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Algunas veces es la lluvia la que abre heridas incontables sobre la misma

exacta parte del cuerpo. No permite que una sola plaqueta arme una
milimtrica barrera. Ella cae como gotas de manos en los hombros. Esas
palmas que, graves, presionan nuestra piel como a punto de engendrar otra
mala noticia.

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