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UNA CARTA SOBRE KAFKA (Escrita a Gerhard Scholem en Paris @ 12 de junio de 1938.) Querido Gerhard, a ruego tuyo te escribo con cierto detalle 1o que opino det Kofka de Max Brod. A continuacién encontrards algunas reflexiones sobre Kafka. Sabe de antemano que reservaré esta carta por entero a este tema, que a los dos nos toca tan de cerca; en cuan- to a noticias sobre mf, consuélate hasta los préximos dias. El libro de Brod se caracteriza pot la contradiccién fundamental que impera entre la tesis del autor por un lado y su actitud por otro. Esta iiltima tiende a desacre- ditar en cierto modo a la primera; por no hablar de los reparos que a su respecto se alzan. La tesis es que Kafka se encontraba en e] camino de la santidad. La actitud del idgrafo es Ia de una completa bonhomie. Su peculiasi- dad més destacada es la falta de distancia. Al libro fe arrebata de antemano toda autoridad que — 19 — esa actitud pueda juntarse a esa consideracién del tema. Que es asf, lo ilustra por ejemplo la locucién con la que en foto se le pasa al lector ante los ojos a “nuestro Franz”. La intimidad con el santo tiene una signatura determinada en la historia de las religiones: el pietismo. La actitud de Brod como bidgrafo es ta actitud pietista de una intimidad ostentosa ; con otras palabras, la menos piadosa que se pueda imaginar. A tal impureza en Ja economia de la obra le favorecen costumbres que el autor ha adquirido quizé en su activi- ‘dad profesional. En todo caso apenas resulta posible pasar por alto los rastros de 1 rutina period{stica hasta en la formulacién de la tesis: “La categoria de santidad... es Ja tinica bajo la que puedan considerarse correctamente ta vida y Ia creacién de Kafka.” Seré necesario advertir que Ja santidad es un orden reservado a Is vida, al cual en #inguna circunstancia pertenece la obra? ySeré preciso indicar que el predicado de santidad no es, fuera de una concepcién religiosa fundamentada tradicionalmente, m4s que una floritura literaria? ‘A Brod Ie falta sentimiento para el rigor pragmético que hay que exigir de la primera historia de la vida de Kafka. “Nada sabiamos de hoteles de lujo y estébamos sin embargo despreocupadamente alegres.” A consecuencia de una sorprendente falta de tacto, de sentido para los umbrales y las distancias, se deslizan en el texto, que por el tema estaria obligado a algin empaque, rutinas de fo Iletén, Es esto menos razén que testimonio de que a Brod le esté negada toda visién originaria sobre la vida de Kafka. Tal incapacidad de hacer justicia al tema resulta especialmente chocante, cuando Brod se pone a hablar de ta famosa disposicién testamentaria segin la cual Kafka Je impone la destruccién de sus escritos péstumos. Mejor — 200 — Que ninguna otra hubiese sido ésta la ocasién de devanar aspectos fundamentales de la existencia de Kafka. (Esté claro que no queria ser responsable ante la posteridad de una obra cuya magnitud conoc{a.) La cuestién se ha discutido muchas veces tras la muerte de Kafka; y bueno hubiese sido mantener por una vez posiciones. Al bidgrafo le hubiese levado a recogerse en si mismo, Kafka tenia que confiar su obra péstuma a quien no iba a querer cumplir su wltima votantad. Ni el testa- dor ni el bidgrafo saldrian daiiados de esta manera de considerar las cosas. La cual desde luego exige la capa- cidad de medir las tensiones que atravesaron Ja vida de Kafka. Esa capacidad se le escapa a Brod; as{ lo prueban los pasajes en los que pretende esclarecer la obra 0 el modo de esctibir de Kafka. Se queda en rudimentos diletantes, La peculiaridad del ser de Katka y de su escritura no es, como opina Brod, “aparente”; y menos atin cono- cemos las exposiciones kafkianas diciendo que son “sélo verdaderas”. Semejantes excursos sobre la obra de Kafka tienden a hacer de antemano problemética Ia_inter- pretacién de Brod de su concepcién ‘del mundo. Cuando Brod dice de él que estuvo en Ja Tinea de un Buber, busca a la mariposa en una red sobre la que revolotea y arroja su sombra. La “‘interpretacién que lamariamos judio-realista” de El Castillo malversa los repulsivos y terrorificos rasgos, con los que Kafka dota al mundo de artiba, en favor de una hermenéutica edificante que pre- cisamente, debiera al sionista resultarle sospechosa, Esa comodidad, tan poco conforme al tema, se denun- cia ocasionalmente incluso ante el lector no muy avisado. A Brod le estaba reservado ilustrar en el ejemplo del “aguerrido soldadito de plomo” Ja problemética multiple — 201 — de simbolo y alegoria de gran relevancia para su inter- pretacién de Kafka. El “soldadito de plomo” representa un simbolo vélido, porque no sélo “expresa mucho del curso hacia lo infinito”, sino porque se nos acerca “con su destino personalmente detallado”. Quisiera saber qué efecto hace la ensefia de David a la luz de esta teoria del simbolo. El sentimiento de que su interpretacién de Kafka es débil hace a Brod susceptible frente a las interpretaciones de otros. No resulta agradable que arroje a un lado con un mero movimiento de mario el interés, no tan loco, de Jos surrealistas por Kafka o la interpretacién, en parte importante, que hace Werner Kraft de la pequefia prosa. ‘Ademés se le ve empefiarse en desvalorizar la futura lite- ratura sobre este autor. “Asf se podria explicar y explicar (y se seguiré haciendo) y necesariamente no se acabaria nunca.” El acento recae sobre el paréntesis y suena mal. Que “muchas deficiencias privadas y accidentales de Kaf- ka, que sus dolencias” contribuyen a la comprensién de su obra mejor que “construcciones teolégicas”, es algo que oimos a disgusto a quien posee suficiente resolucién como para exponer a Kafka bajo el concepto de santidad. El mismo comportamiento recusante tiene Brod para con todo Jo que le estorba en su unién con Kafka, ya sea el psi- Coandlisis o la teologia dialéctica. Asi se permite confron- tar el modo kafkiano de escribir con la “exactitud fic- ticia” de Balzac (no teniendo otra cosa en Ja mente que las transparentes grandilocuencias absolutamente insepa- rables de 1a obra de Balzac y su grandeza). Todo Io cual no se aviene con un sentido kafkiano. Brod no acierta casi nunca con la presencia de énimo, con el sosiego propios de Kafka. No hay hombre, dice Joseph de Maistre, al que no se pueda ganar con una opi- — 202 — nién comedida. El libro de Brod no gana. Desborda la medida tanto por la manera en que honra a Kafka como por la familiaridad con que le trata. Todo lo cual tiene su preludio en su novela, a la que sirve de tema su amis- tad con Kafka, Haber entresacado de ella citas no es ni mucho menos el mayor desacierto de esta biografia. A su autor le extrafia, y asf lo confiesa, que los no iniciados vean en su novela una lesién de la piedad debida al muer- to, “También esto se ha entendido mal, como todo... Nadie’se ha acordado de que de manera semejante, si bien mucho mds amplia, Platén arrebaté a la muerte a su maestro y amigo Sécrates, al que hizo héroe vivo, ope- rante, que vivia con él y-con é] pensaba, compafiero suyo en el camino de casi todos los didlogos que escribié des- pués de la muerte de Sécrates.” ‘No hay muchas probabilidades de que el Kafka de Brod pueda un dia ser citado entre las grandes biografias de escritores en la linea de la de Schwab sobre Holderlin © de la de Bachthold sobre Keller. Tanto més vale la pena pensar en dicha obra como testimonio de una amistad que no cuenta entre los menores enigmas de la vida de Kafka. Por todo lo que precede advertiras, mi querido Gerhard, por qué la biografia de Brod no me parece apropiads para que, aunque [uese de manera polémica, entrevea mi imagen de Katka quien se ocupe de ella. No me planteo ahora si lograré con las notas que siguen proyectar esa imagen. En todo caso te acercardn un aspecto nuevo, més ‘© menos independiente, de mis reflexiones anteriores. La obra de Kafka es una elipse cuyos focos, muy ale- jados el uno del otro, estén determinados de un lado por la experiencia mistica (que es sobre todo la experiencia de la tradicién) y de otro por la experiencia del hombre — 203 — moderno de la gran ciudad. Al hablar de la experiencia del hombre modemo de la gran ciudad abarco en ella diver- sos elementos. Hablo en primer lugar del ciudadano del Es- tado modemo, que se sabe entregado a un inabarcable aparato burocrético, cuyas funciones dirigen instancias no demasiado precisas para Jos érganos que las cumplea, cuanto menos para los que estén sujetos a ellas. (Se sabe bien que es éste uno de los estratos de significacién de las novelas, especialmente de EI Proceso.) Ademés aludo como a hombre modemo de la gran ciudad al coeténeo de los fisicos actuales. Leyendo el siguiente pasaje de Eddington sobre la imagen del mundo que tiene la fisica, pensaremos que estamos escuchando a Katka. “Estoy en el umbral de Ja puerta, a punto de entrar en mi cuarto, Lo cual es una empresa complicada. En primer lugar tengo que luchar contre la atmés- fera que pesa con una fuerza de un kilogramo sobre cada centimetro cuadrado de mi cuerpo. Ademés debo procurar aterrizar en una tabla que gira alre- dedor del sol con una velocidad de 30 kildmetros por segundo; sélo un retraso de una fraccién de segundo y la tabla se habré alejado millas. Y seme- jante obra de arte ha de ser levada a cabo mientras estoy colgado, en un planeta en forma de bola, con Ja cabeza hacia afuera, hacia el espacio, a la par que por todos los poros de mi cuerpo sopla un vien- to etéreo a Dios sabe cudnta velocidad. Tampoco la tabla tiene wna sustancia firme, Pisar sobre ella es como pisar sobre un enjambre de moscas. ;No acabaré por caerme? No, porque si me atrevo y piso, tuna de las moscas me alcanzaré y me dari un em- pujén hacia arriba; caigo otra vez y otra vez me — 204 — empuja hacia arriba y asi sucesivamente. Puedo por por tanto esperar que el resultado total sea mi per- manencia siempre aproximadamente a la misma altu- ra, Pero si por desgracia y a pesar de todo cayese al suelo o fuese empujado con tanta fuerza que volase hhasta el techo, semejante accidente no seria lesin alguna de Jas Jeyes naturales, sino una coincidencia extraordinariamente improbable de casualidades... Cierto que es més fécil que un camello pase por el ojo de una aguja que un fisico traspase el umbral de una puerta. Si se tratase de la boca de un granero © de Ia torre de una iglesia, tal vez fuera mds pru- dente acomodarse a ser nada més que un hombre corriente, entrando simplemente por ellas, en lugar de esperar a que se hayan resuelto todas las dificul- tades que van unidas a una entrada por entero libre de objecciones.” No conozco ningun pasaje en literatura que muestre en tal grado el gesto kafkiano. Se podria sin esfuerzo acompafiar casi cada paso de esta aporia fisica con frases de la prosa de Kafka, y no habla poco en favor de ello que nos encontrésemos al hacerlo con Jas “més incom- prensibles”. Decir por tanto, tal y como yo lo he hecho, que Jas correspondientes experiencias de Kafka estén en uma tensién poderosa respecto de las misticas que tuvo, no seria sitio decir la verdad a medias. Lo que en un sen- tido muy preciso resulta “increfble” en Kafka es que ese mundo jovencisimo de experiencias le Hegue a través de la tradicién mistica. Lo cual desde luego no ha sido posible sin causar estragos (y sobre ellos volveré en seguida) den- tro de esa tradicién, La medida del asunto la da que fuese necesario apelar a nada menos que a las fuerzas de esa — 205 — tradicién, si es que alguien (que se lamé Franz Kafka) querfa confrontarse con Ja realidad que, en cuanto nues- tra, se proyecta tedricamente por ejemplo en la fisica moderna y prdcticamente en la técnica bélica. Quiero decie que esa realidad apenas es experimentable para un par- ticular y que el mundo de Kafka, tantas veces alegre y atravesado por dngeles, es el exacto complemento de su época, que se dispone a abolir en una medida considerable a los habitantes de este planeta. La experiencia, que co- sresponde a la de Kafka como hombre privado, debie- ran adquirirla las grandes masas como la de su propia abolicién. Kafka vive en un mundo complementario. (Y en ello est emparentado con Klee, cuya obra se alza en la pin- ura tan esenciaimente aislada como la de Kafka en la literatura.) Kafka percibia el complemento, sin percibir Jo que le rodeaba, Si decimos que percibia lo que iba a venir, sin percibir 1o que hoy ocurre, diremos que lo perci- bia esencialmente en cuanto un particular concemido por ello. A sus ademanes de terror les favorece el espléndido dmbito de juego que la catéstrofe no conocerd. Pero en Ja base de su experiencia no habia més que la tradicién a la que Kafka se entregs; en modo alguno una visién de largo alcance; tampoco el “don de visiones”. Kafka estaba a la escucha de la tradicién y quien escucha es- forzadamente no ve. Esa escucha es esforzada sobre todo porque hasta quien escucha s6lo Iega lo menos claro. No hay una doctrina que aprender, ni un saber que pudiera conservarse. Lo que se quiere atrapar al vuelo, no es algo determinado para un ofdo. He aqui un hecho que caracteriza estricta- mente la obra de Kafka por la parte negativa, (Su carac- terfstica megativa es desde Iuego més rica en posibilidades — 206 — que la positiva.) La obra kafkiana expone una enferme- dad de la tradicién. En ocasiones se ha querido definir la sabidurfa como el Jado épico de la verdad. Con ello queda Ja sabidurfa caracterizada como un bien tradicional; es entonces la verdad en su consistencia. Esa consistencia de la verdad es la que se ha perdido. Y Katka estuvo muy lejos de set el primero que se vio Frente a este hecho. Muchos se habjan adaptado a él, ya fuese ateniéndose a la verdad, 0 a lo que en cada caso tenfan por tal, y renunciando a su transmisibilidad con el 4nimo grave o ligero. Lo verdaderamente genial en Kafka fue que probé algo nuevo por entero: abandoné la verdad para atenerse a su transmisibilidad, a su elemento hagédico. Las creaciones kafkianas son todas ellas paré- bolas. Y su miseria y su belleza consisten en que tuvieron que convertirse en algo mds que pardbolas. No se ponen sin més ni més a los pies de la doctrina, como la hagadah se pone a los pies de Ja halacha. Una vez que se han sometido, levantan contra ella inadvertidamente una pe- sada garra. Por eso Kafka no habla de sabiduria, Sélo le quedan los productos de su ruina, Y estos son dos: el rumor de las cosas verdaderas (una especie de periddico de cuchi- cheos teolégicos en el que se trata de lo desacreditado ¥ obsoleto); el otro producto de esta didstasis es 1a locu- Fa, que si ha malgastado por completo el valor propio de la sabidurfa, ha conservado en cambio el garbo y la tran- Quilidad que por todos Jados se le escapa al rumor. La locura es la naturaleza de los preferidos de Kafka, desde Don Quijoté, pasando por los empleados, hasta los anima- les. (Ser animal no significaba para él sino haber renuncia- do por una especie de pudor a la figura y a la sabidurfa humanas. Igual que un caballero distinguido, que se equi- — 207 — voca de bar, renuncia por pudor a limpiar su vaso.) Para Kafka era firmemente incuestionable: primero, que al- guien para ayudar tiene que ser un loco; segundo, que sélo es verdadera la ayuda de un loco. Solo que no es seguro que haga efecto en el hombre. Tal vez ayude més bien a los angeles (confr. el pasaje en que a los angeles se les encomienda algo que hacer), aunque con los angeles podria hacerse de otra manera. Por eso, como dice Kafka, hay infinitas existencias de esperanza, s6lo que no para nos- otros. Esta frase contiene de veras la esperanza kafkiana. Y es la fuente de su radiante alegria. Te entrego esta imagen recortada peligrosamente en su perspectiva con toda calma. TW la ilustrarés con los puntos de vista. que desde otros aspectos he desarrollado en mi trabajo sobre Kafka en la Jiidische Rundschau, en contra del cual me embarga sobre todo el rasgo funda- mentalmente apologético que le es inherente, Para hacer justicia a la figura de Katka en su pureza y en su belleza peculiares, no se debe perder de vista lo siguiente: que fue un fracasado. Las circunstancias de ese fracaso son multi- ples. Casi dirfamos que cuando estavo seguro de la frus- tracién definitiva, lo lograba todo de camino como en un suefio, Nada merece mayor consideracién que el celo con que Katka subray6 su fracaso. Para mi su amistad con Brod es sobre todo un interrogante que quiso dibujar en el margen de sus dias. Con Jo cual cerrariamos por hoy el circulo, En su centro pongo los saludos més cordiales para ti, Tuyo, Walter. — 208 — CONSTRUYENDO LA MURALLA CHINA Pongo al comienzo una pequefia narracién, tomada de la obra que Meva el mismo titulo, que pondré de mani- fiesto dos cosas: La magnitud de este escritor y la dificul- tad de dar sobre él un testimonio, Kafka contaba su- puestamente una fébula china: “El emperador, a ti, miserable, menguado stbdito, m{nima sombra imperial que huye a la més lejana Jejanfa ante el sol imperial, precisamente a ti te ha enviado el emperador desde su lecho de muerte un ‘mensaje. Junto al lecho ha susurrado el mensaje a un mensajero que se arrodillaba; y tanto le impor- taba que hizo que se la repitiese al odo. Con movi- mientos de cabeza confirmaba la exactitud de lo dicho. Y ante todos los espectadores de su muerte (todas las paredes, todos los impedimentos fueron derribados y en la abierta escalera, batida amplia y largamente, forman cotro todos los grandes del reino), ante todos ellos despaché al mensajero. Este se puso en seguida en camino: un hombre fuerte, incansa- ble; echando una vez hacia adelante un brazo, nego el otro, se abria paso entre la multitud; si encuentra resistencia, muestra sobre su pecho el signo del sol avanza con més facilidad que ningin otro. Pero la multitud estan grande; sus habitaciones no tienen fin. Si se abriese el campo libre, cémo volarfa y qué Pronto oirias en tu puerta la esplé Uamada de sus pufios. En lugar de ello, se consume en un es- — 209 — « fuerzo inttil; todavia sufre apretones en las céma- ras del palacio interior; jamds Megara més alld; y si lo lograse, nada se ganaria con ello; tendrfa enton- ces que habérselas con los patios; y tras los patios el segundo palacio que los abarca; y otra vez es- caleras y patios; y otra vez un palacio; y asi du- rante milenios; y si por fin se descolgase por la puerta més externa (cosa que nunca, nunca sucede- +4), se encontraria en primer lugar con Ja ciudad resi- dencial, el centro del mundo, levantada muy alta sobre el suelo, Nadie en absoluto Ja atravesaré con el mensaje de un muerto. Ti en cambio te sientas junto a tu ventana y suefias con él, cuando la tarde llega.” No interpretaré esta historia. Porque no hace falta indi- cacién alguna por mi parte para sentir que el aludido es sobre todo el mismo Kafka. ;Pero quién era Kafka? El hhizo todo Jo posible para embrollar el camino de la res- puesta a esta pregunta. Resulta inconfundible que es él mismo quien esté en el centro de sus novelas, lo cual en cierto modo le empuja a hacer invisible a quien las vive, a hurtarlo escondiéndolo en el seno de Ia trivialidad. Y la inicial K, com la que se designa a la figura capital de su libro EI Castillo, no dice més de lo que puede en- comtrarse en un pafiuelo o por dentro del borde de un sombrero, con Io cual no se sabe reconocer a quien haya desaparecido. En todo caso de ese Kafka podrfamos for- mar una leyends; toda su vida se ha roto la cabeza acer- ca de cuél es su aspecto, sin darse cuenta de que hay espejos. Pero volviendo a la historia del comienzo, me gustaré de todos.modos aludir a eémo no se debe interpretar a Kaf- — 210 — kka, ya que por desgracia es ésta la nica manera de enla- zar con Jo que hasta ahora se ha dicho sobre él. Es cierto que no esté traido por los pelos el esquema filoséfico- religioso que se ha supuesto a los libros de Kafka, También es muy posible que el trato intimo con un escritor como Brod, meritorio editor de sus escritos, haya despertado © confirmado semejantes pensamientos. Los cuales, sin em- argo, significan un importante rodeo, casi dirfa una violen- cia al mundo de Kafka. Desde luego que es irrebatible la ‘afirmacién de que éste ha querido representar en sv novela El Castillo el poderto y el dmbito superiores de la gracia, en El Proceso los inferiores, el juicio, y en la iiltima gran obra América Ta vida terrena —todo ello entendido en el sentido teol6gico. Sélo que este método da resultados mucho menores que el de una interpretacién, desde Juego mucho més dificil, del escritor desde el centro de su mundo de imagenes. Un ejemplo: el proceso contra Joseph K. se tramita en pleno dfa hébil en patios traseros, en salas de espera, siempre en lugares inusuales en los que el acu- sado se extravia con mayor frecuencia que se encuentra, ¥ asf un dia se halla en una buhardilla, Las tribunas estén Uenas de gentes que apretujadas estrechamente siguen el procedimiento; se haz preparado para una sesién larga; pero no es faci] aguantar allé arriba; el techo —que en Kafka casi siempre es bajo— oprime y pesa; por eso han Uevado cojines para apoyar en ellos Ja cabeza. Y esta es la imagen exacta de lo que conocemos como capitel, ador- nado con figuras que hacen muecas, en las columnas de tantas iglesias medievales. Naturalmente que ni que decir tiene que Kafka no pretendié imitarlas, Pero si tomamos su obra como un disco reflectante, apareceré ese capitel, que desde hace mucho tiempo pertenece al pasado, como objeto propiamente inconsciente de esa descripcién. La — 2 interpretacién habria entonces apartado su reflejo en sen- tido contrario del espejo tan lejos como habia buscado ‘ol modelo reflejado. Con otras palabras, en el futuro. La obra de Kafka es profética. Las singularidades su- mamente precisas, de las que esté lena la vida de la cual se ocupa, no son para el lector sino pequefios signos, indi: caciones y sintomas de desplazamientos, que el escritor siente que hacen camino en todas las circunstancias, sin que él mismo, por cierto, pueda ensamblarse en las nuevas ordenaciones. Por eso no le queda otro remedio que res- ponder con asombro, en el cual desde Iuego, se mezcla un terror pénico, a esas dislocaciones, casi incomprensi- bles de Ia existencia, que delatan el establecimiento de ichas leyes. Kafka esté tan leno de ello que no es ima- ginable un solo proceso que bajo su descripcién no se disloque (descripeién que no significa otra cosa que inda- gacién). Con otras palabras, todo lo que describe enuncia otra cosa. La fijacién de Katka a este iinico, s6lo objeto, la dislocacién de Ia existencia, puede provocar en el lector una impresién de obstinacién por su parte. Pero en el fondo esa impresiOn, igual que la seriedad desconsolada, que la desesperaci6n, es a la vista del escritor mismo s6lo una sefial de que Kafka ha roto con la prosa pura- mente literaria. Tal vez su prosa no pruebe nada; en cualquier caso est4 hecha de tal modo que puede a cada momento insertarse en contextos demostrativos. Habré que recordar aquf la forma de hagadah: asi se llaman entre 10s judios las historias y anécdotas de Ja literatura rabinica, que sirven de ilustracién y confirmaciéa de la doctrina (de la halacha). Al igual que las partes de haga- dah en el Talmud, estos libros son narraciones, una ha- gadah que se mantiene, que ve demora en las descripcio- nes més detalladas, con la esperanza a la par que la — 212 — angustia de que la f6rmula, Ia instruccién de la halacha, a doctrina pueda empujarla en su camino. Es asi; la demora es el auténtico sentido de ese deta- llismo tan curioso, a veces tan sorprendente, del que Max Brod ha dicho que consiste en la matural perfec- cién de Katka y su busqueda del camino recto. Brod opina que de todas las cosas serias de la vida vale lo que una muchacha afirma de Jas cartas enigméticas de los funcionarios en El Castillo: “Las reflexiones a las que dan motivo son infinitas.” Pero lo gue a Kafka le gusta en esa infinidad es el miedo ante el final. Por eso tiene su detallismo, un sentido muy distinto al de Jos episodios en una novela. Las novelas se bastan a si mismas. Los libros de Katka nunca, puesto que son narraciones.. El escritor ha aprendido, si es que se puede hablar asi, no de los grandes novelistas, sino de autores mucho més mo- destos, de los narradores. Entre sus autores preferidos es- taban el moralista Hebel y el suizo Robert Walser, de fondo tan dificil. Hemos hablado antes de la cuestionable construccién, filoséfico-religiosa que se ha puesto a Ja base de la obra de Kafka y en la cual se ha hecho de la montafia del cas- tillo el asiento de 1a gracia. Que los libros hayan quedado sin terminar, eso es ei dominio propio de la gracia, Que en Kafka no se exprese la ley nunca, eso y no otra cosa es el ensamblamiento agraciado del fragmento. Quien tenga dudas acerca de esto, que lo confirme segin Jo que Max Brod refiere de sus amistosas conversaciones con el escritor sobre el final que planeaba para El Castilio. ‘Tras una larga vida sin fuste y sin calma en aquella aldea, se encuentra K. inerme, perdidas las fuerzas en la lucha, en su lecho de muerte. Y entonces, por fin, por fin. aparece el mensajero del castillo que trae la noticia deci- — 213 — siva: este hombre no tiene derecho alguno a habitar en esta aldea, pero considerando ciertas circunstancias mar- ginales se le permitira vivir y trabajar en ella. Pero el hombre muere en ese momento. Sentimos que esta narracién pertenece al mismo orden de la fabula con la que hemos comenzado, Ademés Brod nos ha comunicado que en esta aldea y al pie de la mon- tafia del castillo Kafka imaginaba una determinada colonia, una pradera en plenos montes. Por mi parte creo reco- nocer en ella la aldea de una leyenda del Talmud. Es una leyenda con la que un rabino contesta a la pregunta cap- ciosa de por qué el judio prepara el viernes por la tarde un banquete. Cuenta entonces Ia historia de una princesa que languidecta en el destierro, lejos de sus gentes y entre ‘un pueblo cuya lengua no entiende. Un dia le llega a Ja princesa una carta con Ja noticia de que su prometido no la ha olvidado y se ha puesto en camino para encon- trarla, El prometido, dice el rabino, es el Mesias, 1a prin- cesa el alma, y la aldea en la que esté desterrada el cuer- po. Y como no puede dar a aquellos que no conocen su lengua seffal alguna de su alegria, adereza el alma un ban- quete para el cuerpo. Un pequefio desplazamiento de acentos en esta histo- ria talmidica y ya estamos en medio del mundo kafkiano. El hombre actual vive en su cuerpo como K. en la aldea al pie de la montaiia del castillo: como un extraiio, como un paria que nada sabe de las leyes que unen a ese cuerpo con otros Grdenes superiores. Quizé ilustre este lado del asunto que Kafka coloque con tanta frecuencia animales en el centro de sus narraciones. Podemos seguir un buen. rato sus historias de animales sin percatarnos en absoluto de que no se trata en ellas de hombres. Al topar con el nombre del animal —un ratén o una arafia— desperta- — 24 — mos asustados y advertimos de una vez que estamos muy lejos del continente del hombre. Por cierto que Ia elec- cidn de animales, en cuyos pensamientos Kafka envuelve los suyos, esté lena de referencias. Siempre son de los que viven dentro de la tierra o al menos, como el esca- tabajo de Metamorfosis, de los que se esconden entre las grietas y hendiduras del suelo. Este madriguerismo es lo tinico que al escritor le parece adecuado para los miem- bros de su generacién, aislados, desconocedores de la ley, y para su mundo entorno. Pero esa falta de legalidad se ha ido formando; Kafka no se cansa de designar los mundos de los que habla como viejos, corrompidos, vivi- dos en demasfa, polvorientos. Los aposentos en los que se desarrolla el proceso son igual que los ordenamientos segtin los cuales se procede en la colonia de castigo o que los habitos sexuales de las mujeres que estén al lado de K. Pero no slo en las figuras femeninas, que todas viven en una promiscuidad sin barreras, podemos palpar la de- pravacién de ese mundo; con la misma desvergiienza la proclama en sus obras y manejos el poderfo superior, del que acertadamente se sabe que es tan cruel como el infe- rior y que como é1 juega con sus victimas de manera feli- na, “Ambos mundos son un laberinto medio oscuro, pol- voriento, estrecho, mal aireado, de cancillerfas, despachos, salas de espera, con una jerarquia imprevisible de emplea- dos pequefios y grandes y muy grandes y enteramente in- asequibles, empleados inferiores, conserjes, abogados, auxi- liares, botones, que externamente hacen el efecto de una ridfcula y absurda parodia burocrética.” Se ve que los su- periores tampoco tienen ley, que aparecen en el mismo grado que los inferiores, que las criaturas de todos los 6rdenes pululan en montones sin paredes divisorias, fur- tivamente solidarias sélo en un tinico sentimiento, el mic- — 25 — do. Un miedo que no es reaccién, sino érgano. No es dificil determinar para qué tienen en todo tiempo una aguda, insoslayable sensibilidad. Pero antes de que conoz- ‘camos su objeto, nos da que pensar la curiosa, doble situa- cionalidad de dicho érgano. Recordemos la metéfora del espejo al comienzo. Ese miedo es a la par y por partes iguales miedo ante lo muy antiguo, ante lo inmemorial, y miedo ante lo més préximo, ante lo que esté surgien- do, Para decirlo en una frase: es miedo ante la culpa desconocida y su expiacién, cuya tinica, imperiosa bendi- cién es que se de a conocer la culpa. La dislocacién més precisa, tan caracteristica para el mundo de Kafka, procede de que en é\ lo nuevo, grande y liberador se representa tras Ja figura de ta expiacién en tanto lo que ya ha sido no esté penetrado, conocido y abolido por entero. Por eso Willy Haas ha descifrado con toda razén como olvido la culpa desconocida que conjura 1 proceso contra Joseph K. La creacién literaria de Kafka rebosa de configuraciones del olvido —mudas stiplicas de que por fin llegue a ocurrirsenos. Pensemos en el “cuidado del padre de familia”, en la extrafia madeja parlante Odradek, de la que nadie sabe lo que es, 0 en el escara- bajo, el héroe de Metamorfosis, del que sabemos muy requetebién lo que era, un hombre, o en el “cruce”, el animal que es mitad felino, mitad cordero, para el cual el cuchillo del matarife tal vez fuera una redencién. Si voy a mi pequefio jardin @ regar mi pequefia flor, hay alli un jorobadito que empieza a estornudar. — 26 — Asi dice una insondable cancién popular. También el hombrecito jorobado es algo olvidado que una vez su- pimos y que estaba ya en paz, aunque ahora nos ataja el camino hacia el futuro. Es enormemente significativo que Kafka no haya creado la figura del hombre més reli- zioso, del hombre bueno, pero que sf la haya reconocido y en quién. Y en nadie més que en Sancho Panza, que se ha redimido de la promiscuidad con el demonio al lo- grar darle otro objeto distinto de si mismo, Asi es como Hevaba una vida tranquila en la que no necesitaba olvidar nada. “A lo largo de los afios”, dice su interpretacién tan breve como espléndida, “logré Sancho Panza, proporcio- néndole en las horas de Ja tarde y de la noche una gran cantidad de novelas de caballerfa y de ladrones a su diablo, al que més tarde lamé Don Quijote, que éste se distrajese de 1 y que montase las fechorias més locas ¢ inconsistentes, que sin embargo a falta de un objeto predeterminado, que hubiera debido ser Sancho Panza, no dafiaban a nadie. Sancho Panza, un hombre libre, se- guia de buen nimo, quizd por un sentimiento de respon- sabilidad, a Don Quijote en sus andanzas y en ello tenia entretenimiento muy util hasta su fin”, Si las novelas del escritor son los campos bien abona- dos que deja tras sf, el nuevo volumen de historias, del que hemos tomado esta interpretacién, es la bolsa del sembrador Ilena de granos, que tienen la fuerza de los naturales, de los que sabemos que después de milenios, sacados de las cavas a la luz del dia, dan fruto. — 217 — NOTA DEL TRADUCTOR En 1934, publicé Benjamin (en parte) un trabajo largo sobre Kafka, al que sirven de correccién y complemento los dos textos de este volumen, (Dicho trabajo est inclui- do en Ensayos escogidos que publicara “Sue” y que con el titulo Angelus novus ha reeditado Edahsa en 1971.) Benjamin sabemos que se ocup6 de Kafka ya en 1925. La intensidad de esta ocupaciGn crece sobre todo en 1934, y todavia en 1939, exiliado en Paris, dice haber “vuelto otra vez a la reflexién acerca de Kafka” y estar “hojeando antiguos papeles”. La actual polémica sobre la interpreta- “cién —y la edicién— de Benjamin, sobre si en el pensa~ miento de éste pesan més as categorfas marxistas o deter- minadas versiones personalisimas de theologumena judios, tiene un capitulo previo en la reaccién de amigos del autor ante sus reflexiones sobre Kafka. Brecht pensaba que con ellas “se hacia la cama al fascismo judfo”. Scholem en ‘cambio afirma en 1965 que Benjamin “sabia que tenemos en Kafka una teologia negativa del judasmo”. Lo que desde Iuego sf sabfa Benjamin es, segiin le escribe a Adorno — 219 — en 1935, que tras sus consultas a unos y a otros, sobre todo a Brecht y a Scholem, “se ha ido formando una serie tonal en la que todavia tengo mucho que escuchar”, Los dos textos que ahora publicamos son resultado de esta autocritica puesta a la escucha. Benjamin bebfa en sus fuentes sin doblar para ello las rodillas. Por eso puede escribir a Scholem en 1939 una carta de la que extraigo un pérrafo que no contradice al que también selecciono de carta al mismo amigo en 1934. Pérrafo de 1939: “Cada vez me parece el humor més esen- cial en Kafka, Naturalmente que no era un humorista. Més bien fue un hombre cuya suerte era tropezar con gentes que hacian del humor una profesién, tropezar con paya- sos. América es sobre todo una gran payasada. Pienso que la clave de Kafka la tendrva en las manos quien to- mase el pulso al lado cémico de la teologia jud{a.” Pérrafo de 1934: “Y si la importante significacién de la obra de Kafka sigue estando para mi en pie, ello se debe, y no poco, a que ni una sola de las posiciones que adopta es de esas que el comunismo justificadamente impugna.” En el mismo afio y también a Scholem le asegura: “... afirmo que mi trabajo tiene su lado teol6gico, si bien sombreado. Pero si me he vuelto contra el gesto insoportable del ted- logo profesional que, como ti mismo no me discutirds, hha dominado hasta ahora en toda la linea la interpreta- cién de Kafka.” El gesto profesional que més le Brod, a quien sin embargo habia defendido en 1929, cuan- do fue acusado de violar las disposiciones testamentarias de Kafka. Sobre el libro de Brod escribe a Scholem en 1938: “..,la citada biograffa en la que la imbricacién de la ignorancia de Kafka y las sabidurfas de Brod parecen abrir un distrito del mundo de los espfritus donde la magia — 20 — blanca y Ios adefesios hacen su juego de la manera més edificante.” En 1934, le expone Benjamin a Brecht desde Paris el plan de una serie de conferencias sobre “L’avantgarde allemande” : 1) La novela (Kafka). 2) El ensayo (Bloch). 3) El teatro Brecht), 4) El periodismo (Kraus). Benjamin interpret6 a Kafka luchando con él, En 1931, confiesa que hay en Kafka cosas que provocan en él una resistencia tan grande como “grande ha sido el tormento fisico de su lectura”. mu

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