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Sinopsis:

Aly no creía en la reencarnación o de eso intentaba convencerse desde el primer momento en


que vio a Leo, el misterioso chico nuevo, quien pese a no parecerse a Lucas, su novio
recientemente fallecido, le resultaba aterradoramente familiar.

“—A veces, cuando me miras, cuando me tocas, siento como si estuvieras viendo a otra
persona— susurró en mi oído, y yo sólo pude rezar porque callara.

No estaba lista para admitirlo, no aún”.


Cenizas

Convertida en fuego por las llamas de un abrazo.

Empapando las entrañas del sabor de un adiós.

El alma es alma, cuando se sabe compartida.

El fuego es ceniza cuando ha perdido valor.

Prólogo

ͼ ͽ

Hacía calor, demasiado. De hecho, podría afirmar que mi piel estaba a sólo un beso de
comenzar a arder. No me importaba, continué besándolo, tal vez demasiado fuerte, de
todos modos Lucas no se quejó. Tenía tanta hambre de él; de sus labios, su cuerpo,
su olor.

Demonios, me lo merecía.

—Si sigues con esto no podré detenerme y llegaremos al amanecer— susurró en mi


oído, mientras depositaba un tierno beso en mi cuello y se alejaba.

Fruncí el ceño frustrada. Mi respiración y la suya habían convertido el silencio de la


carretera en una vergonzosa sinfonía de jadeos.

En ocasiones me molestaba su actuar, pero también agradecida de que él fuese más


racional que yo. Abandoné sus rodillas, en dónde estaba cómodamente sentada a
horcajadas suyas y me reubiqué en mi sitio, junto al asiento del conductor.

Lucas abrochó su camisa y aprovechó de cubrirse con una casaca, yo asumí que era
para evitar futuras tentaciones, ya que no hacía frío en absoluto.

—Pórtate bien—pidió serio, antes de encender el vehículo e introducirse nuevamente


en la carretera.

Mi interés fue verdadero cuando observé los pequeños destellos que se colaban a
través del cristal. El cielo se encontraba escandalosamente repleto de estrellas.

—¿Lo ves? Es como si el Cosmos hubiese organizado una fiesta de luces para la
ocasión —meditó Lucas, emocionado y con un tono provocativo. No me miraba, pero
parecía adivinar mis pensamientos.

Le sonreí incómoda y mordí mis labios para no soltar alguna estupidez a causa de la
vergüenza. Él no me vio, continuó con su vista clavada en el camino, pero supe que se
encontraba tan nervioso como yo.
Sí, definitivamente el firmamento se había vestido de gala para esta noche…

No era cualquier noche, y por mucho que la inseguridad intentara colarse bajo mi piel,
ya nada evitaría que esta noche él y yo fuésemos uno.

Habíamos esperado más de lo que se puede considerar prudente para llevar nuestra
relación al siguiente nivel. Pero, tal como había dicho Lucas: “El sexo es sólo una
consecuencia de un hecho ya expresado, el amor se puede demostrar de diversas
maneras. Quién diga que necesita del sexo para sentirse amado, no hace más que
buscar excusas para justificar su egoísmo.”

—Te amo.

Mi voz fue un murmullo en medio del incómodo silencio que se había formado en la
camioneta. Sin embargo, supuse, por el modo en que enarcó su ceja izquierda, que él
me había oído.

—Lo eres. Eres mía, pase lo que pase— Una sonrisa picaresca se instauró en sus
labios. Estaban rojos e hinchados, obviamente era culpa mía por la reciente sesión de
besos, qué más daba amaba su boca. — Claro más aún después de esta noche.

Rodeé los ojos ignorando su insinuación. Envidiaba el hecho de que él pudiese hablar
del tema sin tapujos y con total naturalidad. Obviamente, para él era más fácil, y que
no era nuevo en esto.

—Sólo mía, yo te vi primero. Nunca me engañes— Su tono fue solemne, con su mano
abandonando la manilla de cambios por un par de segundos, sólo para unirse a la mía
en una tierna caricia, traspasándome una calma que obviamente él no tenía, pero que
fingía muy bien.

—Nunca podría, y créeme que lo he intentado —bromeé, rompiendo el hielo, a


sabiendas de que él no lo creería. Su dedo índice se coló travieso bajo mi manga,
causando que la piel de mi muñeca se erizase de anticipación.

—Estás fría… —murmuró, desviando la vista del parabrisas hacia mi rostro, y


regalándome una de sus intensas miradas aguamarina. La mezcla perfecta entre
esmeralda y azul cielo, la mirada de un ángel. Mi Lucas.

Pronto las mejillas comenzaron a arderme y me vi en la absurda obligación de desviar


la vista de sus ojos. Por mucho que llevásemos dos años de relación, su sola
presencia seguía causando estragos en mi cuerpo, como el primer día… como ahora,
que con un simple roce y una mirada picaresca me hacía delirar. Pero él aún no había
tenido suficiente y mi vergüenza llegó a su cúspide, cuando le oí soltar una risita.

Obviamente a mi costa.

—No encuentro la hora de llegar —susurró en mi oído, antes de depositar un húmedo


beso en mi cuello, mucho más largo de lo habitual.

La excitación del momento quedó convertida en cenizas que contrastaban con el


gélido pavor que te subyuga cuando tienes la certeza de que tu muerte está cerca. La
de nosotros se encontraba a menos de medio metro: Un pequeño camión de una
granja cercana a la cabaña que habíamos arrendado se aproximaba hacia nosotros en
sentido contrario; negligentemente, el conductor había olvidado encender sus luces.
La camioneta de Lucas no tendría una sola oportunidad contra ese camión… Nosotros
tampoco.

Recordé que Lucas, por primera vez, no traía puesto el cinturón de seguridad… El
grito intentó escapar de mis labios sin pedir permiso, pero murió en mis entrañas,
atascándose junto al oxígeno en el interior de mis pulmones que luchaba por salir.

Tampoco tuve la fuerza necesaria para desviar mi vista de la macabra escena, ni


siquiera fui capaz de girarme para observar a mi novio una última vez. El tiempo era
un compañero desleal y la velocidad humana era demasiado pobre para competir
contra los designios del destino.

No pude hacer nada.

ͼ ͽ

Todo se veía de un maldito tono monocromático, y por más que buscaba, no veía esa
famosa luz de la que mi mamá tanto hablaba por ningún lugar.

Sentía cada centímetro de mi cuerpo adolorido, como quien ha corrido un maratón,


pero con pesas de cinco Kilogramos en cada extremidad, y mi cabeza. ¡Dios!

Un cosquilleo, tan suave como el aleteo de una mariposa, acarició con timidez mi dedo
anular, trayéndome súbitamente de vuelta al mundo real.

No estaba sola.

Puse toda mi energía en la zona de mis ojos. Necesitaba escapar de las sombras.

Dejé a mis dedos moverse tanteando el entorno, se sentía frío, como metal, pero no
del modo molesto, o tal vez simplemente me estaba concentrando demasiado en
apreciar el ambiente. Continué examinando lo que me rodeaba con el sentido del tacto
como único aliado, la gélida textura del fierro despertó mis sentidos, al encontrar junto
a ésta la calidez del cuero propio del vehículo.

Abrí mis ojos, comprobando que la palanca de cambios se había convertido en un


objeto al que mi mano se negaba a liberar.

Estaba en la camioneta de Lucas, su perfume se encontraba mezclado con cada


partícula de oxígeno que había en la cabina, junto a un molesto olor a gasolina.

El hormigueo en mi piel continuó, esta vez más sutil, más lento. Pero, ahora mi cuerpo
reconoció su toque.

—¿Qué pasó? —pregunté, aún a sabiendas de la respuesta, más que nada para
entablar una conversación. Necesitaba oírle sin la obligación de verle, mantuve la
mirada clavada en el techo, sin soltar su mano. Apenas conseguía ver más allá del
parabrisas, éste se encontraba trisado y una oscura sustancia se escurría a lo largo de
él. Por otra parte, mi cabeza dolía y se me hacía difícil respirar, con todo el mareo del
que estaba siendo presa lo último que quería era girar la cabeza, aunque deseaba
desesperadamente ver el rostro hacia Lucas.

Tenía miedo y desconocía el porqué.

Lucas suspiró, su familiar tono ronco se oía extraño, le escuchaba… diferente.

La zona baja de mi espalda se erizó. Algo no andaba bien y por algún motivo que
desconocía, me negaba a verle.

Repetí mi pregunta:

—¿Lucas? —le llamé.

Él no respondió, y yo me debatía entre esperar que me hablase o continuar en la


superficial seguridad que me otorgaba la ignorancia. Con el terror acrecentándose con
cada latido que mi corazón daba, me obligué a girar hacia mi derecha, siempre
cuidando de no verle…

Era cobarde.

Incluso con mi cuello suplicando porque me mantuviese inmóvil, girar sobre mi cuerpo
no fue tan difícil, doloroso sí, pero no imposible.

—Lo siento —le oí murmurar, pero no pude voltearme. Las palabras no salían. No
después de ver lo que realmente se encontraba de cara a mis ojos.

Una mano humana sobresalía del parachoques, y sólo entonces reparé en el camión
casi intacto que se encontraba a unos pocos metros de distancia.

Me llevé una mano hacia la boca, para contener el sollozo, soltándome de agarre de
Lucas y los pulmones otra vez ardieron al esconder mi jadeo, frente a la imagen que
se comenzaba a formar en mi cabeza.

El camión no parecía haber recibido grandes daños, aunque realmente yo no lo podría


decir con exactitud. Digo, no había nadie en su cabina…

Con el miedo internándose en mi anatomía con cada segundo que pasaba, me obligué
a girar lentamente. Necesitaba ver a Lucas.

Dios, no permitas que esto sea real. Por favor, no lo hagas.

Desabroché mi cinturón, agradeciendo en mi interior las constantes manías de mi


novio. Siempre me obligaba a traerlo puesto, y de no haber sido por mí… él también lo
tendría en esta ocasión.

El semblante de Lucas se encontraba pulcro, con sólo leves rasguños en el nacimiento


de su mejilla; a diferencia de mí, él parecía tener buen aspecto, no mostraba síntomas
de dolor, ni siquiera le había oído quejarse por algo. Sus facciones se encontraban
calmadas, y extrañamente él parecía demasiado concentrado en algo.

Finas hebras doradas se escurrían rebeldes hasta rozar sus cejas, y supuse que le
estaban causando comezón. Me desplacé hacia él con la intención de ayudarlo. En un
principio él no pareció notar mi gesto, pero su mano no dejó en ningún momento de
acariciar a la mía.

Mi novio me regaló un leve movimiento de pupilas, una mirada arrepentida y yo tuve


que desviar la vista hacia sus rodillas y más tarde hacia el parabrisas, un tanto
incómoda y vergonzosamente asustada.

El aturdimiento frente a la confusión por los hechos recientes estaba pasándome la


cuenta, me sentía mareada, nerviosa…

El espeso líquido oscuro continuaba deslizándose por el parabrisas, y parecía


sumergirse más y más en cada fisura que éste portaba. Como si el maldito vidrio lo
estuviese absorbiendo.

Algo en ese detalle hizo que mi corazón silbara por el pánico. Fingí indiferencia ante
aquel descubrimiento.

Volví la vista en dirección al rostro de Lucas; sus ojos claros lucían adormilados,
convertidos en apenas finas ranuras, y me pareció que aquellas franjas verdosas eran
sólo vestigios de su habitual turquesa.

Tuve que tomarme un par de segundos… El pánico en sus ojos me dejó muda.

—Te Amo Aly —dijo con voz dulce. Intentaba parecer sereno, cuando su débil susurro
era una clara despedida.

—Vas a estar bien —mentí, más para mí que para él. Lucas tosió y todo su cuerpo
tembló por el esfuerzo.

Comprendí después de unos instantes que él no estaba al tanto de la sangre en el


parabrisas y mucho menos del posible cadáver que se encontraba a las orillas de su
camioneta. Nunca antes me pareció más frágil ni joven. Su semblante angelical me
recordó al de un niño. Entonces, decidí que lo mejor era mantenerlo al margen de la
situación.

—Te amo mucho, y me odio por no contar con el tiempo suficiente para demostrarte lo
ciertas que son mis palabras—. Su timbre de voz perdió el tono tranquilo, y adoptó una
nota de histeria. Volví a tomar sus manos, tal como había hecho él en un principio,
cuando me encontraba aún en la camilla, y me las llevé hacia el rostro. Lucas gimió
apesadumbrado y me odié por mi torpeza, soltándolo en el acto.

—Perdóname.

—Tranquila, no es nada —mintió ahora él, y yo sólo pude agradecerle con una sonrisa.

Miénteme Lucas, miénteme, dime que vamos a salir de esto. Dime que esto es una
horrible pesadilla, que me dormí durante el camino y estamos prontos a llegar a la
cabaña en la que según tú haríamos el amor hasta que amanezca.

Miénteme.

—Quisiera verte envejecer… Apuesto a que te verías preciosa con tu cabello repleto
de canas —soltó con tono burlesco, y mis ojos pidieron a gritos poder llorar. Pero yo
no lloraría, no quería hacerlo, no quería asumir que esto era el final... No lo era.
—No digas estupideces —ordené, pero más que a rudeza, sonó a súplica. Yo le
estaba implorando porque no se rindiese, porque luchase. ¡Era tan simple como
aferrarse a la vida!

No, no lo era.

—No le pidas a tus ojos que no lloren —musitó cansino, reafirmando con sus dichos
que me conocía mejor que nadie. Incluso comprendiendo mi incapacidad de llorar y en
sus labios se intentó formar una sonrisa. Yo no era él, yo era débil.

—¡Pero, no quiero hacerlo! ¡No quiero perderte! —admití, antes que sus manos
acunaran a mi rostro y lo enmarcasen.

—No vas a perderme, te amo demasiado para dejarte ir—. La tensión en sus dedos
era palpable, y fingí no ver la gruesa lágrima que se escapó de sus ojos. Odiaba que
me viese de ese modo, me lastima verlo llorar, porque aún llorando, el fulgor de sus
ojos en esos instantes sólo destilaba un sentimiento: devoción.

—Entonces no me pidas que te deje ir.

—No te estoy pidiendo eso —contradijo, frunciendo el ceño. Un manto de confusión se


estampó en mi rostro. Era imposible que él no notase mi estado de desconcierto.
Lucas me conocía como nadie.

—Entonces, ¿qué es lo que sucede?, ¿qué es lo que quieres? Porque no entiendo


nada.

—Quiero un beso, Aly. Sólo eso —exclamó casual, como si se tratara de la cosa más
simple del mundo. De no haber sido porque su aliento se agotó en la última sílaba,
quebrando su voz y convirtiéndola en un lastimero gemido, su actuación hubiese sido
como mínimo perfecta.

Un beso, un inocente beso. Habría que ser una idiota para creerle, y efectivamente, yo
fingí serlo por unos minutos.

Le sonreí, sin alegría, y mis manos se aferraron a las suyas, que seguían acunando mi
rostro, renuentes a soltarlo. ¡Y quién demonios quería ser libre!

—No me dejes —le supliqué, antes de besarlo con suavidad, con lentitud, como si
fuera la última noche junto a él, como si este fuera mi último segundo provista de
aire… Como si se me fuera la vida en ello. Porque eso representaba él para mi, mi
razón de existir, el oxígeno en mis entrañas. Mi otra mitad, mi alma.

—Tengo frío —susurró contra mis labios, y yo sólo pude esconder el rostro en su
pecho, mientras mis manos se aferraban descuidadas a la tela se su casaca.

Lucas se movió con dificultad hacia la orilla, haciéndome espacio junto a él en su


asiento, y otra vez, me obligué a no llorar, pero fue difícil. Era un martirio ignorar la
letal mancha borgoña estampada en la zona izquierda de su estómago. Pero,
nuevamente, se trataba de él, y prometió no dejarme. Yo confiaba en Lucas. Él no se
rendiría, no sin luchar.

Acomodé con un exceso de cuidado mi cabeza sobre su pecho, y sus labios bañaron
de lentos y temblorosos besos mi frente.

Era tan extraño el modo en que su aliento golpeaba mi cabeza. Era como si quisiera
grabarse mi sabor, mi olor. No era él, no era yo. Se sentía como estar de espectador
en una maldita película de horror. No era dueña de mis movimientos ni de mis
palabras. Estaba presa dentro de mi propio cuerpo.

El cansancio y la conmoción no tardaron en hacer acto de presencia en el ambiente.


Tuve que rendirme, y me entregué a los brazos de la oscuridad, esperando encontrar
consuelo en ellos. Pero, fueron unos estremecidos dedos fríos, acariciando mi cabello
con devoción, los que me entregaron la verdadera paz.

Era una lástima que yo fuese tan ingenua para creer en sus mentiras. Era una lástima,
no haber podido llorar.

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