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LA CONFORMACIÓN DE LA IGLESIA CATÓLICA COMO ACTOR POLÍTICO-SOCIAL:

EL EPISCOPADO ARGENTINO (1930-1960)

Susana Bianchi
IEHS, UNCPBA

En: Susana Bianchi y María Estela Spinelli (comps.): Actores, ideas y proyectos políticos
en la Argentina contemporánea. Tandil, Instituto de Estudios Históricos Sociales,
Universidad Nacional del Centro, pp.17-48.

(17) (...) A pesar de su indudable peso como actor político-social, se carecen de trabajos sobre
la Iglesia argentina como, por ejemplo, los de José Manuel Cuenca, de Guy Hermes y de
Frances Lannon sobre la Iglesia española o como los de David Levine sobre las Iglesias de
Colombia y Venezuela. De allí, mi interés en analizar cómo la institución eclesiástica se
conforma en un actor político y social, a través de su composición interna y de la articulación
de sus distintas instancias o cuerpos.
Mi punto de partida es el convencimiento de que la Iglesia católica constituye un actor
político-social de tipo antiguo. Según Francois-Xavier Guerra1, estos actores colectivos
antiguos no son ciertamente grupos formados por ciudadanos yuxtapuestos o reunidos en
combinaciones aleatorias en función de circunstancias cambiantes, sino que son conjuntos
estructurados por nexos per-
(18) manentes de un tipo muy particular. Poseen sus propias formas de autoridad, sus reglas
de funcionamiento interno, sus lugares y formas de sociabilidad y de comportamiento que les
son propias, sus valores, sus imaginarios y sus lenguajes particulares. En una palabra, poseen
una cultura específica. La comprensión plena del individuo pasa aquí por un conocimiento del
grupo en el que actúa.
(...) la tradición, la costumbre, los precedentes poseen una alta valorización porque
precisamente reciben su legitimidad de esas fuentes. Son elementos que sirven para mantener
la identidad y la cohesión del grupo en el tiempo. Porque el grupo, sea cual fuere su
estructura, ocupa en los sistemas tradicionales un lugar central y la idea de individuo (...) le
son absolutamente ajenas. Otra característica de estos cuerpos es que la legitimidad en sí
misma no está en discusión. Los fundamentos de la autoridad escapan a la competencia de los
actores.
Comparto muchas de las críticas que se han hecho a la conceptualización de Guerra.
(...) tras los conceptos de actores de tipo antiguo y de tipo moderno puede subyacer una
concepción (...) de sociedades “tradicionales” y sociedades “modernas”. (...) Por lo tanto (...)
empleo el concepto de actor de tipo antiguo sin ninguna otra connotación que la de
instrumento de análisis que permite penetrar en ese complejo cuerpo que conforma la Iglesia
católica.
A partir de dicha conceptualización, estudiar la conformación de la Iglesia católica
como actor político/social implica:

1. conocer los procesos de conformación –no como algo “dado” sino


construido- de los distintos cuerpos que integran a la Iglesia católica.

2. conocer los estatutos de funcionamiento y los privilegios de los distintos


cuerpos, así como sus nexos, para entender mejor no sólo su identidad sino
también sus medios de acción.
1
Francois-Xavier GUERRA: “Hacia una nueva historia política: actores sociales y actores políticos” en
Anuario del IEHS, 4, 1989, pp. 243 y ss.
3. conocer las crisis y estrategias de adaptación en un mundo donde prima la
conformación de actores políticos de tipo moderno (...), basados en la imagen
del individuo como figura predominante y en la imagen de nexos asociativos
de tipo igualitario.

Mi exposición se va a centrar sobre algunos avances referidos a los funcionarios


eclesiásticos: la composición del primer nivel de la jerarquía argentina constituida por el
cuerpo episcopal.
(19) La Iglesia católica argentina comienza a cobrar importancia institucional recién en la
década de 1930. (...) la Iglesia argentina es una institución relativamente reciente, que
comienza a conformarse en forma paralela al Estado en la década de 1870. ambos procesos
(...) no fueron independientes , y su carácter conflictivo derivó muchas veces de la necesidad
de definir sus respectivos campos de acción. Incluso, el Estado no fue ajeno a la formación de
la institución eclesiástica.
Tras las guerras de la independencia, durante la primera mitad del siglo XIX, la Iglesia
era una institución prácticamente inexistente. Sin clero suficiente –y el poco que existía con
una deficiente formación y muy poco apego a la disciplina eclesiástica-, la Iglesia carecía de
una estructura institucional adecuada en el marco de formación de la nación. Los obispados
de Buenos Aires, Córdoba, Salta y San Juan de Cuyo (...) dependían (...) del Arzobispado de
Charcas (...)
Crear una Nación implicaba crear una Iglesia. Los primeros pasos fueron dados por el
gobierno de Bartolomé Mitre, quien a finales de 1864 se dirigió al Papa Pío IX solicitándole
la creación de una provincia eclesiástica autónoma, bajo el primado de Buenos Aires, que
debía ser elevada a la categoría de Arquidiócesis. En respuesta, en marzo de 1865, una bula
papal creaba la provincia eclesiástica de la Santísima Trinidad de Buenos Aires. La integraban
además las otras diócesis existentes en el país (...) y la recientemente creada diócesis de
Paraná. (...) [con esto] Buenos Aires era la sede tanto de las autoridades religiosas como de
las nacionales. Comenzaba (...) el lento proceso de ajuste de las estructuras eclesiásticas a las
estructuras políticas del país.
(20) Pero para formar una Iglesia era necesario también dotarla de personal idóneo. Para el
Estado, la idoneidad implicaba, además, y no como requisito menor, la “nacionalización” del
clero. Su celo por la defensa del derecho del patronato –que había sido confirmado por la
Constitución de 1853- no le impedía a Eduardo Costa, ministro de Mitre, reconocer que

“La falta de un clero nacional es notablemente sentida: la Iglesia argentina se


encuentra hoy, por decirlo así, desierta. La provisión de curatos se hace cada
día más difícil; no pocas veces es necesario llenarlos con sacerdotes que ni aún
el idioma del país poseen”2

El gobierno de Mitre se hizo cargo (...) de la manutención del Seminario de Córdoba y


mediante un decreto creó el Seminario de Buenos Aires (...) estableció además veinticinco
becas para que jóvenes de pocos recursos pudieran formarse en el sacerdocio. (...) Sarmiento
continuó el proceso al otorgar los fondos necesarios para la creación del Seminario Conciliar
de Paraná y al autorizar a la Compañía de Jesús a hacerse cargo –con el objetivo de mejorar el
nivel de sus estudios- del Seminario de Buenos Aires. En síntesis, la Iglesia argentina se
formaba bajo una estrecha dependencia con el Estado.

2
Citado por Juan Carlos ZURETTI: Nueva Historia Eclesiástica Argentina, Buenos Aires, Itinerarium,
1972, p. 311.
Empero, este proceso de formación (...) presentó múltiples dificultades, vinculadas con
tres núcleos de problemas:

1. la definición de las relaciones entre la Iglesia y el Estado, que incluye no


sólo el ejercicio del derecho de patronato y las normas constitucionales que
reglan tales relaciones, sino también la definición de los ámbitos de
competencia de cada una de las instancias, como los temas referidos a
educación y a familia que condujeron a la crisis de 1884.

2. la “romanización” de las Iglesias americanas, referida a las intenciones


del Vaticano –que en 1871 declaró la infalibilidad papal- de someter a las
díscolas Iglesias latinoamericanas a la autoridad pontificia, fijar la
ortodoxia y unificar disciplina, ritos y devociones. Un punto central en este
proceso fue el Concilio Plenario de América Latina, celebrado en Roma en
1899.

3. los intentos de consolidar a la Iglesia argentina, y en particular al


episcopado, como un cuerpo. Y ésta será
(21) en el proceso de formación de la Iglesia argentina la dificultad mayor,
sobre la que centraré mi exposición.
(...)
El problema tenía origen en la considerable cuota de autonomía, con respecto a
cualquier otra esfera eclesiástica, con la que habían actuado los responsables de las sedes
episcopales, acostumbrados a lo largo del siglo XIX a resolver sus propios problemas o a
tratar directamente con el Vaticano, y en la identificación de cada obispo con las distintas
situaciones locales o regionales de su diócesis. De esta manera, para cada obispo, la visión del
orbe católico comenzaba en su propia diócesis y culminaba en Roma. Y ninguna mediación
nacional cabía en esa imagen.
Además, la Iglesia había sido construída [sic] de acuerdo al modelo de Nación. La
elevación de Buenos Aires a arzobispado provocaba en los obispados del interior una fuerte
resistencia frente a lo que se consideraba la hegemonía porteña. (...)
Un ejemplo de la dificultad para conformar internamente a la Iglesia argentina lo
tenemos en el hecho de que el arzobispo de Buenos Aires Federico Aneiros, recién en 1889
-25 años después de creada la provincia eclesiástica argentina- logró consenso suficiente para
que los obispos firmasen su primera Carta Pastoral Colectiva. Recién en las primeras
décadas del siglo XX, las Conferencias Episcopales empezaron a tener una mayor
regularidad. (...)
(22) (...) el Concilio Plenario de América Latina reforzaba la autoridad del Arzobispo,
como cabeza de la provincia eclesiástica, formada por las diócesis, definiendo claramente sus
funciones y los atributos de su rango (...)
Desde 1903, en que se realiza la primera Conferencia bajo la convocatorio del
Arzobispo de Buenos Aires, cada tres años se efectuaron regularmente las reuniones del grupo
de obispos que ya comenzaba a llamarse Episcopado argentino. (...) las preocupaciones
centrales de los obispos giraban en torno a tres cuestiones: la enseñanza de la religión
católica, la celebración de los ritos de pasaje, como bautismo y matrimonio, y la disciplina del
clero. Las dos primeras indudablemente tenían como objetivo reafirmarse en un área
disputada por la seculariza-
(23) ción; la tercera se vinculaba con los objetivos de la “romanización”, es decir, con la
intención de fijar la ortodoxia y unificar disciplina, ritos y devociones de acuerdo a los
lineamientos establecidos por el Vaticano. (...)
Empero, la reiteración de las mismas ordenanzas, la repetición, en cada una de las
Conferencias, de las mismas exortaciones [sic] disciplinarias constituían el tácito
reconocimiento del poco éxito alcanzado.
Además, fuertes indicios señalan que los obispos argentinos estaban lejos de opinar
“todos una misma cosa”, según las aspiraciones vaticanas. Recién en 1912, se comenzaron a
tomar medidas –cuya insistencia posterior atestigua el fracaso- tendientes a suprimir los
particularismos de cada diócesis. Ese año se decidió, por ejemplo, uniformar para toda la
Iglesia argentina los registros de bautismo, matrimonio, confirmación y defunción y los
exámenes del clero. (...) En 1914 hubo acuerdos para poner en práctica planes de enseñanza
religiosa comunes para todos los colegios y escuelas católicas del país.
Sin embargo, los intentos por imponer ciertas uniformidades para todas las diócesis,
bajo las directivas del Arzobispado de Buenos Aires, muchas veces fracasaron. (...) en 1919,
el Arzobispado de Buenos Aires había decidido la centralización y la unificación de todas las
asociaciones católicas de laicos en una organización común de alcance nacional, la Unión
Popular Católica Argentina, de acuerdo con el modelo que el
(24) Vaticano impulsaba para Italia. Sin embargo el proyecto fracasó (...) conduciendo a la
Iglesia argentina a una grave crisis: hacia 1923 sólo en dos diócesis funcionaba la Unión
Popular, mientras que la organización era desconocida en las restantes.
Mientras tanto, el número de obispos fue aumentando por la creación de nuevas
diócesis. En 1897, a las cinco diócesis existentes se agregaron las de Santa Fe, Tucumán y La
Plata. En 1910 se crearon los obispados de Santiago del Estero, Catamarca y Corrientes,
alcanzando entonces a once el número de las diócesis argentinas. Sin embargo, en la década
de 1920, la composición del episcopado era muy irregular. La existencia de varias sedes
vacantes –es decir sin designación de obispo residencial- y la consiguiente alusión en los
documentos a la “división de los católicos” resultan significativos indicios de la falta de
acuerdos. (...)
Particularmente conflictiva se presentaba la situación del Arzobispado de Buenos
Aires. De acuerdo con (...) el derecho de patronato, el Senado había elevado una terna de
candidatos encabezada por Miguel de Andrea al presidente Alvear, quien hizo la presentación
ante la Santa Sede en julio de 1923. Las fuertes presiones eclesiásticas ante el Vaticano para
evitar su nombramiento –y que puso en una grave crisis a las relaciones entre el Estado y la
Iglesia- llevaron a que la sede porteña, cabeza además de la Iglesia argentina, permaneciera
acéfala durante cuatro años. La figura de Miguel de Andrea provocaba fuertes resistencias:
considerado por amplios sectores eclesiásticos tanto responsable del rechazado proyecto de la
Unión Popular como (...) de su fracaso, era considerado además excesivamente comprometido
con el antipersonalismo alvearista. Por su parte, de Andrea (...) se negaba a renunciar a su
candidatura –lo que hubiera puesto un
(25) rápido fin al conflicto. (...)
La crisis del Arzobispado porteño terminó en 1927 con la designación (..) del
franciscano José María Bottaro, superior de la orden. La elección (..) se debió tanto a su
prestigio personal, como a su avanzada edad y a su frágil salud. Se esperaba que su breve
obispado garantizara (...) el tiempo necesario para la reorganización de la Iglesia argentina.
Santiago Luis Copello, desde 1928 obispo auxiliar –responsable del gobierno de la sede por
enfermedad del Arzobispo- y desde 1932, Arzobispo de Buenos Aires, fue uno de los
principales responsables de dicha reorganización.

***
Para constituir una Iglesia “nacional”, formar un cuerpo y definir sus nexos, era
necesario romper con los sólidos cuerpos eclesiásticos preexistentes en las diócesis del
interior, que se resistían a ser integrados en un cuerpo mayor. Era necesario romper con una
intrincada red de relaciones entabladas entre los miembros de las más antiguas órdenes
religiosas, como los franciscanos y los dominicos, con las élites locales, como el en caso de
Córdoba. O entre el clero secular y las élites y los poderes provinciales, como en el caso de
Salta. Y era necesario reemplazar esas redes y esos nexos por otros nuevos que permitieran la
consolidación del episcopado como un cuerpo.
Y este fue uno de los objetivos al que apuntó la reforma eclesiástica de 1934, de la que
fue uno de sus principales responsables Santiago Luis Copello, desde 1932 arzobispo de
Buenos Aires, y desde 1936 primer Cardenal argentino y latinoamericano, designación
honorífica papal que permitió que desde entonces su autoridad fuese indiscutible dentro de las
filas eclesiásticas. (...) después de ese rotundo éxito que el Congreso Eucarístico
Internacional, el papa Pío XI dio a conocer la Bula Nobilis Argentina Ecclesia que
reestructuraba las arquidiócesis y diócesis del país. de 11 diócesis que existían desde 1910, se
aumentaron a 21, de las cuales siete fueron elevadas a (...) Arzobispado. Esta reforma
permitió:

1. Una mayor adecuación de las circunscripciones eclesiásticas a las


circunscripciones político-administrativas estatales. Las diócesis tendieron
a coincidir con límites departamentales o provinciales, en una tendencia
que se continuó en la reforma de 1957, lo que permitió dar una mayor
agilidad a las relaciones entre autoridades estatales y eclesiásticas.
(25)
2. Dado el carácter vitalicio de la función episcopal, la renovación del
Episcopado por la designación de nuevos miembros, cuyo desempeño fue
decisivo para la constitución de una Iglesia que fuese argentina y romana,
simultáneamente.

Esta renovación del episcopado constituye uno de los aspectos claves para comprender
sentido de la reforma. (...) En 1934 fueron (...) designados catorce nuevos obispos. Y resulta
notable que prácticamente ninguno de estos nuevos obispos actuara en la diócesis donde
transcurrió su carrera, siendo designado en otra sede desplazando a los candidatos locales. (...)
En general, de los 33 obispos que ocuparon el período 1935 a 1957, sólo nueve gobernaron
en su diócesis de origen.
Esta firme decisión de romper con las redes locales no dejó de producir resistencias.
(...)
(27) Precisamente, romper este tipo de autonomía, esos nexos y vínculos locales era el
objetivo de la reforma. De allí que fue inflexible la decisión de consagrar como obispo a un
nuevo tipo de clérigo, ajeno a las redes provinciales, subordinado a la autoridad y a la
disciplina vaticana y consustanciado con el modelo de romanización.

¿Quiénes son los obispos?

(...) trabajé sobre las biografías de los 33 obispos residenciales –es decir, que tienen el
gobierno efectivo de una diócesis- que ocupan el período 1935-1956, comparándolas, para
establecer la especificidad de este grupo, con las de los 30 obispos que ocupan el período
1865-1934, y la de los catorce nuevos obispos que se incorporan en la reforma de 1957.
Si trazamos un retrato colectivo, nos encontramos con un clero que procede de una
pequeña burguesía, pobre aunque no indigente, de origen inmigratorio, fundamentalmente
italiano, y predominantemente rural. Es el caso (...) de Antonio Caggiano, obispo de Rosario,
nacido en Coronda, provincia de Santa fe, hijo de quinteros inmigrantes italianos. (...)
(28) En síntesis, de los 33 obispos que ocupan el período 1935-1956, 24 nacieron en pequeñas
localidades rurales, 27 en hogares muy modestos, 22 tienen padres inmigrantes, de los que 16
son italianos.
De los 29 obispos nacidos en la Argentina, seis nacieron en la cuidad de Buenos Aires,
doce nacieron en la provincia de Buenos Aires, cinco en la provincia de Córdoba y otros
cinco se distribuyen entre Santa Fe y Entre Ríos. Desaparecen así las provincias del Noroeste,
como Salta y Catamarca, como productoras del alto clero. La Iglesia se conformaba de
acuerdo a las nuevas condiciones que se daban en el país.
Sólo cuatro obispos –los cuatro cordobeses- se alejan, por sus orígenes, del retrato
colectivo. Los cuatro pertenecían a una antigua élite provincial. [ejemplo, Reinafé] (...) En
síntesis, en la Iglesia Argentina no se produce esa división vertical que según Guy Hermes, es
característica de la Iglesia española donde la jerarquía aparece reservada para las más altas
extracciones sociales. En la Argentina, en cambio, la Iglesia constituye una de las carreras
“abiertas al talento”. Dicho de otro modo, la carrera eclesiástica se presenta como una vía para
el ascenso social. incluso algunos (...) trataron de olvidar los oscuros orígenes inmigratorios.
Fue el caso de Miguel de Andrea, que nacido D´Andrea, castellanizó su apellido por
considerarlo más adecuado para los nuevos ambientes sociales en donde debía actuar.
Los biógrafos de los obispos destacan la piedad familiar, en particular materna. (..)
pareciera que los obispos –como por lo general el clero- procedían de hogares donde se
cumplía con los preceptos religiosos y ciertas formas devocionales; para sus padres –y sobre
todo para sus madres- la elección de la carrera sacerdotal es un motivo de orgullo, no sólo por
sus convicciones religiosas, sino por las posibilidades de ascenso que esa carrera abre.
Casi todos los obispos iniciaron sus estudios primarios en escuelas religiosas.
Salesianos y jesuitas parecen tener la primacía en este aspecto. (...) un dato que puede parecer
obvio pero que es importante destacar porque en la escuela primaria es donde se desarrolla la
primera selección para el ingreso a la carrera eclesiástica. Niños inteligentes y aplicados al
estudio, adornados con virtudes como la piedad y la obediencia, que cumplían además con
otros
(29) requisitos, como buena salud y buen aspecto físico –no se acepta ningún tipo de
discapacidad-, nacidos en familias de intachable moralidad –no se aceptan hijos ilegítimos-
eran seleccionados para ingresar al seminario.
La pobreza de la familia no es un obstáculo para la elección, sino todo lo contrario ya
que expresa disposiciones vaticanas, como los decretos del Concilio Plenario de la América
Latina de 1899, insisten sobre las ventajas del reclutamiento de los pobres. (...)
De este modo el ingreso a la carrera eclesiástica se hace en la niñez o apenas salidos
de la niñez. (...) resulta indudable que el Seminario de Buenos Aires era la opción más
adecuada en la carrera hacia el obispado: allí estudiaron más de la mitad de los 26 obispos
provenientes del clero diocesano.
En el Seminario se produce una nueva selección. Aquellos seminaristas que mostraban
las dotes más destacadas, entre los 16 y los 18 años, son enviados a terminar estudios a
Romas, en el Pío Colegio Latinoamericano. El objetivo de este Seminario, creado en 1860 y
(...) bajo la dirección de la Compañía de Jesús, es el de formar funcionarios eclesiásticos
dentro de la más estricta disciplina romana, en el más estricto tomismo, dentro de las nuevas
formas devocionales que se buscaban impulsar que se buscaban impulsar, y con la mayor
adhesión a la autoridad papal. En síntesis, fue uno de los instrumentos que el Vaticano
impulsó para la “romanización” de las poco dóciles Iglesias americanas. Los seleccionados,
luego de terminar el Seminario Mayor y do ordenarse sacerdotes, se doctoran en Teología o
en Derecho Canónico en la Universidad Gregoriana.
(30) De los 33 obispos analizados, 16 tenían estudios superiores en Roma y cuatro, si bien
fueron seleccionados, no pudieron trasladarse por el estallido de la Primera Guerra Mundial.
Recién ordenados, entre los 23 y los 25 años3, inician entonces la carrera que
culminará en el obispado. De los 33 obispos (...) sólo cuatro desarrollaron actividades
parroquiales (...) [es decir que] la parroquia no es una vía de ascenso en la carrera
eclesiástica. Las vías idóneas son la carrera burocrática dentro de las estructuras episcopales,
o la carrera docente dentro del Seminario, que generalmente culmina en el rectorado.
(...) desde los 11 a 13 años de edad en que han ingresado al Seminario hasta los 40 a
50 años de edad, en que son designados al frente de una diócesis, los obispos han vivido en
una deliberada segregación física, en un mundo cerrado, masculino, prácticamente autónomo
y con una dinámica y una cultura propia, donde desaparece toda noción de derechos
individuales frente a un fuerte sentido corporativo y donde lo exterior a ese mundo es definido
(...) como peligroso y amenazante. (...) los dos únicos obispos que habían tenido vínculos
fuera de la institución eclesial, los habían tenido con otra institución fuertemente corporativa:
el Ejército. Copello había sido Vicario General del Ejército (...); fue reemplazado (...) por
Antonio Caggiano, futuro obispo de Rosario.
Dentro de la burocracia diocesana (...) son importantes las redes de relaciones que se
establecen dado que para ascender en esas carreras es necesario contar con el decidido apoyo
del obispo, y por otro lado hay que tener en cuenta el peso que ese obispo tiene dentro de la
estructura eclesiástica. En este sentido (...) la mayoría de los obispos procedían de las diócesis
de La Plata, Buenos Aires Y Córdoba, mientras desaparecían las diócesis del noroeste como
ámbitos para carreras exitosas. (...) el eje de la Iglesia cambiaba junto con el eje del país.
De los 33 obispos, siete pertenecen al clero regular. La presencia en el Episcopado de
tres salesianos, un verbita, un pasionista, un redentorista y un
(31) lourdista, resulta tan significativa como la ausencia de los franciscanos y los dominicos
que anteriormente alcanzaban el cargo episcopal. Constituye un dato más de un tema que es
necesario analizar por separado: el desplazamiento de las antiguas órdenes religiosas, por
nuevas congregaciones de vida activa y de carácter misional, vinculadas además al
movimiento inmigratorio.
En síntesis, los obispos que cubren el período llegan a su cargo siendo jóvenes –sobre
todo en relación con la edad de los del período anterior- dispuestos además a encarar un
específico proyecto eclesial que pueden desarrollar una larga acción episcopal –de 20 a 30
años y aún más- en un cargo considerado vitalicio.

¿Cómo se elige a un obispo?

El acceso al obispado implicaba una serie de negociaciones previas entre la Iglesia y el


gobierno, así como dentro de la institución eclesial. (...) acceder a una sede dependía en gran
parte, además de reunir ciertas cualidades, de las relaciones entabladas por el posible
candidato, en el seminario o en la curia, con promotores que apoyaran su carrera. No es
azaroso gran parte de los obispos del período (...) hayan desarrollado sus carreras eclesiásticas
en las diócesis de Buenos Aires, La Plata o Córdoba, cuyos responsables parecen haber tenido
un alto predicamento en las más altas esferas romanas. También el doctorado en la
Universidad Gregoriana tenía una particular importancia. (...)
(32) A las negociaciones dentro del campo eclesiástico se sumaban las que se debían
realizar entre la Iglesia y el gobierno. De acuerdo con (...) el derecho de patronato (...) cada
obispo era elegido por el presidente de la República, de una terna que le era presentada por el
Senado. El presidente designaba al obispo y elevaba el nombramiento al Vaticano para su
consagración canónica. Este mecanismo, que se aplicó hasta el Concordato de 1966, generó
(...) conflictos cuando las negociaciones previas no habían estado suficientemente
3
La menor dispersión en las edades de ordenación que en el período anterior indica una mayor
normalización en los estudios eclesiásticos que adquieren una fisonomía más definida.
consensuadas. Fue lo que sucedió cuando el gobierno de Alvear, en 1923, propuso para el
cargo de Arzobispo de Buenos Aires a Miguel de Andrea, pese a la oposición de un
importante sector del clero local que presionó ante el Vaticano para la no aceptación.
Para evitar estos conflictos, la figura del Nuncio cumplía un papel clave, aunque
informal, en la negociación del nombre de los posibles candidatos. (...)
Otro de los mecanismos para garantizar la elección, consistía en la designación de
obispos auxiliares, medida que comenzó a implementarse desde 1868. de los 26 obispos
seculares, trece habían sido consagrados previamente obispos auxiliares, en aquellas diócesis
de funcionamiento más complejo, como Buenos Aires o La Plata. Y tenía la ventaja de que
como ese cargo no estaba contemplado por la Constitución podía escapar al derecho de
patronato, y a todo tipo de negociación gubernamental. De este modo, la designación
(33) la hacía el Vaticano directamente por propuesta de los obispos (...)

La reformulación del poder episcopal

Según el Derecho Canónico, ser obispo es haber alcanzado el mayor grado en el


sacerdocio. (...)
Durante los años que van desde 1935 hasta 1957, se dió [sic] una redefinición del
modo de ejercer la autoridad episcopal que fue revestida de rasgos monárquicos. Además del
rito de consagración episcopal, los obispos fueron el centro de toda una serie de ceremonias
destinadas a reafirmar su autoridad. (...) [Ejemplo: Cardenal Copello, arzobispo de Buenos
Aires]
Además de las ceremonias estrictamente religiosas, nos encontramos con que el
cumpleaños y el santo del Arzobispo, los aniversarios de su consagración eclesiástica y de su
designación episcopal, el aniversario de su designación como Cardenal (...) dieron lugar a
concentraciones en estadios deportivos (...); a desplazamientos (...) en carrozas tiradas por
caballos por las calles de Buenos Aires. De este modo, no sólo el templo, sino también el
ámbito urbano era incorporado al homenaje como un inmenso escenario. (...) Copello
inaugura un estilo de gobierno episcopal desconocido hasta entonces y que incluso
desaparecerá después de su alejamiento en 1956.
(...) alrededor del obispo se desarrolla una verdadera escenografía, destinada a
demostrar que el obispo se encuentra en una posición diferente, mucho más alta que el resto
de la sociedad. los destinatarios del espectáculo son indudablemente el Estado, los laicos
creyentes o no, pero fundamentalmente parece ser para consumo interno, fundamentalmente
para afirmar la autoridad episcopal frente a un clero cada vez más dispuesto a la crítica.
Resulta además muy claro que a partir de 1950 entre el personal eclesiástico una virtud ha
entrado en crisis, y esa virtud es precisamente la obediencia.

(34)
Los obispos y la historia

La necesidad de crear una Iglesia argentina implicaba la necesidad, al decir de Eric


Hobsbawm, de “inventar una tradición”. En este sentido resulta notable el interés de los
obispos por la historia. Algunos de ellos incluso llegaron a incursionar en el terreno de la
historiografía . Nicolás Fasolino, arzobispo de Santa Fe, fue colaborador de la Historia de la
Nación Argentina (...) Antonio Caggiano, obispo de Rosario, fue también historiador u desde
1941 miembro de la Academia Nacional de la Historia (...) Copello funda en 1942 la Junta de
Historia Eclesiástica Argentina (...) y en 1943 comienza la publicación de la revista
Archivum.
Y aquí parece comenzar (...) la invención de la tradición, de una Iglesia
evangelizadora que desde que Solís pisó el Río de la Plata tuvo una historia lineal y sin
rupturas, una historia llena de próceres católicos, que olvida por ejemplo, los muy
heterodoxos divagues teológicos de Belgrano y que olvida las dos condenas papales a las
independencias americanas, una historia que olvida heterodoxias, jansenismos, galicanismos y
busca crear un origen donde el catolicismo so confunde con la nacionalidad, con fuertes ecos
de un hispanismo que muchas desafina en nombres como Caggiano o Fasolino.

Hacia los años sesenta: el impacto del peronismo

El impacto de los conflictos con el peronismo dentro de la Iglesia va a conducir a un


nueva reestructuración de la Iglesia. esto se percibe en

1. El alejamiento de Copello, de un cargo que se consideraba vitalicio, que es


relevado de sus funciones en abril de 1956 y reemplazado por Laffite, hasta
ese entonces arzobispo de Córdoba, y una de las figuras eclesiásticas más
activas en la movilización antiperonista.

2. La reforma de 1957 que asciende el número de diócesis de 23 a 35, a la que


se va a agregar la de 1961, que eleva el número de diócesis a 46. Esto
permite

a. otra renovación de la cúpula eclesiástica por nuevas designaciones;


(35)
b. la continuación de la adaptación de las estructuras eclesiásticas a las
administrativas;

c. la descentralización, y por lo tanto una mayor presencia, de la


estructura eclesiástica en zonas del gran Buenos Aires, con fuerte
presencia popular (creación de las diócesis de Avellaneda, Morón,
San Isidro, San Martín, Lomas de Zamora) y en la provincia de
Buenos Aires, cuyo peso político es cada vez más evidente (queda
dividida en siete diócesis).

De un modo u otro, las reformas no parecen poder controlar conflictos internos que
atraviesan a la Iglesia como institución transnacional que encontrarán parcialmente su salida
en la convocatoria al Concilio Vaticano II en los primeros años de la década de 1960.

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