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La Sociedad Colimense de Estudios Históricos cumple 22 años

Abelardo Ahumada

Es muy posible que los nuevos estudiantes de los bachilleratos y las universidades
colimenses no sepan nada de quiénes fueron personajes como Gabriel de la Mora,
Vicente Venegas, Juan Oseguera, María Ahumada, Florentino Vázquez Lara, Roberto
Urzúa, Carlos Pizano o J. Trinidad Lepe, o que a lo sumo hayan leído alguno de esos
nombres en alguna esquina, en una referencia histórica, o citados por algún autor nuevo.
Pero para los adultos colimotes de 30, 40 años y más, todos esos nombres nos traen o
nos despiertan diferentes y respetuosas evocaciones, en la medida de que fueron
individuos que se destacaron en nuestra entidad por su vasta cultura, su don de gentes,
su brillantez magisterial, por su capacidad oratoria, por escribir mucho y bien, o por ser,
simplemente, unos ciudadanos comprometidos con su tiempo y con su sociedad.
Colimotes notables que desde los diferentes papeles que desempeñaron legaron a
Colima una gran herencia que es necesario conocer y revalorar.
Todos esos nombres, asociados a los de Ricardo Guzmán Nava, Juan Vaca Pulido, Luis
Virgen Robles, Elías Méndez Pizano, Genaro Hernández Corona, José Levy Vázquez,
Magdalena Escobosa Haas, José Salazar Cárdenas, Enrique Brizuela Virgen, Fortino
Pulido Salinas, José Oscar Guedea, Cuauhtémoc Acóltzin Vidal, Mirthea Acuña, y otros
que alargarían y enriquecerían la lista, son (o han sido) miembros de la Sociedad
Colimense de Estudios Históricos, un grupo de hombres y mujeres que, motivados por
similares afanes, comenzaron a reunirse hace poco más de 22 años, por invitación
inicial del Profr. Genaro Hernández Corona.
El miércoles 22 pasado, fecha por cierto luctuosa, conmemorativa del fallecimiento de
doña María Ahumada Peregrina, una de las fundadoras de la SCEH, la mayoría de los
socios activos se dio cita en “un conocido restaurante del norte la ciudad de Colima”,
como dicen las crónicas de sociales, para comer y brindar en recuerdo de la asamblea
inaugural de dicha sociedad, verificada la noche del 13 de junio de 1988, precisamente
en la casa de doña María, en Guerrero 192, en pleno centro de la capital del Estado.
En este vigésimo segundo aniversario de dicha asociación, no hubo, como en otros años
anteriores, la ceremonia de guardar un minuto de silencio por los miembros fallecidos,
ya que desde hace dos años, con el favor de Dios no ha muerto ninguno de los socios.
Pero de cualquier manera se les rindió un sentido homenaje a todos, presentes o
ausentes, porque cada uno de ellos, con sus características propias, se ha caracterizado
(o se caracterizó siempre) por el desinterés pecuniario y la entusiasta labor que,
arrebatándole muchas veces sus tiempos libres, realizó, o realiza aún en pro del rescate
y la conservación de la memoria de nuestra comunidad, investigando, dando charlas y
conferencias, o publicando libros, fascículos o artículos, principalmente en la revista
trimestral Histórica, que desafortunadamente ya van más de dos años que no se publica.
En el evento, al que asistieron en calidad de invitados de honor, el Profr. Francisco
Javier Virgen (con la representación del Secretario de Educación, Profr. Federico
Rangel); el Lic. Rubén Pérez Anguiano, Secretario de Cultura, y el Profr. Adán Blanco,
representante de la SEP en Colima, se dieron cita más de 25 socios, entre los que me
tocó ver, de los antiguos, al profesor Genaro Hernández, digno decano de la SCEH, a
Noé Guerra, su actual presidente; a Rafael Tortajada, ex presidente y ahora secretario; a
Enrique Ceballos, a Bertha Luz Montaño, Cuauhtémoc Acóltzin (y esposa), a doña
Magdalena Escobosa, a Mirthea Acuña, a José Rivas Guzmán y al Profr. Fortino Pulido,
otro de los fundadores. Entre los de más reciente ingreso, recuerdo haber visto a Alfredo
Juárez Albarrán, Rosa María Zúñiga, María de los Ángeles Rodríguez, a su tocaya
María de los Ángeles Olay, a Armando Polanco, a Rosa María Chávez, al muy culto
abogado Guillermo Ruelas Ocampo, a su colega Rogelio Pizano Sandoval y al joven
maestro Jorge Rosales López.
En junio de 1996, me tocó, en tanto que integrante del cuerpo de redacción de la revista
Histórica, la buenísima suerte de que me designaran para escribir el editorial de ese
trimestre, que fue un número íntegro dedicado a reseñar la vida y obra del presbítero e
historiador Florentino Vázquez Lara Centeno, lamentablemente fallecido hace 4 años.
De aquel viejo editorial rescato dos párrafos que me parecen vigentes:
“Los pueblos que, como el mexicano, han padecido siglos de dominio a manos de otros,
o viven bajo la égida de gobiernos cuya preocupación básica no es la del desarrollo de
los gobernados, suelen no atender ni valorar la labor de aquellos que gastan buena parte
de su vida indagando en la de otros, con el propósito de rescatar, de que no se pierda la
memoria colectiva. En este sentido, los estudiosos son a lo más – para la mayoría-,
ratas de archivo, cucarachas de biblioteca, hombres y mujeres raros y peculiares con
los que más vale no tratar, por aburridos.
Pero cuando finalmente alguien descubre que la labor de cada uno de esos rescatistas
del pasado no sólo es valiosa por lo que recupera, sino aún interesante, suele suceder
también que ese alguien ya murió y el reconocimiento, por ende, sea póstumo”.
Y menciono lo anterior porque en dicha comida, Rubén Pérez Anguiano tuvo el tino
literario de describir a quienes esto hacen (o a esto se dedican) como “guardianes del
conocimiento de sus propios pueblos”. Lo que no significa un detalle menor.
En otro momento de la tertulia, el representante de la SEP en nuestra entidad, hizo
entrega, para la biblioteca de la SCEH, de un buen acopio de títulos que en sus planes
de promoción de la lectura está repartiendo dicha secretaría a nivel nacional. Gesto que
se le agradeció, rubricándolo con un aplauso.
En esta comida se me brindó la oportunidad de proyectar una serie de diapositivas con
las fotografías del noventa y tantos por ciento de los hombres y mujeres, que han
formado parte de la Sociedad Colimense de Estudios Históricos, y no puedo decir, sin
experimentar un legítimo orgullo, que una gran parte de ellos han sido (me refiero a los
que ya murieron), luminarias en su quehacer, durante el tiempo en que les tocó vivir. A
doña María Ahumada, por ejemplo, se le debe (y al capital de su marido, desde luego) la
integración de la enorme colección de piezas arqueológicas que formaron la base del
acervo del Museo de las Culturas de Occidente; a Gabriel de la Mora, la magnífica
novela El Manumiso; a J. Trinidad Lepe Preciado, los bien estructurados cuentos de La
noche en que las ranas cantaron, y Donde la tierra acaba; al padre Florentino, el
documentado libro Altos Estudios en Colima, 1760-1882; a Roberto Urzúa Orozco, la
Trilogía Histórica Colimense, y al Dr. José Salazar Cárdenas, la bonita descripción
histórica Así era Tecomán. Sólo por mencionar unas pocas de las múltiples obras que
han publicado los miembros de la SCEH.
En un paréntesis de la comida que les comento, el Profr. Francisco Javier Virgen, nos
transmitió el saludo del Secretario de Educación, y nos mostró los primeros dos
ejemplares de la segunda edición de la Historia Gráfica de Colima, de nuestro extinto
compañero, el Profr. Juan Oseguera Velázquez, que se llevó a cabo en la imprenta de
dicha Secretaría de Educación, por iniciativa o gestiones de Noé Guerra y los familiares
del maestro Oseguera. Un anuncio que nos alegró a todos, y que por su valía ponderó
también Rubén Pérez Anguiano, quien dijo haberse entusiasmado por el estudio de la
historia de Colima, al haber podido leer en su casa, cuando era estudiante de secundaria,
precisamente un ejemplar de la primera edición de la Historia Gráfica de Colima,
profusamente ilustrada por J. G. Lepe, y J. Flores, grandes dibujantes locales, entre
otros colaboradores y amigos del profesor Oseguera.
De entre nuestros compañeros vivos, pero ya ancianos, quiero mencionar al Profr.
Ricardo Guzmán Nava, ex director de Educación Pública en la entidad y autor, entre
otros libros de La Colonia, una amplia reseña que abarca desde los inicios de la
conquista española de Colima hasta la presencia del padre Miguel Hidalgo aquí como
cura interino; al maestro Genaro Hernández, autor del excelente libro biográfico
Gregorio Torres Quintero, vida y obra; al licenciado Ismael Aguayo Figueroa, redactor,
entre varios otros títulos, de su muy jocoso Anecdotario Político Colimense, que fue
reeditado hace poco más de un año; al Dr. Enrique Brizuela Virgen, autor de muchos
interesantes escritos sobre la historia de la medicina en Colima; a doña Magdalena
Escobosa Haas, autora de El Palacio de los Azulejos (la sede de Samborn’s en la ciudad
de México), traducido a varios idiomas, y Los Mercedarios, trapiches y haciendas en
Colima; a la maestra Mirthea Acuña Cepeda, autora de un buen cúmulo de artículos
publicados en la revista Histórica, y del libro Cien años de educación cristiana en
Colima.
Y como ya es muy difícil documentar la vida de una persona, debo aplaudir la labor que
el ingeniero Arturo Navarro Iñiguez, dos veces presidente de la SCEH, ha
desempeñado, al documentar en dos ediciones de su libro Andares, la historia particular
de la propia SCEH. Debiéndome disculpar los demás socios que no los mencione
porque tendría que cansar a nuestros lectores con otros tres o cuatro trabajos como éste.

José Rivas, Alfredo Juárez y esposa


Leticia Mendoza, Adán Blanco, Enrique Ceballos y
Jorge Rosales

María de los Ángeles Olay, Bertha Luz Montaño,


Rafael Tortajada y Francisco Virgen

Magdalena Escobosa, Mirthea Acuña y Olga Carrillo


Marcela Chávez, Genaro Hernández, Armando Polanco,
Fortino Pulido y Guillermo Ruelas

Rubén Pérez, Noé Guerra y Leticia Mendoza

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