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Jean-Jacques Annaud
Con la pantalla aún en negro, una voz en off nos avisa de que va a narrar los
hechos acaecidos en su juventud, hacia finales del año del Señor de 1327 (hacia
mediados de siglo la peste reduce a la mitad la población europea; será preciso
hacer frente a la epidemia y, de paso, combatir otra peste , la herejía), en una
remota abadía, cuyo nombre prefiere omitir, del recóndito norte de Italia.
Aparecen los títulos de crédito. Nos hallamos, pues, en época anterior a la
invención de la imprenta.
A pesar de que la película nos pone en la fecha de 1327, y que en aquella
época la forma de componer música es la polifonía rítmica en el periodo conocido
como Ars Nova (en contraposición al Ars Antiqua), en la película solo se nos
muestra la forma de cantar de los siglos IX-XI, conocido como Gregoriano . Ars
Antiqua es la música de los siglos XII y XIII y Ars Nova es del siglo XIV. Destaca
el motete (la forma más importante de música polifónica durante la Edad Media y
el Renacimiento), el florecimiento de repertorios importantes de música
monofónica en Francia, España, Italia y Alemania, y compositores como: Giocanni da
Cascia y Jacobo de Bologna, posteriormente Francesco Landini, (1325-97).
Con los ojos de los protagonistas, maestro y discípulo, empezamos a conocer
la abadía, vista por los viajeros en planos contrapicados (algunos subjetivos: vemos
lo que ven los personajes) que subrayan el carácter imponente, sobrecogedor, del
edificio y su torre. El poder de la abadía se remarca todavía más con un plano
cenital de los dos personajes protagonistas. La voz en off acompaña su llegada y
comenta el desasosiego experimentado al cruzar aquellos muros.
Un nuevo plano picado nos remite a la perspectiva de una ventana, desde la
que un monje observa a los recién llegados. Se trata del abad, y expresa cierta
inquietud ante lo que ellos puedan averiguar. Otro enigmático monje se encuentra
en la celda, se trata del venerable Jorge, un monje anciano y ciego.
La siguiente secuencia se dedica a la presentación de fray Guillermo de
Baskerville (será el abad quien pronuncie su nombre por primera vez), a quien su
discípulo Adso llama “maestro”. Los rasgos que se nos muestran de él son la
perspicacia, el sentido de la observación (sin conocer la abadía indica a Adso dónde
pude satisfacer una necesidad fisiológica inaplazable), y un interés intelectual más
propios de un astrólogo que de un monje (perceptible en los objetos e instrumentos
que trae y que oculta cuidadosamente al abad: astrolabio, lentes). Por las palabras
del abad sabemos que Guillermo es un fraile franciscano. En esa conversación, fray
Guillermo da una nueva prueba de su perspicacia: ha advertido, en el cementerio,
huellas de un enterramiento reciente, y lamenta la muerte de algún monje. El abad,
desconcertado, cuenta al franciscano, en primer plano, la muerte de Adelmo de
Otranto, un joven ilustrador cuyo cadáver apareció horriblemente mutilado. Entre
tanto ha llegado Adso, satisfecho, y fray Guillermo lo presenta como “su novicio”,
(aspirante a entrar en una orden religiosa). El abad parece inquieto por las
consecuencias de lo sucedido entre sus monjes: agitación, zozobra, desasosiego
espiritual, sospechas de la presencia del maligno en la abadía. Todo ello podría
aconsejar la intervención de la Santa Inquisición, y fray Guillermo responde que ya
no se dedica a tales asuntos (lo cual suscita algunas preguntas sobre su pasado,
interrogantes que, por ahora, quedan sin respuesta).
La escena anterior continúa, sin encadenado o fundido que alerte al
espectador, con el sacrificio de un cerdo (sirven de encadenado, en todo caso, los
chillidos desesperados del animal). Sigue la presentación de Ubertino da Casale,
uno de los jefes espirituales de los franciscanos, cuyo libro sobre la pobreza del
clero “no ha sido bien acogido en los palacios papales”. Tras nuevas alusiones a las
“desgracias” pasadas de Guillermo, Ubertino da su propia explicación de lo que
sucede en la abadía: “el diablo está arrojando hermosos muchachos por las
ventanas”, “había algo femenino, diabólico, en ese joven que murió”. La cámara
muestra el impacto que las palabras del franciscano producen en el joven Adso,
algo que fray Guillermo intentará después contrarrestar: “no debemos dejarnos
influir por rumores irracionales sobre el Anticristo, es mejor ejercitar la mente
para resolver el misterio”.
La siguiente secuencia comienza con los campesinos entregando sus diezmos
al monasterio, que, a su vez, les hace entrega de la basura, unos restos de comida
que se disputan los miserables (entre ellos, una joven que se fija en Adso). Tras
una breve intervención de la voz en off que recuerda a los maestros de fray
Guillermo (Aristóteles, los filósofos griegos, la lógica) vemos al personaje en
acción: sus investigaciones indican que Adelmo no cayó desde la torre, y que
además no cayó, sino que saltó, es decir, se suicidó. Sus observaciones concluyen
con una frase que resulta conocida: “es elemental”, en un intento deliberado de
crear un paralelismo con otra conocida pareja de investigadores, Sherlock Holmes
y el doctor John Watson. De hecho, la novela de Umberto Eco en que se basa la
película está llena de guiños literarios poco disimulados: uno de ellos es la
descripción del personaje de fray Guillermo, cuyo paralelismo con la de Sherlock
Holmes es premeditado. Así describe Arthur Conan Doyle a su personaje al
comienzo de Estudio en escarlata :
“Hasta su persona misma y su apariencia externa eran como para
llamar la atención del menos dado a la observación. Su estatura sobrepasaba
los seis pies, y era tan extraordinariamente enjuto que producía la
impresión de ser aún más alto. Tenía la mirada aguda y penetrante, fuera de
los intervalos de sopor a que antes me he referido; y su nariz, fina y
aguileña, daba al conjunto de sus facciones un aire de viveza y resolución.
También su barbilla delataba al hombre de voluntad, por lo prominente y
cuadrada.”
Por si quedara alguna duda sobre las intenciones del autor de la novela, fray
Guillermo procede de Baskerville (que remite a otra conocida obra de Conan Doyle,
El perro de Baskerville ), siguiendo la costumbre de frailes y monjes de añadir a su
nombre su lugar de origen (Ubertino da Casale, Jorge de Burgos, Remigio de
Varagine). Fray Guillermo es, ciertamente, un Sherlock Holmes transplantado al
final de la Edad Media y, en ese sentido, anacrónico, aunque también recuerda a
Guillermo de Ockham, filósofo franciscano que destacó por su pensamiento racional
y por su interés sobre la controversia en torno a la pobreza en la Iglesia. En
cualquier caso, fray Guillermo se enfrenta a una intriga detectivesca, debe
resolver una serie de asesinatos que se producen con una lógica implacable (que no
será la del maligno), y para ello recurre a la razón en lugar de a la superstición.
Actúa con un procedimiento que casi podemos llamar científico : observa, interpreta
indicios, interroga y extrae conclusiones. En ocasiones, se establece un juego entre
el criminal y el detective: éste debe resolver un acertijo para abrir una puerta
secreta (el primero y séptimo de cuatro, en latín, quatuor ), o debe hallar la manera
de salir de un laberinto. Y constantemente intercambia puntos de vista con su
inseparable compañero, un singular Watson, un discípulo en esta ocasión.
Los monjes se reúnen a comer y la cámara nos ofrece un plano general del
refectorio. Comen en silencio
en tanto que uno de ellos lee
textos en latín: un plano
significativo nos lo muestra
mojando el dedo en la boca antes
de pasar la página. Cuando lee
el pasaje según el cual el monje “no
debe reír, pues únicamente el
tonto alza su voz con risas”, el
venerable Jorge corrobora esas palabras con golpes en la mesa. La cámara también
nos ha revelado cómo Berengario, el ayudante del bibliotecario, se fija en Adso. En
sus palabras, el abad ha vuelto a referirse al pasado de fray Guillermo, en el que
tuvo “onerosos empeños”.
Es de noche, pero no todos duermen en la abadía: Jorge escucha los textos
que otro monje le lee, Berengario se flagela y fray Guillermo lo escucha mientras
intenta calmar a Adso (tiene pesadillas: sueña con la bestia, el Anticristo), un
tercero lee y ríe despreocupadamente en el scriptorium (el lugar de trabajo de los
investigadores: copistas, traductores, ilustradores, miniaturistas); también él se
lleva repetidamente el dedo a la lengua antes de pasar las hojas.
Antes de encontrar a fray Venancio muerto dentro de la vasija de sangre, la
congregación canta en la iglesia un versículo de la Biblia, de forma monódica, a
capella, en latín, silábica (laudes) iniciado por el monje Berengario. En la escena se
puede ver un atril de 2 caras, con 2 libros uno mirando a cada lado de los cantores,
para que puedan seguir la melodía.
En los monasterios, los monjes hacían una pausa en sus labores y se reunían
regularmente a determinadas horas del día (horas canónicas) para hacer su
oración. Estas oraciones son largamente cantadas, especialmente los himnos al
empezar, los antifonarios y los salmos.
La película reconstruye con detalle la vida cotidiana en la abadía y la rígida
división horaria de la vida monacal, con sus correspondientes horas canónicas:
maitines, laudes, prima, tercia, sexta, nona, vísperas y completas.
• Maitines: plegaria de vigilia
• Laudes: plegaria de la mañana
• Prima: seis de la mañana
• Tercia: nueve de la mañana
• Sexta: doce del mediodía
• Nona: tres de la tarde
• Vísperas: seis de la tarde
• Completas: antes de ir al descanso
Al comienzo de esta época, la música era monofónica y monorrítmica en la
que aparece un texto cantado al unísono y sin acompañamiento instrumental
escrito.
Al amanecer hallamos de nuevo a los monjes reunidos en el coro, rezando.
Pero la oración es interrumpida por una nueva “calamitá”. Ha sido encontrado el
cadáver de Venancio, el traductor de griego, dedicado a las obras de Aristóteles,
el mismo que leía y reía la noche anterior en el scriptorium. Ubertino reaparece
para recordar las señales del Anticristo: las trompetas y otros signos apocalípticos
(véase al respecto los capítulos 8-11 del Apocalipsis , el último libro del Nuevo
Testamento). Sus palabras encienden los ánimos de los atribulados monjes: “no
desaprovechéis los últimos días”.
El canto medieval cristiano procede de tradiciones griegas, judías y
cristianas que al inicio se va extendiendo por el Mediterráneo, desarrollándose
diferentes liturgias (y músicas) según cada comunidad, que lo único que tienen en
común es el uso del latín. Ante tal diversidad de liturgias cristianas en el vasto
antiguo Imperio Romano de Occidente, se llega al siglo VII y en él nos encontramos
al Papa Gregorio Magno que planifica la Reforma Litúrgica con el fin de reagrupar
todas estas liturgias nacionales en una única liturgia romana y con ella una única
forma de cantar. Al sistematizar los rezos, se sistematizan también las melodías,
tanto melodía como letra se transmitía de generación en generación de forma oral
(tradición oral).
El lugar para la sistematización de la liturgia fueron los monasterios y sus
Scriptorium, por ser los lugares de estudio en la Edad Media hasta la creación de
las Universidades en el siglo XIII.
Durante el reconocimiento del cadáver fray Guillermo pregunta al hermano
Severino, responsable del herbolario, por el uso del arsénico en la abadía. Sigue un
plano detalle del dedo índice de la mano derecha manchado. En su respuesta,
Severino hace veladas alusiones al contacto homosexual entre los monjes. Entre
tanto, Adso contempla la portada de la iglesia; al traspasar el umbral, se halla
rodeado de esculturas sobrecogedoras y figuras alegóricas que decoran arcos,
columnas y capiteles. Tales figuras, entre lo macabro y lo deforme, parecen cercar
a Adso mediante travellings de acercamiento laterales y posteriores. La escena se
cierra con un plano cenital que sirve para mostrar la llegada de una sombra. Sigue
un primer plano del novicio, inquieto por lo que ve pero ignorante de que no está
solo. El siguiente plano, magistral, convierte la sombra anterior en silueta, que se
adivina deforme, repugnante. Cuando habla se expresa “en todas las lenguas y en
ninguna”, ni habla en latín (la lengua que usaban los hombres cultos de la abadía) ni
en la lengua vulgar de la zona. La de Salvatore, el monje jorobado, era una lengua
propia, formada con jirones de lenguas de los lugares donde había estado, una
verdadera “torre de Babel”:
“¡Penitenciágite! ¡Vide cuando draco venturas est a rodegarla el alma
tuya! ¡La mortz est super nos! ¡Ruega que vinga lo papa santo a liberar nos a
malo de tutte las pecatta! ¡Ah, ah, vos pladse ista nigromancia de Domini
Nostri Iesu Christi! Et mesmo jois m’es dols y placer m’es dols… ¡Cave il
diablo! Semper m’aguaita en algún canto para adentarme las tobillas. ¡Pero
Salvatore non est insipiens! Bonum monasterium, et qui si magna et si ruega
dominum nostum. Et il resto valet un figo secco. Amen. ¿No?”