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A Javier, mi hijo.
Ensueños
camisa.
Está mi piel sedienta de caricias grises que el subsuelo
confundirá con las sombras. No importa si no me quieres, aún
tengo besos en mis labios.
Me has mentido, pero no tengo saliva suficiente para
digerir una venganza. Has conseguido mi perdón aunque no te
sientes seguro de las palabras pintadas en mi mueca. Tal vez un
día comprendas la exacta colocación de un suspiro y el certero
latido de tus muñecas, hasta ahora no sabes nada de ladridos
nocturnos ni de historias bajo las puertas de la nada.
No has de temer. Estoy cansado de ritos y cadáveres,
estoy deshecho de buenaventuras colgadas en la pared de mi
alcoba y ya no creo en paladines ni en victorias.
En el suelo de una tercera discordia has dejado olvidado el
asombro tácito de una pregunta sin respuesta; pero ya verás
como, con el tiempo, tú también dudarás de la matemática
resolución de las promesas. Todo depende del grado en que se
sitúa tu memoria. Hay rebeliones en el vacío de un eco mal
administrado. Sólo con tu capacidad de adivinar la zona
estrecha de la llanura, tropezarás alguna tarde con la ira del
horizonte más cercano.
Me has mentido, pero no eres el único que me tiene bajo
su aliento de espadas, hay muchos, muchos más que quieren
verme persiguiendo sombra sin luces a mi alrededor. No eres el
único. Acuérdate para cuando creas que alguien pone la mano
sobre su pecho.
concéntricas de plumas.
La noche es mi aliada de sombras. Mi abrazo húmedo y mi
tierno alarido de esperanza.
El niño de blancas mejillas se ha bebido el agua y el vaso
está vacío. La margarita es un cadáver ya frío en la enorme
inmensidad de un lejano y aprendido suspiro. ¿A quién puedo
hablarle sino a él?. Me mira, le digo:
-"Mi niño, es absurdo seguir el vuelo de un águila, mañana
estaremos cansados de cristales en nuestras uñas y no
habremos conseguido un crepúsculo sin nubes. Aprenderemos a
no mirar con ira las encrucijadas de la Historia y a no dejar los
libros sin acabar de leer. Debemos ser consecuentes con el
último perfil de nuestro deseo a fin de no molestar la tarea de
las abejas.
Si destruimos los monumentos, ¿qué pondremos en su
lugar? A veces, si hay momento oportuno, sentimos un ansia
implacable de besos y cuerpos; pero no debemos fiarnos de los
gritos de una paloma herida, es desaconsejable para conservar
la estimación de nuestros superiores.
Es inútil que nos deshagamos en delirios bajo la tierna
mirada de la Luna, al fin y al cabo estamos hechos para la
Eternidad. Otra cosa sería el ruido de sacudir nuestras manos
por entre las piedras, eso ya es distinto, tendríamos un ligero
temor de eclipses pero sin llegar al desánimo total de un
libertador.
Las palabras son inútiles para describir la parte oscura de
un deseo, pero intentarlo no es un pecado contra la moral
esquemática de la naturaleza…"
(…)
¡Estoy atrapado!
(Paciencia en el vértigo de las horas)
cruces derruidas.
Sin embargo, después de desgastadas muchas suelas y de
infinitos dolores de tobillos, aún te quiero y mi voz se hace
añicos en los chopos regados de brisa; unas lágrimas esconden
mi llanto en esa flor abierta en mis mejillas y un vértice
convertido en esperanzas. No importa que el sol se ahogue y
renuncie a su eclipse, también la aurora se rinde y la luz tiene
aliento de buitre solitario.
Aunque por la noche no te llame, no debes golpear la
puerta del armario. Tus vestidos tienen mis caricias y tu ropa
interior el perfume de nuestros cuerpos unidos. Aquel vaso, que
conoce la estructura de tu boca, está entre mis sábanas; tal vez
un duende envidioso se descuelgue desde el techo de la alcoba
con la pretensión de robarlo.
Mis manos saben bien el rumor de tus espaldas. Queda
acertado el bordado de tu ropa aunque ya las agujas se hayan
oxidado en espera del perfil de mis iniciales.
¿Y el pretérito?: la puerta con cuatro bisagras de acero,
con su rectángulo perfecto y muchas noches a sus espaldas. Tu
puerta con ruido lento a ira y su pequeño alambre de sonrisas.
Tu balcón, con tantas primaveras, con tantas canciones
goteando entre las rejas. Tu balcón, con macetas desde mucho
olvidadas con tres lunas abrazando tus mejillas.
Tu espejo, ovalado por tanto uso con mi figura en su centro
exacto. Tu espejo, con tantas sonrisas y tantas uñas clavadas en
la pared.
Tu cama, con siluetas repetidas y amaneceres en su
cabecera. Tu cama, con nuestros besos y aquella promesa de
volver mañana.
Tu alcoba, hecha todo un mundo inmenso para nosotros
dos. Tu alcoba, mi primer sepulcro y su ventana abierta a los
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recuerdos.
El horizonte se estrecha cada vez más, se aplasta contra el
cielo y mis manos se abren radialmente señalando hacía todas
partes. Siento que el dolor es doble y se multiplica cuando
presiento el dibujo de tu mirada pura y leve, repleta de silencio
y penas incomprendidas. El asco me consume de avaricia y la
duda juega a la gallina ciega y vacila con extraños finales tras el
incierto fracaso de mi sexo.
Luzbel me tiene preparada una gruta de lujuria tras la
espuma del brillo repentino del amor. Para construir su lamento
de oscuridad ya tengo suficientes caricias en los cuerpos de
goma. Cuando huya el aliento de mis dientes, una lengua de
trapo se posará en el vértice de las botellas. Me tiene preparada
una vacilación, un sistema de besos bajo la protesta de luces en
perspectiva. De él, espero una tertulia en las manos y un sueño
en mi piel rasgada de oraciones.
Tengo un sueño, pero ya no es un sueño de amor: Sobre
mi tumba dejaré un hueco para respirar el aliento quemado de
la nada. Un retazo de noche clava en mi ventana su enorme
pupila blanca. Un escalofrío ahonda su clamor en mis huesos
rellenando superficies incompletas de sensaciones
desconocidas.
El humo de mi cigarro y los recuerdos están arrancando
rocío de mis ojos (y tú no estás aquí para acariciar mi piel).
Quizás más tarde, en un último acto de amor, llegue el
homosexual y pueda compartir mi libido.
Mi pecado, Luzbel, ha prometido cambiármelo por un
pedazo de alma y, cuando despierte el tembloroso y deforme
duende con su lengua redonda, me atrapará por los pies
consumando la promesa de los infiernos multicolores.
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(…)
equivocadas.
(Por entonces ya había cerrojos).
Los tallos quieren superarse con anhelos de oscuros
indefinidos y las plantas de mis zapatos protestan por tantas
huellas de asfalto.
La calle se levanta hasta la cumbre grisácea y, poblándose
de lluvia, no encuentra su fin: se pierde entre la bruma nacida
de su cuerpo hasta teñir rocas húmedas.
Un polvillo que bien pudiera ser agua o lágrimas y que son
penas sin rumbo, se apodera del aire vencido por moléculas.
Allí donde tejados sueñan ser firmamentos y los aleros
tejen voces tras las ventanas, resumen los cristales una frágil
protesta.
¡Qué silencio emanan las calles ruidosas!
Una cúpula se difumina en campanas, en pétalos metálicos
de tristeza: son flores que han nacido con la noche, mientras el
horizonte respira con esfuerzo.
La luz se esclaviza en recintos de cristal y el intermitente
latido de mi corazón sigue su marcha disputando con los relojes.
Aún el cielo es oscuro y las golondrinas vuelan con el ceño
fruncido. Los árboles escupen hojas amarillas y la lluvia abre sus
caminos de cristal.
Imagino el húmedo contacto del agua resbalando por mi
cuerpo y en el suelo posándose mariposas de vidrio.
Flores grises son las aceras que se abren en perspectivas
infinitas...melancolía suprema en progresiva amplitud.
Es distinta mi amargura cuando apenas llueve. No es mi
culpa si estoy perdiendo aquellas razones, mínimas ilusiones,
que agonizan entre hojas húmedas.
No hay nadie capaz, olvidando fechas, que pueda eludirse
tras las cumbres. Si acaso un pequeño eco quisiera indicarme
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histerismo.
Estoy insinuando caricias a las paredes y mis besos se
aferran a los puntos cardinales.
En el recuerdo aparece aquella noche en que me disfracé
de hiena para perseguir a la Luna, pero los barqueros la
empujaban continuamente y un borracho la rompió cuando
descansaba en un charco.
Todo es pequeño en un mapa.
Atrás quedan los barrancos que lastiman como el uso
complicado de un peine y tus palabras ya no bloquean mis
brazos para saltar de mi costado a la penumbra.
Estoy arrepentido de mi nombre escrito en la superficie del
lago y de las piedras rotas a mis pies.
Atrás, muy atrás, los crepúsculos resbalan entre mis dedos
y tu frente suave recibe mis besos, todo es flor de harina en la
humedad de un paisaje. Atrás queda el viento en las alas de un
pájaro y las ramas de aquel helecho cansado de soportar
nuestra presencia.
Un torrente de plomo se hace astillas en un cauce colmado
hasta el equilibrio. Las horas se hacen fuentes al reverso de tus
labios, no quedan caminos y las caricias han muerto para casi
siempre.
Hasta el humo se ha callado y yo lamento mi tristeza y
deseo ser la lluvia o su ruido, el grito o su goce, un náufrago en
la arena donde tu silueta se enrolla bajo el sol del mediodía.
Seguiré frío en la intemperie, con el desengaño al filo doble
de los labios, mientras deshojo una a una las brumas que se
ciernen a mi alrededor. Acaso te encuentre en un rincón de mi
tristeza.
rico!)
la arena.
Cuando el horizonte se deforme, podremos rescatar la
sonrisa de la llanura y abrir poco a poco la boca para disimular
nuestra desgana.
Antes de gritar por segunda vez, pensativo en mi lengua,
se rizará una esperanza hasta que el eco se aplaste.
Rompamos las cajas de caudales y miremos la mueca del
río por última vez.
Antes de llorar dos veces los arrabales del miedo y
nuestras uñas, estarán al descubierto de las miradas. Antes de
un nuevo crepúsculo en la cumbre y un salto sin distancia
calculada, veremos gotear repetidas veces nuestros ojos en la
almohada.
(…)
(…)
(…)
(…)
Fue dos veces triste cuando quise ser flor para tus
lágrimas. No importaba la lejanía del mar y no quería entender
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(…)
sufro...
Se han ido las cigarras con las cuerdas rotas en su lengua
y el agrio aliento de los relojes en la mano del cronometrador de
latidos.
Se han ido los pájaros de las ramas tiernas y la última
mirada se ha perdido en el vértice de la esquina y yo me iré con
ellos, mártir de circunferencias, al reino elíptico de los fósiles
cuaternarios.
relojes..!)].