Un regalo. De él. Tony Holt, su apuesto pretendiente a quien ella consideraba
arrogante, imbécil y demasiado egoísta para obsequiar algo a alguien. Pero allí se encontraba él, parado en la puerta de su apartamento, con ese paquete empapelado por un brillante color esmeralda entre sus manos, extendiéndoselo. —¿Un regalo? ¿De ti y para mí? —sí, sonaba tan incoherente como en su mente —. ¿Intentas comprarme con esto? —Julie, es tu cumpleaños. ¿Se te hace tan extraño que alguien quiera obsequiarte algo? —Viniendo de ti, sí —declaró ella, con sinceridad. Cambió el peso de un pie al otro, entretanto observaba perpleja el pequeño envoltorio entre las extremidades del hombre que ocupaba lugar en sus sueños más placenteros, pero nunca —ella lo tenía asegurado—, nunca lograría abrir las puertas de su corazón. Siquiera llegaría a su cama. —Vamos, acéptalo —insistió él. Julie dudó unos instantes, mas luego tomó el paquete entre sus manos. Podría ser una bomba, pensó, pero recordó que Tony no deseaba matarla, sino poseerla, para poder sumarla a su lista de conquistas e irse tras otra. Más allá de su desconfianza, en el momento en que su asombro dejó de nublarle la mente, la realidad golpeó con fuerza su cara. Ése era el único presente que ella había recibido en el día. El único. A sus recientes veintitrés años, sola en la gran ciudad de Nueva York, sin amistades y familia que la agasajara en su cumpleaños, él lo había recordado. Él había pensando en ella y se había tomado la molestia de buscar algo que regalarle. Hacía cuatro años no recibía algo gratis. Y él, quien ella lo creía un tipo duro y frío, se había aparecido frente a su puerta en mitad de la tarde con un obsequio entre sus manos. Para ella. Sus ojos brillaron de emoción al descubrir qué había detrás de ese luminoso papel. Un libro, lo que ella más amaba. —Vaya. ¿Me escuchaste cuando te hablé sobre que me encantaba leer? — interrogó, deslumbrada. Ése hombre era una caja de sorpresas. —Claro, Julie. Si salí contigo, es porque quiero saber algo más sobre ti —dijo, esbozando una sonrisa de modelo de pasarela. Cuando las palabras Tony Holt y cita cruzaron por su cabeza el día en que aceptó salir con él, nunca en la vida se le hubiera ocurrido pensar que él la oiría mientras ella parloteaba y respondía a sus preguntas. Se lo imaginaba más con su mirada en sus pechos, fantaseando con su figura desnuda y entre sus fornidos brazos. —Uhm, veo que estaba equivocada —admitió, con la cabeza gacha. Un leve rubor estaba decorando sus blancos pómulos—. ¿Quieres… quieres pasar? — preguntó dubitativa. —Por supuesto, será todo un honor para mí compartir éste día contigo. Y es increíble poner un pie en tu casa, finalmente —Tony le dedicó un guiño, y el pudor de Julie acrecentó. ¿Desde cuándo ella se sonrojaba? —Oh, y gracias, Tony —expresó con dulzura y total honestidad, antes de cerrar por completo la puerta. —No es nada. Feliz cumpleaños, Julie. Ella volteó y se encontró con esa maldita sonrisa suya, la cual provocaba algo en ella que no podía identificar. —Creo que tengo alguna lata de cerveza. Ponte cómodo mientras me fijo — ella deseaba escapar de allí cuanto antes. Había algo nuevo. Raro. Se encontraba incómoda, a pesar de nunca haberse sentido de esa forma en su presencia. ¿Qué diablos sucede conmigo? ¡Es Tony! ¡El imbécil arrogante que te saca de quicio y quisieras arrojar de un quinto piso! Vamos Julie, sólo relájate. Debe ser la maldita cuestión del regalo, reflexionó, pero algo en ella sabía que no era esa la razón. Posó el libro sobre la pequeña mesa y abrió el refrigerador. Tomó dos bebidas y giró para dirigirse donde se encontraba Tony. Antes, echó una ojeada al obsequio y se le escapó una sonrisa de sus labios. —Ten —extendió una mano y aguardó a que él la recogiera. —Gracias. Por cierto, bonito apartamento —dijo, entretanto se acomodaba sobre el sofá. Ella se sentó a su lado. —¿Cómo estás pasando éste día? —indagó Tony, luego de abrir la lata de alcohol, con una sonrisa y una ceja enarcada. —Perfecto. ¡No sabes cuántos llamados he recibido! —ironizó, dejando escapar una risa que expresaba tristeza. Él se sorprendió. ¿Acaso había sido el único que lo recordó? ¿Realmente? La ira le recorrió todo su cuerpo. Julie era una mujer asombrosa para él. Lo había rechazado cientos de veces, de las mejores y peores formas, mas aún le parecía encantadora. Tony se preguntaba cómo rayos sus familiares y supuestos amigos podían olvidarse de ella. Sí, se había ido de Nueva Jersey, ¡pero sólo era una hora de trayecto! Has caído en un pozo muy profundo, amigo. Si continuas, no podrás salir de allí por un largo tiempo. —¿Tus padres? —preguntó cuidadoso, evadiendo a la voz que hablaba en su mente. Julie bufó. —Mi relación con ellos nunca fue buena, y al irme de casa lo empeoró todo — contestó con los ojos cristalinos—. Nunca fui su favorita, nunca compartí sus ideales de vida —continuó—. Mi hermano se quedó en casa hasta sus veinticuatro años, yo me fui a los diecinueve. Quería irme de allí, comenzar de nuevo y cumplir mis sueños… —finalizó con la voz quebrada—. Lo siento — movió su cabeza hacia el lado opuesto, para que él no observara como lloraba, pero Tony se acercó a ella, tomó su mentón e hizo que lo mirara directamente a los ojos. Luego le secó las gotas que caían por sus mejillas, rozando la piel de sus mejillas. —Hiciste lo correcto, Julie. —No sé cómo agradecerte, Tony —sonrió—. Tu libro y… que estés aquí significa mucho para mí —confesó tímidamente. El plagió su expresión, completamente satisfecho por lo que acababa de oír. Las palabras de Julie eran una pura verdad. Eran como la primera gota en un vaso vacío. Una pequeña, pero tan significante, gota de felicidad. El libro, su presencia. Por primera vez un hombre se había fijado en ella como mujer, ¿y qué hacía Julie? Apartarlo. Porque temía, estaba asustada de que su corazón volviera a quebrarse en cientos de pedazos cuando le había costado tanto tiempo repararlo. Tony tenía actitudes de mujeriego, y ¿cómo podría ella confiar en él? No estaba capacitada para entregarle lo único vital en su vida que ella aún poseía; su corazón. —Yo sé cómo —él se arrimó aún más a su rostro—. Se acerca mi cumpleaños, y sólo quiero una cosa… —¿Q-qué? —balbuceó ella, con la vista perdida en los labios del hombre. —Que seas mía —concluyó sobre la boca de Julie. Los corazones de ambos comenzaron a palpitar a un ritmo descomunal en el momento en que juntos, acortaron la escasa distancia que los separaba de ése acto que los dos deseaban hacía tanto tiempo: probar los labios del otro: Tony podría haberlo gritado a los cuatro vientos, mas Julie se recriminaba por anhelar sentir el tacto de su boca sobre la suya. Y allí estaban. Consumiendo toda su pasión en un hecho de desenfreno y frenesí. Él había esperado por ello desde que la vio allí parada, en aquella fiesta, sola y con un martini en una mano. Había recorrido todo su cuerpo con una rápida mirada, luego se acercó a presentarse. Ella se encontraba entre desconcertada y asustada, por lo que trató de huir de él. Fue en ese instante cuando Tony supo que lo había hallado, que había encontrado lo que tanto estaba necesitando: la mujer de sus sueños. No supo cómo lo asimiló con tal rapidez, sólo lo sabía. Ella sería suya, Julie sería a quien él daría su corazón. El amor; cosa tan extraña… Fueron disminuyendo la velocidad de su beso hasta que se hizo nula, y poco a poco fueron separándose. —Fue una increíble segunda cita, pero debo irme, preciosa —dijo Tony, con su tan seductor tono. —¿Segunda cita? —interrogó ella, confusa—. Pero… Él la interrumpió posando sus labios en los suyos una vez más, disfrutando de cada centímetro de ellos, del calor que le otorgaban, del placer y regocijo. —Debo irme ahora, sino no podré frenar y quedé en ver a un amigo — confesó, alargando cada palabra para tortura de ella sobre su boca. —Bi-bien… Nuevamente… Gracias —le estaba costando concentrarse en qué decir. No podía pensar con claridad. Tony se levantó de su asiento y aguardó a que ella lo imitara, pero a Julie le tomó tiempo reaccionar, ya que se encontraba atormentada por el todavía vivo recuerdo de los labios de Tony. —Te llamaré mañana —prometió él, en el camino hacia la puerta. —Es lo que dicen todos —se mofó ella, con diversión. Su atontamiento se había esfumado. —Parece que la Julie de siempre ha vuelto —comentó Tony, con una sonrisa en sus labios. —La alegría me nubló el cerebro. —¿Alegría? Julie se ruborizó de pies a cabeza. —Sí, bueno… Verás… —inhaló una gran bocanada de aire—. Me hizo feliz que vinieras aquí y me regalaras ese libro… Hacía tanto no me sentía de ésta forma. —Me alegra que empieces a cambiar esa estúpida visión que tienes de mí, Julie. No soy cómo crees. Tony ya había cruzado el marco de la puerta y ella se hallaba de pie frente a él. —Entonces, espero conocer al verdadero Tony —articuló con sinceridad. —Lo harás, te lo aseguró —avanzó dos pasos y depositó su boca en la comisura de los labios de Julie—. Nos vemos, preciosa. Y oh, feliz cumpleaños. Ambos sonrieron y ella lo observó adentrarse al elevador. Lo veía desde otro punto de vista, ya podía imaginarse abriéndole las puertas de su corazón… Si es que ése obsequio no lo había hecho, porque lo especial del objeto había tirado abajo el muro que ella construyó con esmero. Un simple libro echó a perder horas de razonamientos falsos, un simple libro que para ella significaba la primer gota de felicidad en su nueva vida, la primera gota de amor hacia él."