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Evolución y reinterpretación de los Valores y Principios

inspiradores del sistema politico español.

Sesión 1.-Los Valores y Principios inspiradores del sistema politico español.

La Constitución española de 1978 se asienta en valores, básicamente los de libertad e


igualdad. La estructura tripartita del curso responde precisamente a la estructura tripartita
de tan contundente afirmación que, lógicamente, habrá de ser fundamentada. Así pues,
los comentarios de esta primera sesión se centrarán en la existencia de valores en
nuestra Constitución, haciendo hincapié en el significado del estado de derecho; la
segunda, al valor libertad y la tercera, al valor igualdad.

La justificación de que la Constitución se asienta en valores nos viene de la mano del


profesor Luis Parejo Alfonso, cuestión nada baladí pues del concepto de Constitución de
que se parta y, por tanto, del tipo de interpretación que se utilice en su operacion, que
competen en primer termino al Tribunal Constitucional, viene dependiendo ya y ha de
continuar dependiendo en el futuro lo que la Constitución sea. Viene asi al caso la
paradoja de que, aunque en el Derecho Constitucional la construcción de los argumentos
y la articulación de las soluciones reposen sobre y arranquen de principios muy generales
y básicos, no es posible identificar sin mas dicho Derecho con las reglas de la ley
constitucional o, mas precisamente, con las formuladas o precisadas por los Tribunales,
porque si así fuera se caería en un circulo vicioso en tanto que el poder y la función
judiciales traen su existencia justamente de la Constitución y habría entonces que
preguntarse quien define a quien.
El problema tiene su origen en la peculiaridad de la Constitución, en cuanto norma
jurídica, por razón de su objeto (la ordenación política del Estado) y esta planteado, como
demuestra el viejo debate doctrinal reavivado en Alemania desde la formulación por R.
SMEND de la teoría de la integración y el sistema de valores y la respuesta critica a la
misma por E. FORSTHOFF en defensa de la preservación de una pretendida integridad
del principio de Estado de Derecho, en términos de una disyuntiva básica entre una
concepción y una interpretación de la Constitución jurídico-formales y una concepción y
una interpretación materiales o sustantivas.

La primera postura supone la opción por:


• La concepción de la Constitución como orden cuya función se agota (cual se pretende
que exige el principio de Estado de Derecho) en la organización de las instituciones
políticas y la garantía de la libertad (la delimitación y el deslinde de las esferas de
derechos).
• La afirmación de la Constitución como ley que, sin perjuicio de la especificidad de su
objeto, queda como tal sometida a las reglas de la hermenéutica jurídica, con lo que se
le trasladan todos los requerimientos propios del Estado de Derecho en la significación
y el alcance tradicionales de este principio. La consecuencia es que la única
interpretación valida es la realizada con estricto rigor técnico, es decir, aquella que
tiene lugar aplicando la lógica jurídica formal según las reglas hermenéuticas clásicas y
según un proceso de subsunción realizado primariamente a partir del tenor literal de la
norma. Solo de esta forma se entiende que la norma constitucional es inteligible en su
sentido y controlable en su desarrollo y aplicación.

La segunda responde, por el contrario, a las siguientes ideas:

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• La Constitución es un orden que asegura la integración sociopolítica, siendo esta un
proceso que se legitima y produce continuamente conforme al sistema de valores
recogido en aquella.
• La Constitución, por tanto, cumple hoy una función que va mas allá de la organización
política y de la garantía de la libertad para asegurar un contenido material coherente a
la vida social en sus diversas manifestaciones.
• La interpretación jurídica no puede realizarse correctamente de forma desvinculada de
la realidad, en cuanto debe consistir en la captación del significado, en la comprensión
del contenido material y del sentido de la norma; lo que, a su vez, no cabe verificar sin
situar esta en el contexto normativo constitucional, en cuanto este es una unidad, un
todo coherente dotado de una específica estructura, que se transmite a sus elementos
y supone la jerarquización de estos. Dicho de otra forma, la interpretación tiene por
objeto la determinación del contenido, alcance y sentido de cada norma e institución
dentro del sistema que gobierna el proceso global de integración estatal. Por ello
mismo, toda interpretación constitucional ha de ser sistemática, pues las partes remiten
por sí mismas al todo y solo son tales justamente por su pertenencia al mismo, lo que
significa su connatural o inmanente disposición sistemática.

La elección, como ya se ha notado, no es ni mucho menos baladí. El abandono del


positivismo legal puede hacer caer en el extremo, igualmente rechazable, del
subjetivismo, el voluntarismo; en la disolución de la Constitución como norma, con pérdida
de evidencia y certeza del Derecho constitucional y la cafda en el casuismo del gobiemo
de los jueces, denunciado por E. FORSTHOFF como Umbildung de la norma
constitucional. La realidad indiscutible de este riesgo, sobre el que volveremos en breve,
no supone empero la desautorización de la llamada jurisprudencia de valores. Por de
pronto, la opción por el supuesto método técnico-jurídico riguroso no es, en verdad,
neutra, ya que presupone una concepción determinada de sí mismo y de su objeto, es
decir, comporta un prejuicio, renunciando solo aparentemente a toda valoración material
(en concreto, el Estado de Derecho se maneja a partir de unas características fijadas
históricamente ,y se aplica sin más a la sociedad actual, con desprecio de la evolución
experimentada por esta). En todo caso, la lógica jurídica no es formal (sino material, en
tanto que alusiva a lo que procede, lo justo en cada caso, siendo rica en perspectivas y
dimensiones) y en toda aplicación normativa existe un momento creativo. Desde otra
perspectiva, la superación del positivismo que propugna la jurisprudencia de valores no
pretende el abandono de la positividad del Derecho constitucional, pues los valores no
son para la misma realidades ideales, introducidas desde afuera en las normas, sino
entidades de la misma vida social y política, que solo adquieren consistencia en su
realización efectiva, entendida esta como positivación. En suma, pues, esa jurisprudencia
no persigue una instrumentalización del Derecho, una utilización de la norma para realizar
por su intermedio valores ajenos a ella, sino justamente la captación y determinación
mediante la comprensión del sistema normativo, de los contenidos materiales en ellos
recogidos o a los que responden y para su efectividad. (Sin embargo, la práctica
jurisprudencial del Tribunal ha desmentido, en cuestiones tan graves como delicadas tan
bienintencionado aserto, cayendo para muchos en un mortal descrédito).
En toda Europa ha ido ganando terreno la concepción material de la Constitución sobre la
base de los derechos fundamentales y de su evolución desde simples mecanismos de
defensa y reacción frente al Estado a elementos objetivos del ordenamiento y principios
que imponen deberes positivos de actuación y luego mediante la depuración, dentro del
genero de los principios constitucionales y como figura diferente tanto de los derechos
fundamentales, como de las garantías institucionales o los mandatos al poder legislativo,
determinación de objetivos o fines del Estado que esta ya generalizada. Y es claro que
una tal concepción de la Constitución demanda una interpretación mas sustantiva y

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flexible que la lógica formal.
En el caso español esta exigencia se plantea desde el primer momento:
• la proclamación de la voluntad de garantizar la convivencia democrática conforme a un
orden económico y social, consolidar un Estado de Derecho, proteger a todos los
españoles en el ejercicio de sus derechos, culturas y tradiciones, lenguas e
instituciones, promover el progreso de la cultura y la economía y establecer una
sociedad democrática avanzada;
• la explicitación del carácter normativo del texto constitucional (articulo 9°.1) enfatizando
la efectividad de su parte dogmática.
• el empleo justamente de la noción de «valor» para calificar determinados contenidos
nada menos que del articulo 1º.1, con el adjetivo «superior» indicativo de un mayor
rango de dichos contenidos, así como el establecimiento de principios y mandatos
positivos de actuación (art. 9º) de gran generalidad y radio de acción;
• la evidente relación sistemática entre los valores superiores del artículo 1º.1, los
principios y mandatos del artículo 9º y los contenidos de la parte dogmática,
conscientemente estructurada a su vez, esta ultima, por el artículo 10º, en el que
claramente se diseña dicha parte como un «orden» constitutivo del «fundamento del
orden político y de la paz social», es decir, de la Constitución como tal.

La Constitución es para el Tribunal Constitucional, así pues, una verdadera norma jurídica
y, concretamente, la superior de todo el ordenamiento, que predica de sí misma el efecto
de sujeción a ciudadanos y poderes públicos (Sentencia 80/1982, de 20 de diciembre).
Pero el orden jurídico constitucional así entendido no es formal, pues tiene por objeto
-como señala la Sentencia 25/1981, de 14 de julio- el establecimiento de «un
ordenamiento objetivo de la comunidad nacional, en cuanto esta se configura como marco
de una convivencia humana justa y pacifica, plasmada históricamente en el Estado de
Derecho ,y, mas tarde, en el Estado social de Derecho o el Estado social y democrático
de Derecho, según la formula de nuestra Constitución (art. 1°.1). Mas concretamente, la
norma fundamental proclama, como norma suprema, un orden de valores (Sentencia
8/1983, de 18 de febrero), que tiene una especifica significación «para el establecimiento
y fundamentación de un orden de convivencia política general (Sentencia 67/1982, de 15
de noviembre). Por ello, demanda no una aplicación literal, sino una interpretación
finalista, como condición para preservar los valores en ella consagrados (Sentencia
18/1981, de 8 de junio).

De cualquier modo, se da por hecho que la adecuación de una constitución a un sistema


de valores es incompatible con que estos sean inmutables, cuestión nada pacífica. Así, la
evolución política, económica y social obligan a revisar dichos valores y principios, al
menos en su interpretación a la luz de estas nuevas realidades, según el profesor
Faustino Fernández-Miranda Alonso. Se observa también y a la luz de las sentencias del
Tribunal Constitucional que se ha optado por una interpretación flexible de la Norma
Suprema para adaptarla a unas supuestas exigencias sociales, sin necesidad de
modificarla, sustrayendo de esta forma la verificación, vía referéndum, de que esas
exigencias eran mayoritarias. Este concepto de constitución entraña el peligro de la
inseguridad jurídica, pues, aunque la norma aparentemente diga una cosa, el Tribunal
Constitucional puede decidir, con la debida argumentación justificativa, que dice otra. Y,
para llegar a dicha interpretación, no acudirá a los debates constituyentes ni a la
literalidad de la norma sino a un criterio negativo cual es que no violente demasiado el
sentido natural del precepto, que quepa esa interpretación siquiera forzada o traída por
los pelos, valga la expresión. Es cierto que al posicionamiento interpretativo del Tribunal
Constitucional ha coadyuvado la mediocre redacción del Texto pero no es menos cierto
que esa vía conduce al perverso efecto de que una constitución puede no significar gran

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cosa a fuerza de poder significar tantas. Puesto que el tiempo y las sentencias del
Tribunal Constitucional darán al Texto su “definitivo” significado, por supuesto cambiante,
en virtud de la evolución política, económica y social (sobre todo esta última), no es el
ciudadano quien se da una constitución cuando vota en un referéndum constitucional.

Con respecto al significado del estado de derecho es útil acudir al libro del profesor
Garrido Falla “Comentarios a la Constitución” que de manera más formalista y no menos
magistral interpreta los artículos de la Carta Magna. Para el cometido del presente curso
interesan, de manera genérica, los diez primeros artículos de la Constitución y, de modo
particular, el primero de ellos especialmente para la cuestión de los valores “in genere”.
Los comentarios se estructuran en cinco apartados. Los tres primeros (Precedentes,
Derecho comparado y Elaboración del precepto) denotan la raigambre formalista que se
desarrolla en el apartado 4º (Exégesis del precepto) y se confronta con el apartado 5º
(Jurisprudencia Constitucional).

En definitiva, los valores deben presidir toda constitución para que ésta sea auténtica y
con un contenido verdaderamente material. La asunción de dichos valores no implica que
estos sean cambiantes, por lo que se puede dar, una vez fijado el texto constitucional, una
interpretación estrictamente formal. Y me parece poco sensato y menos honrado adoptar
términos anfibológicos y artículos intencionadamente poco claros o ambiguos, fruto del
consenso, que sustraen a la voluntad popular la decisión de refrendar la Constitución que
los contiene en lugar de redactar una Constitución de artículos de interpretación sencilla y
clara aunque el precio que haya que pagar sea la brevedad. Si un parlamento estima que
la sociedad ha cambiado tanto que es menester adoptar otros valores pues las leyes que
reclama la sociedad o encajan con la Constitución puede adoptar procedimientos dentro
de la misma que posibiliten su reforma flexible, pero que dejen siempre en manos del
ciudadano su sanción y no en el de un Tribunal Constitucional devenido partidista.

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