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Escribo porque tengo miedo. Cavo trincheras de palabras donde esconder lo que siento.

Muestro la espalda cargada de recuerdos, de presentes que no comprendo hasta su


último significado, que me oprimen el pecho frente la inmensidad del paisaje que me
tiene extasiado.

Escribo para ver mi reflejo, saber quien soy y de donde vengo, saber a donde voy.
Escribo para despertar del sueño, no sé si mío o ajeno. No sé si será depravación, o
ambición desmedida, huída o reencuentro. En la ascensión a este pico recorrí senderos
entre rocas y bosques llenos de sombras, ríos y manantiales frescos, verdes aromas y
trinos de gorriones.

En esta altura de vértigo, escarpados montes, nubes y brumas, soles y miradas reflejadas
en el horizonte. Me escudo en la brisa y el viento, la risa y la fácil anécdota, en porte
distante, en equilibrio aparente. Abierta la puerta, desde este natural balcón a paisaje tan
repleto, invadido por su entrañable rareza, me pierdo en sus adentros y en míos
convierto.

Me mimetizo con la roca, para no turbar el paisaje, con mis sentidos los paladeo y
nuevamente me pierdo en el sueño y construyo un mundo de fantasía donde lo tuyo es
mío y yo no existo más que en mi mente. Las alforjas vacías y la bestia yace en algún
lugar del camino, si es que alguna vez ha existido.

He vivido por años como un país invadido: un poco rebelándome, un poco pactando…
escribo porque tengo miedo. Viviendo un presente que aspira a ser un sueño y en el
sueño me pierdo, en la belleza del alba al despuntar, en la inmensidad de un cielo
estrellado, en la palabra y el sentimiento sincero, en la melodía desencadenada al
reflejarme en una mirada enamorada, o quizás, tan sólo en una mirada.

Se desdibuja el camino a mi espalda, las alforjas repletas de bienes intangibles, frente a


mí mares de nubes y océanos salados de vidas en sueños, sin senderos, sin caminos,
escondidos tal vez entre los despeñaderos, o las brumas, o mis imaginaciones
desvariadas.

Un perfume de rosas entre las sombras de mi cabeza, con memoria intacta, perdido en el
sueño. La vista esperanzada en generación venidera, sin brumas, sin niebla, con fantasía
sin utopía, con realidades soñadas.

Escondido detrás de mi cara de viejo, con qué júbilo oculto siento dentro de mí una
joven fuente cantar. Y mientras tanto percibo que aquellos recuerdos no son míos, sino
de otro, tantas vidas quisiera tener y no tengo. Mañana al despertar, la memoria intacta,
la mía y la del vecino que se cruza en mi camino, deseando su vida y la mía, como una
sola, como la cresta de una ola en mares nunca navegados, sin caminos, perdido en rutas
desconocidas. Mientras tanto, espero y en el anhelo vivo.

Que me disculpen Gesualdo Rupalino y Caspar David Friedrich por la invasión de sus
letras y sus sueños.

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