es Gerundio, pues este sugiere la continuidad de una tradicin milenaria (en ese sentido todos nos deberamos llamar Gerundio); ella, clavndose las uas y unos insultos que no sera conveniente repetir, vocifera que el indicado es Cabeza de Zapallo, porque, efectivamente, tiene la cabeza de la misma forma que un zapallo, y es natural que las palabras estn en estrecha relacin con la apariencia de las cosas. Las discusiones no terminan hasta que nos vence el sueo o el aburrimiento, pero lo cierto es que nunca sacamos nada en claro, pues los dos insistimos en mantener los brazos erectos como palos de escoba. Ese es el motivo por el cual no hemos inscrito a nuestro hijo en el Registro Civil, pese a que tiene veinte aos y un amor extremo hacia los empleados pblicos. Yo, naturalmente, lo llamo Gerundio, y he obligado a mi secretaria y al subgerente que lo llamen as. Mi esposa, como es obvio, le dice Cabeza de Zapallo, y para congraciarse con ella, la vendedora de verduras lo llama de la misma manera. Sus amigos se refieren a l de acuerdo a su estado de nimo: pueden decirle Caracol, Carpeta, Mar, Reloj, Tormenta, Insecticida, Agua de Colonia, etc. Gerundio lee en el parque, feliz de poseer todos los nombres de la tierra. Boletos, Lorenzo Helguero