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Había una vez una niña llamada Caperucita Roja, ya que su abuelita le
regaló una caperuza roja. Un día, la mamá de Caperucita la mandó a
casa de su abuelita, estaba enferma, para que le llevara en una cesta
pan, chocolate, azúcar y dulces. Su mamá le dijo: "no te apartes del
camino de siempre, ya que en el bosque hay lobos".
Cuando ésta llegó, llamó a la puerta: "¿Quién es?", dijo el lobo vestido
de abuelita. "Soy yo", dijo Caperucita. "Pasa, pasa nietecita". "Abuelita,
qué ojos más grandes tienes", dijo la niña extrañada. "Son para verte
mejor". "Abuelita, abuelita, qué orejas tan grandes tienes". "Son para
oírte mejor". "Y qué nariz tan grande tienes". "Es para olerte mejor". "Y
qué boca tan grande tienes". "¡Es para comerte mejor!".
El Mago Merlin
Cada día Merlín explicaba al pequeño Arturo todas las ciencias conocidas
y, como era mago, incluso le enseñaba algunas cosas de las ciencias del
futuro y ciertas fórmulas mágicas. Los años fueron pasando y el rey
Uther murió sin que nadie le conociera descendencia. Los nobles
acudieron a Merlín para encontrar al monarca sucesor. Merlín hizo
aparecer sobre una roca una espada firmemente clavada a un yunque
de hierro, con una leyenda que decía: "Esta es la espada Excalibur.
Quien consiga sacarla de este yunque, será rey de Inglaterra."
Todos admitieron que aquel muchachito sin ningún título conocido debía
llevar la corona de Inglaterra, y desfilaron ante su trono, jurándole
fidelidad. Merlín, pensando que Arturo ya no le necesitaba, se retiró a su
morada.
Érase una vez un príncipe que quería casarse, pero tenía que ser con
una princesa de verdad. De modo que dio la vuelta al mundo para
encontrar una que lo fuera; pero aunque en todas partes encontró no
pocas princesas, que lo fueran de verdad era imposible de saber, porque
siempre había algo en ellas que no terminaba de convencerle. Así es que
regresó muy desconsolado, por su gran deseo de casarse con una
princesa auténtica.
Una noche estalló una tempestad horrible, con rayos y truenos y lluvia a
cántaros; era una noche, en verdad, espantosa. De pronto golpearon a
la puerta del castillo, y el viejo rey fue a abrir.
Afuera había una princesa. Pero, Dios mío, ¡qué aspecto presentaba con
la lluvia y el mal tiempo! El agua le goteaba del pelo y de las ropas, le
corría por la punta de los zapatos y le salía por el tacón y, sin embargo,
decía que era una princesa auténtica.
«Bueno, eso ya lo veremos», pensó la vieja reina. Y sin decir palabra,
fue a la alcoba, apartó toda la ropa de la cama y puso un guisante en el
fondo. Después cogió veinte colchones y los puso sobre el guisante, y
además colocó veinte edredones sobre los colchones.
La que decía ser princesa dormiría allí aquella noche.
A la mañana siguiente le preguntaron qué tal había dormido.
-¡Oh, terriblemente mal! -dijo la princesa-. Apenas si he pegado ojo en
toda la noche. ¡Sabe Dios lo que habría en la cama! He dormido sobre
algo tan duro que tengo todo el cuerpo lleno de magulladuras. ¡Ha sido
horrible!
Así pudieron ver que era una princesa de verdad, porque a través de
veinte colchones y de veinte edredones había notado el guisante. Sólo
una auténtica princesa podía haber tenido una piel tan delicada.
El príncipe la tomó por esposa, porque ahora pudo estar seguro de que
se casaba con una princesa auténtica, y el guisante entró a formar parte
de las joyas de la corona, donde todavía puede verse, a no ser que
alguien se lo haya comido.
¡Como veréis, éste sí que fue un auténtico cuento!
FIN
Peter Pan
Wendy, Michael y John eran tres hermanos que vivían en las afueras
de Londres. Wendy, la mayor, había contagiado a sus hermanitos su
admiración por Peter Pan. Todas las noches les contaba a sus hermanos
las aventuras de Peter. Una noche, cuando ya casi dormían, vieron una
lucecita moverse por la habitación. Era Campanilla, el hada que
acompaña siempre a Peter Pan, y el mismísimo Peter. Éste les propuso
viajar con él y con Campanilla al País de Nunca Jamás, donde vivían los
Niños Perdidos... "Campanilla os ayudará. Basta con que os eche un
poco de polvo mágico para que podáis volar."
Wendy cuidaba de todos aquellos niños sin madre y, también, claro está
de sus hermanitos y del propio Peter Pan. Procuraban no tropezarse con
los terribles piratas, pero éstos, que ya habían tenido noticias de su
llegada al País de Nunca Jamás, organizaron una emboscada y se
llevaron prisioneros a Wendy, a Michael y a John.
Era Peter Pan que, alertado por Campanilla, había llegado justo a tiempo
de evitarles a sus amigos una muerte cierta. Comenzaron a luchar. De
pronto, un tic-tac muy conocido por Garfio hizo que éste se
estremeciera de horror. El cocodrilo estaba allí y, del susto, el Capitán
Garfio dio un traspié y cayó al mar. Es muy posible que todavía hoy, si
viajáis por el mar, podáis ver al Capitán Garfio nadando
desesperadamente, perseguido por el infatigable cocodrilo. El resto de
los piratas no tardó en seguir el camino de su capitán y todos acabaron
dándose un saludable baño de agua salada entre las risas de Peter Pan y
de los demás niños.
FIN
Blancanieves y los siete enanitos
[Cuento folclórico. Texto completo]
Anónimo
Había una vez una niña muy bonita, una pequeña princesa que tenía un cutis blanco como
la nieve, labios y mejillas rojos como la sangre y cabellos negros como el azabache. Su
nombre era Blancanieves.
A medida que crecía la princesa, su belleza aumentaba día tras día hasta que su madrastra,
la reina, se puso muy celosa. Llegó un día en que la malvada madrastra no pudo tolerar más
su presencia y ordenó a un cazador que la llevara al bosque y la matara. Como ella era tan
joven y bella, el cazador se apiadó de la niña y le aconsejó que buscara un escondite en el
bosque.
Blancanieves corrió tan lejos como se lo permitieron sus piernas, tropezando con rocas y
troncos de árboles que la lastimaban. Por fin, cuando ya caía la noche, encontró una casita
y entró para descansar.
Todo en aquella casa era pequeño, pero más lindo y limpio de lo que se pueda imaginar.
Cerca de la chimenea estaba puesta una mesita con siete platos muy pequeñitos, siete
tacitas de barro y al otro lado de la habitación se alineaban siete camitas muy ordenadas. La
princesa, cansada, se echó sobre tres de las camitas, y se quedó profundamente dormida.
Cuando llegó la noche, los dueños de la casita regresaron. Eran siete enanitos, que todos
los días salían para trabajar en las minas de oro, muy lejos, en el corazón de las montañas.
-¡Caramba, qué bella niña! -exclamaron sorprendidos-. ¿Y cómo llegó hasta aquí?
Se acercaron para admirarla cuidando de no despertarla. Por la mañana, Blancanieves
sintió miedo al despertarse y ver a los siete enanitos que la rodeaban. Ellos la interrogaron
tan suavemente que ella se tranquilizó y les contó su triste historia.
-Si quieres cocinar, coser y lavar para nosotros -dijeron los enanitos-, puedes quedarte aquí
y te cuidaremos siempre.
Blancanieves aceptó contenta. Vivía muy alegre con los enanitos, preparándoles la comida
y cuidando de la casita. Todas las mañanas se paraba en la puerta y los despedía con la
mano cuando los enanitos salían para su trabajo.
Pero ellos le advirtieron:
-Cuídate. Tu madrastra puede saber que vives aquí y tratará de hacerte daño.
La madrastra, que de veras era una bruja, y consultaba a su espejo mágico para ver si
existía alguien más bella que ella, descubrió que Blancanieves vivía en casa de los siete
enanitos. Se puso furiosa y decidió matarla ella misma. Disfrazada de vieja, la malvada
reina preparó una manzana con veneno, cruzó las siete montañas y llegó a casa de los
enanitos.
Blancanieves, que sentía una gran soledad durante el día, pensó que aquella viejita no
podía ser peligrosa. La invitó a entrar y aceptó agradecida la manzana, al parecer deliciosa,
que la bruja le ofreció. Pero, con el primer mordisco que dio a la fruta, Blancanieves cayó
como muerta.
Aquella noche, cuando los siete enanitos llegaron a la casita, encontraron a Blancanieves
en el suelo. No respiraba ni se movía. Los enanitos lloraron amargamente porque la querían
con delirio. Por tres días velaron su cuerpo, que seguía conservando su belleza -cutis
blanco como la nieve, mejillas y labios rojos como la sangre, y cabellos negros como el
azabache.
-No podemos poner su cuerpo bajo tierra -dijeron los enanitos. Hicieron un ataúd de cristal,
y colocándola allí, la llevaron a la cima de una montaña. Todos los días los enanitos iban a
Pinocho. Cuentos infantiles para tu hijo
En una vieja carpintería, Geppetto, un señor amable y simpático, terminaba más un día de
trabajo dando los últimos retoques de pintura a un muñeco de madera que había construído
este día. Al mirarlo, pensó: ¡qué bonito me ha quedado! Y como el muñeco había sido
hecho de madera de pino, Geppetto decidió llamarlo Pinocho.
Aquella noche, Geppeto se fue a dormir deseando que su muñeco fuese un niño de verdad.
Siempre había deseado tener un hijo. Y al encontrarse profundamente dormido, llegó un
hada buena y viendo a Pinocho tan bonito, quiso premiar al buen carpintero, dando, con su
varita mágica, vida al muñeco.
Al día siguiente, cuando se despertó, Geppetto no daba crédito a sus ojos. Pinocho se
movía, caminaba, se reía y hablaba como un niño de verdad, para alegría del viejo
carpintero. Feliz y muy satisfecho, Geppeto mandó a Pinocho a la escuela. Quería que fuese
un niño muy listo y que aprendiera muchas cosas. Le acompañó su amigo Pepito Grillo, el
consejero que le había dado el hada buena.
Pero, en el camino del colegio, Pinocho se hizo amigo de dos niños muy malos, siguiendo
sus travesuras, e ignorando los consejos del grillito. En lugar de ir a la escuela, Pinocho
decidió seguir a sus nuevos amigos, buscando aventuras no muy buenas. Al ver esta
situación, el hada buena le puso un hechizo. Por no ir a la escuela, le puso dos orejas de
burro, y por portarse mal, cada vez que decía una mentira, se le crecía la nariz poniéndose
colorada. Pinocho acabó reconociendo que no estaba siendo bueno, y arrepentido decidió
buscar a Geppetto. Supo entonces que Geppeto, al salir en su busca por el mar, había sido
tragado por una enorme ballena.
Pinocho, con la ayuda del grillito, se fue a la mar para rescatar al pobre viejecito. Cuando
Pinocho estuvo frente a la ballena le pidió que le devolviese a su papá, pero la ballena abrió
muy grande su boca y se lo tragó también a él. Dentro de la tripa de la ballena, Geppetto y
Pinocho se reencontraron. Y se pusieran a pensar cómo salir de allí. Y gracias a Pepito
Grillo encontraron una salida. Hicieron una fogata. El fuego hizo estornudar a la enorme
ballena, y la balsa salió volando con sus tres tripulantes. Todos se encontraban salvados.
Pinocho volvió a casa y al colegio, y a partir de ese día siempre se ha comportado bien. Y
en recompensa de su bondad el hada buena lo convirtió en un niño de carne y hueso, y
fueron muy felices por muchos y muchos años.
FIN
Cuentos de hadas
Cuento de Sephrenia. Un maravilloso cuento de hadas.
Cuento de Sephrenia
Erase una vez, no hace mucho mucho tiempo, un hada buena, de nombre Sephrenia, que se
pirraba por galletas Principe acompañadas de un buen tazon de ColaCao. Cada dia a las 6
en punto asi merendaba con sus amigas, con las que disfrutaba en gran manera; pues
ademas de buena era un hada muy alegre y divertida, y quizas tambien un poco traviesa,
aunque no del todo feliz. Nuestra hada buena no conocia lo que era recibir un abrazo
genuino y sincero, y anhelaba el dia en que algun alma caritativa, sin pedirle nada a
cambio, espontaneamente la acogiese entre sus brazos susurrandole cosas bonitas al oido.
“No es facil ser un hada buena”, pensaba un dia Sephrenia en voz alta, sin apercibirse de
que un periquito de plumas verdes y azules se habia posado sobre el alfeizar de su ventana.
“Todo el mundo espera que haga cosas por ellos porque soy un hada buena, pero nadie se
da cuenta de que yo tambien necesito recibir un poquito de cariño”, siguio pensando y
rompiendo a llorar. “Buaaaaaah, buaaaaaah!”.
-“Dejame beber una de tus lagrimas”- dijo de pronto el periquito.
-“Quien anda por ahi!?”- se sobresalto Sephrenia, mirando hacia la ventana. –“Oh, si es un
periquito! Por que quieres beber una de mis lagrimas, perico?”- inquirio.
-“Todas las aves del bosque saben que no existe nectar mas refrescante que las lagrimas de
un hada buena” –respondio el periquito.
-“Estoy triste perico, no lo ves? Hoy no tengo animo para hacer buenas obras. Por favor
dejame tranquila” –dijo el hada buena.
-“Sephrenia, quiero darte un abrazo” –dijo el periquito dando un saltito y posandose sobre
una mesita de cristal que estaba junto a la ventana.
-“Jajaja, un abrazo? Como quieres darme un abrazo con esas alitas?” – se burlo Sephrenia.
“Por favor, perico, vete!”.
Entonces el periquito, sintiendose herido, se fue volando y Sephrenia continuo llorando
desconsoladamente. Al poco rato llego su hermana, el hada del Amor Brujo, quien al verla
en tal estado decidio acompanarla, preocupada, a hacer una visita a Bruno, el enano de la
Torre, el mas sabio entre los enanos.
-“Ehem, ehem, ehem, que es lo que tenemos aqui?”-dijo el enano Bruno colocandose unos
grandes anteojos mientras subia a la mas alta de una pila de cajas de tabaco, al mismo
tiempo que daba pequenas caladas a su vieja pipa. Y observando detenidamente a
Sephrenia expreso con sorpresa: –“Oh! Pero que contrariedad! Si eres un hada buena, como
puedes estar tan triste?”
-“Estoy cansada, sabio enano, de ser un hada buena y no recibir nunca una muestra de
carino sincero”- dijo el hada buena con su carita mojada. – “Necesito que alguien me
abrace!” – y rompio de nuevo a llorar.
- “Ehem, ehem” – murmuro el enano, observando como se iba formando un charco de
lagrimas a los pies de Sephrenia. “Debes de aprender a distinguir mejor para quienes haces
buenas obras, pequeña hada. No tienes por que hacerlas para todo el mundo”.
Nuestra hada buena continuo llorando y llorando, y el charco a sus pies se hacia mas y mas
grande. En esto que unos pajaritos del bosque oyeron los sollozos provenientes de la torre y
se acercaron a curiosear. Al ver que se trataba de un hada buena y el charco de lagrimas a
sus pies no pudieron resistirse a la tentacion de acercarse y beber. Apenas probaron las
lagrimas los pajaritos se convirtieron en hermosos niños y niñas y abrazaron todos al
unisono a Sephrenia, quien sorprendida transmuto sus lagrimas en risas de alegria.
El hada buena cayo entonces en la cuenta de que apenas unas horas antes habia
menospreciado al periquito de plumas verdes y azules, quien tan solo habia querido
consolarla cuando…
-“Dejame beber una de tus lagrimas” – se oyo decir. Todos volvieron sus miradas hacia la
ventana de la torre, y alli estaba el periquito de plumas verdes y azules.
-“Por favor perico, perdoname por menospreciarte esta mañana. Puedes beber una de mis
lagrimas” – dijo Sephrenia saltandosele una ultima lagrima de sus ojos.
El periquito se acerco volando a la mejilla de Sephrenia y bebio su lagrima de refrescante
nectar. Ante la expectación de todos el periquito se convirtio en un alto y apuesto joven.
-“Ohhhh” –exclamo excitada Sephrenia –“pero si tu eres el Principe de Beukelaer! “ – Y el
Principe la abrazo tiernamente y le susurro cosas bonitas al oido.
De esta manera Sephrenia y el Principe de Beukelaer, quien habia sido hechizado por la
bruja Avería, se conocieron y desde aquel dia estuvieron siempre juntos, fueron felices y
comieron galletas de chocolate acompañadas de buenos tazones de leche con ColaCao.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
Un hada caprichosa. Escritora de cuentos argentinos de la Republica argentina.
Hada Madrina. Escritora española de cuentos y poesías infantiles. Cuentos sobre Hadas,
princesas y brujas.
- ¡Hada madrina! ¡Hada madrina! ¡Ven, hada madrina! ¡Quiero ser aún más bella!
Y el Hada madrina, con un movimiento de varita, transformó a la princesa en la princesa
más hermosa de todas las princesas de todos los cuentos de princesas hermosas.
- ¡Hada madrina! ¡Hada madrina! ¡Ven, hada madrina! ¡Necesito un vestido para el baile
del Príncipe Gundar!
Y el Hada Madrina, con dos movimientos de varita, transformaba cualquier trapito en el
vestido más bello de cuantos te puedas imaginar.
- ¡Hada madrina! ¡Hada madrina! ¡Ven, hada madrina! Una bruja malvada me ha lanzado
un hechizo y necesito tu ayuda.
Y el Hada Madrina, con tres movimientos de varita, deshacía el hechizo.
- ¡Hada madrina! ¡Hada madrina! ¡Ven, hada madrina! Ayuda al Príncipe Gundar a vencer
al dragón.
Y el Hada Madrina con cuatro movimientos de varita, ayudaba al príncipe a matar al animal
(Antes se podía: no existían asociaciones protectoras de animales que te pusieran una
denuncia por atacar a un pobre dragón indefenso).
Pero un día el hada madrina no acudió a la llamada de la joven princesa.
En su lugar apareció un pergamino (las hadas saben que existen los ordenadores y esas
cosas pero consideran mucho más elegantes y apropiados a su labor, los métodos antiguos).
Y en el pergamino decía:
“Cansina Princesa:
Dimito.
Abandono mi puesto como Hada Madrina. Ya no aguanto más tus caprichos y tus tonterías.
No soporto que me estés llamando cada dos por tres, en cualquier momento del día o de la
noche (aún conservo la brecha en la frente que me hice al salir corriendo de la ducha por
atender tu última llamada).
No te aguanto. No te soporto. Eres una niñata caprichosa, malcriada y mimosa.
A partir de ahora tendrás que apañártelas tú solita… si es que puedes.
Yo me paso a la brujería. Mi hermana (que es Bruja Suprema en el Bosque Oscuro) está
dispuesta a enseñarme y a darme un puesto entre sus consejeras.
Así que ahí te quedas.
No vuelvas a llamarme.
Te lo advierto.
A menos que quieras acabar transformada en gata de angora, déjame en paz.
Saludos de Tu ex Hada Madrina”.
La princesa, un tanto perpleja, giró el papel.
Lo puso del revés.
Se lo acercó a la cara.
Lo alejó.
Lo volvió a girar.
Estuvo mirándolo un rato… hasta que recordó que ella no sabía leer. ¿Por qué iba a
aprender? Tenía criados, doncellas, a papá, a mamá y a su hada madrina para que le leyeran
lo que necesitara ser leído que no era mucho, la verdad.
Así que abrió la boca.
Tomó aire.
Y llamó a voz en grito (las princesas también pueden ser muy groseras):
- ¡Hada Madrinaaaaaaaa! ¡Hada Madrina, ven, por favooooooorrrrrrrr…. Rrrrr….
Miaaaauuu…. ¿Miau?
Aquella noche notaron en palacio que faltaba la princesa y que sobraba una gata.
A la princesa nadie la extrañó demasiado.
La gata acabó siendo mucha mejor compañía.
¡Ah! Y el hada
resultó un completo
desastre como
bruja.
Fin
Rosalina y el
bosque de la luz.
Escritora de
España. Cuentos de
hadas.
Cuarto cuento de
Rosalina.
Rosalina llegó a un lugar muy bonito, había árboles, flores, plantas y un río de aguas muy
claras. Tenía sed y fue a beber, mientras bebía oyó a un pajarillo que se había caído del
nido. Se acercó y con mucho cariño lo cogió.
-No llores chiquitín, que tu mamá pronto va a venir.
El pajarillo se había hecho daño en una de sus alas. Rosalina con mucho cuidado, lo curó:
-¡Ya está!, pronto podrás volar.
Rosalina no tardó en llegar al Bosque de la Luz, allí todo brillaba, había muchos
duendecillos que curiosos la miraban y le preguntaban:
¿Quién eres? ¿Qué hermosas son tus alas?
-Soy Rosalina, estaba a punto de nacer cuando la lluvia arrancó mi flor y muy lejos de aquí
la llevó.
-¡Que alegría! Sabíamos que algún día volverías, por eso te esperábamos, ven con
nosotros, te llevaremos hasta nuestro rey.
Cuando el rey vio a Rosalina, se fijó en sus alas y sonriendo dijo:
-Querida duendecilla, tus alas tienen el color de la amistad, de la bondad, de la caridad, eso
es lo que necesitabas para llegar.
Rosalina contó todo lo que había
pasado hasta llegar al Bosque de
la Luz, el hijo del rey que estaba
allí, miraba muy atento a
Rosalina, y mientras la
escuchaba, de ella se enamoraba
y pensaba:
¡Que hermosa, y que buena es!
Cuanto ha pasado, para llegar a
nuestro lado! Me gustaría
conocerla más y que de mí se
llegara a enamorar.
Se hicieron muy amigos,
siempre ayudaban a los demás y
eran muy queridos en aquel
lugar.
Se enamoraron y después de un tiempo se casaron, todos los duendecillos a la boda fueron
invitados, les prepararon una bonita fiesta y vivieron muy felices rodeados de todos sus
amigos en el maravilloso BOSQUE DE LA LUZ.
Fin
Hada de las aves. Escritora de México. Cuentos de hadas.
Un molinero dejó, como única herencia a sus tres hijos, su molino, su burro y su gato. El
reparto fue bien simple: no se necesitó llamar ni al abogado ni al notario.
-Mis hermanos -decía- podrán ganarse la vida convenientemente trabajando juntos; lo que
es yo, después de comerme a mi gato y de hacerme un manguito con su piel, me moriré de
hambre.
El gato, que escuchaba estas palabras, pero se hacía el desentendido, le dijo en tono serio y
pausado:
-No debéis afligiros, mi señor, no tenéis más que proporcionarme una bolsa y un par de
botas para andar por entre los matorrales, y veréis que vuestra herencia no es tan pobre
como pensáis.
Aunque el amo del gato no abrigara sobre esto grandes ilusiones, le había visto dar tantas
muestras de agilidad para cazar ratas y ratones, como colgarse de los pies o esconderse en
la harina para hacerse el muerto, que no desesperó de verse socorrido por él en su miseria.
Cuando el gato tuvo las botas que había pedido, se las colocó y echándose la bolsa al
cuello, sujetó los cordones de ésta con las dos patas delanteras, y se dirigió a un campo
donde había muchos conejos. Puso afrecho y hierbas en su saco y tendiéndose en el suelo
como si estuviese muerto, aguardó a que algún conejillo, poco conocedor aún de las
astucias de este mundo, viniera a meter su hocico en la bolsa para comer lo que había
dentro. No bien se hubo recostado, cuando se vio satisfecho. Un atolondrado conejillo se
metió en el saco y el maestro gato, tirando los cordones, lo encerró y lo mató sin
misericordia.
Muy ufano con su presa, el gato fuese donde el rey y pidió hablar con él. Lo hicieron subir
a los aposentos de Su Majestad donde, al entrar, hizo una gran reverencia ante el rey, y le
dijo:
-He aquí, Majestad, un conejo de campo que el señor Marqués de Carabás (era el nombre
que el gato inventó para su amo) me ha encargado obsequiaros de su parte.
-Dile a tu amo, respondió el Rey, que le doy las gracias y que me agrada mucho.
En otra ocasión, el gato se ocultó en un trigal, dejando siempre su saco abierto; y cuando en
él entraron dos perdices, tiró los cordones y las cazó a ambas. Fue en seguida a ofrendarlas
al Rey, tal como había hecho con el conejo de campo. El Rey recibió también con agrado
las dos perdices, y ordenó que le diesen de beber.
El gato continuó así durante dos o tres meses llevándole de vez en cuando al Rey productos
de caza de su amo. Un día supo que el Rey iría a pasear a orillas del río con su hija, la más
hermosa princesa del mundo, y le dijo a su amo:
-El gato dijo a su amo: si queréis seguir mi consejo, vuestra fortuna está hecha: no tenéis
más que bañaros en el río, en el sitio que os mostraré, y en seguida yo haré lo demás.
El Marqués de Carabás hizo lo que su gato le aconsejó, sin saber de qué serviría. Mientras
se estaba bañando, el Rey pasó por ahí, y el gato se puso a gritar con todas sus fuerzas:
Al oír el grito, el Rey asomó la cabeza por la portezuela y, reconociendo al gato y sus botas
que tantas veces le había llevado caza, ordenó a sus guardias que acudieran rápidamente a
socorrer al Marqués de Carabás. En tanto que sacaban del río al pobre Marqués, el gato se
acercó a la carroza y le dijo al Rey que mientras su amo se estaba bañando, unos ladrones
se habían llevado sus ropas pese a haber gritado ¡al ladrón! con todas sus fuerzas; el pícaro
del gato las había escondido debajo de una enorme piedra.
El Rey ordenó de inmediato a los encargados de su guardarropa que fuesen en busca de sus
más bellas vestiduras para el señor Marqués de Carabás. El Rey le hizo mil atenciones, y
como el hermoso traje que le acababan de dar realzaba su figura, ya que era apuesto y bien
formado, la hija del Rey lo encontró muy de su agrado; bastó que el Marqués de Carabás se
dirigiera a ella con dos o tres miradas sumamente respetuosas y algo tiernas, y ella quedó
locamente enamorada.
-Buenos segadores, si no decís al Rey que el prado que estáis segando es del Marqués de
Carabás, os haré picadillo como carne de budín.
Por cierto que el Rey preguntó a los segadores de quién era ese prado que estaban segando.
-Es del señor Marqués de Carabás -dijeron a una sola voz, puesto que la amenaza del gato
los había asustado.
-Veréis, Majestad, es una tierra que no deja de producir con abundancia cada año.
El maestro gato, que iba siempre delante, se encontró con unos campesinos que cosechaban
y les dijo:
-Buena gente que estáis cosechando, si no decís que todos estos campos pertenecen al
Marqués de Carabás, os haré picadillo como carne de budín.
El Rey, que pasó momentos después, quiso saber a quién pertenecían los campos que veía.
-Son del señor Marqués de Carabás, contestaron los campesinos, con lo que el Rey
nuevamente se alegró con el Marqués.
El gato, que iba delante de la carroza, decía siempre lo mismo a todos cuantos encontraba;
y el Rey estaba muy asombrado con las riquezas del señor Marqués de Carabás.
El maestro gato llegó finalmente ante un hermoso castillo cuyo dueño era un ogro, el más
rico que jamás se hubiera visto, pues todas las tierras por donde habían pasado eran
dependientes de este castillo.
El gato, que tuvo la precaución de informarse acerca de quién era este ogro y de lo que
sabía hacer, pidió hablar con él, diciendo que no había querido pasar tan cerca de su castillo
sin tener el honor de hacerle la reverencia. El ogro recibió al gato en la forma más cortés
que puede hacerlo un ogro y lo invitó a descansar.
-Me han asegurado -dijo el gato- que vos tenías el don de convertiros en cualquier clase de
animal; que podíais, por ejemplo, transformaros en león, en elefante.
-Es cierto -respondió el ogro con brusquedad- y para demostrarlo veréis cómo me convierto
en león.
El gato se asustó tanto al ver a un león delante de él que en un santiamén se trepó a las
canaletas, no sin pena ni riesgo a causa de las botas que nada servían para andar por las
tejas.
Algún rato después, viendo que el ogro había recuperado su forma primitiva, el gato bajó y
confesó que había tenido mucho miedo.
-Además me han asegurado -dijo el gato- pero no puedo creerlo, que vos también tenéis el
poder de adquirir la forma del más pequeño animalillo; por ejemplo, que podéis convertiros
en un ratón, en una rata; os confieso que eso me parece imposible.
-¿Imposible? -repuso el ogro - ya veréis-; y al mismo tiempo se transformó en una rata que
se puso a correr por el piso. Apenas la vio, se echó encima de ella y se la comió.
Entretanto, el Rey, que al pasar vio el hermoso castillo del ogro, quiso entrar. Al oír el
ruido del carruaje que atravesaba el puente levadizo, corrió adelante y le dijo al Rey:
-¡Cómo, señor Marqués -exclamó el rey- este castillo también os pertenece! Nada hay más
bello que este patio y todos estos edificios que lo rodean; veamos el interior, por favor.
El Marqués ofreció la mano a la joven Princesa y, siguiendo al Rey que iba primero,
entraron a una gran sala donde encontraron una magnífica colación que el ogro había
mandado preparar para sus amigos que vendrían a verlo ese mismo día, los cuales no se
habían atrevido a entrar, sabiendo que el Rey estaba allí.
El Rey, encantado con las buenas cualidades del señor Marqués de Carabás, al igual que su
hija, que ya estaba loca de amor viendo los valiosos bienes que poseía, le dijo, después de
haber bebido cinco o seis copas:
El Marqués, haciendo grandes reverencias, aceptó el honor que le hacia el Rey; y ese
mismo día se casó con la Princesa. El felino se convirtió en gran señor, y ya no corrió tras
las ratas sino para divertirse.
El mediano construyó una casita de madera. Al ver que su hermano pequeño había
terminado ya, se dio prisa para irse a jugar con él.
- Ya veréis lo que hace el lobo con vuestras casas- riñó a sus hermanos mientras éstos se lo
pasaban en grande.
El lobo salió detrás del cerdito pequeño y él corrió hasta su casita de paja, pero el lobo
sopló y sopló y la casita de paja derrumbó.
El lobo persiguió también al cerdito por el bosque, que corrió a refugiarse en casa de su
hermano mediano. Pero el lobo sopló y sopló y lacasita de madera derribó. Los dos cerditos
salieron pitando de allí.
Casi sin aliento, con el lobo pegado a sus talones, llegaron a la casa del hermano mayor.
Los tres se metieron dentro y cerraron bien todas las puertas y ventanas. El lobo se puso a
dar vueltas a la casa, buscando algún sitio por el que entrar. Con una escalera larguísima
trepó hasta el tejado, para colarse por la chimenea. Pero el cerdito mayor puso al fuego una
olla con agua. El lobo comilón descendió por el interior de la chimenea, pero cayó sobre el
agua hirviendo y se escaldó.
Escapó de allí dando unos terribles aullidos que se oyeron en todo el bosque. Se cuenta que
nunca jamás quiso comer cerdito.
rimir: La fantasía de la abeja
Era una abeja llena de alegría y vitalidad. En cierta ocasión, volando de
flor en flor y embriagada por el néctar, se fue alejando imprudentemente
de su colmena más de lo aconsejable, y cuando se dio cuenta ya se había hecho de noche.
Justo cuando el sol se estaba ocultando, se hallaba ella deleitándose con el dulce néctar de
un loto. Al hacerse la oscuridad, el loto se plegó sobre sí mismo y se cerró, quedando la
abeja atrapada en su interior. Despreocupada, ésta dijo para sí: “No importa. Pasaré aquí
toda la noche y no dejaré de libar este néctar maravilloso. Mañana, en cuanto amanezca, iré
en busca de mis familiares y amigos para que vengan también a probar este manjar tan
agradable. Seguro que les va a hacer muy felices”.
La noche cayó por completo. Un enorme elefante hambriento pasó por el paraje e iba
engullendo todo aquello que se hallaba a su paso. La abeja, ignorante de todo lo que
sucediera en el exterior y cómodamente alojada en el interior del loto, seguía libando.
Entonces se dijo: “!Qué néctar tan fantástico, tan dulce, tan delicioso!
¡Esto es maravilloso! No sólo traeré aquí a todos mis familiares, amigos y vecinos para que
lo prueben, sino que me dedicaré a fabricar miel y podré venderla y obtener mucho dinero a
cambio de ella y adquirir todas las cosas que me gustan en el mundo”. Súbitamente, tembló
el suelo a su lado. El elefante engulló el loto y la abeja apenas tuvo tiempo de pensar: “Éste
es mi fin. Me muero”.
El Maestro dice: Sólo existe la seguridad del aquí-ahora. Aplícate al instante, haz lo mejor
que puedas en el momento y no divagues.
mprimir: El Puma Yagüá
*(Autora Imágen: Marie Buchfink)
Cuenta un relato guaraní, que un cachorro de puma que había quedado huérfano porque
unos cazadores aborígenes asesinaron a sus padres; fue criado a escondidas por Luna, la
hija del jefe de la tribu Chichiguay. Con el tiempo, este cachorro creció y se convirtió en un
majestuoso animal. Ya no era posible ocultarlo y pasó a formar parte de toda la comunidad.
La relación entre el puma y la princesa se fue convirtiendo en algo tan estrecho que, donde
iba ella, él la acompañaba y cuidaba de los posibles peligros. Compartían los juegos y
descansos. El puma, como excelente cazador, proveía la mayor parte de los alimentos que
se consumían en la aldea Chichiguay.
Cuando una tribu vecina y enemiga ancestral, los Queraguay, resolvió atacarlos por
sorpresa durante la noche, Luna, al igual que los demás, estaba entregada al descanso pero
fue despertada por el felino que emitía enormes y aterradores rugidos.
Para cuando los guerreros Chichiguay tomaron sus armas y se prestaron a dar batalla contra
los invasores, el puma, ya había atacado y puesto en fuga a la mayor parte de ellos. El resto,
con el temor del ataque producido por ese gran gato, fue tomado prisionero o muerto por
los defensores.
Los Queraguay, que habían escapado en esa última batalla, unieron sus fuerzas con sus
otros ancestrales enemigos: Los Quitiguay. Estos últimos, aunque siempre fueron neutrales
entre las contiendas Chichiguay-Queraguay, formaron parte de esa alianza y atacaron en
conjunto a los Chichiguay.
Sabían de antemano que, el arma más poderosa que disponían los Chichiguay era a Yagüá.
La estrategia que debían utilizar era fundamentalmente, matar al puma.
El puma atacó valientemente a los secuestradores de su amiga. Destrozó con sus grandes y
afiladas garras los cuerpos de sus enemigos. Trituró con sus enormes colmillos muchos
cuellos y cabezas.
Pero en el fragor de la lucha, fue lanceado muchas veces por los atacantes. Las flechas
colgaban a montones de su esbelto y fornido cuerpo. Los dardos, embebidos en "curaré",
que le fueron arrojados, comenzaban a hacer su efecto. En un final esfuerzo, Yagüá,
destrozó al último de los enemigos. La princesa Luna había sido salvada.
Se dirigió al río acompañado por Luna, se despidió en la orilla de ella y penetró en las
aguas.
Dice la leyenda que en honor a tan valeroso Puma, esas transparentes aguas, se convirtieron
del color de su majestuosa piel. Hoy el río es "del color del León" conocido como el Río de
la Plata. Mirándolo, siempre recordaremos a Yagüá... "el inmortal".