Juan Pablo II parte de un personalismo basado en el ser, y de ahí despliega
todo un tratado sobre la sexualidad humana siempre basada en el amor; un
amor que no es un mero sentimiento, sino un acto de la voluntad. En esta obra se manifiesta la importancia de reconocer siempre en el otro, una persona digna de respeto y con igual dignidad en cuanto criatura de Dios. La realización de cada persona se alcanza en el don de sí. El respeto del otro en cuanto persona que es distinta de mí, constituirá el núcleo central de la “Teología del cuerpo”.
Su idea era presentar la moral de la Iglesia no en términos de lo
permitido/prohibido, sino a partir de una reflexión sobre la persona, en la que busca la justificación y el fundamento de las reglas éticas. El fundamento de la moral es no usar nunca al otro, no instrumentalizarlo jamás, pues al hacerlo lo cosifico, atento contra su estatuto de persona para rebajarle al nivel de un medio, de un objeto. Amar se opone a utilizar: si amo, no puedo “hacer uso” del otro, debo entregarme primero a él. La sexualidad abarca a la persona en su totalidad, en sus tres dimensiones: la física, la psíquica y la espiritual. La sexualidad no es un acto o una parte de la persona solamente, sino que la envuelve por completo. “Que la mujer y el hombre sean personas no cambia nada en su respectiva naturaleza. Pero el contexto sexual no se limita al diferencia ‘estática’ de los sexos, importa igualmente la participación real en las actividades humanas de un elemento dinámico, estrechamente ligado a la diferencia de los sexos” El hombre y la mujer son tales desde su fisiología y composición biológica, pasando por la parte psíquica de sus emociones y sentimientos, y llegando a la dimensión espiritual compuesta por su inteligencia y su voluntad. Por esto es por lo que no podemos decir que la persona humana tenga "instintos sexuales", dado que el hombre, como ser libre, posee inteligencia y voluntad que le permiten reflexionar sobre sus sensaciones y sentimientos y encauzarlos. De esta forma, el ser humano le da un valor al acto sexual no solo de reproducción, sino de procreación, al ser conscientes de que esa acción puede ser el motor para la creación de una nueva vida; que ese amor y responsabilidad que viven los cónyuges puede ser el instrumento directo que Dios va a utilizar para traer al mundo a una persona más. UNIVERSIDAD CATÓLICA DE LA SANTÍSIMA CONCEPCIÓN FACULTAD DE EDUCACIÓN