Академический Документы
Профессиональный Документы
Культура Документы
Susana Bianchi
IEHS, UNCPBA
En: Susana Bianchi y María Estela Spinelli (comps.): Actores, ideas y proyectos políticos
en la Argentina contemporánea. Tandil, Instituto de Estudios Históricos Sociales,
Universidad Nacional del Centro, pp.17-48.
(17) (...) A pesar de su indudable peso como actor político-social, se carecen de trabajos sobre
la Iglesia argentina como, por ejemplo, los de José Manuel Cuenca, de Guy Hermes y de
Frances Lannon sobre la Iglesia española o como los de David Levine sobre las Iglesias de
Colombia y Venezuela. De allí, mi interés en analizar cómo la institución eclesiástica se
conforma en un actor político y social, a través de su composición interna y de la articulación
de sus distintas instancias o cuerpos.
Mi punto de partida es el convencimiento de que la Iglesia católica constituye un actor
político-social de tipo antiguo. Según Francois-Xavier Guerra1, estos actores colectivos
antiguos no son ciertamente grupos formados por ciudadanos yuxtapuestos o reunidos en
combinaciones aleatorias en función de circunstancias cambiantes, sino que son conjuntos
estructurados por nexos per-
(18) manentes de un tipo muy particular. Poseen sus propias formas de autoridad, sus reglas
de funcionamiento interno, sus lugares y formas de sociabilidad y de comportamiento que les
son propias, sus valores, sus imaginarios y sus lenguajes particulares. En una palabra, poseen
una cultura específica. La comprensión plena del individuo pasa aquí por un conocimiento del
grupo en el que actúa.
(...) la tradición, la costumbre, los precedentes poseen una alta valorización porque
precisamente reciben su legitimidad de esas fuentes. Son elementos que sirven para mantener
la identidad y la cohesión del grupo en el tiempo. Porque el grupo, sea cual fuere su
estructura, ocupa en los sistemas tradicionales un lugar central y la idea de individuo (...) le
son absolutamente ajenas. Otra característica de estos cuerpos es que la legitimidad en sí
misma no está en discusión. Los fundamentos de la autoridad escapan a la competencia de los
actores.
Comparto muchas de las críticas que se han hecho a la conceptualización de Guerra.
(...) tras los conceptos de actores de tipo antiguo y de tipo moderno puede subyacer una
concepción (...) de sociedades “tradicionales” y sociedades “modernas”. (...) Por lo tanto (...)
empleo el concepto de actor de tipo antiguo sin ninguna otra connotación que la de
instrumento de análisis que permite penetrar en ese complejo cuerpo que conforma la Iglesia
católica.
A partir de dicha conceptualización, estudiar la conformación de la Iglesia católica
como actor político/social implica:
2
Citado por Juan Carlos ZURETTI: Nueva Historia Eclesiástica Argentina, Buenos Aires, Itinerarium,
1972, p. 311.
Empero, este proceso de formación (...) presentó múltiples dificultades, vinculadas con
tres núcleos de problemas:
***
Para constituir una Iglesia “nacional”, formar un cuerpo y definir sus nexos, era
necesario romper con los sólidos cuerpos eclesiásticos preexistentes en las diócesis del
interior, que se resistían a ser integrados en un cuerpo mayor. Era necesario romper con una
intrincada red de relaciones entabladas entre los miembros de las más antiguas órdenes
religiosas, como los franciscanos y los dominicos, con las élites locales, como el en caso de
Córdoba. O entre el clero secular y las élites y los poderes provinciales, como en el caso de
Salta. Y era necesario reemplazar esas redes y esos nexos por otros nuevos que permitieran la
consolidación del episcopado como un cuerpo.
Y este fue uno de los objetivos al que apuntó la reforma eclesiástica de 1934, de la que
fue uno de sus principales responsables Santiago Luis Copello, desde 1932 arzobispo de
Buenos Aires, y desde 1936 primer Cardenal argentino y latinoamericano, designación
honorífica papal que permitió que desde entonces su autoridad fuese indiscutible dentro de las
filas eclesiásticas. (...) después de ese rotundo éxito que el Congreso Eucarístico
Internacional, el papa Pío XI dio a conocer la Bula Nobilis Argentina Ecclesia que
reestructuraba las arquidiócesis y diócesis del país. de 11 diócesis que existían desde 1910, se
aumentaron a 21, de las cuales siete fueron elevadas a (...) Arzobispado. Esta reforma
permitió:
Esta renovación del episcopado constituye uno de los aspectos claves para comprender
sentido de la reforma. (...) En 1934 fueron (...) designados catorce nuevos obispos. Y resulta
notable que prácticamente ninguno de estos nuevos obispos actuara en la diócesis donde
transcurrió su carrera, siendo designado en otra sede desplazando a los candidatos locales. (...)
En general, de los 33 obispos que ocuparon el período 1935 a 1957, sólo nueve gobernaron
en su diócesis de origen.
Esta firme decisión de romper con las redes locales no dejó de producir resistencias.
(...)
(27) Precisamente, romper este tipo de autonomía, esos nexos y vínculos locales era el
objetivo de la reforma. De allí que fue inflexible la decisión de consagrar como obispo a un
nuevo tipo de clérigo, ajeno a las redes provinciales, subordinado a la autoridad y a la
disciplina vaticana y consustanciado con el modelo de romanización.
(...) trabajé sobre las biografías de los 33 obispos residenciales –es decir, que tienen el
gobierno efectivo de una diócesis- que ocupan el período 1935-1956, comparándolas, para
establecer la especificidad de este grupo, con las de los 30 obispos que ocupan el período
1865-1934, y la de los catorce nuevos obispos que se incorporan en la reforma de 1957.
Si trazamos un retrato colectivo, nos encontramos con un clero que procede de una
pequeña burguesía, pobre aunque no indigente, de origen inmigratorio, fundamentalmente
italiano, y predominantemente rural. Es el caso (...) de Antonio Caggiano, obispo de Rosario,
nacido en Coronda, provincia de Santa fe, hijo de quinteros inmigrantes italianos. (...)
(28) En síntesis, de los 33 obispos que ocupan el período 1935-1956, 24 nacieron en pequeñas
localidades rurales, 27 en hogares muy modestos, 22 tienen padres inmigrantes, de los que 16
son italianos.
De los 29 obispos nacidos en la Argentina, seis nacieron en la cuidad de Buenos Aires,
doce nacieron en la provincia de Buenos Aires, cinco en la provincia de Córdoba y otros
cinco se distribuyen entre Santa Fe y Entre Ríos. Desaparecen así las provincias del Noroeste,
como Salta y Catamarca, como productoras del alto clero. La Iglesia se conformaba de
acuerdo a las nuevas condiciones que se daban en el país.
Sólo cuatro obispos –los cuatro cordobeses- se alejan, por sus orígenes, del retrato
colectivo. Los cuatro pertenecían a una antigua élite provincial. [ejemplo, Reinafé] (...) En
síntesis, en la Iglesia Argentina no se produce esa división vertical que según Guy Hermes, es
característica de la Iglesia española donde la jerarquía aparece reservada para las más altas
extracciones sociales. En la Argentina, en cambio, la Iglesia constituye una de las carreras
“abiertas al talento”. Dicho de otro modo, la carrera eclesiástica se presenta como una vía para
el ascenso social. incluso algunos (...) trataron de olvidar los oscuros orígenes inmigratorios.
Fue el caso de Miguel de Andrea, que nacido D´Andrea, castellanizó su apellido por
considerarlo más adecuado para los nuevos ambientes sociales en donde debía actuar.
Los biógrafos de los obispos destacan la piedad familiar, en particular materna. (..)
pareciera que los obispos –como por lo general el clero- procedían de hogares donde se
cumplía con los preceptos religiosos y ciertas formas devocionales; para sus padres –y sobre
todo para sus madres- la elección de la carrera sacerdotal es un motivo de orgullo, no sólo por
sus convicciones religiosas, sino por las posibilidades de ascenso que esa carrera abre.
Casi todos los obispos iniciaron sus estudios primarios en escuelas religiosas.
Salesianos y jesuitas parecen tener la primacía en este aspecto. (...) un dato que puede parecer
obvio pero que es importante destacar porque en la escuela primaria es donde se desarrolla la
primera selección para el ingreso a la carrera eclesiástica. Niños inteligentes y aplicados al
estudio, adornados con virtudes como la piedad y la obediencia, que cumplían además con
otros
(29) requisitos, como buena salud y buen aspecto físico –no se acepta ningún tipo de
discapacidad-, nacidos en familias de intachable moralidad –no se aceptan hijos ilegítimos-
eran seleccionados para ingresar al seminario.
La pobreza de la familia no es un obstáculo para la elección, sino todo lo contrario ya
que expresa disposiciones vaticanas, como los decretos del Concilio Plenario de la América
Latina de 1899, insisten sobre las ventajas del reclutamiento de los pobres. (...)
De este modo el ingreso a la carrera eclesiástica se hace en la niñez o apenas salidos
de la niñez. (...) resulta indudable que el Seminario de Buenos Aires era la opción más
adecuada en la carrera hacia el obispado: allí estudiaron más de la mitad de los 26 obispos
provenientes del clero diocesano.
En el Seminario se produce una nueva selección. Aquellos seminaristas que mostraban
las dotes más destacadas, entre los 16 y los 18 años, son enviados a terminar estudios a
Romas, en el Pío Colegio Latinoamericano. El objetivo de este Seminario, creado en 1860 y
(...) bajo la dirección de la Compañía de Jesús, es el de formar funcionarios eclesiásticos
dentro de la más estricta disciplina romana, en el más estricto tomismo, dentro de las nuevas
formas devocionales que se buscaban impulsar que se buscaban impulsar, y con la mayor
adhesión a la autoridad papal. En síntesis, fue uno de los instrumentos que el Vaticano
impulsó para la “romanización” de las poco dóciles Iglesias americanas. Los seleccionados,
luego de terminar el Seminario Mayor y do ordenarse sacerdotes, se doctoran en Teología o
en Derecho Canónico en la Universidad Gregoriana.
(30) De los 33 obispos analizados, 16 tenían estudios superiores en Roma y cuatro, si bien
fueron seleccionados, no pudieron trasladarse por el estallido de la Primera Guerra Mundial.
Recién ordenados, entre los 23 y los 25 años3, inician entonces la carrera que
culminará en el obispado. De los 33 obispos (...) sólo cuatro desarrollaron actividades
parroquiales (...) [es decir que] la parroquia no es una vía de ascenso en la carrera
eclesiástica. Las vías idóneas son la carrera burocrática dentro de las estructuras episcopales,
o la carrera docente dentro del Seminario, que generalmente culmina en el rectorado.
(...) desde los 11 a 13 años de edad en que han ingresado al Seminario hasta los 40 a
50 años de edad, en que son designados al frente de una diócesis, los obispos han vivido en
una deliberada segregación física, en un mundo cerrado, masculino, prácticamente autónomo
y con una dinámica y una cultura propia, donde desaparece toda noción de derechos
individuales frente a un fuerte sentido corporativo y donde lo exterior a ese mundo es definido
(...) como peligroso y amenazante. (...) los dos únicos obispos que habían tenido vínculos
fuera de la institución eclesial, los habían tenido con otra institución fuertemente corporativa:
el Ejército. Copello había sido Vicario General del Ejército (...); fue reemplazado (...) por
Antonio Caggiano, futuro obispo de Rosario.
Dentro de la burocracia diocesana (...) son importantes las redes de relaciones que se
establecen dado que para ascender en esas carreras es necesario contar con el decidido apoyo
del obispo, y por otro lado hay que tener en cuenta el peso que ese obispo tiene dentro de la
estructura eclesiástica. En este sentido (...) la mayoría de los obispos procedían de las diócesis
de La Plata, Buenos Aires Y Córdoba, mientras desaparecían las diócesis del noroeste como
ámbitos para carreras exitosas. (...) el eje de la Iglesia cambiaba junto con el eje del país.
De los 33 obispos, siete pertenecen al clero regular. La presencia en el Episcopado de
tres salesianos, un verbita, un pasionista, un redentorista y un
(31) lourdista, resulta tan significativa como la ausencia de los franciscanos y los dominicos
que anteriormente alcanzaban el cargo episcopal. Constituye un dato más de un tema que es
necesario analizar por separado: el desplazamiento de las antiguas órdenes religiosas, por
nuevas congregaciones de vida activa y de carácter misional, vinculadas además al
movimiento inmigratorio.
En síntesis, los obispos que cubren el período llegan a su cargo siendo jóvenes –sobre
todo en relación con la edad de los del período anterior- dispuestos además a encarar un
específico proyecto eclesial que pueden desarrollar una larga acción episcopal –de 20 a 30
años y aún más- en un cargo considerado vitalicio.
(34)
Los obispos y la historia
De un modo u otro, las reformas no parecen poder controlar conflictos internos que
atraviesan a la Iglesia como institución transnacional que encontrarán parcialmente su salida
en la convocatoria al Concilio Vaticano II en los primeros años de la década de 1960.