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Montero, Mayra. “Pueblo”. El Nuevo Día.

29 de octubre de 2006

Tomado de: http://www.endi.com//XStatic/endi/template/nota.aspx?n=99422#

Pueblo

Por Mayra Montero

• El problema fundamental en todo este litigio es que la gente con verdadera


capacidad de respuesta, con pensamiento crítico y voluntad política, no ve la
televisión local

¿Por qué un caso tan grave como el que afecta a la televisión puertorriqueña no ha
despertado un auténtico oleaje de protestas y fervor nacional? En uno de los canales
despiden a decenas de empleados, lo que significa que meterán nuevos programas
enlatados. El hecho de que muchos de ellos sean compañeros periodistas, le ha dado un
especial matiz a la noticia. Es justo reconocer que si todos los despedidos hubieran sido
técnicos, la situación no habría generado ni la mitad del estupor y el despliegue noticioso.
Porque esto no es nuevo, viene ocurriendo desde hace tiempo, lo que pasa es que ahora
ha afectado a personas conocidas, espacios que creíamos intocables.

Simultáneamente, se anuncia que otro canal ha sido adquirido por una compañía que, de
acuerdo con lo que leí, posee la más grande cadena cristiana en Estados Unidos, y a mí se
me antoja que eso podría llegar a ser funesto. La derecha cristiana comprando canales en
Puerto Rico. Éramos pocos.
En cuanto al otro canal, el del Gordo y la Flaca (y los menciono a ellos porque son como
el espacio emblema de la farsa multicultural, que no son varias culturas, sino una sola, la
del que manda), pues continúa con su trayectoria, que es la más coherente de todas. Ellos
sí que no se andan con subterfugios ni hipocresías. Vinieron a eso. Están para eso. Ni
siquiera se sientan a conversar con los sindicatos ni con nadie, ¿para qué? Van a seguir
con su estrategia y no se van a desviar ni un milímetro. Y en esencia, tienen la misma
agenda que los otros, sólo que los otros cacarean su sentir boricua, sobre todo en época de
Navidad, que lo verán muy pronto: sacan el lechón asado, les ponen unas pavas a los
artistas, y entonan décimas sobre lo alegres y patrióticos que se sienten. Con eso
cumplen.

El problema fundamental en todo este litigio es que la gente con verdadera capacidad de
respuesta, con pensamiento crítico y voluntad política -y espero que nadie se atreva a
decir que este problema de la televisión no es político-; la gente que tiene las
herramientas para inclinar la balanza y darle una proyección realmente contestaria al
asunto, no ve la televisión local. Punto. Se han ido al Cable. Y lo que tú no ves, lo que no
te toca, lo que no es parte de tu vida, no se puede defender con auténticas agallas. O sea,
se defiende por cuestión de conceptos, de unos principios básicos. Pero la verdad es que
no hay pasión. Aquí no ha habido ni un ápice de pasión en la solidaridad con los artistas,
los técnicos y los reporteros despedidos.

Es penoso. Es culpa de todos, y no es culpa de nadie. Supongo que no se puede


responsabilizar del todo a los productores, algunos con buena cabeza para el negocio; y
otros mediocres hasta el vómito. Competir contra el Cable, que es un monstruo con
ofertas cada vez más seductoras, es casi imposible. Y ya no se trata de la programación
en inglés, que en cierto modo limitaba la audiencia. La televisión española, con dos
canales, pega cada vez más duro. Del pequeño grupo que sintonizaba “Cuéntame” cuando
empezó a transmitirse hace unos años, ahora son miles, y lo mismo sucede con otros
excelentes espacios. Entonces, la televisión local se ha ido refugiando en fórmulas cada
vez más trilladas, tanto en las comedias como en los proyectos dramáticos. La novela
“Dueña y Señora”, mucho más que el desperdicio, el bodrio, el delirante ejercicio escolar
en que se convirtió, tuvo un defecto que la derribó desde el principio: nada era creíble.
Nada. Y en cualquier proyecto de ficción, la verosimilitud es esencial. Puede tener
millones de embustes y escenas fantasiosas, pero tienen que ser creíbles.

La gente que ha emigrado al Cable sólo se mueve a los canales locales a la hora de los
noticiarios, y por razón elemental. Bajo ese mismo criterio sobreviven algunos programas
de entrevistas: escándalos políticos y hechos sangrientos. Y ya.

Pongámoslo de esta forma: aquellos que se batieron por ejemplo por Vieques, no se
baten, no pueden batirse, no sienten lo mismo por la televisión local, porque no la ven.
Porque se apartaron cuando quedó anquilosada, con las mismas fórmulas de los años
sesenta, pero de contenido peor: comedias facilonas, que se resuelven a grito limpio;
espantosos programas de juegos y de variedades. Entre col y col, alguna comedia
ingeniosa, algún proyecto que se sale de lo común, y eso se nota y se agradece. Pero es la
excepción, y a base de excepciones no se consigue una audiencia pensante, y sobre todo
combativa.

En cuanto a esa masa que se divierte con los programas de quién tiene la razón, caso
cerrado, las lauras y las marta susanas -más otros que vergonzosamente nos imponen en
la oficinas médicas- lamento decir que seguirán viendo lo que les tiren. Originado en
Miami o en Wichita, les da igual. Ni indignación ni solidaridad ni nada. No moverán un
dedo. Precisamente de ese abismo se aprovechan los que despiden, compran, enlatan, y
convenientemente neutralizan la voz de los pueblos.

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