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ENSUEÑOS

Luis Marrades Millet

Inspirado en los poemas juveniles de Vicente Contreras


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Editorial LULU & Distribution


ISBN 978-1-4461-3332-3
© Copyrigth LMM 2010. All rigths reserved. Todos los derechos reservados.
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A Javier, mi hijo.

Ensueños

Doce campanadas nocturnas. Es hora de las mentiras


dilatadas, la hora de los ojos sin pupilas y los pétalos sin tallos.
No quiero cerrar la ventana aunque la lluvia se haga frío en
mi piel, aunque la Luna ausente derrita su llanto en mínimos
grumos con sabor oscuro.
No quiero cerrar la ventana al grito vidrioso de esta noche
porque está la cruz de mis ojos en el triángulo ciego de mis
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estrellas favoritas, porque es la hora de los recuerdos cuando se


quieren disfrazar de olvido.
Es la hora del silencio metálico, la hora de las almas
errantes por los bosques petrificados de la historia. Es la hora de
las sombras atravesadas por espadas de lluvia.
Un clamor unánime de faroles sin testigos se adentra en el
barranco de las resurrecciones y secciona hielos en témpanos o
ráfagas de labios a la intemperie. Qué ruido de peces en las
nubes y barcas entre nuestros dedos...
Por la tercera noche de insomnio golpean frenéticos lances
de amapolas; en la penumbra las voces se extinguen al compás
de un violonchelo hondo. Tal vez no sientas besos ni lápidas en
tu frente rozando el invierno, pero quizás mañana solloces por
tu sangre o la certera brevedad de los epitafios. No sueñes con
rocío en la lengua aunque cruja junto a la brisa; no despiertes
cuando las noches acaricien el perfil de los cañones. Ya no hay
escaleras de caracol; ni voces puliendo el azul; ni lejanía
sedienta de horizonte; ni regiones entre claros de nubes.
Una promesa se repite muchas veces. ¿Recuerdas?..." con
tu sonrisa haré un puente hasta lo infinito, le pondré riendas al
arco iris y espuelas al rocío. Calzaré herraduras con el filo de
una espada vertical a la tarde morena y pintaré ojos azules en
tus mejillas vacías de besos. Luego, descubriré un nuevo mundo
para llenarlo de nada y de ti. Estaremos solos. En las tinieblas
sembraré un árbol de luz para los dos...pero, si quieres, buscaré
un niño para que cante a la libertad y un loco para que hable de
amor."
Me has mentido. Podríamos rezar tres veces antes de mentir,
pero no, es más fácil estructurar las cavernas de asfalto y llorar
bajo una lluvia de sentimientos contrarios. No importa, esa
lluvia sustituye la humedad de mis ojos sobre el desierto de mi
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camisa.
Está mi piel sedienta de caricias grises que el subsuelo
confundirá con las sombras. No importa si no me quieres, aún
tengo besos en mis labios.
Me has mentido, pero no tengo saliva suficiente para
digerir una venganza. Has conseguido mi perdón aunque no te
sientes seguro de las palabras pintadas en mi mueca. Tal vez un
día comprendas la exacta colocación de un suspiro y el certero
latido de tus muñecas, hasta ahora no sabes nada de ladridos
nocturnos ni de historias bajo las puertas de la nada.
No has de temer. Estoy cansado de ritos y cadáveres,
estoy deshecho de buenaventuras colgadas en la pared de mi
alcoba y ya no creo en paladines ni en victorias.
En el suelo de una tercera discordia has dejado olvidado el
asombro tácito de una pregunta sin respuesta; pero ya verás
como, con el tiempo, tú también dudarás de la matemática
resolución de las promesas. Todo depende del grado en que se
sitúa tu memoria. Hay rebeliones en el vacío de un eco mal
administrado. Sólo con tu capacidad de adivinar la zona
estrecha de la llanura, tropezarás alguna tarde con la ira del
horizonte más cercano.
Me has mentido, pero no eres el único que me tiene bajo
su aliento de espadas, hay muchos, muchos más que quieren
verme persiguiendo sombra sin luces a mi alrededor. No eres el
único. Acuérdate para cuando creas que alguien pone la mano
sobre su pecho.

(¿Acaso llegó ya el amanecer…?)

Mi tiempo, mi memoria, se hacen luz. El líquido protector


aún me envuelve. Aún mi nalga no ha sido golpeada. ¿Podría
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creer entonces en los profetas? Acaso no recordáis aquella


canción: "Pondremos un campanario en la aldea y quitaremos el
museo y la biblioteca; construiremos un castillo viejo en donde
el musgo anide. Colgaremos banderas de trapo y el desecho de
los lienzos, desviaremos el arroyo para construir una presa..."
¿Y luego? Saldremos a las calles recién asfaltadas
bebiendo whisky y ginebra, bailaremos sobre nubes y los niños
fumarán opio en las esquinas. El viento se envolverá en sus
ráfagas para borrar las mínimas huellas y el mendigo gritará su
miseria que acallaremos con basura.
Separaremos el trigo de la paja y la espuma de las olas,
sobre el horizonte clavarán un puñal de plomo y nosotros, en la
noche, soñaremos el futuro.

(Me pica la oreja… ¡por favor, que alguien me alivie de este


picor!)

El miedo acaricia tu frente construyendo un altar de


madera (esas arrugas te confunden con el sobrino del invierno).
Pero abre los ojos y no duermas ahora, la noche debe alzar el
vuelo sin nosotros.
Aquí quedará el descanso de los hombros junto a la tierra;
déjales huir en su barca de papel, tienen plomo en sus sienes y
en las manos calzan asombro de incultura terciaria. Déjales ir,
no irán lejos. Darán vueltas en círculos infinitos como perros
heridos en la nieve.
La noche es mi aliada de sombras. Mi camino sobre arena
y mi nave sin viento en contra.
El próximo compás del crepúsculo no tiene alondra
desgastada en su horizonte, ni cauce, ni ocaso en su luna de
harina. No tiene pájaros en el aire mostrando sus dianas
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concéntricas de plumas.
La noche es mi aliada de sombras. Mi abrazo húmedo y mi
tierno alarido de esperanza.
El niño de blancas mejillas se ha bebido el agua y el vaso
está vacío. La margarita es un cadáver ya frío en la enorme
inmensidad de un lejano y aprendido suspiro. ¿A quién puedo
hablarle sino a él?. Me mira, le digo:
-"Mi niño, es absurdo seguir el vuelo de un águila, mañana
estaremos cansados de cristales en nuestras uñas y no
habremos conseguido un crepúsculo sin nubes. Aprenderemos a
no mirar con ira las encrucijadas de la Historia y a no dejar los
libros sin acabar de leer. Debemos ser consecuentes con el
último perfil de nuestro deseo a fin de no molestar la tarea de
las abejas.
Si destruimos los monumentos, ¿qué pondremos en su
lugar? A veces, si hay momento oportuno, sentimos un ansia
implacable de besos y cuerpos; pero no debemos fiarnos de los
gritos de una paloma herida, es desaconsejable para conservar
la estimación de nuestros superiores.
Es inútil que nos deshagamos en delirios bajo la tierna
mirada de la Luna, al fin y al cabo estamos hechos para la
Eternidad. Otra cosa sería el ruido de sacudir nuestras manos
por entre las piedras, eso ya es distinto, tendríamos un ligero
temor de eclipses pero sin llegar al desánimo total de un
libertador.
Las palabras son inútiles para describir la parte oscura de
un deseo, pero intentarlo no es un pecado contra la moral
esquemática de la naturaleza…"

Me mira, sus ojos limpios, sus labios rosa, su pecho


tembloroso... en sus párpados se anuncia tímido el sueño.
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(Abre los ojos y no duermas ahora, tengo que contarte de cosas


desaparecidas y fantásticas historias. No duermas ahora,
esconde tu cabeza y tus ojos abiertos en la almohada de cartón
para disimular tus insomnios del mañana).

-"¿Sabes? Soy un enamorado de las estrellas de última


magnitud -no te burles y acepta mis confidencias-, mi estrella
preferida no tiene nombre, ni su lugar es siempre el mismo, no
se puede ver todas las noches pero, a veces, combate con el sol
blandiendo su espada azul...
(Te has dormido sin escuchar mi fantasía y, alejándote tú, me
envuelve la realidad ¿realidad?)
En el cenicero piensa su epitafio un cigarrillo que se
consume sin remedio. Un mosquito borracho de luz golpea
frenéticamente los ángulos de la recién apagada bombilla.
Duermes en la transparencia de la celulosa y en sábanas
con olor a recién lavadas, pero los muelles crujen con mis
recuerdos asomados por el cerrojo de la llave en la puerta. Una
maleta que ya no sabrá adónde ir se me ofrece junto a mi cama.
La pintura de las paredes se hace burbuja como rebelión
de brujo sin cráneo para su rito. Unos versos se devoran en sus
sílabas aprovechando una pausa pero las tijeras se sienten
atraídas por la velocidad y este libro agoniza entre mis manos
huérfano de optimismo y hambriento de esperanzas.
Está la noche en los cristales sin persianas, un armario
extiende su estructura y amenaza con su proximidad.

Es pequeña la habitación para tantas voces. Los tejados


oblicuos temen la sombra de los alambres pero no protestan su
asco de cuadernos sin concluir para evitar la indiscreción de los
balcones.
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Los zapatos negros se desgastan por los bordes y a pesar


de eso, no podemos mentir al conjunto de luces que nos
despiertan por las mañanas.
En los áticos, unos desnudos consiguen delimitar un trino
perfecto y las palomas sufren el erotismo de la playa aunque el
sabor de un cuadrilátero sea más fuerte que un murmullo
desgastado.
Sobran palomas.
El enfermo se tiende de bruces sobre el asfalto sin
conseguir arrancarnos comprensión y salpicando de humo y
metales nuestra coraza.
(Tal vez mañana nieve y no podamos abrir de golpe las
ventanas).

(…)

Dejaré la puerta entreabierta para que entren los


disecadores de mariposas a robarme las cartas de amor. Quiero
que me roben esas cartas revolviendo su mentira dentro de los
sobres azules, se están llenando de polvo y revolviendo su
caligrafía.
La puerta estará entreabierta y el guardián se quedará
dormido adrede.
Vendrán con las sombras y harán pajaritas de papel con las
cartas, los sobres se desmayarán junto a los remites falsos.
Vendrán esta noche porque mañana será ya tarde y estarán
rayadas de olvido o quemadas en un atardecer sin nubes.
La puerta está entreabierta y ya se oye el zumbido, ya se
oye la respiración y el latido de sus sienes. Ya vienen,
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desmontando parábolas inertes de despedida, los disecadores


de mariposas.
Al llegar quisieron ignorarme, sus pies ocultaban un retazo
de piso quemado. Quieren ignorarme, pero mi voz es el humo de
sus pecados y se clava en las paredes como las agujas en las
mariposas. Los ojos siguen mirando la misma ventana pero la
lluvia se mezcla con el llanto oscuro de mi voz.
Quisieron tapar mi boca con su licor, quisieron atar mis
manos con sus naipes; son otras las suertes que arrastraba mi
cuello. Cansado de crisantemos, mi cuerpo tenía hambre de luz,
pero ellos quisieron ignorarme porque no tenían más que
sombras en su alma.
Si esta noche se complican las estrellas, no tendremos
croar de ranas en las acequias y mi sombra reirá hasta
romperse. Luego se callarán los grillos y las cuerdas
destempladas del telégrafo vibrarán antes de cuchichear un
ritmo monótono, múltiples ojos en las sombras observarán ese
arroyo rebelde que no quiere caminar.
Si esta noche el bronce no se diluye, las torres de los
castillos no tendrán almenas ni calor en sus médulas de tantos
siglos. Hasta ahora todo es un tapiz de frío en las piernas y los
salteadores levantan sus campamentos y desentierran sus
cuchillos.
La sombra hecha astillas, es ya catarata de humo donde la
boca se une al grito con los ojos abiertos a pesar de los besos.
Unas iniciales devoran entre silencios los placeres guardados
-nunca abiertos al día- que presumen de horizonte sin mancha
ni miedo.
El cuarzo es transparente a cambio de ceniceros donde,
mal escondido, un cigarro consume su nombre escrito para
llegar a ser recuerdo. Ya no quedan en las hojas, libres por
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tantos vientos, minutos para repetir dos veces la misma


mentira.
El círculo se estrecha desmintiendo las tesis y los axiomas;
se estrechan, se acumula en su distancia y presiona la superficie
interna. Desbordándose, se desparrama su esencia en cataratas
que escalan bordes semiplanos y luego esparce su miseria por
el infinito a gritos y dentelladas de llanto.
El círculo se estrecha y, en su centro, mis sueños temen la
opresión de las noches como el horizonte que se aplasta en
contornos y siluetas contra el cielo, tiene miedo de arco iris.
Ante este por venir tan cercano, en mi mente florecen
recuerdos y, como el agua abre caminos en el musgo de esta
tierra que nunca será mía, muchas lunas transportarán las
sombras en alargados espectros sin alma. Así, en una pieza
igual pero siempre distinta; porque el río poco a poco se pierde
a pesar de un espejo en las estrellas que lo repite
incansablemente.
Como ave empequeñecida por el águila y estruendo que
quisiera ser sólo trino, así de imposible. Ya no hay sintaxis tras
las nubes, ya no hay color en el equipaje de un suspiro, ni las
montañas dejan de alzar la cabeza al cielo cóncavo, sólo un
sabor incierto de almendras verdes y una lágrima repleta de
silencios.
Estoy encerrado en triángulos que captan aforismos en su
superficie ultrajada por los recuerdos.
Los ángulos proponen fechas y me acarician con sus
números. ¿Hasta cuándo las sombras huirán de mis mentiras?
No puedo disimular, ¡me siento atrapado en la certeza de las
rectas que cuadran lo redondo!
Sobre la yerba corre la última mirada de la noche
transformada en rocío o lágrimas que besan el alma para
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disimular su espejismo de retórica desesperación.

¡Estoy atrapado!
(Paciencia en el vértigo de las horas)

¡Algún día despertaré y podré mentir! Tal vez tarde, pero


mentiré, mentiré hasta que se rompan mis labios y mi lengua
aspire el sabor del polvo.

(¿Aún no llega la claridad que traspase mis párpados? Me gusta


el amanecer…)

¡Oh dioses! ¡Dejad que os cuente mis ensueños!:

"Me haré nube por un momento gris de pasiones y


construiré un paisaje de besos en éxtasis. Me haré nube a través
de canciones y el aire amarillo de un trino.
Me haré nube, caballero blanco de vientos sin origen. Si
no, ¿para qué la sombra de un vuelo..?, ¿para qué esa flor y ese
asombro, ese atardecer lento y el desguace de las trincheras?,
¿para qué tanto sincronismo de planetas, tanto azul y tanto
ruido de corazones?
No hay sintaxis en el idioma de la espuma que pueda
abarcar con su grito la cadencia intermitente de su pleamar en
la orilla..."

"Os hablaré de un árbol sin contorno y todo pintado de


azul. Su fruto son las estrellas y su raíz los hombres. Anidan en
su copa inmensa, sueños infantiles y deseos, esperanzas tiernas
y canciones de amor. El viento es su alma... (mirándolo creo que
podría ser feliz)."
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Yo podría hacer un poema perfecto si tus ojos me mirasen


después de la última brisa. Podría hablarte de amor y llenar de
caricias tu cuerpo moreno de luna y tus mejillas frescas de
besos. Confundiría mi piel en un abrazo infinito y mis labios se
estrellarían en tu boca.
Podría hacer un poema con tus lágrimas y mi tristeza, lo
colgaría en una pared limpia de mi alcoba, para mirarlo desde
mi cama envuelto en tu recuerdo.
Lo escribiría en las nubes porque están cerca del cielo,
porque son blancas y porque no tengo miedo de que el viento se
escape...Yo podría hacer un poema perfecto si pudiéramos ver
juntos el compás terciario de la última aurora...
De repente, te pierdo. Queriéndote en la noche como un
susurro que espera el final de un beso; como la voz que quiso
ser cristal o su proyecto; como nube sin brisa.
Nos veremos cuando todo esto haya terminado, cuando las
nubes vuelen ya sin ninguna prisa. Nos veremos en aquel
paisaje que aprendimos mirando la última curva de nuestro
horizonte. Hemos construido un patíbulo bastante para cualquier
crepúsculo erróneo, incapaz de mentiras.
Nos veremos en las olas cuando son espuma, en los
espejos opacos o bajo astros no nacidos. Juntos los dos, no
tendrán importancia las fechas y los calendarios, devorarán sus
hojas ante la fría respuesta de los relojes.
Ya hace tiempo, después de doblar muchas esquinas, tus
ojos perdieron el terciopelo y tu voz se congeló. Estuve a punto
de ahogarme en el silencio. Pero no, no merecía la pena. Tenías
una espada en tu aliento y una noche a cuadros de luz y
oscuridad en tu mirada. El suelo que pisabas se tragaba todas
las sombras y era una lucha infantil de penas, mentiras y de
muerte. Cuando tus ojos... ¿eran tus ojos?, no importa ya,
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cuando aquellos ojos terciaron trampas de cubilete me deshice


en un lento cauce de agua gris.
Ahora no comprendo por qué, tal vez mañana te ignore de
frente; tal vez me arrodille o, simplemente, diga que te he
olvidado.
Te hice, ¿recuerdas?, una promesa de amor -la habrás
olvidado como si fuera tuya-. Mi boca, engañada, susurraba
crédula: sólo tú, dulzura; sólo tú, pasión; sólo tú, ternura; sólo
tú, dolor; Amor, sólo tú... ¡ya basta! (aunque debes recordar
claramente los sucesos), no me tientes con tus labios en flor.
Quisiera poder decir que ya te he olvidado; pero, en ese
caso, bastaría con un rayo de luna equivocada.
Mi equivocación se despierta al quiebro de la brisa sobre
los ramajes del árbol que planté en mi niñez. Estaba ya escrito
debajo de la almohada azul con bordados amarillos. Estaba en
ese cielo gris que tan bien recuerdo, descolgándose desde los
eucaliptos de nuestro jardín, estaba en el agrio despertar de la
siesta obligada cada tarde.
¡Ya basta! No son mis palabras las que sufren, soy yo
quien te pide una pausa interminable; soy yo quien se muerde
las uñas, porque las sílabas no sollozan a pesar de sus acentos.
Ya basta de canciones y sonrisas, basta de silencios en la
penumbra, basta de siluetas tras las tapias de las mansiones
abandonadas al sol, basta de palabras sin sentido, de ecos entre
la maleza.
Aquella infancia sólo la siento entre voces y lágrimas, no
hay páginas de color en mi agenda y mi adolescencia es un grito
prendido en mis ojos.
No me impidas el camino ciego de las hormigas, sus
círculos son anillos mortuorios y el silencio de los tallos al
atardecer sólo es comparable al patetismo de un paisaje de
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cruces derruidas.
Sin embargo, después de desgastadas muchas suelas y de
infinitos dolores de tobillos, aún te quiero y mi voz se hace
añicos en los chopos regados de brisa; unas lágrimas esconden
mi llanto en esa flor abierta en mis mejillas y un vértice
convertido en esperanzas. No importa que el sol se ahogue y
renuncie a su eclipse, también la aurora se rinde y la luz tiene
aliento de buitre solitario.
Aunque por la noche no te llame, no debes golpear la
puerta del armario. Tus vestidos tienen mis caricias y tu ropa
interior el perfume de nuestros cuerpos unidos. Aquel vaso, que
conoce la estructura de tu boca, está entre mis sábanas; tal vez
un duende envidioso se descuelgue desde el techo de la alcoba
con la pretensión de robarlo.
Mis manos saben bien el rumor de tus espaldas. Queda
acertado el bordado de tu ropa aunque ya las agujas se hayan
oxidado en espera del perfil de mis iniciales.
¿Y el pretérito?: la puerta con cuatro bisagras de acero,
con su rectángulo perfecto y muchas noches a sus espaldas. Tu
puerta con ruido lento a ira y su pequeño alambre de sonrisas.
Tu balcón, con tantas primaveras, con tantas canciones
goteando entre las rejas. Tu balcón, con macetas desde mucho
olvidadas con tres lunas abrazando tus mejillas.
Tu espejo, ovalado por tanto uso con mi figura en su centro
exacto. Tu espejo, con tantas sonrisas y tantas uñas clavadas en
la pared.
Tu cama, con siluetas repetidas y amaneceres en su
cabecera. Tu cama, con nuestros besos y aquella promesa de
volver mañana.
Tu alcoba, hecha todo un mundo inmenso para nosotros
dos. Tu alcoba, mi primer sepulcro y su ventana abierta a los
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recuerdos.
El horizonte se estrecha cada vez más, se aplasta contra el
cielo y mis manos se abren radialmente señalando hacía todas
partes. Siento que el dolor es doble y se multiplica cuando
presiento el dibujo de tu mirada pura y leve, repleta de silencio
y penas incomprendidas. El asco me consume de avaricia y la
duda juega a la gallina ciega y vacila con extraños finales tras el
incierto fracaso de mi sexo.
Luzbel me tiene preparada una gruta de lujuria tras la
espuma del brillo repentino del amor. Para construir su lamento
de oscuridad ya tengo suficientes caricias en los cuerpos de
goma. Cuando huya el aliento de mis dientes, una lengua de
trapo se posará en el vértice de las botellas. Me tiene preparada
una vacilación, un sistema de besos bajo la protesta de luces en
perspectiva. De él, espero una tertulia en las manos y un sueño
en mi piel rasgada de oraciones.
Tengo un sueño, pero ya no es un sueño de amor: Sobre
mi tumba dejaré un hueco para respirar el aliento quemado de
la nada. Un retazo de noche clava en mi ventana su enorme
pupila blanca. Un escalofrío ahonda su clamor en mis huesos
rellenando superficies incompletas de sensaciones
desconocidas.
El humo de mi cigarro y los recuerdos están arrancando
rocío de mis ojos (y tú no estás aquí para acariciar mi piel).
Quizás más tarde, en un último acto de amor, llegue el
homosexual y pueda compartir mi libido.
Mi pecado, Luzbel, ha prometido cambiármelo por un
pedazo de alma y, cuando despierte el tembloroso y deforme
duende con su lengua redonda, me atrapará por los pies
consumando la promesa de los infiernos multicolores.
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(…ya están aquí, eso significa que ya amaneció “Hola, buenos


días” “¿Cómo ha pasado la noche?”, “Seguro que bien ¡con el
frio que hace ahí fuera”. Sí, si al final voy a tener suerte. Todos
los días lo mismo. Yo, mientras me limpian el culo, a lo mío)

Tengo un epitafio sobre mi frente y una rosa de rocío ha


nacido en mi boca. Cuando las manos se hagan piedras en el
pecho y mis ojos eternicen su última mirada, el mundo
subterráneo se hará brisa. Estrechándose, una campana reirá
muchas veces incapaz de una lágrima. Un grito por dentro
vibrará tras las tapias y un árbol esculpirá su propia sombra.
Tengo un sueño derramándose y la caricia de un último
labio se destapa entre fechas. Mañana el cielo cambiará de
lugar y se hará visible un paisaje de rocas. Me sentiré atado al
lento silencio de un imposible cauce.
(Ya no hay ritmo en el pentagrama dócil de las nubes, sólo
un reflejo de extraños paralelismos).
En el horizonte un espejismo ciertamente morboso se hará
triángulo de cuerpos en descomposición sin esperanza. Habrá
cementerios repetidos en el calidoscopio del paisaje. El cuerpo
se hará transparente al rozar la luz su piel y nos sentiremos
atados a la llamada de un amanecer incomprendido.
Tengo un epitafio escrito en mi frente:
"No hay solución, ni respuesta, en las Academias"

(…)

Tanto rumor de palabras para luego la muerte vestida de


silencio a dos pasos de la noche, a dos pasos del día.
He nacido con cada sílaba más no quiero morir entre dos
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líneas. Poeta, sí, pero cada momento más vuestro.


A un cuerpo que es raíz sin esperanza de tallo ¿qué le
importa que el cielo no descubra su frente? Toda mi voz no cabe
en mil tumbas. Poeta, sí. Me visto de palabras, destrozo mis
esquemas y no importan cuentos, sólo un grito capaz de hacer
vibrar los músculos.
En un resto de pétalos sin usar se podría escribir la lenta
agonía de una palabra prohibida -sería un consuelo para las
mariposas enfermas y los enamorados imposibles-. Una palabra
dócil al pliegue del viento que no se rebelase contra la mano
progenitora. Una palabra, una sola palabra sería suficiente para
el cambio diario de las teorías.
Pero podríamos equivocarnos y eso sería cruel, hemos de
cuidar todos los detalles. Un error sería el fin de la metamorfosis
y eso debe estar fuera de nuestras aspiraciones. Se debe tener
en cuenta la proporción de los elementos. Una palabra, una sola
palabra que no indicase nada concreto, una palabra para todos
los gustos, universal en su forma; una palabra que fuese
adecuada sólo para eso: para escribir en los restos de los
pétalos sin usar.
Es muy alta la pared a pesar de las grietas, es muy alta
para dibujar paisajes y hacer ilusorias demandas. Es pequeño mi
brazo y las cadenas están aparcadas junto a mi puerta.
Por las esquinas se presiente una voz arrastrándose por los
muros y el despertador a las seis menos cuarto amenaza con un
amanecer a destiempo.
Las alcantarillas ladran su insomnio y, junto a los caballos
de cartón, un desfile de polvo en las azoteas nos indica el lugar
adecuado para una sonrisa.
Acaso un tronco despedazado de verde quiere intuir un
trazo de mentira en la sombra alargada de las serpientes
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equivocadas.
(Por entonces ya había cerrojos).
Los tallos quieren superarse con anhelos de oscuros
indefinidos y las plantas de mis zapatos protestan por tantas
huellas de asfalto.
La calle se levanta hasta la cumbre grisácea y, poblándose
de lluvia, no encuentra su fin: se pierde entre la bruma nacida
de su cuerpo hasta teñir rocas húmedas.
Un polvillo que bien pudiera ser agua o lágrimas y que son
penas sin rumbo, se apodera del aire vencido por moléculas.
Allí donde tejados sueñan ser firmamentos y los aleros
tejen voces tras las ventanas, resumen los cristales una frágil
protesta.
¡Qué silencio emanan las calles ruidosas!
Una cúpula se difumina en campanas, en pétalos metálicos
de tristeza: son flores que han nacido con la noche, mientras el
horizonte respira con esfuerzo.
La luz se esclaviza en recintos de cristal y el intermitente
latido de mi corazón sigue su marcha disputando con los relojes.
Aún el cielo es oscuro y las golondrinas vuelan con el ceño
fruncido. Los árboles escupen hojas amarillas y la lluvia abre sus
caminos de cristal.
Imagino el húmedo contacto del agua resbalando por mi
cuerpo y en el suelo posándose mariposas de vidrio.
Flores grises son las aceras que se abren en perspectivas
infinitas...melancolía suprema en progresiva amplitud.
Es distinta mi amargura cuando apenas llueve. No es mi
culpa si estoy perdiendo aquellas razones, mínimas ilusiones,
que agonizan entre hojas húmedas.
No hay nadie capaz, olvidando fechas, que pueda eludirse
tras las cumbres. Si acaso un pequeño eco quisiera indicarme
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dónde nacen esas traidoras nubes de sueños.


No hay palabras bastantes para cada crepúsculo, ni
cigüeñas que aniden en idénticos cielos.
Ya está hecho el silencio.
En el reino absurdo de los naipes hay eclipse y tres auroras
se repiten, temiendo al día.
Vamos a coronar el llanto metálico de las fábricas con el
papel impreso y sus firmas en perspectiva.
Falta una razón para completar la sintaxis y un acueducto
al reverso de su mano vidriosa.
No hay peligro de superficies aisladas ni esquemas de
rebeldía. Nos han regalado un camino opuesto al azul, un cruce
sin esquinas y un llanto para todo uso.
En el reino absurdo de los naipes sí hay un hueco para
sangre coagulada y una elipse a ras de los labios.
Vigilando la lengua amarilla y sucia de un camaleón distrae
su llanto la momia de las cavernas.
La Historia se revuelve en los libros y escupe la sangre de
los vencidos.
Los guardianes del zoo tienen frío las tardes de primavera
y, presintiendo tibiedades, conspiran abrir las jaulas.
Los ojos de los niños petrifican los muñones de las
margaritas arrancadas.
Mañana el rocío será de plástico en el césped de la colina y
los hijos de Júpiter, jugarán a los dados en la boca de los
muertos por asfixia.
Los cuervos vuelan ya.
Mañana, tras las esquinas, nacerán los hijos bastardos de
la Luna. La ininterrumpida sucesión de hormigas -futuros
habitantes del reino-, se reunirá, junto al perfume que traje de
Francia y los gatos serán sólo estáticos monumentos de
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histerismo.
Estoy insinuando caricias a las paredes y mis besos se
aferran a los puntos cardinales.
En el recuerdo aparece aquella noche en que me disfracé
de hiena para perseguir a la Luna, pero los barqueros la
empujaban continuamente y un borracho la rompió cuando
descansaba en un charco.
Todo es pequeño en un mapa.
Atrás quedan los barrancos que lastiman como el uso
complicado de un peine y tus palabras ya no bloquean mis
brazos para saltar de mi costado a la penumbra.
Estoy arrepentido de mi nombre escrito en la superficie del
lago y de las piedras rotas a mis pies.
Atrás, muy atrás, los crepúsculos resbalan entre mis dedos
y tu frente suave recibe mis besos, todo es flor de harina en la
humedad de un paisaje. Atrás queda el viento en las alas de un
pájaro y las ramas de aquel helecho cansado de soportar
nuestra presencia.
Un torrente de plomo se hace astillas en un cauce colmado
hasta el equilibrio. Las horas se hacen fuentes al reverso de tus
labios, no quedan caminos y las caricias han muerto para casi
siempre.
Hasta el humo se ha callado y yo lamento mi tristeza y
deseo ser la lluvia o su ruido, el grito o su goce, un náufrago en
la arena donde tu silueta se enrolla bajo el sol del mediodía.
Seguiré frío en la intemperie, con el desengaño al filo doble
de los labios, mientras deshojo una a una las brumas que se
ciernen a mi alrededor. Acaso te encuentre en un rincón de mi
tristeza.

(¡El desayuno! Hoy debe tener sabor a chocolat suisse, ¡que


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rico!)

El vaso y una flor. El libro y una página: unos versos


subrayados.
Poema de amor, un grito en un desierto de cruces.
Las golondrinas no contarán las vueltas de las veletas
antes de comenzar su viaje. Estoy ahogado en silencio entre las
flautas sin estrenar que alguien enterró con furia. Gargantas en
tensión inversa. No hay voz.
¡Qué dolor de palabras sin pronunciar!.
Aunque anoche el campanario rasgase sus palomas en los
cuernos de un milagro, no habrá estrellas fugaces ni alas
batidas a destiempo. Sólo un café y un cigarro.
¡Qué dolor de palabras sin escuchar!.
Posiblemente aún te espero aunque intente ignorar tu
rostro y tus fechas.
En el campo las sendas se cruzaban sin descanso de
verdes y un lejano ruido en efervescencia colgaba de una Luna
casi cuarto menguante. Un crudo enjambre de grillos tensaban
sus cuerdas sobre la sombra de un apretado entre las hojas.
La noche se alargaba sobre el contorno de los valles
acurrucados en unas manos y tus labios se presentaban
ansiosos tras las notas discordantes de los lepidópteros.
Entre aquel sentimiento se escapaba una sombra y las
estrellas se ignoraban unas a otras para una mayor sensación
de soledad.
A la mañana, dibujada en un minutero o su saeta, no
recordaba mi camino y una huella inútil se deslizó entre dos
arbustos y su aroma. Se cruzaron mis dedos en un paranoico
intento y un ruido saltó de dos nidos cercanos.
P á g i n a | 23

Un abril de amapolas resucitó en la pendiente interrumpida


de un surco olvidado, mi mano campesina te odió tras la
mentira de las tradiciones.
Ya no tengo las razones que alimentaban mis sueños. El
horizonte me recibe con una mueca de espanto y ahora tengo
un camino y una fecha para consumir en silencio.
Cuando la calle resume su perspectiva en la vertical del
cielo; cuando una campana dispersa su brillo y tiñe de bronce
las nubes, ¿dónde estará el tallo de la superficie?
Cuando las ruedas machaquen su rotativa haciendo fácil su
empeño; cuando las cavernas no encuentren sitio para sus rosas
frescas o fuego, ¿dónde la mañana empieza?
A través de giros en su costado y patente velocidad de
ruegos, hemos construido entre dos labios un lecho de olas y
arena.
Para sentir las púas acechando tibias entre puñales no
necesito la profundidad exterior de las sílabas bien acentuadas.
Cuando el paisaje duerma bajo las olas fúnebres como
ruido al crecer; cuando las serpientes se diluyen en sombras,
¿dónde tus ojos, dónde tu pelo, dónde tu nombre de mujer?
En un sobre blanco sin caligrafía ni huellas dactilares, está
el amanecer meditando la suerte de los tahúres.
Hay una masacre de sudor y labios cautivos de blasfemias
en las manos sin uñas. Brillan los círculos mientras la sangre
petrifica en las venas un latido erróneo. Cae la noche desde las
lámparas a una copa de brandy y las saetas del reloj se
confunden al señalar una hora en punto.
En el sobre blanco, también sin fecha, hay un vía crucis de
pasión y rectángulos de odio impreso a máquina.
Un motor suena hasta insinuar mentiras en las ruinas sin
distancia, las rocas despiertan cuchillos prontos a florecer entre
P á g i n a | 24

la arena.
Cuando el horizonte se deforme, podremos rescatar la
sonrisa de la llanura y abrir poco a poco la boca para disimular
nuestra desgana.
Antes de gritar por segunda vez, pensativo en mi lengua,
se rizará una esperanza hasta que el eco se aplaste.
Rompamos las cajas de caudales y miremos la mueca del
río por última vez.
Antes de llorar dos veces los arrabales del miedo y
nuestras uñas, estarán al descubierto de las miradas. Antes de
un nuevo crepúsculo en la cumbre y un salto sin distancia
calculada, veremos gotear repetidas veces nuestros ojos en la
almohada.

Renuncio a un grito; renuncio a las miradas tiernas y a las


caricias de las olas. En el rugido de la tormenta presentida, mis
manos balancean la promesa de un sueño temprano. Podríamos
construir torres de algodón con las huellas acumuladas en mis
hombros.
Renuncio al capricho multiplástico del Sol; renuncio a
cambio de un cielo sin pájaros de petróleo.

La muerte se escapa de mi lado por el costado izquierdo


del cuerpo: he descubierto un sueño de vida con amplitud.
Las puertas emparejadas y bocas enfermas en la
penumbra, son perfiles que arrebatan a las caracolas su hastío.
Aún es pronto, pues un alboroto de palabras me dice que
el lugar del olvido no está trazado, ya sabré de lunas nuevas
entre el polvo de los cráteres amasados con parsimonia y ruidos
entre pétalos.
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La muerte no es completa si no consigue sucesiones de


pájaros dos veces sin plumas y un amor nunca se repite entre
respiraciones no sincronizadas. Sólo un grito a deshora o su
esperanza puede dar fin a la excéntrica caligrafía de los
sepultureros.
Si mi voz fuera un cristal que pudiera reprimir un destello;
si mis palabras fuesen flechas tibias y no ahogasen su huella en
el silencio, si pudieran arrancar el corazón helado de nuestras
promesas a la almohada, si no tardasen tres veces en abrir
párpados de ceniza.
Si mi voz fuera un cristal para la estructura adrede de una
roca, si pudiera repetirse cada aurora y vibrar junto a los
números; si mañana tuviera un lugar en nuestra espalda, mi
alma sería un mundo entero de nombres sin pronunciar.

Repito y repito: soy un enamorado de las estrellas de


última magnitud, soy un abstracto latido sin eco convertido en
punto opaco y sencillo, soy una voz que quiere ser oída.
¿Para qué tanto derroche de oraciones, de caricias y
mentiras? A veces las preguntas se pierden en el tiempo y
esperamos un desnudo después del rocío. Para evitar gritos
soñamos un sueño hecho de pisadas en la pendiente. Quizá
haya un planeta en aquella cumbre.
Nunca el cielo fue tan pequeño.
Cuando se espera los minutos balancean sin piedad
compases repetidos o sus ecos, tal vez no oigamos pero
suponemos el latido de unas estrellas que insisten en no ser
olvidadas.
La aurora sin remedio acude a mi frente ya con arrugas, ya
con hielo, ya con luz.
Sin respuesta amanece una interrogante dibujada en mi
P á g i n a | 26

voz, mañana reiremos nuestra grotesca comedia, nos


disfrazaremos de mimos y lloraremos henchidos de placer.

Una sinfonía no se interrumpe por un suspiro en labios de mujer.


Vibran las cuerdas a golpe de corazón.
Cuando la penúltima cifra de un balance se despierte a
fuerza de calumnias todo parece mentira. Ciega de tantos
viajes, la vertical tropieza con una barrera de cenizas.
Sólo tú me alcanzas. ¿Y si fuera cierto tu mano blanca?, ¿si
fuera de hierro la dentadura del encuadernador? Qué llanto de
tinta, qué flor de fruto sintético.
Una sinfonía no se interrumpe por un suspiro de mujer. Es
un juego con las manos atadas.

(…)

En el olvido, máscara helada de un recuerdo, yace el


cadáver de una margarita sin tallo y deshojada.
Surcando ojos sin pupilas en rostros de acetato, suena el
eco de la margarita que agoniza hundida en un vaso; la lisa
pared encierra, como en un marco, el ahogado sollozo de un
llanto. Alguien arrancó sin piedad uno a uno sus pétalos,
suplicando una respuesta. El reloj de muñeca se vuelve loco y
un cajón entreabierto deja escapar retazos de sombras y
estrellas fugaces.
Un frío desarme de icebergs nos dice que la lluvia no basta
para tantos surcos.
Conciertos de sombras que se desmayan a mis pies, sólo
un brillo, un rumor despacio, me basta para no pensar en ciertas
mentiras ni en sueños decapitados por la traición.
Un árbol que clama piedad, alza sus muñones sin
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primavera a un cielo insensible a las promesas. Una ventana, un


rectángulo en brazos fugaces, aislada entre las cejas fruncidas
por el desengaño
Es doloroso dejar en la duda un llanto agrio de sorpresas
pero hace ya tiempo la pausa de los latidos quedó en silencio de
besos.
Las sombras se disuelven entre mis dedos y las estrellas
son insuficientes para la humedad de todas las rocas de la
tierra. Un arco iris insólito puebla el aire de pájaros, mi
esperanza está degollada por el tiempo latente en caricias
insinuadas.
Aún hay moléculas en las llanuras para deshacer el
insomnio en el último lamento. Pero no es sólo viento, hay un
lento azul y las sombras se disuelven.
Quiero abrazar con mis párpados el mar tibio, quiero besar
el mismo camino de piel, quiero llorar sobre el amanecer que,
irrepetible (como una oscuridad de repente), tratará de
comprender el significado de las alas batidas a destiempo.
Cuando a las perchas les llegue su otoño y a los caminos
su primavera, no tendrás hecho el equipaje, ni calendario.
Voy hacia árboles tiernos en la lentitud fugaz de las
caricias, sin lamentos, mi ideario escrito al revés esperando un
ferrocarril que siempre se retrasa.

(…)

Como si fuera un archipiélago de voraces enemigos y un


laurel condenado a perpetua alabanza de superhombres. A
pesar de tiempo y de distancias, no tengo en mí la total
evidencia de un presagio certero.
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Si caminamos juntos y luego el camino se hace estrecho,


alguien deberá resignarse tras las últimas huellas, ¿serás tú?
No debes de sentirte arropado por aquella promesa. Dicen
que la pasión se hace fuerte en los ojos, pero hay mucho que
discutir sobre la veracidad de la simetría. Antes, mucho antes de
conocer la alegría de un acierto pleno, debemos calcular nuestra
resistencia. Yo podría quedarme atrás, pero sería cruel para mi
dolor de tobillo y además no estoy para excesos de caridad.
Debes conformarte con la decisión de las estrellas. Lo
realmente importante -como sabes-, es seguir cueste lo que
cueste. Sería inútil una mínima protesta, estamos hechos al
abrazo de las cadenas.
No podemos desviar el rayo de la última aurora.

(Ya llegan a mi cerebro los barbitúricos diluidos en el


“desayuno”, pero no hacen nada, hace años que nada hacen…)

No te podía dirigir dos veces el mismo aliento al caer


repentinamente una sonrisa de tu perfil.
Llámame cuando quieras, pero antes de nada desentierra
las pasiones que nos mantenían vivos. Es bárbaro y vulgar el
número capicúa que da comienzo a tu epistolario hecho espejos;
no quiero pensar en ese soporte de metal endurecido por donde
caminan todos los arroyos del planeta.
Llámame cuando quieras, pero antes averigua si la música
ya no teme el ritmo febril de los danzarines sin cintura. Podría
confundirte detrás de un opaco manantial de sonrisas aunque, si
lo piensas, no vale la pena. La Luna quiere ahogarse en el mar.
Ruidos de gaviotas y olas encerradas en sus giros, saltos
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hacía el cielo y reflejos de sombras en tus mejillas. El sol resbala


por las pendientes y se hace fuerte en mis hombros, como un
brillante aprendiz de esperanza.
Podría confundirte entre las ramas extendidas de norte a
sur, pero hay que tener en cuenta la metamorfosis de las
mariposas.

(…)

Eres igual al negativo de una fotografía mal revelada. Tan


absurdo como una pendiente duplicada y una meseta en el
fondo del mar; como una lluvia de compases enternecidos por
una mano femenina.
Eres cruel como un espejo sin mentira y un amor entre
nubes, como una carcajada en los monasterios y una espina sin
ninguna flor.
Eres triste como brisa sin trino o una hipocondría
demasiado contagiosa; como un astro prisionero en su órbita y
una caricia sin respuesta.
Eres frío como un frasco sobre el mármol y un grito bajo el
agua; como una región fuera del mundo y una sirena que ha
perdido la razón.
Eres un mundo completo amigo y tu foto un eclipse en mi
mesa de trabajo.

Si ya no puedes entender las rosas que se posan en mis


párpados es imposible la cadencia repetida de una brisa
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concentrada en las hojas del otoño. Acaso si con tu piel pudieras


sufragar mis pecados no sería imposible una solución.
No sé nada de tu rebaño de cascabeles de avaricia, sólo
que a partir del tercer latido, podría arrancarme el corazón en la
menguante esperanza de un sacrificio forzado por ti. Acaso con
la sinceridad salve con un breve vuelo las distancias entre
nosotros y nos repita que las violetas son flores.
Voy a encerrar mis sueños en un papel sin pentagramas
sedientos, bajo superficies que sangran venas o crepúsculos
superiores a dos certeros latidos de estrella apagada para que
luego, un trino errante, semivacío de lánguidos gritos sin eco
tras esas nubes superficiales, alimento blanco de lluvias a través
de canales y rizos.
Para que ese trino suene en el cielo, para que mi voz sea
oída en su último intento, para que tú no olvides sin lágrimas,
voy a encerrar mis sueños en un papel.
Ya los surcos son rojos, despiertan con tristeza ante esta
mañana olvidada de estrellas. Ya las voces perdidas en este
último rocío intentan comprender el latido de las últimas
cometas.
Donde fueron los hombres no quedan las palabras, ni aire
para el intelecto, sino raíces hechas tumbas. Donde van los
hombres ya no hay caricias.
Entre la pausa de dos lágrimas y el silencio de dos suspiros
está el quejío de la maroma, tensa entre olas encadenadas.
Entre las nubes y un horizonte está la Luna surgiendo de las
profundidades y un vago resplandor de peces sin paisaje
adecuado.

Como un soplo, un cauce débil en los tobillos; como


atardecer en clave absurda, como ilógico balanceo de los juncos
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se hará la noche, insomnio en las acequias y croar intenso de las


ranas hasta el último latido de sus fibras y el reventar de
nuestros tímpanos. Noche en todo su sentido de sombras y
espumas, rasgada por esa Luna solitaria como en su principio.
Aquellas nubes, como cárceles funerarias, me sacian como
el salitre de una brisa presentida aunque no deseada.

(…)

Mis ojos persiguen indecisiones en la bruma que se posa


dócil sobre llanuras olvidadas tras el asombro de una noche
repentina, un escalofrío psíquico transforma y dispersa la
sensación de sentirse libre.
Ahora lo comprendo: la estación llena de raíles y mi pecho
respirando humo, humedad, rugidos y engranajes. Un hálito de
indiferencia estrecha mi corazón con la duda intermitente de un
paisaje gris, monotonía de latidos que confunden mi corazón en
arañas de luz y estómagos redondos.
Y mis recuerdos dibujan lágrimas en la oscuridad meciendo
el éxtasis de una huida con destino al mismo lugar. En él se
escucha el grito de la madera y a través del asfalto unas raíces
pretenden escapar.
Quisiera tener una excusa para teñir de azul los suspiros
pero ni los pájaros disecados me podrán explicar la
metamorfosis de la lengua.
Aunque el día sea eterno en su esfera, no será libre el
canario que quiere romper con sus trinos la jaula de oro repleta
de alpiste. Tampoco estará en su cenit el sol porque hay órbitas
trazadas en los espejos.
Se escucha el grito subterráneo de las raíces que quisieran
ser tallo y el tallo que quisiera ser flor. La flor, en su límite,
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quisiera ser mariposa y luego quisiera ser jilguero y, un día, ser


libre como águila.
Pero no, mis manos atadas al cuerpo y mis pies hundidos
en la tierra y sólo mi voz escapando del subsuelo de mi piel.
Por las esquinas que se abren despacio y las veletas
oxidadas por mil brisas, se ondula la proyección de la hierba
junto al resto de un herbolario infantil.
Hacia el recuerdo de los hombros en tierra y zapatos
divagando, el árbol se enriquece con fruto marcando en la
lejanía los recuerdos. No creas en el concierto de los muelles, ni
en los espejos estrenados los martes, es más absurdo que el
sudor de los huesos y las arañas ahogadas en rocío.
A pesar de todo esto, no tengo resuelto el final de este
paroxismo.
No quisiera volver a mis manos clamando cielos
agonizantes, pero a veces no se pueden olvidar los otros
márgenes del llanto. Unidos poco a poco al latido de una historia
no elegida, nos deshacemos en canciones al quiebre de un
crepúsculo hecho adrede.
No creo que importe demasiado mi grito si he sido para ver
amanecer hoy.
En las calles hay contornos que escupen libido en acuosas
disoluciones de aburrimiento. El adolescente se masturba frente
a la sombra chinesca de un desnudo. Se vende el verdoso
aliento del sexo en frascos de papel para ser pasto de pupilas
sin horizonte. El asco se hace muchedumbre en los labios vacíos
de besos y las caricias se adivinan en estáticos perfiles sin alma.

Jóvenes y viejos esgarran su instinto en brazos abiertos de


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Luna llena y, en los portales, besos sin cristal se clavan en la


penumbra de una respiración acelerada.
Es mentira el sabor frío de las uñas que arañan los cuerpos
con el placer alquilado, es mentira el último latido y la relajación
del deseo. Es sólo un grito agudo de la piel sin calor y la espiral
abstracta de un llanto reprimido en los espejos. Es sólo un
amanecer en la selva metálica de las calles, es el rugido de una
sombra que atenaza nuestro cuello redondo de ausencias.
En las calles han trazado sendas de alcohol y desiertos de
lujuria y se tornan llaves que cierran el instante breve de un
grito mal reprimido.
La ruptura es difícil. Atraviesa las vías del ferrocarril donde
los mendigos acunan las noches y sus hijos, las ranas y su
insomnio. Un camino de hierro en la ladera señala el suelo de
una próxima estación que se anuda en los tobillos.
Los muertos ya no usan goma de mascar ni abren su
estómago a las doce en punto. Sólo los mendigos erizan su
cabello con la electricidad de los gatos usados en las
disecciones y cuando la noche abre sus brazos para que la
humedad llegue a su garganta, la mirada del sereno observa el
terror del último paseante solitario.
El cielo despierta su ojo dormido; ya es de día y los
mendigos correrán por las vías del ferrocarril persiguiendo al
maníaco sexual y después emborracharse con su sangre.
Sobre el agua crecen mis lágrimas a favor de la corriente.
En la orilla me esperan los vecinos para cantar canciones
impúdicas. Me esperan las porteras y los hijos de los borrachos.
Seguiré mi lluvia hasta que los ojos se vidrien y mi aliento
se eleve hasta cumbres de nieve y espanto, lloraré hasta que mi
voz descorche las botellas donde fermenta el licor de los dioses.
Sólo un arroyo que niegue el canto de los buitres podrá
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detener tanta miseria. Sólo la sed junto a un vaso repleto hará


que la fábrica detenga su inexorable marcha de motores.

Mi voz no es sólo llanto de cristales en los tejados. Quisiera


ser burbuja de rocío sobre la compacta arcilla de mi tierra. Mi
voz tiembla en los labios y muere con un lento balanceo de
paisajes, le pondré retazos de espuma y alas con vuelo
asimétrico para dar un concierto de ira al susurro sin pausa de
las nubes en cadena.
Dejaré mis dientes como teclado dócil de las palabras
porque mi voz no es sólo mía, es trigo bajo guadañas y pan para
el solitario vencedor de los metales.
Los cadáveres tienen hambre de tierra y yo quiero tener un
sueño, pero, para eso, tendré que despertar a los muertos y
prestarles mis alas infinitas y mis manos anónimas, una jaula de
cristal con bisagras de metal.
Yo quiero tener un sueño azul y colgarlo en la pared de mi
alcoba junto al fracaso de mi ángel. Pero no tengo marco para
encerrarlo....Iré al estudio de mi amigo el pintor y le pediré un
trozo de Arte para levantar un monumento en el aire viciado de
mi habitación. Fumaremos juntos y le ofreceré un vaso de vino a
cambio de robarle un pedazo de azul en un cuadro inacabado.
Después reiré en una esquina pero no le devolveré ni su
pincel, ni su cuadro, porque yo quería tener un sueño azul sin
molestar a los muertos.

(Sí, ahora es “tu momento”, todos los días, no te olvido y no te


olvidaré ni en mi segunda muerte…)

Fue dos veces triste cuando quise ser flor para tus
lágrimas. No importaba la lejanía del mar y no quería entender
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la causa por la que la maleza no es siempre verde.


Si tú me consolabas el tiempo se rasgaba y las rosas
abandonaban su pose artificial, las montañas seguían mirando al
cielo sin temor al pequeño arroyo.
Hoy tu mueca aún prende en tus labios sin que nadie me
explique la causa de los relojes de sol. Nada debo reprocharte;
si me quedan palabras podré olvidar el hueco en tu piel después
de una noche entera. Pero las bisagras que articulan mis
caricias necesitan ruidos de besos para que la música de los
violines no se sienta sola.
No tengo tus caricias, pero una voz suficiente completa mi
aliento a través de convexos lamentos ya hechos canciones.
Te quiero al sur de los arroyos y a través de la súplica que
hizo alegre aquel azul derramado sin poder adivinar la tragedia
en los tallos que respiran a media voz, acurrucadas con
vergüenzas en el punto exacto de los amaneceres.
Te quiero en la cumbre que siempre mira al cielo
arrastrando nubes hacía el valle después de una lluvia resumida
en las rosas.
Te quiero libre, ya lejos de palabras hundido en las ondas y
en el misterio de mi mano abierta y marcada de trinos.
A la sombra de las primeras consecuencias, me siento
completo ante tu olvido. Ya es tarde y las ramas enloquecidas
repiten un mismo gesto.
Mañana volarán las alondras supervivientes sobre el
espejismo de un horizonte hecho noche.
Un ruego, si fuese sólo una pregunta estaría inacabada,
pero me basta un signo en tus labios para ofrecerte mi aliento
derrotado.
Te escucho en la mirada fugaz de un brillo logrado a
tiempo y con la fácil antelación de un rasgo en tu silueta tras las
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cortinas. No es preciso que tus manos se repitan cada tarde


como nubes, estoy hecho a tu cuerpo de azúcar como el humo a
las paredes de mi alcoba.
Un ruego está en cada esquina y en las calles sin nombre,
en las aceras que impasibles soportan una hilera de tacones
sollozantes. Siempre resulta incompleta una sonrisa en las
ventanas sin vidrio, sólo la Luna es doble y anuncia a tiempo su
presencia.
Hace ya tiempo sollozaba -lejos del saludo de las
mañanas-, en tu fotografía. Solamente la lluvia me acechaba
con su ritmo (sólo la tarde y las nubes que se difuminan en su
sordo deseo de ser espejismo o ave).
Hacía ya tiempo que en los relojes tus manos se deshacían
en turbios finales. Algún día (¿soñar?), a media distancia entre
las hojas desgastadas de un calendario, volveré a tus ojos para
escribir un último adiós sin lágrimas.
Estoy al borde de un cataclismo. Estoy consumiendo una
palabra sin nombre.
Un sacrificio de sombras consumen un corto espacio entre
las saetas. En medio de una huella despierta un avispero ya
señalado y un beso insinuado se acerca al balcón de papel para
escuchar el ruido del amor distante.
Soy mártir de noches pintadas y la esperanza de no
despertar nunca. Tampoco por llorar conseguimos que nos
amen.
Quiero hacer camino pero algo parece decirme que una
boca se rompe antes de decir libertad. La respuesta está escrita
antes de cualquier pregunta, no basta tu promesa.
Como antes, recuerdo tu consigna y agradezco el gesto de
los pastores cuando ignoran que las llanuras sueñan aceras. He
soñado hacia atrás cortinas de niebla capaces de sofocar el
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bramido de los portales con agujas o brisas sin esfuerzo.


En tus rodillas hacía los puntos cardinales, hay un reflejo
de sol que pretende una espalda de arcilla para modelar.
Los días de la semana están empapelando mi alcoba de
tantas noches diferentes y una huella en la alfombra me indica
un horizonte reflejado en el quicio de una puerta sin barnizar.
Estoy sólo, mi reloj con insomnio. El miedo de mi cama me
es desconocido. Sólo.
Jamás los caminos sirvieron para menos y los pasos
impresos en ellos ya no acompañan.

(…)

Hay un mosaico de rostros interiores en las rosas, un


lamento de raíces bajo las piedras y una voz....una voz que
pudiera ser un trino equivocado o, si la tarde fuera tan sólo un
eclipse de dudas, una oración de papel.
Hay un máximo esplendor de silencio a medias con el
murmullo de una flor al abrirse. Una voz incomprendida de
besos al atardecer, errante en las nubes solitarias.
Hay un círculo desordenado de ojos simétricos con la
mentira de un perdón y una voz, una voz que aprieta sus uñas
con desengaño en las mejillas sin límite.
La superficie, que redondea la elipse de difícil contorno y
equilibrio, estalla en mixtas suposiciones y curvas que se
pierden en el infinito.
Los sinuosos conjuntos de rectas, del más simple al más
complicado, proyectan su sombra en el espejo sucio e
hipócritamente ovalado. Y luego, las tres dimensiones que un
error hizo mezclarse de golpe, confunden su contorno y se
sienten como una silueta y el horizonte.
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El eco dibuja absurdas espirales con restos de voces


semicuadradas y alarga en sentido contrario el latido irregular
de las estrellas.
Un recuerdo se disfraza de lluvia puliendo el seno de las
nubes y un triángulo por siempre equilátero surge.
¿Quién medirá las coordenadas que encierran el corazón
sin forma?, ¿quién fijará el único centro de esa esfera de tiempo
rota?
Una sucesión de puntos cuadrados da fin al paroxismo
doble de la espuma. Me hicieron esclavo a golpes de labios sin
escrúpulos. Un sabor no se distingue entre sombras y paladares
de esparto.
Los laberintos se niegan ante las preguntas y a pesar de
los brillos que se bifurcan, dos ojos no tienen siempre
continuación cuando las manos están lejos.
Canción o rezo, música o grito, paisaje o espejismo. No soy
capaz de reconstruir las palabras cuando se diluyen entre aguas
densas...las cadenas esfuerzan el olvido de la verdad, pero no lo
siento si clavan en mi espalda ahogando peces de madera bajo
un firmamento sin estrellas fragmentadas.
Una ola y su perfil, un sueño y su principio, un tallo y su
límite, antes y después. Silencio, oscuridad.
Un cristal en las sienes: estaré quieto pero no muerto, aún
existiré para enturbiar tus labios y presumir de ojos al galope,
para inventar una lluvia nerviosa y escuchar los violines.
No rechazo mi cuerpo arropándome con el rumor de una
música gradual, no lo haría ni aunque entonces hubiese
mentido, si lo hubiera hecho, estaría más cerca de esa Luna sin
ganas de vestirse de amianto o retazos de cobre para
protegerse de las inevitables radiaciones.
Sobre mis hombros el tiempo esbara sus ventosas de
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insomnio y puñales con flores y pétalos nacidos a destiempo. Un


cristal en las sienes: silencio, oscuridad. Mientras, un súbito
quiebro de la bruma persiste en rizos descubiertos y vuelos al
bies de una ladera nacida de pronto.
Un nuevo despertar sobre labios subterráneos me acaricia
por entre dos gritos. Sabemos lo que ignora el río si no fuéramos
capaces de olvidar tan pronto. Si acaso la arena nos levantase
los pies, tal vez caminaríamos sin cinturones y aprenderíamos
sonrisas.
No hay remedio capaz junto a una lágrima, ya de lejos, el
brillo se repite en un lago hecho adrede con rocas y olas
trenzadas por uñas ennegrecidas de tanto pasar las hojas del
mismo libro.
Es tarde para borrar huellas, para callarse envolviéndose
en la niebla de los cabellos arrancados con prisa. Es tarde para
un futuro arrancado a las saetas de un reloj.

(¿Qué ocurre? ¿qué está pasando? ¿quiénes son todos estos?...


¡Ah, eres tú! Por fin has venido, tu voz… ¡hace tanto tiempo!
Pero no entiendo… ¿qué estáis diciendo?... “desconectar” ¿qué
van a desconectar?...)

Aún estoy aquí. Las horas tejen su red de minutos pasados


(después de haber rezado tantas veces, ahora no tengo
oraciones para olvidar). Miro un punto fijo, tal vez estrellas de
día en un charco y trazo esquemas incompletos en planos
estrechos.
Siento la tácita presencia de mi frente orientada al sur y
degollada por la brisa. En el cielo se dibujan espectros y
contornos indefinidos que varían el sentido del horizonte. Mis
recuerdos se hacen raíces sin poder evitarlo. Pero no lloro, sólo
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sufro...
Se han ido las cigarras con las cuerdas rotas en su lengua
y el agrio aliento de los relojes en la mano del cronometrador de
latidos.
Se han ido los pájaros de las ramas tiernas y la última
mirada se ha perdido en el vértice de la esquina y yo me iré con
ellos, mártir de circunferencias, al reino elíptico de los fósiles
cuaternarios.

Pero las cavernas son frías y las huellas recientes.

El aliento es húmedo detrás de las tapias y debajo de los


puentes sin orillas. Estaré allí esculpiendo sonrisas en la roca y
clavando mis uñas en el nácar de los paisajes sin rocío.
Se irán las cigarras detrás de las montañas, me iré con
ellas para enterrar mis sueños.

(No hagáis “eso” ¡por favor!, no estoy muerto, ¡no sufro!, de


verdad…)

A través del fango metálico de una esfera indeterminada,


podríamos percibir alguna llamada fuera de esquemas; pero
sería muy complicado a partir del último encuentro con la
suciedad de una oración mal murmurada.
Estamos fuera de lugar, aunque tengamos el pensamiento
atravesado por el fragor de un silencio malcallado. No hay un
final apropiado para la sucesión absurda de un acontecimiento
más o menos reprimido.
Es mejor esperar. Tal vez pronto o quizás nunca, llegue
aquel arabesco de lágrimas que nos gustaba abreviar con un
lento presagio de tragedia.
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Cuando se sucedan los hechos con prontitud de rocío, ya


no habrá un subsuelo atento a nuestro fracaso de luciérnagas
incógnitas, al fin sabremos lo que, a pesar de la reducción de la
atmósfera, queríamos ignorar.
En el fondo, es un consuelo despedazado por las bocas de
las hormigas; si ellas fueran poetas no nos despertarían nunca.
Acaso más tarde....¿más tarde?; pero, ¿cuándo?
No queremos arrollarnos a la espiral desencadenada de
nuestros huesos, pero, en el fondo, deseamos un ligero acto de
incomprensión bajo la repugnancia de los insectos.
Comprensible contradicción. Para eso estamos y queremos ser.

(Yo soy feliz con mi poesía. Sí ya sé lo que piensas, que es


“diferente”, “difícil de leer” o que “eso no es poesía”, pero yo
soy feliz…)

Si me escuchas, insolente espectro del día final, divagando


respuestas inconcretas, no dejes así la puerta... ¡Ciérrala! Que
las sombras, perfiles escuálidos de celestes mensajeros, caben
por las bisagras y las cerraduras.
Cierra la puerta y no dejes entrar al aire que aún sueña
ramajes verde oscuros y nubes de color.
No quiero que mi voz pierda matices en la extensión
absurda de las tumbas sin epitafio.

¡Ángeles que escupís mentiras!, fantasmas de la verdad


que durante el ruido de vuestro vuelo, nos dais constancia de
nuestro destino...
Cuerpos suaves, rostros dulces, ojos....[el sudor no mancha
mi camisa cuando el viento recorre mi cuerpo sin temor a rasgar
mi piel (¡cómo vibran los chopos al ritmo febril de las galaxias y
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relojes..!)].

En un sueño que nunca tendré, montaba un escenario en


mi alcoba oscura; la Luna en la ventana y las puertas de mi
armario con júbilo abiertas en espera del alba. Soñaba palabras
nunca escritas con el sudor de los muertos ya fríos, pero un
viento de luz, tal vez estrella fugaz, surgió de mi bolsillo
(¡adiós!). Las sombras se durmieron en el espejo y las flores
consumían, con indiferencia de araña ya satisfecha, su aroma...
¡Es mentira!, de los sueños y de los libros sólo escapan los
héroes... ¡Quiero al color amarillo, las luces cegadoras, los pelos
erizados, el grito soez...!
¡Necesito luz!
(¿Acaso el Amor será nuestra única salvación?).

Ciudad de México 2001


Valencia, España 2010
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