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APUNTES SOBRE EL ORIGEN Y LA HISTORIA DE LA CIUDAD

Ignacio Casado Galván


Profesor de Geografía e Historia en el IES Alhambra (Granada)
Correo electrónico: dphicg@yahoo.es
Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato:
Casado Galván, I.: Apuntes sobre el origen y la historia de la ciudad, en Contribuciones a las
Ciencias
Sociales, enero 2010. www.eumed.net/rev/cccss/07/icg2.htm
Resumen: existe una relación básica entre la presión demográfica y la cristalización de los
primeros
núcleos urbanos, el incremento de población se explica por causas universales. Estos procesos
se
producen y reproducen de manera independiente en el tiempo y en el espacio, adquiriendo un
valor general.
Las ciudades mesopotámicas son las primeras que aparecen en el tránsito del IV al III Milenio
(3200-29000
a.C.). El fenómeno urbano, la ciudad, es el apoyo fundamental para la transformación global de
la sociedad,
la ciudad está unida así al nacimiento de la sociedad clasista, al estado, a las relaciones de
dominio, a la
escritura, a la historia... Cada tipo de sociedad implica una ciudad característica, que está
imbricada
inextricablemente con su estructura social propia. En cada sociedad destaca un elemento de la
estructura
social: el económico, el político o el ideológico, dando lugar a un tipo de ciudad característico y
a unos
elementos urbanos dominantes. La ciudad capitalista es un centro de acumulación de capital,
un
instrumento colectivo de reproducción social, el modo de usar el espacio más favorable para la
reproducción
económica y un centro de distribución e intercambio de mercancías.
Palabras clave: ciudad, nomo, urbanismo, Sumer, historia urbana, funciones urbanas.
Bases teóricas.
1. Los fenómenos urbanos no constituyen una estructura inteligible por sí misma, no es un
campo cerrado
que pueda ser explicado mediante una teoría general de la ciudad de naturaleza científica. El
fenómeno
urbano es tan complejo, abierto e interdisciplinar que imposibilita una historia científica. No es
posible un
urbanismo científico de la misma manera que no existe la ciudad perfecta.
2. Los fenómenos urbanos no son independientes de la evolución histórica, de la propia idea de
civilización,
del estado, etc.
3. Al ser un producto histórico se excluyen las teorías teológicas.
4. El fenómeno urbano trasciende las grandes épocas históricas, avanza a través de todas
ellas, por lo que
nos encontramos con una fenomenología urbana muy diversa.
5. Una teoría general que quiera establecer una idea esencial sobre los fenómenos urbanos ha
de ser de
naturaleza filosófica, fundamentada en investigaciones interdisciplinares: geográficas,
históricas,
sociológicas, urbanísticas, arquitectónicas...
6. La esencia de la ciudad no es algo inmutable a modo de cuadro general, sino que está
determinada por
los mismos principios de la dialéctica que rigen el devenir histórico de la humanidad y de la
sociedad. Por
ello es imposible una teoría general que no sea una teoría evolutiva, de su origen y desarrollo.
7. Esta dialéctica interna del desarrollo urbano tampoco puede ser entendida con
independencia de la
dialéctica externa, de su relación con el ambiente exterior. La ciudad se relaciona, no se origina
por
autorreproducción, surge en un contexto: comarca, región, país...
8. Como teoría general de la ciudad podemos proponer la tesis del vórtice (torbellino) que
concibe el núcleo
urbano como un vórtice que en un lugar del espacio antropológico se constituye a partir de
corrientes
humanas que confluyen en ese lugar y alcanzan un punto crítico en su desarrollo haciéndose
densas, según
determinaciones morfológicas que hay que determinar.
9. Este vórtice se forma a raíz de una concentración de elementos (fuerzas productivas) en un
espacio
concreto. Geográficamente se identifica con puntos llamados de ruptura de carga: espacios
litorales, valles
fluviales, zonas estratégicas o de especial cantidad de recursos.
10. Los elementos que se concentran se desplazan en forma de corrientes cuyas confluencias
o difluencias
posibilitan que se forme el nivel crítico necesario para la creación de ese espacio urbano. La
razón
fundamental que motiva esas corrientes es la presión demográfica que lleva a la búsqueda
constante y
sistemática de nuevas fuentes de recursos en un constante ensayo de formas de producción
ampliada.
Cuando la ampliación cuantitativa ya no es posible (ampliación del territorio), se buscan formas
de
producción más rentables (de la caza se pasa a la agricultura y la ganadería), lo que implica
una presión
selectiva del espacio en cuanto provisor de alimentos (espacios que se cultivan y que no), hay
una selección
natural de terminada por la existencia de espacios con especiales recursos. Y aparecen nuevas
formas de
organización socio-espacial (el grupo humano se organiza de forma distinta). Se producen
excedentes y se
sedentarizan con la permanencia en un espacio apareciendo el poblado.
11. Si existe una relación básica entre la presión demográfica y la cristalización de un primer
núcleo urbano
y si el incremento de población se explica por causas universales, se comprende que estos
procesos se
produzcan y reproduzcan de manera independiente en el tiempo y en el espacio, adquiriendo
un valor
general.
Modelo morfológico de explicación del origen y desarrollo de la ciudad.
En un territorio heterogéneo habitado por tres tribus cazadoras recolectoras cada tribu caza y
recolecta en
su ámbito estable durante milenios. Pero la presión demográfica causada por el crecimiento del
grupo lleva
a buscar alternativas de supervivencia, en un principio la emigración y el aumento cualitativo
del espacio
permite mantener el modelo, pero cuando la presencia de la tribu vecina no permite la
ampliación lleva a la
guerra con las otras tribus o a la ampliación cualitativa, apareciendo los cultivos y la ganadería,
desplazándose los flujos de población a las zonas mejores (cerca de un río por ejemplo),
creándose una
zona de ocupación más densa.
En ese momento se produce un cambio en el modelo de relaciones sociales, pasándose de un
modelo de
relaciones circulares donde los individuos de cada tribu se relacionan exclusivamente con
individuos de su
tribu (endogámico), a un modelo de relaciones transversales, con relaciones de vecindad con
las otras
tribus por necesidad de completar las economías de los distintos grupos. Así se inicia una
cierta
especialización del trabajo (comerciante, sacerdote, príncipe, burocracia, ejército), se complica
la estructura
social con lazos de dependencia entre esos grupos.
El paso siguiente es que algunas de esas aldeas conectadas empiezan a destacar con mayor
población,
actividades especializadas (templo, palacio, almacenes, artesanos...). Estas empiezan a ser
ciudades en
estado embrionario que se diferencian de la aldea or la aparición de actividades especializadas
respecto a
la producción primaria. En este punto hay dos tesis diferentes: la que considera que surge una
ciudad única
especializada o la que considera que son necesarias varias ciudades a la vez,
complementarias entre sí.
Ésta última parece la más verídica desde el punto de vista histórico.
Este nuevo espacio se protege con una muralla que protege la nueva situación de riqueza y
excedentes.
Creándose así dos mundos enfrentados los de dentro y los de afuera.
Experiencias históricas.
Las ciudades mesopotámicas son las primeras que aparecen en el tránsito del IV al III Milenio
(3200-29000
a.C.), ya que no hay testimonios con validez científica que avalen que hubo ciudades anteriores
en otras
zonas.
Se han planteado dos hipótesis sobre el origen histórico de las ciudades: su origen único en
Sumeria y su
difusión desde allí, o su surgimiento en áreas diferentes de manera independiente (ésta es la
más
aceptada).
También hay dos tesis sobre su función: la funcional que considera la ciudad como un
mercado, como punto
de convergencia mercantil y a partir de esa función se generan otras actividades y se complica
o la tesis de
centro político: habría surgido fruto de una relación de dominio político, administrativo y
religioso con la
aparición de una clase dominante cuando es capaz de controlar, gestionar y canalizar los
excedentes.
Las ciudades de la Baja Mesopotamia.
Todo parece indicar que su origen fue autóctono, facilitado por las condiciones ecológicas
favorables: valles
fluviales fértiles, clima cálido subtropical y la aportación humana del agua. De esa manera las
inundaciones
fertilizan pero hay que luchar por controlarlas mediante la irrigación. Al evolucionar el clima
hacia una mayor
sequedad el hombre tuvo que adaptarse, iniciándose el proceso de cultivo y la ganadería.
Está claro que cualquiera que fuera la explicación las condiciones ecológicas fueron
imporatantes: la
agricultura se desarrolló por la práctica de la irrigación y las obras hidráulicas, lo que exigió
importantes
inversiones, los primero excedenyes se emplearon en estas obras de infraestructura, gran tarea
pública que
debió necesitar para llevarso a cabo una autoridad.
Éste proceso se produjo en tres fases:
− Desde el IX al V Milenio se desarrolla la agricultura en diferentes ámbitos (Jericó y poblados
en todo
el Oriente Próximo)
− Entre mediados del V a mediados del IV Milenio hay una fase de transición, un periodo
preurbano.
− Del 3100 al 2900 a.C. Arranca el proceso urbanizador, formándose entre 12 y 15 ciudades en
la
Baja Mesopotamia (UR, Uruk, Lasch, Larsa, Eridú...). En la tradición literaria sumeria de los
textos
cuneiformes se explican estas ciudades como creadas por los dioses, adquiriendo el estatus de
ciudades santuario.
Este conjunto de ciudades se caracterizan por formar unidades territoriales propias: nomo o
ciudad-estado
que abarcan la ciudad y un campo circundante. Hay una ciudad principal que destaca por sus
mayores
funciones, ciudades de menor rango (alguna especialización) y aldeas solo con población rural.
Apareciendo
el río o el canal como el eje articulador del espacio.
Podemos hablar de cultura sumeria porque todas estas ciudades aunque independientes tiene
muchas
cosas en común: un mismo sistema productivo, un mismo sistema ideológico, un mismo tipo de
urbanismo y
la escritura.
Las funciones urbanas fundamentales eran las religiosas (con el templo como elemento
aglutinante), las
político-administrativas (gobierno, funcionarios, ejército), el ser un punto de convergencia y
redistribución de
excedentes y un centro de producción agraria (la ciudad exterior).
Las partes de la ciudad destacadas eran el Temenos (recinto amurallado que incluye el
templo, el zigurat y
el palacio, la ciudad interior (conjunto de barrios donde vive la población con actividades
especializadas
sobre todo religiosas y político-administrativas y el puerto (asociado al río o canal con
artesanos,
comerciantes y actividades portuarias).
Podemos concluir sobre Sumer que fue toda la sociedad la que evolucionó en su conjunto y la
ciudad fue
una parte de ese todo. En su origen era una organización tribal que mediante un fenómeno
segregacional
se van a formar grandes familias patriarcales. Por un principio de vecindad esas familias se
unen formando
comunidades agrícolas superiores que dan origen a una supercomunidad: el nomo o ciudad-
estado.
Es una estructura social que se va jerarquizando, tanto en términos sociales, geográfico como
urbanísticos.
No es meramente funcional, denota que está naciendo una sociedad clasista, lo sabemos por
la
individualización de los derechos de propiedad de la tierra (en origen común), por la aparición
de una
especie de nobleza tribal (solo los jefes de las familias más ricas) y por la aparición de la figura
del jefe
militar que evolucionará hasta convertirse en un déspota.
Sobre la base de una distribución de bienes originalmente colectiva va a surgir la división en
grupos o
clases. Habrá grupos que por carecer de esas riquezas van a entrar en dependencia. Para
menatener este
nuevo estatus de dominio surgirá el estado, o un embrión de estado: conjunto de aparatos
políticoadministrativos
con fines coactivos. Las relación tribales vecinales y un principio territorial en la disyribución
de la población van a sustituirá las relaciones familiares y a la organización tribal.
El fenómeno urbano, la ciudad, es el apoyo fundamental para esta transformación, la ciudad
está unida así
al nacimiento de la sociedad clasista, al estado, a las relaciones de dominio, a la escritura, a la
historia...
La ciudad una realidad histórica.
Cada tipo de sociedad implica una ciudad característica, que está imbricada inextricablemente
con su
estructura social característica. En cada sociedad destaca un elemento de la estructura social:
el
económico, el político o el ideológico, dando lugar a un tipo de ciudad característico y a unos
elementos
urbanos dominantes como podemos ver en el siguiente cuadro:
TIPO DE SOCIEDAD ESTRUCTURA SOCIAL CIUDADES
ELEMENTO
DOMINANTE
Despóticas político-ideológica
Próximo Oriente
(Babilonia, Tebas)
Palacio-templo
Esclavistas político
Atenas (Pericles) Roma
(Augusto)
Ágora y foro
Medievales europeas Catedral, iglesia,
monasterio
Feudales ideológico
Gremiales (Hansa,
Barcelona)
Puerto, calles
profesionales, lonjas
Industriales del XIX
Fábricas, polígonos
industriales
Capitalistas económico
Actuales
norteamericanas
Áreas residenciales,
rascacielos
Socialistas
equilibrio en teoría
económico en práctica
Soviéticas, chinas
Aparatos colectivos de
distribución, complejos
industriales,
centralización del poder.
La ciudad capitalista.
En la sociedad medieval las actividades comerciales adquieren cada vez más fuerza,
apoderándose ya en
la ciudad gremial del espacio urbano. Cuando la burguesía pase de éstas actividades
comerciales a las
actividades productivas será un salto cualitativo hacia la ciudad capitalista.
Modelo espacial del capitalismo.
La actividad económica comporta una forma de relación social, ésta a su vez tiene una forma
de existencia
material y una dimensión espacial. De esa manera las actividades económicas básicas
(producción,
distribución y consumo) forman un modelo territorial específico. Este modelo territorial se
caracteriza en lo
que respecta a las ciudades en un fuerte crecimiento de las áreas metropolitanas (grandes
ciudades), por
que han sido constantes los fenómenos de concentración continuada de población, capital y de
empleo en
las mismas. En segundo lugar lleva a la desertización del resto del territorio. Y en tercer lugar a
la formación
de una estructura jerarquizada del conjunto de asentamientos que da lugar en la práctica a la
aparición de
distintos niveles de ciudades: pequeñas, medias, metrópolis de equilibrio y grandes metrópolis.
Esta
concentración en el espacio de actividades está explicada por la concentración que a otra
escala produce
del propio capital (monopolio).
La gran ciudad es en primer lugar un gran centro industrial, un gran centro comercial y un gran
centro de
actividades terciarias y por último es un gran centro e decisión política. Es así la propia ley de
concentración
capitalista la que crea la gran ciudad.
Principios económicos que susteentan la ciudad capitalista.
1. Predominio progresivo del valor de cambio sobre el valor de uso: todos los elementos de la
estructura
urbana están realizados para satisfacer necesidades, pero antes de convertirse en valores de
uso han de
ser valores de cambio, tienen que pasar por el mercado.
2. Como especificación de este principio el suelo en la ciudad capitalista se convierte en una
mercancía que
se transforma, se modifica (se le dota de las infraestructuras necesarias9 mediante la
aportación de capital y
trabajo. Apareciendo una dimensión nueva: la especulación (alteración de los mecanismos
habituales de
mercado para presionar al alza los precios del suelo).
3. aparecen los agentes que intervienen en la construcción de la ciudad: propietarios del suelo,
promotores,
constructores, agentes inmobiliarios, usuarios...
4. El a funciona bajo el principio de la propiedad privada y la apropiación privada del beneficio.
Funciones de la ciudad capitalista: es un centro de acumulación de capital, es un instrumento
colectivo de
reproducción social, es un modo específico de usar el espacio (de ordenarlo y planificarlo) más
favorable
para la reproducción económica y es un centro de distribución e intercambio de mercancías.
Bibliografía.
Álvarez Mora, Alfonso (1975) Propuesta para un análisis histórico de la ciudad, Revista Ciudad
y territorio nº
3.
Childe, Gordon (1994)Los orígenes de la civilicación, FCE. Capítulo: La revolución urbana.
Guliaev, Valery (1989) Las primeras ciudades, Progreso.
Mumford, Lewis (1966) La ciudad en la historia, Buenos Aires, Infinito.

HISTORIA DE LA CIUDAD DE BURGOS


La fundación de Burgos
Superada la mitad del siglo IX, y tras un largo periodo de incertidumbre, los condes
castellanos, en sintonía con los monarcas astures, se arriesgan a descender de las montañas
norteñas a los llanos, con el ánimo de ampliar sus dominios y suministrar a las gentes de estos
parajes abiertos la cobertura administrativa necesaria para iniciar una vuelta a la historia con
perspectivas de futuro. En este lento y azaroso avance, las autoridades se dejan notar
mediante la
instalación de pequeñas guarniciones militares en lugares estratégicos, encargadas del control
de las
pequeñas comarcas que se iban abriendo al proceso repoblador. Van surgiendo así pequeñas
villas
castelleras, cabeceras de los alfoces o distritos comarcales que se iban conformando sobre la
marcha. Una de estas villas, reducidas originariamente a las instalaciones castrenses de un
rudimentario castillo, dará origen a la ciudad de Burgos, cuyo nacimiento oficial se certifica en
el año
884. No se trata, por tanto, de un acontecimiento de relumbrón. Burgos nace con la modestia
propia
de los tiempos, aunque con la perspectiva de un futuro esperanzado que nadie quería frustrar.
Desde el castillo de Burgos se vigila el curso medio del Arlanzón, mientras la frontera avanza
hacia el sur, para llegar al curso de río Duero en el 912. Pronto, la centralidad geográfica de
este
enclave en el conjunto de los territorios castellanos, que alcanzan por el norte la costa
cantábrica, se
revelará como un factor decisivo para su promoción institucional. En seguida se adorna con el
título
de ciudad, o residencia condal, lo que la convierte en centro administrativo de un gran espacio
regional, que con el conde Fernán González se unificará para dar paso al denominado “Gran
Condado de Castilla”, vigente hasta su elevación a la categoría de reino el año 1037.
La época medieval
El atractivo del castillo se dejará sentir rápidamente en la población circundante, que se
asienta en su ladera más abrigada y soleada en pequeñas agrupaciones que irán dibujando
poco
apoco los primeros barrios de la incipiente ciudad: San Esteban, San Román, Nuestra Señora
de
Viejarrúa y San Martín. Mientras se sueldan estos barrios en la falda del cerro, en la cima se
levanta
airosa la iglesia de Nuestra Señora de la Blanca y se abren las primeras tiendas, que revelan
una
vocación mercantil en alguno de sus habitantes y anuncian un futuro esplendoroso en este
campo,
todavía en estado inicial de gestación.
Las últimas décadas del siglo XI serán testigo de la consagración de la ciudad del Arlanzón
como un núcleo destacado en el conjunto de los reinos de Castilla y León. La elección como
sede
regia por parte de Sancho II de Castilla (1065-1072); la instauración de la sede episcopal en
1075, sin
que mediara derecho histórico alguno; la celebración de un concilio “nacional” en 1080; la
llegada de
san Lesmes en 1091 como prior del monasterio de San Juan; en fin, el paso de multitudes de
peregrinos por sus calles, todo contribuye a dotar a la ciudad de Burgos de un aire de
respetabilidad
que transciende los límites marcados por la modesta cerca que acogía entre sus brazos a los
barrios
fundacionales de la entidad urbana, fuera de los cuales, por cierto, quedaban ahora, a finales
del siglo
XI, la iglesia catedral y el palacio episcopal, así como el monasterio de San Juan,
entidades
ambas que estarán llamadas a jugar un papel decisivo en el desarrollo urbano y cultural de la
ciudad.
La iglesia catedral, levantada en el escalón más bajo de la pendiente del castillo, se convertirá
en un atractivo reclamo para la urbanización de la vega que acerca la falda del cerro del castillo
a la
ribera del Arlanzón. Por su parte, los rectores del monasterio de San Juan trazarán la línea,
hacia el
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este, que guiará la expansión del poblamiento burgalés hacia la orilla del Vena, alargando con
un
denso caserío, por la calle de San Juan, el trazado urbano del Camino de Santiago a su paso
por
nuestra ciudad. De esta manera, el siglo XII y la primera mitad del siglo XIII se convierten en
testigos
de una intensa urbanización de las zonas llanas del sur de la ciudad, desde Santa Águeda
hasta San
Juan, pasando por el Corral de las Infantas, el Huerto del Rey y las praderas más próximas al
río
Arlanzón, donde radicaba el mercado que servía de punto de aprovisionamiento de una ya
industriosa
ciudad.
A este conjunto heterogéneo de barrios y calles sólo le faltaba un detalle para alcanzar su
plena personalidad urbanística medieval: la muralla, que se levanta en la segunda mitad del
siglo XIII
para acoger en el interior de su amplio trazado los símbolos más señeros de la pujante ciudad:
el
castillo, en la cima del cerro, refugio del poder militar; la catedral, a caballo entre la pendiente y
el
llano, sede de la autoridad religiosa; y los barrios de la vega, residencia de los “burgueses” que
aportaban la sabia que animaba la vida política, económica y social de la ciudad.
Fuera de los grandes muros que ceñían el núcleo de la urbe quedaron algunos barrios de
vieja historia, como lo era el de San Pedro de la Fuente, en el oeste; en el extremo opuesto de
la
ciudad, la iglesia de San Juan, que ya comenzaba a ser conocida como parroquia de San
Lesmes; y,
como era habitual en todas las ciudades y grandes villas de Europa, los conventos de los
mendicantes --franciscanos, dominicos, mercedarios, trinitarios o agustinos— y los monasterios
femeninos de nueva planta, como el de Santa Clara, todos ellos radicados extramuros de la
ciudad, a
la que, no obstante, estaban unidos por un delicado cordón umbilical.
Más allá del bullicio urbano, a poniente, Alfonso VIII patrocina la construcción, en torno al año
1200, de un complejo monástico de inspiración cisterciense en su versión femenina, que habría
de
dar origen, junto a su anejo hospital, a sendos conjuntos residenciales autónomos: los barrios
de Las
Huelgas y del Hospital del Rey.
La edad de oro del comercio burgalés (siglos XV y XVI)
El siglo XIV pasó como azote sobre la geografía del occidente europeo. La temida trilogía de
la peste, el hambre y la guerra se cebó con ahínco sobre la población, dejando un rastro
macabro de
desolación en todas nuestras aldeas, villas y ciudades. En la Corona de Castilla, los síntomas
de
recuperación se dejan sentir con vigor a mediados del siglo XV, alumbrando nuevas fórmulas
de
identidad cultural, de actividad económica y de acumulación de riqueza. La caída de las rentas
agrarias se compensa con la dedicación ganadera, en cuyo epicentro se sitúa el negocio de la
lana,
que deparará a la ciudad de Burgos una de sus experiencias históricas más dinámicas.
Circunstancias nacionales e internacionales favorables abrieron las fronteras de la región de
Flandes a la lana de Castilla, lo que generó un lucrativo negocio de exportación cuyos agentes
más
destacados instalaron en la ciudad de Arlanzón la sede de sus empresas, muchas de ellas con
delegaciones repartidas por toda Europa. De pronto, Burgos se convirtió en una urbe marcada
por la
impronta de la actividad comercial, y el mercader pasó a representar su tipo humano más
señero. El
dinero se acumulaba en grandes cantidades, y la necesidad de transformar el poder económico
en
prestigio social y cultural, por un lado, y de armonizar el bienestar material en esta vida con el
imperativo religioso de salvar el alma más allá de la muerte, por otro, fueron factores que
favorecieron
el enriquecimiento cultural y artístico de la ciudad en un grado espectacular.
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Las calles de Fernán González y La Calera; la iglesia catedral; las iglesias parroquiales de
San Nicolás, San Gil, San Cosme y San Damián y San Lesmes, así como los templos
monacal de
San Juan o conventual de San Pablo dieron y dan --los que siguen en pie-- testimonio de un
orgullo
cívico, de un fervor religioso y de un entusiasmo artístico difícilmente superables, proceso en
los que
estuvieron implicados tanto la nobleza tradicional de corte territorial y cortesana, como los
duques de
Frías y Condestables de Castilla, numerosos miembros de la aristocracia eclesiástica, como los
obispos Alonso de Cartagena o Luis de Acuña, y la numerosa pléyade de burgueses
adinerados que
hicieron del comercio de la lana su negocio más saneado y de la inversión en bienes suntuarios
y
obras de arte su capricho socialmente más vistoso y patrimonialmente más duradero.
Los tiempos modernos
La época dorada del comercio de Burgos se prolonga hasta comienzos del último cuarto del
siglo XVI. A partir de 1575, la ciudad pierde su esplendor y se ensimisma y encoge para entrar
en una
atonía que se va a prolongar hasta bien entrado el siglo XVIII. Los habitantes de la capital
quedan
reducidos a la mitad, sumidos en un ambiente apagado de penuria y tristeza.
Durante todo este tiempo, la actividad cultural y artística se resiente notablemente. Mientras
los palacios mantienen su figura a duras penas, el interior de los templos mantiene vivo el
impulso de
la creación artística, dando vida a un selecto conjunto de nuevos retablos, clasicistas algunos y,
sobre
todo, barrocos, de grandes desarrollos y rebuscada expresividad.
El final del ciclo depresivo comienza a dibujarse en el horizonte en las últimas décadas del
siglo XVIII, al amparo de las consignas más optimistas de los ilustrados. Los comerciantes
rescatan
de sus cenizas el Consulado en el año 1766, para convertirlo en un vivero de iniciativas
económicas,
sociales y urbanísticas acordes con los aires rupturistas que alentaba la Ilustración. Muy pronto
toma
cuerpo la idea de adaptar la ciudad medieval a las consignas urbanísticas de más rabiosa
modernidad, inspiradas en la búsqueda de la luz, del espacio abierto y de la claridad, en la que
pudieran vivir armónicamente el conjunto de ciudadanos, libres e iguales, que habitaran en ella.
Los
principios comienzan a hacerse realidad muy pronto: en 1772 se derriba la muralla en su tramo
sur,
con el fin de abrir la urbe al sol del mediodía y a la ribera exuberante del río Arlanzón, cuyas
orillas se
convierten en paseos abiertos que los nuevos burgueses reivindican como espacios de uso
común.
Y en la grieta abierta en la muralla se levanta en seguida la nueva Casa Consistorial,
expuesta por el norte a una amplia plaza de trazado netamente laicista, y al paseo del
Espolón, por
el sur. Este primer edificio público de inspiración ilustrada servirá de punta de lanza para
orientar el
futuro desarrollo urbano de la ciudad, que se guiará durante muchas décadas por la línea
trasversal
marcada por la sede del consistorio local.
La ciudad burguesa
A lo largo del siglo XIX y primeras décadas del XX, la capital burgalesa se transforma de
manera notoria, tanto en su interior medieval como en sus nuevas calles y paseos de la
periferia. Una
vez superados los sobresaltos de la invasión napoleónica y de la subsiguiente guerra de la
Independencia, así como de los traumas de la revolución liberal, la burguesía local toma las
riendas
del progreso en su nuevo papel de grupo dirigente y acomete con entusiasmo el remozamiento
del
caserío antiguo en las calles llanas del centro, además de reservar para sus miembros más
significados los nuevos solares del Espolón y del Paseo de la Isla, donde se levantarán los
edificios
residenciales más vanguardistas, así como las sedes administrativas y edificios de recreo que
mejor
traslucían las preocupaciones sociopolíticas del Estado Liberal: el Palacio de la Diputación
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Provincial, el Palacio de Justicia, el Banco de España y el Teatro Principal, a los que se
unirán
algunos otros monumentos de estética historicista, como el Palacio Arzobispal y la iglesia de
Las
Salesas, por el oeste, o el Palacio de Capitanía General, en el espacio que se ofrece a la
ciudad
tras la apertura de la muralla por el noroeste.
Mientras tanto, la población aumenta sin cesar, hasta multiplicarse por cuatro entre los años
1800 y 1940. Aunque cansinamente, el pulso económico de la ciudad acelera su ritmo,
acogiendo a
sucesivas oleadas de inmigrantes rurales que buscarán acomodo en los pagos suburbiales de
la
periferia, conformando barriadas de casas modestas con una impronta ruralizante muy
acentuada.
El despegue
Como en la mayoría de las ciudades españolas, los años sesenta del siglo XX marcan el
inicio de un desarrollo económico y urbanístico cuyos efectos se prolongan hasta el momento
actual.
Como punto de arranque, la declaración, en 1964, de Burgos como Polo de Promoción sirvió
de
espoleta local para que la capital burgalesa se subiese al carro del desarrollo con las mejores
garantías que entonces podían ofrecerse a una ciudad. Y en el centro cronológico del mismo
ciclo, la
recuperación de la democracia, solemnemente proclamada en la Constitución de 1978,
representó
para nuestra ciudad, como para todas las demás de España, una oportunidad de oro para el
cultivo
del orgullo cívico local en un clima de compromiso de la ciudadanía con su entorno más
inmediato.
Todo ello se traduciría en una política sostenida de limpieza de la imagen pública del conjunto
urbano, mediante el remozado de sus calles más señeras, el remodelado de sus vetustas
casas, la
restauración y embellecimiento de sus monumentos históricos más representativos, el desalojo
de la
actividad industrial y de las instalaciones castrenses desde el casco urbano hacia lugares
periféricos
más idóneos, la preocupación por la calidad de vida en el trazado de los nuevos polígonos
urbanos,
la multiplicación de propuestas población y de instalaciones deportivas y de recreo abiertas al
conjunto de la ciudadanía, y la vertebración de la vida social de la urbe mediante el cuidado del
tejido
asociativo.
El siglo XXI
Al día de hoy, la capital del Arlanzón está viviendo una tensa experiencia de ansiedad,
provocada por la contemplación de las inmensas posibilidades de expansión que se le ofrecen
en
múltiples campos, por un lado, y el temor a no saber estar a la altura de tales exigencias, por
otro.
Las expectativas son muchas y de gran calado: su conversión en nudo de comunicaciones
multirradial; el aprovechamiento de su riqueza patrimonial; el empuje de los sectores industrial
y
comercial; la instauración de la Universidad de Burgos, o la dotación de instalaciones culturales
de
ambicioso empaque visual y destacado impacto social; todo, en fin, invita al optimismo. La
ciudad se
siente bien colocada en el punto de partida, y tanto las Administraciones públicas —nacionales,
autonómicas y locales— como los centros de investigación y los agentes educativos,
económicos y
sociales más dinámicos y representativos de la ciudad se muestran dispuestos a responder con
generosidad ante tales retos. F.J.P.P.

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