Ahora bien, es oportuno distinguir en la ciencia entre el trabajo o investigación, y
su resultado final: el conocimiento. De alguna manera, así lo expresa Wartofsky
(1973) cuando afirma que “la ciencia es un modo de conocer el mundo y también un cuerpo de conocimiento. Cabe caracterizarla en función de un proceso de investigación, de una búsqueda de la verdad, y es posible caracterizarla también como la estructura o cuerpo formado por la acumulación de las verdades fundadas, o presuntas verdades, que tal búsqueda haya originado”. De lo anterior se puede deducir, por tanto, que la ciencia implica conocimiento. No obstante, hay que tener presente que no todo conocimiento puede recibir el calificativo de científico, por lo que habrá que señalar que atributos deben reunir aquel para ser tipificado como tal. En este sentido, Bunge (1980) distingue entre dos formas de presentarse el conocimiento: común y científico, señalando, al respecto, que “parte del conocimiento previo de que arranca toda investigación es conocimiento ordinario, esto es conocimiento no especializado, y parte de él es conocimiento científico, o sea, se ha obtenido mediante el método de la ciencia y puede volver a someterse a prueba, enriquecerse y, llegado el caso, superarse mediante el mismo método. A medida que progresa, la investigación corrige o hasta rechaza porciones del acervo del conocimiento ordinario. Así se enriquece este último con los resultados de la ciencia: parte del sentido común de hoy día es resultado de la investigación científica de ayer”. En lo que se refiere a su clasificación, muchos han sido los intentos de ofrecer una tipología de las mismas. Una primera clasificación general discierne entre ciencia humanas y ciencias de la naturaleza. Particularmente nos sentimos atraídos por la clasificación del Profesor Bunge, distinguiendo entre ciencias formales y ciencias factuales o empíricas: “La diferencia primera y más notable entre las varias ciencias es la que se presenta entre ciencias formales y ciencias fácticas, o sea, entre las que estudian ideas y las que estudian hechos. La lógica y la matemática son ciencias formales, no se refieren a nada que se encuentre en la realidad, y por tanto, no pueden utilizar nuestros contactos con la realidad para convalidar sus fórmulas. La física y la economía se encuentran en cambio entre las ciencias fácticas, se refieren a hechos que se supone ocurren en el mundo, y, consiguientemente, tienen que apelar a la experiencia para contratar sus fórmulas” (Bunge, 1985, Pág.38). La ciencia formal, por tanto, estudia las ideas y utiliza como principios de razonamiento las reglas de la lógica y las matemáticas. La lógica sirve a las demás ciencias para aclarar y analizar las verdades propias de su objeto, proporciona un método para analizar las estructuras de las ciencias, sus conocimientos principales, así como para ver la manera de relacionarlos y resumirlos hasta llegar a sus conclusiones. Las Matemáticas proporcionan el instrumento de formalización decisivo, con el que las ciencias resultan más comprensivas y universales. La ciencia factual o empírica es aquella que analiza los hechos, la relación entre los fenómenos que se observan, trata de explicar la realidad y predecir los acontecimientos. Bunge (1975, pág. 15) establece un amplio abanico de características de las ciencias factuales y de los elementos que identifican al conocimiento científico*: