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LA LEGIÓN CÓNDOR Y LA GUERRA AÉREA

Klaus Maier, Militargeschichtliches Forschungsamt, Alemania

Este artículo corresponde a una conferencia pronunciada en el seminario "La


Guerra Civil Española en su contexto europeo" de la Universidad Internacional
Menéndez Pelayo de Santander en el verano de 1992, que fue dirigido por el
profesor Geoffrey Parker, y en el que también participaron Paul Preston,
Gabriel Cardona, Alberto Reig Tapia y José María García Escudero. Ha sido
traducido por Carlos A. Pérez.

Durante la segunda mitad de los años 30, la agresiva política exterior de Hitler
experimentó un cambio fundamental. En un principio, él había esperado
conquistar un “Lebensraum” (Espacio Vital) para el pueblo alemán en el Este, a
costa de la Unión Soviética y con el apoyo de Gran Bretaña, o cuando menos de
su neutralidad. Pero ahora, contemplaba como el gobierno británico intentaba
detener esta presión hacia el Este mediante un establecimiento general de la paz
en Europa frente a la política exterior nazi. Así, las ambiciones hitlerianas se
encontraban con el peligro de una gran guerra europea con Gran Bretaña y sus
aliados. Esta fue sin duda la razón por la que Hitler, resuelto a no abandonar su
largamente ansiado sueño del Espacio Vital, comenzó a movilizar los recursos
alemanes tan rápidamente como le fue posible. Tenía que resolver una serie de
pequeños conflictos antes de que las potencias occidentales estuviesen
preparadas para intervenir con éxito. El tiempo se convirtió en lo más importante.

El concepto de Blitzkrieg de Hitler, quien ya la había descrito como “la


aplicación de la fuerza militar tomando así grandes riesgos”, se convirtió en el
fundamento de la fabricación del armamento aéreo. En abril de 1937, Göring
ordenó la paralización del desarrollo de dos diferentes bombarderos de cuatro
motores, los Junkers Ju 89 y Dornier Do 19. El motivo fue su cálculo según el
cual Alemania podría producir dos veces y media más bombarderos de dos
motores que de cuatro. Al conceder prioridad a la cantidad frente a la calidad,
Göring limitó a la Luftwaffe como una fuerza aérea de medio alcance
incapacitada para una guerra estratégica y ofensiva de largo alcance.

Pese a todo, las regulaciones de la Luftwaffe sobre guerra aérea, publicadas


por primera vez en 1936, priorizaban los ataques aéreos contra la capacidad
bélica del enemigo a la vez que contra “los pilares de la voluntad de resistencia
enemiga”. Entre estas dos opciones, las acciones desarrolladas contra las fuerzas
armadas enemigas recibían prioridad, y los ataques sobre los fundamentos del
poderío enemigo eran descritos como menos importantes que las anteriores.

Pese a la prioridad dada al ataque contra las fuerzas armadas enemigas en las
regulaciones de la guerra aérea, la Luftwaffe no se despreocupaba de su status de
independencia operacional. El director de operaciones de la Oficina del Mando
Aéreo, mayor Deichmannn, expuso en una conferencia pronunciada el 29 de
octubre de 1936 y titulada “Principios de guerra aérea operacional”, numerosos
criterios en la selección de objetivos y a los que intentaba convertir en la base de
los entrenamientos que con wargames se desarrollaban. Añadió que se había
limitado a aportar unos fundamentos sobre los que adoptar las decisiones de
atacar la economía de una nación, pero que a sí mismo, se debía encontrar un
criterio sobre el que basar los ataques contra la moral de esa nación.

En publicaciones militares alemanas de esa época muchos autores se


adhirieron a la teoría de la guerra total defendiendo incluso planes más radicales
de guerra aérea. Por ejemplo, argumentando que las discusiones sobre la guerra
aérea sólo podrían proporcionar útiles resultados si esta guerra aérea era
contemplada como “parte de la Guerra Total del futuro”, el mayor Gehrts se
preguntaba si los objetivos descritos en las mencionadas regulaciones eran
suficientes. Una guerra de larga duración podría “deslizar las corrientes
subterráneas hacia la superficie” y manifestar el “espectro del colapso en el país”.
Como la voluntad de una nación en guerra no sólo se encarnaba en sus fuerzas
armadas sino también en su industria, los objetivos del conflicto debían ser más
de los que meramente se proponían derrotar al ejército enemigo. Se podría
quebrantar la voluntad de una nación, si se rompía la de quienes componían sus
brazos económicos y tecnológicos: sus trabajadores, ya que desde la
“colectivización de nuestra existencia” el obrero, “exponente funcional” de la
tecnología, se había convertido en un factor político decisivo durante la guerra y
la paz. El resultado de esta colectivización había sido la identificación de la
“comunidad nacional” con el “destino común” (Schicksalsebene) de los
trabajadores. Cualquiera que hubiese reconocido este cambio histórico vería
claramente que el obrero podría romper la voluntad del soldado.

La principal prioridad para los dirigentes militares alemanes fue por


consiguiente quebrar la voluntad del enemigo en el tiempo más breve posible. En
los frentes en los que sus fuerzas armadas podían ser derrotadas rápidamente, la
misión de la Luftwaffe fue la de apoyar la consecución de este objetivo en el
transcurso de dicho conflicto. En cambio, allí donde esto no se pudiera conseguir
en un breve tiempo, debería perseguirse su consecución desde el comienzo
mediante la guerra aérea, y en esta, su objetivo primordial era quebrar la voluntad
del “ejército nacional de obreros” enemigos. Siguiendo con este planteamiento,
era menos importante destruir los “arsenales de tecnología económica” enemigos
que despoblarlos. Como Gehrts asumía que los enemigos potenciales de
Alemania tenían las mismas intenciones, abogaba por una “movilización total” a
través de la “creación y demostración de una conciencia nacional uniforme
movilizando todos los niveles, incluso en tiempos de paz” y mediante la
instrucción del trabajador con una básica actitud militar. Según Gehrts “hoy el
obrero y el soldado son, en su esencia prusiano-alemana, matices de un mismo
carácter” y creía que esto se había desarrollado hasta un alto nivel en el estado
nacionalsocialista. En consecuencia, el Tercer Reich se había cobrado una
considerable ventaja respecto a las demás potencias occidentales.
La utilización del poder aéreo parecía indicar que la guerra total estaba
alcanzando su forma más pura y proporcionando la justificación definitiva para la
movilización total. Los argumentos de Gehrts demostraban que sus
requerimientos de un autoritario estado completamente militarizado no se
basaban solamente en la percepción de amenazas militares externas. Detrás de su
militarismo, disfrazado de fraseología revolucionaria, se revelaba un deseo por
detener los cambios sociales que se habían estado desarrollando en Alemania
desde el inicio de la revolución industrial y que se percibían cuando menos como
amenazadores. En el estado autoritario, en el que “con la socialización del
peligro como una característica permanente del moderno uso de la fuerza” la
nación se convertía en “una uniforme empresa técnica”, el perseguir intereses de
grupo podría considerarse como sabotaje. Los más fervientes defensores de la
guerra total deducían sus percepciones de una amenaza de la idea de la guerra
como una fuerza de la naturaleza más que de rasgos específicos de un enemigo.
En su visión una sociedad organizada para la guerra era contemplada como algo
“natural”.

La mutua afinidad de la concepción de la guerra total y la movilización total


con la concepción nacionalsocialista del mundo es obvia. Los defensores de esta
ideología, sin importar la intensidad de su entusiasmo, esperaban mejores
condiciones para vencer en un futuro conflicto con el estado nazi que con uno
parlamentario con una constitución democrática.

La decisión de Hitler de intervenir en la guerra civil española a favor del


bando del general Franco fue bien recibida por Göring y como una oportunidad
para probar su Luftwaffe de la futura Blitzkrieg en condiciones normales de
combate. A causa de la carencia franquista de armas pesadas, la Legión Cóndor
actuó principalmente en operaciones de apoyo a tierra. Bajo su jefe de estado
mayor y último comandante, Wolfram Freiherr von Richthofen, la Legión
Cóndor desarrolló una muy efectiva operatividad táctica en este tipo de acciones,
pero realizó también operaciones aéreas estratégicas incluyendo ataques a la
población civil.

La Legión Cóndor atacó desde Melilla los puertos de Málaga, Alicante y


Cartagena, desde Salamanca bombardeó las industrias de armamentos de Trubia
y Reinosa, y las de aceros y explosivos de Bilbao, además de algunos cuarteles
en Madrid con el permiso de Franco. Los días 16 y 22 de septiembre, Toledo fue
atacada con bombas de alto explosivo e incendiarias. Dos días más tarde, la
Legión Cóndor bombardeaba “el cuartel general, acuartelamientos y otras áreas
densamente pobladas de Bilbao”. En diciembre de 1936 un grupo de evaluación
de la Oficina Técnica de la Luftwaffe destinado a la Legión Cóndor realizaba un
informe sobre “los efectos de un bombardeo en una ciudad como Sevilla”. Von
Richthofen, que temía posibles complicaciones políticas, se opuso a los contactos
con oficiales españoles para desarrollar un programa experimental sobre
“consecuencias de bombardeos sobre pueblos españoles”.
Cuando en diciembre de 1936 Franco informó a la Legión Cóndor de las
negociaciones con los dirigentes vascos, esta intentó colaborar en dicha situación
y se dieron las siguientes órdenes: “ataques operacionales en el Norte...
Objetivos: industrias de armas, puertos, fuentes de suministros y ocasionalmente
ataques de terror para presionar en las negociaciones”. Antes del inicio de la
campaña de Vizcaya, el general Mola hizo público un ultimátum con la siguiente
amenaza: “...arrasaré toda Vizcaya, comenzando por las industrias bélicas”. El 2
de abril del 37, mientras von Richthofen se lamentaba de la lentitud con que
avanzaban las tropas del general Mola, este intentó dar nuevas prioridades a la
Legión Cóndor. Tres días antes del bombardeo de Guernica, con los mandos de
la Legión Cóndor desesperados por las pobres ganancias en Vizcaya, von
Richthofen recordaba el mensaje de Mola y se planteaba reducir Bilbao a
cenizas. El colapso del frente vasco probablemente salvó a la capital vizcaína
pero colocó a la villa de Guernica en la zona de combates. De acuerdo con las
anotaciones en el diario de von Richthofen, Guernica fue atacada el 26 de abril
de 1937 porque era un importante centro de comunicaciones en la retaguardia de
un ejército vasco en retirada.

Debemos suponer que von Richthofen aceptó el probable efecto del ataque a
Guernica sobre la moral del gobierno y la población bilbaína. Por estas fechas,
los alemanes se mostraban ansiosos por alcanzar los puertos del Cantábrico. Los
informes de la Legión Cóndor muestran claramente que las directrices
operacionales de su doctrina aérea, incluyendo los ataques sobre la población
civil, estaban siendo probados en la guerra civil española. Un informe de junio de
1938 sobre el uso del ala de bombarderos K/88 señalaba que pese a las
particulares características del conflicto civil español, las cuales podían
distorsionar las impresiones y las conclusiones en relación a sus implicaciones en
una guerra europea, había sido posible obtener importantes conocimientos a
cerca de los efectos físicos y sobre la moral de los bombardeos aéreos. Sobre los
efectos en la moral, se apuntaba que la disciplina y la organización de la
población trabajadora era en algunos aspectos muy pobre y que esto había
provocado “una baja moral de resistencia”.

A lo largo de todo el mundo el bombardeo de Guernica provocó espanto e


indignación, y fue inmortalizado por Picasso en un famoso cuadro destinado al
pabellón español de la Exposición Internacional de París de 1937. Especialmente,
este bombardeo conmocionó a la opinión pública y al parlamento británico, cuya
población tuvo que comenzar a hacerse a la idea de que Gran Bretaña no podría
considerarse a sí misma como una isla a salvo de lo que ocurriese en el
Continente. Los británicos consideraron a Guernica el principio de la guerra total
aérea de la Luftwaffe.

Este extendido temor de la amenaza aérea alemana impidió que los


mandatarios políticos y militares británicos hicieran un claro análisis y una
evaluación realista sobre el verdadero potencial de la Luftwaffe en lo relativo a la
guerra aérea estratégica. Esto tuvo un fatal efecto sobre la política exterior
británica, especialmente durante la crisis checa del otoño del 38. El 28 de
septiembre de este año, cuando la crisis alcanzaba su momento álgido, la sección
de inteligencia militar del ministerio de guerra británico (el M15) avisó de que en
el momento que Gran Bretaña declarase la guerra a Alemania, la Luftwaffe
atacaría Londres. Chamberlain compartía esta creencia y así justificó su política
que le llevaría a una incruenta derrota británica en Munich ante la sola referencia
al poderío aéreo alemán. Irónicamente fue la incapacidad de la Luftwaffe para
proporcionar resultados decisivos en una guerra aérea estratégica contra Gran
Bretaña lo que provocó que Göring advirtiera a Hitler de ir demasiado lejos en
Munich. Tras esta conferencia la Luftwaffe, para la que Göring había establecido
un plan quinquenal de refuerzo hasta 1942, consideró sus opciones como muy
pobres ante una ofensiva aérea sin restricciones contra las industrias británicas.
Pero en informes posteriores a Munich también encontramos una sorprendente
cantidad de argumentos en favor del papel disuasivo de la Luftwaffe y si llegara
el caso como arma de terror.

En mayo de 1939 la sección de inteligencia del Alto Mando de la Luftwaffe


creía que el Tercer Reich era el único estado que había alcanzado una concepción
de guerra aérea total en sus aspectos ofensivos y defensivos. A continuación la
sección de inteligencia puntualizaba que durante la crisis checa la Luftwaffe
había sido capaz de ejercer una gran presión política, sin tener que probar su
verdadero potencial en combate. Se creía también que las potencias occidentales
a causa de sus constituciones democráticas y sistemas parlamentarios eran
capaces de mostrarse menos flexibles en sus tomas de decisiones políticas y
militares que lo que se mostraba el autoritario estado alemán. Esta interpretación
conllevó la arriesgada profecía según la cual pese a estar las potencias
occidentales comprometidas entre ellas mediante tratados y promesas, un
conflicto en la región podría permanecer aislado.

Las maniobras de tres días realizadas por la Segunda Luftflotte y enfocadas


como operaciones en tiempo de guerra contra Gran Bretaña, reflejan las claras
deficiencias técnicas y tácticas de la Luftwaffe en tales cometidos. Su
comandante, el general Felmy, criticó especialmente la lentitud del proceso de
entrenamiento táctico a causa de la rápida expansión de la Luftwaffe. Su informe
concluía con la estimación de que no se podría lanzar una ofensiva estratégica
sobre Gran Bretaña hasta 1942 cuando la Luftwaffe poseyera bombarderos de
largo alcance o cuando la Wehrmacht hubiese capturado bases adelantadas en los
Países Bajos o en Francia. Si la guerra con Gran Bretaña ocurría antes de esa
fecha, Felmy apostaba por atacar Londres y otras aglomeraciones urbanas dentro
de una ofensiva de puro bombardero de terror.

El pronostico de Felmy de los decisivos resultados de tal ofensiva, como la


predicción de la sección de inteligencia, se fundamentaba en la experiencia
obtenida durante la crisis checa. La construcción de trincheras en los parques
públicos y el reparto de máscaras de gas en Londres en septiembre del 38 fue
interpretado por Felmy como el reflejo del alto nivel de histeria en Gran Bretaña,
en contraste con la situación en Alemania. Proponía explotar esta histeria en caso
de guerra. Felmy era apoyado por un estudio del Alto Mando del Ejército, en
donde se proponía una guerra química a gran escala por parte de la Luftwaffe. El
Alto Mando consideraba que la estúpida e irreal propaganda de la Liga de
Naciones había influido en la opinión mundial hasta un punto en el que el pánico
se había convertido en inevitable: “Está más allá de toda duda que una a ciudad
como Londres se le puede meter tal miedo que ponga al gobierno bajo una
enorme presión”. La sección de operaciones del Alto Mando de la Luftwaffe era
menos optimista sobre los efectos políticos que se obtendrían mediante los
bombardeos de terror sobre Londres, pero en cambio esperaba que el continuo
bombardeo de centros industriales, incluso por pequeñas unidades, pudiese llevar
al colapso de la moral en las grandes áreas británicas.

En agosto del 39 Hitler comunicó a sus generales de la Wehrmacht que el


ataque sobre Polonia sería solamente una cuestión de resolución. Dijo: “Siempre
he tomado grandes riesgos y se que ahora voy a correr uno más”. Cuatro días
más tarde escribía a Mussolini: “Como ni Francia ni Gran Bretaña pueden
alcanzar ningún éxito decisivo en occidente, y como Alemania, a resultas del
acuerdo con Rusia, tendrá todas sus fuerzas libres en el este tras la derrota de
Polonia y la supremacía aérea está sin duda alguna de nuestra parte, no dudo de
resolver la cuestión de Polonia incluso con el riesgo de complicaciones en
occidente”.

Por encima de estos tres factores en los cálculos del riesgo de Hitler, a saber,
la no preparación de Francia y Gran Bretaña para la guerra, el pacto con Stalin y
la supremacía aérea, esta era doblemente importante. Por su considerable
capacidad táctica y su experiencia en lanzar ataques sorpresas y operaciones de
apoyo a tierra, la Luftwaffe sería capaz de apoyar una breve campaña en tierras
polacas. Hitler creía que una acción de hechos consumados antes de que las
potencias occidentales pudieran completar su despliegue, evitaría que estos
países le declarasen la guerra. Más importante que este papel táctico de la
Luftwaffe en los cálculos del riesgo de Hitler era su imagen de fuerza disuasiva
ganada a lo largo de años de producir miedo e intimidación política mediante sus
actuaciones y mediante la propaganda alemana. La opinión de Hitler según la
cual las potencias occidentales nuevamente no se atreverían a ir a la guerra como
ya habían hecho en 1938 era compartida por gran parte de los mandos de la
Luftwaffe. A los ojos de estos, intoxicados por la propaganda nazi de la guerra
total, la disuasión de la Luftwaffe descansaba no sólo en su liderazgo y capacidad
de ataques estratégicos, admitidos con reservas, sino en la estructura política del
Reich. El estado alemán con su “Volksgemeinschaft”, su sociedad popular
totalitaria, parecía ser más capaz de movilizarse para la guerra total en tierra o
aire que las democracias occidentales.

Cuando Hitler inició las hostilidades en septiembre de 1939 tenía a su


disposición una Luftwaffe que se había convertido en la fuerza mejor preparada
para su estrategia de cortas campañas continentales mediante la Blitzkrieg. El 3
de este mes Gran Bretaña y Francia declaraban la guerra a Alemania, como
fuerza disuasoria la Luftwaffe había fallado. Durante la Batalla de Inglaterra la
Luftwaffe fracasaría definitivamente como fuerza estratégica. La esperanza de
Hitler de obligar a Gran Bretaña a capitular mediante la obtención de una rápida
victoria sobre la Unión Soviética dependía ahora de la experiencia táctica
obtenida por la Luftwaffe durante la guerra civil española como “artillería
volante” del ejército. El ataque en el este recondujo el conflicto en la dirección
originalmente deseada por Hitler pero bajo el condicionamiento de una guerra en
dos frentes que se convirtió en una guerra mundial para la que su Luftwaffe no
estaba preparada.

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