Alfonso Reyes y la historia de América: La argumentación del ensayo histórico: un análisis retórico
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Alfonso Reyes y la historia de América - Eugenia Houvenaghel
SECCIÓN DE OBRAS DE LENGUA Y ESTUDIOS LITERARIOS
ALFONSO REYES Y LA HISTORIA DE AMÉRICA
EUGENIA HOUVENAGHEL
ALFONSO REYES
Y LA HISTORIA DE AMÉRICA
La argumentación del ensayo histórico:
un análisis retórico
Prólogo de
HELENA BERISTÁIN
Primera edición, 2003
Primera edición electrónica, 2015
Publicado con el apoyo de la Fundación Universitaria de Bélgica
D. R. © 2003, Fondo de Cultura Económica
Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F.
Empresa certificada ISO 9001:2008
Comentarios:
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Tel. (55) 5227-4672
Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.
ISBN 978-607-16-3247-0 (ePub)
Hecho en México - Made in Mexico
A LUC
Agradecimientos
Para realizar esta investigación fueron imprescindibles los sabios consejos del doctor P. Collard de la Universidad de Gante. Su persona ha sido para mí ejemplo y estímulo. Asimismo, es especialmente grato para mí agradecer a la doctora Helena Beristáin de la UNAM su apoyo cordial y desinteresado en todo momento. Quisiera expresar mi gratitud a la doctora Alicia Reyes, directora de la Capilla Alfonsina en México, D. F., cuya ayuda ha permitido que este trabajo haya salido adelante. Gracias también a los miembros del jurado doctoral, el doctor R. Blomme, el doctor F. Hallyn, el doctor F. Lasarte y la doctora L. Rodríguez. Este libro no hubiera podido realizarse sin las becas y subvenciones concedidas por la Universidad de Amberes, el Fondo de Investigaciones Científicas-Flandes y la Fundación Universitaria de Bélgica (Universitaire Stichting van België).
Prólogo
Este libro de Eugenia Houvenaghel sobre Alfonso Reyes y la historia de América tiene una serie de raras cualidades: satisface una necesidad, hace aportaciones de gran calibre, desentraña tanto los significados como las estrategias discursivas de que el autor se vale para comunicarlos, y también las más profundas motivaciones subyacentes en una zona temática (orientada hacia la persuasión) del ensayo histórico de este importantísimo autor. Y todo ello está logrado mediante la aplicación de un riguroso método que pone en juego herramientas de análisis y síntesis que conducen a dispensar la esclarecedora mirada semiótica (contextual) sobre los resultados de la indagación en los textos.
Así, lo que se infiere de su lectura queda apoyado en poderosos argumentos lógicos de Houvenaghel que, a su vez, provienen de poderosos argumentos de índole afectiva, didáctica y lógica de Reyes, que proceden de varias fuentes: 1) de su amor por la cultura hispanoamericana con su tradición grecolatina; 2) de la misión educativa que él mismo se asigna para contribuir a la unión y el fortalecimiento de nuestros países con miras a enfrentar el futuro en el siglo XX, y 3) de su falta de una aguda visión política. En este último punto discrepo un poco de la autora, pues creo que Reyes actúa políticamente motivado, porque ve la necesidad de fomentar el fortalecimiento de una asociación amistosa entre España e Hispanoamérica, para hacer frente al nuevo peligro que viene del norte anglosajón y que ya habían presentido pensadores como Bolívar, Martí y Rodó.
En efecto, creo que las omisiones de Reyes provienen de esta voluntad histórica de maniobrar para coadyudar a que la historia tome otro rumbo, pues quiere producir un impacto en la inteligencia y las emociones de sus lectores, para ayudar al logro de una unidad cultural que haga contrapeso a la de los anglohablantes del continente. Es intencional en él no aludir a problemas históricopolíticos que lastiman la identidad y la unidad latinoamericanas, como el lado oscuro de la guerra de conquista y la esclavitud subsecuente, el maltrato a los criollos, el problema de la gran cantidad de lenguas indígenas ya existentes, el de las guerras de independencia y las luchas entre los recién independizados, etc. Reyes se propone ver solamente lo positivo, lo asombroso, lo maravilloso, para pro-mover el orgullo de los herederos de esa cultura iberoamericana, para agudizar la conciencia histórica del lector, para que su versión de la epopeya de la Conquista cumpla una función social que él siente necesaria en el siglo XX, metas que atinadamente señala Eugenia Houvenaghel.
Reyes admira a Latinoamérica y advierte sensatamente que su enemigo en esta centuria es otro, no España. Con ella nos vinculan la herencia, la historia común ya centenaria, los intereses compartidos, la lengua de uso más general, la certeza de que se facilita adquirir fuerza mediante alianzas. Y sus convicciones se acendran en el desempeño de su trabajo en el cuerpo diplomático, siempre en países herederos de la idiosincrasia grecolatina, y en su trato con una enorme cantidad de intelectuales representantes de la más refinada cultura, y con los representantes del poder, en las embajadas.
Este libro tiene un gran mérito hecho de muchos méritos: 1) Está dedicado a una de las mayores figuras de la literatura hispanoamericana en el siglo XX, que ha sido desatendida quizá por lo voluminoso de sus obras completas, como sugiere su autora, y a pesar de que posee también una constante gran calidad y una variedad ilimitada de temas, perspectivas y estilos. 2) Finca su interés en un tipo de texto (el ensayo) y en una temática (la historia de América y el americanismo) que no son los más frecuentados por la crítica literaria. 3) Respalda su elección procurándonos una serie de razones provenientes de una revisión no sólo del ensayo histórico de Reyes, sino también de las opiniones —coincidentes y discrepantes— de sus críticos. 4) Elige, al final, una hipótesis de trabajo que la conduce a hallazgos importantes en cuanto a temas, tratamiento, motivaciones (conscientes o no) del autor, y en cuanto a su voluntad de incidir en la sociedad de su tiempo. 5) Escoge también el corpus adecuado para fundamentar la demostración de la visión de la historia hispanoamericana y del ideario americanista de Reyes. 6) Dedica a este autor (flor de mexicanos y mexicano universal, como Reyes llama a Ruiz de Alarcón) un análisis de la estructura argumentativa de sus ensayos históricos, lo cual tiene gran mérito porque Reyes lo merece más que nadie, ya que en la primera mitad del siglo XX fue el único en México (y quizá el único en Latinoamérica) interesado en el rescate de la retórica, la que utilizaban sus contemporáneos posmodernistas y vanguardistas como insulto y adjetivaban como zaparrastrosa mientras la bebían hasta la embriaguez.
De esta manera, Houvenaghel corrobora y explica científicamente la impresión de encantamiento que experimenta cualquier lector que se acerca por primera vez a la fuerza poética que, en distintas dosis y con diversas tonalidades, impregna su poesía, sus relatos narrados o representados y sus ensayos de cualquier tenor (histó-rico, biográfico, conmemorativo, anecdótico, descriptivo, etc.), es decir, todos los géneros vehiculados por ese discurso dotado de una imponderable gracia estilística que se observa, entreverada con la erudición enciclopédica, en el sensorio de un humanista que parece ubicado en el Renacimiento y que tiene vocación de maestro empeñado en construir condiciones para la permanencia del mundo latinoamericano. Sus viajes, sus trabajos, sus relaciones, sus estudios estuvieron al servicio de su proyecto de rescatar nuestras figuras universales, como Ruiz de Alarcón y Sor Juana, en calidad de contundentes pruebas de la existencia temprana de una identidad cultural propia, y con el fin de prestigiar a América ante Europa. Creo que intencionalmente exalta en América el nacimiento (trasterrado, trasplantado) de una cultura española y no de una cultura mestiza, como atinadamente señala Houvenaghel, porque atiende a otra circunstancia. Cuando, en el siglo XVI, los misioneros, principalmente dominicos y franciscanos, protegían al indígena y rescataban su cultura o lo educaban, era para preservar su existencia, y cuando en el XVIII los jesuitas hablaban del mestizaje, ya se planeaba la independencia; pero cuando Reyes selecciona datos históricos, está eligiendo los argumentos que persuadan sobre la necesidad de unir, de apagar rencores, de reforzar la identidad colectiva, de fortalecer la idiosincrasia cultural en cuanto ya tiene de común.
Por ello explota Reyes el encanto seductor de las descripciones del paisaje y el espectáculo de los rincones, barriadas y mercados donde la vida bulle revelando el carácter, los hábitos, las habilidades de los americanos. Por ello omite los elementos que producirían un desequilibrio en sus juicios y que les restarían poder persuasivo. Por ello tendenciosamente utiliza argumentos estéticos y argumentos de autoridad como medios de prueba en favor de su tesis, según señala Houvenaghel citando a Perelman. Por ello mismo no toma partido en la discusión entre historiadores adeptos de España o de América. Por ello no ve en la independencia una reacción anti-colonial sino una fractura del sistema político mundial que sustituye la monarquía absoluta por las repúblicas democráticas liberales. Por ello, siempre deliberadamente, dada su intención, en su resumen de la historia de México (México en una nuez, 1930) omite aludir a las tensiones sociales, puesto que se propone reconciliar y hermanar, como afirma Eugenia Houvenaghel. Por ello, además, coincido con Alfonso Reyes en su elogio de las Leyes de Indias —logro principal del padre Las Casas—, ya que ellas, a pesar de la guerra y la esclavitud, matizaron la convivencia y establecieron una enorme diferencia entre las colonizaciones realizadas por España y las realizadas por los anglosajones.
Reyes quizá no lo explica pero es posible que el mayor humanismo de la colonización española se deba a su precedente convivencia, durante ocho siglos, con los árabes. Quizá por ser un pueblo ya mestizo vino a crear otros pueblos mestizos al menos en las regiones de América donde había culturas más desarrolladas. Los españoles violadores de indígenas se justificaban diciendo que tenían que poblar América. Veían en el indígena a un semejante. Y hubo escuelas y hospicios para esos seres antes de que hubiera niños y mu-jeres españoles en estos lares. Es una hipótesis. Si no funciona, hay que explicar de qué caldo de cultivo socio-histórico-cultural salieron los numerosos defensores de los indios.
Reyes quiere preservar la lengua como herramienta para compartir la civilización europea de raigambre grecolatina que ya está instaurada en nuestras naciones, porque constituye nuestro vínculo y garantiza nuestra concordia y nuestra unión en un solo bloque bien integrado en su identidad cultural y con peso internacional en el horizonte del futuro. Creo que esta intención tiene por sustento una voluntad política, y más cuando es enarbolada por un erudito ensayista, precursor nada menos que de Borges, Cortázar, Lezama Lima y Octavio Paz, como reconoce Houvenaghel.
La pasión investigativa y la mirada lúcida, objetiva (y no por ello menos conmovida), de Eugenia Houvenaghel me han procurado los medios para dar este cariz a mis reflexiones. En este libro hallará el lector estos mismos recursos para fraguar su propio criterio. Aquí subyace el recuento clasificador de los 24 tomos considerados y también la explicación del itinerario seguido para delimitar y seleccionar los textos que esclarezcan la visión sobre la historia de Amé-rica de Reyes, amén de la puesta en juego de un gran acervo de conocimientos de historia, literatura, gramática, retórica, semiótica, que nos ofrece esta investigadora tan bien pertrechada que ha dedicado, con éxito, mucho de su tiempo a los incuestionables merecimientos de Reyes.
HELENA BERISTÁIN
UNAM, México
Introducción
CORPUS: EL ENSAYO HISTÓRICO DE ALFONSO REYES
Selección del corpus
Hemos consagrado este estudio a una selección de 36 textos históricos de Alfonso Reyes. Su vasta producción ensayística sobre la historia de América hizo necesaria la realización de importantes labores preparatorias. Más concretamente se impuso la necesidad de reducir, de antemano, aquella ingente producción textual a través de la clasificación y agrupación de estas obras, y, en un segundo momento, se llevó a cabo la selección o exclusión de determinados ensayos, en la que se complementan mutuamente los criterios del interés para la historia de América y el interés para la función argumentativa del estilo. Desde la perspectiva estilística, hemos procurado que nuestro corpus represente la variedad estilística que caracteriza la obra de Alfonso Reyes. Desde la perspectiva temática, hemos procurado que todos los grandes momentos en la historia de Hispanoamérica estén representados en nuestro corpus: éste incluirá tres ensayos relacionados con el tema del descubrimiento y la Conquista, cinco ensayos sobre la Colonia, dos ensayos dedicados al tema de la Independencia, unos 25 ensayos sobre los viajadores europeos en América a través de la historia y un ensayo que ofrece una síntesis de la historia de Hispanoamérica.
El ensayo como texto argumentativo
José Luis Martínez (1992: 21-26) ha incluido todos los tipos de textos que acabamos de enumerar bajo el denominador común de el ensayo de Alfonso Reyes
, de donde se deduce que maneja una acepción extremadamente amplia del término ensayo
, en su sen-tido de género inclasificable
o cajón de sastre
(Gómez de Baquero, 1924: 140). Martínez distingue, concretamente, entre 11 formas distintas que el género puede adoptar y que gradualmente van descendiendo de la creación pura a la circunstancialidad periodística
: 1) el ensayo como género de creación literaria; 2) el ensayo breve, poemático; 3) el ensayo de fantasía, ingenio o divagación; 4) el ensayo-discurso u oración (doctrinario); 5) el ensayo interpretativo; 6) el ensayo teórico; 7) el ensayo de crítica literaria; 8) el ensayo expositivo; 9) el ensayo crónica o memorias; 10) el ensayo breve, periodístico y de circunstancias, y 11) el tratado.
Aunque ni la difícil cuestión de delimitar el género ensayístico ni la enorme tarea de clasificar los textos en prosa no ficcional del autor en diferentes grupos genéricos se incluirán entre los objetivos de nuestro trabajo, consideramos que algunas de dichas modalidades literarias están demasiado alejadas del ensayo —entendido éste en sentido montaigniano—, como para poder identificarse con dicha denominación.
Cuando nos preguntamos a qué categoría literaria pertenece el ensayo y los géneros con los que mantiene algún tipo de vínculo, comprobamos que los textos no miméticos y de carácter argumentativo —aunque de esencial vocación artística— han estado tradicionalmente ausentes de la conocida tríada clásica lírica, épica y dramática
. Se ha propuesto añadir, pues, a esta poética, el modo argumentativo
, un cuarto modo literario
,¹ categoría en que quedarían incluidas la argumentación ensayística, la prosa doctrinal y oratoria
(García Berrio y Hernández Fernández, 1988: 157-158). Concretamente, en el modo argumentativo —también denominado ensayístico, didáctico o didáctico-ensayístico)—² se insertarán, en el esquema de García Berrio y Huerta Calvo (1995: 218-230), los siguientes géneros: el diálogo, el tratado utópico, la miscelánea, la literatura apotegmática y la greguería, el tratado, la glosa, el ensayo, el artículo, la epístola y las memorias, la confesión, la biografía, la historiografía, el discurso oratorio, el sermón y los géneros de tipo enciclopédico.
Por encima de estas variedades genéricas, incluidas dentro del modo argumentativo, las características principales que todas ellas tienen en común son dos: la estructura pragmática, que desempeña un papel fundamental como macroacto de habla perlocutivo
, y la "manifiesta y cuidada voluntad de estilo, que otorga
una deliberada precedencia a los aspectos formales, incluso sobre la intrincada profundidad de los contenidos específicos (García Berrio y Hernández, 1988: 157-158). En efecto, pese a que, en los géneros del modo argumentativo,
el propósito estético queda subordinado a los fines ideológicos, a menudo conservan
un alto grado de intención artística" (García Berrio y Huerta Calvo, 1995: 218).
La inclusión de esta cuarta categoría a la tripartición clásica de la poética ha sido defendida desde varios ángulos. Por lo que respecta a los textos argumentativos del ámbito hispanoamericano, nos in-teresa, especialmente, la defensa de Loveluck (1976: 13), quien apunta hacia la importancia que este cuarto modo literario
ha adquirido en Hispanoamérica, exigiendo lo siguiente:
Agreguemos la ensayística a la lírica, la épica y la dramática en parecido rango, como una función mayor del quehacer literario, para así hacer justicia a un organismo de creación en pleno crecimiento. El ensayo expresa y define la variedad de nuestros problemas e indagaciones culturales más insistentes: aquellos que son la razón de nuestra existencia como naciones aún en proceso de independencia.
Pues bien, el planteamiento de esta cuarta categoría argumentativa
nos permite articular los diversos textos que componen nuestro corpus de trabajo, esto es, homogeneizar, hasta cierto punto, el heterogéneo conjunto que constituye la obra en prosa no mimética de Reyes. Al mismo tiempo, evitaremos la extrema ampliación del término ensayo, como ocurriría con la aproximación llevada a cabo por José Luis Martínez. Finalmente, conseguiremos preservar la idea fundamental de la heterogeneidad genérica de nuestro corpus de trabajo, que, como ya hemos destacado, es una característica común a la obra de muchos de los pensadores
hispanoamericanos.
Sin embargo, ni siquiera el recurso al cuarto modo literario soluciona todos los problemas. La clase de textos históricos (la biografía, la historia) que nos ocupan no resultan fáciles de clasificar, dado que poseen rasgos que los vinculan con el modo literario épiconarrativo, por un lado, y rasgos que los aproximan al modo literario argumentativo, por otro (Arenas Cruz, 1997: 29). Puesto que nuestro corpus de trabajo consta de textos históricos, será necesario subrayar, en el segundo punto de la introducción, las razones que nos han llevado a considerar los textos históricos de Alfonso Reyes como argumentativos y no como narrativos. En efecto, a pesar del carácter preponderantemente narrativo de los textos objeto de este trabajo, se trata, según nuestra hipótesis, de textos argumentativos, cuya interpretación de un determinado suceso histórico implica una determinada toma de posición en la búsqueda de la identidad hispanoamericana.
Partimos, en efecto, desde el punto de vista general de que no existe interpretación histórica inocente. El mero hecho de reducir complejos sucesos pretéritos a una visión compacta e inteligible de ellos supone deformaciones inevitables. Además, todo historiador es hombre de un tiempo y de una ideología determinados, circunstancias desde las cuales mira al pasado. Así es que cada historia refleja tanto los sucesos pretéritos como la mentalidad de su autorintérprete.
Más concretamente, la historiografía de Hispanoamérica constituye una excelente confirmación de esta regla general que acabamos de resumir y según la cual muy pocas veces se logra, en aquella disciplina, la objetividad. Ha habido historias prohispanistas —que aprueban y defienden la contribución de los españoles a la historia hispanoamericana— e historias antihispanistas —que desaprueban y atacan la contribución de los españoles a la historia hispanoamericana— y estas contrarias versiones de los acontecimientos príncipes de la historia de Hispanoamérica han llegado a ser casi inconciliables. Más que una historia, se ha establecido un debate entre historiadores, una polémica que se vincula estrechamente con la búsqueda de la identidad de Hispanoamérica. Para ilustrarlo sólo tenemos que referirnos a la conocida polémica que, a mitad del siglo XVI, sostienen Las Casas y Sepúlveda. En definitiva, tomando en cuenta la disputa entre prohispanistas y antihispanistas presente en todos los grandes capítulos de la historia hispanoamericana, nuestra aproximación argumentativa a los relatos históricos de Alfonso Reyes no tiene, pues, nada de extraño.
MÉTODO DE ANÁLISIS: RETÓRICA, ARGUMENTACIÓN Y ESTILO
El método de análisis que hemos elegido para llevar a cabo el estudio del ensayo histórico de Alfonso Reyes es el propuesto por la antigua retórica. Como criterio de selección para este método, hemos tenido en cuenta el hecho de que Alfonso Reyes, en sus años de madurez, haya estudiado y enseñado la retórica clásica. Efectivamente, Alfonso Reyes, gran humanista fue, él mismo, un buen conocedor de la retórica clásica. Constituyó una notable excepción en el panorama cultural de la Hispanoamérica de la primera mitad del siglo XX al convertirse en uno de los pocos eruditos interesados en tema tan desconocido como era, por aquel entonces, la antigua retórica. En este sentido, nos dejaremos guiar por aquellos elementos que él mismo ha destacado en sus artículos y monografías dedicadas a esta disciplina.³
Dicho esto para justificar la elección de la retórica clásica como método de análisis, adoptamos lo que ha denominado Kibédi Varga (2000) la segunda actitud
frente a la retórica, esto es, considerándola una disciplina paralela a la hermenéutica, y, por lo tanto, como un arte de interpretar textos o, lo que es lo mismo, un esquema de análisis de discursos. Más concretamente, entenderemos la retórica como una teoría de la argumentación que proporciona un sistema de análisis especialmente adecuado para la explicación de textos de orientación argumentativa o persuasiva.⁴ Para aclarar esta identificación de la retórica con una teoría general de la argumentación, conviene abrir un breve paréntesis acerca de la ambivalencia del término retórica, es decir, sobre las dos retóricas
.⁵
En efecto, la retórica constituye un sistema tanto mental como verbal, y de ahí su peculiar estructura doble: por un lado, es preciso tener en cuenta el aspecto semántico o de asunto, el método mental de la persuasión; por el otro, conviene prestar atención al aspecto y, en este sentido, la retórica se identificaría con el método del bien decir. En teoría, la retórica es ambas cosas a la vez, tanto el aspecto formal como el aspecto semántico; en la práctica, sin embargo, la realidad resulta muy distinta. Determinar cuál de los dos elementos es el más importante de la retórica ha resultado un asunto polémico desde el nacimiento de esta disciplina y continúa siéndolo en nuestros días. En el Gorgias de Platón, por primera vez se establece la diferencia entre los dos tipos de retórica: 1) la logografía, en la cual predomina el aspecto formal, que consiste en trucos, habilidades y palabrerías y que se pone al servicio del oportunismo y de intereses personales, y 2) la psicagogía, en la cual domina el aspecto mental y que constituye una búsqueda de la auténtica verdad. A pesar de que los nombres destinados a identificar ambas acepciones variarán a lo largo de los siglos —verba/res; forma/contenido; retórica ornamental/retórica instrumental—, siempre se está aludiendo a esta misma bipartición, cuya evolución a través del tiempo vamos a resumir muy brevemente.
He aquí, en primer lugar, la definición aristotélica del término retórica: la facultad de ver, para cada cosa, lo que puede contribuir a la persuasión
(Ret.: 1355b, 7-14). Una retórica definida así, queda reducida prácticamente a la pura inventio, esto es, a la búsqueda de las ideas generales y de los medios de persuasión
(Beristáin, 1988: 158). En efecto, aunque el tercer libro de la Retórica de Aristóteles está constituido por observaciones tanto sobre la ordenación de las ideas y recursos persuasivos como sobre el estilo, la teoría aristotélica no es, exclusivamente, una teoría del lenguaje, de la forma literaria o de las figuras estilísticas —ni siquiera