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Andrés Aberasturi - A Álvaro del Bosque.

13.07.10 | 12:20. Archivado en Andrés Aberasturi

MADRID, 12 (OTR/PRESS)
No ha sido Iniesta con su gol, ni Iker con su beso, ni tantos otros
-todos- los que a lo largo de un mes han logrado arrancarme una
sola lágrima; es verdad que me han acelerado el pulso, me han
cabreado, me han hecho feliz, han logrado que chillara, que me quedara mudo*
todo menos llorar. Hasta que llegaste tú, Álvaro del Bosque, y dijiste a no sé qué
cadena de televisión que te sentías orgulloso de tu padre, que siempre le querías
ayudar y que tu corazón estaba con él. Fueron apenas unos segundos frente a la
pantalla, los suficientes para que un lagrimón, gordo y dulce como melocotón,
cruzara la barrera de mis ojos cansados de haber visto la tierra que no cambia. Y
lo has conseguido; ya ves, Álvaro, lo que no han conseguido ellos sobre el
césped durante no sé cuántos partidos, me las dado tú en apenas unos
segundos. Ya te imaginarás que no lloré de pena sino de emoción, de solidaridad,
de entendimiento de muchas cosas. Puedes estar contento porque lo que dijiste a
la tele, lo has conseguido plenamente: a tu padre se le entiende a través de ti, se
le nota a la legua que tu ayuda ha sido indispensable para ser la persona que es
y que junto a su corazón, late el tuyo porque los corazones no sabe de síndromes
ni cromosomas.
Te escribo esta carta cuando aún no han empezado los líos de las celebraciones
oficiales y por eso no sé si tu padre, el hombre al que sin duda tú enseñaste a ser
tranquilo y a relativizar el dolor del fracaso y el fulgor del éxito, cumplirá la
promesa que te hizo de subirte al autobús de los héroes. Si al final no ocurre, no
te enfades demasiado. Vicente es así y hasta es posible que le de vergüenza
pedir para alguien suyo un trato de favor; escondido, casi parapetado tras ese
bigote tan poco galáctico, tu padre es la personificación del hombre bueno, del
viejo jugador que lo consiguió todo, del entrenador magnifico pero que no daba
bien en las fotos, del seleccionador que ha unido a un equipo y a un país, de la
persona que cada día te llevaba al colegio de integración y firmaba paciente los
autógrafos que tú habías prometido a tus compañeros de clase. Y eso es todo
Álvaro; dentro de una semana, nadie hablará ya del Mundial, la resaca del triunfo
habrá pasado y a tu padre -imagino, que en este país nunca se sabe- le
renovarán en su cargo. Cada uno volverá a su lucha y el calor de este verano
excesivo hará que todos busquemos la sombra acogedora. No siento envidia de
tu padre porque los dos sabemos que el triunfo es efímero y porque yo -como él-
también tengo otro corazón que siempre está a mi lado.

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