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Amar la música

Por Juan Agustín Hoil Ucán

La palabra hablada sirve adecuadamente para la comunicación cotidiana. Pero cuando


aumenta la emoción, cuando se expresan con intensidad profunda los sentimientos y las
convicciones, la palabra necesita ser potenciada, llevada a una especie de plenitud, donde los
diseños rítmicos, las líneas melódicas en sintonía armoniosa crean, como suele llamar el Padre
López Quintás, ámbitos de encuentro, de relación y de diálogo con Dios, de donde surge
generalmente, una experiencia de conversión, es esto lo que acontece los jueves por la noche en la
capilla del Seminario, cuando nuestros familiares y amigos, al sonido de los instrumentos y las
voces, con-parten el pan de la Palabra y de la Eucaristía.
Surgen otras interrogantes: ¿Qué es lo más profundo que mueve al hombre a componer,
interpretar o sencillamente sentarse durante horas a escuchar una melodía? ¿Por qué unos sonidos
o voces re-unidas nos llevan a otras regiones donde reina la belleza en movimiento? ¿Por qué son
capaces de tocar nuestra alma? En una pregunta, ¿de dónde, nace el gusto por la música y el canto?
San Agustín responde: “la música se encuentra en el corazón, en las partes más recónditas del
interior”. La música tiene su fuente y su punto de encuentro en lo más profundo y fundante de la
naturaleza humana, ahí donde existen realidades que provienen de una realidad mayor,
trascendente. Gabriel Marcel gustaba citar: “lo más profundo que hay en mí no procede de mí”.
¡Por eso la música atrapa a cada uno hasta sus más íntimas entrañas! Y lo pone en esa situación de
encuentro, de diálogo poético, de compromiso, de conversión, sitúa a las personas en el amor y
ante el Amor, levanta el velo que esconde el Rostro que no se quiere mirar (Is 53,3) y ve encarnada
una belleza que es redentora y reveladora de lo que somos, de dónde somos y para qué somos.
Todo esto es acción del mismo Espíritu de Dios, quien mueve a unir las voces y los
corazones, y así, cuando esto se suscita, se rompe el aislamiento individualista, y se crea sintonía y
simpatía. Cada voz es independiente en cierta medida, pero vibran unas con otras, potencian su
expresividad, fundan un ámbito común en el cual lo distante se convierte en distinto, pero íntimo,
solía decir Martín Buber: “lo decisivo no eres tú, lo decisivo no soy yo; lo decisivo es lo que
acontece entre tú y yo”. Estoy seguro que ha sido obra de Dios, pero tarea del hombre.

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